Sociedad

¡Democracia Real Ya!

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Foto: J. Luis Cuesta / Cordon Press

El pasado domingo 15 de mayo ocurrió algo en Madrid. Parecía una minucia, una tontería; reunión de perroflautas a los que se disolvió como suele ser costumbre. Fíjense si fue nimia la cosa, que al día siguiente era muy difícil encontrar una sola referencia en la prensa escrita; en la edición de papel de El Mundo, por ejemplo, no se le dedicó ni una sola línea.

En las redes sociales, en cambio, el asunto ardía. Trending topic a nivel internacional. Y, claro, en las redes sociales es donde hay que buscar el germen de todo lo que está pasando. El movimiento ¡Democracia Real Ya! nació en internet heredero de, entre otros, la plataforma #NoLesVotes. Con un manifiesto bastante claro y unas propuestas nada descabelladas: igualdad, solidaridad, derecho a la vivienda, a la salud, a la educación… lean, lean. Los lemas, el manifiesto, no buscaban ser concretos. Precisamente para aglutinar el mayor número de personas posibles.

Como les decía, desde las redes sociales se inició y por ellas se extendió. Lo que empezó como una manifestación de repulsa hacia el sistema político y económico en el que vivimos, derivó en una acampada en la Puerta del Sol de Madrid. Hora tras hora, el campamento improvisado fue ganando adeptos y se celebró otra manifestación espontánea a las 20:00 del lunes 16 de mayo. El problema, para la delegación del Gobierno y la Policía Nacional, es que ya no era la típica manifestación de jóvenes de izquierdas a los que están acostumbrados a disolver a palos.  Gente muy joven sí, de clase media, pero que no parecían de la villa de Vallecas. Viejos conocidos pertenecientes a distintos colectivos con mil y una batallas a sus espaldas, pijos, hippies, moderniquis, familias. Sí, familias; padres, madres, abuelos. Una representación de todo Madrid, vaya. Cómo será la cosa que dos días después hasta Carlos Fabra se sumaba, no en cuerpo pero sí en alma, a la manifestación. Y, claro, de pronto la policía no sabía qué hacer. Más bien, los encargados de decirle a la policía lo que tienen que hacer, no sabían qué hacer. ¿Se imaginan la cara de Rubalcaba, si en estos tiempos de smartphones la policía carga y aparecen vídeos en YouTube de miembros de la Unidad de Intervención Policial (los antidisturbios de toda la vida) cargando contra gente que empuja carritos de bebé? ¿A menos de una semana de las elecciones? No way. Así que se optó por esperar a que llegara la noche y, con nocturnidad y alevosía, desalojaron a los acampados uno a uno. ¿Problema? La jodida gente es cabezota y decide volver. Encima parece que, lejos de disuadir, las acciones policiales animaron a que se uniera más gente.

El campamento creció. La manifestación de las 20:00, ya establecida con periodicidad, creció. Y llegó la Junta Electoral de Madrid y prohibió la concentración en el kilómetro cero porque “la manifestación puede afectar a la campaña electoral”. Éramos pocos y parió la abuela.

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Fotografía: Marcello Vicidomini (CC BY 2.0)

Claro que puede afectar, ¿y? ¿Debemos limitarnos a los efectos producidos por mítines y ruedas de prensa sin preguntas de partidos políticos? Partidos políticos que en esta campaña estrenan una ley que otorga el tiempo en los medios de comunicación proporcional a los resultados obtenidos en las últimas elecciones. Es decir, al grande cada vez se le escuchará más y al pequeño se le tapa la boca. A fin de cuentas, a los políticos les va bien que los ciudadanos votemos cada cuatro años y el resto del tiempo estemos calladitos o viendo el fútbol. Pero parece ser que los ciudadanos no están de acuerdo y la concentración de Sol siguió creciendo. No solo eso: en otras ciudades de España comenzó a repetirse el fenómeno. Y parece que también más allá de nuestras fronteras.

¿Y los medios de comunicación? Pues desesperados. Si inicialmente no dieron bola al asunto porque la moda era Bildu para unos, una hipotética recuperación del PSOE para otros, por fin se dieron cuenta de que ni dios les estaba haciendo caso y que lo que ahora vende periódicos es lo que está pasando en las plazas de la geografía española. De modo que ahora sí; portadas, debates, editoriales, lo que haga falta. El problema, para ellos, es que es un movimiento que no tiene cabeza visible, cosa que vuelve locos a los periodistas. Se están recogiendo las propuestas de cualquiera que pase por allí y rellene un papel. Cualquiera. Después, esas propuestas son agrupadas por distintos temas buscando homogeneizar mensajes parecidos. A raíz de esos temas, se organizan comisiones de distinto tipo: social, inmigración, infraestructuras, legal, comunicación… e intentan que, de puertas para fuera, solo los 36 portavoces existentes sean la voz oficial de la concentración. En turnos rotativos e intentando que no se repitan demasiado las caras. Y todo el trabajo de las comisiones desemboca en asambleas públicas horizontales, donde primero se expone todo el trabajo realizado y después todo el mundo puede intervenir en su turno de palabra.

Los partidos políticos están intentando capitalizar el movimiento, pero de momento no lo han conseguido. Si bien el movimiento no se tiene por apolítico, sí que se declara abiertamente apartidista. Se ha rechazado la colaboración de cualquier sindicato. Se han recibido llamadas de distintos políticos (Pepe Blanco y Rosa Díez entre otros) y se han declinado amablemente sus propuestas de colaboración.

Hoy la Junta Electoral Central ha echado un órdago a las distintas concentraciones declarando ilegal cualquier tipo de manifestación durante la jornada de reflexión previa a las elecciones. El Tribunal Constitucional avaló en el 2010 la posibilidad de realizar concentraciones en esta clase de días si la posibilidad de influir en el electorado es remota. Desde el primer momento, en las asambleas se ha dejado muy claro que no se pide el voto para ni contra ningún partido político. Como ya he dicho, se consideran “apartidistas”. Y en estos momentos se están buscando fórmulas para manifestar el descontento social el día de mañana.

Hablando ahora por mi generación, somos jóvenes que hemos nacido en una sociedad individualista y consumista y que, de pronto, nos vemos inmersos en una vivencia en peligro de extinción; la fuerza colectiva en torno al deseo de cambio. Las ideas que se escuchan en la Puerta del Sol son muchas, quizá demasiadas, pero hay algo latente bajo todas ellas: deseo de reparto de oportunidades económicas y mayor participación por parte de todos. Democracia real, vaya. 

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