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Vicente Muñoz Puelles: «A España le falta tradición erótica»

Fotografía: E.J. Rodríguez

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Este escritor valenciano que se ha desenvuelto en los más dispares géneros  y que ha ganado importantes galardones en casi todos ellos, desde el Premio Azorín hasta el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil —género que vuelve a visitar con la publicación de El regreso de Peter Pan, celebrando el centenario de la obra—, nos recibió en su casa y charlamos sobre sexo y erotismo. Fue una extensa y absorbente conversación en la que tratamos los más diversos aspectos: desde la literatura erótica hasta las costumbres sexuales de los españoles, pasando por los tabúes y perversiones de nuestra sociedad. Hablamos con el autor de novelas como «Anacaona» o «El amor burgués», que fueron respectivamente vencedora y finalista del premio La Sonrisa Vertical a la mejor novela erótica.

Intelectual de discurso reflexivo y pausado, vasta cultura, mirada curiosa y espíritu libre: Vicente Muñoz Puelles.

La literatura erótica

«Ha de ser buena literatura, y eso ha de prevalecer sobre cualquier otro aspecto». Amante de la literatura erótica clásica («ninguno de los libros clásicos me ha decepcionado») piensa que en España el género «nunca ha tenido prestigio literario» y que las editoriales se ven obligadas a recurrir a autores franceses, ingleses o norteamericanos para completar sus catálogos.

Como buen escritor y buen erotómano, cree que el lenguaje es erótico en sí mismo. Para él no existen las fórmulas preconcebidas y en el género tienen cabida tanto la exquisitez literaria como el tomarse ciertas licencias vulgarizantes: «puedes ser muy riguroso o selectivo al escribir un pasaje, pero los diálogos deberían ser menos artificiosos para que resulte excitante». También afirma que la literatura erótica, como el propio sexo, «a veces es más excitante que sea soez».

Aunque reconoce que el público actual quizá ya no recurre a la literatura erótica por la existencia de alternativas de ocio más inmediatas, cree que la excitación no debería ser la única motivación que nos acerque al género, sino también el «ver cómo se articula todo con palabras, adornar la historia con una cierta convención propia del género y ver cómo discurre: con cambios de personajes, cambios de escenarios… ver si la curiosidad que uno tiene se puede expresar en una obra que se justifique a sí misma, una obra más o menos redonda. Esta es una necesidad que sienten tanto el autor como el lector».

¿Qué lleva a un escritor hacia la literatura erótica?
Yo prácticamente empecé con la literatura erótica. Había escrito otras novelas, pero las primeras que publiqué fueron eróticas. Lo que me atrae del erotismo es que por una parte tiene que ver con la biología, con los cuerpos; y por otra parte también implica los sentimientos. Esa combinación me parece muy atractiva. El hecho de expresar algo así mediante palabras de manera deliberada es como un ejercicio, un desafío.

Entonces la literatura erótica engloba la parte animal y la parte espiritual del ser humano.
Yo no diría «espiritual» porque no es palabra que me guste. No sé por qué, ¿sabes? …no es mía. Pero sí, es eso. Porque las pasiones se pueden expresar físicamente, también con palabras y también con sentimientos. Esos tres factores tendrían que participar en la novela erótica. Es una combinación que debe ser muy medida.

¿Como escritor uno es partícipe de esas historias, a nivel sexual?
No puedes evitarlo. El erotismo es un género más personal que otros géneros.

España y el sexo

Afirma rotundamente que España carece de una buena tradición erótica, aunque sí cree que en cuestión de costumbres sexuales ya no estamos detrás de Europa como en otros tiempos. Eso sí, piensa que la literatura erótica «no tuvo prestigio nunca en España y no lo ha llegado a adquirir» —lo cual atribuye en parte al propio pudor de los escritores patrios— y que, mientras a principio del siglo XX ya existía un floreciente género erótico en Francia, en España los libros que considerados eróticos eran «como un caldo aguado». Pese a esa falta de tradición sexual, sí considera que condicionantes históricos tradicionales de nuestro país, como la influencia de la Iglesia católica, han perdido buena porción de su peso: «la Iglesia ya no puede intervenir en hechos como el de que un sex-shop venda arneses».

¿Cómo recuerdas el fenómeno del «destape»?
Bueno, yo era muy joven y me parecía normal que al mismo tiempo que uno sentía todas las inquietudes propias del sexo, el país entero las sintiera también. Fue un verdadero destape: como si a la olla a presión se le quitara la tapa. Fue un momento muy bonito y muy gratificante. Era necesario. Todo el mundo estaba harto y no había ningún miedo, sino un enorme agradecimiento ante el hecho de que las cosas, después de tanto tiempo, pudieran cambiar, porque entonces sí que parecía que éramos distintos a Europa. Era penoso.

¿Crees que fue importante el destape para la transición española incluso a nivel político?
Sí, el cambio de costumbres. El ver que todos teníamos las mismas necesidades, ver a Tierno Galván al lado de Susana Estrada, en aquella famosa foto  [en la foto, la actriz mostraba un pecho]. Ver que podía haber un político como Tierno Galván que, en vez de huir espantado u obligar a que la taparan, miraba con curiosidad y con diversión. Ver que teníamos sentido del humor, cosa que a veces se podía dudar en España. Que el humor también es muy importante y a veces parece que nos falte.

Tabúes y escándalos

«No quiero pensar en el pecado». Al escritor le molesta todo aquello que suponga una cortapisa moral en torno al sexo y piensa que no debería existir nadie que se considere con potestad para decirle a los demás cómo deben experimentar su vida sexual: «el sexo es algo privado y no deberían intervenir las autoridades». La existencia de represiones sexuales le recuerda a «épocas infaustas» en las que, siendo niño, le hicieron leer «un libro atroz que decía que se te secaba el cerebro si incurrías en la masturbación».

¿Debe un escritor llevar las licencias literarias más allá del libro? Por ejemplo el caso de Sánchez Dragó, que hizo unos comentarios que resultaron muy escandalosos y después dijo que eran una licencia literaria.
Para mí es una excusa. Uno no tiene por qué alardear de nada. Y menos de estas cosas. Si los escritores somos algo, lo somos por lo que escribimos, no por lo que decimos. Y en eso podemos incurrir todos… aunque yo no lo habría hecho, eso es lo único que puedo decir (risas). Porque luego siempre queda la duda de si se dice la verdad o no. En cambio, cuando uno lo transforma en un libro —sea cierto o no sea cierto— está dentro de la ficción y ese es el terreno en el que nos debemos mantener. Es inevitable que uno hable de sus propios libros, pero no debe decir qué parte es verdad y qué parte no lo es. La verdad es algo muy relativo y la puedes contar de tantas maneras….

La moral sexual como instrumento de control

Nada más nombrarle el uso de la moral sexual como herramienta de control político, Vicente cita a Marcuse: «el sexo es revolucionario de por sí». Opina que a la autoridad le gusta controlar la conducta sexual de los ciudadanos porque «las sociedades establecidas tienden a evitar que sus miembros se desmanden o concedan demasiado tiempo a sus pasiones», especialmente en las dictaduras, donde «el estado quiere que los individuos no se distraigan y produzcan». Eso sí, cuando hay una guerra «se les dan mujeres a los soldados, pero porque no se quiere que las busquen ellos mismos, eso implicaría perder el tiempo. Los ejércitos siempre tienen mujeres a su disposición».

También señala que en la Biblia «percibo no una animadversión hacia el sexo, sino una animadversión hacia la mujer, a quien se le atribuyen siempre las culpas: no sólo Eva, sino Dalila, Judith que corta la cabeza de Holofernes, Salomé que pide la cabeza del Bautista». Esta concepción de la mujer como provocadora del pecado («se repite demasiadas veces en la Biblia para que sea una coincidencia») se ha trasladado al subconsciente de la sociedad occidental: cuando se dice de una mujer «es una puta», afirma el escritor que «en todo caso uno la habría hecho puta también. ¿Por qué es ella la que al seducir provoca y no el hombre al pagar algo para conseguir algo quien provoca? Es una tontería». Afirma que excepto las diferencias anatómicas obvias entre ambos sexos, no hay grandes diferencias mentales (culturales, en todo caso)  y que «hombre y mujer son bastante intercambiables»

¿Crees que hay peligro en España de que surja una derecha religiosa al estilo americano?
Sí. Creo que no somos tan simples como los conservadores americanos, pero no puedo estar seguro. Estados Unidos es de hecho una sociedad muy avanzada, pero estos conservadores están en zonas rurales, en el medio oeste, en el sur… eso está acompañado de cierta ignorancia que no sé si es fácil de conseguir. Pero sí, podría ocurrir.

Internet

Cree que la red cambiará la vida sexual de la gente: «es posible que tienda a producir un mayor número de individuos aislados, que se autosatisfacen en sus cubículos», aunque ello no le parece necesariamente negativo porque «no es necesario que el erotismo sea entre varias personas, puede ser autosuficiente. Es algo puramente mental. Es terreno de la imaginación, que lo plantea como quiere y también lo puede defender como quiere».

Ante la idea de que el individuo necesita mostrar éxito sexual para afianzar su estatus y que recurrir a la masturbación es visto como una especie de fracaso, dice el escritor que «sobre la felicidad de las personas, como sobre la felicidad de los animales, sabemos bien poco. Sólo cada uno lo sabe». Para él, puede ser más feliz alguien que simplemente recurre a la imaginación que alguien que se acueste cada día con varias personas diferentes; los demás no podemos juzgar su condición dado que «no tenemos un aparato para medir la felicidad individual». Lo fascinante es analizar qué formas tan diversas puede adoptar el impulso sexual de las personas y por qué los seres humanos son capaces de encontrar estímulo sexual en casi cualquier cosa, desde objetos hasta animales.

Entonces no te escandaliza el bestialismo.
No, además tengo una gran pasión por los animales, que no incluye el sexo, pero desde pequeño me han gustado. Me llama la atención que en los sex-shops virtuales por internet se vendan unos artilugios que son muñecos de cerdos y gallinas para hacer el amor con ellos. Eso te da una idea de la enorme capacidad de deseo que tienen los humanos. Y de ingenio, porque si ya es difícil que uno se sienta motivado por un cerdo o una gallina, imagínate por un muñeco que representa a un cerdo o a una gallina.

La Lolita de Nabokov.

Muñoz Puelles opina que, en lo sexual, la ficción y la realidad deben mantenerse separadas. Los criterios morales por los que juzgamos la vida sexual de un ciudadano no deben ser aplicados a la hora de evaluar, por ejemplo, una obra literaria. Así, por extremo que nos pueda parecer el contenido de una obra de ficción, como ficción no debería nunca ser censurada:

Fernando Schwartz y Ana García Siñeriz comentaban que Nabokov no podría publicar Lolita hoy en día.
Posiblemente; creo que la gente es ahora más pazguata. Más que en la transición y a principios de los ochenta. Lo noté porque quince años después de El amor burgués y Anacaona publiqué La curvatura del empeine y me pareció que no entendían nada, o que entendían menos que periodistas que me habían entrevistado quince años antes.

Es paradójico, ¿no? Pensar que todo un Nabokov sería atacado si publicase un libro así hoy en día.
Sí, aunque Nabokov también tuvo dificultades entonces, Lolita no fue un libro que pudiera publicar fácilmente. Pero bueno, hoy todo eso tiene que ver con lo políticamente correcto. Han cambiado las concepciones de las cosas, se teme más la opinión de los demás, se ha judicializado todo un poco. Algo que —aunque a Nabokov posiblemente sí le gustaban las nínfulas— es un juego verbal, no debe pasar de ahí y se debe juzgar como tal.

Quizá la gente piensa que si Nabokov escribió ese libro es porque en su vida real también le gustaban las «lolitas».
Sí, pero tampoco deberíamos juzgar eso, al menos en relación con el libro. El libro es el libro. Y es una obra de arte muy rigurosa. Es un libro muy ingenioso —además seguramente hay que leerlo en inglés para apreciarlo bien— y no se trata tanto del argumento de la historia, aunque sea muy importante. Pero él hizo muchas variaciones sobre ese tema, bastante conseguidas también. Era un escritor exquisito. Siempre es difícil separar la concepción que uno tiene del escritor de la que tiene sobre su obra, pero hay que hacerlo para poder juzgar esa obra con imparcialidad.

El erotismo y la pornografía en el cine

Siguiendo con Lolita, la adaptación cinematográfica de Kubrick le parece muy ingeniosa, pero cree que la versión de los noventa protagonizada por Jeremy Irons es «patética». Del cine pornográfico opina que, aunque por su propia naturaleza es difícil que llegue a ser buen cine, es un género «sorprendente» en el que a veces uno se topa «hallazgos raros». Sobre la explosión de la pornografía y erotismo cinematográficos en los setenta piensa que «la pornografía también envejece» y que referentes de la época como Garganta profunda o la saga Emmanuelle resultan bastante decepcionantes vistos hoy en día: «se les nota claramente el paso del tiempo».

También le parecen bastante pobres los intentos de revestir al cine pornográfico de un aura artística o de autor, como sucede con las películas del director Andrew Blake: «son como modelos de Vogue. Son como poses, están siempre posando y pierden la autenticidad». Cree que la pornografía debe ser más natural y no renunciar a su componente de vulgaridad para resultar verdaderamente efectiva.

Berlanga y Buñuel

Como autor de un magnífico libro (Los infiernos eróticos) en el que el escritor conversaba acerca estos temas con nuestro común paisano, Luis García Berlanga, a quien llegó a conocer bien, Muñoz Puelles es una magnífica fuente para conocer un poco mejor las inclinaciones del director: «siempre lamentaba no haber podido hacer cine erótico «.

Afirma que pese a haber comenzado su carrera cinematográfica en pleno franquismo y por tanto haberse visto constreñido por las circunstancias, Berlanga era un espíritu «tremendamente libre». Comenta divertido alguna de las manías del cineasta, como su fijación por las muletas o el hecho de que «nunca se quedaba en una habitación de hotel si no tenían camas con postes en los cuales pudiera atar a una persona. Y yo creo que era completamente incapaz de atar a nadie, pero también era capaz de exigir que las camas tuvieran esos postes o abandonaba el hotel».

Luis Buñuel, en cambio, y pese a su célebre anticlericalismo, «era un hombre austero. Le gustaba vivir como si fuera un monje» y «tenía una educación religiosa», pero el escritor nos recuerda que «eso tampoco debe engañarle a uno porque a veces en el ámbito más ascético es donde surgen las pasiones más extremas». Pese a que Buñuel tuviese —especialmente en sus últimos años— costumbres casi monacales, «su mente, estoy seguro, divagaba mucho más lejos».

Sobre la capacidad de la ficción para escandalizar: «el erotismo no es más que una especie de libertinaje ingenuo. Realmente uno no debería poder escandalizar a nadie, nunca. Y sin embargo hay cierta ilusión por parte del autor de escandalizar y por parte del lector de sentirse escandalizado».

Sobre la idiosincrasia sexual del Japón: «Para mí, lo más desconcertante de los japoneses son los vendajes. Las primeras revistas de vendajes que vi fue en un sex-shop de París y eran japonesas. Más que vendajes eran enyesados. Y la gerontofilia, que también me parece que es una parafilia muy japonesa».

Sobre el body sushi: «es un juego y un negocio. Pero lo que me fastidiaría es participar en eso con otras personas, sentiría un complejo de clase, quizá: ¿por qué estoy aquí participando con éstos?».

 

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