Ocio y Vicio

De Madrid hay que recordar siempre que fue freak

Antonio1Madrid está que arde. Es una de esas mañanas en las que el sol se despatarra a su antojo. Aunque las altas temperaturas no son solo por razones climatológicas. La prima de riesgo española se ha disparado como un cohete y, para más inri, si cabe, las ‘Bankiajas’ de ahorros defenestradas regalan indemnizaciones a aquellos que se han encargado de capitanearlos hasta el borde del abismo. Muy cerca del corazón bancario donde se ha urdido el desastre, en la calle Preciados, se pueden oír las llamadas de atención de los trabajadores de las casas de empeño. Deambulan por la zona con la tarea de captar clientes. Hay una docena de ellos en los alrededores de la Puerta del Sol. ¡Compro oro!, ¡compro oro!, ¡al mejor precio!, clama uno de ellos con chaleco reflectante, gorra y gafas de sol que le parapetan de este calor que muerde. Hay más relación de la que parece entre el aumento de este tipo de negocios y la dramática debacle que vive la economía española.

En este intento por recrear con palabras la mañana madrileña, hay un elemento que chirría y que salta a la vista, incluso produce picor, ese picor que proviene del calor acumulado. Es la imagen de un anciano con abrigo de invierno que lo cubre casi hasta los pies. Antonio. Así dice que se llama. ¿Apellidos? «No importa», asegura. Dentadura profident, posiblemente postiza, supongo, a pesar de la poca experiencia que tengo con esos artefactos bucales. Viste una delgadez hábilmente conseguida con el paso de los años. Tiene unos ojos de un azul acuoso, tiernos, todavía brillantes, que imprimen un no se qué de ternura en su mirada. ¿Qué edad tiene? «No importa», contesta de nuevo. Pero yo, anhelante de etiquetar, le coloco la de los setenta y algo. Sonríe como sonríe la gente feliz. Da un poco de miedo, pienso, al ver como en un instante le nace y le muere una sonrisa veloz. Debajo del abrigo de paño que lo acoge lleva traje, chaleco, camiseta interior y corbata, cuenta con un orgullo que sale de no sé dónde. ¿No tiene calor?, le pregunto. Dice que no y cuenta que se pone el abrigo en noviembre y se lo quita el 25 de junio desde hace muchos años, como si de una promesa se tratase. Sonríe otra vez. Este hombre es feliz, me digo de nuevo, o será ese calor de criar pollitos lo que le mantiene en ese estado de calidez risueña.

Antonio ha salido en muchos programas de televisión. Desde aquel lejano Esta noche cruzamos el Missisipi, que popularizó aquella pregunta de: «¿tiene usted pelos en la lengua?», hasta el incansable El hormiguero de Pablo Motos y su pandilla gamberra. Enumera de carrerilla la ristra de ‘chous’ televisivos en los que ha aparecido. Pero, qué hace este hombre peculiar con aura extravagante y abrigo hasta los pies. De repente, mete la mano en el bolsillo interior de la americana. Saca una armónica «marca hohner», recalca, como si fuera un hecho determinante, o diera la garantía de que todo lo que salga del metálico instrumento fuera a tener la suficiente calidad como para tener que prestarle atención. Refulge la Canción de la alegría en la calle más comercial de Madrid. Piececillo marcando el ritmo. Ojos a la virulé. Y de nuevo esa sensación de felicidad. ¿Por qué hace esto? ¿De dónde sale este señor que hasta los guiris se paran con él, lo fotografían, y le dejan alguna moneda? «Soy el hombre más conocido en Madrid, métase en YouTube y búsqueme», me dice tras recibir unos aplausos furtivos del improvisado público. Embute la armónica en su funda de cuero «hecha a medida» y hace el robot. Técnica perfecta. Equilibrio en el movimiento que va hacia adelante y hacia atrás, impregnado por la gracia que dan la experiencia de los años, como un trenecito bien ensamblado. ¿Por qué hace esto?, le pregunto con la intención de sacar alguna conclusión y no dictaminar que este anciano es un simple chiflado. «Porque yo soy el hombre más conocido en Madrid. Pregúntele a cualquiera, todos me conocen. Yo soy el friki de la armónica. Métase en Internet y búsqueme», insiste.

El cuponero de la esquina lo incita a tocar Cara al sol. Antonio cuenta que su padre era militar y murió en la guerra civil luchando en el bando Nacional. Habla sobre aquella época, su infancia en la Extremadura franquista y su llegada a la capital. Tiene don de palabra. Conoce la historia de España. «Yo lo sé todo», dice sin ningún reparo, señalando los libros que El corte inglés ha sacado a la calle con la excusa de la celebración de La Feria del Libro. Tiene un discurso de viejo maestro de escuela. Habla de Manuel Azaña y de Niceto Alcalá-Zamora en un tono remilgado. También pone sobre la mesa la figura de José María Pemán, intelectual del régimen franquista que puso letra al himno de España, y que «Antoñito» cantó con el brazo en alto y la rúbrica final de ¡Viva España! También rememora algunos otros momentos de su época en la escuela, y desemboca, con voz de barcaza decimonónica, en la censura de la época y en Victoria Kent, en cómo la sacaron de la letra del chotis: Pichi. Le dieron el cambiazo por un «pollito bien», señala. En efecto, la censura quitó el nombre de la Directora General de Prisiones por la del ave en período infantil.

Antonio tiene ademanes de caballero español. Da fechas de acontecimientos, desempolva personajes históricos y pule las palabras con acento de alcanfor. Sin previo aviso, en un arrebato a lo Marcel Marceau, da un paso adelante y hace «el maniquí». Congela el gesto y de nuevo se derraman sobre su figura un puñado de instantáneas. La gente se para, lo observan entre la incredulidad y la simpatía. Al final le cae alguna moneda. Este tipo es más listo que el hambre, me digo, mientras cuenta que hace «el maniquí» en todas las plantas de El Corte Inglés. Todos los dependientes de la zona lo conocen. No es para menos. Sigo cogiendo notas. Le sonrío. No sé muy bien cómo actuar. Me asombra el personaje y su capacidad para llamar la atención en una calle en la que la competencia es brutal. Imagino a esos nuevos Don Draper estrujándose el cerebro para sacar el eslogan ideal, y Antonio, con sus técnicas primitivas, arañando una milésima parte de la atención de los consumidores.

Antonio3La fiera de Legazpi , como algún internauta lo ha bautizado en la Red, dice que vive en un hotel del barrio que lleva ese nombre, desde «hace mucho tiempo». Come en su habitación lo que preparan los cocineros del restaurante. Y ahora, dice que tiene entre manos un proyecto que no puede contar, en el intento de imprimir un aura de misterio a sus palabras.Hay algo de loca inteligencia en este personaje. No duda en sacar una cartera tamaño cuartilla, de uno de los grandes bolsillos laterales de su abrigo, para mostrar algunas fotos. Una de ellas es con la Infanta Cristina en la puerta del Sol. Al reverso de la fotografía está la imagen de la Familia Real al completo, en la época en la que hasta los republicanos toleraban a los Borbones. También saca una foto de Esperanza Aguirre firmada, en la que se puede leer: «A Antonio García, con cariño», y un garabato. En ella, la lideresa sonríe en un primer plano en una de las balconadas de la Comunidad de Madrid. La presidenta tiene un aire payasesco, probablemente por el efecto provocado por el perfilado de los contornos de su figura con lápices de colores; es como si Antonio hubiera aplicado un fotochop manual. Después muestra una foto en blanco y negro con la Policía Municipal. En ella aparece Antonio en un lateral, da la sensación de que se ha insertado al estilo Forrest Gump. Está ahí, entre los agentes, pero parece un espectro.

Se acerca una pareja con disfraz de turistas. Muestran interés por el ejercicio de frikismo que Antonio practica. Son brasileños. Antonio desenfunda la armónica y toca Aquarela do Brasil, la canción que Ary Barroso compuso una tarde de diluvio del año 39. La mujer menea las caderas al ritmo que el «friki de la armónica» le insufla al instrumento. Mientras tanto, el carioca toma fotografías de la novedosa y extraña pareja. Miro alrededor, la gente pasa y sonríe o hace un gesto como diciendo: «¡Mira ese señor!». De repente, en mi memoria explota una cita de Gómez de la Serna que Francisco Umbral recupera en las primeras páginas de su libro, Madrid, tribu urbana, y que dice: «De Madrid hay que recordar siempre que fue moro». Y yo me pregunto, entre el calor que barrunta este mediodía y una prima de riesgo que ha llegado a los 547 puntos, si don Ramón no quiso decir: «De Madrid hay que recordar siempre que fue freak».

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2 Comentarios

  1. «Me asombra el personaje y su capacidad para llamar la atención en una calle en la que la competencia es brutal.»

    Es usted un zoólogo con piel de cordero.

  2. Tipico apunte pedante-tiquismiquis: el termino «carioca» se usa para referirse a lo relativo a Rio de Janeiro y no a todos los brasileños (que igual ese señor era ambas cosas pero no se especifica en el texto).
    Bonito articulo por otra parte, enhorabuena.

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