Arte y Letras Entrevistas

Oscar Tusquets: «Un arquitecto tiene la obligación de que la naturaleza no le guste demasiado»

Oscar Tusquets para Jot Down 1

Oscar Tusquets nos recibe en Villa Andrea, la casa-estudio que él mismo proyectó entre finales de los ochenta y principios de los noventa, en el barrio de Pedralbes. «Un sencillo cubo de tres plantas», según leemos en tusquets.com, el eficaz memorial donde este artista total tiene alojada (y perfectamente ordenada) toda su obra. La vida la ha ido desmigando en sus libros, pródigos en opiniones irreverentes sobre lo divino y lo humano. El último, escrito al alimón con su hermana, la escritora y editora Esther Tusquets, es Tiempos que fueron, una conversación a dos aguas colmada de barcelonía en la que los Tusquets levantan acta de su infancia. Antes de comenzar la entrevista, le pide una Coca-Cola a su secretaria con un gracioso palmoteo sobre la mesa. Dice ‘la’ Coca-Cola, como si se tratara del jarabe o no bebiera otra cosa. Fuera, frente a la vivienda, el recoleto jardín de aire medieval parece estallar de luz. Una alberca negrísima abre en canal el suelo, de albero sevillano, sobre el que se alinea un huerto que parece salido de las manos de un orfebre. La casa entera es un homenaje tranquilo a Andrea Palladio, aunque eso solo Dios lo ve.

En algunos instantes, la conversación con su hermana encierra algo parecido a aquel «desencanto» de los Panero.

Puede ser, sí, quizá tenga un aire. Lo que no hay en el nuestro es la mediación de un director de cine. «Los Tusquets», en este sentido, es un diálogo algo más directo.

También los Tusquets son una familia del bando vencedor.

Sí, pero ojo, no tan vencedor como sugiere mi hermana en sus libros. Es cierto que mis padres estuvieron en la Diagonal saludando la entrada de los nacionales (¡como tantísima gente!), pero no fueron muy fervorosos. De hecho, mi padre acabó haciéndose comunista.

No creo que fuera muy corriente, ni siquiera entre las familias del bando vencedor, que el amante de la madre fuese un miembro más, como parecen sugerir ustedes.

No era corriente, no. Como ya contamos en el libro, los Tusquets éramos bastante peculiares. Yo no sé si este hombre era amante de mi madre, pero mi hermana y yo llegamos a esa conclusión. Lo que con el tiempo me fue llamando la atención es que este señor, que se llamaba Antonio, jamás dijo nada que fuera ocurrente, o gracioso, o ingenioso… Nada. El hombre se sentaba a nuestra mesa (¡que, de hecho, era la suya!), se nos unía en los viajes, veraneaba con nosotros en Playa de Aro… Era como uno más, en efecto. Piense que la cosa llegó a un punto en que mi padre no solo tenía en cuenta los gustos o las apetencias de mi madre, sino también los de Antonio.

Y su padre, ¿nunca puso reparos?

Nunca, nunca… Tengo la teoría de que mi padre toleró la situación por amor. Quería tanto a mi madre que pensó que si mi madre era feliz de ese modo, pues qué se le iba a hacer. Mejor eso que quedarse sin ella. Otra posibilidad, claro, es que fuera indiferente a todo, pero en fin, nunca lo supimos, entre otras razones porque nunca llegamos a conocer de verdad a mi padre, nunca supimos quién era.

¿Cómo escribieron el libro?

Por mail, a vuelta de correo. Bueno, ésa era la idea en un principio, lo que pasa es que mi hermana no se aclara mucho con el correo electrónico y extravió parte del texto, lo que nos obligó a volver sobre lo ya escrito, rehacerlo…

Todo un debate, por cierto, el que mantienen usted y su hermana acerca de si los huéspedes del hotel Costa Brava eran franquistas o antifranquistas. ¿Se han puesto ya de acuerdo?

No, pero vaya, nunca aspiré a ponerme de acuerdo con ella. Ahora bien, hay cosas que no son discutibles: a diferencia de lo que dice mi hermana, comimos pan negro de racionamiento. Recuerdo perfectamente esa cartilla: una carpetita marrón tamaño Din A5, con gomitas y unos tickets perforados en su interior.

Otro punto de fricción con su hermana son los toros.

Ojo, que a mí también me gustan los animales y tengo sentimientos contradictorios. Pero me gustan los toros, sí. Me parecen el último gran espectáculo verdadero. Un espectáculo en que si el torero comete un error se deja la vida es una cosa muy seria. De hecho, no creo que los toros sean un espectáculo. Ni un fiesta, claro, eso resulta casi ofensivo. A mi modo de ver, tienen más que ver con el rito.

En los noventa se proclamó currista.

Hablé de Curro en Dios lo ve, sí. De él me fascinan muchas cosas, pero sobre todo que lo que le quite el sueño no sea el público, sino la posibilidad de defraudarse a sí mismo. «El público es interesante», decía Curro, «pero primero soy yo, segundo soy yo y tercero soy yo.» Eso es lo que le movía, construir, cuando el material lo permitía y él se sentía inspirado, una faena para el recuerdo. Cuando en 1997 me concedieron la Medalla de Oro a las Bellas Artes, resultó que otro de los galardonados era Curro Romero… ¡y otro el Viti! Casi me hizo más ilusión sacarme una foto con ellos que la imposición de la medalla.

Ahora le supongo morantista.

Ahora los toros están prohibidos.

Volviendo al libro, entre su hermana, usted y sus padres parece haber un gran desconocimiento mutuo.

Era una relación distante, sí. En eso fuimos como todas las familias. Esto que hacemos ahora de destinar tanto tiempo a jugar con los hijos, a estar con ellos, es relativamente novedoso.

Su amigo Félix de Azúa le hablaba precisamente de eso a propósito de su paternidad tardía. Le decía que lo importante, más que la diferencia de edad, es jugar con los hijos.

Ya, pero eso me lo decía antes de que él fuera padre. Je, recuerdo la cena de amigos en que nos empezó a decir (así, con ese modo tan estupendo que tiene de decir las cosas) que tal vez su edad fuera la adecuada para plantearse la paternidad, que el hecho de tener ya unos años no sólo no era un problema sino que podía ser una ventaja, todo en plan muy filosófico. Entonces una amiga le dijo: «No me digas más, habéis decidido ser padres». A lo que Félix, claro, no pudo más que asentir.

Oscar Tusquets para Jot Down 2

Uno de los lugares sobre los que usted y su hermana hablan con profusión es el hotel Costa Brava, en Playa de Aro, topónimo que, por cierto, escribe usted así, en castellano.

Es que no veo razón para decir «Platja d’Aro», si siempre he dicho «Playa de Aro». Me ocurre lo mismo con la calle Pelayo: para mí nunca fue Pelai. Y la Diagonal siempre fue la Diagonal, jamás avenida del Generalísimo.

En el Costa Brava veraneaban también los Herralde, los Cottet, el doctor Trueta…

La mayoría de los huéspedes eran familias de la burguesía local, sí, pero ya se empezaban a ver los primeros extranjeros.

Incluso para aquellos extranjeros debía de ser insólito que dos críos veraneasen sin sus padres.

Lo era, lo era… Mis padres pasaban con nosotros el fin de semana, el resto de los días quedábamos a cargo de una chica de servicio. Uno de mis primeros recuerdos tiene que ver precisamente con un castigo impuesto por una de aquellas criadas. Me prohibió bajar a la playa y me encerró en la habitación; en un momento en que vino a ver cómo estaba, logré que me dejara ir al lavabo y aproveché para escapar, para asombro del resto de los huéspedes. Al final estuve una semana sin bajar a la playa. Esas cosas acaba recordando uno.

En Todo es comparable, le escribía una carta a su colega Álvaro Siza en la que le hacía notar que uno de sus edificios estaba mal construido; que él, de hecho, era un mal constructor.

Sí, pero aquella carta era, antes que nada, un elogio. Un tipo admirable, Siza. Ahora precisamente hemos coincidido en las estaciones del arte del metro de Nápoles [a finales de los noventa, las autoridades napolitanas encargaron a una serie de arquitectos de renombre la proyección de varias estaciones de las líneas 1 y 6, en lo que se conoce como Stazioni dell’Arte.] A mí me encargaron la estación de Toledo, que se acaba de inaugurar, y a Siza la de Municipio. Un trabajo tan agradecido como desesperante, aunque Siza lo está teniendo algo más complicado; su estación está más pegada al puerto, en una zona con muchísimas construcciones protegidas, lo que siempre implica burocracia, modificaciones, problemas…

¿Sabe si llegó a leer aquella carta?

Sí, y no creo que le hiciera mucha gracia. Eso sí, cuando nos vemos nos seguimos dando un abrazo.

Usted escribió que los ingenieros les querían poco porque ustedes los arquitectos follaban más.

Bueno, lo que escribí exactamente fue que los ingenieros creían que nosotros follábamos más. Y claro, los ingenieros siempre tienen razón. Pero que conste que yo con los ingenieros me he llevado siempre muy bien. Y he apreciado mucho su trabajo.

Tanto lo apreciaba que acabó por hacerlo.

Pues los arquitectos se han tendido a quejar de lo contrario, de que cada vez hay más ingenieros haciendo obra privada. Ahora que, por mí, ¡ojalá la hicieran toda y nos dejaran a nosotros los estadios!

Es usted un arquitecto atípico.

Puede ser, sí. Yo lo que quería era ser pintor, pero mi padre me dijo que era un gran riesgo, y me sugirió que hiciera una carrera algo más segura, algo que me permitiera defenderme económicamente. Y yo elegí arquitectura. Pero sí, es probable que no sea muy representativo de la profesión, porque me ha gustado pintar, diseñar objetos y muebles, escribir… Lo que pasa es que la arquitectura es un vicio, y un vicio caro. Una vez que te has metido en ella, es difícil dejarla. Yo creo que tiene razón Josep Pla cuando dice que lo que más le emociona de un paisaje es la intervención del hombre; que le emociona muchísimo más un huerto bien nivelado, con un muro de contención y una canalización de agua, que el Gran Cañón del Colorado. Que el Gran Cañón del Colorado le acojona, pero no le emociona. Un arquitecto tiene la obligación de que la naturaleza, tal como es, no le guste demasiado, porque si no nuestra profesión qué sentido tiene. Yo en cuanto veo cualquier naturaleza virgen, lo primero que se me ocurre es qué podría hacer para hacerla más habitable o más bella.

¿De cuál de sus obras está más orgulloso?

Es difícil quedarse con una, pero por su proyección pública, por las muchas personas que pasan por allí, tal vez el auditorio Alfredo Kraus, en Las Palmas. También la reforma del Palau de la Música fue importante.

Sus trabajos en el Palau, por cierto, se han saldado con su nombre en los periódicos por el llamado caso Millet.

Pero el trabajo ahí queda.

Debió de ser un cliente peculiar, el Sr. Millet.

Pues le diré que rara vez me movió una coma. En lo sustancial, la reforma que hice fue la que quería hacer. Eso sí, todo lo que tenía que ver con proveedores o constructores era de su negociado, en ese capítulo nunca me dio voz ni voto. ¡Ahora entiendo por qué, claro! De todos modos, Millet no fue el único que se llevó dinero del Palau; parece bastante claro que ahí hay un caso de financiación irregular de un partido político.

[Una semana después de la entrevista, los periódicos se hicieron eco de la policía autonómica catalana que concluía que Convergencia Democrática de Cataluña obtuvo fondos del Palau de la Música, fundamentalmente a través de un circuito que tenía sus vértices en la constructora Ferrovial y la Fundación Trías Fargas]

Su gran maestro fue Federico Correa.

He tenido varios, pero Federico fue uno de los más imporantes, si no el que más. No era muy normal, en aquella Escuela de Arquitectura de principios de los sesenta, que un profesor le hablara a uno de Le Corbusier, de la belleza de la lógica, de los peligros del formalismo… Ya entonces era un dandy, con su abrigo de piel de camello, sus fiestas en Cadaqués. En una de esas fiestas conocí a Dalí, mi otro gran maestro. ¿Sabe, por cierto, cuál es la diferencia, según Dalí, entre un snob y un dandy?

Un snob, decía Dalí, es el que se hace notar para que lo inviten a una fiesta; un dandy, en cambio, es el que se hace notar para que lo echen a patadas de la fiesta.

[Quien ha hablado no es Tusquets, sino el mismísimo Dalí, que de pronto ha cobrado vida en el rostro del arquitecto. La mirada altiva, la voz engolada, esa grácil suficiencia ampurdanesa. En cierto modo, Tusquets también se ha ganado el derecho a que lo echen de las fiestas, pues cultivó el desacato desde muy temprana edad. Sirva este artículo de 1974 publicado en la revista de crítica arquitectónica Arquitectura Bis, en que denuncia la fealdad del Palau Blaugrana y la Pista de Gel e insta al entonces presidente del F.C. Barcelona, Agustí Montal, a contratar los servicios del arquitecto Alvar Aalto. (Culé de pro, Tusquets presume de saberse de memoria la delantera de las cinco copas —Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón— mucho antes de que Serrat la inmortalizara. «No en vano», relata, «cuando hace años fui sometido al cuestionario Proust, en la cuestión ‘un héroe de la vida real’, a la que todos los progres respondían ‘ninguno’, yo, tras una profunda reflexión, contesté: ‘Ladislao Kubala'»]

Oscar Tusquets para Jot Down 3

¿Era frecuente que profesores y alumnos coincidieran en las fiestas?

Es que Federico era mucho más que eso. Piense que luego tuve la inmensa fortuna de trabajar en su estudio, con lo que la relación se fue estrechando, pero ya entonces no éramos solo catedrático y alumno. Recuerdo, por ejemplo, cómo en una de aquellas fiestas beodas nos hizo un striptease absolutamente delicioso.

Se bebió mucho, en aquellos años.

¡También eso Federico lo hacía bien! Tenía unas borracheras divertidísimas. Nada que ver, por ejemplo, con las de Ferrater, que eran agrias, violentas.

Antes de ir con Dalí, déjeme preguntarle por José Antonio Coderch.

¡Ése sí que era un vencedor! Con aquel blazer, su aire de castellano viejo, sus ideas absolutamente quijotescas… Hoy Coderch es un arquitecto respetado, pero no siempre fue así; la progresía de la época tenía un peso tremendo en el mundo de la cultura y Coderch representaba todo lo que ellos repudiaban, un poco como Pla, como Dalí, como Boadella… Esta cosa tan catalana de repudiar lo mejor de sí. Muy al final de su vida, el político Trias Fargas le preguntó si aceptaría la Creu de Sant Jordi que la Generalitat pretendía concederle y Coderch, según me contó él mismo, les respondió que qué se creían, que si consideraban que no se la merecía que no se la ofreciesen, y que si se la merecía, que se arriesgasen a que él la rechazase. Ése era Coderch.

Entre Correa y Coderch, ¿qué clase de relación hubo?

Correa lo admiraba muchísimo, lo que pasa es que la relación se enfrió cuando Federico fue expulsado de su cargo de profesor en la Escuela de Arquitectura por un motivo político —creo que por negarse a acatar los Principios Fundamentales del Movimiento, o por apoyar un manifiesto estudiantil, o algo así— y el entonces director, Roberto Terradas, intentó convencer a Coderch, que había sido el gran maestro de Correa, para que lo sustituyera. Y Coderch aceptó. Nunca se me olvidará la incredulidad de Federico ante la noticia, ni su llamada telefónica a José Antonio, ni su desconsuelo cuando éste le confirmó que sí, que había aceptado, y le echó en cara que fuera un «compañero de viaje» de los comunistas.

«Ahora que la crisis y las modas han reducido drásticamente la posibilidad de expresarme como arquitecto», dice en Tiempos que fueron. ¡No me diga que tampoco usted tiene trabajo!

Voy haciendo alguna cosa fuera, pero aquí no construye nadie. Cuando ahora me preguntan si aconsejaría estudiar arquitectura respondo que sí, pero no porque eso te asegure nada, sino por curiosidad intelectual, por lo que pueda aprender uno de arte, porque trabajar de arquitecto está muy difícil. Hay que tener en cuenta, además, que antes solo había dos escuelas: Barcelona y Madrid. Ahora en cambio hay decenas, de las que cada año salen cientos de arquitectos. El panorama es verdaderamente sombrío.

«Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación…»

… Y escritor por deseo de ganar amigos. Esto último lo añadí yo. Lo anterior fue cosa de un crítico e historiador del diseño, el napolitano Vanni Pasca. Lo escribió en un artículo y me acompaña desde entonces a modo de presentación. Lo de escribir para gustar a los amigos me lo acabó tomando prestado Gabriel García Márquez, a quien se lo había dicho una noche de copas, en Barcelona.

Esa idea, la de que escribe no para follar más, que es lo que se suele decir (lo que decía Serrat, por ejemplo, cuando le preguntaban por qué cantaba), sino para agradar a sus amigos, esa idea, digo, la recalca varias veces en sus libros.

Es verdad, sí. En cierta ocasión, alguien dijo que leer mis libros era como cenar conmigo. Me gustó. De mis libros se venden unos 10.000 ejemplares, así que con cada uno que publico es como si saliera a cenar 10.000 veces. No está mal.

En materia de cocina, por cierto, no le conozco ninguna disidencia.

Bueno, no sé si disidencia, pero escribí un prólogo para el libro La palabra pintada, de Tom Wolfe, en el que hablo del tema. Si no hubiera sido un prólogo, tal vez habría hecho algo más de ruido. Contaba, por ejemplo, algo que nos ocurrió en un restaurante de éstos a mí y a Miguel Milá, el diseñador. La carta estaba atestada de palabras extrañísimas, de eso que llaman «conceptos». Y el maître, que nos debió de notar algo contrariados, le preguntó a Milá: “¿Está el señor familiarizado con nuestra carta?» A lo que Milá (al que le salió su tartamudez y esa gracia innata que tienen todos los Milá) respondió: «No, hoy es el primer día que acudo a clase”.

¿Qué más dice en ese prólogo?

Hablo de Ferran Adrià, de que Adrià fuera el artista invitado a la Documenta de Kassel en 2008.

¿Y?

Es fuerte.

Ah, ¿sí?

A mí me parece que sí, pero más allá de eso, lo que sostengo es que la profecía que formuló Tom Wolfe respecto al arte, aquello de que las obras de arte acabarían siendo una mera ilustración de los tipos que las explican, de los teóricos, se ha acabado cumpliendo… ¡en la alta cocina!

[Leído el prólogo, la anécdota del cocinero Quique Dacosta es aún más cáustica que la de Milá. Y bastante más reveladora, por cierto, del papanatismo de la alta cocina: «Asistimos a los restaurantes de la Nueva Cocina quizá a sorprendernos pero seguro que a tomar lección; no a disfrutar. O sea, como los cineforums de mi juventud: la consabida tabarra vanguardista. Al finalizar la conferencia de un reputado y estrellado cocinero del Levante español (rematemos: Quique Dacosta), una de las asistentes se atreve a preguntar respetuosamente si los representantes de la Nueva Cocina serán capaces de dejar recetas útiles. El cocinero, algo ofendido, responde: “Señora, nosotros no dejamos recetas, dejamos conceptos”. Puro Wolfe.» 100% Tusquets]

En Dalí y otros amigos defiende que el franquismo que profesa Dalí es algo así como una fachada, una irreverencia más del pintor, pero que no puede tomarse en serio.

Era una pose, claro. Una vez Franco le visitó en su casa de Portlligat y, en un momento en que los dos estaban mirando al horizonte, le dijo: «Dalí, ¿se ha fijado en el azul del mar? Parece un Veermer«. Al contármelo, Dalí me dijo: «Esto del azul del mar se lo han preparado, claro. ¡Qué sabrá este hombre de Veermer!» Otro detalle muy significativo es que Dalí toleraba bromas sobre Franco, pero no sobre el futuro rey.

La última irreverencia de Dalí fue dejar toda su obra al Estado español.

Yo creo que fue una cosa muy de última hora. Y le diré más: creo que el responsable de que Dalí testara de ese modo fue Max Cahner, el consejero de Cultura del primer Gobierno de Pujol. Probablemente no había un tipo que odiara tanto lo que representaba Dalí como Max Cahner, que tenía lo peor de los alemanes y lo peor de los catalanes. De los alemanes, la rudeza; de los catalanes, lo miserable. No estuvieron juntos más que unos minutos, pero Dalí tuvo suficiente. Al poco de esa entrevista, llamó al notario. No descarto que tocara otro punto, que lo que modificara no fuera lo de Cataluña, pero casi pondría la mano en el fuego, fue eso lo que mandó cambiar. Porque lo cierto es que con Maragall, Dalí tuvo una relación más bien afectuosa. Pero con éstos no podía, y sobre todo era consciente de que ellos tampoco podían con él.

[Tengo la impresión de que Tusquets siempre ha sido renuente a convertirse en el biógrafo oficial de Dalí, si bien su vínculo con el personaje es algo equívoco: por un lado, huye del boato académico; por otro, deja ver en sus palabras una cierta vocación de custodio. Actualmente, asesora a los comisarios de la exposición sobre Dalí que prepara el Centro Pompidou. Tusquets ha intervenido en otras cinco. Su ‘daliniana’ por antonomasia, no obstante, es la Sala Mae West, que proyectó en vida del pintor y que puede verse en el Teatro-Museo Dalí, en Figueras]

Le presenté un boceto al maestro y le pareció magnífico, me dijo: «Bé, Tusquets, em sembla molt bé». La verdad es que aquel día estaba con unas chicas y no se fijó mucho en lo que le proponía, pero sí, al final aquello se acabó haciendo. Lo que nos dio más problemas fueron los ojos, que son dos reproducciones ampliadas de las vistas de París que hay en el cuadro de Dalí, en el original. Entonces (le hablo de 1972) no teníamos photoshop y todas estas cosas que hay ahora, así que nos queaba demasiada trama, demasiado grano. A Oriol Maspons y a mí no nos convencía y se lo dije a Dalí, pero a él le pareció magnífico. «Es fantástico, Tusquets, parecen pinturas puntillistas». ¿Ve? Ése era otro gran rasgo de Dalí: en cualquier desastre veía algo positivo. Si en la foto salía trama, decía que fantástico, que el cuadro parecía puntillismo; si nos quedábamos atrapados en un atasco, decía que gracias al atasco estábamos pudiendo admirar la puesta de sol… Dalí le sacaba partido a todo.

Al terminar la entrevista, nos mostrará el estudio, en el que aguarda un cuadro donde se perfila, inacabada, su Barcelona. Se trata de una vista de la ciudad desde casa de un amigo, en Can Caralleu; eso que hoy llaman Collserola y que siempre fue la falda del Tibidabo. En la pintura se advierte un sutil forcejeo con el paisaje, una cierta voluntad de domesticación. Su mujer, Eva, entra en casa. Las últimas palabras de la conversación, ya una mera cortesía, se enmarañan en Félix de Azúa. «Es que Félix siempre ha ido con mujeres muy guapas», dice Tusquets. Y yo, que aún conservo la vista, no puedo reprimir una postrera nota el pie: «Como usted, Tusquets, como usted».

Oscar Tusquets para Jot Down 4

 

Fotografía: Alberto Gamazo

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25 Comentarios

  1. Palladio, Andrea Palladio. Un grande en la composición de los elementos arquitectónicos, es básico en Tusquets. Como un par de pilonas, como el par de eles de su apellido. Lo mejor de la entrevista es lo que ha dejado ver entre líneas, mérito de quien fue a visitarlo, gracias.

  2. Otra entrevista que se me hace corta. Unos tanto y otros tan poco

  3. Gran entrevista y magníficas fotos.

  4. juan luis

    Coincido. Una entrevista estupenda.Por el entrevistador y el entrevistado. Enhorabuena,

  5. Magnífica entrevista. Pero como siempre, el interés en España por la arquitectura, nulo. 4 comentarios, si fuese una entrevista a cualquier personaje televisivo ya tendríamos unos 50.
    Interesante vida la de este señor, e interesante obra.

  6. Pingback: Una especie en extinción | DEM

  7. Lo mejor que os leído en los últimos dos meses (En la sección de entrevistas, me refiero).

    Quizá sean este tipo de personajes los que aporten un poco de aire fresco a tanta retahíla y maniqueísmo.

    Saludos

  8. Sólo es reprochable la brevedad, al menos en comparación a otras entrevistas en este medio…

    Gran entrevistador, gran entrevistado, gran química entre ambos. Enhorabuena.

  9. Yo sigo echando en falta que se indique la fecha de la entrevista. No entiendo la reticencia a dar ese dato. Por lo demás, fenomenal. Gracias y un saludo.

  10. fueradejuego

    No soy arquitecto ni lo pretendo (aunque ganarme la vida dibujando ha sido siempre mi sueño frustrado) pero creo que tampoco hace falta serlo para apreciar lo interesante que es este señor,de una familia ya interesante de por sí y con un círculo de amistades también con mucho mundo.Y lo más enriquecedor de todo es ver esa otra parte de la intelectualidad nacional,muchas veces relegada a un segundo plano por esa otra intelectualidad que parece que tiene el monopolio del saber al igual que sus opuestos lo tienen en temas como la economía,la política,etc.Parece que haya habido un reparto preacordado de flujos de influencia y el que haya gente como este señor para romper un poco la tendencia es de agradecer.

  11. Enhorabuena por la entrevista; es brillante porque Tusquets es brillante. Lástima que se hable poco de lo que el tanto sabe: de arquitectura. Y puestos a escoger, prefiero la ampliación del Palau al auditorio de Las Palmas que es, dicho sea de paso, sino el mejor, uno de los mejores del torrente de auditorios que se han construido en España. Pero su trabajo en el edificio de Domènech i Montaner es sencillamente magistral.
    Gracias maestro.

  12. Cárgate mas paisajes.

  13. » Un arquitecto tiene la obligación de que la naturaleza no le guste demasiado».

    Creo que se equivoca con esa reflexión, los arquitectos están obligados a respetar la naturaleza, trabajar con ella y aprovechar los recursos inagotables que nos ofrece, como el sol.

  14. Se ve al entrevistador muy puesto en Tusquets; seguro que se le podía haber sacado más jugo, mucho más, especialmente en el terreno arquitectónico.

    Las fotos me han encantado.

  15. Blackkader

    joer al ver la foto pensé que era un entrevista con Spielberg…
    :-)

  16. Respecto a la frase que se ha resaltado en el titular: estoy muy de acuerdo. Creo que Poe escribió sobre como la naturaleza no podía igualar la belleza meditada que propone el hombre. Lo hacía, en parte, para meterse con el trascendentalismo y sus nociones panteístas que estaban tan de moda en su época.

    Pero es cierto que cuando miramos un paisaje natural (y aquí estoy hablando de belleza) siempre podremos encontrar algo que no queda bien, que podríamos quitar o alterar con la mejora de la estampa.

  17. Palladio, por favor. A este paso acabaré leyendo da Vinchi o Janfri Bogart.

    Sigo con asiduidad la revista y a menudo me sorprenden errores como éste. Si una revista se autodenomina cultural, como mínimo debería preocuparse de detalles como escribir correctamente los nombres de los personajes históricos a los que hace referencia, o la búsqueda de sinónimos con el fin de no repetir el mismo término una y otra vez. Todavía tengo empacho de «colmatada» a causa de leer el artículo sobre urbanismo publicado hace poco.

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