Eros Ocio y Vicio

Cuando Harry se dio cuenta de que Sally fingía (y otros orgasmos)

Si hay que hablar de orgasmos fingidos, y hay que hablar de orgasmos fingidos, debemos recordar la escena de Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally: Billy Crystal está convencido de que las mujeres, al menos con él, no han fingido ningún orgasmo. Meg Ryan le dice que, como el resto de hombres, cree que nunca le ha pasado. Él está convencido de que notaría la diferencia. Entonces llega uno de los momentos más emblemáticos del cine, uno de los orgasmos más recordados de la historia. Ryan deja de comer y, en medio del bar, empieza a simular un orgasmo.

Los gemidos de Meg Ryan son propios de alguien que, para incredulidad de su compañero, no lo ha hecho por primera vez. Y probablemente no será la última. ¿Qué pasa? ¿Por qué la mujer necesita fingir un orgasmo? ¿Por quién lo hace? ¿Prefiere el hombre asumir que la mujer finge o asumir que hay veces que, mire usted, no se puede? ¿Por qué la mujer tiene necesidad de mentir? ¿Por qué el orgasmo fingido es a menudo, en cuanto a calidad sonora y respiratoria, mucho mejor que el verdadero? Lo que está claro es que, sea como sea, el hombre no se da cuenta, aunque crea, como Billy Crystal, que notaría la diferencia. No, no puede notar la diferencia porque parece menos real el verdadero, porque es más discreto. El doctor Morgentaler asegura que el hombre también finge orgasmos en favor del placer o el ego de sus parejas, aunque para ello necesite utilizar preservativo por motivos evidentes. En cualquier caso, la mujer es siempre la sospechosa, precisamente porque no hay evidencia: hay que creerse que ha conseguido llegar. Hay diferentes teorías en cuanto al motivo por el que se fingen los orgasmos, y algunas son opuestas. Por una parte, podría tratarse de mujeres que quieren hacer creer al hombre que están sexualmente satisfechas, para obtener a cambio un equilibro y una estabilidad en la pareja. Por otra parte, el hombre podría fingir el orgasmo, igual que la mujer, por no ofender el ego del otro. Ellas no quieren herir y ellos, que son socialmente considerados máquinas sexuales que no tienen problemas para llegar al clímax, ofenderían profundamente a la mujer: si es tan fácil que el hombre llegue al orgasmo, ¿por qué yo no lo consigo? En definitiva, se trata de un complejo de inferioridad, pero no propio, sino el complejo que le atribuimos al otro: lo hacemos por nuestras parejas para que no se frustren sexualmente.

Pero Meg Ryan no es la única que hace alarde de lo bien que finge un orgasmo. Verónica Forqué es prostituta en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y su cliente quiere que Carmen Maura esté presente para verlo todo. Pero lo único que ve Carmen Maura es cómo Forqué finge excelentemente un orgasmo. El hombre les asegura que es un semental y es capaz de darle placer a todas las mujeres, pero Verónica Forqué solo encuentra el momento idóneo para demostrar sus dotes de actriz, de mujer fingidora. Son muchas las escenas que nos ha dado el cine de mujeres que están aburridas mientras mantienen relaciones sexuales, incluso que son capaces de hacer otras cosas mientras se acuestan con alguien. La mujer está pensada para dar placer al hombre, en muchos aspectos de la vida, y cuando se trata de la cama no es diferente: si él quiere, habrá que hacerlo. El hombre queda ridiculizado creyéndose muy hombre, muy viril, mientras que la mujer queda retratada con gran frivolidad. El sexo no siempre está relacionado con el placer, sino con el ego, y de ahí vienen los orgasmos fingidos, las mujeres que están pensando en la compra del día siguiente mientras gimen escandalosamente, sin olvidarnos del posterior cigarro en el que él parece el Dios de la sexualidad y ella una mentirosa por piedad: la mujer se abre de piernas y finge como si le diera una palmadita en la espalda.

El caso contrario, o no tanto todavía, es un orgasmo radiofónico. Exactamente. En la película Private Parts. El locutor hace el amor con Robbin, una radioyente que confiesa despertarse todos los días pensando en él. Para solucionarlo, le da instrucciones de que suba los graves del altavoz y se siente encima, mientras su compañera de radio le dice que una mujer no se excita con algo así. Una mujer no se excita con algo así, pero puede tener un orgasmo comiendo una hamburguesa o limándose las uñas frente a Carmen Maura. El locutor provoca cosquilleos con su voz a través del micro y consigue darle un orgasmo a la mujer, que, por otra parte, no deja de ser otra actriz, a lo Forqué, que se frota con un bafle. ¿Nota usted la diferencia? Probablemente no lo note, Billy Crystal y otros no lo notarían, porque están acostumbrados a que la mayoría de orgasmos sean fingidos: no deberían extrañarse tanto, ellos también lo hacen. El hombre puede eyacular sin orgasmo o tener un orgasmo sin eyacular (por ejemplo, los prepúberes o adultos con medicación), pero la mujer no lo creería. Cómo no va a tener un orgasmo, cómo va a ir separado de la eyaculación.

Jane Fonda, en Barbarella, siente exactamente lo mismo que la mujer del altavoz, pero en una máquina creada para el placer de la mujer. Ahí dentro, Fonda retoza, abre los ojos y sin gritar ni gemir en exceso, tiene un orgasmo sin necesidad del hombre, como la radioyente. Por eso sabemos que no está fingiendo: la máquina no se va a ofender con ella. Los orgasmos cinematográficos mejor fingidos siempre son para demostrar algo: para esquivar al hombre, para no ofender su ego, o para hacerle ver que no son tan despiertos para detectar cuándo una mujer les está engañando. Normalmente el orgasmo fingido se da porque a la mujer no le apetece mantener relaciones sexuales pero accede, le permite al hombre que cumpla sus deseos, y se ofrece con desgana, como un objeto. Los hombres, en el mundo de los tópicos, siempre están por encima en la escala del deseo y las mujeres siempre se quejan. A la máquina de Barbarella no le importa si Jane Fonda tiene o no un orgasmo, si va a acabar quemando el aparato o si se va a quedar fría. La máquina no tiene sentimientos, con la máquina no tiene después que irse a dormir, y la máquina no le va a preguntar si es que ya no la desea o si hay otra persona. Jane Fonda no le va a tener que responder que está muy cansada y que no hay ningún problema, es que ha tenido un día duro, tampoco va a tener que explicarle que tiene demasiadas cosas en la cabeza y no puede concentrarse, ni va a decirle que tiene miedo de que el niño entre a la habitación y los pille. Está creada para dar placer, no para dar explicaciones ni motivos: no para reproducirse, no para intimar; para el placer exclusivamente.

Audrey Tautou, siendo Amélie, se pregunta cuántos orgasmos deben de estarse viviendo en aquel mismo momento en la ciudad, y nos ofrece un pequeño catálogo de gemidos y gritos. Woody Allen, en cambio, quiere dejarse de tonterías y lo que de verdad desea para el futuro es que el tabaco sea bueno para la salud y exista el Orgasmatrón, una máquina diseñada para que las parejas, como si fuera un ascensor, entren y obtengan placer de una manera limpia y tranquila, sin fingimientos, sin engaño. El equilibrio matrimonial está a menudo relacionado con la sexualidad, y ese es uno de los motivos por el que las mujeres reconocen fingir los orgasmos, y en menor medida también los hombres. El sexo siempre ha tenido que ver con la lujuria, la depravación y el pecado, así que antes el ciudadano común no se atrevía a experimentar con el sexo porque estaba prohibido; no había que fingir, porque nadie esperaba obtener placer de un pecado (excepto los que habían acabado con su propio tabú). La mujer no se veía obligada a fingir orgasmos porque se veía obligada a reproducirse. Pero en cuanto llegó la liberación sexual, a la mujer se le ofreció la posibilidad algo más, algo que el hombre ya practicaba: y como existía tanto desconocimiento y tanta torpeza, se adaptó al placer sexual fingiendo. Por increíble que nos parezca a las generaciones actuales, hay mujeres que no han sentido un orgasmo en su vida: primero porque no tenían información de cómo alcanzarlo, segundo porque al hombre nadie le pedía que proporcionara placer. O bien le parecía ofensivo que la mujer quisiera pasárselo estupendamente como él, o bien no la creía merecedora y acababa antes de tiempo. El sexo era el momento del hombre y no tenía por qué recrearse en el cuerpo de la mujer: bastante hacía con preñarla y darle lo que quería. La sociedad actual está mucho más preparada para el placer femenino, pero aun así la mujer se responsabiliza del ego del hombre fingiendo. ¿Hasta qué punto, hasta dónde son capaces de llegar para no dañar la imagen sexual de sus compañeros? Hasta que una mujer como Marilyn Monroe confiese a su psiquiatra que no tuvo nunca un orgasmo. La mujer más deseada murió sin correrse.

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29 Comentarios

  1. «La mujer está pensada para dar placer al hombre, en muchos aspectos de la vida, y cuando se trata de la cama no es diferente: si él quiere, habrá que hacerlo.»

    Dime en qué país o ciudad ocurre eso que voy volando, porque yo toda la vida he follado solo cuando me han dejado y para ello he tenido que pagar unas cuantas fantas, reales o metafóricas. Como tantos otros, por otra parte. Por mi experiencia lo único que está pensado para dar placer al hombre es su mano.

  2. Buen artículo pero estoy hartísimo del tema sexual. Que cansinez de tema, todo el día y por todos lados.

  3. ¿Que Marilyn murío sin tener ni un orgasmo? Será ni un solo orgasmo con un hombre, sola sí ¿No?

    Fingir no lleva a ningún sitio. El orgasmo es una señal de que lo están haciendo bien, si lo das sin merecerlo, es poco probable que guste a menudo y, si no gusta, ¿qué sentido tiene el sexo?

    • Fingir no lleva a ningún sitio, claro que no. Los hombres no nos sentimos demasiado mal si nos dicen que no han tenido un orgasmo pero nos muestran interés en conseguirlo con nosotros de manera inmediata. el problema es decir: «no, no me corrí» y ahí se queda la cosa. Tampoco hay que hacer recaer sobre el hombre la responsabilidad del orgasmo femenino, pero, de una manera o de otra, hay que pedir. Las claves son la actitud y el diálogo, que si son buenos, no nos garantizan un sexo de campanillas, pero seguro que nos hacen mejorarlo.

      • Sí, estoy de acuerdo contigo. Leyendo otra vez mi comentario es cierto que parece que toda la responsabilidad la tenéis vosotros y, evidentemente, no, es cosa de dos.

  4. Fantástico artículo. Llevo mucho tiempo queriendo «salir del armario» hablando sobre los orgamos fingidos, pero claro… eso implica hablar de mis orgasmos fingidos. Jaja. Todos los hombres con los que he estado han creído que eran los ÚNICOS con los que jamás había fingido. Porque claro, yo no me he cansado de decir a todos mis amigos o a mis ex follamigos que si una mujer finge, no se enteran ni de coña. Y así es.

    • No entiendo de que te jactas. La que sufre las consecuencias eres tú. Si finges un orgasmo lo único que consigues es perpetuar una manera de practicar el sexo que no te satisface. Así que me río yo de ti. Jaja

    • Igual deberías plantearte dejar de fingir.

    • Es cierto que un hombre no se da cuenta si una mujer finge pero eso no quita que es muy triste lo que haces. En vez de hacer lo posible por tenerlos, te vanaglorias de fingirlos. Eso es triste. Nunca he tenido que fingirlos y con mi ex nunca tuve uno porque no sabia lo que hacía. Él pensaba que yo los tenía y no sé porqué porque nunca me corría. La pregunta es: ¿Los hombres están tan centrados en su propio placer que les da igual si nosotras llegamos o no?

  5. Maestro Ciruela

    Me da la impresión de que aquí escribe mucho, gente que ha follado muy poco.
    Me explico:
    Los orgasmos verdaderos no se pueden fingir, señoras y señores. Un orgasmo femenino no es que una señora se ponga a dar gemidos de gatita o gritos de verdulera. Los verdaderos, hacen que se altere la respiración, se sude más, la mirada se torne vidriosa, la voz, entrecortada y la vagina se lubrique más que al principio además de las correspondientes contracciones. Después del clímax se va recuperando el aliento y el sentido; sí, porque si le dicen a una mujer que se está corriendo de verdad, cualquier cosa que no tenga que ver con la faena, no se va a enterar o les va a mandar a tomar pol culo, ¿estamos…? Estas respuestas fisiológicas no se pueden fingir aunque se quiera, y otras, les aseguro que cualquiera levemente intuitivo, percibe cuando son verdaderas.
    Por lo menos, eso es lo que un servidor ha vivido en su ya larga experiencia…

  6. Me gusta el articulo.
    Pero… por que se centra tan sólo en el sexo femenino?. Los hombres tan bien fingen.
    Lo que me ha llamado la atención son los comentarios ( con todo el respeto).
    Tal vez nos tendríamos que preguntar porque se finge y porque le damos tanta importancia. ¿ Existe algún beneficio, satisfacción si fingimos?.
    Estamos por desgracia impregnados de perjuicios.
    El sexo es un placer, es un estimulo como otros y quien no comparta esto que no lo practique.
    Da igual que el sexo se realice por sexo, por amor…. Lo importante es lo que uno sienta, disfrute y comparta.
    El orgasmo?. Llega si uno siente, disfruta y si no llega, no llega, porque el objetivo es el placer.
    Porque el sexo no es orgasmo; el objetivo.
    El sexo es el placer en lo que hacemos, compartimos y sentimos en ese mismo instante.

  7. Hombre, es que si vamos por ahí fingiendo orgasmos, normal que algunos hombres terminen confundidos. Otra cosa ya es que se jacten de hacer correrse a las mujeres. Como si fuera mérito de uno, como si el sexo no fuera cosa de dos…
    Follar con insinceridad es la propia recompensa de follar con insinceridad.

  8. Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!

  9. Yo sí me doy cuenta, pero interpreto el papel del tonto: me comporto como si creyese que ha llegado al orgasmo, como si no me hubiese dado cuenta de que lo ha fingido. Lo hago principalmente por dos motivos. El primero es porque no quiero que sepa que lo sé. Si lo supiera, si supiera que no me engaña y que en realidad se engaña a ella misma, la relación no se sotendría y, sobre todo, sería consciente de que ‘veo’ más allá. Y esto último no me interesa en absoluto. El segundo motivo es porque no quiero ponerla en evidencia: poner en evidencia a las personas es la peor de las opciones en lo que a intercambios sociales entre humanos se refiere. Si le muestras a alguien sus vergüenzas, finiquitas la relación y haces sentir a esa persona desnuda. Esto no es malo a priori, pero en la mayoría de las ocasiones la mayor parte del personal no logra rehacerse de esa ‘desnudez’. Si se produjese (lo sé por relaciones pasadas con mis ex), empezaría a verla o empezaríamos a vernos como una especie de ‘hermanos’; cristalinos, sin afecto, sin esa red de reglas no escritas que hacen que un hombre y una mujer mantenga un pulso y que este se traduzca en una relación. No sé si me explico. Probablemente no me entendáis.

    En cuanto al artículo, he de decir que es un artículo más sobre orgasmos, con la serie típica de clichés alrededor del tema. ¡Por supuesto que se puede saber cuándo finge y cuando no! Y no solo eso. La cuestión del orgasmo es extensible a cualquier otra actitud que pueda ser puesta bajo una mirilla para así saber si es verdad o no. Es cierto que cuando estoy follando, seguramente, mis sentidos se nublan y que probablemente cuando me estoy corriendo no soy tan consciente de lo que dice y hace ella como cuando comemos los dos frente a frente en una mesa. Pero salvado el último suspiro de placer, a su primera palabra, sabes si se ha corrido o no. Es más, todos lo sabemos, o por lo menos estoy seguro de que una gran mayoría de tíos sabemos si ellas se han corrido o no. Pero, probable y desgraciadamente, el número de tíos que se enfrentan a este ‘dato’ de forma cruda y frontal no es tan grande.

    Sabes si se corre. Sabes si te quiere. Sabes si quiere tu dinero/polla/comprensión/compañía/amor/etc. Por supuesto que se puede saber. Yo, en mi caso particular, no dejaré que se dé cuenta. Me interesa que me vea cómo ve Marge a Hommer.

  10. Pingback: Sobre orgasmos fingidos | elsexofemenino

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