Ciencias Oceans Curiosity & Commitment

El último recurso: minería en la Antártida

Hemos hablado un poco de Ocean Curiosities, o de lo que nos empuja a investigar a los científicos de todo tipo los mares del planeta (en especial algunos avances en la Antártida). Sin embargo, por el momento no nos hemos metido con la otra parte, la de Commitment, la de compromiso, basada en la parte más polémica del uso que estamos haciendo de nuestros océanos. No me quiero mover, por el momento, del continente blanco, y quiero plantear aquí una pequeña reflexión de lo que creo puede ser el futuro del lugar más poco explorado, hostil y despoblado del planeta. Creo que puede servir para enfocar un problema mucho más amplio, que es la carrera hacia el abismo que nos empeñamos en correr explotando nuestros recursos finitos en un planeta finito.

En el año 2010 Toni Polo y yo publicamos una novela futurista sobre un problema poco conocido pero que intentaba recoger la codicia y desesperación humana por mantener un estatus conseguido a través de la erosión ambiental sistemática de nuestro entorno. La idea era ubicar en la remota Antártida a un grupo de mercenarios que prospectaban una veta de tántalo en las profundidades marinas. En El cementerio de icebergs, un grupo de científicos embarcados en el Polarstern (ese buque rompehielos del que hablo en mi primer mensaje) se encuentra en el fuego cruzado entre chinos (la potencia emergente) y un consorcio internacional minero dirigido desde Sudáfrica. Aunque posiblemente el tántalo no se encuentre en los fondos marinos del continente antártico por cuestiones orogénicas (o sí, es muy difícil decirlo) el problema de la minería en el continente blanco dista mucho de ser ciencia ficción, y la novela dejaba claro que tardaremos más o menos, pero acabaremos asaltando también este último bastión remoto y poco accesible del planeta por la necesidad de materia prima que tanto nos apremia.

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Buque de abastecimiento en la península Antártica.

Cuando te pones serio y te informas sobre el tema te das cuenta de que hay muy poca información fiable. Sin embargo, una idea te queda muy clara: nada impide, de facto, la explotación minera en ese lugar del planeta. En los años 70 se decía que en una década existiría la tecnología necesaria para prospectar y explotar determinados minerales y recursos petrolíferos o bolsas de gas en el extremo austral del planeta. Se hicieron una serie de estudios centrados sobre todo en vetas de hierro y minerales como el níquel, plata, oro, cobre o cobalto. También se hicieron unas primeras prospecciones en la plataforma continental de petróleo. Un par de décadas antes, en los 50, nadie daba credibilidad a una explotación a gran escala del petróleo en el mar del Norte, pero la necesidad empujó al autoabastecimiento de una parte de Europa y empezaron a crecer como hongos las concesiones sobre todo en Gran Bretaña y Noruega. Con la crisis de la OPEC a principios de la década de los 70, lo que parecía una inversión demasiado grande para extraer un elemento esencial para el funcionamiento del transporte, industria y energía urbana y agrícola hizo que una gran cantidad de ingenieros se devanasen los sesos para superar el problema y sacar la ingente cantidad de petróleo y gas que había en una de las plataformas continentales más ricas del planeta.

¿Podríamos superar las dificultades técnicas en un lugar como la Antártida? No me cabe la menor duda. Aunque hay que reconocer (en la novela se explica con gran detalle) que son mucho más complicadas que extraer del océano mineral a 1500 metros (ya se hace en Papúa Nueva Guinea) o petróleo a 4000 metros de profundidad (ya se hace en Brasil). Para mí está claro que a la fuerza ahorcan, y en el momento en el que nos demos cuenta de que no somos capaces de encontrar determinados elementos no reciclables y que nuestra sociedad no ha logrado dar el gran cambio que de hecho nos permitirá sobrevivir (optimización energética y de materiales, modelo de consumo radicalmente diferente, energías renovables, funcionamiento a gran escala de la energía de fusión nuclear, etc.) nos tiraremos de cabeza a explotar lo que sea. Pero el continente blanco no nos lo va a dejar, afortunadamente, fácil. Para empezar, menos de un 2% de la superficie está libre de grandes glaciares. El resto es una capa que oscila entre los 1000 y 4000 metros de espesor de hielo. El problema no es solo el hielo en sí, que también (perforarlo es complejo y requiere una tecnología sofisticada), sino el hecho de que se mueve a una velocidad de un metro diario o más, lo que hace imposible mantener una estructura de túneles estable. Pero lo podemos volar. Si está cerca de la costa, podemos destruir el glaciar sin más. Sin embargo viene entonces el segundo problema, el frío extremo. Este es uno de los problemas, a mi entender, menores, porque ya hay una serie de protocolos para minería extrema, como la de Alaska, Siberia y el norte de Canadá. En este último país hay minas de diamantes de inmensa riqueza conectadas por autopistas de hielo solo transitables por los grandes camiones en pleno invierno (se deshacen en verano) y son rentables, como lo son las arenas bituminosas de las que se extrae petróleo (infligiendo una devastación paisajística y ecológica brutal).

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Trabajadores a la intemperie en un buque polar.

Por tanto, vamos superando barreras. La Antártida es un continente muy aislado, o sea que la logística sería compleja en este sentido, pero ya hay lugares donde los seres humanos están acostumbrados a prolongados aislamientos. No queda tanto para ver ciudades mineras submarinas, donde se extraerán los últimos recursos no renovables que nos quedan a gran escala. Esa gente también estará aislada durante largos periodos de tiempo. Pero tanto para los puertos necesarios para extraer y mover el mineral como para las plataformas petrolíferas ubicadas en medio del mar, el problema quizás más grave serán los icebergs. En el Ártico también los hay, pero son mucho más pequeños. Con el cambio climático también habrá más rondando por ahí, en especial en la Antártida. No es lo mismo un iceberg de unos 100 metros que uno de 100 kilómetros. Al segundo no hay fuerza humana que lo pare, y si estás en su trayectoria, poco puedes hacer. Pero en ese punto seguro que habrá zonas más protegidas de las corrientes que suelen transportar a estos colosos. Impedimentos hay, pero, en mi opinión, distan mucho de ser insalvables.

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Iceberg tabular en la Antártida de más de medio kilómetro de longitud.

¿Por qué no se explota entonces? La respuesta directa y realista, en mi opinión, es que es todavía demasiado caro. Se calcula que un barril de petróleo (por lo bajo habría unos 45.000 millones de barriles según las someras prospecciones hechas hasta ahora) costaría entre 100 y 200 dólares, muy por encima del precio al que estamos acostumbrados. Las vetas de hierro no son muy puras, de un 35% de mineral, y la enorme cantidad de carbón que hay (se calcula que hay un 11% del carbón del planeta) es de baja calidad. Pero sigo pensando en que esto es pura palabrería. China ha vuelto al carbón, porque es más barato, y explota vetas de este recurso (muy abundantes en su país) de una calidad infecta. Y da igual, porque siguen quemándolo. Los barriles de petróleo siguen siendo baratos en un mercado artificial que poco a poco llega a su fin. La pureza del mineral dependerá de lo que busquemos, porque si se trata de un superconductor o de un mineral estratégico difícil de reciclar, siempre habrá gente dispuesta a hacer números. En el momento en el que nos quedemos sin nada, muchos ojos se dirigirán al continente blanco. Y no será, en mi opinión, solo codicia. Será desesperación. Y esa desesperación hace que algo que veías como repugnante lo veas atractivo si los políticos y economistas de turno saben envolverlo bien y crear una píldora adecuada. Existen protocolos, hay un tratado y nada de todo esto sería tan lineal, pero como dice Ana Pallesen de la Universidad de Canterbury (Nueva Zelanda) «La verdad es que, bajo la actual legislación, no es para nada imposible empezar a explotar la Antártida desde un punto de vista minero». (1)

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Mapa muy aproximado de recursos en la Antártida, a partir de prospecciones mineralógicas de varias campañas; fuente www.coolantarctica.com.

Es un problema similar al de la Luna, pero en la Tierra. Japoneses, chinos e indios han enviado sondas para prospectar la Luna como posible fuente de minerales estratégicos. Por supuesto que en estos momentos es un acto de cara a la galería, sería inviable traer mineral de allí hasta aquí. Pero ese es nuestro problema, nos cuesta ver las cosas a largo plazo. Hay elementos, minerales, tierras raras, sobre todo para la alta tecnología, que son en extremo difíciles de reciclar (algunos imposibles una vez que se han utilizado). Es cierto que en un futuro a lo mejor lo podamos hacer, pero por el momento es más fácil pensar de dónde lo podemos sacar si se acaba en África, China o Sudamérica.

Desde el protocolo de Madrid de 1991 cualquier tipo de minería está prohibida en la Antártida. Pero es un tratado internacional con pies de barro, nada sólido desde un punto de vista estrictamente jurídico. El CRAMRA (Convention on the Regulation of Antarctic Mineral Resources Activities) gestiona las posibles demandas en este sentido, pero no puede obligar a nadie a no prospectar porque el territorio es de todos (y de nadie), como el mar abierto (fuera de la jurisdicción de las 200 famosas millas náuticas). Un senador australiano en el año 2006 comentó: «¿Tengo que girar la cara para otro lado mientras los demás hacen prospecciones en la Antártida? Sabemos que hay gente que explota krill, caza ballenas o pesca peces en caladeros en teoría prohibidos o con especies protegidas». Ya en ese momento se intuyó un serio cambio en la actitud hacia el continente blanco.

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Glaciar en la península antártica, la zona más prospectada y vulnerable del continente.

Durante los últimos 50 años la demanda energética y de materiales estratégicos ha crecido más de un 50% en todo el planeta hasta el 2007, y se calcula que crecerá otro 50% hacia el 2030 al ritmo de crecimiento que llevamos ¿De dónde pensamos sacar lo que nos falta si ya ahora vamos cortos de gran cantidad de elementos? Hemos transformado gran parte de la tierra, fragmentado sus ecosistemas y disminuido de forma alarmante su diversidad biológica en parte por la extracción de recursos no renovables (petróleo, gas, minerales, etc.). La esperanza que nos queda en la Antártida es darnos cuenta de que es el único territorio en el que nos hemos puesto de acuerdo sobre su futuro. Es un lugar donde por el tratado Antártico los únicos que pueden colaborar para explotar algo son los científicos: los resultados de sus observaciones y experimentos. Siendo el único bastión virgen y teniendo la experiencia que tenemos en los daños reales que promueve la minería, sería una verdadera lástima comprobar que no hemos entendido, una vez más, nada de nada.

¿De quién es la Antártida?

Llegamos entonces a la pregunta crucial. El único lugar del planeta en el que no ha habido guerras ha sido la Antártida. No se han disputado batallas, no ha habido conquistas o reconquistas, no se ha desembarcado para ocupar o liberar nada. ¿Seremos capaces de mantener esta actitud durante mucho tiempo?

En 1972 ya hubo un cambio en la actitud respecto a la Antártida. No fue nada importante, en realidad, pero dejó un cierto estado de inquietud en aquellos (pocos) que seguían el estado de salud del tratado y de sus componentes. En realidad, el Tratado Antártico, tal y como se lee, deja claro que el territorio es de todos y de nadie, o sea que si alguien decidiese hacer una explotación minera, ¿quién iba a impedírselo de facto? Un país en concreto había enviado un globo sonda respecto a la explotación de oro negro en la zona de la península en esa época: Brasil. No había ninguna reclamación territorial específica, solo un vago deseo de hacer prospecciones y cuantificar los costes y beneficios de la extracción de petróleo. No llegó a ninguna parte tal intención, pero se reforzaron algunas tensiones de la llamada «partición» de la Antártida, un mapa virtual en el que diferentes países hacen sectores en los que reclaman una parte del territorio en caso de que algún día se sienten los gobernantes a tratar el tema de propiedades en ese lugar.

Los científicos siempre han sido, queriéndolo o no, siendo o no conscientes, la punta de la espada de una potencial reclamación territorial en el continente blanco. No me cabe ninguna duda de que el altruismo se acabará en el momento en que alguien ponga algo más que una vaga intención de poseer una parte de la Antártida. La existencia de bases está para indicar «estamos aquí, hemos invertido mucho dinero y ahora me toca una parte de la explotación».

Seguimos considerando la Antártida como un pedazo de planeta neutral desde el punto de vista político, pero las reclamaciones territoriales siempre han estado ahí, incluso en el momento en que personas como Admunsen o Scott tenían como objetivo conquistar la gloria del descubrimiento. Chile, Argentina y Gran Bretaña solapan sus reclamaciones en la zona cercana al continente sudamericano, ampliando incluso sus potenciales posesiones a la zona de la plataforma continental (Gran Bretaña reclamó otros 100.000 kilómetros cuadrados a mediados del 2000) por si en un futuro se encuentra petróleo y es explotable. Otros países como Rusia y Estados Unidos no han hecho reclamación alguna. No les hace falta. En el momento en que decidamos abrir la compuerta a la explotación, ellos serán los que presidan la mesa con otros como China o la India. Sin duda. De hecho, estos cuatro países no reconocen ningún tipo de reclamación territorial, a pesar de que otros países como Australia o Nueva Zelanda (por proximidad), Noruega (por historia y legado) o Francia (todavía no he entendido muy bien por qué) sienten que una parte del continente ha de ser suya por derecho propio.

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Reclamaciones territoriales del continente blanco. Fuente de la imagen geohis2010.blogspot.com.

Las reparticiones se han hecho más por temas estratégicos de geografía que por auténticas prospecciones de recursos. De hecho, entre los 90º y los 150º oeste nadie reclama nada, quizás por ser la parte más alejada de cualquier punto, incluida Sudáfrica (que no reclaman nada y pueden perder la base por falta de fondos para mantenerla). En este sentido, Greenpeace y Malasia han hecho una reflexión que considero muy acertada: el Tratado Antártico es, en realidad, un preámbulo a la futura explotación del continente blanco. Toda la belleza que encierra podría ser papel mojado en unas pocas décadas si nuestra hambrienta sociedad capitalista necesita más recursos que empiezan sin duda a escasear en muchas partes del planeta. Seguro que habrá otra bolsa de petróleo o gas, una buena veta de uranio o níquel, oro y diamantes o en todo caso pescado en caladeros todavía no explotados.

Un colega mío fue testigo en 1998 en la base de Rothera (propiedad de Gran Bretaña) de cómo habían armado los helicópteros de reconocimiento en un lugar donde se supone están prohibidas todo tipo de armas. Se suponía que era un «legado» de las Falkland o Malvinas, de una de tantas guerras absurdas. A mí me inquieta que muchos de los habitantes de la Antártida sean militares. Los niños nacidos en bases antárticas argentinas y chilenas (fruto de una pueril estratagema política de «legitimidad» por ser «ciudadanos antárticos») entre los 70 y los 80 son ya adultos, y puede que vean con tristeza cómo el sueño de conciliación único en todo el planeta se desvanece por nuestra sempiterna imbecilidad.

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Base argentina de Jubany, helipuerto.

Fármacos de las profundidades de la Antártida

Quería aprovechar para hacer un comentario sobre un tema muy relacionado, la minería biológica. Es un tipo de «minería» poco conocido, relacionado con los fármacos marinos en organismos que viven fijos al sustrato, al fondo del mar. Esponjas, tunicados, brizoos o gorgonias tienen en muchos casos una serie de sustancias llamadas metabolitos secundarios que les pueden servir para no ser colonizados por otros organismos, para competir por el espacio en el que viven o para evitar ser comidos por otros organismos. Estas sustancias, llamados productos naturales, han sido el foco de una nutrida escuela, la de la química ecológica, que estudia la extensa variedad de moléculas complejas que componen un universo de defensas y ataques y cómo estas moléculas les sirven a los diferentes organismos para sobrevivir en el entorno hostil que es el ecosistema, lleno de enemigos, competidores, depredadores… Esta escuela ha tenido varias vertientes, unas muy interesantes y que han permitido interpretar muchas de las interacciones que hay en el reino animal y vegetal en la compleja dinámica de los ecosistemas, y otras, en mi opinión, más discutibles y que se han convertido en una fuente un tanto perversa de explotación de la naturaleza.

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Esponjas antárticas, pueden tardar cientos de años en adquirir determinados tamaños; fuente. Julian Gutt-AWI.

En 1951 Bergmann & Feeney inauguran a través de un artículo científico la explotación potencial de estos productos naturales como elementos que en el futuro puedan aplicarse a la ciencia médica. Describen varias moléculas en organismos del Caribe que en potencia pueden considerarse precursoras de fármacos que tendrán una aplicación directa o indirecta en la industria. Se da el pistoletazo de salida a la esperanza, el mar como fuente de salvación para enfermedades como el cáncer, infecciones, disfunciones renales o analgésicos. La idea es excelente, pero a medida que pasan las décadas se empieza a ver el problema real de esta nueva esperanza: las concentraciones de este tipo de metabolitos son muy bajas, se necesitan toneladas de esponjas o gorgonias para conseguir algo mínimamente rentable, y lo peor es que pueden describirse con gran precisión, pero «emularlas» (sintetizarlas) es de una gran complejidad (por no decir imposible). En más de un 95% de las ocasiones, no puede crearse la molécula a partir de síntesis artificial, lo que implica un gran fracaso a nivel industrial. A finales de los años 90 las empresas farmacéuticas empiezan a perder el entusiasmo. Es lógico, el coste de recolectar los organismos (a veces muy dispersos por ser raros o encontrarse solo en determinados lugares) no compensa el gasto.

Como en el caso de los corales preciosos (a los cuales me dedico, entre otras cosas), la tasa de renovación de la mayoría de estas especies es muy baja: crecen muy lentamente. Se han hecho intentos (algunos bien consolidados) de acuicultura con especies determinadas, pero la falta de conocimientos sobre su biología y ecología ha hecho que la mayoría de estos experimentos hayan sido baldíos. Por eso, como en el caso de esos corales preciosos, la explotación de este tipo de moléculas a partir de las especies marinas es simplemente un acto de minería. Se llega, se descubre, se recolecta y se expolia, haciendo desaparecer la especie a nivel local. Es otro tipo de minería, mucho menos conocido, pero también más extendido de lo que parece.

¿Qué tiene que ver esto con la Antártida? En 1997 James McClintock de la Universidad de Alabama publica un interesante artículo que recopila lo que hasta el momento se sabía sobre la ciencia de la ecología química en zonas polares: muy poco. Una de las creencias más extendidas hasta entonces era que los organismos que habitaban en el fondo en zonas tan frías no poseerían una gran cantidad de estos metabolitos secundarios. Pero al descubrir la enorme cantidad de especies que poblaban estos fondos (solo se han descrito un 25% aproximadamente, siendo el número descrito de unas 18.000-20.000 en la actualidad) alguien empezó a sospechar que parte de la biodiversidad sería en debida a una serie de interacciones muy complejas basadas en la química. Era muy probable que al haber tantos organismos diferentes, las moléculas complejas que les ayudaban a sobrevivir fuesen también un rol común entre ellas. Además, al no tener que gastar tanta energía en respirar como en ambientes más cálidos, el esfuerzo energético puede ser dirigido a crecer, reproducirse y, por qué no, a crear moléculas sofisticadas de defensa y ataque. Los trabajos demostraban una gran cantidad de moléculas de este tipo y algunos científicos empezaron a estudiarlas de forma sistemática.

Katrin Iken, del Alfred Wegener Institute, describió solo en una gorgonia (Ainigmaptilon antarcticus) varios compuestos que podían haber desarrollado para defenderse de la depredación (son organismos blandos recubiertos de un mucus espeso). La investigadora describió con entusiasmo una serie de moléculas que sirven a la vez para evitar que bacterias y otros organismos la colonicen (sustancias antifouling), o para evitar ser comidas por ser venenosas, tener mal sabor o despistar al depredador. En el final de su artículo, como en muchos otros, se abre la posibilidad, con una simple frase, de que estas sustancias quizás sean útiles para su explotación farmacéutica. Más adelante, otros investigadores van más allá y describen sustancias de nada menos que 290 especies diferentes recolectadas de diferentes puntos de la Antártida, desde la península antártica al mar de Weddell este o la remota isla de Bouvet. Encuentran a los tunicados especialmente ricos en sustancias anticancerígenas, así como varias esponjas (recordemos que son organismos dominantes en cuanto a biomasa) y gorgonias. Los autores de los trabajos crean más y más literatura describiendo cientos, miles de moléculas (hasta la fecha se han descrito más de 22.000) que no pueden ser sintetizadas en los laboratorios pero que pueden ayudar como antitumorales o antiinflamatorios. En la franja entre los 250 y 500 metros se encuentran las especies más interesantes. La pregunta que yo tengo es: ¿cómo vamos a explotar estas sustancias que hasta ahora han creado una serie infinita de aburridísimos artículos descriptivos que tienen más de protocolos técnicos que de ciencia pura y dura con interpretación incluida? La única manera que se me ocurre ahora mismo es, simplemente, recolectándolos.

FOTO 9
Draga con televisión para seleccionar organismos, un método selectivo y poco agresivo con los organismos utilizado por los equipos científicos del Polarstern.

Y a esa profundidad, la única forma de hacerlo es devastando la zona con pesca de arrastre. Hace algo menos de una década una empresa hizo números acerca de un antitumoral descubierto en Nueva Zelanda. Se dio cuenta de que para crear suficiente producto tenían que arrasar todas las esponjas de esa especie de Nueva Zelanda. Todas. Porque la concentración del metabolito era tan baja que se necesitaban cientos de toneladas para poder hacer el producto rentable. Es obvio que en estos momentos nadie va a tirar la red de arrastre en los fondos de la Antártida, pero, ¿y dentro de 20 o 30 años? Este tipo de minería sería la forma ideal de acabar con mayor celeridad que los icebergs (que lo hacen de forma rutinaria) con una de las comunidades más fascinantes y complejas del planeta. Se podría aducir que en ese tiempo sea posible sintetizar gran parte de los productos, pero yo creo que seguirá siendo más fácil pescarlos. Pocos son los que intentan comprender de veras para qué sirven en la naturaleza, es más fácil describirlos y, si se puede, patentarlos. Siempre he tenido fe en que el mar nos iba a salvar de muchas cosas, y el hecho de que se hayan hecho extensos estudios sobre las potenciales virtudes de determinadas moléculas en pos de una vida mejor ha sido siempre una de esas posibilidades. Pero siempre dentro del margen de lo razonable: o se logran cultivar de forma rentable las especies que las producen o se emulan en el laboratorio sus moléculas a nivel industrial. Sacarlas del fondo promoviendo un boom and bust, o minería submarina de organismos vivos, es una auténtica barbaridad.

(1) Pallesen A., (2004) The Legality of Marine Mining in the Antarctic Treaty Area. PhD Thesis, University of New Zeland.

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10 Comentarios

  1. Es sólo cuestión de tiempo que la codicia y la estupidez humanas acaben por devastar uno de los últimos rincones vírgenes del planeta. Una vez más. Como reza el dicho: «Cuando el hombre haya talado el último árbol, contaminado el último río y matado al último animal, entonces se dará cuenta de que no puede comerse el dinero.»

    • Sergio Rossi

      Juan, recuerda que la cuestión no es que se acabe, puede que quede para 200 años más…es cómo lo estamos gestionando y por qué debemos preocuparnos al hacerlo como lo estamos haciendo. Planeta finito, recursos finitos, es una lección básica de ecología.

    • Arístides Gutiérrez Valerio

      Más allá de toda la maraña de explicaciones sobre un posible fin del petróleo,el Instituto Juan de Mariana no es un organismo caracterizado por su amor a la verdad y a la racionalidad.

      P.D.: no soy un marxista irredento ni nada por el estilo.

  2. Sergio, me parece excelente tu artículo. Es aterrador, por otro lado, intuir (o saber, en el fondo) que van a arrasar la Antártida (lo es también saber que arrasarán algún bosque cercano para crear trabajo con un centro comercial que luego cerrarán).

    Me alegra saber de tu pasión por las gorgonias y esponjas. La transmites muy bien e impregnas de pasión y didáctica tus párrafos.

    Quizás más escuetamente y, sin tanto nivel de conocimiento, hace unos meses escribí sobre el boom de sobrepoblación y, sobre todo, sobreproducción, del planeta.

    http://www.elpisapapeles.com/cultura/ciencia/la-dieta-de-miles-de-millones.php

    Un abrazo.

    • Sergio Rossi

      Muy interesante el artículo, cargado de realidad. Creo que en pocas décadas tendremos que empezar a resolver dudas sobre estos temas. Soy optimista, creo que podemos ser más eficientes y transformar muchas cosas, planteando políticas económicas y sociales muy diferentes, pero todavía vivimos en una especie de limbo…

  3. Pingback: El último recurso: minería en la Antártida

  4. Alberto Fandiño

    Interesante artículo que conduce a … la otra reflexión … que es: Tratar de entender ¿Que es lo que aprenden y quienes les enseñan, a los economistas? Da la impresión que la respuesta es: Acabar con todo recurso … sin que importe el efecto social, ambiental o de sostenibilidad de la salud y supervivencia de cualquier ser vivo … La Antártida (además de muchos otros sitios), es un gran ponqué … del que todos, pero principalmente la minería, «quieren morder», aunque eso signifique para muchos pueblos «el agua más arriba del cuello» !!! que estupidez !!! …

  5. No me parece muy útil ?????

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