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Asturias, octubre 1934

Asturias, octubre de 1934En octubre de 1922, tras un periodo de violentos enfrentamientos callejeros, Mussolini se hace con el poder en Italia y funda un régimen en torno al Partido Nacional Fascista que encarcelaría y enviaría al exilio a miles de opositores. En enero de 1933 Hitler es nombrado canciller en Alemania y el aparato del Estado proporciona a los nacionalsocialistas un aumento exponencial en su capacidad para la violencia contra los socialistas y comunistas, a los que tanto habían combatido en las calles durante la República de Weimar. En menos de dos meses Hitler abre el campo de concentración de Dachau para disidentes políticos, dispuesto a aniquilarlos con implacable determinación. Mientras tanto el canciller austriaco Engelbert Dollfuss inicia un acercamiento al fascismo que le lleva a prohibir los partidos políticos y culmina con la masacre de opositores socialistas a manos del ejército en febrero de 1934.

En ese contexto europeo intentaba mantenerse a flote la Segunda República Española. Desde amplios sectores de la izquierda se interpretaba que si la CEDA —partido de corte católico conservador llegaba al gobierno podría repetirse aquí la historia. ¿Pero era un temor fundado, un pretexto para llevar a cabo su agenda revolucionaria o un poco de ambas? He aquí un debate que hoy en día sigue desatando invectivas con los ojos inyectados en sangre en tertulias radiofónicas e internet. Desde luego algunas declaraciones del portavoz de la Confederación Española de Derechas Autónomas, Gil Robles, no eran demasiado tranquilizadoras:

En el fascismo hay mucho de aprovechable: su raíz y su actuación eminentemente populares; su exaltación de los valores patrios; su neta significación antimarxista; su enemistad a la democracia liberal y parlamentarista; su labor, coordinadora de todas clases y energías sociales; su aliento juvenil, empapado de optimismo, tan opuesto al desolador y enervante escepticismo de nuestros derrotistas e intelectuales.

Así que mientras los conservadores temían una revolución marxista como la que había llevado a Lenin al poder en Rusia en 1917, los grupos de izquierdas temían una reacción fascista que los aniquilase como estaba ocurriendo en otros países europeos. En ese contexto, cualquier actitud conciliadora era considerada un signo de debilidad: «Aplastar o ser aplastados, recibamos las enseñanzas que vienen del extranjero» dijo Ramón González Peña, secretario del Sindicato Minero. De manera que la llegada al Gobierno de la República de tres ministros de la CEDA fue el detonante de la revolución obrera que llevaba meses preparándose en secreto. Era octubre de 1934. Ocurrieron muchas cosas esos días, especialmente en Cataluña y en Asturias. Pero, si me permiten los lectores, ahora nos centraremos en la segunda (aunque eso suponga estar varios minutos sin tener presente el temita catalán, ¡aguanten, por Dios!). Fue el escenario de una revolución iniciada en las fábricas y cuencas mineras que, como acostumbra a ocurrir con las revoluciones, acabó en fracaso, transitando inevitablemente de la esperanza a la melancolía. A ella dedica su ensayo Asturias, octubre 1934 (Ed. Crítica), Paco Ignacio Taibo II.

Se trata de una nueva edición ampliada del trabajo que realizó en los años 70 reuniendo unos cuatrocientos testimonios de quienes protagonizaron los hechos. Los propios abuelos del autor estuvieron implicados, lo que lleva al libro a retratar a sus protagonistas en ocasiones de forma un tanto benevolente y romántica, que en otras partes se compensa con crudas pinceladas que nos quitan la tontería y nos recuerdan que estamos en España:

Desde una ventana un fascista lanza una bomba a la calle contra los revolucionarios, y al verse sorprendido se arroja al jardín por una ventana, pero con tan mala suerte que cae sobre una verja, donde queda ensartado como un pelele o un sapo cuando los aldeanos le clavan en una estaca a la vera del sembrado.

La narración de los hechos comienza a finales de 1933, cuando las fuertes divisiones sectarias entre las corrientes izquierdistas —con reproches mutuos de ser sumisos a Moscú, «anarcofascistas» o «socialtraidores»— dan paso a diversos pactos regionales cuya finalidad será «la conquista del poder político y económico para la clase trabajadora, cuya concreción inmediata será la República Socialista Federal». Lo sustancial del acuerdo se mantuvo en secreto, dando detalles generales en la prensa afín, como por ejemplo el diario Avance, un periódico de tendencia obrera que era leído con auténtica devoción en fábricas y minas, donde pasaba de mano en mano, y que sería célebre por su enfrentamiento con el gobernador de la región. Sus ejemplares fueron secuestrados por la policía incontables veces y su director acabó acostumbrándose a entrar y salir de la cárcel.

Son precisamente los detalles acerca de la época y los personajes que la protagonizaron lo más interesante de esta nueva descripción de unos hechos que de otra forma ya serían suficientemente conocidos. Sin esa intrahistoria, que decía Unamuno, que explique la forma de pensar, las costumbres y en definitiva la causa de que las cosas pasaran de una manera y no de otra, la historia acabaría siendo poco más que una recopilación de fechas, nombres y número de muertos. Como ejemplo de ello tenemos el retrato del principal responsable de ese pacto, el líder sindical Jose María Martínez. Un antiguo obrero metalúrgico y más tarde taxista, «oficio que le permitía polemizar continuamente con sus pasajeros». Era un hombre de acción, dedicado a la agitación y las revueltas, aunque también de una gran curiosidad intelectual por materias como la historia y ciencia. De hecho tenía siempre cerca de sí un frasco con el feto de un hijo suyo que no llegó a nacer. Martínez murió durante la revuelta que tanto contribuyó a fraguar, un once de octubre de 1934, pero no por disparos enemigos: fue a agacharse para coger una hoja de maíz del suelo cuando se le cayó una pistola que llevaba al cinto, con tan mala suerte que se le disparó y la bala le atravesó el pecho. Ese interés por la cultura en aquellos hombres que no tuvieron oportunidad de ir a la universidad no era infrecuente, como el caso del anteriormente mencionado Peña, que llegaría a ser dirigente de UGT y ministro de Justicia: «una vez en un mitin empezó a hablar de las galaxias, los cometas y las estrellas, y terminó hablando de socialismo, ante un grupo de mineros que no sabían muy bien lo que estaba pasando».

A lo largo de 1934 las manifestaciones y huelgas fueron sucediéndose, con especial intensidad durante el verano, y mientras tanto los insurgentes fueron haciendo acopio de armamento. Fue célebre el episodio del Turquesa, un barco cargado de armas y munición que fue interceptado por las autoridades en la costa cantábrica en septiembre. Pero finalmente el elemento decisivo resultó ser la dinamita. Fue gracias a ella cuando, una vez estalló la rebelión el cinco de octubre, buena parte de la región pasó bajo el control de los revolucionarios, como en Campomames:

Los guardias procedentes de León conocieron el ataque de la dinamita que los batió por los flancos. Con la misma violencia se castigaba a los que se guarecían en la fábrica de pastas. El fuego de los fusiles protegía el despliegue de los dinamiteros, que alcanzaban bordeando las cunetas. Las lumbres de los pitillos, cerca de las mechas y a ras de tierra, parecían deslizarse como luciérnagas. Atacábase a pocos metros de los coches. Se les paralizó la acción a los guardias que echaron a correr a través de la carretera. Pocos fueron los que se salvaron.

Llegó a haber incluso burros-bomba, como aquel al que Rafael Alberti posteriormente dedicaría unos versos. Pero en el resto de España no se produjo el seguimiento esperado y se quedaron solos. Particularmente decepcionante les resultó la falta de iniciativa mostrada por sus compañeros catalanes (¿ven?, al final ha acabado saliendo el temita), según recoge el autor, en lo que consideraron una traición. De manera que en algunos bares y restaurantes de la región posteriormente se popularizaría un menú consistente en «huevos a la asturiana, lengua a la madrileña y gallina a la catalana». El resultado final ya es conocido, aislados y sin apenas munición, los insurgentes no pudieron resistir el contrataque de las tropas gubernamentales unos días después, al mando de un general llamado Franco. Unas mil cuatrocientas personas murieron en total durante estos días de octubre del 34, aunque otras estimaciones elevan esa cifra. Una vez restaurado el orden se producirían unas veinte mil detenciones en toda España. La brutalidad de los interrogatorios dejaría graves secuelas físicas a algunos y llevaría a otros a suicidarse en sus celdas mordiéndose las muñecas. Pero el resto acabó siendo amnistiado con la llegada al poder del Frente Popular en 1936. Ahí comenzaría otra historia…

Revolución de Asturias

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30 Comentarios

  1. Sobre las torturas, brutales interrogatorios y posteriores fusilamientos de religiosos (como los mártires de Turón) no se dice nada…? Vaya… Tenía a esta revista por gente seria. Sois igual que el resto, sólo contáis vuestra parte de la historia, la moda del momento.

  2. Jamás he visto que se hable de maniqueísmo ante la idílica imagen que se presenta de los aliados en los libros y las películas de la II Guerra Mundial frente a los desalmados y monstruosos nazis. Y no nos engañemos, los «heróicos» aliados también torturaron, mutilaron, asesinaron y bombardearon poblaciones indefensas. A eso conducen las guerras. Pero todos tenemos muy claro de quién es la RESPONSABILIDAD del escenario que se creó durante la II Guerra Mundial.

    Internacionalmente, también es claro y cristalino de quién fue la responsabilidad de la guerra civil española y posterior dictadura militar, pero desde el revisionismo franquista -la única moda del momento- llevan más de una década intentando equiparar de forma nada velada, las responsabilidades de quienes perpetraron el golpe de Estado del 17 de julio y quienes cogieron las armas, cometieran o no atrocidades (al igual que los aliados), para defender un sistema democráticamente elegido por el pueblo español. No es más que un lamentable y vergonzoso intento de eximir de responsabilidades a los golpistas y justificar la dictadura y posterior represión franquista.

    En un país en el que todavía permanecen desaparecidas más de 30.000 personas en cunetas y campos de toda España (delito de lesa humanidad que no prescribe), con elevadísimas cifras de fusilados, torturados, depurados profesionalmente, exiliados, desposeídos de sus bienes y perseguidos personal y familiarmente por las autoridades franquistas, cuyos crímenes siguen impunes, hay que tener mucho cuidado cuando se hacen determinadas afirmaciones.

    A diferencia del otro bando, las víctimas franquistas sí fueron reconocidas. A lo largo de los casi 40 años de dictadura, el régimen franquista localizó a sus desaparecidos, los resarció moralmente (mediante multitud de homenajes y monumentos) y económicamente (a través de pensiones y privilegios a las familias afectadas), y persiguió sin descanso a todos sus opositores políticos.

    Las víctimas republicanas nunca tuvieron la oportunidad de ser reconocidas ni resarcidas y los criminales que les encarcelaron, torturaron y asesinaron jamás fueron perseguidos. Ni un minuto de cárcel, ni un segundo de vergüenza. Desgraciadamente, el respeto y el reconocimiento institucional de las víctimas del franquismo jamás ha existido.

    El dictador murió en la cama, se hizo lavado de imagen acorde a las circunstancias del momento y las miles de personas que atestaban las calles en su entierro se convirtieron en «demócratas de toda la vida». Impunidad absoluta y la frase que mejor define a la España actual, ya perdido el maquillaje de la Transición: «todo está
    atado y bien atado».

  3. David Fdez

    El debate sobre la existencia real de un peligro «fascista» en la España del 34 esta zanjado. Otra cosa es que se sigan, una y otra vez, repitiendo argumentos puramente propagandísticos como si se correspondiesen con realidades. Valga recordar, simplemente, lo absurdo que sería que ese supuesto peligro fascista no se materializase en un régimen de ese tipo una vez que la revolución fue abortada. (Aunque igual ahora sale alguien diciendo que la República de fines del 34 a primeros del 36 fue un régimen fascista…)

  4. Bueno, es una historia muy limitada. Quiero decir que apenas se puede contar algo del intento de guerra civil iniciado en 1934, fallido, en unas pocas líneas. Además, el autor se centra en unas pocas anécdotas recogidas en una fuente que, a su vez, recoge «testimonios». Quiero decir que no pretende ser un relato histórico.

    El único problema es que el tema es demasiado espinoso para darle un tratamiento como ese. De todo el asunto lo menos relevante fueron los mineros en sí. Lo importante es cómo se orquestó aquel levantamiento, quiénes lo organizaron, con qué fines y cómo lo justificaron. No fue una revuelta local espontánea.

    Es curioso que el autor desliza una justificación de aquel intento revolucionario de tomar el poder: «aplastar o ser aplastado». No digo que sea un argumento del autor, pero él lo recoge. Si con ello se legitima un intento de golpe de estado violento contra un gobierno democrático legalmente constituido, habría que aceptar que el mismo argumento valdría para los militares golpistas de 1936. Quizás había una diferencia: la situación de violencia generalizada, incluso amparada por el gobierno, era mucho peor en 1936 que en 1934. Si en 1934 la excusa fue la entrada en el gobierno de unos ministros de la CEDA (partido conservador, no fascista), en 1936 sería la violencia desatada, y más en particular el asesinato de Calvo Sotelo (líder de la oposición monárquica, no fascista) a manos de secuaces cercanos a Indalecio Prieto, nada menos.

    Hacer una valoración equilibrada es complicado, pero no se puede concluir que aquello (1934, 1936) fuera una lucha entre fascismo y democracia, o peor, partir de esa premisa.

  5. Javier Borràs

    Javier Bilbao:

    creo que el artículo se ha quedado un poco corto: podrías haber explicado más sobre cómo actuaron en otros lugares durante la revuelta.

    Por ejemplo, en Cataluña, sí que hubo acción, pero fue institucional (de la mano de Companys y ERC), con una CNT local muy fuerte que no veía una coordinación directa con el asunto…

    Vamos, que me he quedado con ganas de que explicases más, como en otros artículos históricos que has hecho.

    Aún así, enhorabuena por abrir la veda del debate histórico nacional dentro de esta publicación. Que parece que nos asuste tratar nuestros temas. O quizá a algunos les asusta que se hable de ello.

  6. La frase de “grupo de mineros que no sabían muy bien lo que estaba pasando” resume muy bien la situación. Al final, el pueblo se va a la guerra o a la revolución engañado por unos cuantos manipuladores que lo único que buscan es hacerse con el poder usando el pueblo como excusa, como arma y como soldadesca prescindible. Y esto me vale tanto para los de un lado como otro. Por cierto Galahat, en mi familia hubo represaliados, torturados y desaparecidos por los dos bandos y los únicos que no se sabe donde están enterrados, nunca recibieron un homenaje y por los que nadie ha movido un dedo nunca para ver si aparecen eran del bando nacional. Los del bando republicano ya tienen su monolito en el lugar en el que los enterraron.

  7. En lo que al reconocimiento de las víctimas se refiere, con ejemplos y cifras en mano, creo que no hace falta señalar de qué lado se decanta la balanza. Aun suponiendo que el 1 de abril de 1939 el número de muertes injustas en las dos Españas hubiera sido de empate; en la prórroga, el franquismo gana por goleada. El único consuelo que les queda a las víctimas republicanas es que el revisionismo franquista solo funciona dentro de España. Fuera, la dictadura militar, el no reconocimiento de las víctimas, el silencio y la impunidad que la acompaña se ven como lo que son: una jodida vergüenza.

  8. Ya Galahat, pero a mí no me vale ese argumento. Esto no es un partido de futbol y para mí, los asesinados y torturados no lo son más ni menos por haber sido de un bando o de otro, ni porque en un bando haya habido más o menos. Y en la prorroga, como tu dices, si el ganador del partido hubiese sido otro, la goleada (entendida esta como el ensañamiento y la represalia) no hubiese sido menor. Es lo malo que tienen las guerras…al final el que pierde siempre es el pueblo.

    • La diferencia es que unas víctimas sí fueron reconocidas durante los casi 40 años de dictadura y las otras no, tan sencillo y tan simple como eso. Absoluta impunidad para los golpistas. Ni un minuto de cárcel tras décadas de dictadura militar. Los golpes de Estado NUNCA deben quedar impunes, a pesar del recalcitrante y bochornoso revisionismo franquista.

  9. Estoy de acuerdo con Pedro. No se podría expresar mejor. Estamos en 2013 y hay que mirar hacia adelante, recordando aquellas cosas para que no vuelvan a repetirse, pero en su justo contexto. Ninguno de los bandos fueron hermanitas de la caridad. Como dice Pedro si el ganador hubiera sido otro hubiera sucedido prácticamente lo mismo.

  10. Lo de los juicios de valor que hacen algunos, con tal de seguir justificando el statu quo que salió de la guerra civil es la hostia.
    Aparte de estar o no de acuerdo con lo que escribe el articulista, ¿os habeis fijado en la foto? Porque a mí me parece reveladora. Y si te pones en el pellejo de gente que trabaja en un agujero y vive en casas sin luz ni agua corriente, que ven como sus hijos se mueren de cosas que hoy se curan con un jarabe, que no tienen formación, ni han tenido nunca la oportunidad de tenerla, pues tú también te apuntas a la revolución. Aunque pagues con el pellejo. Aunque te traigan para sofocar la revuelta tropas coloniales (como harán otra vez tras la guerra, que la fama ya la tienes). Es muy cómodo enjuiciar los actos de esta gente con la perspectiva que dan 80 años, derechos constitucionales, cuatro comidas diarias, unos estudios, medicina universal y todo el conocimiento del mundo a través de una ADSL.
    Pero cálzate unes madreñes, camina por una caleya de Turón en 1934, y crúzate con un guardia de esos que salen en la foto, y luego, si eso, me lo cuentas.

    • Jesús Couto Fandiño

      +infinito. Que las revoluciones salgan mal, o las tuerzan algunos interesados, o terminen creando monstruos, vale, todo eso es verdad.

      Pero que salen de una razón muy clara, muy simple, y es que al que le pisan, y le pisan, y le vuelven a pisar, llega un punto en que se revienta y alza lleno de cólera y buscando una salida que no sabe muy bien ni donde está, pero mejor es creer que se puede hacer algo por salir que seguir aguantando.

      Hasta que te pisan otra vez, mas fuerte, claro :-/

    • Totalmente de acuerdo….

  11. Creo que hay tres hechos meridianamente claros:

    1º) La izquierda en 1934 dio un golpe de estadio contra la República. Golpe fallido y reprimido.

    2º) La derecha en 1936 dio un golpe de esatdo contra la República. Golpe semi-fallido, lo que dio lugar a una guerra, y posterior represión.

    3º) Desde mediados de los años 30 ni la izquierda ni la derecha defendían la Democracia. En ninguno de los dos bandos de la guerra hubo demócratas, NADIE.

    • 1. Lo de 1934 no fue un golpe de Estado. Una insurrección, una revuelta, una revolución fallida. En ningún caso un golpe de Estado.

      2. No fue la derecha, sino una parte del Ejército español, evidentemente apoyado por importantes fuerzas conservadoras. Digo esto porque es esencial para desterrar mitos como el que sigue: ‘Si con ello se legitima un intento de golpe de estado violento contra un gobierno democrático legalmente constituido ((1934)), habría que aceptar que el mismo argumento valdría para los militares golpistas de 1936’ (Nemo dixit).

      No se puede situar al mismo nivel una insurrección obrera reprimida y derrotada por el orden republicano que un alzamiento militar llevado a cabo por las fuerzas armadas del Estado al que le debían lealtad. La República, por otra parte, jamás tuvo problemas para eliminar las insurrecciones obreras y militares (Sanjurjo en 1932); en el ’36 fue diferente precisamente por el colapso de los medios de coerción al dividirse en dos las fuerzas armadas y de seguridad.

      3. Eso también es falso. Estudiar a Manuel Azaña quizá le convencería de lo muy equivocado que está.

  12. Fulgencio Barrado

    ¿Qué decir?, comparar un levantamiento popular con un golpe militar no creo que sea adecuado al asunto.
    Y la represión…, pues lo mismo.
    Cierto que en todos los bandos hubo «malvados», pero no creo que sea lo mismo.

  13. ¿no le basta al otubre asturiano con la descalificación que les hizo iNDALECIO pRIETO?
    SÍ,desde México y ya cerca de su final,pero lúcido y con afan de confesión de errores.

  14. Lo jodido es que tenías a Stalin en Rusia, señalando el camino al comunismo, entre ellos al español.
    A Hitler en Alemania calentando motores para lo de después. Idem a Musolini en Italia.
    Anarquismo de CNT FAI liderando a los obreros en España.
    PCE asentando las bases de su co-liderazgo posterior.
    Militares curtidos en el salvajismo de las luchas africanas.
    Un clero reaccionario.
    Miseria en amplias zonas rurales.

    Ni Dios era demócrata ni la democracia o la economía de mercado tenían valor alguno.

    En ese caldo de cultivo pasó lo que pasó.

    Los que reivindican aquella época como de progreso, pluraldad, tolerancia, etc…..en fin….

  15. ¿Pero la guerra del 36 no era entre demócratas y no demócratas? Se llama de Asturias porque sólo triunfó allí, pero es exactamente lo mismo que hizo Franco dos años después. En el lado republicano, como en el nacional, no había casi demócratas. De hecho, los que lo eran como Chaves Nogales debieron huir del país. ¿1400 muertos? Sólo en la deshabitada provincia de Teruel los anarquistas mataron a 1460 inocentes en el 36.

  16. David Menaza

    A propósito de la foto con la que finaliza el artículo, aparece siempre relacionada con la Revolución de Asturias, y sin embargo fue tomada en un paraje llamado la Pedrosa, entre Brañosera y Barruelo de Santullán, provincia de Palencia, donde también hubo disturbios graves entre el 6 y el 8 de octubre de 1934. Barruelo era uno de los núcleos mineros más importantes de España y la implantación de la UGT (facción caballerista) era muy fuerte. Cuando empezó el levantamiento, los alzados tomaron las oficinas de Minas, dinamitaron el Ayuntamiento, matando a un guardia municipal, e intentaron apoderarse del cuartel de la Guardia Civil, donde resistieron una docena de números durante todo el día hasta que les relevó una compañía enviada desde Burgos, junto con una batería de cañones. A su mando estaba el Teniente Coronel Sainz Ezquerra que resultó muerto cuando intentaba negociar con los mineros. También murió un fraile Marista, el Hermano Bernardo (Plácido Fábregas), asesinado al intentar escapar de noche del colegio que dirigía. Una vez reconquistado el pueblo por la Guardia Civil y dispersos por los montes circundantes los revoltosos, fue detenido el alcalde socialista Francisco Dapena, que murió a consecuencia de una paliza propinada por los guardias en el puesto. En total hubo entre doce y veinte muertos y la represión posterior fue tan intensa que la Minas de Barruelo no lograron recuperar su actividad anterior hasta la captura del pueblo por las tropas franquistas en abril de 1937, ya en plena Guerra Civil. Lo que se ve en la foto es un grupo de mineros rendidos a los guardias (mujeres incluidas) y apareció en el diario ABC, el que más profusamente narra los «Sucesos de Barruelo» el 12 de octubre de 1934, con el sesgo ideológico que puede imaginarse el lector.

    Es difícil escribir ecuánimemente sobre estos hechos, pero sigue resultándome sonrojante que se defiendan sublevaciones como ésta (para no hablar ya de la patochada de Companys en Barcelona) bajo el argumento de «democracia contra fascismo». Esta gente se levantó contra la República, igual que hizo la CNT en dos ocasiones y lo mismo que hubo varios intentos de golpe por el otro lado, empezando por el de Sanjurjo. Que produzca empatía ver a gente que llevaba vidas muy duras obnubilados por lo que pensaban que iba a ser una Revolución victoriosa no debería nublarnos el juicio a estas alturas. Fue el fanatismo de los dos bandos y la imposibilidad física de vencer rotundamente al otro lo que trajo la Guerra Civil y las salvajadas que la acompañaron. Flaco favor hace a la democracia el que, so capa de denigrar a unos golpistas, defiende a otros, igual que de demócrata tiene poco el que justifica el golpe posterior atrincherándose tras el «empezaron ellos». El problema que tenemos en España no es el de falta de memoria histórica (sea lo que sea semejante engendro conceptual), sino que lo que predomina es una «memoria hemipléjica», que sólo recuerda cosas de según que lado.

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