Música

¡Fuera del coche, Ochs! Quince folkies de carne y hueso (outside Llewyn Davies)

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Una escena de Inside Llewyn Davis. Fotografía: CBS Films.

Qué limpia es Inside Llewyn Davis; casi podrías comer en el suelo, de lo bien fregadita que está. Hollywood vuelve a comportarse como los helvecios de aquel Astérix, lavando y encerando para que todo luzca impoluto, arrancando casi sin frotar la grasa que no puede esperar. Los peligrosos del pop siempre han sido desinfectados fílmicamente para que nadie se escandalizara (o agarrara ideas imprudentes) al ver los biopics. Recuerden Gran bola de fuego (aka Gran Bola de Estiércol), un filme más relamido que La bella y la bestia, pese a que en él Dennis Quaid (¡Dennis Quaid!) interpretaba a Jerry Lee Lewis, el fulano más embrutecido del rocanrol primitivo, un menda canelo que, tras pergeñar la música más devastadora que había escuchado la humanidad desde lo de las trompetas de Jericó, se casó con su prima de trece años, cometiendo así criptoincesto + filopedofilia en un inigualable cóctel de depravación. O agarren a Ray Charles, un hombre fuertemente sujeto a las pasiones, un tipo que conjugó los apetitos sexuales de Georges Simenon y la voracidad narcótica de Oriol Llopis, cuyo biopic (Ray, 2004) era tan fiel a la realidad como Raza, el filme de Francisco Franco.

Y ahora, como decíamos, le ha tocado el turno a la escena de cafés y músicos folk de Greenwich Village (NY) durante los primeros años sesenta, que los hermanos Coen han pintado libre de mugre y ojeras amarillentas en su último filme Inside Llewyn Davis. De acuerdo que se sitúa en 1961, un año razonablemente inocente en la historia de los sixties. De acuerdo que no se trata de un caso tan grave como los dos mencionados más arriba (o la cómica What’s love got to do with it?; o la pestilente The Doors, de Oliver Stone; etc.) pero me da a mí que el Village contaba en su censo con más beatniks insomnes, tuberculosis en ciernes y sótanos reumáticos. Observen también la barba fílmica de Llewyn: está más podada que la de George Michael. Fuera del set de Corrupción en Miami nadie osaría lucir un vello facial así, y menos en el folk. Mucho me temo que esas cerdas simbolizan el tipo de filme que es Inside Llewyn Davis: una versión Ausonia del underground folkero del café Wha? y el Gaslight. Por no decir que la película, por muy bien filmada que esté, es más aburrida que ver pintura secar.

Dicen asimismo que el protagonista de los Coen está basado en el héroe folkie Dave Van Ronk, que —como el ficticio Llewyn—acarreaba sangre irlandesa, sacó un álbum llamado Inside Dave Van Ronk y no se comió un torrao (si medimos el éxito según el sistema dylaniano). Lo cierto es que sí podría tratarse de él, o una versión almidonada del mismo, como por otro lado podría ser cualquiera: si lanzabas una piedra al azar en el Village de 1961 era muy posible que le diese a un músico folk en la jeta. Había cientos de ellos. Y no solo en New York: el país entero sucumbió a la fiebre, y no había artista (por carcamal que fuese) que no buscara llevarse al buche algo de credibilidad callejera realizando una versión de blues vetusto de algún músico cojo, ciego y leproso del Sur. Procedo, así, a listarles a mis folkeros y folkeras sixties favoritos, sin orden de preferencia y sin importarme demasiado si estaban en el Village o al otro lado del charco (algunos son ingleses, en efecto). Y otra cosa: esta lista está confeccionada a partir de discos físicos de mi colección, y se encuentra 100 % libre de MP3, Spotify y Wikipedia.

1) Eric Andersen: Lo tenía todo: belleza newmaniana, tipito, quijada de cartabón y encima se le daba bien lo de componer canciones. Pero la falta de éxito mundial le sentó pésimo, al pobrete. Le tenía tanta inquina a Dylan que le dedicó un tema difamador y rebozado de bilis trapera, «The hustler» («You listen to your silly songs / Disciples pass your bread around»). Su cuarto álbum, More hits from Tin Can Alley (1968) ya llevaba mimos y arlequines en la portada (infalible receta para la catástrofe), pero su segundo y tercer elepé (‘Bout changes and things, y el ‘Bout changes and things #2) son imprescindibles. Oh: años después también la tomaría con Jimmy Webb, esta vez oralmente (le llamó «Mr. Balloons»). Cierto: es posible que fuese un completo gilipollas y un perfecto detrito, ese Andersen, pero lo suyo era puro folk del Village.

2) David Blue: Otro soldado desconocido del Village, amigacho de Dylan y todo apunta a que también impersonator del mismo en sus ratos libres. Échenle un vistazo: judío (se apellidaba Cohen), peinado arbóreo, gafas de sol en la penumbra, chaqueta de ante raída, ambición pop, voz gangosona… Parece un clon dylanita, aunque en realidad quizás se influenciaran el uno al otro, como acostumbraba a suceder en el endogámico ambiente villagesco. Blue, en todo caso, no fue el que al final se llevó el gato al agua. Y no importa. Su David Blue (Elektra, 1966) es puro garage-folk, con vocales arrastradas, pianos honky-tonk, galimatías lírico y ataques al sistema, choni. «It tastes like candy» es mi hit del disco, y suena como los Syndicate of Sound o los Leaves inventando el folk-rock por pura chiripa. Viendo que el triunfo en el folk resultaba ser elusivo, Blue se reinventó como actor dramático (con dramáticos resultados).

3) Tom Rush: La escudería Elektra de 1965-66 es per-fec-ta. No contiene un mal disco, se lo juro. Tom Rush fue un pionero folkie de pro, pero se le recuerda menos que a compañeros de sello como Judy Collins o Tim Buckley. Su The circle game (Elektra 1968) me emociona, canción a canción (casi todos los cortes son de Jackson Browne o Joni Mitchell). «Sunshine sunshine» es tan optimista y hermosa como el «39th Bridge Song (Feeling groovy)» de Simon & Garfunkel, solo que en tumbao. Y se marca un corte girl group en «The glory of love» que no se lo salta una Laura Nyro. Y ese aire hipnótico y épico de «Urge for going»… Años después Rush se dejaría un pedazo de mostachón manillar-de-bicicleta que ni Kublai Khan en sus años de gloria (no es información crucial, pero me apetecía comunicárselo).

4) Linda Perhacs: Es tan desconocida que a su lado David Blue parece Freddy Mercury. Solo sacó un disco, Parallelograms (1970), que parecía grabado en un pajar y era más raro que un proverbial perro verde, y además sobresalía como un forúnculo del catálogo de Kapp Records (Cher, Fred Astaire, Miriam Makeba…). Lo de la Perhacs era psicofolk onírico y antigravitatorio, como Vashti Bunyan tras haber fumado buena mandanga. O más bien tras haberse inyectado novocaína en una encía, pues sepan que la Perhacs se ganaba la vida como dentista. En los últimos años se ha reeditado su disco gracias al interés de americanos raritos como Devendra Banhart. Y Daft Punk (va en serio) incluyeron un tema suyo en su película Electroma (2007).

5) Anne Briggs: Alérgica a la fama como pocos y más enigmática que Moriarty (el archienemigo de Sherlock Holmes), la Briggs no solo tocaba folk: vivía folk. En los discos aparecía fotografiada (a regañadientes) en su granja, acompañada de su perro; tocaba el buzuki sin guarnición (a menudo incluso cantaba a cappella, pasando de instrumental); y se ve que subirla a un escenario era un acto heroico (además, era bastante brutota y le gustaba empinar uno o ambos codos). E incluso con estos dudosos atributos, la asilvestrada Briggs deslumbró a todo el folk británico, de Pentangle a Bert Jansch y Fotheringay. Su disco The time has come (Topic, 1971) es harto difícil de encontrar en edición original, y contiene una de mis canciones folk favoritas de todos los tiempos, «Tangled man». «Soy un hombre enredado en un tiempo enredado». Qué VOZ, dios del cielo.

6) Sibylle Baier: A casa seva la coneixen («en su casa la conocen»), que decía mi difunta abuela cuando alguien en la TV no le sonaba ni a tiros. La Baier era alemana, amiga de Wim Wenders, y en 1971 grabó unas tonadillas que no saldrían a la luz hasta el 2006, en forma del recopilatorio Colour green. La Baier se marcaría una espléndida espantá a lo Bill Withers, abandonando su carrera inmediatamente después de las grabaciones.

7) Karen Dalton: Una auténtica leyenda del Village. Cantaba con voz de pinza-en-nariz, un poco como Billie Holiday en pleno catarro hibernal, y solía tocar el banjo. Su vida fue azarosa (secuestró a su hija tras un divorcio cruento, por ejemplo, y murió en 1993 adicta y enferma de sida), pero sus dos álbumes están llenos de pasión y sentimiento sincero. Versionaba a Tim Hardin (ver más abajo) y Fred Neil (ídem), no le hacía ascos al soul profundo (en su segundo disco se cascaba un «When a man loves a woman» de infarto) y según dicen los tenía bien puestos (por sus venas corría bélica sangre cherokee). Dylan la admiraba, y se les puede ver tocando juntos en alguna foto. Hay algunos filisteos que no soportan su tono (realmente no es para todos los paladares), pero si se acostumbran a ese particular timbre proboscidio se convertirá en favorita eterna. A mí esta mujer me sana más que el Ibuprofeno.

8) Barry Dransfield: Otro guaperas. En la foto de su álbum homónimo de 1972 (reeditado por Guerssen, la discográfica leridana) parece una mezcla de Pedro Marín —sin el esculpido a secador— y el Conde de Greystoke. El disco en cuestión es uno de los más raros del folk inglés, y el original (en buen estado) podría socavar un agujero en su Visa de 500 EUR. Pero Dransfield no nos alucina por oscuro, nada más. Tocaba el fiddle de maravilla, violín al pecho (no al mentón), y su balada «Girl of dances» —con su rollo de Medioevo romántico y épico— me afecta como si me hurgaran el alma misma con un palitroque puntiagudo. Dransfield colaboró con la Albion Band y muchos otros folkies, sigue vivo y me alegra decir que aún conserva un buen felpudo capilar (ahora permanentado y cano, pues los años no pasan en balde; ni siquiera para los héroes folk).

9) Bill Fay: Era difícil de clasificar, aunque los avispados chicos que le reeditaron hace poco enchufaron una pegatina en el LP anunciando que Fay era la mezcla de Bob Dylan y Nick Drake. En realidad no se parece demasiado a ninguno de los dos (a Drake una miaja). Bill Fay era pop barroco, folk progresivo, folk-pop barroco, llámenle como se les antoje. Su primer álbum, de 1970 y homónimo, suena a folk y pop épico, pero con cuatrocientos violines desbocados cargando detrás con ímpetu zulú. Siempre que escucho «We have laid here» me imagino sitiando un castillo, decapitando al vizconde malvado y salvando a la doncella rubicunda. Los plomizos Wilco versionaron su «Be not so fearful», por si a alguien le interesa. En su segundo álbum, Time of the last persecution (1972), influenciado por escrituras bíblicas, Fay se dejó frondosas greñas de patriarca semita. O de Charles Manson.

10) Phil Ochs: El Elvis del folk. Un chicarrón admirable, más politizado que Fermín Muguruza y más incorruptible que la PAH, y encima con buena planta y tupé de titanio contrachapado. Sus dos primeros discos son canción protesta de libro de estilo, pero a mí me pirra cuando empieza a manipular su arte y convida al humor (y a los violines) a la fiesta. Cada uno tiene sus discos de cabecera, pero mis favoritos son Pleasures of the harbor (A&M, 1967), Rehearsals for retirement (A&M, 1969) y el irónicamente bautizado Greatest hits (A&M, 1970, donde Ochs aparece con traje de lamé dorado, emulando al Rey). Le ha versionado todo quisqui, pero creo que mi interpretación predilecta es el «Chords of fame» de Teenage Fanclub (la encontrarán en el 12″ de «Radio»). La mejor y más célebre anécdota de Ochs tiene a Dylan como costarring: andaban los dos en la limusina del segundo, y al insensato Ochs se le ocurrió expresar reservas sobre una de las nuevas canciones del bardo narigón. Según cuenta la leyenda, Dylan le contestó: «Tú no eres un cantautor, eres un periodista» y le echó a puntapiés con la ya mítica frase: «Get out of the car, Ochs!». Qué pronto tenía ese hombre, por Dios.

11) Tim Hardin: Puede producir seria adicción. Muy recientemente le presentamos la obra de Hardin al ilustre Marcos Ordóñez, y fue como si le hubiésemos incrustado una pipa de crack bajo el mostacho. Al crítico teatral le faltó tiempo para salir a la calle (tal vez aún en bata), conseguir toda su obra y, luego, anunciarla al mundo, como un iluminado profeta de los últimos días. Hardin no es exactamente folk de manual, sino su versión más pop. Sus canciones (como «Hang on to a dream» o «If I were a carpenter») son más famosas que él mismo, y las versionó medio planeta. Hardin estuvo en el Village, pero tuvo perra suerte y aciago fin. Para empezar sufría de atroz pánico escénico: en Woodstock 1969 se negó a salir, y tuvo que sustituirle Richie Havens, que lo petó; cuando Hardin se decidió a actuar iba más fumado que Cheech y Chong juntos, y protagonizó un show harto bochornoso; al final los productores acabaron eliminándole del filme (algo injustamente). En unos años se enganchó a la heroína y cayó en el olvido. Pero no en mi casa. Ustedes necesitan Tim Hardin 1 y 2 (de 1966 y 1967, ambos para Verve Forecast) y Suite for Susan Moore and Damion: We Are One, One, All in One (Columbia 1969), un tristísimo y espléndido disco sobre paternidad. El mejor disco sobre paternidad, más bien.

12) Fred Neil: Es como la molécula que yace en todos los demás. Neil es el folkie villagero por antonomasia. Ustedes han cantado sus canciones sin saberlo, como por ejemplo «Everybody’s talkin’», que —interpretado por Harry Nilsson— fue el tema central de Cowboy de medianoche. No hay folkero que no haya tocado «Blues on the ceiling» en algún punto de su carrera (mi versión amada es la de Karen Dalton). El icónico póster de Inside Llewyn Davis está vagamente inspirado en la portada del Freewheelin’ Bob Dylan, es cierto, pero también podría estarlo en el Bleecker & MacDougal (Elektra, 1965) de Neil. ¿Y qué me dicen de «Other side of this life»? ¿O de la sanadora «The dolphins»? Yo había creído siempre, por cierto, que los delfines eran una metáfora de otras cosas, pero luego descubrí que Neil había dedicado el resto de su vida a la protección de la especie. O sea, que es posible que la canción vaya también (o únicamente) de simpáticos cetáceos marinos.

13) Jackson C. Frank: El cantautor maldito, mala suerte andante con guitarra en la casa de empeños. Jackson C. Frank vivió un p**o infierno, es la verdad. A los once años un incendio arrasó su escuela, matando a quince alumnos y dejándole el cuerpo quemado en un 50 %. Sacó un solo álbum homónimo que, pese a ser producido por Paul Simon, casi nadie escuchó. Con los años vio a su hijo morir de fibrosis cística, entró en una grave depresión, fue diagnosticado esquizofrénico paranoide y terminó homeless. Cuando en los ochenta resurgió el interés por su música, un transeúnte majara le pegó un tiro con una pistola de balines y le dejó ciego de un ojo. No sigo. Pese a ello su álbum es uno de los mejores discos de folk sesentas, y lleva el mega-hit «Blues run the game». Otra favorita es «My name is Carnival», origen de cierto personaje de novela.

14) Judee Sill: Un espíritu arponeado, similar al anterior. Antes de empezar su carrera, la Sill ya se había enganchado a la heroína, ejercido de prostituta para financiar el hábito y acabado en chirona por fraude. Lo suyo es un ejemplo claro de autosabotaje, porque durante un tiempo tuvo la suerte de cara: fue el primer fichaje de Asylum Records, la compañía inicial de David Geffen (que era su mayor fan y futuro agente), fue portada del Rolling Stone, Graham Nash produjo su primer single (la espectacular «Jesus was a crossmaker»), fue de gira con Crosby & Nash y Cat Stevens… Nada de ello evitó su tirabuzón hacia el infortunio. Los dos discos oficiales, Judee Sill (1971) y Heart food (1973), ambos para Asylum, son esenciales en toda discoteca digna. Nuestra querida Judee murió en 1979 de sobredosis, como temían. Esas canciones, sin embargo, son inmortales. Le elevan a uno, ¿saben? Hacen que uno trascienda, aunque suene grandilocuente. Algunos días incluso pienso que «Jesus was a crossmaker» es la mejor canción jamás escrita.

15) Gene Clark: Le incluyo aquí un poco por la patilla, pese a ser más folk-rocker que folkie primigenio; porque es uno de mis ídolos, francamente. Empujó a The Byrds e inventó el country-rock casi él solito. Su presencia escénica, al lado de Gafitas McGuinn y el poncho medieval de David Crosby, era imponente: parecía un sargento de hierro apache, con sus hombrotes de halterofilia, mirada acerada, mandíbula invulnerable y flequillo de cemento. Por añadidura, algunas de las mejores canciones de The Byrds eran suyas («Feel a whole lot better», «Eight miles high»…). Cuando le echaron de la banda (no se rían: por tener miedo a volar, ¡un Byrd!), Clark empezó una de las carreras en solitario más sólidas (si breves) del pop. Podría escribir sobre Gene Clark with the Gosdin Brothers (1967), The Fantastic Expedition of Dillard & Clark (1968) o No other (1974) durante cien páginas. Son tres discos sublimes. Era grande, Gene Clark, pero también terminó mal; ¿o qué se creían?

16) Bender: Es el robot dipsómano, manilargo y faltoso de Futurama. Cuando le acercan un imán al coco suele arrancarse a cantar fragmentos de música folk. Con la letra cambiada, por supuesto: «I’ll shoot her with my ray gun when she comes, / When she comes! / I’ll be blastin’ all the humans in the world / In the world!». Esta lista no podía terminar sin él, ni sin el vídeo que les enseñará a componer un clásico folk, Bender-style.

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21 Comentarios

  1. Se agradecen mucho trabajos como este, que limpian y desbrozan para ofrecernos bonitos tesoros.
    Además de eso, la peli del Llewyn Davis se me hizo también a mi insoportable. El protagonista es irritante. Es lo que pretendian los directores? Si la razón de ser de la película es mostrar como en la vida hay gente a la que solo le pueden salir mal las cosas porque son bordes sin remedio, misión cumplida. Por lo demás un fiasco total. Bueno, total no: Garrett Hedlund y John Goodman: memorables.

  2. Lo de la «disneyficación» del personaje de Ray Charles en su biopic es de juzgado de guardia: me entraba la risa cada vez que veía a Jamie Foxx meterse un chute de heroína delante de una puta, repitiendo como un disco rayado: «Esto no es para ti, muñeca. Las drogas han arruinado mi vida»… Joder, las primeras diez veces tiene un pase, pero es que el tío se metía de todo y le importaba un carajo. ¿Y esa escena en la que se niega a dar un concierto en una sala que no admitía espectadores negros? Pura invención de los guionistas para hacer parecer a Ray Charles un adalid de los derechos civiles en los USA. Y lo peor es que Foxx se llevó el Óscar al mejor actor por hacer muecas y sacudir la cabeza como un tentetieso, mientras fingía tocar el piano de forma muy poco convincente. De traca.

  3. Gran artículo, Kiko.

    Gracias por incluir a algunos de mis artistas preferidos: Sybille Baier (¡buf!), Jackson C. Frank (pobre hombre) y Judee Sill, sobre todo. De esta última, no hay canción que me emocione tanto como ‘The Kiss’.

    Y gracias, también, por descubrirme a Anne Briggs; ¡qué voz!

    Respecto a Linda Perhacs, va a publicar un nuevo álbum en marzo de este año: http://asthmatickitty.com/merch/the-soul-of-all-natural-things/

    Y de Tim Hardin, bueno, qué mas se puede decir. ‘Black Sheep’ Boy’ es mi favorita. Destacable también el álbum del mismo título que publicó Okkervil River.

    ¡Saludos!

  4. Resumiendo: a ti te mola el folk desde hace años y te has ofendido con la peli de los Coen porque no retrata el ambiente como a ti te molaría. Así que no has entendido nada porque te has aburrido buscando colillas en el suelo y grasa en los pelos.

    Es una peli de los Coen, ellos son así, tienen su universo y se cachondean en la puta cara de toda América y parte del extranjero. En este caso, la tuya.

    • Creo que caes en lo que le criticas si de este artículo te quedas con lo que dice de la película de los Cohen y te pierdes los 15 temazos, que son el meollo. A mi, por lo menos, que me gusta esta música, desde la primera canción se me olvidó que estábamos hablando de ellos.
      Muchas gracias por la selección, me parece la hostia y no conocía a casi nadie.
      Salud

  5. Totalmente deacuerdo con UNO. Parece mentira que se hable tan equivocadamente del cine de los Cohen (ahora lo que mola es decir que no mola) sin tener en cuenta que sus películas SON CUENTOS. Aunque partan de supuestos hechos o historias reales, cualquiera que haya visto todas sus películas, sabe que la ficción es lo que manda en ellas, pero no, mola mucho más ponerla a parir por no ser fiel a la realidad. Como si alguna vez lo hubieran sido!!

  6. jefftweedysomostodos

    Oye, eso de calificar a Wilco como ‘plomizos’ a punto está de arrebatarte toda credibilidad…

  7. Pingback: ¡Fuera del coche, Ochs! 15 folkies de carne y hueso (para Jot Down)

  8. Ok, son los Coen, y??? La peli es mala, la barba es horrible, el gato un genio y el alto de Girls, el mejor junto a Goodman…

    http://acanaya.blogspot.com.es/2014/01/inside-llewyn-davis.html

  9. Redonda la lista de Kiko Amat, transitando de joyas completamente desconocidas (David Blue, Linda Perhacs) a gente que sí fue reconocida pero se merecen un lugar clave (Tim Hardin, Phil Ochs), más ahora que hay tanto gilipolleo con el rollo folkie. La peli, habrá qué verla…

  10. No tenía pensado ver la peli de los Coen pero un problema con los horarios me empujó a meterme en la sala en la que la daban. No esperaba gran cosa y, quizás por ello, la película me gustó. Nunca había visto reflejada en una película -al menos que yo recuerde, aún menos una película de grande presupuesto- la escena musical del Greenwich Village de la que salió Bob Dylan, Solo por eso mereció la pena.

    La película inicialmente iba a estar basada en la figura de Dave Van Ronk pero luego los Coen optaron por seguir su propio camino.

    Una lectura que se puede hacer de la película es que supone un crochet de derecha al tan cacareado sueño americano. Tras leer la mayoría de las mini-biografías de cantautores que apunta el autor del artículo he llegado a la conclusión de que a lo mejor la peli de los Coen no está tan alejada de la realidad. Y es que el peor enemigo que alguien puede tener -independientemente del talento que atesore- es uno mismo.

    Interesante la nómina de cantautores propuesta. Y sí, Gene Clark chirría en ella. Luego, uno se pregunta también qué demonios pintaba alguien con pánico escénico en el festival de Woodstock

  11. El folk no tiene porque ser sentido y llorón. Como en casi todo, siempre se agradece un poco de sentido del humor. Por eso echo de menos en la lista a alguien como Peter Stampfel, que además de sus irreverentes grabaciones con los Holy Modal Rounders, participó en el insuperable (y desternillante) festín folk «Have Moicy» y cuyo último disco, ya septuagenario, al alimón con Jeffrey Lewis, es uno de los mejores del año pasado. Adjunto enlace a la breve reseña que escribí sobre él por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
    http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2013/09/05/hey-hey-its/
    Saludos,
    Iago López

  12. Tenéis que subir a Spotify la lista de esta selección!

    • kill all your darlings

      Que no, que el autor ha dejado bien claro que ha confeccionado la lista a partir de su colección física, como para destacarse. Excusatio non petita, enhorabuena por tenerlos todos en vinilo pero al lector le sería útil una lista de Spotify!

      Me ha gustado el artículo, pero echo en falta a Tom Paxton. Escuchen sus canciones Last Thing On My Mind o I Can’t Help But Wonder Where I’m Bound.

  13. Jesus Jeronimo

    Mil gracias, unos cuantos conocidos, pero muchos mas por conocer. Se agradece mucho.

    Yo me he hecho una lista Spotify para mi consumo personal, asi que la comparto

    http://open.spotify.com/user/cielovacio/playlist/1gJELGSk8obAnH27YN8Pz7

  14. ¿Plomizos Wilco? ¿No querrá decir Fleet Foxes, o Dr Dog? Entérese Kiko, y tiemble: Bill Fay sacó el quizá mejor disco de 2012. Y producido por el ¿plomizo? Jeff Tweedy.

  15. Pufff….a mi la peli me ha gustado mucho. Falta de rigor histórico? No lo se …la peli es una historia con un contexto y con unos parámetros habituales en todo lo que hacen los Coen no? Quedarse en la barba del protagonista me parece apuntar muy bajo.

  16. La película solo se nombra para dar paso a una lista increíble de músicos folk poco reconocidos. Algunos de ellos desconocidos totalmente para mí, lo cual te agradezco de veras.

    Tampoco es que sea una crítica terrible de la misma, que por cierto es preciosa pero por momentos un poco aburrida.

    Criticar a Wilco es mal pero como después incorporas a la lista a Bender queda todo perdonado.

    Gran artículo.

  17. lo diré en catalán, «Corpresa i esmaperduda» me ha dejado el artículo, no solo por decir sin pelos en la lengua lo que piensas sino por toda la materia prima que acabo de encontrar.
    Lo he disfrtuado y saboreado por todo lo que he aprendido en poco rato

  18. si tenes los discos no podrías subir los de phil ochs en calidad flac por favor no se consiguen en ningún lado acá en argentina

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