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Toastmaster: el brindis armenio de la boda, bautizo y comunión

POSTER-Toastmaster-ColorDejamos muy poco lugar en nuestros corazones para Armenia. Este país del Cáucaso que ni tan siquiera tiene salida al mar adoptó el cristianismo como religión oficial antes que nadie, se dice que en el 301. Quizá por tratarse por tanto de una república más española que España le solemos dar la espalda. Pura envidia. Nos ganaron desde el principio en nuestro principal producto: la fe religiosa, ya se enfoque a la propia religión, a un rey, a un equipo de fútbol o a la bandera adosada a un trozo de terruño al que inventamos un pasado y cuya independencia reclamamos para que sea más ibérico aún. Una inquina bastante insana nos impide incluso localizar a Armenia en el mapa mediante la utilización del Google Earth. Inténtenlo. No podrán. Hay un rechazo extraño. La máxima aproximación que cualquiera de nosotros realiza al lugar se queda en la contemplación de los escotes o traseros de las hermana Kardashian, que es como decir que se ha estado en Armenia cuando uno no se ha movido de (póngase aquí Cuenca, Móstoles o Murcia, localidades típicas siempre en estas expresiones). No, no hay lugar en nuestros corazones para Armenia. Pero sí para Ucrania. Incluso hace unos años hasta para Osetia del Sur ¿Doble moral? Quién sabe.

Llama la atención que un director español, Eric Boadella, haya encontrado un inusitado interés por Armenia y sus tradiciones, se haya trasladado a Estados Unidos con lo puesto y haya conseguido dirigir una película premiada en el pasado Festival de Málaga (mejor guión y mejor dirección en la sección Zonazine). Esta excentricidad se produjo al quedarse embelesado ante las habilidades oratorias de un maestro del brindis o toastmaster, tradición armenia también muy española, solo que depurada y mejorada, y vemos aquí otra vez como este país nos supera en los más nuestro y así pasa lo que pasa y se pudre nuestra alma y nuestro corazón se ennegrece.

En efecto, toda boda española cuenta con el concurso del familiar completamente cocido que, ya sin chaqueta, por fuera el jarapillo de la camisa, y la corbata que empieza a aflojarse —y que terminará indefectiblemente en la cabeza tres horas después durante la conga brinda por el futuro de la pareja reuniendo una serie de lugares comunes que van de lo vergonzoso a lo cansino. Suele empezar rememorando la niñez o la juventud de los recién casados, el momento en que los conoció o en que se conocieron, hace un chascarrillo estúpido mirándolos fijamente, y pasa a concluir con balbuceos casi siempre ininteligibles mientras en alguna mesa alguien grita que no se oye. Este familiar provoca pucheros con hipidos entre la concurrencia más sensible y acaba también emocionado y con incipientes lágrimas en los ojos y hace así con los índices apretándose como la base de la nariz para enjugárselas pero así no se enjugan las lágrimas y terminan como es lógico fluyendo por la ley de la gravedad hasta que le pasan un clínex y el que se lo pasa se queda con el paquete agarrado porque no quiere pasarle todos y sabe que su posesión peligra porque si le piden más y teniendo en cuenta donde están va a tener que ceder y no quiere pero ni de coña que se sabe ya el moqueo que le va a producir la coca mala cuando en breve la suelte en la tapadera del váter pues la sombra de «Paquito el chocolatero» es alargada.

El maestro del brindis es otra cosa. El toastmaster armenio, ya sea en boda, bautizo, comunión, fiesta de guardar o cena familiar, ha de ir más allá y lograr conmover a la concurrencia con un discurso elaborado, consistente y lejano a lo vulgar. Se puede considerar como una tradición a medio camino entre la oratoria breve y la poesía. Es una labor compleja cuyos conocimientos y modos exactos se transmiten de generación en generación.

La película de Eric Boadella se basa esta poco conocida costumbre como forma de narrar el choque de los inmigrantes en países muy diferentes y acerca de la importancia de la familia ante la hostilidad de ciertas situaciones. También sobre las diferencias entre aquellos que llegan por necesidad a otro lugar y sus sucesores, ya plenamente integrados y cada vez más alejados de sus orígenes. Toastmaster logra transmitir estos sentimientos de forma muy sencilla, basándose en una aceptable dirección y la convincente interpretación del veterano David Hovan y la niña Kali Flanagan. La nostalgia, la dulzura y el tono costumbrista se ven lastrados sin embargo por una duración excesiva que parece buscar el largometraje para su mejor promoción. El montaje tiende a integrar escenas y momentos que debieron ser descartados para que la historia tuviese un ritmo del que carece y que genera demasiados altibajos. Esta narración humilde e inocente pide «tijeras». El conseguido tono afable y tierno choca de frente con esa hora y dieciocho minutos que hacen pensar en ese gran tópico de la crítica cinematográfica de ayer y hoy: el corto alargado. En resumidas cuentas, esta pequeña película merecía ser verdaderamente pequeña. Vale la pena sin embargo descubrir a un director hábil al captar atmósferas con escasísimos medios ni tiempo de rodaje, y a varios intérpretes sólidos. Y por supuesto a esa maestría con el brindis que esperemos llegue a España antes de la próxima celebración a la que usted tenga que asistir de etiqueta.

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2 Comentarios

  1. Pingback: Bitacoras.com

  2. ¿Por qué referirse al brindis armenio como toastmaster? He echado de menos hablar del brindis armenio por su nombre: Kenat. Respecto a quien hace el brindis (el Tamada) puede ser que elabore mucho su primer discurso, el de las 10 de la mañana, cuando levanta el primer vaso de vodka y da la bienvenida a todos. Pero creedme, unos cuántos kenat más tarde, brindan por el ramo de flores que hay en la mesita, te abrazan y te dicen que te quieren. ¿A qué eso les suena?
    ցտեսություն!!!

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