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La democratización de los enanos: de la corte a la televisión

El bufón don Sebastián de Morra, por Diego Velázquez.
El bufón don Sebastián de Morra, por Diego Velázquez.

Uno de los mejores momentos que nos ha regalado la pantalla en los últimos tiempos ha sido sin duda el estallido de rabia de Tyrion Lannister durante su juicio en Juego de Tronos. Ahí vimos a un hombre atormentado por una condición que no eligió, harto de haber sido siempre objeto de rechazo, de ridículo y de menosprecio, incluso por su propio padre. Resulta imposible no sentirse conmovido por su desgracia y es que más allá de esas trágicas relaciones familiares, lo que vemos a lo largo de la historia es que en todas las cortes han sido un codiciado entretenimiento que era regalado entre reyes, utilizado en toda clase de rituales religiosos y juegos sexuales, coleccionado y retratado por célebres pintores. Hoy en día ya no veremos enanos en el séquito de la reina Isabel II o de Felipe VI (aunque en el de su progenitor nos habría sorprendido menos), porque su lugar ahora parece ser entretener no a las élites sino a las masas: bien en la televisión, el cine y el porno, en despedidas de solteros, en bares en los que se juega a ver quién lanza uno más lejos o en los conciertos de Miley Cyrus.

¿Por qué están tan presentes en el mundo del espectáculo? ¿Qué tienen que nos haga tanta gracia? ¿Deberíamos sentirnos mal por ello? Reírse de los defectos físicos ajenos es una costumbre hoy en día por lo general mal vista (públicamente, al menos) aunque tan antigua que probablemente habría que recurrir a la paleoantropología para buscar su origen. Y cuanto más tenga alguien, más risas. No en vano el enano predilecto del príncipe César Borgia era además jorobado. Debía ser curioso oírle contar alguna anécdota que comenzase despreocupadamente con un «pues el otro día, mi enano jorobado favorito…».

Pero la cosa no acaba ahí pues los enanos suelen provocar, además, simpatía. En primer lugar porque su tamaño no resulta amenazador, y no solo físicamente sino de una forma más simbólica. Una experiencia común a cualquier infancia y que se nos queda arraigada en el subconsciente de por vida es que las personas grandes, los adultos, son quienes nos cuidaban, enseñaban, mandaban y regañaban, de tal manera que terminamos asociando estatura y poder. Por ello estatus y estatura tienen el mismo origen etimológico y en consecuencia una de las burlas más recurrentes sobre Aznar o Sarkozy eran sobre su estatura, mucha gente al parecer encontraba incongruente esa relación entre su cargo y su tamaño. Así que al encontrarnos a alguien pequeño ya no lo consideramos una autoridad y podemos bajar la guardia ante él. Por eso a los niños les divierten tanto: en cierta forma los reconocen como uno de los suyos, no como esas otras personas que los obligan a estar sentados en un pupitre la mitad del día.

Algo de todo esto lo encontramos también en su constante presencia en las cortes europeas como bufones o criados (aunque genéricamente llamados «gente de placer de palacio») hasta su declive en el siglo XVIII, pero también en las del antiguo Egipto, Grecia y Roma, en la India, China y en las civilizaciones maya, azteca e inca. Una explicación arraigada es que, además del ocio que proporcionaban, su presencia en la corte permitía por contraste incrementar el estatus de la realeza. Es decir, al rodearse de enanos, los reyes podían mostrarse ante sus vasallos como auténticos gigantes y justificar así el poder que ostentaban.

Dibujo en una cerámica de la cultura maya, entre el 600 y 900 d. C.
Dibujo en una cerámica de la cultura maya, entre el 600 y 900 d. C.

En el antiguo Egipto consideraban que los enanos —entre los que incluían a acondroplásicos y a los pigmeos de África central— estaban dotados de cualidades divinas e incluso tenían un dios de esta condición, Bes, protector de embarazos y de la infancia. De manera que su vínculo al poder era tan estrecho que tras su muerte gozaban de importantes sepulcros junto a los altos cargos a los que sirvieron. Por cierto, la palabra enano se escribía así: en33

Más adelante, en el Imperio romano los esclavos enanos o con deformidades llamaban mucho la atención y en Roma llego a haber un «mercado de monstruos» en el que se vendían a un precio incluso mayor que el de los convencionales. Hasta tal punto que en algunos casos hubo niños a los que les llegaron a deformar sus extremidades introduciéndolos en unas cajas llamadas gloottokoma o glottokomae para crear enanos artificiales que pudieran entonces ser vendidos a casas nobles. La mujer de Séneca por ejemplo se compró uno a modo de mascota (otras los utilizaban como esclavos sexuales). Aunque los más interesados en rodearse de enanos fueron, como era de esperar, los emperadores. De Domiciano se decía que los hacía vestir de gladiadores para verlos enfrentarse entre ellos y que incluso llegó a organizar en el anfiteatro una batalla de enanos representando una escena de la Ilíada. Debió ser un espectáculo curioso.

En la América precolombina fueron también muy apreciados por las élites. Bernal Díaz del Castillo en su extraordinario relato sobre la conquista de México, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cuenta cómo la expedición de Cortés de la que formaba parte fue recibida por Moctezuma. En su descripción tanto del emperador —«muy limpio de sodomías», precisaba— como de su corte y de los agasajos que les concedió, señaló que «al tiempo del comer estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio de los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; y otros indios que debían de ser truhanes, que le decían gracias, e otros que le cantaban y bailaban, porque el Moctezuma era muy aficionado a placeres y cantares».

Pero si bien para los aztecas los enanos no pasaban de bufones, para los mayas junto a jorobados y poseedores de diversas malformaciones eran seres sobrenaturales, mensajeros de los dioses, y consideraban que pertenecían al inframundo junto con las ranas, escorpiones y serpientes de agua. De acuerdo a su mitología además cuatro enanos eran los encargados de sujetar la bóveda celeste. Tal como podemos ver en la imagen superior de una cerámica maya, ejercían diversas funciones como criados en las casas de la aristocracia, bien sujetando un espejo como el de la derecha o comprobando que la comida no esté envenenada o podrida como el de la izquierda. Tenían además otras funciones ceremoniales y religiosas, ejerciendo además el papel de escultores.

Izquierda: El enano del Cardenal Granvela, de Antonio Moro. Derecha: El bufón don Diego de Acedo, de Diego Velázquez.
Izquierda: El enano del Cardenal Granvela, de Antonio Moro. Derecha: El bufón don Diego de Acedo, de Diego Velázquez.

Pero al menos en lo que a su representación artística se refiere, la edad de oro de los enanos de corte estuvo en Europa entre los siglos XVI y XVIII. Los mejores pintores de su tiempo los retrataron junto a los reyes a quienes servían e incluso a menudo pasaron a ser los protagonistas del cuadro, siendo progresivamente humanizados y mostrados cada uno de acuerdo a su personalidad. A menudo aparecían sujetando a algún perro, de cuyo cuidado se encargaban y situándose entonces apenas un peldaño por encima de las mascotas.

Aunque también hubo algunos que lograron convertirse en auténticas celebridades, como fue el caso de Perkeo de Heidelberg, a quien a comienzos del siglo XVIII el príncipe elector del palatinado Carlos III reclutó como bufón y que más adelante pasó a ser copero. Su auténtica vocación, teniendo en cuenta que se le atribuye una ingesta diaria de en torno a los veinte litros de vino. De acuerdo con la leyenda vivió hasta aproximadamente los ochenta años y murió al día siguiente de que, por recomendación médica, dejara de beber vino. Desde entonces se le atribuyeron un sinfín de anécdotas e historias, así como estatuas, retratos, figuras de todos los tamaños y que, en definitiva, llegara a ser una de las figuras más representativas de esta ciudad alemana.

No obstante, en este aspecto hubo una corte que destacó sobre todas las europeas, que fue la española, y más concretamente el séquito de Felipe IV, que llegó a tener nada menos que ciento diez enanos. Al servicio de este rey estuvo el pintor que mejor supo retratarlos, Diego Velázquez, que les atribuyó una dignidad propia de la realeza a la que entretenían y una humanidad como nunca hasta entonces se les había atribuido: don Juan Calabazas, don Diego de Acedo, Francisco Lezcano, Sebastián de Morra… son retratos que podemos encontrar actualmente en el Museo del Prado. Probablemente el más logrado, al menos para quien esto escribe, es ese de Morra, cuya imagen encabeza este artículo. Esa mirada seria e inteligente parece estar diciéndonos «ya veis lo que tiene uno que hacer para ganarse el pan, manda cojones». Por cierto, esperemos que vuelvan a ponerse de moda esas puntas hacia arriba de los bigotes… Por último, la obra más reconocida de Velázquez, Las Meninas, también incluía el retrato de dos de ellos. Uno era Mari Bárbola, una enana hidrocéfala que servía en la corte a cambio de «paga, raciones y cuatro libras de nieve durante el verano» y el otro fue Nicolasito Pertusato, como era costumbre retratado junto al perro.

Al siglo siguiente, el XVIII, las cortes fueron prescindiendo de esta clase de sirvientes, al mismo tiempo que comenzaban a popularizarse en ferias y circos. Ya en el siglo XX con la llegada del cine y la televisión darían un nuevo salto en su popularidad (o utilización como entretenimiento, según se mire), siendo una de las primeras películas la muy recomendable La parada de los monstruos, de Tod Browning. que trata precisamente de un circo ambulante cuyos integrantes se rebelan. En el libro The Lives of Dwarfs: Their Journey from Public Curiosity toward Social Liberation su autora, Betty M. Adelson, especula con la posibilidad de que con los avances médicos presentes junto a los que están desarrollándose, dentro de unos años los enanos se «extinguirán», al menos en los países ricos. Razón de más para ir al Prado entonces.

Izquierda: detalle de Las Meninas, de Diego Velázquez. Derecha: Alethea Howard, Condesa de Arundel, de Rubens.
Izquierda: detalle de Las Meninas, de Diego Velázquez. Derecha: Alethea Howard, Condesa de Arundel, de Rubens.

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4 Comentarios

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  2. El Vámpiro Méndigo Ávaro

    Curiosamente, a mí jamás me provocan risa los defectos físicos ajenos ni «cuanto más tenga alguien, más risas». Tampoco me ha hecho nunca gracia en la vida real que alguien se caiga y se parta la crisma, más bien en ambos casos, tiendo a la congoja y a la apresurada ayuda. Además, no tengo que reprimir, por decoro, risas de hiena porque mi preocupación por el afectado es genuina. Pero vaya, no creo que todos estos síntomas sean señal de que yo sea una persona bondadosa, ¡líbrenos dios de eso, por favor! Más bien debo estar atacado de «buenismo».

  3. Ha narrado usted la historia terrible de la deshumanización de las personas con enanismo. Confiamos, sí, en que las displasias óseas que conllevan enanismo, provocadas por una mutación genética espontánea y de carácter dominante, vayan con el tiempo desapareciendo gracias a algún descubrimiento científico. Ya ha ocurrido así con otro tipo de enanismo, el causado por déficit de hormona de crecimiento, el hipofisario. Ahora esta hormona se produce sintéticamente y los efectos del déficit son compensados.
    Sin embargo, echamos de menos en su exposición de «monstruosidades», en esa historia que pesa aún hoy en día sobre nuestros hombros, los de los niños en el patio de la escuela, los de los jóvenes cuando caminan por la calle, las de las personas adultas cuando realizan su trabajo, una mirada sobre las personas que existen y han existido siempre bajo el «fenómeno». La injusticia y denigración que las personas con acondroplasia u otras displasias óseas han vivido a lo largo de la historia merece un reconocimiento, un tomar conciencia hoy día, un gesto, una mirada, efectivamente, a la humanidad, mirada de hermano, no de alien.

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