Arte y Letras Cómics

Por qué Francisco Ibáñez merece el Premio Princesa de Asturias

Francisco Ibáñez. Foto: Corbis.
Francisco Ibáñez. Foto: Corbis.

Una tarde de 2008 tonteaba yo por la sección de libros de un centro comercial cualquiera cuando sin motivo aparente surgió de algún rincón de mi aburrimiento la voluntad de recuperar, más de quince años después, ese ritual clásico de los sábados de mi infancia que ha sido y es también el de millones de chavales españoles: acudir al espacio que tantas librerías siguen reservando a la obra del gran Francisco Ibáñez y echar allí un rato largo riéndome de nuevo con sus historietas. Vi entonces la última aventura publicada de Mortadelo y Filemón, ¡El dos de mayo! y me sorprendí a mí mismo partiéndome de risa inmediatamente con solo contemplar su nada diplomática portada: en ella se reproduce en versión bufa el cuadro de los fusilamientos de Goya con los agentes de la T.I.A del lado de los condenados. Mortadelo está enfundado en la camiseta de la Roja y sujeta un balón de fútbol. Filemón, en su pose clásica de llamar «merluzo» a su compañero de fatigas, le reprocha: «Síííí, es el día del enfrentamiento con los franceses, pero… ¡creo que usted anda algo despistadillo, oiga!». En la parte izquierda de la escena sorprende la imagen de un fraile largándole una soberana peineta al pelotón de fusilamiento francés, pero lo que hace la portada absolutamente genial es el detalle nimio, minúsculo, tan del estilo del autor, escondido entre los márgenes de la escena, en este caso en su parte inferior: vemos ahí la clásica firma de Ibáñez con brazos y piernas convertida una vez más en un personaje de la acción, en este caso ejerciendo de oficial de la ejecución, sable en mano y preparada para dar la orden de disparo. Y uno no cree lo que ven sus ojos cuando distingue junto a ella un bote de monedas como si de una caseta de feria se tratara, con un cartelito en el que se lee: «6 tiros, 2 reales de vellón». La crueldad y la brutalidad corren de la mano del sarcasmo y de la carcajada libre de toda lección moral. Marca de la casa.

La portada es liberadora para Ibáñez, que se reserva en ella el papel de oficiante del ajuste de cuentas con los personajes que tantas horas de vida le han robado, víctima de su enorme éxito y consecuente trabajo incansable. Pero sobre todo es, una vez más, catártica para España: hace falta ser muy bueno para reinterpretar un icono trágico nacional y lograr convertirlo en tal apoteosis de la sorna y la mala leche. En otra representación grotesca de nuestro costumbrismo nacional. En otro espejo sombrío, castizo y desternillante en el que reflejarnos sabiendo que por más que nos entreguemos a esfuerzos honorables por superar cierta pátina de cutrez y chapucería que nos persigue, todo nuestro empeño en librarnos de esta especie de condena ancestral suele conducir a la derrota. Aunque en esa lucha diaria, que nos define, reside también nuestra modesta perla de sabiduría: la que nos recuerda que esta permanente tragicomedia patria bien vale unas risas. Es en ese lugar del sentir popular nacional donde reside parte de nuestra grandeza de ánimo, y es precisamente ahí donde Francisco Ibáñez lleva escarbando décadas.

Porque Mortadelo y Filemón van camino de cumplir sesenta años. Ibáñez creó a sus celebérrimos personajes en 1957, tras abandonar contra el consejo familiar un poco inspirador pero seguro empleo en una oficina bancaria para dedicarse a trabajar a tiempo completo en la editorial Bruguera y dar así rienda suelta a su temprana pasión por el dibujo, entregando desde entonces nuevas viñetas y personajes con un denodado frenesí y una incansable voluntad trabajadora que todavía le duran.

Imagen: Ediciones B.
Imagen: Ediciones B.

Cuando yo descubrí a Ibáñez, en torno a 1988 o 1989, el historietista afrontaba uno de sus mejores momentos profesionales tras los tres años de calvario transcurridos entre su salida de Bruguera en 1985, su incapacidad de publicar nuevas viñetas de Mortadelo y Filemón al estar los derechos en manos de la editorial, el cierre de esta y la adquisición del catálogo de Bruguera por Ediciones B, donde entró a trabajar en 1988 para volver a dibujar historietas de los agentes de la T.I.A. Fue también por entonces cuando extendió su idea previa de crear álbumes dedicados a olimpiadas y mundiales de fútbol a todo el arco de la actualidad, haciendo que los tebeos de Mortadelo y Filemón comenzaran a seguir el ritmo de los acontecimientos nacionales con resultados delirantes: recuerdo con especial cariño aquel álbum de El quinto centenario (1992) por el que desfilaba buena parte de la clase política de entonces a modo de farsa, o ese otro de El atasco de influencias (1990) que resulta tremendamente revelador leído ahora, pues en él Ibáñez se entregaba a un festín en torno a la corrupción municipal que nos es tan familiar, resumiendo el estado de las cosas en una viñeta magistral: un rascacielos construido sobre la arena de un coso taurino. El pelotazo urbanístico español ya no respetaba ni las corridas, hasta ahí podíamos llegar. Inolvidable era también aquel volumen (Corrupción a mogollón, 1994) en el que los agentes debían perseguir por medio mundo a Luis Rulfián, director general de la Guardia Viril (¿lo pillan?). Los títulos de los tebeos de Mortadelo y Filemón de los primeros años noventa a hoy sirven como breve y descacharrante lección de historia reciente. Ahí están La crisis del Golfo (1991), Barcelona 92 (1991), El S.O.E (1992), Las vacas chaladas (1997), La M.I.E.R (1999, en el que España contribuye a reemplazar la estación espacial M.I.R con la Misión Intergaláctica Espacial Rebóllez), ¡Llegó el euro! (2001), El señor de los ladrillos (2004), Mortadelo de la Mancha (2005), ¡Por Isis! ¡Llegó la crisis! (2009) o Marrullería en la alcaldía (2010).

Aquel día de 2008 en que redescubrí a Ibáñez volvieron a mi memoria las portadas de los innumerables tebeos de la colección Olé! de Bruguera que inundaron una vez mi casa y la de tantísimos españoles, así como las historietas más antiguas de la colección Ases del Humor heredadas de mi hermano y de hermanos de amigos, como las que a día de hoy siguen siendo consideradas como lo mejorcito del catálogo del autor: volúmenes como Contra el gang del Chicharrón (1969), Valor… ¡y al toro! (1970) o la redonda El sulfato atómico (1969). Recordé entonces con todo detalle el currículum chapucero del profesor Bacterio, los cabreos monumentales del Superintendente Vicente y sus carreras metralleta en mano amenazando con «perforar el colodrillo a esos dos merluzos», a Chapeau el Esmirriau, Magín el Mago y la A.B.U.E.L.A, el barco Ile du Soria, los impagables autorretratos de Ibáñez perennemente encadenado a su mesa de trabajo, los cambiazos de collares de perlas por longanizas y a Rompetechos siempre derrotado e indignado pidiendo a una farola que ponga orden y aplique la ley. Recordé también que siendo niño solía identificar al tendero del mercado de mi pueblo con el timador del bajo de 13 Rue del Percebe, sin saber entonces que el hecho de que un chaval de ocho años pudiera reconocer tan vívidamente en la calle los pecados nacionales parodiados en las viñetas de Ibáñez era otra de las muestras de su genio.

Y es que Francisco Ibáñez ha destilado innumerables perlas de genialidad a lo largo de un trabajo ininterrumpido, con evidentes altibajos pero siempre interesante, de casi seis décadas en las que ha definido una imagen de España absolutamente reconocible, tronchante e irreverente, crítica pero gozosamente libre de lecciones morales. No solo en los Mortadelos y 13 Rue del Percebe, sino en las no menos brillantes viñetas de Rompetechos (su personaje predilecto), Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino y demás. De la misma manera que el mundo sin Charlot habría sido no solo un poquito peor, sino sobre todo un mundo diferente, lo mismo puede decirse de una hipotética España sin Mortadelo y Filemón: es este el signo que distingue a los autores de los creadores de iconos. No hay que olvidar que Ibáñez proviene de la segunda generación de Bruguera y que siempre ha reconocido a Vázquez, Escobar o a las figuras del cómic franco-belga como referentes ineludibles, pero conviene recordar también que el creador genuino se caracteriza no por concebir algo virgen, sin fuentes de inspiración, sino por definir a partir de varias referencias un universo único, propio, reconocible y reinterpretable por otros creadores, véase Javier Fesser.

Imagen: Ediciones B.
Imagen: Ediciones B.

Desde ese día de 2008 en que entré aburrido a un centro comercial y salí con el premio de decenas de imágenes reconfortantes y semiolvidadas de mi infancia he vuelto regularmente a las viñetas de Ibáñez, y por ello no dudé en acudir hace unas semanas a la exposición que el Círculo de Bellas Artes de Madrid dedica ahora mismo a su figura. Ocurrió allí algo notable: fui un martes laborable por la mañana, siendo por tanto un momento poco representativo para valorar el éxito de la muestra, que supongo está siendo el que merece. Pero la fecha y hora sí me permitieron constatar un detalle revelador: había quince visitantes en la sala, de los cuales diez hablaban francés. Supongo que es ello consecuencia del bien conocido reconocimiento crítico que Francia o Bélgica otorgan desde hace décadas a los autores de la bande dessinée, siempre considerada allí sin reservas como una forma de expresión artística más. Quise saber entonces qué reconocimientos ha cosechado Ibáñez a lo largo de su carrera. Veamos: ganó el Gran Premio del Salón del Cómic de Barcelona en 1994, y en 2001 el Ministerio de Cultura le hizo entrega de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, en cuya lista de premiados uno encuentra de todo: de lo excelso a lo respetable. Es sin duda un galardón importante, pero no el que merece uno de los más agudos, divertidos y brillantes cronistas satíricos de nuestro pesimismo ancestral, de nuestros diversos grados de brutalidad visceral y de nuestro eterno derrotismo, que en un alarde de extrema coherencia tuvo a bien nacer en 1936.

Porque Ibáñez cuenta setenta y ocho primaveras, y aunque sigue trabajando a excelente ritmo está en esa edad en la que los países avanzados reconocen a sus grandes creadores. Pedir para él el Premio Cervantes es difícil, sobre todo porque, previsible rasgado de vestiduras aparte, este se entrega a propuesta de las academias de la lengua de los países de habla hispana. Pero el reglamento del Premio Príncipe (Princesa a partir de este año) de Asturias es sin embargo algo más abierto, y hay motivos de sobra para justificar su merecimiento. Vayan aquí algunos:

—Porque vamos por la enésima generación de chavales españoles que crecen con sus historietas. Su éxito, arrollador en España, ha llegado también a otros países y ha trascendido las décadas mientras el autor superaba más de un bache, incluyendo una etapa en Bruguera de enorme creatividad pero con un calendario de trabajo impuesto rayano en la sobreexplotación, sin contar siquiera con el reconocimiento legal como creador de sus personajes y con tebeos de Mortadelo de autores apócrifos circulando libremente por ahí para que la editorial pudiera exprimir el filón a su conveniencia.

—Porque Ibáñez constituye uno de esos raros personajes nacionales de éxito contra los que nunca se han visto caer las diversas formas de envidia y reprobación públicas que España reserva en ocasiones a sus grandes personalidades de la cultura, el deporte o el espectáculo. Nadie en nuestro país parece tener nada malo que decir sobre él, y es este un inmenso mérito, sobre todo sabiendo que sus logros no pasan por ser el mejor tenista del mundo ni goleador mundial de Fuentealbilla, sino que son (solo en apariencia) mucho más modestos.

—Porque ese éxito nace del trabajo de más de cincuenta años entregado al tebeo, dibujando sin descanso y ajustándose aún hoy a los calendarios de entrega.

–Porque más de cincuenta años de éxito no nacen de una coincidencia astral, sino de la definición perfecta de un universo propio divertidísimo y totalmente identificable en permanente renovación.

—Porque por méritos igualmente justificables y merecidos el jurado de los Príncipe de Asturias tuvo a bien entregar el Premio de Comunicación y Humanidades en su última edición al gran Quino, padre de Mafalda, y por ello el picor que uno siente al no haber visto todavía la inconfundible calva de Ibáñez lucir solemne y orgullosa en el Teatro Campoamor es todavía mayor.

—Porque Ibáñez es tan modesto que es posible que no conciba que le entreguen el Premio Princesa de Asturias, y sabe que ya tiene el reconocimiento del público y sobre todo el que más aprecia: el de los niños, que siempre es sincero. Pero el caso no es ya solo que merezca el premio, y con creces: es que concedérselo constituiría, además, el reconocimiento tardío pero justo a toda la Escuela Bruguera de los años cuarenta y cincuenta.

—Porque esa lista de cronistas irónicos, mordaces e incisivos de nuestros pecados nacionales que nunca ganaron un Príncipe de Asturias incluye a demasiada gente, como todo un Rafael Azcona o un Antonio Mingote, y no está el país para reincidir en los mismos errores, la verdad.

Imagen: Ediciones B.
Imagen: Ediciones B.

Nada me gustaría más que presentar la candidatura de Ibáñez al Premio Princesa de Asturias de las Artes, al de las Letras o al de Comunicación y Humanidades, pero por desgracia no puedo hacerlo a título personal. El reglamento indica que las candidaturas solo pueden ser propuestas por galardonados en ediciones anteriores, personalidades y jurados invitados por la Fundación, embajadas españolas y representaciones diplomáticas, y también «otras personalidades e instituciones de reconocido prestigio».

Sirva este artículo por tanto como llamamiento para que algún galardonado con el premio u otra personalidad o institución de este país presente su candidatura. El plazo para hacerlo vence el 12 de marzo.

Emprendamos por tanto una vez más la enconada tarea de hacer las cosas bien en España, reconociendo con honores a quien lo merece. El propio Ibáñez nos recuerda en sus viñetas que nuestra derrota es segura porque solo somos infalibles en el fracaso, pero sin embargo ya hay por ahí quien ha sabido hacer lo que es debido, dando justo tributo al autor de Mortadelo y Filemón y a la escuela Bruguera, ya sea por medio de elaboradísimas páginas web o a través de películas nostálgicas como la reciente El Gran Vázquez (2010) de Óscar Aibar. Esos trabajos y otros son la prueba de que por más que en este país todos llevemos un cachito del profesor Bacterio en nuestro interior, cuando nos ponemos sabemos hacer las cosas bien. Por eso vale la pena reclamar aquí y ahora el premio Princesa de Asturias para Francisco Ibáñez. Si logramos que le sea concedido no habremos fracasado y seremos ciudadanos un poquito mejores, aunque evitaremos con ello nuestra enésima derrota y nos veremos entonces obligados a movernos en esa zona incierta en la que uno constata que acaba de contradecir a un genio.

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35 Comentarios

  1. Yo me adhiero a esa petición. Aprendí a leer por las mismas fechas con estos dos personajes. también me enseñaron a reír y fomentaran mi curiosidad por la historia. Él me enseño a canalizar la mala leche a través del humor, lo cual sin duda me ha ahorrado muchos disgustos en la vida.
    Además Francisco Ibañez en todas sus entrevistas siempre me ha parecido una persona ejemplar, sin aires de grandeza, humilde y con devoción por su trabajo.
    También comparto su admiración por los inicios del cine, Buster Keaton, Charlot, los hermanos marx, etc. imprescindible su homenaje al cine en «100 años de cine»
    Creo que hay motivos suficientes para que les den un premio al maestro.

  2. Pingback: Por qué Francisco Ibáñez merece el Premio Princesa de Asturias

  3. Aún siendo lector de sus tebeos creo que a Ibañez le sobra ingenio y le falta genio para estar al lado de los grandes. Le falta poesía, simbolismo, sutileza, concentración, autoexigencia… lo que le sobra, por haberlo citado en el artículo y sin ánimo de entrar en comparaciones, a Quino.

    Sus obras son muy disfrutables, pero también, me temo, olvidables y tengo escaso interés por releerlas más allá de la nostalgia o la curiosidad por el detalle no percibido, lo que no sucede con otros grandes.

    Y la pena es que sospecho que, de haber seguido en la senda de sus mejores obras (Sulfato Atómico, Valor y al Toro…) de fin de los 60 y ppios de los 70, de haber perseverado en la historia clásica con arco argumental, en vez de en la acumulación de historietas cortas de 4 páginas unidas por un hilo argumental tenue, podría haberse ganado un lugar al lado de los grandes. Por cierto, esto se lo comenté hace diez años en un encuentro digital y esto fue lo que me contestó:

    Pregunta:

    . Estimado señor Ibañez. En mi opinión uno de los motivos por los que sus comics no se consideran dentro de los grandes (Tintín, Asterix…) aunque sobrados motivos tienen para ello, es el uso de tramas repetitivas o minihistorietas que se suceden dentro de otra más larga (los diferentes partidos en los especiales de un mundial, los disciplinas deportivas en los especiales olímpicos…), careciendo de una estructura de planteamiento nudo y desenlace que enganche más al lector. Supongo que las exigencias de productividad editoriales serán la causa pero ¿no desearía probar a veces con una trama “de verdad”?

    Respuesta:
    ¿Y quién ha dicho que no estén entre los grandes? ¿Quién ha dicho eso? Ja, ja,ja. A la mayoría de los lectores lo que les encanta, lo que les seduce, lo que les hace reir es la cantidad continua de gags, no el tema en general. El hecho de que cada 2 o 4 viñetas haya un gag, skecht o situación cómica.

    http://www.elmundo.es/encuentros/invitados/2005/06/1618/

    • Totalmente de acuerdo. La acumulación de gags también está presente en Asterix, y no me menor medida, pero hay mucho muchísimo más. Aparte de que el universo de Mortadelo es el del fracaso -son, por seguir con Asterix, romanos protagonizando su propia serie-, fatal, irrevocable, sádico en última instancia. No le niego el genio a Ibáñez -el mejor dibujante del mundo en lo suyo, en mi opinión-, pero no sé qué lección para la vida se podría extraer de sus historietas. Y luego está la cuestión del sistema de producción, claro, que durante años se vendieron mezclados los Mortadelos de Ibáñez con los realizados por ‘negros’, en muchos casos basura destinada directamente a explotar hasta la última gota y muy a corto plazo la marca.

    • Juan Miguel

      A este señor, en mi opinión, habría que darle la MEDALLA AL MÉRITO DEL TRABAJO. No tiene categoría para un Nobel o para un Asturias (que a la sazón, no deja ser un Nobel patrio). En esta línea y por poner un pequeño ejemplo de tantos que podrian darse, yo le daría un Asturias a Carlos Gimenez (del que resalto su primeriza España Grande Libre guionizada por Ivá).

      En Cataluña tardan, en darle un reconocimiento.

      • Viejotrueno

        » No tiene categoría para un Nobel o para un Asturias» Tiene más categoría para eso que muchos (h)artistas al que se lo han dado. El desprecio que desprende tu comentario, el cinismo, la ignorancia, la prepotencia y pedantería, son infinitos… lo de toda la vida al respecto de los cómicos, desde Cervantes mismo.

  4. Yo prácticamente aprendí a leer con Ibáñez. Francisco Ibáñez, en mi opinión, es el autor de habla hispana más infravalorado que existe. Vale que pertenece a un género denostado (no se sabe muy bien por qué) como es el cómic. De acuerdo con que Mortadelo no tenga el ‘glamour’ de Tintín o que Ofelia no tenga el mismo bigote que Obélix. Pero Ibáñez te hace reír. Te despierta la mente desde temprana edad con álbumes repletos de colores y escenas hilarantes. Aún recuerdo nítidamente cuándo me regalaron ‘El Estropicio Meteorológico’, mi primer álbum de Mortadelo y Filemón. A partir de ese momento, de los 20 duros que me daban mis padres todos los domingos, ahorraba poco a poco hasta aunar las 450 pesetas que costaba el siguiente tomo que escondía por cualquier parte de la librería para que nadie me lo quitase (aunque con ‘El Mundial 82’ no hubiese manera). Mi modesta colección a duras penas alcanza los 50 ejemplares pero sin lugar a dudas es de la que estoy más orgulloso. Siempre he pensado que cuándo una persona sonríe sinceramente es feliz, aunque sea sólo el instante de la carcajada, es feliz. Francisco Ibáñez lleva 60 años haciéndonos reír como locos. Muchas gracias genio.

  5. No sé si el Princesa de Asturias, pero desde luego creo que Ibáñez es acreedor de unos cuantos reconocimientos, desgraciadamente todavía no hay un reconocimiento social real a la obra de los dibujantes en España. En el caso de Ibáñez, su éxito lo avalan muchas generaciones de lectores. Por cierto, que para él fue de crucial importancia la Ley de Propiedad Intelectual, a punto estuvo de perder sus personajes, como bien se dice en el artículo. Una historia de esas que conviene recordar de vez en cuando aunque sólo sea para no olvidar cómo se hacían las cosas en tiempos… http://intellectualis.net/2015/01/02/mortadelo/

  6. Um, ejem, he leído el artículo en diagonal. Vamos modo #CRISTO_MAL que dirían algunos. PERO…
    Quizás al hablar de Ibáñez se deberían mencionar dos pequeñas cositas:
    1-Los innumerables casos de plagio que existen en el «corpus Ibáñez» (por llamarlo de algún modo). En gran medida por la presión a que Bruguera sometía a sus dibujantes/guionistas:
    «Lo que afirma en el libro de Guiral puede aplicarse también a las historietas cortas.
    Lo que viene a decir es, más o menos, que cuando estaba con 20 páginas por semana, le dijo al «dire» algo así como que ya no podía más. Éste le contestó que le darían alguna ayuda. Ibáñez pensó que se refería a alguna facilidad o a reducir el número de páginas, pero no.
    Lo que le dieron fue, según Ibáñez, páginas de Uderzo, Peyo, Franquin y otros…y le dijeron que si se atrancaba, que copiase, que fusilase.
    Ibáñez apunta que su día de entrega era el miércoles, y que si llegaba el martes por la noche y se encontraba ya saturado, copiaba sin más.» (gracias a un antiguo comentario de EmeA he encontrado la cita, por cierto).
    2-El innumerable número de «negros» utilizados durante toda su carrera. Quizás deberíamos hablar de «Ibáñez» mas como una franquicia que como la carrera de un solo dibujante. Entre ellos, creo recordar que había Mike Ratera. En general, los mejores tebeos de Ibáñez (en cuanto a dibujo) parten de otros autores.

    • Joan Aguirre

      Su última frase, acerca de que “los mejores tebeos de Ibañez (en cuanto a dibujo) parten de otros autores” es completamente errónea. Es exactamente al revés, completamente lo contrario. Cuando Ibáñez a tenido tiempo, los dibujos más perfectos han sido los suyos, de lejos. Recuerde “El sulfato atómico”, una obra maestra del cómic, por ejemplo. O los cientos de portadas de sus tebeos y tomos.
      Hubo una época en que deje de comprar los tomos de Bruguera por su ínfima calidad de dibujo, aún siendo un chaval uno se daba cuenta de que el dibujante de “El sulfato atómico” no podía perpetrar semejante atentado contra su obra.

    • Viejotrueno

      Los famosos «negros» de Ibañez los usaba Bruguera cuando Ibáñez se largó de allí. Ibáñez no tiene nada que ver. En algún momento, mientras él estuvo en Bruguera, echaron mano de alguno, dado el absurdo ritmo de producción que se le exigía. Ahora bien, decir que «En general, los mejores tebeos de Ibáñez (en cuanto a dibujo) parten de otros autores» es no saber lo que se está diciendo y no haber leído ‘El Sulfato Atómico’ y ‘Valor y al toro’, los mejores trabajos de Ibáñez en cuanto a la parte gráfica. Eso por no hablar de algunas tiras de una o dos páginas de aquella misma época donde, inspirado por Franquin, ofreció su mejor nivel como dibujante.
      Los que creen que los ‘plagios’ de Ibáñez se deben a la copia de Franquin, Roba, etc. no tienen ojos en la cara. Lo distintivo de Franquin, que era el entintado, no se lo copió Ibáñez. Ibáñez entintaba con absoluta claridad y precisión, un caso parecido con el resto de autores Bruguera excepto Martz-Schmidt, Roberto Segura o Raf. Y es la tinta lo que da expresividad a la imagen.

      Por otro lado, aunque Ibáñez también copiaba gags de Franquin, especialmente de Tomás El Gafe, sobre todo para el Botones Sacarino, que era una mezcla obvia de Tomás y Spirou, llevó la copia a otro lugar muy diferente y absolutamente propio, donde la exageración y el slapstick eran la marca de fábrica. Es muy posible que la mayor inspiración de Ibáñez, a la hora de diseñar gags, estuviese en el cine de Buster Keaton o Harold Lloyd, más que en el comic franco-belga.

      Y por último está su manejo de la lengua española, que esto sí, es producto nacional al 100%, sólo comparable, en el ámbito de Bruguera, con el citado Roberto Segura y algún otro que ahora no se me viene a la cabeza…

      Todas estas son cuestiones que afectan a cualquier autor de cualquier disciplina artística. Todas estas situaciones que se usan para negarle el pan y la sal a Ibáñez se podrían aplicar perfectamente a cualquier otro. Y sin embargo no se hace, o no con tanta intensidad y mal fe. Porque nadie es profeta en su tierra, lamentablemente

  7. Ibañez, sin duda un escritor y dibujante genial! Lo mejor que ha salido en este país, muy por encima del nivel de Jan que, teniendo episodios muy buenos, no llega a su misma altura.

    Aprovecho también para decir, que un día de estos (esperemos que muy lejano) se nos va a morir otro genio, el creador de la «mitología» moderna: Stan Lee y los homenajes se dan mejor en vida!

  8. Yo aprendí a leer con él y me moría de la risa. Creo que su gran mérito es que sus tebeos tienen varias capas y pueden gustar tanto a los mayores como a los niños. Cuando leí el maravilloso álbum del Quinto Centenario no tenía edad para reconocer en los personajes a los políticos del momento, años después lo volví a leer y recuerdo que fue como sí leyera algo nuevo, más irónico y con bastante mala leche que me sorprendió para bien.

    No se porqué pero siempre me hizo muchísima gracia una cartel que aparecía a las puertas de un hospital en una de las historias:

    «Se hacen curas, monjas no». Descacharrante.

  9. Llanes Cenero

    Ibañez no es Quino. Ni de lejos. Su Mortadelo y Filemón fue excelente en los primeros setenta y poco a poco ha ido decayendo.

    Y además esto.

    http://lagaffemegate.free.fr/franquin/copiage/copiage.htm

  10. Hay una viñeta en «Corrupcion a mogollón» en la que salen «Guardias Viriles» practicando el tiro… con el dedo. Dicen «pum», claro, para ahorrar en balas. Y uno de los guardias añade «el que dice pum, pum, va al calabozo».

    Ibáñez es brocha gorda, pero esconde hiladas muy finas de tanto en cuando.

  11. Dani Bonzo

    Aprendí a dibujar por él. Descubrí el humor absurdo por él. Mi infancia no tiene sentido sin él. Hoy, más de 30 años después, sigue ahí. Este hombre se merece la luna enterita (Luna con un cartel de «Visite Torrevieja» y con el cierre de un balón de playa asomando por un lado).

  12. Antonio Vallejo

    Excelente articulo y propuesta que apoyo totalmente, el príncipe de Asturias se lo tiene bien merecido. Ibáñez con sus cómics ha arrancado carcajadas a generaciones de lectores durante 50 años.

    Yo comencé a leer los cómics de Mortadelo y Filemón apenas aprendí a leer.. de los cómics que mi padre tenia guardados en casa de ya fueran Asterix y Obelix, Tintin, Lucky Lucke,…

    Desconocía estos casos de plagio de dibujos de otros cómics. Está mal, pero ya indica qwerty que era por el excesivo trabajo que tenía que hacia humanamente imposible ser original en cada historieta, aunque hay que reconocerlo, es una mancha aunque fuera por explotación laboral.

    Pero los cómics de Ibañez es algo más que sus dibujos y por eso le haría valedor de este y más premios: Son sus historias, son subtramas centradas en buscar la carcajada (el pique de Mortadelo con el príncipe Carlos de Inglaterra en «Bye Bye Hong Kong» por ejemplo), es el retrato sarcástico de la sociedad española y europea, es no dejar títere con cabeza y mofarse de todos los personajes públicos, son los detalles humorísticos en cada viñeta (un gato que pierde una de sus siete vidas de un susto por ver a Mortadelo disfrazado de zombie, un letrero de una tienda jocoso, su firma pululando por allí y haciendo alguna bestieza …).

    Todo esto junto te hacía estallar en mil carcajadas. Tanto que recuerdo una conversación con mi madre:

    – Antonio, cuando vayamos al dentista no quiero que leas los cómics de Mortadelo y Filemón que hay en la sala de espera.

    – Pero… es lo único que me gusta, no me voy a leer el lecturas!!

    – Ya, pero te tienes que comportar! ¡¡¡No puedes estar en una sala de espera llena de gente riéndote a carcajadas!!!

    – ¿Y? ¿Qué problema hay? ¡Me hacen gracia! ¡Reírse es sano!

    – Sí, y lo vería muy bien… ¡¡¡Si fueras un niño!!! ¡¡¡ Qué ya tienes 19 años!!!! ¿ ¿Sabes la impresión que da ver a un chico cayéndose de la silla a carcajadas??

    – Pues bien que el papa cuando coge un cómic en casa le pasa lo mismo y tiene 42 años! XD XD XD

    … ahora tengo 35 años y me sigue pasando lo mismo. Por desgracia, hace tiempo que no veo cómics de Mortadelo y Filemón en las salas de espera de los dentistas y similares :(

  13. josé antonio

    Sin Ibáñez, la infancia de más de uno de los de la generación de los sesenta habría sido un poco más aburrida de lo que ya era. Teníamos los juegos de la calle, aunque casi siempre era jugar a la pelota, cosa que a mí no me entusiasmaba. Pero teníamos a Ibáñez, que nos inyectaba humor e imaginación a tentemonete, como diría mi padre. ¿Dónde hay que firmar? Se lo merece, desde hace años.

  14. Leí a Ibáñez, mi hijo leyó a Ibáñez, y mi nieto, que es berlinés y acaba de cumplir los diez años, lee a Ibáñez. Lo de mi hijo por este hombre fue auténtica pasión, diría que lo entendía antes de aprender a leer, y ya instalado en Berlín, hace unos años, volvió a escribirle -de niño lo había hecho y había recibido su espléndida contestación- para confiarle la pasión de ese nuevo lector, mi nieto. Hubo de nuevo respuesta. Además de su obra, cabe señalar su generosidad y su bonhomía.

  15. Lo cierto es que no parece haber mucha esperanza para que se reconozca el genio real de Ibáñez, entre quienes lo apoyan por una especie de cariño nostálgico y quienes lo desdeñan por provenir de la tradicionalmente infravalorada escuela Bruguera.

    Creo que todos los premios se le quedan cortos a un autor de esta talla. Creo que sólo con él me he reído a carcajadas a los diez y a los cuarenta. Creo que el carisma de Mortadelo y Filemón, como personajes, ni por asomo lo tienen Tintín, Spirou, Lucky Luke o Astérix. Ibáñez no es un inventor de historias, sino un humorista despampanante con el dibujo y con la palabra.

    Me sorprendería mucho que quien haya leído «Magín el mago», «Concurso-oposición», «Misión de perros», «La caja de diez cerrojos», «El circo» o la primera «Olimpiada», le negara a su autor la genialidad. Se ha repetido, naturalmente. ¿Cuántos Mortadelos se han publicado por cada Tintín, por cada Astérix? ¿En qué condiciones ha trabajado Ibáñez? Ha copiado de otros, naturalmente. Como queda claro en «Los profesionales», de Carlos Giménez, esa era una práctica generalizada en tiempos. Me pregunto, además, cuánto no han sido copiados él y su obra, tan abrumadoramente personales.

    Mi única duda es si el premio merece a Ibáñez.

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  17. Alex SanGermán

    Asisto decepcionado a la incombustible caspa que viene reinando desde los años 50 y que, por la mayoría de comentarios, parece que sigue vigente y pujante. Cuando Mortadelo y Filemón aparecieron, yo era un chaval de 8 años y ya entonces me parecieron garrulos, bastos y con un dibujo poco atractivo, nada que ver con el maestro Vázquez aunque para la mayoría sea imposible notar estas sutilezas. Pero esto es lo que hay.

    • Señor SanGermán, dígame usted por donde camina, y donde excreta, para ir besando el rastro de lo primero, y observar con admiración las sutilezas de lo segundo.

      Intente disfrutar de la infancia de sus hijos, sobrinos o nietos, pues es obvio que la suya no fue muy feliz.

      • Alex SanGermán

        Amigo Lucas, no hace falta que me siga, déme una dirección y le mando un zurullo recién puesto que podrá usted compartir con sus hijos, sobrinos y nietos.

  18. Miquel Àngel

    De verdad, cuanto estupendismo hay en los comentarios.

  19. Se merece todos los premios habidos y por haber. Un genio.

  20. Jerónimo Vargas

    Para comparar a Ibáñez con Quino o Goscinny lo primero que habría que tener en cuenta es la tremenda exigencia de producción a la que Ibáñez, como otros dibujantes de la época Bruguera, se vio sometido. Es difícil ser un «artista» cuando estás sometido a un sistema casi esclavista.

  21. Pues por encima de gustos, que cada cual tiene los suyos y muy legítimos, siempre le agradeceré la gran cantidad de risas, sonrisas y carcajadas que nos arrancó a mi y a mi padre.. no todo va a ser empollarse el Castan…..y por su apoyo a otras causas como el tea…….gracias por todo.

  22. Me uno a la petición. Creo que Ibañez ha sabido a través de Mortadelo capatar parte de la ideosincracia y de la personalidad de la sociedad española. Sus álbumes siguen siendo después de tantos años un producto fresco y poseen algo muy difícil de lograr: haber sabido captar a enganchar a varias generaciones. Cuando alguien consigue eso, es que tiene algo de valor genuino que está más allá de unas circunstancias concretas.
    Está claro que es diferente a Tintín o a Asterix o Quino. Es otra cosa, pero dentro de su estilo es muy bueno y sobre todo, muy auténtico

  23. No hay que comparar a Ibañez con Goscinny o Quino sino con Ditko o Buscema; comiqueros que trabajaban de forma industrial y que de vez en cuando hacían obras de arte.

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  26. Sí, vistos los comentarios, yo creo que ya vamos camino de conseguir que le den el Princesa de Asturias a Ibáñez… Para todo somos igual, cagoenlamar…

  27. Manuel Menéndez

    Me uno a la petición . Mi admiración y gratitud a Francisco Ibáñez por todos los ratos tan buenos que me ha hecho pasar con sus comics. Y como yo millones de niños y ya mayorcitos. Le debemos un gran premio, Nuestro cariño, ya lo tiene

  28. José Luis González Fernández

    El Princesa de Asturias y todos los que se den en España, merece el Gran Ibañez.
    Lo que este hombre representa y ha representado para millones de españoles y de varias generaciones lo vale y más.

    No hay que compararlo con nadie más, porque ningún otro autor de comics representa en este país lo que él, es nuestra propia cultura, forma parte de ella en todos los hogares.
    ¿A que vienen algunos a comparar Mortadelo y Filemón con Tintín, Asterix…, etc?
    Que absurdo.

    ¿Quién dio tanta felicidad a niños y adultos durante más de MEDIO SIGLO en este país?
    Eso es un logro mayúsculo.

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