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Recordando el futuro: Don Quijote y la sinestesia oculta del ajedrez

Don Quijote y Sancho, imaginados por Gustavo Doré (DP)
Don Quijote y Sancho, imaginados por Gustavo Doré (DP)

—Sancho, recuerda que has de mover pieza. ¡Por mi señora Dulcinea, mueve de una vez!
—Lo haré, Señor, después del desayuno.
—Así confundas tu dama rabiosa con tu maloliente vino.
—Más vale jugada con el estómago quieto que sacrificio hambriento, Señor.

El recuerdo es la materia que une las piezas de nuestra individualidad. Es como el bosón de Higgs de la mente, amalgamando y dando razón de ser a nuestro pensamiento: nos cohesiona. Recordar es a veces el vehículo de la nostalgia: la mente nos juega malas pasadas y nos hace (re)vivir cosas del pasado con tanta nitidez, con tanta reacción emocional como si lo estuviéramos viendo, (re)viviendo en nuestro interior. ¡Si pudiéramos recordarlo todo! Si pudiéramos recordarlo todo sería un auténtico desastre y si no, que le pregunten a Funes, el memorioso, el personaje de Borges que apenas acertaba a vivir en paz.

La mente tiene mecanismos para recordar lo que es placentero y bloquear lo que nos da espanto: es una cuestión de supervivencia. Quien no tiene esa capacidad, natural por otra parte, está condenado, con Funes, a repetir en su mente las pesadillas más amargas y las vivencias más tristes, envuelto en el dolor de lo que ha pasado (y ya no tiene remedio), sin poder acertar a comprender ni el presente (aquello sobre lo que se puede actuar), ni el futuro (aquello que se puede modificar).

La historia de Funes se entrelaza con la de Solomon Shereshevsky, un sujeto que tenía el don (o el problema) de la sinestesia. A Solomon lo siguió y estudió durante largo tiempo el famoso psicólogo ruso Alexander Luria a partir de los años veinte. Luria llegó a la conclusión de que el sujeto S, así le llamaba en sus experimentos, poseía la habilidad (o la incapacidad) de mezclar (o no poder separar) los sentidos: cada recuerdo, cada memoria, estaban fuertemente relacionados con un aroma o un color o un sonido particular. Todo registro tenía múltiples entradas, imposibles de olvidar. El sujeto S podía recordar listas de palabras sin sentido durante años.

Los ajedrecistas expertos, aun sin presentar sinestesia (que se sepa), hacen lo mismo con sus partidas, recordando los más mínimos detalles de lo que ocurrió y de la cara que les quedó a sus contrincantes (especialmente cuando se vieron derrotados). Recuerdan todas y cada una de sus partidas, como si las estuvieran viendo, como si dentro de su cerebro tuviesen múltiples tableros donde reviven continuamente cada jugada, cada plan, cada variante. Para los aficionados, resulta asombroso.

Y así, con el pasado, el presente y el futuro como protagonistas de nuestra existencia, nos acercamos una vez más al ajedrez donde todo es recuerdo (de lo que sabemos), todo es presente (de lo que ocurre sobre el tablero) y todo es adivinar el futuro (¿qué jugaremos; qué nos jugarán?).

Jugar al ajedrez es entonces un ejercicio de predicción mental. El jugador tiene que estar constantemente haciendo una predicción del futuro en su cabeza: lo que va a jugar uno y otro jugador va configurando un árbol de posibles variantes que se ramifican hasta llegar a una complejidad inasequible para la mente humana. Pero para poder predecir hay que recordar. Porque el jugador que no tiene almacenada en su memoria una serie de patrones de ideas, de jugadas, de posiciones, está condenado al fracaso. Condenado a intentar la reinvención de la rueda en cada partida. Entonces, jugar al ajedrez se convierte en un ejercicio de memoria; no en un ejercicio cualquiera de memoria sino en la capacidad para emplear el conocimiento ajedrecístico acumulado para la creación de nuevas ideas, de nuevas jugadas y de nuevos recursos, dependiendo de la posición (recordemos, una entre 10**120) que se está dando en el tablero.

Según a quién preguntemos hay dos tipos de memoria: la de trabajo que es de corto plazo y a la que accedemos continuamente para hacer las tareas más nimias y la de largo plazo, aquella en donde almacenamos realmente nuestro conocimiento. La primera, nos ayuda a saber lo que estamos haciendo y, si la dominamos bien, podemos centrarnos y detener la atención hacia una tarea, como el juego de ajedrez, sin que nada ni nadie nos perturbe (sin que el recuerdo nos atormente, sin que los fantasmas nos agiten el alma).

Hay algunas tareas en las que hay que prestar atención con la mirada, entonces entra en juego todo el aparataje cerebral que acompaña a la percepción visual, y al aprestarnos a tomar una decisión, se accede a partes muy específicas del cerebro como son el lóbulo occipital (para el procesamiento visual) y el lóbulo parietal (para la atención y control espacial). Las diferencias fundamentales se dan entre jugadores sin experiencia y jugadores expertos; en los primeros se activan el hipocampo y el lóbulo temporal medial, lo que sugiere que se está llevando a cabo el análisis y el procesamiento de información nueva (con el uso de la memoria a corto plazo) mientras que entre jugadores expertos ocurre la activación del lóbulo frontal, lo que sugiere un razonamiento de orden superior y la utilización de una memoria a largo plazo organizada en módulos. ¿Por qué en módulos? Pues porque sería imposible tener en la memoria todas las jugadas sueltas, todas las posiciones desestructuradas o todas las ideas peregrinas. La información se organiza, de tal manera que todo casa, aunque haya diferencias entre lo recordado y lo percibido.

Cortes cerebrales, Ct Scan. Imagen: Mikael Häggström (CC)
Cortes cerebrales, Ct Scan. Imagen: Mikael Häggström (CC)

Lo que está pasando en la mente de cada uno son esencialmente cosas distintas. El aficionado solo tiene pocos recuerdos en su memoria a largo plazo con los que cotejar lo que está viendo; el maestro, por el contrario, tiene miles de módulos de información almacenados en su memoria que se comparan de inmediato con lo que está viendo. Eso le permite no tener que pensar en cómo resolver el problema que se le plantea, ya lo tiene resuelto en su cabeza y, si no está resuelto, están las claves para resolverlo. El aficionado debe pensar, estrujarse el seso para poder comprender y actuar en consecuencia. Uno sabe, el otro no. Uno entiende, el otro intenta comprender y en ese intento, encontrar el camino indicado puede llegar a ser una tarea formidable.

Lo mismo sucede con cualquier otra actividad. Pongamos por ejemplo la lectura, en la que todos somos, más o menos, expertos. A un jugador de Scrabble no le resulta difícil reordenar las letras del siguiente anagrama para obtener una palabra:

adomcrare

Cualquiera que haya jugado un poco a ese juego maravilloso (que tantas tardes de placer me ha deparado junto a mi madre) sabrá componer la palabra:

acordarme

Pero cualquier lector, aunque nunca haya jugado a este juego, leerá lo siguiente con suma rapidez:

En nu lguar ed al Mnahca ed cyuo nrbmoe no qrueio adomcrare…

¿Qué está sucediendo? ¿Por qué es tan sencillo ahora leer adomcrare? El lector experto conoce el comienzo de el Quijote de memoria y en cuanto se ha dado cuenta de que las primeras seis palabras se leen como En un lugar de la Mancha… ni siquiera necesita seguir leyendo, ya sabe lo que viene luego, puede predecir el resto de la línea, tanto de la que está leyendo como de la que no está escrita, depende del nivel, claro. Muchos recordarán solo la primera frase, otros se acordarán de lo siguiente:

… no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo…

y unos pocos (los grandes maestros de la lectura) recordarán esto:

… de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Scrabble, a ver si no me olvido.
Scrabble, a ver si no me olvido. Imagen: Diego Rasskin.

 

Cuando un gran maestro de ajedrez mira una posición en el tablero, no solo es capaz de recordarla en un abrir y cerrar de ojos sino que, en cuestión de segundos es capaz de comprender la estructura, saber qué apertura se ha jugado (el pasado inmediato), qué cientos o miles de partidas conoce con tal apertura o con tal sistema de juego (el pasado lejano), cómo valorar la posición, es decir, quién está mejor, si las blancas o las negras (el presente), qué planes de juego son importantes, interesantes, prometedores, necesarios o suficientes para proseguir por parte de los dos bandos (el futuro a largo plazo), qué variantes son las más probables que se lleven a cabo (futuro a medio plazo) y cuáles son las mejores jugadas candidatas en ese preciso instante (futuro inmediato). Todo esto en unos pocos segundos y, claro está, todo dentro de la mente del jugador experto. Para un aficionado esto es magia; le resulta difícil comprender cómo es posible llevar a cabo todas estas elucubraciones dentro de la mente y sin ayuda de ningún tipo. Para el experto, cada posición de ajedrez es como el anagrama de un Scrabble, sabe que la solución está ahí, que la palabra está escondida dentro del aparente caos.

Desayuno español. Imagen: Diego Rasskin.
Desayuno español. Imagen: Diego Rasskin.

Empieza la partida: 1.e4, zumo de naranja 1., e5, café con leche; 2.Cf3, chocolate caliente 2, Cc6, media docena de churros; 3. Ab5, tostada con aceite… y en el cerebro se apuntala la apertura española. Deliciosa, frutal, abrumadoramente fresca, lista para enfrentar el presente, limpia, ausente de problemas, vacía de estertores, centenaria, hostil, con olor a mañanas y recuerdos del futuro por venir. «—Sancho, ¿qué tenemos para desayunar?».

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6 Comentarios

  1. Angel Villar

    Magnífico artículo. Mis más sincera enhorabuena al autor por deleitarnos con este gran texto muy apropiado tanto en contenido como en extensión (no es uno de estos kilométricos articulos a los que estamos acostumbrados en Jot down.).

    • Gracias Angel!

    • Por suerte existen aún artículos largos. Imposible desarrollar una idea madura y bien estructurada en uno de esos artículos de apenas doscientas palabras. Así que menos menospreciar a los artículos «largos»…

  2. Muy bueno…!!

  3. Simplemente maravilloso… jaque mate a lo complejo…

Responder a Víctor Cancel

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