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Intelectuales que cambiaron de idea

Fotografía de Gerda Taro.
Fotografía de Gerda Taro (DP)

En mi interior sabía que nunca podría ya escribir como antes, experimentar la vida con una claridad tan sencilla, dar expresión a una esperanza tan apasionada o embarcarme con un compromiso tan total en una creencia. (Richard Wright)

Se es humano en la medida en que hacemos trampa a nuestros dogmas. (Pierre Drieu La Rochelle)

En 1927 Julien Benda publicó La traición de los intelectuales, una obra en la que denunciaba el creciente interés de artistas y escritores por los asuntos mundanos, por bajar a la arena política y tomar partido apoyando apasionadamente a unos u otros, en lugar de cumplir con su deber de ser una especie de clérigos laicos (el título original era La Trahison des Clercs) entregados a la trascendencia, dedicados en cuerpo y alma a cultivar lo universal y lo eterno acordes a la tradición occidental ¿Resultado? Nadie le hizo el menor caso. Ni siquiera él mismo podía ponerse de ejemplo, pues previamente había tomado partido en el célebre Caso Dreyfus, pero este grito en medio del desierto fue un interesante punto de referencia que nos mostraba lo lejos que se llegaría en dirección contraria.

Los intelectuales en el siglo XX tomaron partido. O, si queremos precisar la definición, los escritores, artistas y en definitiva la gente del mundo de la cultura —según la poco afortunada expresión que se usa hoy en día—, tomaron partido y es entonces cuando pasan a incluirse en la categoría de intelectuales. Lo hicieron a menudo de forma apasionada, queriendo acaparar el máximo protagonismo, pasándose en algunos casos a la política de forma profesional o quedándose en un término intermedio como comisarios políticos. Se convirtieron en palanganeros del poder o en sus más implacables críticos aun a riesgo de sus vidas. Apoyaron en ocasiones causas justas y con desesperante frecuencia también las más rematadamente locas y peligrosas. Decía George Orwell que los intelectuales son más propensos que la gente común a apoyar el totalitarismo y efectivamente basta echar un vistazo a la historia para comprobarlo. A veces existe la tentación de saltar sobre esa disonancia cognitiva diciendo «es que ese no es un verdadero intelectual». Y sin embargo lo es. Nada impide que uno de ellos sea también una aberración humana y un auténtico escombro moral. ¿Pero cómo es esto posible? ¿No se supone que son gente inteligente y preparada, capaces de pensar por sí mismos en lugar de dejarse llevar por la moda del momento?

En primer lugar destacar en un ámbito profesional no te dota de mejores aptitudes para emitir juicios en un campo distinto. Creer que alguien que ha escrito novelas policíacas de éxito pueda tener mejor criterio sobre los ejes de la política exterior o sobre cómo debe distribuirse el gasto público es desde luego algo poco fundado. De hecho ni siquiera en el propio terreno en el que se especialicen están a salvo de errores —y lo que es peor, dedican entonces más talento a racionalizarlos—, pues según este estudio de la Universidad de California los académicos de filosofía tienen tantos sesgos en su forma de pensar como cualquier persona normal: al fin y al cabo como seres humanos están expuestos a las mismas pasiones que alteran su juicio, ya sea vanidad, búsqueda de aplausos o dinero, rencillas personales, miedo… Este último es también mayor al estar expuestos públicamente, lo que incrementa exponencialmente las presiones y las amenazas sobre ellos bien en torno a perder lectores, premios, financiación o sencillamente a quedar señalado y meterse en problemas. Pero la cosa resulta especialmente interesante cuando lo que vemos no es un posicionamiento puntual sino una trayectoria, y cómo en no pocas ocasiones esta se ha visto modificada ostensiblemente con el transcurrir de los años. ¿Ha cambiado debido a una maduración y reflexión internas o simplemente porque la marea se movía en otra dirección? ¿Es meritorio, condenable o acaso inevitable cambiar de forma de pensar con el paso del tiempo?

Una «autocrítica» en la China maoísta. Foto: DP.
Una «autocrítica» en la China maoísta. Foto: DP.

«La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo», dijo Carl Schmitt, y por sorprendente que pueda parecer no tenía en mente las siempre tan airadas tertulias televisivas españolas y su eco en las redes sociales. Si algo hemos visto en el siglo XX es que la política es la continuación de la guerra por otros medios y casi cualquier posicionamiento se ha terminado interpretando en última instancia como un «o con nosotros o con ellos». Por mucho que se intente matizar o buscar terceras vías es casi imposible escapar a la lógica bipolar que rige el debate público y bajo ese planteamiento ser un tránsfuga («persona que pasa de una ideología o colectividad a otra» dice la RAE) es, en definitiva, ser un traidor. Cambiar de ideología ha sido visto siempre por los antiguos compañeros de filas como pasarse al enemigo. De manera que algún aliciente poderoso debía haber para dar un paso difícil y que a menudo trajo una ruptura más o menos traumática con el pasado.

Los diversos movimientos fascistas europeos o próximos a esta doctrina se nutrieron en buena parte de antiguos sindicalistas y políticos socialistas y comunistas. Pero también de intelectuales. Un caso notorio en nuestro país fue Ramiro de Maeztu. A comienzos de siglo comenzó a colaborar con periódicos de tendencia socialista, a partir de 1905 pasó a residir en Londres como corresponsal y ahí su pensamiento se aproximó al liberalismo anglosajón, pero una vez terminada la Primera Guerra Mundial terminaría recelando del parlamentarismo y buscando la respuestas para España en el tradicionalismo católico y la dictadura de Primo de Rivera, poniéndose a su servicio como embajador en Argentina.

Y qué decir del temperamental Miguel de Unamuno, dueño de una trayectoria vital y un pensamiento tan complejo que es imposible resumir en pocas líneas. Fue militante del Partido Socialista en su juventud, pero según sus propias palabras, cuantos más años cumplía más liberal y más bilbaíno se volvía, lo que le convirtió en un enérgico detractor del nacionalismo vasco, tras una postura inicial mucho más tibia. Sus posteriores preocupaciones existenciales y religiosas resultaron muy prolíficas literariamente y le llevarían a apoyar inicialmente el alzamiento militar contra la Segunda República (que a su vez había apoyado previamente con entusiasmo y que le permitió volver del exilio al que le había llevado su oposición a la dictadura de Primo de Rivera), aunque muy poco tiempo después se mostraría airadamente en contra en su célebre enfrentamiento con Millán Astray. Quizá este ejemplo nos permita concluir como una característica común a bastantes intelectuales —al menos a aquellos más propensos al examen de conciencia y a mantenerse mentalmente activos toda su vida— que naturalmente pueden equivocarse en uno u otro momento, aunque eso sí, siguiendo su propio guion, su particular brújula interna.

Pero si como señalábamos anteriormente el nazismo y el fascismo se nutrieron de gente de otras procedencias, para otros fue sin embargo un punto de partida. En 1993 se hizo pública una carta del politólogo y jurista Norberto Bobbio a Mussolini de allá por 1935 que causó cierto escándalo. Cuando la escribió formaba ya parte de un grupo resistente llamado Giustizia e Libertà, así que había ciertas sospechas sobre su adhesión al régimen y quiso zanjarlas para poder proseguir su carrera académica proclamándose fiel al Duce y asegurando que tales insinuaciones «me han herido en lo más hondo e insultado mi conciencia fascista». Era, simplemente el doblepensar al que obliga un régimen liberticida y así lo explicó en respuesta a dicha polémica: «para salvarse bajo una dictadura, se precisa de una fuerza de carácter, una generosidad y una valentía que reconozco que yo, en la época en que escribí esa carta, no poseía. No tengo ninguna dificultad en examinar mi conciencia, como ya lo he hecho muchas, muchas veces». Algo en línea con las justificaciones posteriores del marxista Theodor Adorno a los textos con guiños al nacionalsocialismo que publicó antes de su exilio de la Alemania nazi: «Los giros que se me pueden reprochar tenían que transparentarse, para todo lector inteligente en aquella situación de 1934, como captationes benevolentiae».

Aunque también hubo otros cuya lealtad no fue fingida. Fue por ejemplo el caso del novelista, dramaturgo y periodista Curzio Malaparte, que participó en la Marcha sobre Roma de 1922 y luego fundaría varios periódicos convirtiéndose en uno de los ideólogos del nuevo orden. A partir de 1930 sus críticas a Hitler y Mussolini le valdrían la expulsión del Partido Nacional Fascista y varios encarcelamientos sucesivos, hasta que una vez terminada la Segunda Guerra Mundial pasaría a ser miembro del Partido Comunista Italiano. En España tenemos otro caso muy notable en la figura de Dionisio Ridruejo. «Cuando cambió de opinión lo hizo siempre en contra de sus intereses, y eso tiene mucho valor», dijo de él su amigo el ensayista Pedro Laín Entralgo. Falangista de primera hornada y voluntario en la División Azul, a él se le deben los versos «Volverán banderas victoriosas / al paso alegre de la paz» del «Cara al sol». Su cargo más destacado como comisario político fue el de director general de Propaganda durante la Guerra Civil, una estructura que tomó como modelo el ministerio manejado por Goebbels. Pero tras la guerra y teniéndolo todo a su favor decidió navegar contracorriente. Su distanciamiento del franquismo fue cada vez mayor, hasta que finalmente es encarcelado en 1956, a continuación viviría en el exilio manteniendo hasta su muerte en 1975 posiciones socialdemócratas.

Dionisio Ridruejo, José Antonio Gimenez Arnau, Velez y Rivera de la Portilla salen de la segunda sesión del Consejo Nacional de F.E.T. y de las J.O.N.S. en Burgos, marzo de 1938. Foto: DP.
Dionisio Ridruejo, José Antonio Gimenez Arnau, Velez y Rivera de la Portilla salen de la segunda sesión del Consejo Nacional de F.E.T. y de las J.O.N.S. en Burgos, marzo de 1938. Foto: DP.

En Francia por su parte tuvieron a Pierre Drieu La Rochelle, cuya evolución es ciertamente difícil de interpretar. Novelista de vida libertina, mantuvo un discurso decadentista sobre Francia que, como suele ocurrir con esa clase de discursos, acaba trayendo consigo la creencia en soluciones radicales. Primero defendió la creación de un Estados Unidos europeo que superara la división entre países. Pero la publicación en 1934 de su ensayo Socialisme fasciste deja bastante claro con su título dónde había encontrado ahora la salvación. La unión de Europa bajo un nuevo sistema llegaría de la mano del Tercer Reich, por lo que se convirtió en un decidido colaboracionista. Pero la ocupación le fue desengañando y pasó a interesarse por el estalinismo y las religiones orientales hasta que, atormentado por la culpa, finalmente optó por el suicidio en 1945.

Fue un caso más entre una miríada de ejemplos que trajo consigo la ocupación nazi de Francia, un tema tan vasto como interesante que no puede ser despachado en unas pocas líneas. Sobre Sartre y Simone de Beauvoir durante la ocupación se dijo por quienes les trataron que «es imposible ser menos «pensadores comprometidos» de lo que ellos eran entonces». Prácticamente la única actividad de resistencia del primero fue montar una obra teatral, Las moscas, que recreaba el mito de Electra y que estaba cargada de un mensaje subversivo que quizá solo él supo ver. Los ocupantes estaban más preocupados por entonces en un Frente Oriental que se estaba cobrando millones de vidas por ambos bandos en batallas colosales. Una adaptación teatral de la mitología griega parece un coste asumible en comparación, por aburrida que pudiera ser. ¿Pero es justo reprocharle algo? Seguramente no, si no fuera por la vehemencia con que quiso convertirse en un faro intelectual y moral en la Francia de posguerra. Dice al respecto Tony Judt en Pasado imperfecto:

A menudo, fueron estas mismas personas las que adoptaron las posturas más rígidas y más extremas en los años siguientes. ¿Una compensación por el tiempo perdido? ¿Sentimientos de culpa debidamente aplacados por medio de un compromiso que no habían sido capaces de asumir cuando realmente importaba? ¿La corrosiva sensación de haber perdido la oportunidad de actuar, seguida por la frenética búsqueda de una actividad compensatoria?

En ese sentido el contraste con Albert Camus (cuyas obras, dicho sea de paso, han soportado mucho mejor el paso del tiempo) era notable y con los años, y por otros motivos, no dejaría de incrementarse. El prestigio que se había forjado en la resistencia le valió para denunciar la persecución a colaboracionistas que comenzó a darse tras la liberación y que inicialmente apoyó, menos relacionada con la búsqueda de justicia que con una atmósfera inquisitorial de intereses mezquinos en la que cada uno intentaba exculparse señalando a otros: «La palabra depuración ya era bastante desagradable por sí misma. El hecho se ha vuelto odioso». Pero nada de lo que digamos podrá mejorar lo escrito en este excelente artículo del citado Judt. La cuestión, en torno al tema que nos ocupa, es que además Camus tras unas simpatías iniciales por el comunismo marcó una línea clara frente a él, horrorizado por sus crímenes y abusos. Un posicionamiento que en esa época y lugar resultaba complicado, pues suponía romper con parte de su entorno y con su pasado. Pero no fue el único, ni mucho menos.

Albert Camus. Foto: United States Library of Congress (DP)
Albert Camus. Foto: United States Library of Congress (DP)

La renuncia al comunismo, a sus pompas y sus obras, se ha convertido con el paso de los años casi en un tópico biográfico, en un rito de paso de cualquier escritor, artista o académico que se precie. Más de uno a veces hasta parece que se estuviera inventando un pasado marxista, aunque en cualquier caso lo importante es haberse quitado, como del fumar. El proceso puede presentar variaciones en cada caso, aunque el récord de brevedad lo ostenta el poeta Stephen Spender, quien en 1936 se afilió al PC y se desengañó dos semanas más tarde. Pero el escritor que renegó del marxismo de manera más ruidosa y polémica, marcando a muchos un camino a seguir, fue André Gide. Pionero en reivindicar en los años veinte dignidad y reconocimiento para los homosexuales y en denunciar los crímenes coloniales, lo que le llevó a abrazar esta ideología fue, en sus propias palabras:

Es necesario que se diga, lo que me lleva al comunismo no es Marx, sino el Evangelio. Es el Evangelio lo que me ha formado. Son los preceptos evangélicos, la forma que han hecho adoptar a mi pensamiento, al comportamiento de todo mi ser, lo que me ha inculcado la duda de mi valor propio, el respeto del prójimo, de su pensamiento, de su valor, y que en mí han fortalecido este desdén, esta repugnancia a toda posesión particular y a todo acaparamiento.

Esta nueva fe, esta vez en un paraíso en la tierra, le llevó a proclamar entusiasmado en 1931, tras leer acerca del plan quinquenal:

Yo querría gritar muy alto mi simpatía por Rusia, y que mi grito se oyese, que tuviera importancia. Querría vivir lo bastante para ver el éxito de ese esfuerzo enorme; su éxito, que deseo con toda mi alma, al cual querría contribuir. Ver lo que podría dar de sí un Estado sin religión, una sociedad sin familia. La religión y la familia son los dos peores enemigos del progreso.

Así que en 1935 viaja a la URSS para ver de cerca el milagro. La agencia soviética Intourist patrocinaba recorridos por el país para intelectuales occidentales con fines propagandísticos y pensaron, erróneamente, que Gide les vendría bien. Iba muy predispuesto como vemos y fue colmado de lujos, aplausos y hospitalidad, pero el viaje, lejos de confirmar sus ideales, le provocó un «espantoso desasosiego». Fiel a la verdad por encima de cualquier otra consideración, escribió sus impresiones en Regreso de la URSS, un auténtico bombazo editorial que vendería ciento cincuenta mil ejemplares en los meses posteriores y se traduciría a quince idiomas. Una crítica implacable que provocó un considerable escándalo y que lo apartaría definitivamente de esta doctrina. Tras él siguieron muchas más. El escritor Richard Crossman señaló en una recopilación de testimonios al respecto llamada The God that failed:

Al principio veían la meta a gran distancia —como sus predecesores habían visto, ciento treinta años antes, la Revolución Francesa—, como una visión del reino de Dios sobre la tierra; y, como Wordsworth y Shelley, dedicaron sus talentos a la modesta misión de posibilitar su advenimiento. No los desanimaron ni los contratiempos de todos los revolucionarios profesionales ni el clamor de burla de sus adversarios, hasta que cada uno de ellos fue descubriendo por sí mismo el abismo existente entre su visión de Dios y la realidad del Estado comunista, alcanzando el conflicto de su conciencia su punto de ruptura.

Arthur Koestler, otro nombre que no podíamos dejar de mencionar en este recorrido, dejó escrito acerca de su conversión inicial que «en una sociedad que se desintegraba y tenía sed de creencias» llegaba «la atracción de esa nueva revelación que venía del Este». Es decir, el rechazo a la realidad circundante tenía un papel decisivo en dotar de un aura de atracción a aquello que prometía cambiarlo todo. No es de extrañar por tanto que en nuestro país fuera durante los últimos años del franquismo el comunismo fuera bandera común para tantos opositores al régimen y que, una vez concluido este, el fervor revolucionario también quedara atrás. De todos los partícipes de aquel tiempo, el que tal vez ha cambiado de forma más notoria desde entonces, el nombre inevitable que cualquier persona menciona en primer lugar cuando se habla de virajes ideológicos, es el del periodista Federico Jiménez Losantos. Lo entrevistamos aquí y nadie mejor que uno mismo para explicar su trayectoria. Solo cabe añadir una mención al libro de varios autores Por qué dejé de ser de izquierdas, en el que relata su viaje a China en 1976 como un Gide cuatro décadas posterior:

Había un punto de esnobismo que la gente nunca reconoce y que es esencial sobre todo cuando eres muy joven. Lo chic era ser maoísta de París, que eran más finos, no de Pekín. Lo ves ahora y dices ¡qué horror, qué gilipollas! Pues sí, éramos gilipollas, además uno tiene una edad de ser gilipollas. (…) En China era tan lejana la revolución, que no sabíamos ni dónde estaba (…) El caso es que de China salgo no ya anticomunista, que es como entré, sino militante anticomunista. Todo me ha parecido poco desde entonces.

Es decir, a la manera de una vacuna, ese paso por una ideología permitiría luego rechazarla con más énfasis, una vez se conoce el Otro Lado: sus puntos débiles, sus modos de actuar y sus intenciones. Aunque merecería también pensar con detalle en torno a cuán inevitable resulta la «edad de ser gilipollas» así como la idea, comúnmente aceptada, de que con el paso de los años tendemos a hacernos conservadores. O según lo expresó Savater: «he sido un revolucionario sin ira y espero ser un conservador sin vileza».

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31 Comentarios

  1. Jesús Couto Fandiño

    A Losantos, lo de gilipollas no se le quitó, tan sólo cambio de bando, como muchos otros que «descubrieron» lo errado del partido que habian tomado pero no lo errado de sus formas de ser. De mentir y hacer propaganda barata, de eso no se quitan.

    • Mazzantini

      Ya estamos descalificando…como no es de su cuerda…Lo mismo podría aplicarse al demagogo de Jorge Verstrynge, que de la extrema derecha francesa pasó a la derecha del PP de Fraga, luego al PSOE, luego a posiciones cercanas al chavismo y ahora es linterna para Podemos. Buen viaje, ¿eh?

  2. ¿y que me dices de tanta gente de buenos sentimientos y conciencia social que acabaron siendo del PSOE, de UGT o de CC.OO.? Es si que es cambiar la ideologia por unas gambas…

    • Francisco

      Para descalificador, Losantos, que es un tipo grotesco. ¿O es que él no se dedica «descalificar» (denigrar, insultar, mentir sobre, agredir verbalmente) a personas todos los días durante años? Es un ser realmente despreciable y repulsivo, mala persona, un monigote tétrico.

  3. Buen artículo. Sólo me sobra que se cite a Fernando Savater como un intelectual.

  4. Alejandro

    Me falta Ortega y me sobra Losantos. Creía que el articulo era sobre intelectuales. Chapeau por el resto.

  5. Interesantísimo articulo. Sobre la edad de ser gilipollas, no es más que una excusa barata, tal vez algo defendible en algunos contextos, pero excusa. Mientras algunos eran gilipollas, otros luchaban de forma menos estridente sin necesidad de apoyar o justificar regimenes asesinos ni ideologías totalitarias.

  6. ««La diferenciación específicamente política es la diferenciación entre el amigo y el enemigo», dijo Carl Schmitt, y por sorprendente que pueda parecer no tenía en mente las siempre tan airadas tertulias televisivas españolas y su eco en las redes sociales.»

    No, si lo jodido es que son las tertulias las que tienen en mente a Carl Schmitt

  7. EL artículo era sobre intelectuales. ¿Qué pinta Losantos?

  8. Pingback: Criticidades» Archivo del BlogAntídotos Intelectuales contra la mierda de toro (lxvi) - Criticidades

  9. Francisco

    Jimenez Losantos intelectual? Será en el retrete de su casa. Y no lo digo porque sea anticomunista, es que es muy fuerte calificarlo de intelectual, habiendo escuchado las burradas que lleva dicho todos estos años sobre cualquier cosa que se le ocurra.

  10. »con el paso de los años tendemos a hacernos conservadores» No es por el paso de los años, sino por el PESO de la cartera. Cartera multimillonaria, y desde hace años reaccionaria, en el caso de Savater.

  11. Muy interesante el artículo. Como dice Meryl Streep en Adaptation (El Ladron de Orquídeas, 2002) evolucionar es vergonzoso, es como huir, renunciar a una parte de tí.

    ‘¿Es meritorio, condenable o acaso inevitable cambiar de forma de pensar con el paso del tiempo?’

    Yo aplaudo a todos aquellos que han sido consecuentes con su evolución ideológica, aunque haya sido, bajo mi humilde punto de vista, ‘para mal’.

    La evolución debería considerarse inevitable y necesaria, sino es así algo falla. Nuestros gustos musicales o estéticos cambian con el tiempo, no veo por que los políticos no debieran hacerlo. Otra cuestión es si por desencanto nos lanzamos a los brazos del bando contrario, como hemos visto en muchos casos mencionados en este artículo. Sería interesante analizar cuantos profundizaron aun mas en sus ideologías o propusieron una renovación en lugar del rechazo.

  12. juan carlos gargiulo

    faltó comentar lo de Vargas Llosa, antiguo entusiasta de la revolución Cubana, y hoy travestido en ferviente amigo de J.M. Aznar y su Fundación FAES ( que curioso FA ES letras iniciales de FA ange ES pañola)

  13. Su tan denostada Faes fue la única que los tuvo bien puestos para invitar al apestado (por la izquierda) Fleming Rose.

    • Fleming Rose escribió en El País este mismo año, así que eso de «el único», en fin…Por otra parte, eso de apestado por la izquierda es un poquito exagerado, ¿no?

      • No entiendo que tiene que ver reproducir una artículo con invitarlo físicamente y asumir el riesgo que implica, cosa que Cebrían no haría ni en 7 vidas.

  14. Eduardo Maura

    ¿Qué artículos con guiños nacionalsocialistas escribió Adorno en los años treinta? Afirmación no contrastada e inaceptable filológica e históricamente. No existen esos artículos, ni a la luz de su trayectoria anterior, ni por supuesto posterior. Poco puedo fiarme de quien firma esto. Mis disculpas.

  15. BeneDick16"

    Equiparando nazismo y comunismo otra vez… Ay, jotdownero, cómo se te ve el plumero («libegal», claro, cual cavernario «intelectual»). Cuando las neoliberales que os subvencionan y sulibellan terminen de devolver a Occidente al Salvaje Oeste, tal vez tú también «cambies de idea», más que nada porque igual ya no necesitan tantos palmeros y, no lo quiera MEV, te veas integrado en la exponencialmente creciente masa de ciudadanos sin acceso a una sanidad, una educación o una vida digna. Entonces quizás recapacitarías sobre si el imperio de la Libertad (de mercado, por supuesto) ha merecido el sacrificio de la Igualdad y de la Fraternidad.

  16. Fulgencio Barrado

    Es curioso, pero a lo liberticidad del comunismo no le va a la zaga lo liberticida del anticomunismo. Todo gobierno que en la historia se ha declarado anticomunista ha sido tan pernicioso como dicho comunismo (Hitler, Mussolini, Franco, Pinochet…). Incluso en USA la etapa más liberticidad de su modernidad fue la del anticomunismo.
    Camus se mostró contrario al comunismo o a las practicas de los comunistas, pero no anticomunista, que creo que tiene matices distintos.
    Es algo que me llama la atención.

  17. Luis Castro Berrojo

    Habría que ver alguno de esos casos un poco más de cerca. Por ejemplo, Ridruejo. Daría la impresión leyendo el reportaje de que al acabar la guerra poco menos que se echó al monte y que luego era más demócrata que nadie. Y no. En 1947 tiene una entrevista personal con Franco, que él mismo relata, y su discrepancia no es porque el régimen no evolucione hacia la democracia, sino porque no realiza la «revoución pendiente» falangista y el dictador no lo es suficientemente. No es bastante «Duce», para entendernos. Pero el comunismo acecha si Franco se va. Ese mismo anticomunismo es el que le lleva más adelante, cuando los fascismos han perdido el tren definitivamente, a recibir sostén del Congreso para la Libertad de la Cultura (tapadera de la CIA, véase Laura Glondys) para trabajar al lado de los Madariaga, Gorkin, etc. contra el «peligro rojo», no distinguiendo la URSS de los partidos comunistas occidentales. Pero lo más grave es que, que yo sepa, Ridruejo nunca hizo autocrítica o al menos «examen de conciencia» de los asesinatos que se cometieron en Valladolid cuando él era jefe provincial de Falange, que ahora contamos por cientos en la capital y por miles en toda la provincia. Como se ve en el caso de FGL, podríamos decir que este tipo de individuos, más que liberales, son anticomunistas, en el sentido que lo podía ser McCarthy, Foster Dulles o Franco. El sistema parlamentario pluripartidista sirve en tanto sea valladar contra cualquier intento de reforma social profunda. Si no, el séptimo de caballería… o las escuadras del «Cara al sol». Si más no, creo que insultar y menospreciar al personal es algo impropio de un liberal.

  18. Creo que faltan sobre Francia un par de obras ineludibles de Aron, «El opio de los intelectuales» y «Los marxismos imaginarios»

  19. Pingback: Intelectuales que cambiaron de idea

  20. Foolish Fyodorov

    De como un articulo que iba sobre cambíar de posición política acaba siendo una oda al anticomunismo. Pues muy bien, pero titúleme de otra manera el artículo. No es que no se pueda tratar el tema del comunismo desde la óptica inicial del artículo, pero al final más de 50% del texto trata de ese tema fundamentalmente, y el cambio de posición de este o aquel intelectual no deja de ser anecdótico. El autor nos acaba «llevando al huerto»: Ya no es que los verdaderos intelectuales no sean comunistas (hargumento treceteuviano que resulta infumable para cualquiera con dos dedos de frente), es que los verdaderos intelectuales son aquellos que fueron afines al comunismo debido a una idealización del mismo, pero que luego se bajaron del burro. Pues muy bien, oiga. Es solo un poco menos risible la segunda tesis que la primera, pero de momento cuela.

  21. Interesante artículo. El enlace Tony Judt en Letras Libres más aún. Resulta discordante tanto comentario de borriquito con chándal, probablemente subvencionado. Por sus obras los conoceréis. El anticomunismo es un deber, por supuesto.

  22. Y Verstrynge?

  23. Cuántos hay que, aun habiendo leído esto, no os enteráis y hacéis de la acusación vuestra lucha anónima.

  24. Algo que nosotros como humanos no hemos podido captar, es que somos volubles y que no siempre preferimos las mismas cosas y actitudes de forma permanente debido a que la dinámica social no es constante. Eso es algo que los totalitarismos han descubierto y han querido hacerlo permanecer, no obstante que las condiciones que hicieron triunfar un totalitarismo, hayan cambiado, éste cree que alcanzado el objetivo «la historia se detiene». Eso es un error, como también lo es pensar que en las democracias occidentales no han habido grandes decepcionados por la cuestión de que la democracia como tal y la venden de «gobierno del pueblo y para el pueblo» no existe al 100%, a pesar de ello, occidente sabe y permite que exista el derecho a defender las ideas, pero igual que exista el derecho a retractarse de ellas.

  25. ¿No ha habido intelectuales mujeres? Solo hay una mención en todo el artículo, a Simone de Beauvoir, y no pasa de ser una mera cita al lado de Sartre.
    Artículo escrito por y para varones, como la Historia.

  26. Evolucionar e incluso cambiar de ideología y bando -no solo una si no varias veces-, es absolutamente comprensible y razonable. No te fíes de los puros, como los talibanes y ayatollas: esos son incapaces de negociar o de razonar.
    La Duda es intrínseca al humano, y la duda acerca de un modelo de vida, un sistema político está sostenido en creencias científicas o racionales que por un cambio de enfoque o estudio puede cambiar tu forma de verlo 180°.
    Por ejemplo: el tema de la plusvalia, o la Ley de Hierro de la política puede trastocar tus creencias sobre si hay explotación o no en el capitalismo o si el anarquismo es viable, conocer procesos revolucionarios enseña mucho al respecto. Tú empiezas con ilusiones éticas, morales, filosóficas y con el tiempo descubres realidades, historias de procesos que lo desbaratan todo. Maduras, pasas de la filosofía a la política real. De los ideales a las realidades, del comunismo al fascismo, y desde ahí a la socialdemocracia. De lo malo a lo menos malo. Pueden los pueblos educarse, madurar y desarrollas sociedades asamblearias, de democracia directa? O debe ser un grupo intelectual y militante, pequeño, fiel, escogido para hacer la revolución y luego liberar a ese pueblo desde arriba, como pretendían los bolcheviques, o Pol Pot…
    Crees en lo primero y luego, te encuentras con que ya no crees en ello y toda tu ideología se desmorona…
    Es fácil cambiar, como Mussolini, de la igualdad al Estado fascista. Solo un argumento convincente, una nueva manera de enfocar al humano, a la sociedad. Y todo cambia.

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