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El honor según Joseph Conrad

Escena de Los duelistas, película de Ridley Scott basada en un relato de Joseph Conrad. Imagen: Paramount Pictures.
Escena de Los duelistas, película de Ridley Scott basada en un relato de Joseph Conrad. Imagen: Paramount Pictures.

Dicen que aquel hombre blanco lanzó a derecha e izquierda, a todos aquellos rostros, una mirada orgullosa e imperturbable. Después, con la mano sobre sus labios, cayó hacia adelante, muerto.

Cuando el orgullo puede más que el deseo de supervivencia. En esa gran película llamada Los duelistas, ópera prima de Ridley Scott, vemos a dos oficiales del ejército napoleónico enfrentados a muerte sin que su enemistad parezca tener un motivo formal digno de tal nombre. Uno de los oficiales, el más razonable, ni siquiera comprende la causa de sus disputas. El otro, sea cual fuese el impulso que lo mueve a batirse en duelo, se justifica con el vano pretexto de un insulto que nadie excepto él juzga como tal y cuando eso no basta, recurre a embustes sobre su contrincante. Estos dos hombres son diferentes en todo. Uno busca con ahínco el combate mientras que el otro, con desgana, se resigna a formar parte del espectáculo. Tienen no obstante una cosa en común: ambos respetan los códigos que rigen los duelos por honor, incluso cuando eso conlleva traspasar los límites de la sensatez.

La película de Ridley Scott está basada en un relato de Joseph Conrad, titulado «El duelo», donde el escritor polaco desmenuza una de sus temáticas preferidas, el honor. Es verdad que su novela más estudiada y difundida es El corazón de las tinieblas, cuyo abigarrado simbolismo siempre ha atraído a los críticos. Su famosa adaptación cinematográfica, Apocalypse Now, la ha llevado a muchos más lectores que cualquier otra de las escritas por Conrad. Sin embargo, compleja y fascinante como es, El corazón de las tinieblas no cubre sino una parte de las fijaciones literarias —y personales, hasta donde resulte lícito confundirlas— del autor. En otros de sus relatos, el honor desempeña un papel mucho más importante. El honor tal y como es reflejado en las novelas de Conrad ha dejado de ser protagonista de la ficción occidental, quizá como consecuencia de haber perdido importancia en nuestra sociedad, que lo considera un concepto arcaico. Es más, el propio Conrad lo consideraba una rémora del pasado y parecía preocupado porque el romanticismo se hubiese empeñado en rescatarlo.

Resulta sugestivo intentar psicoanalizar a un escritor a través de su trabajo, en particular cuando sus obras están repletas de personajes apasionados con idiosincrasias extremadas. Sin embargo, como algunos estudiosos de Conrad han hecho notar, no deberíamos considerar que todo en su ficción es el reflejo inequívoco de su opinión sobre los asuntos tratados en cada relato. Es verdad que su estilo, con frecuencia, incita a confundirlo con alguno de sus personajes, pero esto bien podría ser calificado como una posible trampa ante la que deberíamos ser cautelosos. El uso de narradores inventados, como el famoso Charlie Marlow, al que resulta fácil juzgar como un simple áter ego de Conrad, complica más las cosas. Pero la visión del mundo de Joseph Conrad, por lo que sabemos a través de diversas fuentes, es cualquier cosa excepto sencilla o fácil de resumir. En su obra y al parecer en su personalidad abundan los posicionamientos ambivalentes. Sus relatos suelen presentar los mensajes mediante moralejas, aunque estas no son siempre fáciles de interpretar. Baste decir, por ejemplo, que la exégesis de El corazón de las tinieblas ha llevado a diferentes analistas a concluir por separado que fue una de las primeras obras abiertamente antirracistas, pero también que fue un libro abiertamente racista. Nada es sencillo con Conrad.

Polaco nacido en Ucrania, exiliado a temprana edad y extranjero en todas partes, incluso en la Inglaterra donde vivió y se hizo famoso como literato, los conocidos de Joseph Conrad lo definían como un «hombre de mundo», pero no el típico personaje desenvuelto e incluso desenfadado que esa expresión nos pudiese sugerir. Conrad había visto mucho mundo, eso es cierto, pero también era un hombre hipersensible al que el mundo había herido. Aquellos viajes durante los que había visto muchas cosas, incluyendo algunas horribles, durante su pasado como marino profesional, no le habían endurecido, más bien al contrario. Conrad era descrito como un caballero de maneras impecables, más la estampa de un aristócrata que la de un antiguo empleado de la marina mercante. Se mostraba reacio a manifestar sus emociones, aunque de manera más natural y menos encorsetada que los típicos gentlemen británicos. Cuando su interlocutor le merecía confianza, emergía un carácter «muy poco inglés», ya que hablaba de sí mismo con una franqueza impropia de la hipocresía victoriana. Solo entonces, en aquellos momentos de cercanía, podía adivinarse, más que percibirse, aquella hipersensibilidad de su espíritu, por ejemplo cuando recordaba algunos de los horrores que había contemplado en el Congo y que inspiraron El corazón de las tinieblas. Retirado de la marina y convertido en escritor, le gustaba llevar una vida tranquila y sin sobresaltos, porque eso mitigaba el considerable sufrimiento interior y el mal estado de sus nervios del que dieron testimonio sus allegados. Incluso evitaba la ciudad; según parece le aterrorizaba la multitud y entre los viandantes se hallaba incómodo, como si no fuese capaz de abstraerlos, porque sentía que caminando entre muchos desconocidos, las personalidades de todos ellos le atacaban «como tigres».

Joseph Conrad intentaba desembarzarse de los lastres del romanticismo. (foto: DP)
Joseph Conrad intentaba desembarzarse de los lastres del romanticismo. Foto: DP.

Los rasgos depresivos de la personalidad de Conrad, que pueden deducirse de las vivas descripciones que de él hicieron algunas de sus visitas y amistades, no eran nada nuevo. De niño, su inestabilidad emocional había preocupado a sus familiares y tutores. A los veinte años intentó suicidarse disparándose en el pecho, debido a problemas económicos. Pese a todo, su turbulencia emocional nunca impidió que se convirtiera en un clarividente observador de la naturaleza humana, incluyendo la progresiva revisión de algunos de sus propios prejuicios, heredados de una educación propia de clase alta. Cada vez más decepcionado con el mundo, el paso del tiempo lo convirtió en un heterodoxo, aunque de manera discreta y más en su literatura o sus conversaciones privadas que en algún tipo de manifestación pública. El Conrad maduro hablaba con despego de su propio origen social, renegaba de la religión y abominaba del imperialismo europeo en Asia y África. También, como veremos, era muy crítico con el concepto de honor. Lo único hacia lo que se mostraba reverencioso era su propio origen nacional. Después de veinte años sirviendo en la marina mercante británica y aun después de haberse retirado en Inglaterra, seguía preocupado por la pérdida de sus raíces culturales. Quizá agravadas por el hecho de escribir en inglés y no en polaco, estas preocupaciones nunca lo abandonaron, llevándolo incluso a pedir el perdón de algunos familiares por el hecho de que sus propios hijos, crecidos en Inglaterra, no hablasen la lengua que para él era la materna. Según dijeron algunos de sus amigos esto hacía que Conrad sufriese por sus hijos, tal vez creyendo que por no haber nacido ellos en la patria de su padre iban a padecer los mismos sentimientos de desarraigo cultural que él había arrastrado durante toda su existencia. Pero en fin, salvo estas inseguridades de emigrante, su vida de exilio lo había convertido en un librepensador y algunos de los conceptos que en otro tiempo había considerado indiscutibles, que muchos de sus contemporáneos todavía sostenían como ciertos, eran para él cargas de las que su propia mente, como la sociedad, debía liberarse.

Muchas instituciones humanas habían caído en descrédito ante sus ojos y fueron duramente juzgadas en sus obras. De entre ellas, el honor era una de las más pesadas cargas que pueden amargar la vida de un hombre, aunque Conrad no ofrece sobre esto una opinión única, condensada o sencilla. Dependiendo del relato, el personaje concreto y la situación descrita, el «honor» es un concepto que cubre un amplio espectro de significaciones, desde la reputación social hasta la íntima conciencia moral. En un mismo relato, como «El duelo», vemos a dos hombres con conceptos distintos de lo que es el honor y de lo que el honor requiere de ellos. Tampoco es el mismo concepto de honor el que preocupa a los protagonistas de Nostromo y de Lord Jim. El honor, podría decirse, es un conjunto de circunstancias, un statu quo, como la salud. La salud no es una única cosa, sino un estado general, el de ausencia de enfermedad. De manera análoga, el honor no es una única cosa, sino el estado general de ausencia de manchas en la propia reputación, o, en ciertos casos, en el concepto íntimo de uno mismo. Con todo, sea cual sea la acepción que queramos usar, para Conrad la persecución del honor es una tarea torturante y en última instancia estéril. Lo que convierte a este escritor en uno de los más grandes creadores de antihéroes es la idea de que cuando un hombre pelea en pos de la obtención de un concepto mayor que sí mismo —sea el honor, sean ideales, sea un amor irrealista— nunca podrá obtenerlo. Su realismo, en este sentido, es muy crudo.

Si un hombre considera que su reputación es algo fundamental en su vida, muy bien podría estar condenado de antemano a ver cómo su vida pierde en sentido, porque no hay nada que él pueda hacer para controlar esa reputación. Los factores que tienen influencia en la fama de un hombre son demasiados y están en demasiadas manos ajenas. Una única calumnia, por injusta y falaz que sea, puede, si bien dirigida, arruinar todos sus demás esfuerzos por parecer honorable. Pero incluso en caso de triunfo en los asuntos de un hombre la reputación es un premio que se obtiene solamente si los otros deciden concederlo. El protagonista de Nostromo, un intrépido marino italiano que intenta salvar un cargamento de plata en mitad de una revolución caribeña, descubre demasiado tarde que su renombre no depende de sus propios actos, por formidables que estos pudieran parecer, sino del interés que otros puedan tener, o no, en promocionarlo a él como héroe. Para Conrad, la futilidad de pelear por un un premio cuya entrega depende del capricho de los otros se explica a sí misma. En Nostromo, además, Conrad nos dejó una de las más brillantes metáforas sobre la inutilidad última de las grandes empresas; cuando el barco que transporta la plata sufre un serio contratiempo. Uno de sus tripulantes, un idealista, salva los lingotes de plata depositándolos en un pequeño bote, con el que huye y atraca en una isla. Allí aislado, se enajena y decide quitarse la vida. Conduce el bote de nuevo al mar y se pega un tiro. Para evitar que después de suicidarse su cadáver quede flotando, usa como lastre los lingotes de plata. Esta poderosa metáfora ilustra la banalidad de algunas de las cosas que convertimos en las misiones principales de nuestra vida. Y puede perfectamente aplicarse al honor. El honor, en Conrad, es casi siempre un pesado lastre, como los lingotes de plata, inútiles en mitad del mar excepto por su peso.

Escena de la adaptación cinematográfica de Lord Jim. Imagen: Columbia Pictures.
Escena de la adaptación cinematográfica de Lord Jim. Imagen: Columbia Pictures.

Quizá ninguna de sus historias muestra una visión tan trágica del honor como Lord Jim. En ella se nos describe a Jim, un joven marino de admirables cualidades personales que, en un momento de debilidad, deja su puesto en un barco creyendo que se va a hundir. Jim y los demás tripulantes abandonan a su suerte a los pasajeros —un grupo de inocentes peregrinos musulmanes—, pensando que tras el hundimiento estos no podrán acusarlos de haber desertado de sus obligaciones. Sin embargo el barco no se hunde, los peregrinos son rescatados y denucian a los tripulantes, que son sometidos a juicio. Aunque Jim sale bien parado de su proceso penal, vivirá obsesionado por la mancha que el asunto ha dejado en su honorabilidad. Pensando que todo el mundo habla de él a sus espaldas, es incapaz de mantener un trabajo fijo, cambiando con frecuencia de residencia. El narrador, Marlow, simpatiza con él e intenta ayudarlo a superar el mal momento, pero termina exasperado ante la incapacidad de Jim para olvidar lo sucedido, como si estuviese siempre castigándose. Conforme avanza la novela, comprobamos que la herida de Jim es más profunda que el rasguño causado por la preocupación sobre su desprestigio social. Lo que de verdad está mancillado es el concepto que tiene de sí mismo, y su sentido del honor es algo mucho más íntimo de lo que Marlow, el narrador, había sospechado. Jim vive sumido en una espiral de culpa, vergüenza y autodesprecio, una perpetua lucha por intentar redimirse sometiéndose a un ideal de conducta que ningún hombre razonable puede pretender alcanzar sin renunciar a aquello que pueda hacerle feliz, o aun a aquello que pueda garantizar su propia supervivencia. Un ideal de conducta que supone incluso sacrificar las relaciones humanas. La búsqueda del honor, dice Conrad, equivale a egoísmo. Los seres humanos no viven solos y necesitan de otros seres humanos, pero quien persigue el honor ha de desentenderse de las necesidades de sus seres queridos.

Dando portazo a una época que se extingue, pero cuyas neurosis todavía ha experimentado como propias, Conrad describe la honorabilidad como un estado absoluto cuya restitución, en caso de mancha, no conoce proporción. Una pequeña mancha puede llevar a un hombre sensible, o insensato, a quemar todas sus vestiduras, pues no creerá que pueda haber lavados suficientes con los que eliminar ese deshonor que le perturba. Todo aquel que sitúa el honor por delante de otras necesidades terminará sufriendo la condena de la autodestrucción, o, peor aún, la del vacío interior. Como todos los conceptos que aspiran a las mayúsculas, vuelven minúsculo al hombre que entrega su vida a hacerlos realidad. Conrad, en su propia pugna filosófica por deshacerse de aquellos artefactos sociales y psicológicos que causan innecesaria miseria, aboga por dejar de considerar el honor como algo sagrado, pero a veces lo hace a través de personajes que si son admirables, lo son por ese profundo sentido del honor que amenaza con destruirlos. Conrad, de forma simultánea, admira y compadece al hombre honorable. Su opinión pretende ser más definitiva de lo que acaba siendo, quién sabe si porque si él mismo se había sentido prisionero del concepto de honor, pero teniendo que agradecer al honor algunas de sus cualidades más admirables.

Si no han visto Los duelistas, háganlo; después, lean a Conrad y emprendan el absorbente ejercicio de intentar desentrañar el más complejo de los trasuntos de sus novelas: a él mismo.

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25 Comentarios

  1. Robespierre

    Curiosamente, conforme iba leyendo acerca de la personalidad y sensibilidad de Conrad, me ha venido a la mente alguien que opina por aquí de vez en cuando. Uno o una que firma Funestini.

  2. Magnífico texto, reflexionando en ese vacío que dejan todas las novelas de Conrad.
    No puedo dejar de pensar en Peyrol, ese gran pirata de su última novela. Siempre con un bote en el que hacerse a la mar en tan solo unas horas y dejarlo todo atrás. Su concepto del honor es muy distinto, mucho más altruista, y se embarca en una causa que no es la suya por el mero amor a los «suyos» y a la libertad de esta.

  3. Que barbaro articulo, he leido varias novelas de J.C. incluso 3 o 4 seguidas de lo mucho que me gustan y jamas se me ocurriria ni tengo la capacidad de descifrar la psicologica como lo hace el autor de este articulo, gracias.

  4. Gran artículo. Conrad nunca ha sido suficientemente conocido, mucha gente sólo le conoce de la referencia de Apocalypse Now, y la mayoría ni de eso.

  5. Bel article . Merci à l’auteur .

  6. Magnífico artículo. Enhorabuena.

  7. Excelente artículo, muchas gracias

  8. De Conrad aprecio casi todo; pero hay una novela breve que leí siendo joven y cuya lectura me acompaña desde entonces: La línea de sombra. El momento en la vida en que los problemas de verdad se presentan y hay que afrontarlos con responsabilidad y coraje, y tomar las decisiones por primera vez en soledad, plenamente consciente de las repercusiones. Ese tiempo en que tenemos que franquear la línea de sombra de la madurez.

    • ¿Es esa de un capitán que tiene que manejar a la tripulación en un barco atracado en Bangkok sin saber cuando van a zarpar y en el que casi todos caen enfermos? ¿O la estoy confundiendo con otra.

      • Sí, esa es. Y, luego, en alta mar, tiene que enfrenterse a la enfermedad y a la calma chicha. Tomar decisiones, atravesr la «línea de sombra».

  9. Se me olvidaba: un artículo muy serio. Gracias

  10. Gran artículo. La pelicula Los Duelistas es increible. La compre en DVD despues de verla hace años, le tengo tanto respeto que aun no la he desprecintado. La escena final me dejó marcado.

  11. A mi me parece que existe una diferencia entre el honor que defienden los dos duelistas y lo que siente Jim al abandonar el Patna. Este último sentimiento se parece más a la culpa; a la que hemos sentido (casi) todos cuando nos hemos equivocado. Al amor propio herido si se prefiere.

    Me encantan Los duelistas aunque encuentro a Jim más humano.

    Estupendo artículo. Gracias.

  12. Balearico

    Muy buen artículo. He leído poco a Conrad, cosa que veo que tendré que remediar. De él recuerdo un libro magnífico traducido por Javier Marías. «El espejo del mar». Libro autobiográfico de algunas de las experiencias marineras del jóven Conrad (algunas en la costa catalana ejerciendo de contrabandista). Cada página es un monumento al mar.

  13. El propio Conrad en el prólogo a Lord Jim que leí hablaba de una mujer italiana que no entendía el elevado sentido del honor del personaje, y

  14. Pingback: El honor según Joseph Conrad

  15. Pingback: “No queda sino batirse”, una humilde historia de los duelos | Tras las huellas de Heródoto

  16. condealmasy

    Brillante artículo!

  17. Pingback: El impacto de Ridley Scott en el cine de ciencia ficción (Parte II): Blade Runner | The Reservoir Bloggers

  18. >>La búsqueda del honor, dice Conrad, equivale a egoísmo. Los seres humanos no viven solos y necesitan de otros seres humanos, pero quien persigue el honor ha de desentenderse de las necesidades de sus seres queridos.<<

    Eso queda perfectamente plasmado en Victoria, también de Conrad

  19. Luis Manteiga Pousa

    Los duelos, al fin y al cabo, son actos voluntarios.

  20. Un magnífico novelista Conrad, uno de mis favoritos.

  21. Están muy bien tanto el libro como la película. Por lo demás, si la gente se quiere batir en duelo, de un modo bien reglado y totalmente voluntariamente ¿cual es el problema?.

  22. Pingback: Contra las elecciones (y 2) - Jot Down Cultural Magazine

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