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Instrucciones para la vida de Dorothy Parker

Foto: Corbis.
Foto: Corbis.

Dorothy Parker olía a muerte. No como una mujer que andaba en malos pasos y escribía siempre desde las cuevas de la autodestrucción, sino de una manera literal: Parker olía como hieden los difuntos recientes, a nardos. Después de intentar quitarse la vida por las muñecas, empezó a perfumarse con el aroma que tradicionalmente usaban los sepultureros, como una bailarina que sonríe mientras le sangran las puntas de los pies: «Sí, estoy viva, pero no es lo que quiero», le gritaba a los olfatos de los felices veinte.

Quien fuera la mujer más ingeniosa de la capital del mundo era, como invita a adivinar su amarga mordacidad, adicta a las turbulencias. Las más frívolas se han glosado hasta el desuello, haciendo imposible recrear cualquier fiesta o tertulia del Manhattan predepresión sin referir a esa dama menuda de flequillo infantil repartiendo tósigo entre los efluvios del humo y el alcohol. Su vida era convulsa y excéntrica, sus artículos pugnaces, su prosa sabrosa y su casa, un hotel. Logró que revoloteasen alrededor de sus sombreros no solo las figuras más brillantes de ese ayer desde Scott Fitzgerald, George S. Kaufman a Dos Passos pasando por Hemingwaysino todas las emociones genuinas: se la veneraba, temía, amaba y odiaba con idéntico fervor por parte de sus víctimas, que eran todos. Publicó en las mejores cabeceras, se empapó en los mejores (y también los peores) destilados y dejó para la posteridad las inmortales frases caústicas que hacían que ningún tugurio de Nueva York amaneciera sin que la muletilla «como dijo Dorothy Parker…» se pronunciara una decena de veces. Incluso Cole Porter encabezó con ella la canción «Just One of Those Things».

Si Dorothy Parker es hoy mito bienquista de la «generación perdida» es gracias a ese cóctel de su talento impreso y de su existencia disoluta y bohemia, tan rompedora sin pretenderlo. «Mi vida es como una galería de arte / con pasillos estrechos por los que los espectadores pueden caminar», asumía ella, y lo recogía con indisimulada emoción John Keats en la primera biografía de la escritora publicada tan solo tres años después de su muerte:

Hace mucho tiempo el mundo era nuevo y brillante, y Dorothy Parker era una de las personas más nuevas y brillantes que en él habitaban. Tuvo dos maridos, varios amantes, una mansión en Beverly Hills, una finca en Pensilvania y una serie de apartamentos en Nueva York. Fue una figura principal de la famosa Mesa Redonda del Hotel Algonguin; sus libros de poemas y cuentos eran instantáneos éxitos de ventas; la citaban los mejores articulistas de los mejores periódicos y prácticamente le fueron atribuidos todos los comentarios brillantes de su época. 

Efectivamente Parker era el espíritu resacoso del whisky y del cigarrillo, pero también de la perpetua derrota de continuar viva. No en vano, la biografía se titula La importancia de vivir, que irónicamente fue lo que ella siempre se afanó en sortear. Parker estaba hecha de roca y humo; y eligió oler a muerte. Frívola y alegre, pero siempre al borde del derrumbe, siempre amagando con no volver. La mordaz reina de los intelectuales y el ingenio sofisticado tenía una pulsión tanática que jamás escondió en su obra. Muchos de sus relatos albergan pistas de esa desesperanza íntima y ese anhelo de muerte, y en «La soledad de las parejas», «El banquete de palabras» o «El señor Durant» Parker no solo está radiografiando a una sociedad sin rumbo, sino a su infierno personal, también en entreguerras. La sensación de que estaba en la vida en contra de su voluntad es certera. «Una buena cosa para grabar en mi lápida: «Fue a todas partes en contra de su voluntad«» escupía en el relato «En cambio, el de la derecha…» publicado en The New Yorker. Y es que, contrariando a las apariencias, la relación más turbulenta no fue la que tuvo con su primer marido Edwin Pond Parker II, ni con el segundo, Alan Campbell. Mucho menos con los otros eventuales y trágicos, como Charlie McArthur. Fue con la muerte.

Esa irresistible tentación

De ello da cuenta parte de su producción menos celebrada o menos traducida a nuestro idioma (1) que compone su colección de poemas. Aunque Parker arrancó su carrera literaria con la rima y diseminó poemas por todas las publicaciones en las que colaboró, esta es sin duda su faceta más desconocida, acaso por su oscuridad o su condición flapper. Sus poemas, llenos de una desesperada vitalidad, son islas en verso donde Parker se despega de la ácida humorada y se adentra en las tinieblas de sus intentos suicidas prácticamente sin asideros.

Bebe y baila y ríe y miente
ama toda la tumultuosa noche
¡Porque mañana habremos de morir!
Aunque ay, luego nunca ocurra.

Este fragmento es probablemente el más festejado en lo que respecta al verso de Parker y al suicidio, indisolublemente unidos. Escrito, al parecer, en el período que separa sus dos intentos conocidos aunque hay biógrafos que malician un número mayor— en él la escritora ya deja patente su obstinación en vivir desenfrenadamente aunque la vida no le guste en absoluto. De hecho, se esfumó temporalmente de ella, de los clubes y las tertulias del Algonguin, para volcar toda esa sombra que le crecía dentro en unos poemas que más tarde se editarían bajo el título Enough Rope (Cuerda suficiente) y convierten lo suyo con la muerte no ya en un coqueteo, sino en un romance manifiesto:

Las navajas duelen;
el río está húmedo.
El ácido mancha;
la droga da calambres.
La pistola no es lícita;
los nudos atrapan.
Huele fatal el gas;
quizá vivir, ¿no?

Dorothy Parker intentaba morirse, pero no lo lograba. Después de despertar en el Presbyterian Hospital por una sobredosis de veronal, escribió este poema titulado «Résumé», que la empujó a seguir asida a ese «quizá» aunque nunca desterró la idea. «En él hizo relación de los diversos métodos disponibles para los lectores que contemplaran la posibilidad de suicidarse: como sabía por experiencia propia, las hojas de afeitar eran dolorosas y los sedantes producían vómitos y retortijones y, aunque había otros métodos que no había probado, había que descartarlos por su más que dudosa efectividad; dados los medios inadecuados de que disponía un aspirante suicida, llegaba a la conclusión de que era mejor seguir viviendo», explica Marion Meade, autora de la segunda biografía de Parker. Dorothy vomitó contra el amor doméstico y siguió levantándose cada mañana lustrándose los dientes y afilando la lengua en el cuarto de baño, mirando de soslayo a la cuchilla de la repisa.

He caminado por la arena nivelada
a lo largo de una extensión gris:
desde lo alto de las dunas al extremo del mar
salvo yo no hay ningún ser vivo.
He echado el pesado cerrojo contra los golpecitos de la lluvia,
y he tiritado ante la chimenea para ver cómo
pasan las horas oscuras.
La tormenta de medianoche
el litoral desolado: viví a solas con ellos:
pero aquí, en el recodo de tu brazo,
está la soledad.

Foto: Corbis.
Foto: Corbis.

Tras un sucinto flirteo con la desintoxicación, la «gran moderna» volvió a cultivar el verso y la botella, y convirtió su autodestrucción que limitaba al norte con el alcohol y al sur con el sexo en uno de sus motores creativos. «Si no deja el alcohol, no durará más de un mes», le advirtió un médico. «Promesas, promesas» protestó ella. Fruto de ese deseo irrealizable alumbró el que es quizá el poemario más tenebroso (y sí, divertido) de la autora, que elocuentemente se titula Poemas del odio y que nace de sus propias llagas, porque ella fue siempre su primer objeto de descuartizamiento. Ahí es donde Parker se exhibe más noble y más brutal: odia a las mujeres, a los hombres, a los actores, a las actrices, a los bohemios, las fiestas, los libros, a los jóvenes, a las esposas, a los maridos, a los colegiales. Odia a la vida y odia a Dorothy Parker.

I hate Men;
They irritate me.

There are the Serious Thinkers—
There ought to be a law against them.
They see life, as through shell-rimmed glasses, darkly.
They are always drawing their weary hands
Across their wan brows.
They talk about Humanity
As if they had just invented it;
They have to keep helping it along.
They revel in strikes
And they are eternally getting up petitions.
They are doing a wonderful thing for the Great Unwashed
They are living right down among them.
They can hardly wait
For «The Masses» to appear on the newsstands,
And they read all those Russian novels
The sex best sellers.

Pero la mujer que bebía como un bucanero y escribía para lacerar no pudo cantar a la muerte como ambicionaba. Al igual que con el suicidio, no fue capaz. Empezó a escribir Sonetos sobre el suicidio o la vida de John Knox y la obra se le escurrió entre las manos como un pez muerto. El proyecto acabó convertido en otra antología de relatos llamada Laments for the Living, que sirvió para devolver el anticipo y poco más. «Mis versos no sirven para nada. Enfrentémoslo, cariño, mis versos son terriblemente temporales… como cualquier cosa que una vez haya estado de moda, son espantosos ahora. Abandoné sabiendo que no mejoraban, pero nadie pareció advertir mi magnífico gesto», reconoció ella misma en una entrevista. Había calculado mal sus fuerzas contra la muerte, y también contra la posteridad.

Dorothy Parker se quedó sin el epitafio que quería «Disculpen el polvo» o «Si estás leyendo esto es que estás encima de mí»y sin ser muerta voluntaria, su anhelo soñado. Como la mayoría, tuvo que esperar y marchitarse; y en ese epílogo se quedó prácticamente sin fama y sin aduladores. Sus cenizas permanecieron en el despacho de su abogado veintiún años hasta que alguien fue a reclamarlas, a pesar de que su fallecimiento fue portada de The New York Times. Aunque la mujer de metro y medio de ojos profundos no era rubia, abandonó esta vida por causas naturales un ataque al corazón-emulando a su protagonista más eterna de su relato más laureado, «Una rubia imponente», que tampoco acierta a reunir el valor o la cobardía para quitarse de en medio. «Rezó sin dirigirse a Dios, sin convencer a ningún Dios, pidiéndole que le permitiera emborracharse, que la mantuviera siempre borracha», concluye la peripecia de Hazel Morse, un espejo del desenlace de Parker que ella sin saberlo, anticipó.

«El instinto de conservación no era nuestro fuerte», escribió su amigo Hemingway cuando se suicidó en 1961, creyéndose portavoz de todos los de la Mesa Redonda. Dorothy Parker le sobrevivió seis años y le quitó la razón, dejando a su paso una obra que anhelando ser muerte acabó como una postrera instrucción para la vida. Pura ironía incorregible con perfume de nardo. 

My land is bare of chattering folk;
The clouds are low along the ridges,
And sweet’s the air with curly smoke
From all my burning bridges.
(«Sanctuary», Dorothy Parker).

(1) Más de un centenar de sus poemas fueron rescatados y traducidos al español en la obra Los poemas perdidos, de la editorial Nórdica. No obstante, Parker asciende a más de trescientos poemas. 

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5 Comentarios

  1. Pingback: Instrucciones para la vida de Dorothy Parker

  2. Creo que sus poemas no deben traducirse. Son jodidos de leer en inglés pero me gustan mucho más así. Sobre todos sus poemas de odio. Enhorabuena por el artículo.

  3. Pingback: Instrucciones para la vida de Dorothy Parker (Jot Down) | Libréame

  4. POBRE CHICA RICA.

  5. Aurooooraaaaaa…Aurooraaaaa

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