Ciencias

Los niños invisibles: Lucio y su única perspectiva

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Ilustración: Vera Ortín.

De muy niño en algunas mañanas de verano me acostaba en el suelo con la cara apoyada en el piso fresco. Desde ahí veía barrer a mi abuela protegido por una distancia cómoda.

Observaba pequeñas áreas del piso que la abuela olvidaba barrer y que siempre acababa por recorrer si yo tenía la suficiente paciencia y le dejaba ejecutar una segunda pasada con la escoba.

Cuando ella murió, yo tenía ocho años y ya en el internado y desde esta misma perspectiva, a veces observaba, escondido bajo la cama, a unos niños mayores que entraban a mi dormitorio persiguiéndome para que les diera mi merienda a cambio de protegerme de ellos mismos.

Desde entonces me acostumbré a este punto de vista y lo generalicé. Me gustaba ver los pies de los otros sin ser visto, a cubierto bajo una cama o por la rendija inferior de una puerta.

Ahora estoy sentado en mi huerto, tomando un vaso de vino, es la tarde del último domingo de agosto. Mi conciencia del paso del tiempo es extrema, como mi temperamento. El viento anuncia el otoño y aunque teóricamente es muy pronto, ya se nota. La luz es muy clara, enfoca los objetos nítidamente y las sombras de los árboles empiezan a alargarse.

La mesa en la que apoyo el vaso es de piedra con patas de hierro macizo. Se oye una cierta algarabía (1) en el huerto de al lado. Un grupo de amigos se reúne a comer. Hablan, se ríen y se mueven de la casa al huerto llevando comida y bebida.

Por alguna razón siento que debería estar con ellos. Hasta que de repente me alcanza la lucidez y comprendo que en realidad estaba comiendo con ellos hace unos instantes, siento la escena como mi lugar que ahora percibo disociado. Dicen mi nombre: ¡Lucio! Me están llamando. Siento que estoy soñando. Me tomo un respiro bebiendo ese vaso de vino distanciado de mi gente.

No sé qué es real, todo es brumoso, ya no puedo tomar el vaso, se me hace pesado y lejano. La mano izquierda no responde y ellos siguen diciendo mi nombre.

Vuelvo a estar tumbado boca abajo con la cara pegada al piso. Regreso así a mi lugar de seguridad como en aquellos días lejanos de veranos infantiles. La brisa de la tarde me trae muchos recuerdos y mi conciencia se abre paso. Me doy cuenta de que tengo ochenta años y siento que me estoy muriendo.

La percepción de la realidad tiene una relación directa con la perspectiva o el lugar desde el que mira el sujeto.

De modo natural cambiamos el punto de vista para poder reimaginar el mundo. La perspectiva múltiple es un ejercicio involuntario que favorece nuestra adaptación al medio.

La astronomía está muy relacionada con la información que nos da el punto de vista. Esta disciplina ha precedido las grandes revoluciones científicas.

El lugar desde el que observamos el mundo cambia la realidad observada. Si el observador se traslada del llano a la montaña describe percepciones muy diversas de la misma realidad.

Con la revolución copernicana se cambió el centro del universo. El mundo geocéntrico y antropocéntrico de la astronomía griega y medieval fue sustituido por el mundo heliocéntrico e incluso sin centro, de la astronomía moderna (2).

En el espacio infinito no puede haber ningún centro. La pérdida del punto de vista desde el que analizar el mundo significa la pérdida por parte del hombre de su posición única y privilegiada y por tanto, del lugar de producción de sentido (3).

Este proceso culmina con una crisis de la conciencia en Europa durante los siglos XVI y XVII. Esta transición pone en crisis la conciencia de identidad del ser humano y del propio mundo en el que vive. En el siglo XVII se seculariza la conciencia y el interés se centra en la subjetividad y en la actividad más que en la objetividad y quietud contemplativa medieval.

En síntesis, el hombre pierde su lugar en el mundo e incluso su mundo, sobre el que piensa y en el que vive (4). Se impulsa así el escepticismo como actitud intelectual.

En otro orden de cosas y volviendo a poner los pies en la tierra, hay que decir que uno de los mecanismos más efectivos de la tecnología del control social es el rapto del punto de vista del sujeto. La apropiación de la perspectiva de la persona y su sustitución por otra perspectiva más conveniente para su docilización es uno de los procedimientos disciplinarios más útiles.

Bentham, en el siglo XVIII, impulsó el panoptismo como el artefacto de control social más eficaz que haya existido. «El que está sometido a un campo de visibilidad y que lo sabe, reproduce las coacciones del poder, se convierte en el principio de su propio sometimiento» (5).

Esta centralización del punto de vista en la torre de control central supone «un rapto de la libertad de la mirada de cada individualidad y sus efectos de búsqueda de docilidad» (6). Mecanismo que puede utilizarse en hospitales, talleres, fábricas, prisiones y escuelas.

El dominio del punto de vista impone la perspectiva, que se convierte en única al no poder ser contrastada con otras.

Piense en dos imágenes: hablamos del tránsito de la visión de la sociedad en la plaza de la ciudad en el día de carnaval, momento en el que se produce una multiplicidad infinita de puntos de vista, hacia la centralización del punto de vista único y panóptico, mucho más fácil de dominar.

La cámara cinematográfica nos enseña inconscientemente a mirar la realidad desde distintas posiciones con el fin de transmitirnos cómo debemos interpretarla. La perspectiva de la cámara subjetiva, con movimiento humano, resultante de llevar la cámara al hombro, nos da una perspectiva muy distinta a la mirada objetiva de reportaje que se puede notar por la quietud que aporta el ancla del trípode. La mirada hipnótica de la cámara de Godard, desde la posición del protagonista. O la cámara —mirada intrigante de Hitchcock—, mediante la que el relator intenta avisar al protagonista del riesgo que corre en las escenas de suspense. Cuando le preguntaron al cineasta en qué consiste el suspense, contestó que radica en la posición de la cámara. Pensemos en una escena en la que una pareja sentada alrededor de un té dispuesto en una mesa y que se declaran su amor, mientras la cámara enfoca debajo de la mesa en la que está instalada una bomba a punto de explotar y que los enamorados no pueden ver.

La posición de la cámara nos da la primera información acerca de cómo debemos mirar y entender la realidad que se nos presenta. Y esta es una de las técnicas narrativas que implica mayor maestría cinematográfica.

Valle-Inclán, por otra parte, definió el esperpento como la impresión del espectador ante una escena en la que podemos ver la sociedad congregada en un gran espacio como la entrada a un teatro, desde el piso de arriba, en contrapicado.

Hablando en términos más cercanos a nuestra experiencia sensorial, podemos recordar que una estrategia muy utilizada para reducir la angustia provocada por un recuerdo traumático consiste en imaginarlo desde distintos puntos de vista: desde lejos, desde arriba, desde otras posiciones, alejando o acercando la imagen de nosotros mismos, o hacerlo a distintas velocidades. El objetivo es cambiar la perspectiva hasta que ceda la angustia.

Tras las hojas de la soledad
se agazapan como esporas
las simientes
de una verdad
desconocida

(Trinidad Ballester)

Notas:

(1) Algarabía: Término despectivo que utilizaban los cristianos durante la estancia de los árabes en España cuando querían referirse a su alboroto, como diciendo: «allá se oye hablar algo de árabe».

(2) Alexander Koyré (1989): Del mundo cerrado al universo infinito. Madrid. Siglo XXI. Pág. 6.

(3) Op. Cit.:45-46

(4) Norbert Elías (1993): El proceso de civilización. Madrid: Fondo Cultura Económica.

(5) Michel Foucault (1990): Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI. Págs. 199ss.

(6) Op. Cit.: 139.

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Un comentario

  1. ¡Excelente artículo! Prefiero cuando generan más preguntas que respuestas

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