Arte y Letras Historia

Todo se para por el té

Soldado británico retratado por Cecil Beaton en 1944 para el Ministerio de Información. Fotografía: IWM (CC)
Soldado británico retratado por Cecil Beaton en 1944 para el Ministerio de Información. Fotografía: IWM (CC)

Oh, the factories may be roaring
With a boom-a-lacka, zoom-a-lacka, wee
But there isn’t any roar when the clock strikes four
Everything stops for tea

Oh, they may be playing football
And the crowd is yelling «Kill the referee!»
But no matter what the score, when the clock strikes four
Everything stops for tea

Jack Buchanan, «Everything stops for tea»,(1935)

De todas las frases atribuidas a Winston Churchill (todas las que son verdad), una de las más conocidas pertenece al famoso discurso del 13 de mayo de 1940 ante la Cámara de los Comunes, cuando Francia e Inglaterra contenían sin éxito la invasión nazi. En plena crisis institucional, Churchill acababa de sustituir a Neville Chamberlain como primer ministro británico y dijo a sus conciudadanos: «No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Al margen del olvido sistemático de la palabra esfuerzo cuando se rescata este pasaje, omisión de orden escatológico, la cita puede impugnarse parcialmente por la ausencia de otro elemento igualmente importante para la terca resistencia británica de aquellos días, si cabe más prosaico y elemental que todos los anteriores, pero al mismo tiempo más elevado: el té. Sin el té, quién sabe cuánto hubiera durado la moral de ingleses, irlandeses, galeses y escoceses.

Un vídeo distribuido en 1941 por el British Film Institute ilustraba con toda pedagogía: «Teteras y termos se utilizan para mantener el té caliente el tiempo que haga falta, especialmente en cantinas que dan servicio a los soldados; o en tea-cars, que a veces viajaban de noche al frente para proveer a trabajadores civiles encargados de la defensa. El té también ayuda a desestresar a las personas en zonas de bombardeos y por supuesto a las tropas de servicio». Con estas piezas breves, didácticas y costumbristas, el gobierno británico daba cuenta detallada de cómo guardar el té, cómo elaborarlo, cómo mantenerlo en buenas condiciones, errores frecuentes en su preparación, higiene y riesgos sanitarios a evitar. Al final del vídeo, dos mujeres sentadas a una mesa relatan servicialmente: «Veamos cuáles son las seis reglas de oro del té: usar siempre té de buena calidad, usar agua limpia, calentar la tetera previamente, calcular la cantidad de té según la cantidad de agua, tener en cuenta el punto de ebullición del agua y dejar el té reposar entre cinco y diez minutos antes de servirlo».

Pero la situación no permitía demasiados remilgos; ni gran calidad de producto ni esmerada elaboración ante el contexto de guerra y severo embargo que afectaba al té y a muchos alimentos de demanda habitual. El Ministerio de Alimentación (la denominación es literal) racionaba, desde 1940, multitud de productos básicos y bienes como muebles, dulces, ropa…. A cada persona correspondía cada semana la siguiente cantidad de víveres: ciento diez gramos de beicon y/o jamón, doscientos treinta gramos de azúcar, sesenta gramos de té, un chelín de carne, treinta gramos de queso y ciento diez de mantequilla. Además, el gobierno distribuía algo parecido a recetas, unos consejos e indicaciones para aprovechar al máximo las escuetas provisiones en cada hogar.

Sorprende que el racionamiento del té comenzara en enero de 1940 y no se levantara del todo hasta 1952, siete años después del fin de la guerra. Influyó una cierta intención proteccionista ante el temor de la caída de los precios y ante la pujanza del nuevo dominador comercial, Estados Unidos. Por entonces, un tercio de toda esta infusión que se producía en el mundo se consumía en Reino Unido e Irlanda. Ya en 1948 se anunció un programa de predesracionamiento que se demostró temeroso. En 1954, el último bien administrado, la carne, dejó por fin de estar intervenido.

The Guardian publicaba entonces: «Será interesante ver cuál será ahora la demanda de té. ¿Será mayor que antes del embargo? ¿Y se tomará ahora más cargado? Aquí hay material para un estudio social fascinante». No requiere estudio alguno, sin embargo, constatar el intenso arraigo de esta bebida milenaria en las esencias del espíritu inglés. Nada, ni los bombazos de la Luftwaffe —como esa población gaditana que hacía coplas ante los obuses de los franceses— iba a alterar la normalidad de un pueblo tozudo ante una guerra rampante. Cosas, seguramente, de la insularidad.

Una mujer toma una taza de té sobre los escombros, Londres, 1941
Una mujer toma una taza de té sobre los escombros, Londres, 1941. Fotografía: desconocido (DP)

En su libro Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo (2015; Libros del Asteroide), el periodista Augusto Assía revela en multitud de artículos deliciosos (de un parecido notable a otro periodista español, Manuel Chaves Nogales, también en Londres durante buena parte de aquella guerra) la idiosincrasia británica; por sí misma y ante el espejo bélico. «La guerra puede afectar a la naturaleza humana, pero no la modifica (…) El estado de guerra requiere más cuidadosa conservación de la normalidad que ningún otro, puesto que exige la mayor cantidad de energías y toda la inteligencia, clarividencia, unidad de propósito y armonía de la que la nación es capaz. Ello contesta incidentalmente a la pregunta que se hacen tantos extranjeros. ¿Cómo es que durante la guerra los ingleses siguen jugando al golf, mantienen sus costumbres, sostienen ecuanimidad en su justicia y continúan disfrutando de su tradicional libertad? Los ingleses creen —y ya la experiencia nos dirá si con razón o equivocadamente— que sin aquellas cosas no puede hacerse la guerra, y que si se hace, se pierde».

Existen álbumes de fotos dedicados al momento del té durante el blitz, esto es, durante las campañas de bombardeos especialmente intensas sobre Londres y otras poblaciones británicas durante nueve meses entre 1940 y 1941. Hombres y mujeres salen de entre los cascotes y comparten sobre los escombros, acongojados pero aliviados, unas tazas de reconfortante té. Se suceden repartos masivos de líquido caliente bajo tierra, en el metro, donde la población se protegía de la aviación enemiga. Coches y camiones (como los food trucks tan de moda años después) de la YMCA reparten mantas y tazas humeantes, tazas y más tazas cuyo líquido manaba de la valiosa barriga metálica de termos robustos como ingeniería pesada. De algunas paredes colgaban carteles promocionales de los años treinta que rezaban «Tea revives you!» o «Tea revives the world». Todas estas imágenes llenaban vídeos de la BFI (como el descrito al principio) o de la productora francesa Pathé para documentar la guerra e infundir moral entre los Aliados.

Lo esencial era apuntalar ciertos rituales, por malas que fueran las circunstancias. Rituales de genuina imperfección y conflicto, por supuesto, como todas las verdaderas costumbres:

Es peor, y escaso, y el té. Su ceremonial no ha cambiado un ápice. Sigue siendo el ama de casa quien debe servirlo, y siguen los ingleses empedernidamente divididos entre aquellos que quieren que se les eche primero el té y después de la leche y aquellos otros que insisten en que la leche debe echarse antes del té. Un laborista y un conservador podrán llegar a un acuerdo, un metodista y un baptista pactar sobre cualquier cuestión de sus dogmas. Esta es la Isla de los compromisos. Pero jamás un partidario del té «antes» bajará la cerviz ante un partidista del té «después». Esta es la isla de los compromisos en los temas fundamentales, pero de los hombres que nunca bajan la cerviz en las accidentales.

En 2010, el Imperial War Museum de Londres inauguró una exposición que se llamaba como la canción de Jack Buchanan que abre este artículo: «Everything stops for tea».

You remember Cleopatra
Had a date to meet Mark Anthony at three
When he came an hour late she said «You’ll have to wait»
For everything stops for tea.

Now I know just why Franz Schubert
Didn’t finish his unfinished symphony
He might have written more but the clock struck four
And everything stops for tea.

Además de multitud de fotografías sobre instrumental de la época para el té, las infusiones y de instantáneas de personas formando largas filas ante puestos de bebida, la exposición conservaba también cartillas de racionamiento (cupones incluidos) e interesante información sobre la importancia estratégica de esta bebida, como que el gobierno lo almacenaba y escondía en zonas de menor riesgo de bombardeo y que existió una comisión dedicada exclusivamente a controlar su nivel de existencias. Pero el fenómeno del «tea during the blitz» alcanza más allá de lo museístico. Sobrepasa con mucho el fetichismo. Existe, por ejemplo, una marca de té expresamente dedicada a la Royal Air Force y a la Batalla de Inglaterra (contienda aérea previa al blitz), un establecimiento en la ciudad de Kettering llamado The Blitz 1940 Tea Room and Jazz Lounge, lugar temático que incluye mobiliario, objetos y vestuario de la época, hilo musical con discursos de Churchill, aviación y bombardeos y un trampantojo de luces que simula la voladura de una parte del techo; y por supuesto, fiestas, conmemoraciones y aniversarios, en los que el té toma un papel sorprendentemente protagonista entre hombres y mujeres vestidos con nostalgia y veteranos de memoria tambaleante pero vívida. Hay quien habla, incluso, de una tetera esculpida en el Monumento de la Batalla de Inglaterra, en el Victoria Embankment, como añadido civil de una época fundamental para el mito nacional-colectivo británico.

La web de la BBC tiene un pequeño foro de historias de la Segunda Guerra Mundial que se nutre de aportaciones particulares de gente diversa. Su veracidad es tan incomprobable como perfectamente verosímiles resultan muchos de sus pasajes. Hay uno sobre un peluquero de mujeres que se convirtió en bombero voluntario durante la guerra, un hombre llamado Jeff Robson, que dice así: «Bombas incendiarias caían del cielo. Era como David contra Goliat. Aquella noche, las llamas eran un inmenso faro para cualquier avión enemigo. De pronto, en la calle, en medio de la vorágine, apareció una mujer de mediana edad llevando una gran jarra. A su lado iba una niña que no tendría más de cinco años y llevaba varias tazas de hojalata en sus manos. La mujer se acercó a nosotros y nos dijo: ¿quieren un poco de té? Sí, por favor, respondimos todos, dándonos cuenta de repente de lo seca que teníamos la garganta con todo el calor y el humo. En medio de los escombros, ella tomó las tazas de la niña, las secó en su delantal y vertió el té. Jamás he tomado un té que supiera mejor».

La hora del té en un refugio antiaéreo de Londres, 1940. Fotografía: IWM (CC)
La hora del té en un refugio antiaéreo de Londres, 1940. Fotografía: IWM (CC)

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3 Comentarios

  1. La hora de Ving Rhames

    Excelente artículo. Todo lo que se escribe sobre el té, yo lo hago mío sobre el café. Puedo renunciar a muchas cosas pero so no me tomo un café humeante por la mañana, no soy persona.

  2. Pingback: Todo se para por el té

  3. Pingback: Una o dos tazas de té para empezar |

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