Cine y TV

Abraza a tu psicópata interior (y tu cerebro te lo agradecerá con descargas de placer)

Escena de El exorcista. Imagen: Warner Bros. Pictures.
Escena de El exorcista. Imagen: Warner Bros. Pictures.

Reconozcámoslo. Todos hemos disfrutado como un gorrino en una charca viendo a un palurdo malformado desollar a una adolescente con un machete oxidado o a un trío de enmascarados torturar a una familia hasta que los desagües se atascan con los coágulos de su sangre. No hay motivos para preocuparse. No somos psicópatas por desarmarizar. Es solo que nuestro cerebro sabe que la mejor manera de aprender algo es divirtiéndose por el camino.

Pero, ¿por qué disfrutamos en el cine con aquello que nos repugnaría en la vida real? Los psicoanalistas dicen que la afición a las películas de terror obedece a los instintos reprimidos por la conciencia, pero los psicoanalistas suelen equivocarse en todo (lo cual no deja de ser un forma especialmente rebuscada de acertar siempre).

La teoría política dice que las películas de terror son fábulas sobre aquello que no funciona correctamente en la sociedad. El problema de la teoría política es que ayuda a explicar el mensaje de una película de terror pero no el porqué de su atractivo.

Bastante más interesante es la teoría religiosa. De acuerdo a ella, el cine de terror provoca en el espectador una mezcla de repulsión, miedo y asombro casi religioso ante la maravilla. Según esta teoría, el terror no es más que el instinto de lo atávico, la búsqueda de lo trascendente más allá de lo ordinario. El terror nos alivia de la insoportable levedad de la vida moderna.

En realidad, la explicación es mucho más sencilla. El cine de terror es sexo para el cerebro. Las películas de terror nos gustan porque nuestro cuerpo nos recompensa por verlas de la misma manera que nos regala un orgasmo cuando hacemos aquello para lo que hemos sido programados: reproducirnos. Pero, a cambio de esa recompensa, ¿qué obtiene nuestro cerebro cuando vemos una película de terror? Información.

Carmelo Vázquez, catedrático de psicopatología de la Universidad Complutense de Madrid, confirma el porqué de nuestra atracción por el terror: «Creo que un motivo es que experimentamos algo inusual: sentir deseos de huida pero, a la vez, sentirnos seguros. Esto no ocurre en casi ningún otro contexto. Es un juego en el que nuestro córtex evolucionado se impone, por la vía del conocimiento, a nuestro sistema límbico».

Ante la duda de si la explicación de esa atracción por el terror es cultural o genética, Carmelo Vázquez se inclina por la genética: «Conocer señales de peligro (aunque sea en el terreno de la fantasía) probablemente nos prepara mejor para lo inesperado. Pero, además, presenciar esas señales alimenta nuestra fantasía de ser supervivientes y en cierto modo inmunes». Dicho en plata: a nuestro cerebro le gusta ver películas de terror porque con ellas aprende a defenderse de hipotéticos peligros futuros.

Pero si la explicación es genética y no cultural, ¿se han agotado ya todos los posibles miedos humanos o quedan terrores primarios por explorar en el cine de terror? «Los terrores primarios (la amenaza física o el aislamiento total) ya están explorados en el cine. Pero como los contenidos específicos de lo terrorífico son muy culturales, el modo de evocar esos terrores primigenios es siempre cambiante. Por ejemplo, el de la locura (o lo que técnicamente se conoce como psicosis) ha girado siempre sobre muy pocos temas. Sin duda el más común es el de ser perseguido por otros: la paranoia. Pero esos perseguidores se han ido transformando a lo largo de los tiempos. El diablo como agente perseguidor dejó paso a mediados del siglo XX a seres extraterrestres que nos invadían».

Pero la teoría cultural también tiene sus defensores. Entre ellos Bárbara Ayuso, periodista y crítica cinematográfica especializada en cine de terror. «La genética no es mi campo, así que aunque barrunto que evidentemente hay una explicación genética (la amígdala, segregación de adrenalina, etcétera), creo que esa atracción también es cultural. O, más bien, que la cultura ha exacerbado y explotado una atracción genética por lo desconocido, lo extraño y lo aterrorizador. Y hace bien, porque el miedo es el negocio más rentable del mundo. Por otro lado, enmarco mucho más la atracción por el cine de terror como un gusto adquirido que como una función evolutiva porque, efectivamente, una exposición prolongada a este tipo de cine es lo que te hace apreciarlo completamente. Y no es que haya algún problema con el espectador que se queda solo en el susto o en el rostro sanguinolento. Es que el disfrute completo va más allá de lo fisiológico».

Escena de It Follows. Imagen: Northern Lights Films.
Escena de It Follows. Imagen: Northern Lights Films.

¿Miedos nuevos? Para Ayuso, ninguno. «Los miedos se inventan, se actualizan o remozan, pero no creo que existan miedos nuevos, sino nuevas formas de manifestarlos. El catálogo de miedos primigenios sigue siendo el mismo y, en esencia, no tememos a nada que no temiera alguien que vivió hace cien años. Es cierto que el terror tiene la virtud de saber remover los temores sociales, y por tanto hay una parte que sí es variable y está más sujeta a los cambios históricos, pero es tan obvio como decir que todas las películas son hijas de su época. Por eso creo que el cine de terror rehace lo ya hecho y su margen de innovación está en la forma de juguetear con un imaginario inalterable. Los títulos recientes de calidad (It Follows, The Babadook) no innovan en el sentido formal. De hecho, suponen más bien un retorno a ciertas técnicas y temáticas, digamos, clásicas. Así que el cine de terror puede innovar con las teclas que toque para activar unos miedos que, bajo el teclado, son los mismos».

El matiz lo pone Ana Sanz Magallón, consultora de guiones: no es lo mismo la atracción por el horror que la afición al cine de terror. «La atracción por el horror podría ser genética, pero la afición al cine de terror es cultural. Creo que a veces es casi un rito de paso en una época en la que hay pocos ritos de paso reales. Ver la película de terror del momento, cuando eres adolescente, sería el sucedáneo de demostrar que puedes sobrevivir solo en la selva, como hacía Orzowei».

Pero, ¿por qué disfrutamos con ese rito? «Un motivo puede ser que con el filtro de la ficción puedes ponerte a prueba, medir tu capacidad de resistencia de lo insoportable, pero en un entorno seguro. Nos gusta ponernos a prueba y nos gusta ir mejorando en esas pruebas. Pero hablo en general: personalmente no me funciona el “pero si es solo ketchup y látex”. Yo cierro los ojos cuando decapitan a alguien en una película igual que evito los videos de decapitaciones del Estado Islámico».

Según Ángeles González-Sinde, guionista y ministra de Cultura entre 2009 y 2011, el terror puede llegar a ser incluso benéfico (aunque reconoce que a ella el cine de miedo… le da miedo): «Dicen que en los cuentos de niños la bruja debe morir, que no hay que paliar la crueldad de los cuentos tradicionales, como intentan algunos padres timoratos, porque el terror cumple una función psicológica. Pasamos miedo para quitarnos miedos. Hay una parte cultural, porque también es cierto que las formas del terror o las cosas que nos dan miedo, nuestros fantasmas, van cambiando a lo largo de la historia. Hay elementos que juegan con temores atávicos, pero otros son nuevos. Lo que daba miedo al público en los años cincuenta, hoy nos hace sonreír».

Escena de La matanza de Texas. Imagen: Bryanston Picture.
Escena de La matanza de Texas. Imagen: Bryanston Picture.

La mayoría de los críticos suelen dividir el cine de terror en cinco subgéneros básicos: el paranormal (El Exorcista, Suspiria), los monstruos y los zombis (Alien, 28 días después), los asesinos (La matanza de Texas, Halloween), el psicológico (Buried, El hombre de mimbre) y el horror extremo (Hostel, Holocausto caníbal). ¿Cuál de ellos puede darle más juego a un guionista? «No creo que uno tenga más potencial que otro. Depende del uso que le demos a las convenciones del género. El cine de género juega con un código establecido, es decir, con lo que el espectador espera y lo que desea, con lo previsible, pero también con la sorpresa, la variación y la innovación. Hay cine muy interesante en cualquiera de esos subgéneros y cine espantosamente vulgar y aburrido».

Alberto N. García, profesor de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Navarra, no cree que la misma explicación sirva para todos los subgéneros del cine de terror: «Habría que diferenciar entre las muchas ramificaciones del cine de terror. No es lo mismo la ansiedad que genera la amenaza del mal cotidiano en La semilla del diablo que el asco casi paródico del gore del primer Peter Jackson en Braindead. El terror suele asociarse a lo intersticial (los fantasmas), lo impuro (La invasión de los ultracuerpos), lo mezclado (Frankenstein), lo incompleto (Sleepy Hollow) y lo deforme (los zombis) en un tipo de relato en el que predominan las tramas de descubrimiento (se va viendo que Regan está poseída por el demonio en El exorcista) o las tramas de metamorfosis (El hombre y el monstruo)». 

¿Queda algo por inventar? Abandonemos toda esperanza: no. «Yo soy de los que piensa que todo, en lo esencial, ya está inventado. Pero la gracia está en cómo recombinar los ingredientes. Por ejemplo: los avances tecnológicos permiten un hiperrealismo que ha influido en un terror mucho más explícito. Eso a veces supone una suerte de sensacionalismo, de puro shock, y, en otras, sirve para darle más fuerza al relato. Hace años la novedad era ver quién era capaz de resultar más sádico (la saga Saw como paradigma). Después se comenzó a mezclar el terror con otros formatos que le otorgan apariencia de realidad (Rec, Cloverfield, Paranormal Activity). Por la misma época llegó la influencia japonesa. Pero, desde mi punto de vista, todo son variaciones estéticas y narrativas, a lo sumo. No creo que a estas alturas se estén generando nuevos miedos. El miedo es una emoción humana y ya está muy trillada. En todo caso, sí se están generando nuevos imaginarios del miedo. Por poner un ejemplo: supongo que antes de Tiburón, meterse nadando hasta lo hondo no venía acompañado de un martilleo insistente en tu cabeza de unas pocas notas de contrabajo y trombón. Por eso lo más interesante, culturalmente hablando, tiene que ver con cómo los géneros, al agotarse, tienden a un curioso manierismo. Series como la británica In the Flesh o la película Warm Bodies proponían zombis que sienten, dándole una voltereta al arquetipo genérico. En The Walking Dead los humanos son más salvajes y malignos que algunos zombis. Eso mismo puede estirarse para los vampiros aseados, bondadosos y asépticos de la saga Crepúsculo. La humanización del monstruo es casi más una cuestión para abordar desde la sociología de la cultura que desde las escuelas de guion».

Escena de La semilla del diablo. Imagen: Paramount Pictures.
Escena de La semilla del diablo. Imagen: Paramount Pictures.

Pero que los miedos estén grabados a fuego en nuestro cerebro o sean productos de modas culturales no quiere decir que la forma de presentarlos no importe. Y ahí la música juega un rol cardinal (prueben a ver una película de terror sin sonido y entenderán el porqué). José Miguel Fdez. Sastrón, compositor musical, presidente de Vértice 360 y subdirector de la SGAE, lo explica: «La música transmite sentimientos. Si hablamos de escalas o intervalos, es cierto que algunas son muy tenebrosas en sí mismas, como por ejemplo la armonía (o más bien disonancia) compuesta por dos notas separadas por un intervalo de semitono. Pero la banda sonora de una escena de terror puede ser la dulce melodía infantil de una cajita de música. Eso sí, en un contexto donde no esperamos escucharla. Cuando le preguntaron a Chicho Ibáñez Serrador cuál sería para él una imagen especialmente terrorífica dijo que un bebé que mostrase una dentadura completa al sonreír. Es decir, algo que está fuera del contexto racional».

Santiago Navajas, crítico cinematográfico, profesor de filosofía y experto en historia y estética cinematográficas, pone aquí la heterodoxia, que no es poco. «La mayor parte del cine de terror es solo pintoresco. Para cualquier persona racional es divertido, pero no porque dé miedo sino porque es ridículo. El verdadero espectáculo terrorífico no se produce en el usual festival de vísceras, con idioteces paranormales, gore, teratológicas o de asesinos tan brutales como descerebrados, a imagen y semejanza de los que aúllan cómodamente sentados entre sus palomitas y sus nachos con queso. Pero sí que hay un tipo de terror en el que predomina lo sugerido frente a lo revelado, lo que se muestra antes de lo que se dice. Suele ser el horror proveniente de la alienación psicológica, de la locura cotidiana. El verdadero enemigo nunca va a ser un alienígena o un fantasma sino el vecino del quinto o la inofensiva compañera de trabajo. Cuanto más mosquita muerta, más probabilidad de que sea un asesino/a. Por eso Hitchcock no solo es el rey del suspense sino el emperador del terror. Su galería de paranoicos, neuróticos y voyeurs resulta amenazadora. Pero no porque puedas encontrártelos ahí fuera, sino porque los reconoces dentro de ti, pulsando por salir como si fueran un alien».

La explicación del porqué, aquí: «Si la tesis James-Lange es cierta, las reacciones fisiológicas son previas a las emociones subjetivas asociadas a ellas. La prioridad material sobre la conciencia cognitiva señala a un componente genético que nos hace ser estas máquinas biológicas, progresivamente más mecánicas y algorítmicas. Pero además de máquinas biológicas también lo somos culturales, y es con la mediación simbólica con lo que dotamos de significado a ese estremecimiento que sentimos en la espina dorsal, ya sea un latigazo de placer, suave como una caricia, o de horror, intenso como un electroshock. Podemos asomarnos a unos acantilados y sentir la tensión entre el instinto de supervivencia que nos empuja hacia atrás y el instinto de conocimiento que nos anima a mirar un poco más allá, que nos dice “ven y mira”. En esa tensión tan vivificante que puede llegar a ser mortal es donde emerge el miedo creativo».

Escena de Frenesí. Imagen Universal Pictures.
Escena de Frenesí. Imagen Universal Pictures.

La guinda la pone Santi Trullenque, director de cine. «Para muchos, el horror se considera un género menor, inmaduro y de clase baja, diseñado para un público estrictamente adolescente. Sin embargo, el horror es uno de los géneros más antiguos, remontándose mucho más allá del texto escrito, cuando alrededor del fuego se contaban historias de monstruos, deidades de la naturaleza, monstruos, seres mitológicos y todo tipo de historias terroríficas. No existe género más subversivo, político, satírico, contracultural y antisistema que el género de terror. Su capacidad de crear múltiples capas de lectura es infinita. Clásicos como Drácula, El hombre lobo, Frankenstein, El hombre invisible, etcétera, pueden leerse en clave metafórica, política y social. Es el género perfecto para deslizar y esconder todo tipo de subterfugios y mensajes políticos y sociales. Y en todos sus subgéneros podemos encontrar buenos ejemplos de su potencial. Excepto el gore, que es puro exhibicionismo y fetichismo visual (y para nada esto quiere ser peyorativo), todos los demás, cuando se realizan con éxito, consiguen interpelarnos de manera íntima y personal. Además de proporcionarnos placer estético o adrenalítico, pueden llegar a instalarse permanentemente en nuestro subconsciente. Porque el horror y el terror no hablan a la conciencia de la gente sino de la conciencia de la gente».

La explicación del porqué de nuestra fascinación por el horror está, en definitiva, anclada en la misma naturaleza humana. Según Trullenque, el mal es, lisa y llanamente, atractivo. «La pantalla ofrece una distancia que nos libra del crimen pero nos facilita ser cómplices y recrearnos en nuestro placer voyeurístico. Y aunque nos cueste reconocerlo, el mal nos fascina en todas sus vertientes: sobrenatural o ejercido por nuestros semejantes. Solo hace falta ver las noticias. Creo que hemos sido educados culturalmente para sentirnos atraídos por la violencia y convivir con el horror desde la distancia. Lo toleramos en un pantalla porque sabemos íntimamente que es ficción y no ensucia. Incluso los telediarios son ficción. Estamos inmunizados contra el horror».

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12 Comentarios

  1. Pingback: Abraza a tu psicópata interior (y tu cerebro te lo agradecerá con descargas de placer)

  2. Yo también creo que, más que un factor genético (que lo habrá para algunos, digo yo; e igual esos casos son los preocupantes), el cine de terror es un «gusto» adquirido, como las ganas de montar en montaña rusa, de comer cabrales o de beber cerveza.

    No nacemos con ese concepto de placer, lo aprendemos de nuestro entorno. Si es que no lo rechazamos, que también se da.

  3. Sr. Campos, con este artículo a lo mejor consigue por una vez que nadie le llame fascista, pero no se confíe que seguro que alguno ya le está buscando las vueltas.

    • Cristian Campos

      ¿Cómo? ¿Me han censurado la frase de «el cine de terror es de derechas»? ¡Pe-pe-pero qué cojones…!

  4. Maestro Ciruela

    He de reconocer que hace ya muchos, muchísimos años que dejé de experimentar esos «terrores primigenios». Tal vez, la última ocasión se diera (si hablamos de cine) con el «Drácula» de Terence Fisher y el imponente Christopher Lee, cuando servidor era un infante de 8 o 9 años. Pero ya a partir de ahí, me fui dando cuenta de que los terrores auténticos los teníamos a nuestro alrededor pendiendo como espada de Damocles. Y no crea, le aseguro que antes de morirme me gustaría mucho poder «sentir» algo, lo que fuera que me hiciera pensar en que había asistido a algo sobrenatural, inexplicable para el raciocinio aunque eso me ocasionase un miedo espantoso; ver algo fantasmagórico al fondo del oscuro pasillo, sentir un aliento helado y pútrido en mi nuca, en fín, cosas así un poco góticas y en el fondo romanticonas. Pero mucho me temo que salvo deshielos precipitados de los casquetes polares, bombas atómicas, pandemias mundiales y cosillas similares, el mayor pánico que vamos a sentir todos, más o menos, es el de no llegar a fín de mes…

    • Caminante

      El miedo a la muerte, a la no supervivencia, o al «no llegar a fin de mes», probablemente sea el terror más «primigenio» que pueda existir. De hecho, ni siquiera nos diferencia demasiado de los animales. Nosotros lo podemos conceptualizar, eso sí, pero …

  5. Hola, ¿ me podrían decir que día se publicó este repor?

    Gracias

  6. Bender rodriguez

    Yo creo que en una pelicula de terror hay que colaborar, tratar de meterte dentro e identificarte, de una forma activa. Entonces sí pasarás miedo-disfrutarás. Si no, tiras el tiempo y la pasta. Recuerdo ver El Exorcista , el montaje del director,cuando se repuso en cines y los chavales se partian de risa..

  7. Ignotamen

    Empezamos mal con lo de «todos hemos disfrutado» eso es desconocer el género humano. Siempre hay uno que no.

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