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¿A quién le importa el coral rojo?

Rama de coral rojo a unos 20 metros de profundidad con los pólipos abiertos. Foto: Sergio Rossi.
Rama de coral rojo a unos veinte metros de profundidad con los pólipos abiertos. Foto: Sergio Rossi.

Son algo más de las ocho de la mañana en Port Lligat, Girona. Tres coraleros deciden dónde ir a faenar en un día cualquiera del periodo legal de extracción del coral rojo (Corallium rubrum) en esta zona del Mediterráneo. Es una decisión difícil, porque las mejores zonas del lugar en el que están (el Parque Natural de Cap de Creus) son escasas y expuestas a los cambios de humor del tiempo: vientos de tramontana, giros borrascosos impredecibles… Han de arriesgarse. Parece que la tramontana, el temido viento del norte que barre la costa y azota esa zona con especial intensidad, no va a entrar hasta la tarde, por lo que deciden ir al lado de Farallons, un lugar expuesto. Ya situados, no bajarán mucho, la piedra donde se halla el preciado animal está entre treinta y cinco y cincuenta metros de profundidad. Aunque algunos coraleros bajen entre ochenta y ciento sesenta metros, la mayor parte no suelen bajar a más de sesenta metros en este lugar. Puedo dar fe de que en esta zona hay coral a partir de los quince metros. Los coraleros de la Costa Brava saben que, si nadie ha faenado durante los últimos cuatro años en esa piedra de Farallons (cosa cada vez menos probable debido a la feroz competencia entre legales e ilegales por explotar las «manchas» de coral) no hará falta bajar más para poder extraer lo suficiente y hacer rentable su incursión hacia el fondo.

En otro lugar, las costas del Alghero al norte de Cerdeña, la visión es un tanto diferente. Tres coraleros se preparan para bajar, pero aquí el coral no se pesca legalmente a menos de ochenta metros de profundidad. Es la norma, la ley impone unos rangos batimétricos muy superiores a los de la Costa Brava y otros lugares del Mediterráneo «Aquí el coral rojo se encuentra en abundancia entre los noventa y ciento diez metros de profundidad» dicen Massimo Scarpati y Massimo Ciliberto, profesionales con la espalda muy curtida en la recolección de coral en las costas de su región. Las poblaciones de este animal ahí, cerca de Capo Caccia y en la zona de las Bocas de Bonifacio son bastante distintas a las encontradas en el Cap de Creus. El coral es algo más disperso, pero las piezas son de tamaño muy superior. Sin embargo, en todos y cada uno de los lugares donde se hace o se ha hecho coral el sentimiento es el mismo: «La fiebre del coral, del oro rojo, no cesa, al revés, aumenta a medida que conoces más la profesión» comenta un coralero que toda la vida ha buscado coral a lo largo y ancho del Mediterráneo. Es como un picor, como algo que se transforma en necesidad, en ansia. Encontrar la rama más grande, la rama perfecta, de bella forma que permita hacer ese collar, estatua o adorno para un joyero que tanto ansían los que lo tratan. Un negocio rentable, en el que se mueven a nivel mundial contando todos los tipos de coral precioso, unos quinientos millones de euros cada año.

Sin embargo, cada vez se requiere más tiempo para buscar piezas de coral rojo que valgan la pena y que sean de la talla legal. Nadie me lo tiene que explicar, lo he podido constatar con mis propios ojos y en realidad forma parte de una larga historia. A principios de los años ochenta se detectaron fuertes caídas de los stocks en todo el Mediterráneo, pasando de unas cien toneladas de extracción al año en todo el Mare Nostrum a solo unas cuarenta toneladas. La situación se estabilizó a la baja, con leves picos al alza cuando se encontraban nuevas «vetas» en Marruecos, Algeria o Turquía. Todo el mundo coincide en reconocer que el coral que se veía en paredes y cuevas en los años setenta y ochenta ya no se encuentra ni siquiera a gran profundidad: ramas gruesas como un pulgar o más, muy ramificadas y longevas, como arbolitos bermellones. En la misma Cerdeña tenemos el ejemplo relatado en los libros de uno de los mayores conocedores del coral rojo y su historia, Basilio Liverino: «En Capo Caccia, en 1956, el coral rojo se pescaba a unos treinta y cinco o cuarenta metros de profundidad; en 1958, los coraleros ya tenían que bajar, en la misma zona, a unos cuarenta o cuarenta y cinco metros». Poco después, hacia 1964, solo unos cuantos profesionales bajaban a más de setenta metros para encontrar coral rentable en ese lugar del litoral sardo. La misma historia se puede contar en la costa de Campania, en la Siciliana, en Cap de Creus y en tantas otras localidades.

Coral de cierta envergadura a unos cincuenta metros de profundidad en una reserva natural de Cataluña. Foto: Sergio Rossi.
Coral de cierta envergadura a unos cincuenta metros de profundidad en una reserva natural de Cataluña. Foto: Sergio Rossi.

Se sabe que antes, en épocas pretéritas, debían de haber ingentes cantidades de coral rojo, pues solo en la costa Amalfitana, en la región italiana de la Campania, operaban entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX mil doscientas barcas coraleras con unos cuatro o cinco tripulantes cada una. El coral crecía por todas partes, no se escondía como ahora en grietas y cuevas, inaccesibles para aquellos aparatos rudimentarios que estaban transformando los fondos de roca dura del Mediterráneo. Cuando ya no quedó coral que explotar de esa forma, llegó la escafandra autónoma. Se acababa de violar el último reducto en el que se había refugiado el coral. Ahora con la escafandra se llegaba a todas partes, a todas las grietas, a todos los resquicios, techos y túneles. Tal era el ansia que incluso se proporcionaba botella a los niños de ocho o nueve años para que llegasen allí donde el adulto no alcanzaba, para extraer el ansiado premio, el oro rojo. Algunos niños murieron por la codicia de sus padres, y en varios países (como España) se les prohibió la inmersión con botellas durante décadas.

El coral rojo que ahora se sigue encontrando en todas partes ha pasado de ser un bosque de árboles a un prado de hierba. «Realmente el paisaje submarino ha cambiado en estas dos últimas décadas, y no solo por el coral… Se detecta un empobrecimiento que desde luego no es solo atribuible a los escafandristas» dice el historiador del coral rojo Arnald Plujà, que conoce muy bien la zona del norte de España donde se extrae coral desde hace muchas décadas. En zonas profundas la transformación de las poblaciones puede haber dejado paso a otros organismos de crecimiento más rápido.

La falta de rigor científico en el plan de explotación de la especie (a pesar de haber extensa literatura de varios especialistas) y su alto valor en el mercado hacen que sea un bocado muy apetecible no solo para los legales sino también para un consolidado mercado clandestino, en el que los furtivos son el plato fuerte para la administración de pesca y medio natural. Victoria Riera, la directora del Parque Natural de Cap de Creus (del que se extrae más del noventa por ciento de coral de Cataluña) es explícita: «Se han creado una serie de áreas en la que la extracción esté prohibida de forma permanente dentro del parque; no tiene sentido crear reservas si no es para regular de forma efectiva la extracción o pesca los organismos que la habitan». Pero por desgracia faltan herramientas legales que regulen de verdad la situación de la extracción ilegal o abusiva: «No es por falta de vigilancia que se sigue extrayendo coral por todas partes», nos comenta un guardia forestal de la zona, «es por la figura del coral dentro del código penal: si lo extraes de forma ilegal, o bien una talla inmadura, pasa por lo administrativo, no por lo penal». Por tanto, la extracción de la especie está regulada, pero a la hora de penalizar se impone únicamente una multa.

Y es que la situación es crítica en muchos puntos. Un estudio financiado por la Generalitat de Catalunya y ejecutado por mí mismo y otros científicos del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC) entre el año 2001 y 2006, llegó a la conclusión de que el coral entre los veinte y sesenta metros de profundidad estaba presente a lo largo de casi toda la Costa Brava, pero con una media de altura de unos tres centímetros y un diámetro de la columna de unos cuatro a cinco milímetros. ¿Qué mide tres centímetros? Una moneda de dos euros mide dos centímetros y medio de diámetro. Si se compara con datos de hace veinte años, la diferencia es considerable, pues la altura entonces era, a esa misma profundidad y en esa zona, de unos doce centímetros y el diámetro de la base del «arbolito» de casi nueve milímetros. A más profundidad, donde los coraleros ya no llegan con tanta frecuencia, el coral rojo se recupera poco a poco en Cap de Creus. A más de sesenta metros encontramos algunas ramas que superan los diez centímetros de altura y el centímetro y medio de diámetro. Pero todavía falta mucho para llegar a la recuperación de los stocks. «Una vigilancia efectiva apoyada en una legislación que realmente penalice el furtivismo y una reducción en el número de licencias aliviaría considerablemente el tema», comenta Georgios Tsounis de la California State University. «Pero sobre todo acoplar los datos biológicos a la gestión del coral». Se ha podido probar que una ramita de coral de tres centímetros de altura, que no posee casi ramificaciones, es capaz de liberar unas noventa larvas cada año. Recordemos que las larvas son los «bebés» de los corales, o sea los productos sexuales una vez fecundado el huevo. Pues bien, una rama de coral de doce centímetros de altura, mucho más ramificada, produce unas tres mil larvas cada año. Esa es una diferencia grande, muy grande. Porque lo que viene a decirte es que la capacidad de seguir estando ahí, de seguir «reclutando» nuevos coralitos es cada vez menor porque cada vez son más escasas las ramas grandes.

La realidad del coral en nuestras costas: muy pequeño, en el límite de su capacidad para recuperar las poblaciones. Foto: Sergio Rossi.
La realidad del coral en nuestras costas: muy pequeño, en el límite de su capacidad para recuperar las poblaciones. Foto: Sergio Rossi.

 

Para colmo de todos los males, hace unos años surgieron más problemas que ponen en jaque a las diferentes poblaciones de coral rojo alrededor de todo el Mediterráneo. Por una parte, los furtivos colectan el coral pequeño y con la base, de forma que no puede regenerarse. Una de las propiedades de este siempre fascinante animal es que si rompes el «árbol» por la columna y dejas el pie, puede volver a crecer en un cincuenta por ciento de los casos. Pero el problema está en que el coral que antes ni tan solo se consideraba apto para ponerlo en circulación en el mercado por ser muy pequeño, ahora tiene compradores (hasta trescientos euros el kilo de coral pequeño) que lo transforman o bien en pequeños fragmentos hechos de pasta de coral o en afrodisíacos y productos homeopáticos que puedes adquirir por internet. No queda por tanto la capacidad de regeneración que siempre ha poseído la especie, pues los que realizan este tipo de extracción no selectiva pican la base de la roca, sacando colonia y sustrato sin miramientos (junto con otros organismos también longevos, parsimoniosos). Uno de los coraleros profesionales de Cap de Creus se queja de los furtivos: «Son una lacra. No hay control y no hay sanción real. Los furtivos campan a sus anchas sin que nadie haga nada». Por tanto, el coral ya no se coge ni siquiera de forma selectiva. A esto hay que añadirle un segundo problema, un factor más dramático si cabe y que tiene poco o ningún control. Desde hace unos diez años, se han detectado anomalías térmicas en las aguas del Mediterráneo occidental. La temperatura aumenta de forma dramática en agosto en los primeros treinta metros de profundidad, manteniéndose así durante semanas por las intensas olas de calor. Esto estanca las aguas y las calienta hasta límites intolerables, dificulta las corrientes y hace que mueran muchos organismos (no solo corales) que dependen del movimiento de las aguas para alimentarse de las partículas en suspensión.

Las recientes mortalidades masivas de coral rojo (y otros organismos) en aguas poco profundas debidas a fuertes anomalías térmicas son cada vez más frecuentes y han puesto en serio compromiso a las poblaciones superficiales que pueden extinguirse localmente. Si cruzamos sobrepesca y extracción de coral inmaduro a este tipo de fenómenos térmicos, veremos que el recurso puede extinguirse económicamente en breve plazo. Por ambos motivos (sobrepesca y mortalidades masivas) una reunión de expertos en septiembre del 2009 sugirió con firmeza que se dejara de extraer coral a menos de ochenta metros de profundidad. «Ese coral daría más beneficios al mundo del turismo, al negocio de los escafandristas que se deleitan viendo el coral en todo su esplendor vivo en las paredes de roca», comenta Georgios Tsounis.

Estudiar la capacidad de recuperación de la especie y su potencial trasplante ha movido a os científicos de varios países durante estos últimos quince años. Foto: Sergio Rossi.
Estudiar la capacidad de recuperación de la especie y su potencial trasplante ha movido a os científicos de varios países durante estos últimos quince años. Foto: Sergio Rossi.

Por ese motivo resurgió la idea de meter a todas las especies de los géneros Corallium y Paracorallium en la lista del CITES. CITES o no CITES (al final no entró en CITES en 2010). La realidad es que es uno de los recursos renovables más olvidados, sin planes de gestión en prácticamente todo el planeta y con un conocimiento escasísimo de los stocks existentes en el Mediterráneo pero especialmente en el Pacífico. «En Taiwan solo un dos por ciento del que se saca está vivo, el resto está muerto o en muy mal estado», comenta el doctor Chin-Shin Chen, del departamento de pesca de este país. La pesca en el Pacífico es del todo ineficiente, pues el arrastre destruye la mayoría del coral que queda en el lecho marino sin ser aprovechado. Solo una pequeña parte llega a la embarcación, entre otras cosas porque en algunos casos se pesca a más de mil metros de profundidad, cayendo en gran medida desde las redes al fondo sin ser recolectado. El coral que llega muerto a la embarcación lo hace porque su población ha sido barrida una y otra vez, dejando muchas colonias muertas en el fondo. No hace demasiado tiempo esta era la realidad que vivíamos en el Mediterráneo con la Cruz de San Andrés y la Barra Italiana.

Es muy difícil hacer una estima de cuánto coral rojo queda porque no se han hecho apenas estudios serios. La peor parte se la llevan en estos momentos las áreas del Pacífico, donde la información es prácticamente nula. «Apenas sabemos nada de lo que hay, especialmente en profundidad», comenta Giovanni Santangelo, profesor retirado de la Universidad de Pisa. «Es uno de los recursos más ignorados del plan pesquero en todo el planeta». Por eso los especialistas piden aplicar el principio de precaución, es decir, impedir su ulterior explotación hasta que no se sepa a ciencia cierta cuanto coral queda. Sin embargo no todos coinciden en que el CITES sea la solución: «Con el CITES no se arregla el problema de la gestión», se quejaba el ahora fallecido profesor Richard Grigg, de la Universidad de Hawaii. «Nosotros tenemos la experiencia con Anthipates (coral negro), incluido en el Anexo II desde mediados de los años ochenta. Solo ha servido para aumentar la burocracia, lo que hace falta es un plan de gestión regional, a medida de cada stock».

Estos planes no llegan, y los primeros en despreocuparse han sido los gobiernos regionales y nacionales, tanto en la cuenca Mediterránea como en los países del Pacífico que explotan un recurso que da trabajo a más de cinco mil personas en unas doscientas setenta factorías solo en Torre del Greco (Nápoles). «La inclusión en CITES de los corales preciosos seria una catástrofe para la industria», se lamenta Ciro Condito, presidente de ASSOCORAL, la asociación que aglutina al gremio de coraleros en la ciudad Napolitana. «La gente dejaría de comprarlo por tener el estigma de la CITES, entenderán que es una especie en peligro de extinción y el negocio se resentirá mucho». El presidente de esta asociación también se queja de la burocracia que generará, y de los problemas para identificar los géneros en las aduanas. Otros apoyan su inclusión en esta lista por el antes mencionado principio de precaución: «Si no sabes cuánto queda, debes regular su comercio y hacer todo lo que puedas para gestionar bien el recurso», comenta Andy Bruckner. Al final, pase lo que pase, «probablemente muy pocos países se decidirán a hacer mapas exhaustivos de los stocks de uno de los recursos marinos más valiosos desde un punto de vista monetario y cultural» concluye el profesor Santangelo, «vengo oyendo esta misma cantinela desde hace más de treinta años». El fantasma del CITES volverá, ya hay grupos que han amenazado en volver a pedir la inclusión de estas especies en las listas protegidas. Y es posible que entonces vuelva a haber una reacción de urgencia, un mal entendido compromiso con el recurso, que languidece en el fondo del mar, muy desprotegido.

Lo que está claro es que el coral de cero a setenta metros ha de ser un bien conservado para el turista y para todo aquel que quiera disfrutarlo, para el submarinista que quiere gozar de un paisaje bien conservado y de una especie endémica de una indudable belleza que, cuando se la deja crecer a su ritmo, crea formas y colores que nada tienen que envidiar a la mejor de las barreras de coral tropicales. Quizás el coraleo tradicional no se extinguiría (ni tiene por qué hacerlo si se hiciese de forma racional), pasando a ser un coral «de lujo» con piezas grandes cobradas a gran profundidad. Un cambio de mentalidad que beneficiaría en mucho un turismo en auge como es el ecoturismo y la explotación racional de nuestras costas para fines quizás no tan agresivos. El coral tal como a lo mejor lo vieron los griegos o los romanos hace más de dos mil años, hermoso y omnipresente, no lo volveremos a ver en generaciones. O quizás nunca más, porque la naturaleza se adapta a las circunstancias, y el que desaparece, el que deja de existir, el que pierde comba, pasa a la historia del planeta como uno más.

Cada vez que cuento esta historia me parece de veras que hago una prédica en el desierto. Porque, si ya a poca gente le importa lo que pasa en lugares donde, por ejemplo, hay conflictos armados, imaginémonos lo que nos puede importar un insignificante arbolito bermellón, por muy emblemático que haya sido para nuestra historia.

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5 Comentarios

  1. Pingback: ¿A quién le importa el coral rojo?

  2. Number One

    Pues a nadie, ya lo está usted viendo…

  3. Solo quería decir que me parece muy interesante, a la vez que sumamente alarmante

  4. A todos debería de importarles, también son seres vivientes e indefensos, hagamos conciencia de lo que estamos haciendo. Cada quien esta en este mundo con algún propósito comencemos con cuidar este planeta en cuidar su flora y su fauna. Esto incluye a todos a nosotros con no arrojar basura en estos paisajes tan bellos y también en no seguir molestando a estas y muchas otras criaturas. También esto va para las grandes empresas que siguen en construir y construir sin importantes destruir el hábitat natural de estos seres vivos. Detengámonos a pensar que sera de la vida de nuestros hijos y nietos si nosotros como seres humanos seguimos así…

  5. ..

    A mí me importa, me fascina y me encanta el coral. Creo que se debe proteger, que se deben dejar reposar los caladeros y que se deben organizar las capturas para que no desaparezca, mientras tanto, debemos reciclar y reutilizar el que ya está fuera del mar.

    Busco y encuentro coral en ferias, mercadillos y ventas en línea.

    No quiero que pase como con el marfil y que prohíban su venta. Los elefantes se mueren de viejos o en las capturas de cacerías autorizadas, y es estúpido no aprovechar sus colmillos. Castigar el furtivismo sí, pero no poder vender objetos que ya están en uso no es lógico.

    Gracias por el artículo.

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