Entrevistas Sociedad

Patrícia Soley-Beltran: «No me gusta el concepto de la tiranía de la belleza»

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La investigadora catalana Patrícia Soley-Beltran saltó a la palestra mediática el año pasado tras ganar el Premio Anagrama con su obra ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras, un estudio crítico sobre el cuerpo y sus representaciones, que centraba la mirada en la controvertida figura de las modelos en la sociedad contemporánea.

Licenciada en Historia Cultural por la Universidad de Aberdeen y doctora en Sociología del Género por la Universidad de Edimburgo, Soley-Beltran basó parte de su investigación en su propia experiencia como maniquí durante los años ochenta, de ahí su innovadora aproximación a la cuestión, tanto académica como vivencial.

Soley-Beltran nos cita en el mítico y elegante bar El Velódromo de Barcelona, al que agradecemos su generosa y paciente colaboración durante la realización de esta entrevista, ecléctica como pocas, sobre moda y sociología, pasarela y universidad.

¿Has visto Zoolander?

No, lo siento. Se supone que la tengo que ver, ya lo sé, pero… Por cierto, ¿cuándo tiene tiempo la gente de ver tantas películas? No sé si te refieres a la nueva, pero da igual, no he visto ninguna de las dos. Sí que he leído muchos artículos sociológicos sobre los modelos masculinos, pero esa peli me la he perdido.

Pregunto por ella porque en una entrevista te leí lo siguiente: «Lo que da lustre al glamour es la existencia de la pobreza». Si eso es así, ¿qué pasa entonces cuando la pobreza misma se convierte en un elemento más de las pasarelas? Porque eso es justo lo que ocurre al final de la película, que hay un desfile de modelos vestidos con bolsas de basura.

Bueno, eso no es nuevo. A principios de los noventa ya hubo campañas imitando el arte povera. Al fin y al cabo, llevar los tejanos rotos es la misma idea. Es la pose de que no te importa lo que llevas puesto, de que pasas de todo. Y, en cualquier caso, no es una pobreza real, ¿no?

Ya, pero ¿cualquier cosa puede ser glamurosa?

Si haces bien el marketing, sí. Esa es mi perversa conclusión [risas].

¿Y no hay límites? Estoy pensando en la campaña de cosméticos de MAC sobre las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez.

Sí, es verdad. Eso fue terrible. Sí que hay límites, sí. Pero se basan en el consenso social. Es decir, tiene que haber suficiente gente quejándose y escandalizándose. Ahora, gracias a internet, tenemos los canales suficientes y multitud de asociaciones internacionales hicieron llegar su voz. Es verdad que se cruzan muchas fronteras y muchas veces pensamos que tal o cual campaña se ha hecho así para provocar, pero no es verdad. A veces hay auténticos resbalones fashion. Y tienen que retirar la campaña y les cuesta un dineral.

Yo una vez me quejé de una campaña de un reloj a la que no terminaba de verle el sentido. Bueno, más que quejarme escribí una carta preguntando, para que me la explicaran. En ella salía una chica fuerte con un bistec en el ojo, como si le hubieran pegado, y el eslogan venía a decir algo así como: «Las mujeres malas llevan esta marca de reloj». Y yo preguntaba, si es una mujer fuerte, ¿por qué llamarla mala? ¿Y quién le ha pegado? ¿Por qué ha recibido ese golpe? ¿Le han pegado por defender su terreno? No sé, en un contexto de violencia de género como en el que estamos, la campaña me pareció dudosa en su mensaje y entonces les escribí lamentando que todavía hoy se asociara el defender tus derechos con el hecho de ser mala, y la marca contestó. Y fue muy interesante lo que dijeron, fue muy McLuhan: comunicación, mensaje perdido, no hay texto sin contexto, etc.

La comunicación es algo muy delicado. A mí por eso me gusta mucho escribir, porque así tengo mayor sensación de control sobre lo que digo. Y en las campañas pasa igual, con la complejidad añadida de que en ellas se interrelacionan imágenes con palabras, por lo que es muy complicado acertar.

Y luego cada destinatario es un mundo.

Sí, pero ellos ya tienen un target. Si una campaña no llega a tal o cual sitio es que a lo mejor no era su objetivo. Hay que ser consciente de cuáles son las limitaciones de todo acto de comunicación. Ya sea publicidad, un documental, un programa de televisión, una columna de opinión o una entrevista en Jot Down. Todo tiene sus limitaciones.

Más allá de la existencia de una industria potentísima, ¿consideras que la moda es también un arte?

Esta es la eterna discusión, y si te soy sincera no me interesa mucho. Ayer hablé con Christian Lacroix, que ha pasado de hacer esos trajes barrocos absolutamente maravillosos e inspiradísimos en el folclore español a diseñar indumentaria para espectáculos, teatros y óperas. Y me decía que en los años ochenta, y es la misma perspectiva que tengo yo, era todo muy diferente. Las modelos entonces tenían otro aspecto, y el diseño de moda era diferente porque se podía trabajar cada traje más en detalle. Lacroix comentaba que ahora en moda las que mandan son las Kardashian. Entonces, la moda como arte es un concepto que cambia muchísimo.

Pero dentro de la moda hay ya algunos nombres clásicos indiscutibles, asociados al arte, al menos al diseño: Christian Dior, Carolina Herrera…

Que los diseñadores de moda son creadores y que reciben influencias artísticas, eso seguro. Pero yo, cuando pienso en arte, pienso en alguien que está tratando de trascender, de ir más allá de lo cotidiano. Entonces, hay vestidos que sí, que están a un paso de eso, tratando de representar un sueño, una voluntad, pero están asociados a una práctica. No buscan tanto elevar el espíritu, aunque puedan hacerlo y en ocasiones nazcan con esa idea detrás.

Muchas marcas de moda se asocian hoy día con el arte para ganar una pátina de legitimidad. Hacen exposiciones en los museos y tal, pero lo verdaderamente interesante sería preguntarse, más que si es arte o no, por qué nos fascina tanto la moda.

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Vale: ¿por qué nos fascina tanto la moda?

[Risas] La moda al final es algo que está tocando nuestro cuerpo, como una segunda piel, y de esa forma expresamos quiénes somos en un entorno en el que no solemos ir desnudos. Incluso cuando vamos desnudos nos ponemos tatuajes, collares y cosas así, de modo que nuestro cuerpo siempre está de alguna manera adornado para transmitir algo. Y eso es lo que me interesa, y en este sentido todos tratamos de ir un poco más allá de la pura carne.

Esto también lo comentaba con Lacroix ayer. Ahora se pueden tener muchas cosas bonitas por muy poco dinero. Puedes ir a Zara y comprarte un montón de cosas. Están producidas en condiciones de explotación, sí, pero no hablo de eso de ahora. La cuestión es que antes era todo menos asequible y esa búsqueda de la belleza que tanto caracteriza al ser humano se puede lograr ahora fácilmente, al menos a un nivel estético, de diseño.

Luego hay gente a la que le preocupa la indumentaria y gente a la que no, que se pone cualquier cosa y ya está. Pero siempre hay un proceso de elección para decidir qué es lo que te pones y qué no. Yo con eso de qué me pongo y con qué lo combino me divierto cantidad. No tengo ni idea de pintar, ni de dibujar, además se me da fatal, pero al elegir la ropa que te pones cada día te estás de algún modo pintando a ti misma.

Bueno, al final sí que parece que hay un elemento artístico en la moda, aunque sea a un nivel popular.

Sí, se puede ser creativo. Pero a veces me pasa lo contrario: por ejemplo, cuando estoy en Ibiza me paso allí dos meses seguidos en bikini. Y como me guste un vestido, me lo pongo, lo lavo, y al día siguiente me lo vuelvo a poner, como si fuera un uniforme. Y disfruto tanto componiendo un conjunto bonito, combinando colores de forma creativa y tal, como no teniendo que preocuparme para nada del tema.

Ya que hablas de creatividad, ¿crees que las modelos, en su trabajo, pueden ser creativas? ¿Tienen algún margen de actuación?

Ahora se han adocenado y muchas se han convertido en una especie de percha-robot, pero antes tenías que tener cierto feeling con la ropa. No éramos solo chicas jóvenes que se reclutaban, duraban un año o dos, y luego se cambiaban. Como modelo tenías que hacer una especie de interpretación, eras como una actriz muda.

¿Siguen siendo las modelos figuras socialmente relevantes?

Obviamente sí, por eso mueven millones de decisiones de consumo y hay tanta gente joven que quiere ser modelo y hombres que las desean como fetiche de poder. Quieren serlo porque creen que ganarán dinero, tendrán una vida ideal y estarán rodeadas de ese glamour. Se creen la imagen. Eso es lo que buscan. Es como querer ser futbolista o cantante. Al final son iconos de la cultura popular, nos guste o no. Pero eso no pasaba, por ejemplo, en los ochenta. Es a partir de las supermodelos que esto ocurre.

Antes las modelos eran anónimas. Nos conocíamos entre las profesionales. Sabíamos quién era Pat Cleveland, que era una maniquí maravillosa, pero nadie fuera del mundo de la moda la conocía. Ni falta que hacía.

Es cierto que las supermodelos trascendieron el ámbito de la moda, y ayudaron a consolidar una determinada imagen de mujer moderna de éxito, trabajadora e independiente.

En ¡Divinas! lo que argumento es que la figura de la modelo representa a una mujer que de una forma autónoma y autodeterminada se convierte en una profesional independiente que explota su capacidad de seducción e imagen, y a partir de esa autoexplotación, que es un trabajo más, consigue dinero, éxito social y actúa de modelo imitativo para otras mujeres. Cuido mi aspecto y tal, y así aumento mi valor en el mercado: en el mercado clásico de la belleza, como vía de ascensión social de las mujeres; y en el mercado literal, en el sentido de tener un caché para hacer tal o cual publicidad. Pero esto forma parte de la construcción del mito que rodea a las modelos. Que ocurra o no luego en la realidad es otra cosa.

De hecho, criticas que algunas supermodelos tengan luego una actitud en lo privado de lo más conservadora.

Bueno, es que no sé hasta qué punto esa imagen de la que hablábamos antes no es también conservadora, porque la mercantilización del aspecto físico de las mujeres no deja de ser una forma anticuada de valorar el cuerpo y la belleza por encima del intelecto u otros valores de la persona.

También hay en esto limitaciones, porque luego las supermodelos tienen cada una diferentes caracteres y eso forma parte de su imagen. Al fin y al cabo, estamos hablando de figuras que están ahí porque lo que se requiere de ellas es que vendan un producto. La pregunta sería, ¿por qué se convierten en un icono popular tan importante? Porque cada vez construimos más nuestra identidad a través de la imagen, de la representación social del cuerpo y del consumo, y esto es lo que me parece relevante del estudio de las modelos.

Lo que hago en ¡Divinas! es analizar la figura pública de la modelo, cómo se ha construido a lo largo de siglo y medio de historia, y luego contrasto su figura con la realidad de las profesionales que encarnan ese mito. El mito, la idea, el icono, lo construye un equipo de personas: publicistas, creativos, diseñadores, fotógrafos, estilistas, peluqueros, maquilladores y la propia modelo. Parece que todo sea la chica, pero no, hay todo un equipazo detrás, más, y esto es muy importante, la mirada de deseo del espectador.

De todos los tópicos que se asignan a las modelos, ¿cuál te molesta más?

Ninguno. Es que no me los tomo de una manera personal. No sé. Es que hay tantos que me costaría escoger. ¿Sabes qué me molesta? Me molesta ver en una cabecera de un periódico importante el siguiente titular: «Exmodelo gana el Premio Anagrama». Esto me molesta, porque realmente: ¿atraes así a más lectores o es todo lo contrario? Esa forma de llamar la atención… Yo estaba tan contenta con el premio que me daba igual todo, pero podría hacer un estudio sociológico sobre cómo se me ha representado a mí en la prensa como ganadora del Premio Anagrama. Por ejemplo, una de las reacciones más curiosas que vi en internet fue la de uno que dijo: «Qué bajo ha caído el Premio Anagrama». ¡Es que una cosa así puede llegar a desprestigiar un premio que tiene cuarenta y tres años de historia! Y de todo el resto, nada. Veinte años de investigación, de formación intelectual. Eso no sale en el titular. Y eso era lo importante, no que yo hubiera sido modelo.

Pero el que hubieras sido modelo resulta un elemento legitimador a tu investigación, ¿no crees? Sobre todo si se tiene en cuenta lo cerrado que es el mundo de la moda.

Sí, eso es verdad. ¿Ves? Ya estamos salvando a la periodista del titular [risas]. Efectivamente, yo no solo he accedido a ese mundo como observadora, sino que puedo observarme a mí misma. Es mi cuerpo el que estaba allí, en el asador. Es complejo, porque ahora te digo que en mi primer estudio sobre la historia cultural de las modelos, yo no hablaba de mí. O sea, mis observaciones estaban informadas por mi experiencia, pero yo no hablaba de mí ni de coña, ni me quería acordar. Fue luego que empezaron a decirme que tenía que hablar de mí, que tenía que hacer una especie de autoetnografía y eso me daba mucha pereza. Ha sido poco a poco que he ido incorporando el valor de mi experiencia a mis textos. Me ha costado mucho.

Basándote en la concepción de Walter Benjamin sobre el capitalismo como religión, concluyes que el mundo de la moda tiene también mucho de creencia religiosa. ¿Te sientes una excomulgada o más bien eres una apóstata?

Ostras, qué buena pregunta… [pausa larga]. Pues ninguna de las dos cosas, no sé. Yo creo que deberías preguntarles a ellos, porque algunos sí que me han excomulgado.

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¿Se ha dado por aludida mucha gente con tu libro?

Mi libro no es una crítica a la moda, es un análisis crítico, en el sentido anglosajón. Pero no es una crítica en contra. Al contrario, salvo muchas cosas, y pongo en su sitio muchas otras. O sea, sobre los ataques a las modelos, una cosa es la figura de la modelo y otra son las modelos, las profesionales. Yo creo que hay gente, y siento decir esto, que no sabe leer un texto crítico de estas características. Por más que no contenga palabras técnicas ni nada de eso, tienden a malinterpretar las ideas. Depende, claro, de la capacidad intelectual de las personas. Me he encontrado con periodistas que han dicho que yo ataco a las top models, y es más bien todo lo contrario. Para nada. Entonces, no sé, están los que me condenarían porque no me han entendido y luego los que no sé si lo han entendido o no, o no lo han leído y les ha llegado de oídas algo, pero que no escuchan.

¿Y Lidia Falcón no ha dicho nada? Porque tras publicar aquel reportaje difamatorio sobre ti…

Lidia Falcón, silencio absoluto.

En ¡Divinas! afirmas: «Aprendí que enfadarme producía algún resultado». Sin embargo, la obediencia es básica en el mundo de las modelos.

Yo he sido extremadamente obediente. Soy muy disciplinada, me tomo todo super en serio. Soy insoportable para mí misma, porque soy muy exigente. Soy muy obediente, lo que pasa es que mis amigas, por ejemplo, que han ido a otro tipo de escuela, consideran que yo he sido una persona muy transgresora. Entonces me doy cuenta, hablando con ellas y poniendo en contexto mi educación y mi actuación, de que sí, de que he sido transgresora, pero no porque yo fuera desobediente, sino porque a mí me han enseñado los límites de otra manera. Me han enseñado a potenciar mi creatividad, mi ser personal, a la vez que me han hecho desarrollar mucho la idea de servir a los demás.

En mi familia son un poco bohemios y muy creativos. Yo me he criado en un sitio muy especial, entre gentes del teatro y del cine. Mis padres tenían en Barcelona un restaurante muy fashion y cosmopolita llamado Petit Soley al que iban muchos artistas, literatos, políticos y aristócratas. Podías encontrarte allí una noche a Rock Hudson o Kirk Douglas, a Lola Flores con su familia e hijos al lado de divas operísticas como Renata Scotto o la Caballé, o de políticos franquistas, a Pilar Primo de Rivera o el Marqués de Villaverde, a artistas y escritores como Paco Umbral, Giuseppe Di Stefano, Miró, Tapies, etc. También, al restaurante de mis abuelos, el Soley (a la derecha del Ensanche barcelonés), iban desde la Bella Dorita hasta Renata Tebaldi, pasando por Carmen Amaya con su troupe, incluyendo al director de cine Rovira-Beleta y muchos más. A La Taberneta, un restaurante posterior más bohemio, venía Serrat, Georges Moustaki, Marina Rosell, muchos y destacados miembros de la nova cançó, poetas y actores, como Rafael Alberti, Núria Espert, Flotats Venían todos.

Y luego estudié en una escuela muy progre. Ricard Salvat, el ilustre director y profesor de teatro en la Universidad de Barcelona, era nuestro profesor de teatro en el colegio. Con diez o doce años leíamos mitología griega, representábamos a Cervantes y veíamos las películas de Eisenstein, Saura, Hitchcock, Buñuel, Erice, con análisis incluidos, ¿eh? Incluso teníamos clases de crítica política. Sabíamos lo que estaba pasando en el mundo, hacíamos comentarios de prensa.

Al encontrarme con el tiempo con mis compañeros y compañeras de colegio comentamos cómo nos hemos ido dando cuenta progresivamente de que nuestro mundo había sido muy diferente. Pensábamos que éramos normales pero crecimos creyendo que podíamos, y debíamos, ser nosotros mismos. No tenía nada que ver con una escuela represiva y alienante. Fue todo lo contrario.

Para colmo he sido una lectora muy precoz y voraz, y encima con insomnio. Leía todo lo que caía en mis manos. Leía toda la noche. El otro día estuve en la entrega del Premio Cervantes y me pareció muy bonito el discurso que hizo Fernando del Paso. Explicó que en una entrevista, en Estados Unidos, le preguntaron por sus influencias literarias y se refirió a un montón de escritores ingleses, franceses y tal. Y se ve que al volver a México alguien le dijo: «No ha dicho usted ningún español». Y él respondió: «Es que esos no son influencias, forman parte de mi ADN cultural». Y a mí me ocurre lo mismo, porque yo he leído los clásicos españoles y catalanes y los llevo dentro.

¿De qué forma te ha influido toda esa lectura?

Yo he tenido que trabajar mucho en el mundo académico para aprender a estructurar la realidad, para aprender a distinguir entre realidad y ficción, porque en mi vida se mezclaban, de todo lo que he leído. Conocí en París a Bruno Latour, sociólogo francés, y me preguntó que cómo una española como yo, continental, había acabado en un departamento de filosofía analítica anglosajona. Y creo que es porque yo necesitaba aprender esa forma de pensar sobre el lenguaje para estructurar la realidad y también, supongo, para recuperar el sentido más allá del abuso franquista de la palabra y de la confusión general.

Por otro lado, yo siempre he escrito, pero también he tenido presente la idea de que mi esfuerzo intelectual tenía que servir para mejorar la sociedad. Y de ahí lo de las ciencias humanas y sociales. Esto creo que es herencia del idealismo de mi abuelo Patrici. En realidad, escribir ficción siempre ha sido mi sueño. Nunca me he atrevido a revelarlo, pero ahora sí, ahora pienso: «Lo voy a hacer». Tengo escritos muchos cuentos desde hace años. Gané el primer concurso de microcuentos para las relaciones de igualdad del Instituto Catalán de las Mujeres; uno se publicó en YoDona, de El Mundo; y algunas de mis columnas «Fieras Divinas», en El País, son cuentos, pues muchos de ellos tienen que ver con el cuerpo, la ropa, la identidad, y tienen este punto cómico-irónico que yo empleo. Pero la mayoría de ellos siguen inéditos. De todos modos, ahora me gustaría escribir una novela.

¿Alguna lectura especial que te haya marcado?

Una novela que me impactó muchísimo es La plaça del Diamant, de Mercè Rodoreda, porque es triste y dura, y porque además tiene un montón de paralelismos con la familia de mi madre. A mí esa novela me previno mucho contra cierto amor romántico.

Y luego hay una idea de Albert Camus que me gusta mucho. Venía en El primer hombre, que fue su último libro, su autobiografía, y está explicada con ese lenguaje transparente que tiene él, con una compasión y una humanidad que es una lección de vida. Para mí es su mejor obra, es uno de los libros que más me ha influido. Y Albert Camus decía en ese libro que la razón por la que él no era una persona rencorosa era porque había crecido bajo una luz tan maravillosa como la del Mediterráneo, y hablaba del impacto físico de la luz. Y yo sé lo que es eso, porque de Escocia me tuve que ir porque no podía vivir sin luz. Tenía un problema diagnosticado de falta de luz, que se llama Desorden Afectivo Estacional y que en inglés se escribe con las siglas SAD (Seasonal Affective Disorder): triste. Y empecé a tener trastornos físicos y psicológicos, y la cura era una luz potente que me tenía que dar cada mañana, me tenía que sentar delante de esa luz cuarenta y cinco minutos o así para que la luz me entrara por los ojos. Mi médico de cabecera escocés me decía que me volviera a España, pero yo no quería. Yo había decidido no volver a España hasta que me jubilara, pero no me quedó otra porque necesitaba la luz del Mediterráneo. Decidí también hacer aquí mi etnografía de las modelos.

También me ha marcado Irène Némirovsky, que cuando la lees dices: «Qué alma». Y Clarice Lispector, Isak Dinesen y Virgina Woolf. Estas personas me hacen entender que se puede entender. Me hacen tener fe en el ser humano.

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Dices sentirte lejana de algunas corrientes feministas actuales.

Me refiero a alguna corriente negativa vociferante. No porque grites más se te va a escuchar mejor. Hay cosas que hay que hilar muy fino no solo para que se entienda tu argumento sino para ganarlo. Para convencer. Porque dramatizar las cosas no sirve para nada. Ya son suficientemente dramáticas. Lo que sirve para ganar es una buena argumentación, con datos y presión. Veo gente joven que, quizás porque son jóvenes, están como muy… Mira, un ejemplo: Jordi Évole hizo hace tiempo un programa que me encantó, sobre la conciliación. El hilo documental del programa era la vida de un chico, creo que catalán, profesor universitario, que había emigrado a Suecia. Se había casado con una sueca, habían tenido un hijo allí y explicaba cómo era la cosa aquí y cómo era allí, en Suecia. Los únicos hombres que salían en el programa eran Évole y él, y entonces algunas mujeres se enfadan porque el protagonista es un tío, les llaman «machirulos»… A ver: primero hay que tener en cuenta que es un programa para grandes audiencias, que tiene que enganchar, debe haber una historia y esa historia era muy buena (desde que escribo divulgación en El País de esto yo soy más consciente que nunca). Y, segundo, a través del entorno familiar de ese hombre corresponsable se entendía perfectamente que en un país bien organizado como Suecia la conciliación podía darse; que nadie trabajaba menos y a la vez la gente estaba feliz, que tenían familias y eran creativos, y que el país iba para adelante.

Las mujeres tienen razones para estar enfadadas. Además de la desigualdad de salario y oportunidades, ¿sabes que, según un estudio de la dra. Sonia Ruiz García sobre el trabajo, una mujer española con hijos trabaja más si su marido está en casa que si está sola? Es apabullante. No me extraña que estén enfadadas. Pero evaluando la pieza de Évole hay que entender que el target son precisamente los hombres. Es a ellos a los que hay que dirigirse. Son ellos los que no están haciendo su trabajo doméstico. Por lo tanto, con el objetivo de llamar la atención, la elección del chico ese era perfecta: era de tu edad, con carrera, con su familia feliz. ¿Quién mejor te va a explicar lo que es la corresponsabilidad? Y luego, se le veía masculino. No perdía masculinidad por ello (un temor clásico de los hombres). Todo lo contrario, decías: «Mira qué mono, qué sexy, ojalá hubiera más hombres así» [risas].

Quiero decir que antes de criticar hay que contextualizar. Ver qué pieza se está haciendo y para quién y en qué contexto social. Yo creo que el programa tenía muchísimo mérito. Se dirigía a gente que no había oído hablar de la palabra «corresponsabilidad» en su vida, a gente que no sabe lo que significa la palabra «conciliación». Es el primer paso. ¿Que podría haber dado cinco pasos más? Sí, pero el primer paso va delante. Y fue un buen paso, en la dirección correcta.

Y yo no es que me sienta alejada del enfado feminista. Empatizo con él perfectamente. Las mujeres están hasta el gorro, con una precariedad brutal, viendo alrededor mil cosas que están pasando. Yo estoy igual, no sé cómo decírtelo, lo que pasa es que sé que hay que valorar las conquistas por pequeñas que sean. Hay que saber que no cambia una mentalidad en dos días y que en España avanzamos quizás de forma lenta pero inexorable. Y digo esto con conocimiento de causa, por lo mucho que me ha costado, y me está costando, a mí defender mi trabajo.

Como cuando un compañero te dijo que tu aspecto restaba credibilidad a tu investigación y te recomendó que te pusieras unas gafas falsas.

Me lo dijo un compañero de doctorado, pero me lo dijo también mi amante también doctorando. ¡Y no se conocían entre ellos! O me decían que iba vestida de tal forma y, no sé, lo mismo pensaban que tenía que llevar un burka, porque yo iba vestida de trabajo, sin marcar, sin escotes, sin colores… Pero sí, es esa percepción.

En el fondo es lo mismo que lo de «Exmodelo gana Premio Anagrama». ¿Dónde enfocamos la mirada? ¿Qué tengo que hacer? ¿Cortarme el pelo como una monja? Hay que cambiar estos modos de ver. Una lectora me escribió el otro día y me dijo que después de leer mi libro había cambiado su percepción de las cosas. Y pensé: eso es exactamente lo que quería. Que tu mirada cambie, alterar tu visión. Me hizo mucha ilusión ese comentario. Y es una batalla desigual, porque es una batalla que yo libro contra la imagen pero con palabras. Las palabras son más lentas, entran de otra manera. Leer un libro es un lujo: tienes que sentarte, dedicarle mucho tiempo…

¿Y qué es más competitivo, el mundo de la moda o el universitario?

Hay dos mundos universitarios. El que yo viví en el Reino Unido no era competitivo en el mal sentido, era todo lo contrario. Te daban aire, te enseñaban a volar, te enseñaban a caer. Yo he tenido a David Bloor, que es una referencia mundial en la sociología del conocimiento científico, sentado una hora y media en mi despacho explicándome mis dudas sobre su pensamiento, tratándome de tú a tú. Hablándome de su trabajo, que está hipercomentado por el mundo. Con esto quiero decir que yo no he vivido nada competitivo en esos ambientes, quizás exceptuando Cambridge, donde estaba mi director de tesis. Allí los doctorandos quieren brillar. Los maestros eran muy generosos. Ahora, en España es otro mundo. Es un mundo más endogámico; hay gente buena, pero existen unas estructuras de poder muy cerradas.

Luego, el mundo de la moda que yo viví no era tan competitivo como el de ahora. Otra cosa es que te usen y que te tiren como un trapo, que eso ha pasado siempre. A los veinticuatro años ya eres vieja y te dicen que te ven deteriorada. ¡A los veinticuatro años! Yo a esa edad me buscaba arrugas en un espejo. Y, claro, no las encontraba. Pero me sentía vieja, vieja, vieja. Esto es terrible, que a alguien joven se le haga sentir así. Y yo porque estaba metida en ese mundo específico, pero es igual. Que una chica de treinta o de treinta y pocos se empiece a sentir mal por su edad es enfermizo…

Por otro lado, no me gusta el concepto de la tiranía de la belleza. ¿Que hay presión social? Sí, mucha y también mucha labor de seducción al servicio del producto. Pero siempre hay que tener en cuenta que todos tenemos una parcela, pequeña o grande —se va viendo y cultivando— de elección. Esto es Michel Foucault puro. Yo es que vivo en Michel Foucault, ¿sabes? [risas]. Vivo en esa paradoja: soy gracias a mis fronteras. Mis limitaciones me hacen posible y a la vez me condicionan. Habito esa autoconsciencia…

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Será por eso que traes a colación en tu estudio la famosa fábula de los peces de David Foster Wallace.

Es buenísima esa historia. La puse porque un día hablaba con un diseñador muy famoso que me dijo: «Todo esto que dices son obviedades». Y pensé: «Habla el gran diseñador conocido, que toda su vida ha estado ahí. Él ya lo sabe, pero para la gente de fuera esto no es ninguna obviedad». Porque la gente se cree que lo que está viendo es de verdad, que esa chica modelo tiene esa vida, que ese vídeo que sale en la MTV es una fiesta de verdad.

Yo era uno de esos pececitos que empezaba a nadar contra corriente, pero cuando estás mucho tiempo dentro de la corriente llegas a asumir tanto todo lo que te rodea, que el reto es salir y poderlo explicar. Y no es tan fácil. Bueno, a mí me ha costado muchos años de investigación y cuatro de escritura.

¿Cómo llegas a la obra de Judith Butler?

Llegué a ella un poco asustada, la verdad. Porque yo leía todo esto del sujeto posmoderno y la fragmentación, y pensaba: «Hostia, esto suena fatal» [risas]. Luego la empecé a leer y me costó un año entender qué decía, porque antes de entenderla a ella tuve que leer primero a los doce autores que ella da por supuestos, pero lo disfruté mucho. Comprendí que trabajaba en la estela de Foucault llevándolo un paso más allá. Yo sistematicé y reconstruí sus ideas filosóficas sobre la performatividad de género en términos de la teoría performativa de las instituciones sociales, desarrollada por sociólogos del conocimiento científico británicos. Tendí un puente intelectual entre la llamada tradición filosófica continental y la analítica anglosajona. Luego, de trabajo de campo, estudié a personas transexuales en el Reino Unido y en España como informantes de los lugares comunes culturales de género que rigen a todas las personas.

Al final de mi tesis conocí a Judith durante una master class en la Universidad de Utrecht. Con Rosi Braidotti, la organizadora, bromeaba diciendo que quizá deberían llamarlo una mistress class. Al feminizar el término, manifestaban cómicamente un doble estándar sexista: de maestro a ama y amante. Con ella descubrí que el sentido del humor no estaba reñido con el rigor académico. ¡Fue toda una revelación! Me pidió que le enviara mi tesis, que estaba ya casi terminada, y le gustó. Así se convirtió en mi mentora. Recomendó mi primer libro Transexualidad y la matriz heterosexual. Un estudio crítico de Judith Butler, me lo presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, la he traducido, me ha concedido varias entrevistas y siempre que viene a Barcelona nos vamos a cenar y, alguna vez, ¡también a bailar! Judith fue una de las personas que me convenció para que hablara de mí en mi estudio sociológico ¡Divinas!

Tengo entendido que tu interés por las teorías del transgénero nace de tu propia percepción como modelo, ya que muchas veces tuviste que representar lo andrógino.

La verdad es que esa sesión de fotos, de la que salió la portada del libro, la disfruté mucho, me pareció buenísima. Llegué como una adolescente con el pelo largo, así como muy normal, y salí de allí hecha una fiera: vestida de tío y con el pelo corto. Y aquello me enseñó a ser capaz de mostrar mi deseo, a expresar mi capacidad de decir: «Quiero a este tío. Este tío me gusta y voy a por él». Poner esa mirada de: «Voy a por ti», como una presa [risas]. Es un tipo de actitud que muestran más los hombres que las mujeres, y a mí, como mujer, me gustó mucho aprender eso. Tras esa sesión aprendí que podía sacar cosas nuevas de mí. Y luego, analizando a posteriori lo que ocurrió, me di cuenta de que esa actitud de deseo no cuadraba con la actitud clásica de feminidad. Aquello coló porque yo iba vestida de tío. Era como un mixmax de androginia.

Luego Richard Avedon ha hecho performances así, con chicas que van con trajes de florecitas, de lo más normal, en plan aburriditas, y de repente se sientan con las piernas abiertas, y la tía mira con cara de depredadora a un tío que pasa con pantalones, sin nada por encima. Pero eso lo hace Avedon en Vogue; o sea, se atreve uno solo. Avedon dice algo nuevo, está permitiendo algo nuevo. Es como cuando en los ochenta se puso de moda para las chicas el posar con parada fuerte. Nos hacía sentir que estábamos haciendo algo autoafirmativo. Y eso hacía que, muchas veces, cuando me vestían de chica me sintiera incómoda, porque no me identificaba con esa feminidad, hasta el punto de sentirme transexual, totalmente ajena a esa imagen. Y es una sensación muy extraña, porque tú te miras al espejo y no te reconoces nunca. Una adolescente que utilice este trabajo como vía para explorarse a sí misma puede acabar despiezada. Puede acabar fragmentada, perdida y confusa.

Defiendes la visión del cuerpo como medio de comunicación mediante el cual mostramos obediencia o rebeldía a las normas sociales. Desde ese punto de vista, ¿estar gordo no sería hoy la mayor rebeldía?

No necesariamente. Hay gente obesa porque come mucha comida basura, y es porque tienen poco poder adquisitivo. Se van a McDonald’s a comerse una hamburguesa de un euro, y eso es fatal. Yo creo que lo verdaderamente transgresor es estar contento contigo mismo. Seas lo que seas, tengas la forma que tengas, te vistas como te vistas, seas rubia o canosa, seas gitana, negra o blanca, lo verdaderamente transgresor hoy día es estar bien. Es un acto de rebeldía y autoafirmación.

En Cómo ser mujer, Caitlin Moran arremetía contra esas revistas satíricas que se basan en señalar los defectos físicos de los famosos.

Esas revistas son como una especie de transgresión pautada, y tienen un poco de sadismo vengativo con eso del «Argh» [risas]. Yo lo encuentro divertido, la verdad, porque es que hay que saber reírse también. Es como lo que te decía antes de cierto sector del feminismo que está enfadado todo el rato. Hay que intentar reírse de vez en cuando, para nuestro alivio y por salud mental. No para pasar, sino todo lo contrario, para poder seguir implicada sin morir en el intento. Sin amargarte. No se puede vivir todo el rato cabreada. Te amargas la vida y solo tenemos una. Yo también quiero ser feliz a pesar de todas las injusticias. No puedo luchar si no soy un poco feliz y no tengo la sensación de que vale la pena todo esto.

¿Y la cirugía estética? ¿Qué piensas de ella como fenómeno sociocultural creciente?

Sabes el chiste ese de: «¿Y usted qué opina? Yo, o pino o abeto» [risas]. Se puede hablar tanto rato de esto… La historia de la cirugía estética ya llena muchos volúmenes en los estudios sociales de la tecnología.

A mí personalmente me da un miedo terrible. Me da pánico. Hay una enfermedad, que te vas como obsesionando con esto de la cirugía. Es caro, es un producto de consumo más, pero su clientela son casi siempre mujeres: el 75-78 por ciento. De nuevo, ¿ves?, la presión social sobre el cuerpo de las mujeres, porque la feminidad se identifica más con el cuerpo y la masculinidad con el intelecto. Es increíble, esta asociación simbólica de la masculinidad y la feminidad. Y claro, la cirugía estética está ahí, pero en los hombres tiene un impacto minúsculo. Por eso admiro mucho a la gente que envejece bien.

Desde que tengo treinta años me fijo en mujeres de cuarenta años para arriba y veo gente muy interesante. En el club de natación al que voy veo mujeres desnudas de todas las edades, y las miro como quien va a un museo de esculturas griegas, pero en movimiento. Miro a las deportistas jóvenes y a las mayores. Me encantan los cuerpos humanos, los encuentro fascinantes.

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Ya que hablas de cuerpos, ¿qué opinión te merece FEMEN?

Lo de protestar a cuerpo descubierto es que es una protesta tradicional de las mujeres africanas. De todas formas, no está claro lo de este grupo, ¿no? La verdad es que las he investigado poco y eso que me preguntan bastante, porque salen mucho en los medios y llaman la atención. Pero no sé si lo suyo es tan efectivo…

Mira, te voy a contar una anécdota que te va a hacer reír: cuando yo tenía veinte años o así tenía un vespino. Y un día iba con mi amiga Elsa y un tío con una megamoto, en plan chulo, nos pega una cortada brutal. Se pasó. Y yo le pité y le dije: «¡Qué haces!». Y el tío, muy chulo, nos contestó mal. Y cuando me lo encontré en el semáforo, cogí mi camiseta y me la levanté. Y yo iba sin sujetador, ¿eh? Lo hice así como diciendo: «¿Qué pasa, tío?». Yo no sabía nada de las africanas y FEMEN no existía. Mi amiga se acuerda siempre de eso. Si me preguntas por qué lo hice, pues no lo sé. Fue una cosa que me salió de manera instintiva, en plan: «¿Qué te has creído, que porque somos dos mujeres puedes hacer eso y encima chulearnos?». No sé, fue una manera de decir: «Aquí estoy yo. Flamenca». De mostrar orgullo contra su desprecio. Y un poco también: «Mira lo que no vas a tener» [risas].

Me veo obligado a preguntarte por la anorexia y otros trastornos alimenticios, no solo porque se consideran una lacra en la profesión sino también por lo referente a la simbología del cuerpo.

Yo no he visto casos de anorexia en la profesión. Los he estudiado, porque en mi época de modelo no estábamos tan delgadas. El problema es tomar una percha, una chica que es un cuerpo percha, cuya labor es mostrar un vestido sin llenarlo, como un ideal de identidad femenina. Esta «idolización» de la modelo es fruto de una deconstrucción de la identidad que vivimos a través del consumo de productos relacionados con el cuerpo. Es una cuestión socioeconómica y política. La delgadez del ideal en que se ha convertido a la modelo tiene como consecuencia un aumento de los cuadros atípicos de anorexia y bulimia, gente que se preocupa mucho de la comida, pero los cuadros típicos siguen existiendo. Esos se conjugan con algo más, pues las personas que los sufren suelen tener un carácter muy autoexigente.

El ideal de la modelo de moda sí que tiene un efecto, tiene una gran incidencia. La gente de la moda tiene mucha prevención contra esta acusación. Un modo de comprender mejor esta situación es preguntarse, como hago en mi investigación, por qué esta figura del modelo ocupa un lugar simbólico tan prominente. ¿Qué factores sociales, económicos y culturales se han puesto en juego para que la modelo haya pasado de ser la profesional socialmente desprestigiada de inicios del XX a convertirse en ideal aspiracional para tantas jóvenes, objeto de deseo y fetiche de poder masculino? Estas son las preguntas a las que yo respondo con datos.

¿Cómo valoras el crecimiento de los movimientos de reivindicación de una maternidad natural?

Yo ya solo de pensar en parir me muero de miedo. Natural o no natural. Me da pánico. Creo que son muy valientes las mujeres que paren. ¿Sabes cuál es la principal causa de muerte de las mujeres en el mundo, ahora en 2016? El parto. ¿Sabes que hay una hormona para que te olvides del dolor?

Conozco una mujer que parió al natural sin dolor. Esto es un caso excepcional, pero demuestra que es posible. Es una chica hippie de una familia bien. Bueno, de estos hippies que se fueron a Ibiza. Y parió en una casa payesa sin agua corriente ni luz eléctrica. Con un americano que hacía partos naturales. No sé cómo tuvo narices de atreverse a parir en esa casa. Lo que me contó fue tan bonito… Le entró un subidón, e iba diciendo: «¡Abrid las ventanas, abrid las ventanas!», y fue megaorgásmico. Y me lo creo a pies juntillas porque la conozco. Pero vamos, reconozco que esto de la maternidad es un mundo que lo siento muy ajeno.

Eres firme defensora de la moda sostenible. Te adscribes de hecho a la corriente Fashion Revolution. ¿En qué tiendas o marcas no deberíamos comprar nunca por motivos éticos?

No puedo responder a esto. Se produce en condiciones injustas, con un beneficio exageradísimo. Son injustas, no dejan sindicarse a las trabajadoras, todo es insostenible, esto lo tenemos claro. Y sabemos cuáles son esas marcas, y sabemos que mucha gente o compra en esos sitios o no tiene donde vestir a sus hijos. Y no menciono las marcas porque no hay una sola y no puedo decirlas todas. Por ejemplo, Inditex subcontrata. Algunas de estas subcontratas están funcionando bien y otras no. Tendemos a pensar que lo que está ocurriendo es que están explotando a la gente para conseguir un margen de beneficios absolutamente desmesurado. Por un lado hay gente que necesita vestirse, y por otro hay gente a la que le gusta cambiar mucho de ropa, y por otro lado hay gente que necesita trabajo. Y en medio está un tío que crea un auténtico imperio y democratiza la moda, en el sentido de que queríamos todos vestirnos con cosas bonitas y no teníamos dinero para pagarlas y ahora sí. Tengo claro que ecológicamente es insostenible, productivamente es insostenible, las condiciones de trabajo son insostenibles, pero no puedes decir este o aquel son los culpables. Si Zara vende también es porque la gente está matándose por conseguir una chaqueta amarilla que alguien pone de moda en Instagram. Entonces, creo que, además de los productores, debe señalarse la corresponsabilidad de los consumidores.

¿Cuál crees que es el origen de este consumismo brutal que padecemos?

La actual sociedad del consumo empieza a gestarse a mediados del XIX. Una serie de factores económicos, sociales y políticos concurren con nuestro gusto por la novedad. ¿Qué ocurre? Que estamos rodeados de buenos diseñadores. Hacen cosas muy chulas todo el rato. Y el tener algo nuevo te hace sentir en sintonía, te da marcha, ¿sabes? Lo deseas. Y te lo pones y dices: «Molo, estoy conectada al presente». Además de entender la evolución y las razones históricas, me parece importante poner el énfasis en esta reflexión desde dentro, decirte: «A ver, ¿por qué te has vuelto a comprar tal cosa si no te hace falta?».

¿Qué le dirías a una chica de, pongamos, quince o dieciséis años que decidiera abandonar sus estudios para dedicarse a ser modelo?

Pues observaría su aspecto físico, vería si tiene las cosas claras y valoraría qué alternativas tiene. Si me dice que la han llamado de no sé qué agencia poderosa y que le garantizan ganar un pastón en dos años, pues le diría que fuera acompañada por alguien de confianza, que cogiera el dinero y luego corriese.

Mira, mi sobrino, tiene cerca de veinte años, es guapísimo. Alto, delgado y tiene el tipo de modelo de moda. Es muy bello, en serio. Está estudiando Arquitectura en Lille, al norte de Francia. ¡Divinas! está dedicado a él y a un niño etíope también bellísimo. Bien, pues mi sobrino, que ha leído mi libro, me explica que le pararon en el metro y le preguntaron si quería hacer de modelo, que tendría mucho trabajo. Y yo le pregunté: «¿Qué les has dicho?». «Que no. Porque me han dicho que vaya a la agencia para que me midan, y yo no quiero que me midan» [risas]. ¡Lo tenía claro a la primera! Sabía que lo iban a tratar como a un pollo. Así es: en la agencia te van a pesar, te van a medir y te van a criticar; te van a vender y te van a comprar y tú tienes que estar dispuesto a eso, a objetivar tu cuerpo, a ser un producto. Pero vamos, ahora en serio, si alguien de esa edad me dijera que quiere ser modelo, le diría: «Lee ¡Divinas!».

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15 Comentarios

  1. Carlos A.

    Vuestras entrevistas, casi siempre excelentes, son mucho más difíciles de leer desde que en la web se usa el mismo tipo de letra para las preguntas y para las respuestas. Anteriormente, cuando las preguntas estaban en un tono más claro, la lectura se hacía más fácil. Es complicado distinguir las preguntas de las respuestas.

    • Atanasio Camuflay

      ¿Te refieres a que antes las preguntas tenían el grosor de las respuestas actuales, o sea, que te has de dejar la vista o aumentar el zoom a 200 y las respuestas estaban en negrita? Sí, la verdad es que sería más cómodo ya que solo se padecería al leer las preguntas que acostumbran a ser más cortas que las respuestas. No obstante, lo mejor sería conseguir una solución para ambas. ¡Aunque quizá sea un problema irresoluble! ¡Quién sabe!

    • Desconozco las características y configuración del medio () que usa para leer el artículo pero en mi caso a través de Chrome se ve perfectamente

      En el enlace hay una captura de pantalla de muestra

      http://i.imgur.com/pmh5dfv.png

  2. No sé. No he llegado a sentirme interesada, quizá porque no pertenezco a ese mundo, quizá porque no me ha despertado curiosidades, porque me ha parecido transgresor dentro de lo previsible, quizá sólo porque estoy cansada y no le pongo muchas ganas a nada. Qué sé yo. Pero me hubiera gustado descubrir por qué desde hace como cuarenta años las modelos desfilan con cara de haber salido de un campo de concentración o de celadoras de prisiones. Hace un tiempo vi en la tele un desfile de Hannibal Laguna en el que las modelos desfilaban como lo haría una: con arrobamiento, con alegría, con descaro, como diciendo: «`¡Mira qué guapa soy, mira qué falda, mira qué maravilla!», sonriendo, contoneándose y casi bailando con una coquetería infantil perpetua, y entonces, además de disfrutarlo como si fuese ellas, me pregunté por qué era tan poco común. En fin. Chorradas en las que una piensa.

    • P.D.: Además, no entiendo lo de los andares: ese caminar antinatural que obligan a ejecutar a las modelos, un paso a caballo entre potranca y soldado desfilando, me parece lo menos femenino, sexy y elegante que se le haya podido ocurrir a nadie. ¿Quién lo inventó, por qué se impuso, por qué se mantiene, por qué no se arrumba entre los horrores de la moda, que son muchos? Ésas son las preguntas que le haría a la protagonista de esta entrevista.

  3. «Camus no era una persona rencorosa era porque había crecido bajo una luz tan maravillosa como la del Mediterráneo»

    Se ve que en Sicilia y Nápoles no hay vendettas. O no hay luz. O la luz no es tan maravillosa como en la Argelia de Camus (donde las venganzas y recontravenganzas que ha habido en sus diversas guerras civiles no se habrán debido al rencor, supongo).

    El exceso de luz hace decir estas fantasías incoherentes, parece. Aunque tampoco es lo más ridículo que he oído en alabanza del Mediterráneo.

  4. Gran articulo

  5. Me gustaría saber cual es la idea de Camus que tanto te ha marcado; en la respuesta te enredas con la luz y no terminas de contárnosla. Por lo demás, un placer leer la entrevista; interesante y en el mejor sentido de la palabra, divertida.

  6. Minded, yo no soy nadie para denostar la autopercepción de Camus ni la de cualquier otra persona. Le cito a él porque conecto con su experiencia. Lo incoherente es el salto argumental que usted hace de una percepción personal concreta a la generalización sociológica.

    Nacho, La idea es la redención mediante la belleza, en este caso, de la luz mediterránea. Yo crecí en una playa y – como cuento en la entrevista – he sufrido su falta. Camus redunda en unn comentario que Bertrand Rusell hizo sobre la luz mediterránea y el concepto de iluminación de Sant Agustín, teólogo padre de la Iglesia nacido en la ciudad Hipona (en la actual Algeria). El comentario de Rusell fue uno de los factores en mi decisión de retornar a Iberia. Más en… ¡Divinas!

  7. Que buena entrevista. ¡Gracias!

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