Cine y TV

Black Mirror: tercera embestida

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«Nosedive», Black Mirror, 2016. Imagen: Netflix.

Este artículo contiene SPOILERS.

Black Mirror se presentó en sociedad en 2012 con una primera temporada de tres capítulos que por aquí nos encantaron. Un año más tarde asaltaba las pantallas una segunda temporada de tres episodios que también nos merendamos. Se trataba de una serie ideada por Charlie Brooker con formato de antología de historias no relacionadas (aunque comparten un universo psicológico, que no físico, y existen abundantes guiños entre ellas) cuyo nexo común era la omnipresencia de un factor tecnológico, la mala leche y cierto pesimismo general bastante cafre, algo así como si 4chan y Wired se uniesen al equipo de guionistas de una serie fantástica. A día de hoy, se ha mencionado cerca de un trillón de veces que Black Mirror viene a ser una versión moderna de The Twilight Zone o Historias de la cripta pero reubicando el epicentro de todo en la tecnología. Y lo cierto es que, por muy manoseada que esté ya dicha comparativa, es una definición bastante certera.

Antecedentes

En 2014, mucho antes de la tercera temporada, Black Mirror reapareció para celebrar con alegría y regocijo la Navidad de 2014 con un episodio especial de noventa minutos. La premisa de «White Christmas» presentaba a un par de trabajadores, Rafe Spall y ese Jon Hamm a quien el mundo entero conoce como el Don Draper de Mad Men, cohabitando un refugio azotado por una ventisca de nieve. Dos personajes que apenas se han dirigido la palabra durante los cinco años que llevan alojados en el lugar y que, con la excusa del día de Navidad, inician una conversación sobre las razones que los han arrastrado a ese lugar. A raíz de dicho diálogo el guion hilvana tres pequeñas historias, flashbacks de la vida de los protagonistas, que funcionan como micro capítulos y acaban provocando que el episodio sea una notable antología dentro de una serie de antologías.  

«White Christmas» es sobresaliente, muy imaginativo y está a la misma altura que las mejores entregas de las dos temporadas anteriores. También es muy capaz a la hora de atormentar a su reparto y se vuelve brillante cuando se dedica a agarrar conceptos tecnológicos como la cookie informática o el block de las redes sociales, y mudarlas a un entorno más real en sus mundos de ficción. Y también es un capítulo que incluye un par de las ideas más crueles que se hayan visto en la ficción televisiva reciente: la condena a una eternidad sin nada que hacer como método de intimidación y un uso del block como castigo, el que tiene lugar durante el desenlace, que se antoja desasosegante de manera extrema.

«White Christmas», Black Mirror, 2014. Imagen: Zeppotron Channel 4.
«White Christmas», Black Mirror, 2014. Imagen: Zeppotron Channel 4.

Tercera temporada

La tercera temporada de Black Mirror se estrenó en octubre de 2016 y tenía como novedad el cobijarse bajo el ala de Netflix. Aquello ya ponía nerviosos a unos cuantos que intuían que si la obra de Brooker dejaba de ser exclusivamente británica y empezaba a recibir capital americano acabaría sometida a la influencia de unos productores que aguarían el concepto inicial. En el fondo estamos ante una serie que se presentó en sociedad con un capítulo donde unos terroristas obligaban a un primer ministro a follarse a un cerdo, y aunque lo de zumbar con porcinos no es algo ajeno a la parrilla televisiva estadounidense —Jersey Shore básicamente consiste en eso— la mala leche y lo desalmado del programa no encajan del todo con los estómagos estadounidenses. Pero, aunque es cierto que esta es la temporada menos pesimista, lo que realmente ha supuesto la inversión americana para la serie es una mayor variedad de ubicaciones (hay más historias ubicadas en Estados Unidos) y algún detalle menor como que en el primer episodio un par de actores ingleses tuviesen que forzar el acento americano.

También es la temporada que ha gozado de mayor bombo mediático gracias a que las anteriores entregas adquirieron cierto culto y a que esta viene envasada con el doble de capítulos. Y entretanto en el mundo digital ha ocurrido lo que suele ocurrir con cualquier fenómeno moderno de ocio de cierto éxito: las redes sociales se saturan con voceros que la ensalzan como si les fuera la vida en ello, con enfurruñados que la critican como si les fuera la vida en ello, con los que la critican y menosprecian por culpa de los que dan tanto la brasa ensalzándola (el fenómeno Stranger Things) y los que critican a los que la critican porque internet en el fondo es un jacuzzi reconvertido en fosa séptica. Nada nuevo en un entorno donde la gente vive obsesionada por clasificarlo todo con una nota numérica del uno al diez, o del uno al cinco en el caso estrellado. Aunque sí resulta muy significativo descubrir que el público nunca acaba de ponerse de acuerdo sobre cuáles son los mejores y cuáles los peores episodios de cada temporada. El hecho de que resulte imposible encontrar algún tipo de consenso general en ese aspecto indica que la percepción de cada capítulo varía muchísimo según el espectador, y no es difícil sospechar que probablemente eso quiera decir algo bastante bueno de la serie.

La tercera temporada es mejor que la segunda y en alguna ocasión llega a la brillantez del especial navideño o del tercer episodio de la primera. Pero sobre todo refleja una evolución clara: se atreve con nuevos enfoques y formatos e incluso a renunciar por completo si es necesario (el episodio «San Junipero») a esa desesperanza que la ha hecho famosa. Probablemente ni siquiera es menos salvaje como se ha llegado a decir, porque se antoja igual de caníbal con la raza humana, sino que ahora pisa el terreno de manera más sutil y ligeramente más inspirada.

Lo que está claro es que Charlie Brooker es ingenioso de cojones. Y su forma de agarrar el panorama tecnológico junto a sus engranajes para trasladarlos hasta otros mundos es admirable: Black Mirror ha logrado mudar ideas como la trollface, el hashtag, las cookies, los me gusta, el block o la masturbación ante la pantalla del ordenador hacia lugares que nadie se esperaba. A ver quién ha hecho eso antes.

«Nosedive»

Black Mirror
Imagen: Netflix.

Detrás de la cámara del primer capítulo de la tercera hornada se sienta Joe Wrigth. No se trata de una mala elección y de hecho Wright ha demostrado capacidad para lucirse en la puesta en escena como se puede intuir por su currículo: el hombre es el director de Orgullo y prejuicio, de la notable Expiación, de aquella curiosa versión de Anna Karenina (2012) que se arriesgaba a construir set pieces asombrosas sobre las tablas de un teatro y de la cinta de acción Hanna donde Saoirse Ronan se convertía en una mini Jason Bourne que correteaba al ritmo de The Chemical Brothers. Aquí Wright crea un mundo de colores pastel, donde todo es bello impoluto y tiene pinta de haberse rebozado en los filtros más azucarados de Instagram, pero la historia que conduce no remata del todo la premisa inicial. Protagonizado por una estupenda Bryce Dallas Howard, «Nosedive» podría titularse también «Fotopies: The Movie» o «Lifeaffinitty», y la broma no desentonaría nada con la idea del capítulo: una sociedad en la que se ha convertido en obligatorio aparentar de cara a esa galería que son las redes sociales y donde todo el mundo lleva el smartphone pegado a la mano para puntuar en una escala del uno al cinco a cada uno de los seres humanos con los que se cruza. «Nosedive» empieza realmente bien, con una idea maravillosamente perversa que resume el universo embarrado en que se chapotea: la protagonista compra una bebida que llega acompañada de una galletita como obsequio, y una vez en la mesa, mordisquea la galleta pero escupe el bocado en una servilleta en lugar de comérselo para a continuación sacarle una foto al café y la pasta, asegurándose de que la dentellada sea visible, y subirla a las redes sociales junto a un texto afirmando lo delicioso de todo.

Pero el episodio es más flojo de lo que promete en un principio. A la larga se desinfla, no tanto porque el guion no sepa qué hacer con la premisa fantástica como porque insista en masticarla demasiado. Hay un par de personajes cuya función es redundante —el hermano de la protagonista y aquella camionera que aparece de la nada—, y el desenlace no acaba de estar a la altura de todo lo que se ha construido antes. Es cierto que el intercambio de opiniones que cierra el episodio es encantador, pero lo que parecía más importante, el discurso de boda, no acaba de cumplir lo prometido tras hornearse durante una hora entera.

«Playtest»

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Imagen: Netflix.

En esta casa somos amigos de experimentar el espanto, el terror y el horror dentro del mundo del ocio. Entender que aterrorizarse puede ser algo divertido es fascinante, y en «Playtest» un personaje asegura que la gente disfruta de este tipo de juegos porque al acabar descubren que siguen vivos, y eso es un alivio. A lo mejor tiene razón.

«Playtest» se apunta al cine y al juego de terror, a aquellos productos que utilizan el susto repentino. Un chico huye de su hogar para viajar por el mundo y acaba trabajando como conejillo de indias para un revolucionario videojuego de terror, uno que lo encerrará en una mansión terrorífica de manera casi real, un tema que coincide con una época en la que los videojuegos intentan vender el advenimiento de las gafas de realidad virtual como la experiencia inmersiva definitiva. Una revisión del cine de susto o muerte a través del filtro de Black Mirror que juega a reventar con gracia las convenciones que ofrece el género: en la pantalla los lugares comunes con el cine de terror, aquellos planos que suelen empollar un sobresalto repentino, no solo los reconoce el espectador sino también el protagonista de la historia. Bien llevada, con un tramo final que embadurna con la crueldad irónica de Brooker y se convierte en un pasodoble entre realidad y ficción que hereda de otros clásicos como Desafío total. Atención al simpático guiño de colar en la historia, entre esas cartas de realidad aumentada con topos, el logotipo del celebrado capítulo «White Bear» de la segunda temporada.

También resulta destacable que «Playtest» sepa introducir conceptos reales sobre la industria del videojuego porque los comprende y no porque quiera disfrazarse de pureta enrollado. Y el mayor ejemplo de eso es esa imagen del diseñador de juegos como gurú, artista y superestrella, algo que sucede en el mundo real con creadores como Hideo Kojima (responsable de Metal Gear Solid), Shigeru Miyamoto (el universo de Super Mario Bros), Cliff Bleszinski (Gear of wWar), Tomonobu Itagaki (Ninja Gaiden) o Shinji Mikami (quien probablemente sea la inspiración incial al ser el hombre tras Resident Evil). De dirigir el asunto se encargaba Dan Trachtenberg, el mismo que ha debutado en cines hace nada con la recomendable Calle Cloverfield y alguien que nunca ha sido muy ajeno al mundo del ocio tecnológico moderno: presentó el programa Geekworld y su primer cortometraje era un fan film, basado en el mundo de maravilloso Portal, titulado Portal: No Escape.

«Shut Up and Dance»

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Imagen: Netflix.

En el mundo real, en septiembre de 2008 un usuario de DeviantART llamado Carlos Ramírez subió a su perfil un cómic tosco pintarrajeado con MS Paint donde el concepto de trol de internet era representado por primera vez con una mueca de guasa y un gesto arrugado. La imagen se hizo viral con tanta rapidez que acabó convertida en la representación universal de dicho trol digital, sería bautizada popularmente como trollface y se multiplicaría por internet de manera demencial. Ante el inesperado éxito a Ramírez se le encendió una bombilla y registró el dibujo en la oficina de copyrights estadounidense. Desde entonces el chaval ha cobrado más de cien mil dólares en concepto de derechos de autor y su madre está tan orgullosa del logro viral de su hijo que ha pintado con spray un trollface en una de las paredes de la vivienda familiar. Esto último Ramírez lo lamenta un poco.

El espíritu auténticamente cabrón de la serie llega con el tercer capítulo: «Shut Up and Dance». Varios personajes, aparentemente sin relación entre sí, son chantajeados por un colectivo misterioso de hackers y obligados a realizar una cadena de acciones bajo la amenaza revelar de manera pública algunos de sus secretos. Se trata de un capítulo desalmado y pérfido, o lo que espera normalmente la gente de Black Mirror después de cosas como «White Bear» (al que se asemeja bastante), «National Anthem» o «The Entire Life of You». Y también se trata de una entrega que funciona estupendamente, sobre todo cuando juega a los bolos con la empatía del espectador hacia los personajes, especialmente hacia el protagonista (un joven y estupendo Alex Lawther) durante las secuencias finales. Y es en ese cuando aquella trollface, que a estas alturas ya forma parte del folclore de la civilización, hace acto de presencia recordándonos que en el mundo real un tal Carlos Ramírez en California acababa de ingresar un poco de pasta extra porque en una ocasión pintó un garabato con el Paint.  

«San Junipero»

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Imagen: Netflix.

La primera sorpresa de «San Junipero» es su ubicación temporal; porque mientras el resto de episodios que lo preceden están situados en versiones futuras de nuestro mundo más o menos lejanas, «San Junipero» sorprende por lanzarse de cabeza a un 1987 imitando a esa retronostalgia actual que durante los últimos años ha salpicado el cine, las series, la música los videojuegos y cualquier otro componente de la industria del entretenimiento susceptible de bañarse en neones magenta. Y pese a la desubicación inicial que supone para audiencia el rebobinado temporal, lo cierto es que el capítulo lo borda en su representación idealizada de un hábitat de discoteca ochentera invadido por hombreras, mullets, colores chillones y toneladas de laca. Si la elección resulta curiosa es por tratarse de una época donde las únicas pantallas —los Black Mirrors que dan título a la serie— que existían eran las de los televisores y las máquinas recreativas en los salones arcade.

El protagonismo recae en una chica, Yorkie (Mackenzie Davis), que aterriza en esas noches de fiesta para acabar tropezándose con una verbenera chavala llamada Kelly (Gugu Mbatha-Raw). La segunda sorpresa del episodio ocurre a mitad del capítulo, cuando el puñado de pistas y hechos insólitos que ha ido plantando la historia encajan de golpe durante un gran volantazo del guion, una sacudida que provoca un derrape entre neones y cardados y hace aterrizar la trama en plena década noventera.

La tercera sorpresa de «San Junipero» es su naturaleza, porque se trata de uno de los escasos capítulos de Black Mirror donde la tecnología no aparece como un artilugio cruel, una herramienta de tortura o un potencial peligro en caso de funcionamiento defectuoso. Aquí el avance tecnológico funciona como es debido y no provoca los terrores que le vienen dando color a la serie, sino que propone un marco y dentro del mismo deja que sus personajes se muevan con total libertad. Y finalmente convierte en algo sorprendente el hecho de regatear el tono pesimista y despiadado del resto de capítulos y en su lugar apuntar la esperanza y la felicidad. Porque la historia, pese a contener situaciones que habitualmente están circundadas por la tristeza, opta por convertirse en algo tan positivo como una celebración de la vida en el lugar más inusual para celebrarla, por contar algo tan universal y maravilloso como una historia de amor que decide serlo hasta el final.

Mención muy, pero que muy especial, para la banda sonora de todo el capítulo porque está elegida con tantísima gracia que es un SPOILER maravilloso en sí misma, atención a esto: «Don’t You (Forget About Me)» de Simple Minds, «Living in a Box» de, ehem, Living in a Box, «Can’t Get You Out of My Head» de Kylie Minogue y la excepcional sobrada de meter ese «Heaven Is A Place On Earth» de Belinda Carlisle y sobre todo el «Girlfriend In A Coma» de The Smiths. Que se atrevan a enmarcar con la canción de Carlisle algo tan poco festivo como un entierro, durante la maravillosas escenas finales, y el resultado sea una patada emocional tan certera es para ir a casa de Brooker y abrazarlo hasta que duela.

«Men Against Fire»

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Imagen: Netflix.

«Men Against Fire» toma prestado su título del libro Men Against Fire: The Problem of Battle Command (1947) del general de brigada Samuel Lyman Atwood Marshall, un texto donde se asegura que durante la Segunda Guerra Mundial tres cuartas partes de los soldados destinados al campo de batalla no llegaban a disparar nunca contra el enemigo ni en caso de peligro de muerte. Marshall explicaba en su estudio que en realidad muchos de aquellos guerrilleros simplemente apuntaban el cañón de su arma por encima de las cabezas enemigas tratando de evitar el dilema moral de saberse culpable de la muerte de un semejante, una anécdota que incluso es recitada palabra por palabra por uno de los personajes del capítulo de Black Mirror durante un momento dado. Aunque lo cierto es que el episodio bebe más de otro libro que utilizaba las ideas de Marshall como punto de partida: el texto Sobre matar (On Killing: The Psychological Cost of Learning to Kill in War and Society) que firmaba Dave Grossman en 1996, un estudio sobre las inhibiciones psicológicas que se tienen al matar a otros seres humanos y cómo el ejército estadounidense se dedicó a eliminarlas a través de un entrenamiento que acabaría convirtiendo a sus soldados tras la Segunda Guerra Mundial en máquinas de guerra.

El quinto capítulo de la tercera temporada se alista a un conflicto militar de ciencia ficción y acompaña las maniobras de un soldado futurista (Malachi Kirby) potenciado gracias a implantes tecnológicos mientras guerrea junto a su equipo contra una raza de mutantes que amenazan la existencia humana. No está mal, pese a que probablemente sea la historia más floja del pack y a que a estas alturas la audiencia ya intuye que contiene un giro de guion importante en algún momento porque en el fondo esa es la naturaleza misma del programa. La parte menos molona del asunto es que su premisa no es demasiado novedosa: el capítulo «Corazones y mentes» de la serie Más allá del límite ya jugó en el 98 con una idea idéntica a la de «Men Against Fire».

«Hated in the Nation»

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Imagen: Netflix.

Con mayor duración que sus compañeros de temporada, esta entrega opta por extenderse hasta la hora y media. El último capítulo de esta tanda adoptaba las maneras de un episodio policiaco procedural, un formato que hasta ahora a la serie no se le había ocurrido explorar. «Hated in the Nation» arranca con un juicio y narra a modo de flashback gigantesco una investigación encabezada por una pareja de policías (Kelly McDonald y Faye Marsay) a la caza de un psicópata anónimo que hace uso de un mecanismo moderno para causar el terror entre la población. Brooker se marca aquí un bonito tanto al convertir una ocurrencia brillante —la de que un hashtag en Twitter sea capaz de matar a gente en el mundo real— en la base de un thriller que analiza la idea de justicia existente tras cualquier tipo de lapidación masiva en el mundo digital. El episodio viene inspirado por el reciente éxito del noir escadinavo (como The Killing: crónica de un asesinato) pero también atesora un pedazo importante de cierta experiencia personal: hace doce años Brooker firmó un texto satírico para The Guardian en el cual la frase «Lee Harvey Oswald, John Hinckley Jr,¿dónde estáis ahora que os necesitamos?» no hizo ninguna gracia a la opinión pública y acabó provocando la crucifixión del escritor a lo largo de todo el país: «En mi caso el incidente tuvo lugar antes de que existiese Twitter, y por eso mismo el menosprecio ocurrió a través del ya pasado de moda correo electrónico. Pero algunos de los personajes de «Hated in the Nation» dicen cosas que yo estaba experimentando en aquel momento. También leí un libro que estudiaba las secuelas de la gente que se veía atrapada en este tipo de tormentas de Twitter. El autor se encontraba con ellos y veía que esas personas estaban devastadas por la cantidad bestial de notificaciones y comentarios agresivos que recibían. Es aterrador», explicaba el propio Brooker al rememorar el momento en el que a él le tocó enfrentarse a su propio reflejo en el espejo negro.

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25 Comentarios

  1. San Junípero es una obra maestra a la altura (e incluso superior) a The Entire History of You, los 2 mejores episodios de la serie. Be Right Back sería el 3º. En general esta 3ª temporada ha sido más irregular, teniendo en cuenta que el peor episodio siempre es mejor que la mayoría de lo que se emite actualmente. Pero con San Junípero Brooker cuadra el círculo al sublimar la emoción con la tecnología, y eso es algo que está al alcance de los genios.

  2. ‘San Junípero’ y ‘Cállate y baila’ son magistrales e invitan a una revisión para comprobar que todas esas pistas que nos han ido dejando encajan a la perfección. Pero mientras ‘Cállate y baila’ juega y sacude nuestra perspectiva moral con el giro final (algo que a mí no me apasiona), ‘San Junípero’ es firme en su propuesta y construye un mensaje pétreo con el que llegar al corazón del espectador.

  3. Me ha gustado la temporada, creo que el nivel en general ha subido. Comentar que la idea del linchamiento popular que provoca muerte, del capítulo Hated in the nation, también está presente en el anime Death Note con un desarrollo incluso similar.

  4. Pingback: Black Mirror: tercera embestida – Jot Down Cultural Magazine | BRASIL S.A

  5. Me pregunto si soy el único al que «San Junípero» le trae a la mente la imagen de Cifra saboreando un «jugoso» solomillo…

    Debe ser que me gusta hacer la contra, pero no veo el optimismo por ningún lado, es más, me da escalofríos el último fotograma de ese capítulo.

    • Todo lo contrario. Es una enmienda al ideal que propone Matrix respecto al mundo real. Es un cielo para los ateos y representa la posibilidad de una nueva vida que repare los errores y dificultades de la vida real. Una mezcla de Matrix, Six Feet Under y Thelma & Louise.

      • Algo así como la primera versión fallida de Matrix que describe el agente Smith…

        • Más o menos.

          • Septiembre

            Pues a mi entender es el más amargo de los capítulos, pues igual que puede interpretarse que finalmente la promesa de que la mente sea descargada en esa realidad virtual es verdadera, puede entenderse (yo lo hice así, al menos), que el capítulo es una crítica feroz pero sutil al transhumanismo y que la persona simplemente muere, siendo lo único que queda en la realidad virtual de San Junipero una simulación, como lo era la copia del novio de la chica en el genial capítulo de la segunda temporada «Be right back». Si se entiende así, como una falsa esperanza, la eutanasia que comente la gente para marcharse allí es todavía más atroz.
            Me parece que hay planos y diálogos (como cuando la Kelly rechaza en primer lugar quedarse allí permanentemente) que pueden llevar a interpretar esto. Creo que el capítulo es ambiguo a propósito, pero me encaja mucho más con el espíritu de la serie esta interpretación que lo de que al final son súperfelices en ese «cielo» que por otro lado, si lo pensáis bien, no dejaría de ser la mar de cutre, una especie de Benidorm, de paraíso artificial de triste nostalgia, donde acaban tan aburridos que terminan yendo al local de ambiente infernal llamado Quagmire tratando de sentir algo. La imagen de los brazos robóticos metiendo las memorias en esa especie de servidores me parece totalmente demoledora.

            • un_notas

              Estoy bastante de acuerdo con tu comentario. En el fondo quiero auto-engañarme y ser feliz pensando en la visión idílica de San Junipero. Pero un giro de guión con énfasis en Quagmire también habría estado bien y habría sido mucho más Black Mirror. Almas perdidas tratando de sentir algo, vagando en un entorno degenerado y volviéndose locas… mostrando limitaciones de la mente humana para adaptarse a este mundo virtual… habría sido un concepto interesante.

            • Reverendo

              La genialidad de la historia es que cada uno se quedará con lo que quiera quedarse. Para mí, el final tiene cierta tranpa, ya que el elemento del «Quagmire» me recuerda a la frase de «True Detective» (como en muchos sueños, hay un monstruo al final). 5 horas una vez a la semana permite vivir las cosas con intensidad y pasión. En cambio, 24 horas, 7 días por semana, siempre igual, siempre lo mismo, sin retos, sin espíritu de superación… Marca de la Casa de la serie: final del episodio, salen los créditos… pero sigue «vivo» después.

        • Exacto, es una idea tan fascinante como desconcertante. Para mí lo mejor fue esa sensación de ‘robarle’ el cielo a los fanáticos religiosos y mostrar esa ‘Otra Vida’ desde una perspectiva atea, construida artificialmente por el ser humano.
          Debe ser algo tremendamente confuso para aquellos absorbidos por determinadas ideas de fe y religión. Vamos, que espero que tengan Netflix en El Vaticano.

          • Septiembre

            No Manu, para nada se produce un «robo» del cielo a la gente creyente con una idea así, pues nada tiene que ver la idea de cielo, trascendencia, iluminación, bienaventuranza, etc., con una especie de ciudad de vacaciones ni tampoco con una inmortalidad que no es más que una prolongación indefinida de la vida tal como la conocemos. No hay ninguna confusión aquí.

        • Hay una diferencia fundamental con Matrix, y es que en San Junípero se entiende que todos están allí por propia voluntad y son conscientes de la farsa. Es más, muchos de ellos han muerto en el mundo real, con lo que sólo existen en SJ, mientras que en Matrix es justo lo contrario: no son conscientes del mundo virtual y solo viven el tiempo que puedan generar energía para las máquinas.

          Como mucho SJ se parecería a la Matrix post-Neo, donde los humanos pueden elegir libremente si estar conectados o no.

    • Rulodecabra

      A mi tampoco me parece un capitulo optimista. Mas bien todo lo contrario. «Vivir» toda la eternidad dentro de una simulacion? inquietante cuando menos

  6. Yo sigo con la duda:
    (OJO, SPOILER)
    ¿El chico estaba viendo porno infantil o solo se lo han endilgado?

    • Buff me hago la misma pregunta…me inclino por el hecho de que ve porno infantil adrede.

      • Reverendo

        ATENCIÓN SPOILERS:
        Todo indica que el chaval tiene ciertas pasiones pedófilas. Igual que el individuo con el que se ha de pelear en el bosque («Las fotos…¿Eran demasiado jóvenes?»). De esta manera se le da otro sentido también a la escena del principio con la niña en el fast-food restaurant…

        Este tercer episodio me dejó estupefacto. Entiendo también que la foto del trollface viene a decir que la motivación no solo se basa en una arrogada superioridad moral. No solo es un «castigo». Joderle la vida a otras personas, aunque se considere «moralmente justificado», es también un placer y un ejercicio de poder…
        FIN SPOILERS

        He disfrutado muchísimo con cada capítulo.

    • Rulodecabra

      El chico estaba viendo porno infantil y todo lo mal que te has sentido por el pobre chaval que solo se habia hecho una paja vuelve para darte una bofetada y que te replantees lo simpatico que era al principio del capitulo con la nina que olvida su jueguete…..

  7. La literatura de anticipación y ciencia-ficción ya estuvo ahí hace más de cien años para predecir en qué se convertiría un mundo dominado por la máquina. En 1909 E. M. Forster publicó una de las mejores distopías tecnológicas, La Máquina se para, y ahora se ha publicado por primera vez en castellano.

    https://edicioneselsalmon.com/2016/10/18/la-maquina-se-para/

  8. Sé que no es la típica canción temática 80’s, pero en el capítulo San Junipero «Something against you» de Pixies en la escena del Quagmire me hizo subirle la puntuación al capítulo 1 punto.

  9. Reverendo

    «calla y baila» y «San Junipero» son los preferidos de bastante gente. Pero, a mí, el último («Hated in the Nation») también me ha encantado y me ha resultado escalofriante. Es un peliculón. Sin desmerecer a los otros tres, que tienen un gran nivel, cada uno a su manera.

  10. Triforme

    Pues yo creo que Men against fire no solo no es el más flojo sino que es uno de los mejores de la serie. La temporada en general me parece brillante, y efectivamente el final de San Junipero es como mínimo inquietante

  11. Pingback: 'Upgrade Soul', más allá de las células - Jot Down Cultural Magazine

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