Cine y TV

El genio más odiado de Hollywood

1 PRINCIPAL
Public Enemies, 2009. Fotografía: Universal Pictures.

Tienes en una habitación a James Cameron, Michael Bay y Michael Mann. Te dan una pistola con dos balas. ¿A quién disparas?… a Michael Mann. Dos veces. (Chiste hollywoodiense)

Mi obsesión con Michael Mann empezó cuando a finales de los ochenta alquilé en VHS Ladrón. Por aquel entonces yo no sabía nada de Miami vice, ni —por supuesto— de Manhunter pero como ya me había pasado con John Carpenter y Asalto a la comisaria del distrito 13 quedé seducido por aquel tipo que filmaba Los Ángeles como si fuera un pueblo del antiguo Oeste. No era solo el estilo, aunque era innegable su clase a la hora de visualizar una historia aparentemente tópica, sino ese enganche con el espectador a través de la odisea de un hombre solo. Esa fijación con la soledad, con la idea del Ulises moderno, es una constante en la carrera de Mann, quizás una extensión de su propia personalidad: uno de los tipos más odiados de Hollywood. Y uno de los más temidos.

No me andaré con líos: Mann empezó rodando documentales y lo hacía muy bien. Tardé años en poner las zarpas encima de sus piezas sobre el mayo del 68 (Insurrection) y el que seguía un viaje de diecisiete días por la Costa Este de Estados Unidos (17 days down the line). Vi ambas en una cinta de vídeo de terrible calidad por un inexplicable afán de completismo que solo he sentido con David Fincher y el mencionado Carpenter y que sin duda ha dañado mi frágil salud mental. También tardé un lustro en conseguir una buena copia de El torreón y celebré con champán la salida de una preciosa edición en Blu-ray de Manhunter.

A los cinéfilos es un filme que les resultará familiar, al resto le sonará a artilugio para hacer gimnasia, pero Manhunter es una obra maestra indiscutible. Con William Petersen al frente, Tom Noonan ejerciendo de uno de los asesinos en serie más brutales de la historia del cine y el fabuloso Brian Cox como Hannibal Lecter (sí, han leído bien, Hannibal Lecter), es difícil pensar en Seven, El silencio de los corderos o cualquier otro thriller psicológico que no haya bebido de este filme. Atmosférico hasta la médula, alérgico al ruido y con una tensión narrativa que crece desde la nada (en la película hay más silencios que en un monasterio budista), Manhunter es la quinta esencia del estilo Mann y el filme que le puso en el punto de mira de Hollywood. Antes había rodado otra película estupenda (a la que los años han sentado mal) llamada The jericho’s mile, sobre un tipo que debe decidir entre el atletismo y la cárcel y un par de cosas para la tele, que denotaban que el hombre sabía lo que hacía.

Curiosamente, entre Manhunter (1986) y su siguiente película, El último mohicano (1992), Mann pasa seis años haciendo todo tipo de cosas excepto cine. Es igualmente curioso que escoja para volver a la guerra de guerrillas una película que es —probablemente— uno de los mejores filmes de aventuras de la historia moderna del cine. Si con Manhunter había fracasado estrepitosamente en taquilla (quince millones de presupuesto, ocho en taquilla), con El último mohicano consiguió un triunfo sin paliativos (cuarenta millones de presupuesto, setenta y tres en taquilla solo en Estados Unidos). Daniel Day-Lewis, otro conocido sociópata funcional, encabezaba una producción épica donde desplegaba un sinfín de recursos estilísticos (del plano secuencia a la cámara en mano, usando a conciencia un paisaje majestuoso que contrasta con la oscuridad del relato) en un filme de una épica delicada, llena de apuntes morales, rodada con una finura que recuerda a la de maestros como King Vidor o Michael Curtiz: una película de aventuras que es en realidad una criatura de otra época, cuando la tierra aún olía a tierra.

Su siguiente película, en 1995, es Heat. Seguramente su gran aportación al séptimo arte y uno de las mejores thriller policiacos de la historia; un French Connection a gran escala, que funcionaba en realidad con el esqueleto de Ladrón pero con una ambición desmedida. La historia de un criminal metódico y perfeccionista enfrentado a su némesis: un policía obsesionado con la caza (que no con la presa) y cuyo único interés real reside en el ejercicio compulsivo de su profesión. Al Pacino y Robert De Niro se batían el cobre en un filme prodigioso, tenso y poderoso. Un inmenso juego del ratón y el gato, donde Pacino y De Niro (en sus dos últimos grandes papeles, aunque el primero también daría el do de pecho en El dilema) se cortejan y desafían con la certeza de que uno de ellos no llegará vivo al final del relato. La escena del tiroteo, probablemente la mejor de la historia del cine en su género, o la persecución final, que recuerda a la de aquel título de culto llamado Manhattan sur, son auténticas bofetadas en la cara del espectador al que Mann recuerda que solo hay un jefe y no es un tipo sentado en la oscuridad frente a una pantalla.

Pero a pesar de todo, de la articulación perfecta de los sets de acción, Heat tiene una parte íntima que recorre la naturaleza de sus protagonistas, hombres condenados a la soledad, una soledad que —aparentemente— han elegido. Val Kilmer confesando que «para mí el sol sale y se pone con ella»; De Niro en el balcón (preciosa noche americana) sincerándose con Amy Brenneman: «Estoy solo, pero no me siento solo»; o esa llegada del personaje de Pacino a su casa, con la cena fría en la mesa y su mujer visiblemente contrariada. Escenas de una profunda intensidad dramática que Mann consigue encajar en una narración que pasa del frenesí a la pausa sin que el espectador sienta la sacudida. Si uno observa el cuadro que se convirtió en musa del filme, Pacific (de Alex Colville), es fácil reconocer la afición del director a la hora de dibujar sus películas en gamas de color determinadas por sus personajes: Heat es azul, Ladrón era un negro mate y El último mohicano, roja y ocre.

Luego vino su otra gran película, El dilema, un filme imprescindible para entender el cine del realizador, capaz de convertir una simple conversación en una cafetería en algo parecido a un tiroteo. Escenas como la del solitario campo de entrenamiento donde un monumental Russell Crowe trata de mejorar su drive o la terrible charla en el despacho de la multinacional donde con un encuadre perverso podemos sentir la amenaza a nuestras espaldas, nos enseñan a un Mann que maneja el tempo como un francotirador. La pared en la que el personaje de Crowe acaba viendo a sus hijas jugar en un trapecio (un momento de una tristeza inenarrable) o el momento en que este mira al mar (otro recordatorio de la influencia del mencionado Colville más allá de Heat) son pruebas contundentes del talento de un director con más enemigos que el Tercer Reich.

Porque si algo identifica a Michael Mann es su fama de dictador en los rodajes, de psicópata con galones de comandante. En HBO aún recuerdan el infierno que fue colaborar con él en la serie Luck; Luis Tosar sonríe con la boca torcida cuando le preguntan por el realizador (trabajó con Mann en la estupendísima Miami Vice); su hija, Ami Mann, reconoce abiertamente que «mi padre es un tipo muy duro, especialmente en los rodajes»; Greg Nicotero, uno de sus mejores amigos en Hollywood me contó el chiste con el que arranca este artículo; Javier Bardem prefiere no comentar nada (se le pudo ver en Collateral) y uno de sus actores fetiche, afirmó —en un hilarante off the record— que «no hay ni un solo actor en Hollywood que no quiera trabajar con Michael Mann… excepto los que ya han trabajado con Michael Mann».

Para este nativo de Chicago, al que algunos periodistas rehúyen como la peste, las películas son lo primero, lo segundo y lo tercero y lo demás es solo ruido de fondo. Su penúltima gran película fue Collateral (con Tom Cruise ejerciendo de gemelo del personaje de De Niro en Heat: mismo traje, mismos zapatos, misma determinación) y el final de su célebre trilogía de Los Ángeles: Ladrón, Heat y Collateral. Luego firmó un divertimento sensacional llamado Miami Vice, una película discutible donde fondo y forma nunca llegaban a darse la mano (Enemigos públicos) y un último filme vibrante (Blackhat) pero con tanto tópico mal encajado que es difícil incluirlo en lo mejor de la filmografía de un auténtico genio.

Algunos creen que a los setenta y dos años el director ya ha dado lo mejor de sí mismo y que sus mejores momentos han quedado atrás y si bien es cierto que sus dos últimos filmes no han sido lo que sus seguidores esperaban de un tipo cuyo legendario mal genio solo es comparable a su brillantez como cineasta, dudar a estas alturas de Michael Mann es como pretender que el 25 de diciembre no es Navidad. Mann es —probablemente—un auténtico cabronazo pero ojalá todos los cabronazos fueran como él: los cinéfilos seríamos mucho más felices.

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13 Comentarios

  1. PatoPatoso

    Podría escarbarse más en porqué es tan, tan odiado. Digo, no basta solamente con escribir que era un cabrón en el set de rodaje… ¿o no?

  2. Hablando de tiroteos es imposible no mencionar el final de «La pandilla salvaje» o «Grupo salvaje» según las latitudes. O sea «The Wild Bunch» de Peckinpah. Madre mía. Para no entrar a competir con Mann podríamos hablar de géneros distintos. Pero en el género que esté «The Wild Bunch», gana siempre.

    • Tienes razón, la masacre final de Grupo salvaje es una de las escenas mas impactantes que recuerdo haber visto nunca en el cine.
      Puede que ya se haya superado, o igualado – como no suelo ver cine violento no me habré enterado – pero desde luego es digna de verse.

  3. Pingback: El genio más odiado de Hollywood – Jot Down Cultural Magazine | BRASIL S.A

  4. Genio Michael Mann. La mezcla de thriller y romanticismo en Heat es insuperable

  5. Me gusta mucho el estilo de Michael Mann, frío y urbano, pero siempre cercano a sus personajes, y disfruto especialmente de las tres películas aquí destacadas: «Heat», «The insider» y «Collateral». Destacar el papel de la música y la fotografía, pues crean una atmósfera lánguida, contemplativa y fibrosa a un tiempo. El resto de su filmografía, aunque con aspectos interesantes, se mueve entre las medianías y las mediocridades, a peor cuanto más se aleja de las ciudades y del thriller, sus espacios naturales.

  6. c14torce

    Tal vez me traicione la memoria pero juraría haber leído un par de entrevistas a Luis Tosar donde calificaba de ‘excelente’ su experiencia trabajando con Michael Mann.

  7. de ventre

    the insider me pareció maravillosa, collateral me resultó hipnótica . . .

    pero a lo que nunca le he encontrado pies ni cabeza es a la exaltación de Heat. parece un episodio de Doraemon pero con pistolas, todo el mundo dando explicaciones, el ying, el yang, este café lo pago yo, tu dinero no vale en este garito y tal y cual.

    a la habitual calificación de shakespeariano a este involuntario sainete habría que aplicarle mejor la castiza «madre, el drama padre»

    j

  8. Reverendo

    Las películas de Mann me parecen visualmente extraordinarias (Heat, El Último Mohicano, The Insider), aunque alguna tenga un final de moralina irritante (Collateral). Espero que nos deje alguna obra más, puesto que la última, Blackhat, me decepcionó un poco: gran realización, interesante historia, horrible guión (amén de pretender que Chris Hemsworth pueda pasar por un hacker creíble).

    Al realizador, como al artista, se le valora por su producto final. Personalmente, eligiría a Bay como candidato a «sufrir el exceso de plomo»…

  9. Michael mann, el director más sobrevalorado junto con Robert Altmann, que por lo menos hizo Mash y Shortcuts.

  10. Diego Pérez

    Hasta los periodistas y críticos que más me gustan caen en el amarillismo. Como si todo el mundo tuviera que pagar ese precio por leerlos.

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