Música

Se ruega silencio

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Francisco Tárrega tocando entre amigos. (DP)

Siendo niño, Francisco Tárrega (1852, Villareal, Castellón) tuvo la mala idea de escoñarse por un canal de riego aprovechando un descuido de su canguro, un accidente tan desafortunado como para provocar graves daños en la visión del pequeño. A consecuencia de aquella desgracia, su padre, temiendo un futuro laboral anubarrado en caso de que al pequeño se le encapotase la vista por completo, embaló maletas y trasladó la familia a Castellón con el objetivo de formar en aquella ciudad a su vástago como músico, una profesión que podría ejercer incluso estando completamente ciego, y quizás por eso mismo no resultaba tan casual que el primer profesor del pequeño Tárrega fuese Manuel Gonzalez, conocido como Cego de la Marina, un músico invidente.

Tras aquel, otros maestros como Basilio Gómez y Julián Arcas, una rockstar de su tiempo que llevaba encadenando giras desde los dieciséis años, se encargarían de continuar instruyendo al joven en el arte de dominar las armonías. Arcas, fascinado con la habilidad del infante para acariciar las cuerdas, decidió llevarse al chico a Barcelona para ilustrarlo a fondo en las artes de la guitarra y el piano, pero abandonó el rol de maestro poco después al embarcarse en una nueva gira y el chiquillo se lo tomó como se lo hubiese tomado cualquier niño de diez años con la sangre en plena ebullición musical: escapando de su familia y tocando la guitarra en locales de Barcelona de cuestionable moralidad para costearse la comida.

Su sufrido padre salió en su busca, lo localizó callejeando en la ciudad condal y lo arrastró de vuelta agarrado de la oreja. Pero también decidió que era bonito seguir avivando la pasión del chico por la guitarra y le asignó un nuevo maestro llamado Eugenio Ruiz, ciego como su primer instructor. El plan funcionó estupendamente, porque con trece años Tárrega volvió a fugarse de casa, se asoció con una cuadrilla de gitanos vividores y se dedico a vagar intercambiando monedas por melodías en los antros más selectos de Valencia.

Tárrega se encauzó en algún momento dado, regresó al hogar por su propio pie y decidió evolucionar a músico profesional. En 1874 ingresó en el Conservatorio de Madrid, donde maravilló a un Emilio Arreta que lo convenció de centrarse en la guitarra y abandonar el piano. Siete años después su virtuosismo con el instrumento había sido reconocido a lo largo de todo el país y comenzaba a filtrarse a través de las fronteras: realizaba giras por Londres y visitaría tierras francesas con actuaciones estelares en el Odéon-théâtre de l’Europe de París y el Opera Theatre de Lyon.

Francisco Tárrega acabó erigiéndose como uno de los más importantes compositores y guitarristas de la historia. Escribió setenta y ocho piezas originales y realizó ciento veinte transcripciones de trabajos ajenos. Entre sus creaciones se encuentras piezas como Capricho árabe, Recuerdos de la Alhambra, Lágrima, Endecha, Oremos, Preludios o Estudio en forma de minuetto. Pero sobre todo es el autor de la que probablemente sea la composición más conocida de la época moderna: una melodía, extraída de su Gran vals, tan exitosa como para que en algún momento de 2009 haya llegado a sonar más de mil ochocientos millones de veces al día, a veinte mil reproducciones por segundo. Una pieza cuya procedencia y autoría resultan desconocidas para casi todo el mundo que la escucha a diario, cuando al mismo tiempo se trata de un puñado de notas que reconocería cualquier ser humano que no haya vivido alejado de la civilización durante los últimos años:

notnoki

O lo que es lo mismo: la melodía que trae el Nokia por defecto.

Se ruega silencio

«Acaban de destrozar uno de los pasajes más bellos de una de las obras más hermosas jamás escrita» recriminó William Christie al público tras detener su recital de El Mesías de Händel en el Auditorio Nacional en diciembre del 2016. Aquel lamento venía provocado por la machacona melodía de un móvil que llevaba un rato sonando en algún lugar de la tribuna mientras el director de orquesta trataba de hacer su trabajo. Viendo que aquello era imposible, Christie detuvo el concierto y ordenó al dueño del aparato que abandonase la sala. El rapapolvo fue aplaudido por parte de la audiencia presente y, tras el percance, Christie decidió comenzar desde el principio el pasaje interrumpido.

El politono ha tardado poco tiempo en convertirse en el peor enemigo del concierto clásico, superando incluso a las gargantas más resecas y propicias a ofrecer tosidos y carraspeos desagradables. En enero del 2012, el director Alan Gilbert detuvo por completo a la Orquesta Filarmónica de Nueva York en plena interpretación de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler porque las gónadas se le habían hinchado en demasía. El cabreo había sido causado por una marimba que sonaba sin parar entre las primeras filas del Avery Fisher Hall, el tono por defecto de un iPhone. Gilbert se giró hacia el dueño del teléfono del que surgía la musiquilla y mirándole directamente le preguntó «¿Ha terminado?». Al no obtener una respuesta inmediata del espectador añadió «Vale, esperaremos». Cuando el timbre del móvil dejó de sonar, y entre gritos del público que demandaban que echasen al dueño del teléfono o le metiesen una multa, Gilbert preguntó al asistente si lo había apagado, le pidió que no volviese a ocurrir y se disculpó ante el resto del público antes de retomar la función: «Lo siento. Normalmente cuando tiene lugar una molestia como esta lo mejor es ignorarla, porque hacerle caso muchas veces resulta peor. Pero esto era tan escandaloso que no podía permitirlo». Era la primera vez en varios años que la orquesta se veía obligada a detener una actuación; el asunto parecía tan importante que The New York times localizó al propietario del iPhone para entrevistarle y el pobre hombre no sabía donde meterse.

De Michael Tilson Thomas existe una anécdota no verificada pero legendaria: supuestamente, tras sufrir el cargante timbre de un teléfono durante una actuación, el hombre se giró y espetó a su dueño un «Dígale que no estoy». Lo que sí es seguro es que el propio Tilson llegó a abandonar una representación ahogada por las reiteradas toses de los asistentes para reaparecer poco después arrojando puñados de pastillas para la tos al público como si fuese un rey mago en plena cabalgata. En 2013 Christian Zacharias detuvo su interpretación de la obra de Joseph Haydn cuando un teléfono comenzó a sonar en la sala de conciertos de Gotemburgo, y ante la insistencia del politono solo alcanzó a soltar un sarcástico y desolado «No lo cojas, déjalo que suene».

Christian Zacharias y la resignación infinita.

En otros ámbitos el uso del móvil en el patio de butacas también está bastante mal visto. La famosa sala de cine Alamo Drafthouse en Texas tiene una política muy bestia y eficaz en ese sentido basada en una única regla: si te pillan hablando o enviando mensajitos con el móvil durante una proyección te echan de la sala sin devolverte el dinero. Una falta de tolerancia por parte de sus responsables que en 2011 provocó un incidente de lo más simpático cuando una espectadora que había sido expulsada del cine, por dar por el saco con el móvil durante la sesión, dejó un mensaje repleto de palabras malsonantes en el contestador telefónico del Alamo Drafthouse. Lo gracioso es que los dueños del lugar se lo tomaron de la mejor manera posible y utilizaron dicho mensaje como anuncio publicitario publicándolo íntegramente a modo de promoción eficaz que dejaba claro que en aquella sala no iban a permitir que nada ni nadie interrumpiese la película.

Black Mirror

En 2007 el pianista Keith Jarrett se dirigió al público asistente al Umbria Jazz Festival con palabras cariñosas: «No hablo italiano así que ¿alguien que hable inglés puede decirles a todos esos gilipollas con cámaras que las apaguen de una puta vez? Ahora mismo, no más fotos, incluyendo esa luz roja de ahí. Si vemos alguna lucecita más nos reservamos el derecho de dejar de tocar y abandonar la maldita ciudad». Aquel discursó encabronado supuso que el reputado festival de jazz de Perugia vetase la participación del músico durante los seis años posteriores, hasta que en 2013 hizo las paces con el artista y le invitó a volver a su subir a su escenario. Jarrett aceptó, pero a la hora de actuar lo hizo escondido en la oscuridad para no tener que preocuparse de protagonizar fotografía alguna.

El mundo del pop suele ser más permisivo a la hora de permitir que la tecnología capture sus audiciones, pero en ocasiones el público insiste en sacar de quicio a los artistas: Adele durante un concierto en el anfiteatro romano Arena de Verona se dirigió a una espectadora para soltarle un reproche: «¿Puedes dejar de grabarme? Porque estoy aquí y podrías disfrutar de esto en la vida real, no a través de tu cámara.[…] Esto no es un DVD, esto es un show de verdad. Me gustaría que disfrutases de mi espectáculo porque hay un montón de gente fuera que no ha podido entrar». Se daba el curioso caso de que aquella mujer del público no estaba grabando el concierto con un teléfono móvil, sino que se había llevado de casa una videocámara, la había instalado en un trípode y la había plantado frente al escenario.

El virtuoso pianista Krystian Zimerman, polaco y polémico, tiene fama de ser excesivamente maniático con su trabajo y de procurar grabar sus conciertos para revisarlos posteriormente, pero lleva muy mal que lo hagan terceros sin su consentimiento. En el Ruhr Piano Festival de Esse en Alemania detuvo su recital y abandonó el escenario tras observar a alguien entre el público filmando la actuación. Cuando regresó a las tablas aclaró a los presentes que había perdido numerosos contratos con sellos discográficos por culpa de las grabaciones que la gente subía gratis a internet: «YouTube está teniendo un efecto enormemente destructivo sobre la música» sentenciaba.

Daniel Barenboim, pianista y director de orquesta, en el Auditorio Nacional de Música madrileño recordó a un público empecinado en bañarlo en flashazos que aquella tormenta de fotos no era una buena idea porque estaban prohibidas, desconcentraban a los músicos con tanto fogonazo luminoso y sobre todo porque al hacerlas tenían las manos ocupadas y no podían aplaudir con propiedad.

Wagner y Barenboim

Aquel Barenboim que recriminaba el uso del flash también tenía diversos antecedentes batallando con dueños de los politonos que se colaban sin permiso en sus representaciones, pero en una ocasión concreta una entrometida melodía de móvil supuso algo más que una simple interrupción y le llevó a replantearse su relación con Richard Wagner.

Los escritos antisemitas de Wagner y su asociación con la Alemania nazi propiciaron que en Israel se llevase a cabo un boicot no oficial a toda su obra. Los músicos judíos evitaban interpretaban a Wagner en aquellas tierras, los supervivientes del Holocausto se oponían a que la obra de un antisemita sonase allí y en las ocasiones en las que alguien trataba de saltarse el boicot la cosa podía acabar a puñetazos como ocurrió en 1981. Barenboim en principio se opuso a la prohibición, calificando a Wagner como una persona «espantosa, despreciable y de un antisemitismo monstruoso», pero reconociendo que había compuesto una obra que proporcionaba unos valores de nobleza que se le antojaban completamente opuestos a la personalidad del compositor, «Wagner no causó el Holocausto» afirmaba. En 1990 Barenboim dirigió a la Orquesta Filarmónica de Berlín durante una actuación en Israel en la que se excluyó cualquier pieza de Wagner por sus vinculaciones con el nazismo. «¿Por qué interpreta algo que dolería a la gente?» explicó en aquel momento ante la prensa.

Wagner
Richard Wagner fotografiado por Franz Hanfstaengl. (DP)

En 2001 Barenboim acordó comandar a la Orquesta Estatal de Berlín en el Israel Festival celebrado en julio. Cuando se supo que entre las piezas programadas se incluían obras de Wagner las protestas aumentaron hasta que se optó por sustituir los trabajos del compositor por piezas de Robert Schumann e Igor Stravinsky y un bis de Tchaikovsky. Pero una vez finalizada la actuación, el director se giró hacia el público y propuso interpretar el «Preludio» de Tristán e Isolda de Wagner a modo de segundo bis. Aquello supuso un debate con la audiencia que se alargó durante cuarenta minutos, con algún grito eventual de «¡fascita!» adornando la mesa redonda y la espantada del lugar de unas veinte o treinta personas. Tras el abandono del público disconforme Barenboim condujo el bis adicional. «No tocar Wagner en Israel es como darle a los nazis una última victoria», aclararía el director.

Más tarde el hombre explicaría que la idea de desafiar a aquel boicot contra el compositor alemán había brotado a causa de un móvil entrometido: al llegar al aeropuerto de Israel una semana antes de la actuación ofreció una pequeña rueda de prensa en el aeropuerto que se vio interrumpida fugazmente por el timbre de un teléfono en el que sonaba un extracto de la ópera La valquiria de Wagner. «Entonces pensé: si puede ser oído en un teléfono móvil, ¿por qué no en una sala de conciertos?».

El legado de Tárrega

En 1992 Nokia lanzó su primer anuncio de televisión, un spot bastante rancio que promocionaba el modelo 1011 con pretendientes golfillos y ramos de rosas utilizando como banda sonora treinta y tres segundos del Gran vals de Tárrega, entre los que ya se encontraban agazapados (concretamente en el decimotercer segundo) los acordes que acabarían transformándose en la melodía oficial de los productos Nokia. Un año más tarde, los peces gordos de la compañía agarraron de nuevo el Gran vals, lo trocearon y seleccionaron los tres segundos famosos que ejercerían de tono de llamada, empaquetaron el sonido y lo cosieron a las entrañas del Nokia 2110 lanzado en 1994 etiquetándolo como «Type 7». Tres años más tarde reutilizaron la melodía en el Nokia 6110 renombrándola como «Grande valse», y un par de años después volvieron a bautizarla de nuevo, esta vez como «Nokia Tune» porque a esas alturas la fama de la cancioncilla había acabado convirtiéndola en emblema de la compañía finlandesa. Durante los años posteriores los teléfonos de la empresa jugaron a reinventar el ringtone mutándolo a base de pianos, guitarras acústicas, campanitas, remezclas dubstep o incluso en versiones a capela.

La melodía acabó convertida en elemento pop a todos los niveles: en 1999 Solid Gold Chartbusters (un grupo de broma formado por los músicos Guy Pratt y Jimmy Cauty) editaron un single insufrible titulado «I wanna 1-2-1 with you» que utilizaba la musiquilla del móvil como base de la canción, y el músico Marc-André Hamelin compuso una breve y bromista «Valse irritation d’après Nokia» para piano basada en la tonada. El asunto tenía cierta guasa porque Francisco Tárrega —una persona virtuosa pero tímida que prefería interpretar para audiencias no demasiado numerosas— aun siendo un autor muy querido y alabado en su campo, seguía siendo un total desconocido para el gran público, el mismo público que escuchaba su composición mil ochocientos millones de veces al día.

En 2011, el violinista Lukas Kmit ofrecía un concierto en una sinagoga ortodoxa de Eslovaquia cuando la criatura de Tárrega embistió el evento: en uno de los momentos más calmados de la actuación emergió de entre los asistentes la machacona melodía de Nokia, aquellos tres segundos extirpados del Gran vals, destrozando el recital. La reacción de Kmit fue sosegada, jocosa y al mismo tiempo contundente: fulminó a su público con la mirada y empuñó el violín para interpretar una versión de aquel tono de móvil que acababa de joderle la función.

Lukas Kmit like a boss.

El legado de Tárrega, filtrado y mutado en forma de ringtone, tenía la culpa de todo. Pero también había permitido que alguien demostrase que era posible espetar un «pero qué público más tonto tengo» sin decir ni una sola palabra. Pocas veces se había mandado a tomar por el culo a la audiencia con tanta clase.

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4 Comentarios

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  3. A mi me encanta en los conciertos de rock la gente que hace fotos con flash. A ver subnormal, estás a 50 metros o más de un escenario iluminado por varios miles de watios de luz. ¿Para qué cojones quieres el puto flash? Como no sea para joder al que está cerca…

    • Eso tiene una explicación muy sencilla: no saben quitar el flash de la cámara de su móvil, que viene activado por defecto ( o tal vez no se pueda )
      Pero sí es cierto que hace algún tiempo – ahora ya no tanto, en mi experiencia – los móviles daban mucho por c— en los conciertos o representaciones teatrales. Y es que hay quien no piensa en los demás para nada.

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