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Una infancia sin cuentos de hadas

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Lugar donde se encuentra la fosa común del orfanato de Tuam. Foto: Cordon.

J. P. Rodgers, de sesenta y siete años, se alegra de que por fin las condiciones del orfanato de Tuam, su antiguo hogar, hayan salido a la luz. La localidad irlandesa se hacía célebre después de que la prensa estadounidense diera a conocer el hallazgo de cientos de cadáveres de niños, arrojados a una fosa común. El libro en que se registraron sus fallecimientos revela que la mayoría murió debido a la negligencia de las monjas encargadas de su cuidado. Algo que en realidad no es algo nuevo, porque los infanticidios han sido recurrentes en las instituciones monacales de la Iglesia católica. Tanto, que el caso de Tuam presenta grandes paralelismos con un hallazgo igual de macabro, pero realizado en el siglo IX.

En aquel momento las guerras civiles desatadas entre los hijos y herederos de Carlomagno, y las invasiones sarracenas en Italia, habían permitido a los monasterios vivir sin la supervisión de las autoridades eclesiásticas. Lejos de las batallas libradas en la costa y en torno a las ciudades, y sin enviados episcopales revisando su obra, muchas órdenes religiosas siguieron viviendo ajenas a los conflictos. Circunstancias que los monjes aprovecharon para convivir con sus parejas, como si de hombres casados se tratara. Quienes dan testimonio de ello en el año 836 no son los enemigos de la Iglesia, sino los obispos reunidos en el sínodo de Aquisgrán. Hacen además especial hincapié los que proceden de Francia y del estado papal italiano, afirmando que es una práctica muy extendida en su diócesis. Y que además los niños nacidos de estas relaciones sexuales son eliminados arrojando sus cuerpos a las letrinas.

Al igual que los monjes del siglo IX, las religiosas de Tuam se deshacían de los cuerpos en el espacio destinado a los desperdicios fecales. Un total de setecientos noventa y seis niños fueron arrojados a la fosa séptica del orfanato, entre los años de 1925 y 1961. Es decir, durante todo el tiempo en que la institución estuvo en funcionamiento. El estudio de las actas de defunción revela que solo una mínima parte de los pequeños fallecían por meningitis, sarampión o tos ferina, incurables en aquel momento. La mayoría de muertes se debieron a enfermedades comunes, como laringitis o pequeñas heridas, que desembocaron en septicemia por no tratarse. Las Hermanas del Buen Socorro, encargadas del cuidado de los niños, trataban como correspondía, en su mentalidad, a los hijos del pecado. Todos, sin excepción, habían nacido de madres solteras que mantuvieron relaciones fuera del matrimonio. Un estigma social que se acentuaba aún más en Irlanda, país profundamente católico.

Si atendemos lo que narran las actas de Aquisgrán, los monasterios medievales sí mataban sistemáticamente a sus hijos. Aunque es posible que ante el sínodo a los obispos les interesara exagerar el alcance de los excesos, para que les fuese concedido mayor poder sobre las órdenes monacales, y exprimir así la riqueza que atesoraban. La verdad puede estar más próxima a la práctica de criar niños en los monasterios, justificando que eran entregados por los campesinos de sus feudos, para que allí fueran educados como futuros monjes. La presencia de mujeres para amamantarlos y cuidarlos estaba, por tanto, justificada. De tal modo que personas laicas de ambos sexos acabaron conviviendo con los religiosos. Obviamente, y amparados por esta excusa, muchos clérigos acabaron teniendo una compañera de por vida, de forma más o menos declarada, ocultándola como sirvienta y teniendo hijos con ella. Hubo que esperar a una fecha tan avanzada como 1537 para que el Consilium de Emendanda Ecclesia fijara la norma de que nadie pudiera ser aceptado en una orden hasta cumplir los seis años. De ese modo se hacía más difícil justificar la presencia femenina, aunque fuera mil años después de iniciada tal práctica.  

El problema era que muchas órdenes habían establecido desde su origen abadías con ambos sexos, construyendo en un mismo conjunto edificios separados para hombres y mujeres. Separados por un corto trecho, no era infrecuente que nacieran niños de las relaciones sexuales entre monjas y monjes. Estos ascendían un grado más en la escala del pecado, y resulta habitual hallarlos citados como «anticristos» en la literatura de la época. Su destino por tanto debía ser la muerte, para eliminar el mal que traían consigo. Pocos años después de celebrado el sínodo de Aquisgrán, los cadáveres de mil niños fueron encontrados en las inmediaciones de una abadía. Como en el caso de Tuam había sospechas, pero ninguna evidencia lo había confirmado. Las obras de restauración del acueducto Acqua Traiana, emprendidas para abastecer de nuevo el norte de la ciudad de Roma, habían desecado una laguna, dejando los huesos al descubierto. El papa Nicolás I, que se refiere al hecho en sus cartas, diez años después de su descubrimiento, no duda en asegurar que habían sido ahogados allí por los monjes de la cercana abadía para ocultar el fruto de sus pecados. Y con ello nos revela que los testimonios de los obispos medievales podían ser interesados, pero a la vez reflejaban una práctica común en Europa.

Hay además un motivo adicional para estos infanticidios, más pragmático, y más próximo también a las motivaciones de las monjas de Tuam. La causa económica. Las crisis y hambrunas medievales motivaban que muchos padres abandonaran a sus hijos a su suerte cuando no podían darles de comer. El eco de esta costumbre, vertido a la tradición oral, fue recogido por los hermanos Grimm en el cuento de Hansel y Gretel. Los monjes, igual que el padre literario de esos niños, hubieran sido incapaces de alimentar en sus monasterios una nutrida población de descendientes. Ahí tenían otro motivo para dejarles morir, arrojando luego sus cuerpos a la laguna. También las hermanas del Buen Socorro, en el orfanato irlandés, buscaban el ahorro al desechar a los niños fallecidos en su fosa séptica. Lo que se ahorraban era el costo del entierro en el cementerio de la ciudad. Tampoco la comida que entregaban a los internos era abundante, ni la ropa abrigada, algo tolerado por la sociedad irlandesa de su tiempo dado que se trataba de hijos nacidos en el pecado.

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Foto: Cordon.

Pero las coincidencias históricas no terminan aquí. Ha habido que esperar a las investigaciones históricas contemporáneas para comprender el alcance de los abusos en el seno de la Iglesia. También Catherine Corless, la historiadora que descubrió el destino de los niños de Tuam, tuvo que aguardar a que la prensa estadounidense se interesara por el caso, cuarenta años después de hallados los restos. Corless comprobó que los registros de fallecimiento de la institución no tenían su entrada correlativa en el cementerio local, y que eso explicaba por qué se habían hallado niños en la antigua fosa séptica tras las obras de restauración. Los análisis forenses por la prueba del carbono 14 certificaron además que correspondían a nacidos en la primera mitad del siglo XX. Eran sin ninguna duda los nacidos en el orfanato.

Corless se entrevistó con numerosas autoridades gubernamentales y eclesiásticas para plantearles el caso, sin que apenas le prestaron atención. Solo a partir de que su campaña de recogida de fondos entre los vecinos para erigir un monumento a las víctimas atrajera la atención de la prensa internacional cambiaron de actitud. Y hoy ya hay promesas para realizar una investigación oficial. Sobre algo que, en realidad, todos sospechaban o sabían. La historiadora recuerda haberse cambiado de acera cuando era niña e iba camino del colegio para no pasar junto a los muros del orfanato. Sus dos metros y medio coronados por cristales rotos cogidos con cemento la estremecían. Al fin y al cabo sus padres amenazaban con encerrarla allí si se portaba mal. Pero había además otro hecho inquietante para ella. Podía escuchar los zuecos de los internos resonando en el patio, pero jamás acompañados de risas o gritos. Un silencio que sin duda evidenciaba lo que hoy conocemos por el testimonio de los supervivientes. El trato al que estuvieron sometidos por parte de unas religiosas que jamás les mostraron el más mínimo afecto, y que apenas les daban de comer o los abrigaban. Incluso las inspecciones oficiales de las autoridades irlandesas, ya en los años cincuenta, dejaron por escrito que todos los niños allí alojados sufrían desnutrición. Pero más allá de consignarlo no tomaron ninguna medida al respecto.

Podemos justificar que lo ocurrido en un orfanato en el siglo XX es un caso puntual, y que la Edad Media fue un tiempo anárquico y carente de estructuras de Estado. Pero de algún modo las prácticas de la Iglesia y sus miembros parecen repetirse sin importar los siglos. Otro infanticidio en gran escala, relativamente reciente, ocurrió en el pontificado de Pío IX, en torno al año 1869. Este papa se había opuesto frontalmente a la unificación de Italia, y cuando Garibaldi y el rey Víctor Manuel la hicieron efectiva, proclamando Roma como su capital, se negó a rendir la ciudad. En realidad tampoco tenía fuerzas militares con que defenderla, así que el ejército italiano se limitó a derrumbar a cañonazos una sección de la muralla aureliana y desbaratar la simbólica resistencia de la milicia papal, los zuavos pontificios.

Una de las primeras medidas que tomaron los conquistadores de Roma fue liberar a los presos políticos que Pío IX había encerrado en el castillo de Sant Angelo y en el resto de cárceles romanas. Eran un total de ocho mil personas, la mayoría inválidas o ciegas debido a las penosas condiciones soportadas en mazmorras medievales. Había estancias llenas de esqueletos y cadáveres en descomposición de aquellos reos que fueron abandonados a su suerte, sin comida ni agua, en la más completa oscuridad. Hubiera sido difícil distinguir entre hombres, mujeres y niños, dado el estado de los cuerpos. El papa había ordenado que cada varón acusado de trabajar por la unificación italiana fuera encerrado con su familia, incluyendo esposa, hijos y padres ancianos, si los había. Pero los ejércitos italianos encontraron los almacenes de aquellas cárceles llenos de la ropa y juguetes de los niños aprisionados allí. Eran el testimonio de sus muertes, pero a diferencia de los que murieron en Tuam, o de los hallados en la marisma romana en el medievo, en este caso solo podemos estimar su número: varios miles.

Hoy las palabras de J. P. Rodgers, separado de su madre al nacer y criado hasta los cinco años en el orfanato irlandés, parecen cobrar más sentido que nunca. «Lo que ocurrió allí fue sórdido y horrible. Tenemos que enfrentar la verdad para que nunca vuelva a suceder». Y preguntarse, además, cuántas veces ha ocurrido en una institución cuyo credo defiende todo lo contrario.

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Foto: Cordon.

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6 Comentarios

  1. Pingback: Los niños que desaparecieron de orfanatos y conventos

  2. Pingback: Una infancia sin cuentos de hadas – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  3. Gracias por sacar este tema a la luz.

  4. La Iglesia ha sido nuestra cruz. En Irlanda y también en España.

  5. Impresionante artículo. Leeré con más atención a Hansel y Gretel

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