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¡Santo Batusi! Los superhéroes ya no bailan

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Batman, 1966-1968. Imagen: 20th Century Fox Television.

Adam West, el hombre que rellenaba la máscara del legendario Batman a finales de los sesenta, y Frank Gorshin, el actor que interpretaba al antagonista del hombre murciélago conocido como Enigma, mataban entre cervezas la tarde en Los Ángeles cuando recibieron la invitación para asistir a una fiesta en la que no conocían de antemano ni el motivo de la celebración ni a sus anfitriones o invitados. Ambos actores se personaron en el lugar y descubrieron que no habían sido convidados a un alegre guateque sino a una lubricada orgía hollywoodiense, un detalle que en lugar de amedrentar a las estrellas televisivas avivó sus ganas de guasa: los artistas se sumaron a la bacanal interpretando aquellos papeles televisivos de Batman y Enigma que los habían hecho famosos. El resto de asistentes consideraron que las estrellas no se estaban tomando en serio lo de ensamblar un Tetris humano y optaron por indicarles amablemente dónde estaba la puerta. «Fuimos expulsados de la orgía», aseguraría West subrayando lo dramático del asunto.

El Chico Maravilla

Bert John Gervis  Jr. compaginaba los estudios en la Universidad de Los Ángeles con las clases de interpretación y un trabajo como vendedor de inmuebles cuando logró que un productor de renombre, a quien acababa de vender una casa, le rebotase hacia un agente de artistas para encauzar su carrera interpretativa. El agente, sin albergar demasiadas esperanzas en el chaval, lo envió a ciegas a un casting donde John Gervis Jr. tuvo que vestir mallas y realizar payasadas varias, algo que en Los Ángeles es una de las cosas menos extrañas que un montón de señores con cámaras le pueden solicitar a un jovenzuelo. Mes y medio más tarde al chico le telefonearon desde la 20th Century Fox para preguntar por su número de zapato sin que él entendiese del todo a qué venía tanta preocupación por el tamaño de sus pezuñas. Ocurría que John Gervis Jr. había sido seleccionado para interpretar a Robin y coprotagonizar junto a Adam West una serie basada en los cómics de Batman pero nadie se había acordado de comunicarle al mozo que había superado el casting.

El joven actor decidió que su nombre no tenía tirón suficiente para encarar el estrellato televisivo, optó por rebautizarse como Burt Ward y se encaminó al plató de la serie sin haber leído nunca los tebeos del hombre murciélago. El primer día de rodaje le sentaron en el Batmóvil como copiloto de un hombre que no era Adam West pero llevaba el traje de Batman, y charlando con aquel desconocido el inocente Chico Maravilla comenzó a descubrir los secretos del mundo del entretenimiento:

—¿Por qué estás disfrazado de Batman?
—Porque soy un doble de acción.
—Ah. ¿Un doble de acción? ¿Y qué tienes que hacer?
—Me encargo de las escenas peligrosas, aquellas en las que los actores no quieren hacerse daño.
—¿Y qué estás haciendo aquí ahora?
—Bueno, en esta escena tenemos que salir de la Batcueva directos hacia la cámara a noventa kilómetros por hora, tomar una curva cerrada hacia la izquierda y continuar en aquella dirección por la carretera.
—¿Es peligroso?
—Por supuesto. Por eso me contratan, nadie quiere que Adam West se lastime y acabe en el hospital.
—Y si tú eres el doble de Adam, ¿yo no tengo doble?
—Oh, sí que tienes. Está allí tomándose un café con Adam West.

Unos minutos más tarde el director gritó acción, el Batmóvil se puso en marcha, la puerta del vehículo se abrió por accidente y Ward acabó visitando el hospital tras dislocarse un dedo mientras se agarraba para evitar salir despedido del vehículo. Los responsables de la serie le aseguraron que en su caso no podían tirar de doble porque el disfraz de Robin, al contrario que el de Batman, dejaba gran parte del rostro al descubierto y se notaría demasiado que utilizaban un sustituto. Meses más tarde, cuando el chico ya tenía por costumbre aterrizar en la enfermería con frecuencia, descubrió que al estudio le salía más barato utilizarle a él en las escenas de riesgo porque, a diferencia de los dobles de acción, cobraba el salario mínimo.

Tananananananananananananana ¡Batman!

En 1966 la cadena ABC estrenó la serie Batman, un programa ideado por el productor William Dozier y el guionista Lorenzo Semple Jr., dos personas que no habían leído los cómics de Batman y que, tras un par de ojeadas a las viñetas, resolvieron que no tenían intención de hacerlo en un futuro cercano. Ambos se pasaron por la bragadura el material original y optaron por crear un show que tras una sintonía absurdamente pegadiza se burlaba de la formalidad de los tebeos, escupía contra la pantalla onomatopeyas durante las escenas de acción («POW!», «KAPOW!», «BAFF!», «ZONK!» o «ZWAP!» entre muchas otras), recitaba diálogos delirantes y en general masticaba como si fuera un chicle la imagen del superhéroe. Para casi todo el mundo West  fue la primera encarnación humana de Batman, pero lo cierto es que Lewis Wilson y Robert Lowery vistieron la capa del hombre murciélago durante los años cuarenta aunque nadie se acuerde de ellos.

El plátano-bolígrafo. Parece culpa de la traducción, pero no lo es: la ball-point-banana ya formaba parte del diálogo original.

El descaro desinhibido de las aventuras de Batman y Robin dotó de un encanto bobo al programa y lo convirtió en un éxito. En 1966 las familias bien avenidas de los Estados Unidos de América se reunían dos veces a la semana a la misma bat-hora en el mismo bat-canal para ver cómo un hombre adulto (West) y su joven sidekick (Burt Ward) se embutían en mallas y desbarataban a base de mamporros los planes de un reparto de villanos fabuloso: A Cesar Romero le convencieron para interpretar al Joker tras jurarle que en aquella serie los malos eran mucho más importantes que Batman o Robin. Romero aceptó el papel para echarse unas risas pero se negó a afeitarse el bigote y el equipo se vio obligado a realizar un Groucho Marx a la inversa ocultando su mostacho bajo una capa de maquillaje, una decisión estética que marcó tanto al personaje como para que existan muñequitos articulados que simulan aquel bigote de camuflaje. Los nietos de Otto Preminger se hicieron fuertes en su casa y le impidieron entrar, cerrando con llave las puertas, hasta que jurase que iba a aceptar la oferta para interpretar a Mr. Freeze en la teleserie. El legendario Vincent Price interpretó a Egghead, un antagonista que no aparecía en los cómics y hacía cosas tan malignas como lanzar huevos sobre la gente. Eli Wallach y Tallulah Bankhead aceptaron desfilar entre los malos para contentar a hijos y nietos.

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Batman, 1966-1968. Imagen: 20th Century Fox Television.

Los guionistas utilizaron una ventana, durante las escenas de escalada con truco evidente, para introducir cameos de las estrellas de la época: por allí se asomaron Sammy Davis Jr., Jerry Lewis, Edward G. Robinson o personajes como el  mayordomo Lurch de La familia Addams, el coronel Klint de Los héroes de Hogan, el mismísimo Papá Noel o la pareja formada por Van Williams y Bruce Lee en sus papeles de Britt Reid y Kato de la serie El avispón verde. Entre los fans declarados del show se encontraban famosos del nivel de Frank Sinatra, Cary Grant, Natalie Wood o el político Robert F. Kennedy, pero los responsables del programa no consiguieron encontrar hueco para sus cameos. Spencer Tracy rechazó una oferta haciendo un thug life: le ofrecieron interpretar al Pingüino pero contestó que solo lo haría si le dejaban cargarse a Batman. Adam West confesó que cuando estaba en la cumbre de la fama televisiva recibió una invitación para conocer al Papa Pablo VI y se presentó en el Vaticano con una resaca tremenda. En aquel momento el actor fue incapaz de arrodillarse frente al pontífice para besar su anillo, temiendo vomitar o no poder volver a levantarse, y optó por darle la mano para acabar encontrándose con un papa que muy alegre le confesó ser un fanboy total de la serie.

En la pantalla aquel Batman hijo de la década sesentera surfeaba, bailaba el Batusi en los guateques, se subía al ring para boxear contra sus enemigos y en general estaba tan acostumbrado a saltar el tiburón como para llevar un repelente de escualos entre sus gadgets. Entretanto su compañero Robin encadenaba frases disparando exclamaciones consagradas como «Santo puré de patatas», «Santa desfachatez», «Santo D’Artagnan», «Santa pianola» o «Santo sorprendente proceso de memoria fotográfica». Había quien cuestionaba la calidad artística del asunto, pero sus participantes se lo tomaron con profesionalidad: West decidió no pelearse con el estudio para mejorar el producto y optó por dejarse poseer totalmente por aquel Batman pop. El fenómeno aguantaría tres temporadas y una película antes de comenzar a perder audiencia y hundirse. En 1968 la serie se canceló oficialmente y poco después la NBC se ofreció para retomar el testigo, pero a aquellas alturas los productores de ABC ya se habían paseado con una bulldozer por los escenarios originales y reconstruir la Batcueva resultaba tremendamente caro, razón por la cual se optó por no sacar la cartera y enterrar el producto completamente.

La revelación: Batman se pone un bañador sobre el traje para hacer surf.

El Chico Maravilla with a vengeance

En 1995 el mundo descubrió que las capas televisivas de los justicieros sesenteros ocultaban un reverso mucho más perverso y lubricado. Por lo visto, la fama de los protagonistas de Batman los convirtió en algo similar a unas rockstars (Ward llego incluso a grabar varios temas escritos y producidos por Frank Zappa) y aquello supuso que ambos actores amaneciesen cada mañana con una fila kilométrica de groupies en la puerta. Señoritas que esperaban su turno con las bragas en la mano y muchas ganas de disfrutar con la anaconda de extraordinarias dimensiones que el Chico Maravilla portaba entre las piernas.

En realidad todo lo anterior no está verificado sino que se basa en la palabra del propio Ward y más concretamente en su libro Boy Wonder: my life in tights (El Chico Maravilla: mi vida en mallas), una biografía sobre su etapa televisiva publicada en el 95 y construida para glorificar a su propio pene e insistir mucho en que las dos estrellas de Batman taladraban sin parar a sus fans entre toma y toma. En aquellas páginas Ward aseguraba que ambos actores se habían convertido en «vampiros sexuales» de apetito insaciable que tenían «sexo superheroico con fans jovencitas», enumeraba una colección extensa de apodos para su pito, confirmaba que junto a su compañero de reparto había estado con más de diez mil mujeres, revelaba que West sentía una tremenda envidia de la longitud de su cola y apuntaba que en aquellos años todas las féminas de Norteamérica soñaban con que «les rellenásemos sus agujeros con nuestro bat-esperma», una afirmación que se olvidaba de que a lo mejor Batman era el único que podría llamar así a su semilla biológica. Que Ward tenía bastante de ectoplasma era evidente: aquel libro había sido publicado por su propia editorial, una empresa que nunca editó nada más. West contestó a algunas de aquellas declaraciones con estilo: «Lo cierto es que nunca he estado con Robin y diez mil mujeres en la misma cama».

Adam Westing

Existen dos personas en el ecosistema Hollywoodiense que han sabido dejar de batallar contra el encasillamiento y convertirlo en un modo de vida. La primera es David Hasselhoff, alguien que en lugar de renegar de su pasado como protagonista de Los vigilantes de la playa o El coche fantástico ha decidido basar su carrera en parodiar su imagen de icono: vistió bañador de socorrista para un cameo delirante en Bob Esponja: la película, realizó la mejor versión de «Hooked on a Feeling» conocida, se apuntó a formar parte del casting de Fuga de cerebros 2, apareció en Los sexoadictos plantando un pino en un avión tras leer un libro sobre el suicidio en el star-system, se montó su propia red social y la denominó HoffSpace, tuvo una serie basada en una versión ficticia de sí mismo (Hoff the record) y un reality sobre su vida familiar (The Hasselhoffs), se encargó de la banda sonora de Kung Fury, se convirtió en personaje de videojuego (Pain, Call of Duty: infinite warfare) y se coló en el universo de Guardianes de la Galaxia. La otra persona es Adam West, el actor a quien la sombra de un murciélago le perseguiría de por vida y aquel cuyo nombre se acabó convirtiendo en un verbo («Adam westing» en inglés) con el que se definía el acto de basar una carrera artística en reírse de uno mismo. Aquellas tres temporadas como justiciero le supusieron al actor una fama descomunal de la que fue imposible escapar, los intentos por atrapar papeles más serios en el cine acabaron estrellándose invariablemente contra muros en forma de productores que opinaban cosas como «Batman no podría acostarse nunca con Fayne Dunaway». Al mismo tiempo la propia elegancia del actor le obligó a declinar oportunidades: cuando un productor le sugirió convertirse en el James Bond de Diamantes para la eternidad, West rechazó rotundamente el asunto al considerar que sería insultante que un americano interpretase al espía británico. Durante los años posteriores al fin de la serie, West se vio limitado a los cameos y arrastrar su imagen por los suelos: en 1976 vistió una televisión de Memphis para promocionar un show local y contra todo pronóstico sacó adelante una interpretación del justiciero en bat-chándal estando completamente ebrio.

En 1979 West y Ward volvieron interpretar al superhéroe y su sidekick en el especial Legends of the Superheroes, una especie de Los mercenarios de la época, y tras colgar las mallas de manera definitiva acabaron vagando entre producciones de escasa calidad y gente sudorosa en convenciones de cómics. Hollywood se avergonzó de su creación y dejó que el personaje masticase a la persona, pero ocurrió algo inesperado: West decidió no pelear contra la imagen de malogrado actor encasillado y optó por la autoparodia como medio de vida.

Batman, 1966-1968. Imagen: 20th Century Fox Television

La serie Batman: The Animated Series le rindió un homenaje nada discreto con el episodio «Beware of the Gray Ghost» donde el propio West interpretaba a un actor acabado encasillado en rol de un superhéroe barato. West también doblaría a personajes similares en las series animadas Kim Possible, Los padrinos mágicos, El crítico, Rugrats o Bob Esponja. Incluso el videojuego Lego Batman 3 escondió a varios Adam West, con la voz del propio actor, esperando ser rescatados en cada nivel. Su otra especialidad fue interpretarse a sí mismo pasado de vueltas, algo que sucedió en The Big Bang Theory, Futurama, Diagnóstico asesinato, Johnny Bravo, El rey de Queens o Rockefeller Plaza. En 2003 volvió a hacer de sí mismo en Return to the Batcave: The Misadventures of Batman and Robin una película donde junto al fanfarrón de Burt Ward se repasaban recuerdos de la serie original.

Curiosamente fueron los dibujos animados los que le ofrecieron un refugio más sólido, en The Batman interpretó al alcalde Marion Grange y gracias a un par de películas animadas (Batman: El regreso de los cruzados enmascarados y Batman vs Two-Face) recuperó el puesto de Bruce Wayne en la franquicia. Padre de familia le proporcionó su segundo rol más celebrado: el de Adam West, el alcalde psicótico de Quahog que comparte nombre y rostro con el actor y tan pronto enviaba a la policía a Colombia en busca de un personaje de la película Tras el corazón verde como intentaba casarse con su mano derecha o vengarse del océano apuñalando las olas con un cuchillo. Mientras tanto, los guionistas de Los Simpson se tiraron años demostrando una obsesión enfermiza por el personaje de Batman y en especial por su encarnación sesentera: en la serie de Matt Groening el propio West se preguntaba durante uno de sus cameos amarillos y animados: «¿Cómo es que Batman ya no baila?».

Santo Batusi, los superhéroes ya no bailan

Con el paso de los años el Batman de los sesenta comenzó a ser juzgado como un producto absurdo y nefasto. Los fans de las viñetas le echaron la culpa al programa de plantar la idea entre la gente de que el mundo del cómic era algo infantil y tontorrón. Y al mismo tiempo muchas personas comenzaron a utilizar la deleznable frase «es tan malo que es bueno» para justificarse cuando les pillaban viendo el show. Pero la realidad es que los porrazos onomatopéyicos fueron fundamentales en la saga del hombre-murciélago: la serie resucitó al mayordomo Alfred (fallecido en los tebeos varios meses atrás), convirtió a Enigma en uno de los grandes villanos de la franquicia (en el cómic era un secundario menor), bautizó a Mr. Freeze (se le conocía como Mr. Zero en las páginas) y logró que un puñado de personajes secundarios saltasen de la televisión hasta las viñetas. Bob Kane, el creador de Batman, apuntó que la popularidad de la serie evitó que el cómic se cancelase al revivir el interés por el superhéroe cuando las ventas de DC Comics iban de culo y sin frenos.

La leucemia se llevaría a Adam West a los ochenta y ocho años el nueve de junio de 2017. En Los Ángeles, el alcalde Eric Garcetti y la policía de la ciudad se reunieron junto a millares de personas para encender una bat-señal a modo de tributo póstumo.

Mil veces más emotivo que el funeral de Lady Di.

En la actualidad las historias de superhéroes creen que ser adulto significa sufrir cantidad, ahorrar en bombillas y mirar mucho al suelo. Una percepción que ha logrado que personajes tan divertidos como Batman se conviertan en seres muy agobiados con cara de tener problemas serios con su circulación intestinal. West aseguraba que las mallas proporcionaban un picor insufrible y que bajo aquella capucha el calor era insoportable, pero más allá de eso todo lo que rodeaba a su personaje era parranda y jolgorio sin tapujos. Hollywood tiene fama de masticar a las personas sin compasión y el único superhéroe posible en un lugar así es el Batman del 66, una lección de Pop Art en movimiento, la más sensata rendición al absurdo, la celebración desvergonzada de las aventuras tontainas como el entretenimiento absoluto. A lo mejor es tan bueno que es bueno. El Batman de Adam West, aquel que llevaba las cejas garabateadas sobre la máscara, es el superhéroe definitivo, la persona a la que expulsan de una orgía porque se la está tomando a cachondeo. Desgraciadamente, los superhéroes ya no bailan.

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4 Comentarios

  1. En TV3 decidieron darle, involuntariamente, una vuelta de tuerca al humor absurdo de la serie doblándola, como era habitual en esa época, en un catalán ultranormativo, nivel zeta; este detalle humorístico se ha ido acentuando con las posteriores reemisiones de la serie, a la vez que TV3 relajaba los criterios lingüísticos en los doblajes.

    • Quien hizo la excelente versión en català fue Màrius Serra. No recuerdo que fuera «ultranormativo» el catalán utilizado, pero sí exquisito. Y ahora no me voy a poner a buscar mis cintas de VHS para comprobarlo.

  2. Han pasado 51 años y la serie ha envejecido muy bien con sus autoparodias y estilo pop art hasta llegar a ser una serie de culto.
    Los actores en estado de gracia y la catwoman más sexy de la historia, mucho más q Pfeiffer o la terrible película q se hizo sobre ella.

  3. A Reed Richards lo pusieron a bailar hace unos años en «Los 4 Fantásticos y Silver Surfer» y quedó como quedó…

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