American Portraits Moda Ocio y Vicio

Diana (Vreeland), la mujer que fue diosa

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Seagram’s Gin presenta American Portraits

Seagram´s Gin te invita a conocer el proyecto American Portraits, donde se repasará la vida y la obra de algunas de las personalidades más influyentes de la América de los años cincuenta. Al conocer de cerca la vida de estos hombres y mujeres es inevitable replantearse nuestra manera de ver el mundo, nos ayuda a entender mejor por qué el diseño de los objetos que nos rodean tienen las formas que tienen, o por qué los edificios y las ciudades que habitamos son como son.

La vigencia de su legado es inmensa e incalculable. Los años cincuenta fueron años de crisis y postcrisis. Hoy, al igual que entonces, estamos viviendo un proceso de redefinición constante en muchos ámbitos de la sociedad y necesitamos mirar atrás para buscar fuentes de inspiración. Con esta iniciativa, Seagram’s Gin quiere reivindicar aquellas figuras que, por su originalidad y su capacidad visionaria, nos pueden servir de modelo y guía para reinventarnos. El proyecto American Portraits está compuesto por una serie de proyecciones de documentales biográficos que se pueden disfrutar de forma gratuita en la plataforma digital Filmin.es, junto con una serie de artículos publicados en revistas de referencia y el ciclo que se proyectó el pasado mes de septiembre y que se podrá volver a disfrutar en el mes de noviembre en la Cineteca de Matadero en Madrid.


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BUENA 22 de marzo de 1973 metropolitan museum
Vreeland en el Metropolitan Museum de Nueva York, 1973. Fotografía: CORBIS.

Una de esas figuras era Diana Vreeland, una mujer que cambió para siempre el mundo de la moda y lo puso en las manos de la cultura, creando por el camino un estilo propio, inconfundible, basado en la rebeldía y el talento, una mezcla explosiva que la condujo hasta lo más alto: a la mismísima dirección de la revista Vogue.

Vreeland nació (como no podía ser de otra manera) en París, en 1903. De madre americana y padre británico, una pareja que rezumaba aristocracia por los cuatro costados, y de esa mezcla de sangres e intenciones nació una chica que desde bien pequeña se interesó por el arte y la cultura. La familia se había trasladado a Nueva York en 1914, y Vreeland había sido enviada a estudiar ballet con Michel Fokine, un maestro de la danza que había dejado el Ballet Imperial de Rusia por una vida más disoluta en los Estados Unidos de América.

El 1 de marzo de 1924, la inquieta parisina, que se calzaba cada día sus zapatos de ballet, contraía matrimonio con un banquero y cambiaba su apellido de Dalziel a Vreeland, mudándose también a Londres donde comprarían una casa en Regent’s park. Vreeland siguió bailando (incluso de forma profesional) pero sus intereses empezaban a virar como los de un velero a merced del viento: así fue como abrió una pequeña tienda de lencería, a la que pronto acudirían todas las celebridades londinenses, incluyendo a Mona Williams y Wallis Simpson.

Sus escapadas a París acababan normalmente en Chanel, a la que Vreeland había conocido en 1924, convirtiéndose en buenas amigas. Eso y los grandes descuentos que Coco hacía a la parisina pusieron a esta en el aparador de la moda.

Ese aparador (y un delicioso vestido blanco) llamaron la atención de Carmel Snow en un fiesta en Nueva York. Snow, editora de la legendaria Harper’s Bazaar, miró a la mujer pero vio algo más y le ofreció una columna de opinión en la revista. Vreeland aceptó y en 1936 empezó una carrera de veinte años en la que se hizo tan popular que no había evento en la ciudad de los rascacielos al que no fuera invitada. Su columna, Why don’t you? ofrecía consejos tan delirantes como lavar el pelo a los bebés rubios con champán francés o el vestuario correcto para llevar a un niño a una fiesta de la alta sociedad. Sin embargo, ese estilo cáustico e irreverente, surgido de las fauces de una mujer a la que todos querían parecerse (y a la que Truman Capote adoraba) empezó a calar en la influyente sociedad neoyorquina y lo que era un monumento al excentricismo se convirtió pronto en un faro en la oscuridad: nombres como Richard Avedon, Nancy White, Louise Dahl-Wolfe o Alexey Brodovitch la calificaron de «genio» y sus frases, auténticos mandamientos de la moda, corrieron de boca en boca como un guepardo enloquecido. «El biquini es el invento más importante desde la bomba atómica» dijo una vez; «En los sesenta no importara que tuvieras un grano en la nariz si sabías cómo llevar un buen vestido» comentó a un periodista cuando se le preguntó por lo mejor de la década.

Vreeland descubrió a Lauren Bacall y sería justo decir que gracias a ella la actriz se convirtió en un icono de Hollywood, gracias a una portada en la que la futura esposa de Humphrey Bogart demostraba su extremada clase.

En 1960, cuando John Fitzgerald Kennedy accedió a la presidencia de los Estados Unidos, la parisina, ya editora de moda en Harper’s, asesoraba a la primera dama, Jackie Kennedy, en cuestiones de estilo. Pocos discutirán que no ha habido en la historia de Estados Unidos una unión tan fuerte entre política, estilo y moda.

Diana Vreeland Dovima and Richard Avedon 1955
Diana Vreeland, Dovima y Richard Avedon, 1955. Fotografía cortesía de Diana Vreeland Legacy.

A tal punto llegó su predicamento que en 1962, coincidiendo con su nombramiento como redactora jefe de Vogue, ya estaba considerada como la mujer más poderosa en el cada vez más poderoso universo de la moda.

A principios de los años setenta, quizá cansada de adulaciones y viendo en lo que se estaba convirtiendo aquella ciudad, Vreeland no se resistió a un despido anunciado y dejó su despacho pintado de rojo (un color que la obsesionaba, «me gusta imaginar que estoy en un jardín en el infierno» decía a modo de explicación) y aceptó la oferta del museo Metropolitan para organizar exposiciones en la prestigiosa institución.

Quien ocupo su oficina en la revista decidió —como primer paso redecorarla, pasándose al gris, un tono mucho más adecuado para el futuro que estaba por llegar, mientras Vreeland traía a la ciudad exposiciones que sobrepasaban con mucho la media artística de Nueva York.

Diana Vreeland escribió después, en 1984, su —divertidísima— autobiografía, y solo un lustro después murió de un ataque al corazón en su querida Manhattan.

La neoyorquina de adopción fue la pionera en infinidad de tendencias que la moda abrazó años después y sin cuya introducción sería imposible entender a personajes como Karl Lagerfeld, Tom Ford, Marc Jacobs o como no Anna Wintour.

Vreeland fue la editora todopoderosa con adoración por el detalle, capaz de decirle a un fotógrafo lo que quería ver en una imagen, o de enviar a un equipo a la otra parte del mundo para que el lector sintiera la sensación del viaje, o de decidir que detalle serviría para conquistar al lector: ya fuera un bolso, un cinturón o unas gafas de sol. Vreeland captó por primera la vez la importancia de los complementos, la universalización de la moda, la necesidad de tener una voz propia, capaz de alzarse por encima de los tópicos habituales.

Con ella se intuyeron por primera vez cosas tan lejanas como las ego-bloggers, los modernos estilistas, los influencers y el movimiento hipster, pero sobre todo se trazó por primera vez (desde la moda) el retrato de la mujer independiente, aquella que sabía a la perfección lo que deseaba y que basaba su encanto en su personalidad y carisma, no solo en sus vestidos o en sus inacabables tacones.

Diana, nombre de origen latín, significa «aquella que brilla». Vreeland, como otras Diana(s), hizo honor a su nombre desde el día de su nacimiento, en París, hasta su partida, en Nueva York, tendiendo un puente entre ambas ciudades que aún perdura. Su legado es incalculable, e incluso de las decepciones (que encaró con la entereza de un bisonte) y de aquellos que la decepcionaron, sacó fuerzas para prosperar: como si nada pudiera hacerla tambalear.

Cuando hablamos de creadores, de la huella que dejaron, Vreeland se perfila como una de las más interesantes (a la par que incisivas) figuras en la historia de la moda. Con ella el panorama convirtió una disciplina que algunos consideraban pura frivolidad en un sólido elemento cultural.

No fue solo que la moda cambiara con ella, sino que ella cambió la moda.

Betty Ford Presidential Libraries
Betty Ford y Diana Vreeland, 1976. Fotografía: Presidential Libraries.

El próximo viernes 19 de septiembre se estrenará el documental Diana Vreeland, la mirada educada a las 22:30 en la sala Borau de la Cineteca del Matadero de Madrid dentro del Ciclo American Portraits presentado por Seagram´s Gin. Se proyectará un segundo pase el domingo 21 a las 20:00. En ambos casos la entrada será gratuita hasta completar aforo. Así mismo, desde el 1 de septiembre lo podrás disfrutar también gratuitamente en la plataforma digital Filmin.es. El ciclo incluye también la proyección de los documentales: Frank Lloyd WrightEames: The Architect & The PainterLooking back to the future: Raymond Loewy. Si quieres saber más infórmate en http://www.seagramsgin.es/ap, en www.cinetecamadrid.com/secciones/american-portraits, o en www.filmin.es/ap

 

En los meses de noviembre y diciembre el ciclo se proyectará en la sala Borau de Cineteca:

Noviembre Sala Borau
Jueves 20:  Eames. H 20:00
Viernes 21:  Diana Vreeland .H 20:30
Sábado 22:  Frank Lloyd Wright. H 20:00
Domingo 23: Raymond Loewy. H 20:00

Diciembre Sala Borau
Jueves 18:  Eames H 20:00
Viernes 19:  Diana Vreeland H 20:30
Sábado 20:  Frank Lloyd Wright H 20:00
Domingo 21: Raymond Loewy H 20:30

 

 

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Un comentario

  1. Su peculiar rostro no fue un escollo en su personalidad y lejos de minar su confianza la empujó a forjar un carácter único e irrepetible. Interesante historia. Aún sin querer trabajar a favor del feminismo, ayudó a cambiar el papel de la mujer.

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