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Apuntes para creer en la magia: Telma del Sol, un barón alemán y dos trucos de Hannah Arendt (1)

Magia barón Von Reinhalt Telma del Sol 7

Si sus nombres no poseyeran esa musicalidad, seguramente nunca me habría interesado por ellos. En general, me parece sano sospechar de los barones (ahí está ese retrato de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza que pintó Lucian Freud, con esas manos grotescas, esa introspección y ese aire sórdido; o Emiliano García-Page), pero el lirismo de estos dos seguía siendo magnético, no había perdido la magia a pesar de las décadas. Supongo que hoy el truco, el gran truco, no consiste sino en retener la atención del que está al otro lado como si fuera posible petrificarle por unos instantes. De todos modos, fue un hallazgo casual: mientras buceaba en la hemeroteca en busca de otros apellidos de mayor enjundia (o eso creía entonces), di con un pequeño rectángulo en un periódico de los años 30 en el que se anunciaba un espectáculo de ilusionismo a cargo del barón Von Reinhalt en el que también actuaba Telma del Sol. Repito: el barón Von Reinhalt junto a Telma del Sol. Pruebe a decirlo en alto. 

No sabía nada más sobre estas dos personas, pero sus nombres eran subyugantes, y lo primero que pensé es que podrían pertenecer a una fabulación de Eduardo Mendoza o que podrían haber actuado, alguna vez, de teloneros de Vetusta Morla. Consideré también que pudo estar en lo cierto Albus Dumbledore cuando sostuvo que las palabras eran, en su no tan humilde opinión, «nuestra más inagotable fuente de magia». Sin ninguna intención concreta, movido por la curiosidad genuina y la falta de ánimo para dedicarme a tareas más provechosas, como salvar la hostelería, busqué quiénes habían sido estas dos figuras comprometidas con el mundo del espíritu cuyos ampulosos nombres venían ahora a mí desafiando el tiempo y el espacio. Tecleé el nombre del barón y el primer resultado que arrojó Google (el verdadero arcano de nuestro tiempo) era historiaycuriosidadesdelilusionismo.blogspot.com, donde se dice:

Mago alemán, al que se lo conoció como Barón Von Reinhalt, pero en los días previos de la 2ª guerra mundial, cambió su nombre artístico a Barnum. No es seguro, pero su nombre podría haber sido Jacobo Grand. Trabajó mucho en Argentina en cines (número vivo) y teatros, y también en España. Habilidoso, sus espectáculos eran al estilo de Dante, con toneladas de equipos y 16 asistentes en escena. De acuerdo al mago y ventríloco español Claudinet (ya fallecido), radicado en Argentina, quien trabajó con Barnum, llegamos a saber acerca de rumores que aquel ilusionista alemán usaba la magia como pantalla, para realizar tareas de inteligencia a favor de su país.

Abrí mucho los ojos. Leí el párrafo varias veces y mi sugestión fue in crescendo. A la tercera, el embrujo se había consumado: con esta breve semblanza Reinhalt me había hechizado y ahora yo debía abrir las compuertas polvorientas de la hemeroteca para llegar hasta él y desentrañar su secreto, la vaporosa verdad de su existencia. ¿Por qué? Porque sería divertido, claro, pero también porque de ese modo podría celebrar el asombro sencillo, ahora que todo el mundo parece estar de vuelta de todo. Además, así le rescataría: me inclinaría con ceremonia y tendería el brazo a su polvoriento esqueleto, los huesos de su mano se aferrarían a mí con violencia y entonces yo tomaría impulso, me echaría hacia atrás y le desterraría del olvido. Eso se puede hacer. Solo hay que tener las herramientas.

Hace unos años, cuatro o cinco, mi porcentaje de asistencia a clases de Filosofía Moral fue vergonzosamente bajo. Cuando la fecha del examen se aproximaba, recibí unos apuntes muy buenos gracias a la generosidad infinita de una compañera. Llegaron a mí como llegan el haz de luz y la paloma en la Anunciación de Fra Angelico. Puse, de hecho, la misma cara seria y reverencial que el ángel. En esos apuntes se explica una idea preciosa de Hannah Arendt que mi profesor, Antonio Valdecantos, debió desarrollar en el aula: esta pensadora escribió que había dos maneras de quebrar la linealidad del presente a la que todos estamos anclados. Una consiste en prometer, porque es un acto que te compromete con el futuro y te vincula a algo que aún no ha ocurrido; y otra es perdonar, porque te permite intervenir en el pasado y quizá deshacer, en alguna medida, algo mal hecho. Es magia. Verdadera magia. Arendt lo escribió cuando teorizaba sobre el ejercicio de la libertad y la acción política (y ya lo siento si hay en la sala algún catedrático que piense que estoy banalizando el pensamiento de la teórica de la banalidad del mal, pero esto es una croniquilla, no ponga esa cara). Mis apuntes, no exentos de tachones y signos de exclamación arbitrarios, añaden que las facultades de prometer y perdonar «convierten a quien actúa en Señor del Tiempo, modesto, pero algo así». ¿Dijo eso Valdecantos? Espero que sí. Mitad Roberto Brasero, mitad Cronos. Pues bien: yo no podía prometer nada a Reinhalt ni a Telma del Sol ni tenía agravio alguno que perdonar, pero, ¿acaso no es recordarlo y escribirlo una pócima que mezcla la promesa, en tanto que va, y el indulto, en tanto que vuelve?  

Barajé mis opciones. Mucho ojo con el barón, pensé, o bien estamos ante un sujeto prodigioso, un espía que engañó a los suyos y bajo la chistera no portaba conejo, sino esvástica; o ante un absoluto chiflado. Por supuesto, no tenía ni idea quién era el tal Claudinet mencionado en el blog ni qué era el estilo Dante. En realidad, antes de este lance en las brumosas praderas del ocultismo mis únicos contactos con la magia se circunscribían al vago recuerdo del Magia Borrás, con aquella varita y aquel cubilete; a alguna experiencia paranormal sin duda alguna magnificada por el alcohol y al milagro de Lionel Andrés Messi Cuccittini. Muy poca cosa. Ni siquiera pillé a la primera El truco final (El prestigio), y eso que con Nolan intento estar atento. Con este escaso bagaje me decidí a mirar el asunto con lupa y descubrí que mi escurridizo amigo germano andaba en marzo de 1927 por San José, capital de Costa Rica.

Aquí tuvo lugar una «presentación del eminente artista de ciencias ocultas barón Von Reinhalt», al que el redactor describe como «alemán prodigio» y profesor de ciencias mentales. Era entonces «muy joven, afable, expansivo, pero sin palabrería vana». ¿Expansivo como Rosalía, es decir, poderoso, imponente? No creo. Lo imaginaba más bien inseguro, nada rotundo, la clase de tipo que elegiría un nombre artístico campanudo. Me extrañó, eso sí, no encontrar ninguna pista que indicara qué se le había perdido tan lejos de su tierra, si es que Alemania era su tierra. Sí pude visualizar con claridad el truco que hizo Von Reinhalt al periodista costarricense que escribe la noticia. Mucha atención: el barón pidió a uno de los presentes en la redacción que tomase en sus manos el objeto más pequeño que hallase (que resultó ser un alfiler) y que, a continuación, lo escondiera en cualquier lugar de las oficinas. Y el prestidigitador lo encontró: «Llevado por el pensamiento del redactor, llegó hasta el sitio preciso en el que se encontraba el alfiler, en muy pocos minutos».

Primera posibilidad: el periodista exagera, inventa y miente. Suena insólito, pero así es: algunos periodistas faltan a la verdad. Segunda posibilidad: estaban conchabados. Reinhalt habría pactado todo el número previamente con uno de los redactores del diario y le habría explicado el papel que debía representar, quizá con el aliciente de unas monedillas o un paquete de tabaco. Tercera posibilidad: Reinhalt era un iluminado y yo un imbécil por cuestionar sus poderes y tratar de penetrar en ellos. Para saber cuál era la opción correcta solo cabía avanzar por el sendero de lo fehaciente. Continué por ese camino y leí que cinco años más tarde, en noviembre de 1932, el barón Von Reinhalt había actuado en Río de Janeiro ya con «sua troupe», compuesta por (tachán) Telma del Sol «e mais de 10 girls – em 2 actos de fantasia e bailados». Ese mismo mes, otro diario brasileño prometía que la actuación de Von Reinhalt incluiría «dansas arobaticas de Delphi e sua partennire e otros numeros de sensação». Cobró para mí Von Reinhalt ritmos de samba, como electrizado por Ronaldinho Gaúcho.  

Esta idea de garbo y sensualidad se esfumó cuando vi unas fotografías suyas publicadas en el Diario da Manha el 25 de enero de 1933. La foto del barón aparece a la derecha y la de Telma del Sol a la izquierda. Las separa el anuncio de su actuación y sus caracteres no pueden contrastar más: ella parece muy joven, lleva el pelo recogido, gira su rostro hacia la cámara y sonríe con candidez. Es casi una niña. Reinhalt, en cambio, es todo tinieblas: cara triangular, cejas muy gruesas, ojos rasgados que ensayan una mirada penetrante y orejas monumentales. Proyecta una gran sombra y quiere rezumar misterio. Así debía ser, pensé, la naturaleza de su espectáculo: ella encargada de encandilar, él de atemorizar. El día y la noche, la inocencia y el riesgo. Las mujeres, quizá, no estaban tan autorizadas a ser peligrosas. 

Magia barón Von Reinhalt Telma del Sol 7

Descubrí que sus primeras actuaciones en España fueron en Canarias, y más tarde, en agosto de 1933, Reinhalt llega a Madrid:

En Maravillas debutará el próximo día 26 el célebre ilusionista alemán barón Von Reinhalt. Este artista de fama mundial se dice el único poseedor del sexto sentido, y presenta un espectáculo nuevo y original. Ha llenado meses y meses los más importantes teatros de América y Europa. Para demostrar lo científico de su trabajo, el barón Von Reinhalt sale por las calles de Madrid conduciendo un automóvil «con los ojos vendados» y precintando el vendaje. Es este espectáculo el más atrayente del mundo. 

El misterio escalaba en agudeza. Con que Reinhalt poseyó el sexto sentido antes que M. Night Shyamalan, cavilé, no es moco de pavo. Lo visualicé con los ojos vendados (aunque el periodista lo entrecomilla, lo que significa lo que ya saben ustedes que significa) en ese Madrid republicano, traqueteante y pleno de anhelos con la vitalidad que fotografía Alfonso, en el que ni las utopías ni la ingenuidad han sido aún resquebrajadas. 

No terminaban al volante los poderes de este ocultista: el Heraldo de Madrid anuncia semanas más tarde que el barón Von Reinhalt «cortará a una mujer en cuatro trozos a la vista del público». Esta mujer, claro, era Telma del Sol (ni que decir tiene que el misterio de la caja me resulta completamente impenetrable, aunque es cierto que a mí me cuesta montar un mueble de Ikea). Más tarde, dos meses antes de las elecciones que darán la victoria a CEDA, el barón se deja caer por la redacción de La Nación (otra visita a un periódico, Reinhalt, empiezo a verte el plumero, sé lo que estás tramando) y epata a los periodistas con su ardid.

Pero lo que es extraordinario en el aplaudido ilusionista es el trabajo relacionado con el sexto sentido o transmisión, en orden o mandato, del pensamiento. Distintas personas de nuestra casa escondieron en los sitios más absurdos del edificio objetos varios, que eran encontrados con asombrosa rapidez y celeridad por el verdadero fenómeno de este trabajo. Según nos manifestó el barón Von Reinhalt, el trabajo relativo al sexto sentido lo realiza «poniendo en blanco» su pensamiento, condición indispensable para recibir otro pensamiento que le manda.

Ojo, la cosa empieza a revestir caracteres de peligrosidad: un alemán que en los años 30 dice meterse en la cabeza de las personas sí resulta inquietante. El viejo truhan repetiría la jugada en varias redacciones capitalinas más, amenizando una jornada para que después los periodistas hablasen elogiosamente de él sin necesidad de llevar Manolitos. La machacona tournée por los medios, alfileres mediante, se cierra en la redacción de ABC. Y esto son palabras mayores. Aquí lo relevante no es el truco del alfiler, sino que por una vez la magia la ponen las líneas de su interlocutor, un personaje más sombrío y quizá más talentoso: César González-Ruano. El 1 de octubre de 1933 publica lo siguiente:

El hombre Reinhalt ha bajado unas noches por nuestro antro de corrupción dialéctica, por nuestro café, donde estoicamente hacemos trizas la juventud fumando pitillos y construyendo torres de sueño sobre campos de gules y pereza. Reinhalt, que se anuncia en los carteles con el magnífico nombre de Barón Von Reinhalt, es aún más interesante en el mundo de los divanes que en el ruedo de un circo o en la plataforma de un escenario, donde todo mueve a un natural escepticismo. A nosotros no nos hace trucos ilusionistas. Este hombre pequeño y demacrado, con los ojos febriles y un rubio desteñido, es lo que en buena jerga de mesa de mármol se llama un tío interesante. Sospecho que detrás de esta baronía que consta en los carteles, como si estos fueran páginas de un nobiliario de errantes y corremundos, hay un judío alemán fino y complicado. El hombre Reinhalt ha realizado conmigo pruebas de transmisión del pensamiento extraordinarias. Necesita para eso que la persona cuyo pensamiento ha de adivinar él le dicte mentalmente la voluntad de una idea de un modo autoritario. «Sin autoridad, sin imperio en el mando, no se puede hacer nada», dice el hombre Reinhalt, como si desenvolviera un pensamiento político (…). Reinhalt hace cuanto uno piensa, cuanto uno quiere que haga, pero duda cuando el que manda vacila. Es como el pueblo. No falla cuando la autoridad de mando, desde la razón ética de ese mando, no flaquea; débil, cuando quien tiene las riendas del Estado tiembla y desconfía de poder ordenar.

Sentí, lo reconozco, un escalofrío. No solo por el texto, sino por la perspectiva: ya sabía que Ruano había repetido las consignas del Ministerio de Propaganda de Goebbels y que después, en 1942, sería arrestado por la Gestapo por razones no del todo esclarecidas. Según sugieren García-Planas y Sala Rose en El marqués y la esvástica, por estafar a judíos en el París ocupado, quedarse con sus bienes y quizá, solo quizá, ofrecerles falsos salvoconductos que les conducirían a la muerte en Andorra. Así que no era raro que un personaje de tal calaña sintiera fascinación ante la posibilidad de controlar la mente. Y, aunque no tengo manera de comprobar que Reinhalt fuera judío, no hay que ser un lince para deducir que Ruano era antisemita. Uno en cuya pluma llamean trazas de romanticismo y fulgor patriótico:

¿Usted sabe que la imposibilidad de transmitir su pensamiento, la imposibilidad de mostrar toda la grandiosidad deslumbrante de su amor fue el pistoletazo de Larra? ¿Usted se da cuenta de que el inocente que va a ser juzgado siente que su corazón se rompe en el pecho por no poder sacar su consciencia y mostrársela a los jueces? ¿Usted sabe, amigo Reinhalt, que los que amamos desesperadamente a España agonizamos en el horror de no encontrar palabras para decirle cómo este amor la salvaría, y nos vemos encadenados mil veces a la inexpresión, mientras burladores sin conciencia la llevan a la ruina con predicaciones insensatas?

Tras esta declaración exaltada, Ruano escribe que Reinhalt se muestra «frío» y prefiere hablar de «patria sin fronteras». Pero el periodista no ceja, subraya su idea y señala que «hay países donde lo primero que es preciso para transmitirles un pensamiento puro es ponerles en blanco, quitarle los prejuicios. (No la tradición)». Contador a cero. Tabula rasa. Magia, acaso. ¿Fascismo?

(Continuará)

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2 Comentarios

  1. El truco del objeto escondido es más fácil de lo que parece, incluso alguien sin conocimiento de magia lo puede hacer con un mínimo entrenamiento.

  2. joaquinillo

    El artículo promete pero el autor patina cada vez que pretende hacerse el graciosillo con sus citas de personajes actuales. Me sobran Rosalía, GªPage, Messi y demás. Reflexione, se le puede escapar un tema magnífico por la obsesión de esta revista (salvo Frabetti) por ser graciosos a toda costa. Todavía está a tiempo de arreglarlo.

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