Arte y Letras

La Térmica: un centro cultural descentralizado

La Térmica
Foto: La Térmica.

Este artículo está disponible en la revista Jot Down Places.

¿Recuerdan qué pasaba en el mundo hace una década? Si la respuesta es «no», les entendemos, porque el 2013 fue un año raro, convulso, de contrastes, que nos dejó la sensación de vivir dos años distintos dentro de uno: el de la recesión (que se prolongaba desde el 2008) en el primer semestre, y el de la luz al final del túnel («esta vez sí que sí, de verdad», nos decían) en el segundo. Fue el último año de la crisis, el de los récords históricos de desempleo, el año en el que murió Lou Reed y Venecia se puso seria con el tema de los turistas. Cada vez se hablaba más de esa palabra que, al principio, nos resultaba difícil de pronunciar: gentrificación. Entenderla resultaba sencillo, sobre todo si te había tocado vivir en una de las zonas afectadas en esa tendencia al alza: a grandes rasgos, se trata de una estrategia de mercado en la que los inversores adquieren edificios y locales de barrios periféricos, normalmente en estado de deterioro, para revalorizar el terreno, provocando que los residentes habituales tengan que desplazarse a sitios aún más periféricos y olvidados. Mientras tanto, Málaga veía el nacimiento de un proyecto que apuntaba en dirección contraria. 

2013, el año de los contrastes. Y el de la inauguración de La Térmica.

Pasado presente: año 1

La historia empieza —como toda buena historia— con un regreso y una idea ambiciosa. Salomón Castiel vuelve a Málaga en 2011 para formar parte del área de Cultura de la Diputación de Málaga, dejando atrás su puesto como director de la Mostra de València. La idea surge de la observación. La ciudad está repleta de museos, exposiciones y centros de arte, pero no había un lugar que brindase formación no reglada sobre asuntos culturales. No, al menos, al nivel que lo planteaban Castiel y la Diputación de Málaga tanto en lo que se refiere a la cantidad de cursos y talleres como a la calidad. Todo dentro de un mismo espacio. Un centro. Pero fuera del centro de la ciudad. En la zona oeste. Y esto es importante, porque uno puede ir haciéndose a la idea del espíritu que caracterizó a La Térmica desde sus inicios por dicho afán descentralizador.

El lugar elegido fue un edificio centenario que había visto pasar por sus muros a heridos de guerra, primero, a niños huérfanos, después, y a asociaciones vecinales en los años previos al proyecto actual. Un lugar de cuidados, de acogida y de convivencia. Muy en consonancia con los tres ejes que articulan la idiosincrasia del centro: educación, cultura y sociedad. Dicho así, puede parecer algo vago, demasiado abstracto, utópico incluso. Quizá lo último fuese verdad durante un tiempo hasta que sus intenciones se materializaron en resultados contrastables. El resto de adjetivos, sin embargo, solo podrían aplicársele por desconocimiento de sus bases. 

Desde los comienzos establecieron un modelo de educación en el que profesionales de cada rama de la cultura impartieran cursos regularmente (durante un año académico, aproximadamente). En lo que respecta a la cultura, ponen el foco en lo contemporáneo, y esa es la única acotación que acompaña al concepto. En serio, la única. Ni distinciones entre alta y baja, ni sesgos clasistas, ni preferencias por lo ya consagrado frente a lo nuevo. Todo tiene cabida si es del interés de la ciudadanía, ejercitando una actitud antitética a la de las instituciones de arte clásicas. Es decir, mientras las unas tienden a decidir qué es lo que merece la pena ser exhibido, lo que tenemos que ver, La Térmica observa el entorno, escucha qué debates y peticiones se van gestando alrededor, y busca la manera de desarrollar actividades que desplieguen lo que queremos ver, oír, aprender o dialogar desde diversos puntos de vista. Un ejemplo sencillo en el que se demuestra lo anterior: las salas se transforman de manera camaleónica adaptándose a los requisitos de cada exposición, sin embargo, no encontrarán ustedes ninguna guía sobre cómo deben ser vistas, ni siquiera por medio de estructuras que condicionen nuestro paso. Quien asiste es libre de recorrerlas de izquierda a derecha, o viceversa. De acercarse tanto como quiera a las piezas o de plantarse en mitad de la sala y rotar sobre sí mismo para obtener una panorámica completa. Usted manda. 

Y aquí entra el tercer punto cardinal: la sociedad. ¿En general? Sí, esa es la idea, pero de nuevo en orden inverso a lo que ya por entonces era común, aquello que habíamos hablado de la gentrificación. Partir de lo local y desde ahí proyectarlo, progresivamente, a lo global: barrio, ciudad, provincia, país, mundo. Aunaron esfuerzos con La Fábrica (empresa encargada de llevar a cabo proyectos similares, por ejemplo, Matadero Madrid) para propiciar que los primeros años estuviesen orientados a hacer comunidad, acondicionando salas para el estudio o el coworking; ofrecieron un programa para emprendedores y becas anuales a artistas audiovisuales y plásticos; restauraron el edificio para que tuviese una vida similar en implicación ciudadana a la anterior, pero con mayor alcance, y apostaron por una presencia fuerte en internet para facilitar el acercamiento y el diálogo por todos los medios disponibles.

De esa voluntad integradora entre tradición e innovación, entre lo particular y lo comunitario, nace el emblema del centro cultural contemporáneo, diseñado por Erretrés: el hexágono, el mismo que se repite en las losetas que recorren los pasillos, simplificado, unificado por medio del Pantone Warm Red, el color de la sangre, pero que, al igual que el nombre del centro, «ya no habla de urgencias y socorros sociales y cívicos, sino de pulsos y temperaturas […] a lo que sucede artística, social, cultural, política y científicamente», usando las palabras con las que la agencia de diseño lo define en su página web.

Fue pensado como un proyecto multidisciplinar, transversal, incluso transgresor en comparación con lo que estaba sucediendo en la cultura, tanto en Málaga como a nivel autonómico o nacional. Se hizo manifiesto desde su primera exposición, una declaración de intenciones en toda regla: «Lady Warhol», una serie fotográfica —inédita hasta entonces en España— realizada por Christopher Makos, donde el fotógrafo y el icono pop exploraban la identidad a la par que revisaban aspectos de clase social y de moda. 

La Térmica había venido para agitar la cultura. Y lo consiguieron a base de mantenerse fieles a esa ambición por juntar elementos que, en principio, podían parecer inconexos, de dinamitar prejuicios, de mantener la mirada y los oídos puestos en la sociedad y sus cambios.

Presente futuro: año 10

Nos bajamos del tren, cogemos la línea 7 de autobús y andamos unos pocos metros hasta esa entrada que nos conduce hacia un inmenso y cuidado jardín que podemos imaginarnos en primavera lleno de personas paseando. El día no acompaña. Hace frío y viento. Además, es un jueves laborable, por la mañana. Suponemos que no habrá mucha gente por allí, y pronto nos alegramos al comprobar que suponemos mal.

Nos cruzamos con un chico que se dirige a la sala de coworking, con un grupo de jóvenes que aprovechan el recreo del instituto para tomarse el bocadillo en uno de los salones con vistas al patio, la sala de estudio tiene casi todas las mesas ocupadas, y ya hay visitantes en la exposición «This is my swim lane», de Maria Švarbová. La muestra ya ha congregado a más de ocho mil doscientas personas. Hay silencio, sí, sobre todo alrededor de los lugares dedicados al trabajo y el estudio, y en los tramos de escaleras iluminadas por vidrieras de colores, pero también hay risas en los espacios dispuestos para la convivencia.

Se respira vida por todos los rincones.

«Tenéis que venir en el RED Friday», nos dice Antonio Javier López, el nuevo director de La Térmica —algo que, posteriormente, también nos dirá José Báez, encargado de comunicación—, quien nos recibe apenas una semana después de haberse instalado en su nuevo despacho. El RED Friday es un rastro cultural que se celebra el primer viernes de cada mes, al que el ahora director lleva asistiendo, a título personal y como periodista del diario Sur, durante todas las etapas de su vida. Antonio comenzó a publicar artículos en Sur en 1999 y desde 2021 hasta su nombramiento como director codirigió el Aula de Cultura SUR.

Maldecimos que ciertas virtudes se hayan convertido en tópicos porque ninguna palabra nos parece más justa que ilusión para explicar lo que nos transmite al hablar y enseñarnos las instalaciones. A él le pasa algo parecido cuando se refiere al equipo del centro de cultura contemporánea, y, en cierto modo, se justifica por usar expresiones que puedan sonar gastadas, pero es que, dichas en este contexto, son verdad: «El equipo al que yo me he incorporado ha desplegado una pasión, un entusiasmo y también una manera innovadora a la hora de plantear la gestión cultural que, bueno, los resultados están ahí. Diez años para una institución cultural —como decía la canción— no son apenas nada, pero, en diez años, La Térmica se ha convertido en un agente protagonista no solo en el entorno cercano sino también en el nacional e internacional».

No exagera. Entre la inauguración y la actualidad se han organizado más de mil quinientas actividades, que van desde talleres de robótica para niños a cursos sobre sexualidad para adultos de más de sesenta años, pasando por clases de baile (de todos los estilos que se puedan imaginar: swing, danza contemporánea, voguing o flamenco), de teatro, de origami, de escritura y pintura, o de emprendimiento y marketing digital. Cientos de exposiciones fotográficas, conjuntas o en solitario: sobre la movida, Marisol, Marilyn Manson, Zidane, los orígenes de la cultura urbana en Málaga, la cultura africana con «Ozangé» (la I Bienal de Fotografía Africana), la violencia a la que son sometidos los cuerpos con «Anticorps», de Antoine D’Agata, o una «relectura crítica y actualizada» del trabajo de Robert Doisneau. Conciertos en los jardines, durante el verano, de pop, rock, punk e indie, o de la Orquesta Filarmónica de Málaga interpretando los géneros musicales anteriormente citados, y flamenco, jazz o canciones navideñas. Fiestas para celebrar una noche internacional de ballroom, para pasar la mañana intercambiando ropa y hacerle frente al despilfarro propio de la fast fashion o para homenajear a Chiquito de la Calzada o a Amy Winehouse. Y el festival anual (que quedó en suspenso por la pandemia) Málaga 451: La Noche de los Libros, donde lo mismo podías asistir a una charla con Mircea Cărtărescu que a un concierto de Cupido, pasearte por la intervención realizada por Boa Mistura en el suelo de algunos patios, tomarte una cerveza y hojear ese libro que acababas de adquirir en el estand de una de las editoriales invitadas. Además de las actuaciones y exposiciones itinerantes que se siguen realizando en los edificios de la Diputación a lo largo y ancho de la provincia de Málaga. Y otras tantas iniciativas que surgen de la unión con diversas asociaciones, por ejemplo, con la Comisión Española de Ayuda a los Refugiados, la Alianza Francesa en Málaga, el Centro Dramático Nacional o la Bienalsur.

Más de ochocientas mil personas pueden dar fe de que todo lo enumerado se queda corto.

También pueden comprobarlo ustedes mismos si se dan una vuelta por sus redes sociales, donde encontrarán los catálogos digitales de las muestras anteriores, las conferencias subidas en vídeo e, incluso, con suerte, llegar a tiempo para asistir en streaming a la próxima charla sobre el tema que más les interese: videojuegos, cómics, política, literatura, cine, sexualidad y afectividad, identidades y género, música o crisis medioambiental. O, mejor, podrían acudir presencialmente a los fastos de su décimo aniversario, en los que prometen brindarnos una experiencia cultural donde participen los cinco sentidos. Una nueva oportunidad para comprobar que, efectivamente, la crítica y la reflexión no son incompatibles con lo lúdico. Y que es excesivamente fácil sentirse acogido en ese ecosistema cultural en la zona oeste de Málaga.

Después de explorar cada rincón del edificio y antes de despedirnos, le preguntamos a Antonio Javier López por el itinerario pensado para esta nueva etapa del centro y no nos sorprende en absoluto descubrir que se trata de una combinación que propone continuar con los pies en la tradición y la mirada dirigida a lo contemporáneo:

«Vamos a mantener esa agilidad, esa frescura, que ha tenido La Térmica durante este tiempo, y esa capacidad de reacción ante lo que está pasando. Si hay debate en torno a la sostenibilidad, a las aplicaciones de inteligencia artificial, sobre los nuevos modelos de ciudades, de hacer cultura o los objetivos de la Agenda 2030, entonces, desde la creatividad y la cultura, La Térmica tiene que estar presente también en esos ámbitos.

El equipo de la Térmica ha hecho un esfuerzo titánico por estar presente en una doble visión, tanto desde la presencialidad como de forma telemática, y en esas tenemos que seguir. Queremos ofrecer a la gente que viene físicamente a La Térmica todo lo que tenemos, y a la gente que, por distancia o por distintas circunstancias, no pueda estar aquí conseguir que sienta también el calor de La Térmica».

Enfilamos el pasillo de hexágonos en dirección inversa. Pasamos al lado de los bancos pintados de celeste, rosa y blanco en favor de la visibilidad trans. Miramos hacia la calle, y el viento nos advierte que sigue haciendo el mismo frío que cuando entramos, aunque a nosotros se nos haya olvidado. Pensamos en las últimas palabras del director, en las que hacía referencia al calor que transmite La Térmica. Y sonreímos, porque eso tampoco era una construcción vacía de significado, sino otra verdad expresada con las palabras adecuadas.

Todavía no hemos salido del recinto cuando ya estamos deseando volver.

La Termica 3

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