Ciencias

Tunguska mon amour

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En la foto. El Heartley 2 en una imagen tomada por la Deep Impact. Imagen: NASA / JPL-Caltech / UMD (DP).

De asteroides y hombres

Se presentó, como suelen los de su género, por sorpresa y sin avisar. Se llamaba 2011 MD, es un meteorito gordo y feo y hasta hace nada no sabíamos ni que existía. Hoy sabemos que mide entre 8 y 18 metros, que rozó la Tierra y que a las 15:26 —hora española— pasó a 12000 km sobre el Atlántico sur. Los satélites geoestacionarios, para hacernos una idea, están a una altura de 35000 km.

A usted, como a mí, es probable que le dé bastante igual que el Jet Propulsion Laboratory de la NASA —que se traduce como Laboratorio de Propulsión a Chorro, se lo juro— saliera a la palestra pidiendo tranquilidad y asegurando que el 2011 MD no impactaría; no nos quedamos tranquilos hasta que el pepino cósmico abandonó nuestra atmósfera echando virutas. Porque es un meteorito y los meteoritos es lo que tienen: que dan miedo. Y además a éste en particular le ha faltado el canto de un duro. Mientras tanto, no obstante, mucho me temo que nos corresponderá a usted y a mí actuar como procede socialmente en este tipo de ocasiones; ocultando en todo momento la escarcha en los pezones y observando el evento con punsetiana parsimonia, que para eso semos, como semos, leídos e instruidos ciudadanos impermeables al sensacionalismo. Y estas cosas, además, sólo le pasan a Bruce Willis.

Pero, ¿estamos realmente a salvo?

Elucubremos. Del impacto de un meteorito se suele decir que sería el desastre natural más devastador que podría sufrir la humanidad, pero también el único que podríamos evitar. En noviembre de 2010 la sonda Deep Impact de la NASA visitó el Heartley 2, no su primer sino su segundo cometa; esa misma sonda había visitado cinco años antes el cometa Tempel 1, sobre el que además lanzó un proyectil explosivo de 400 kilos. Con fines científicos, sí; pero también un poco para ver, como quién no quiere la cosa, qué tal le sentaba a la trayectoria del pedrusco.

Muchos otros cometas han sido visitados por naves espaciales, entre ellos el Borrelly, el Grigg-Skjellerup o el Halley, y además en misiones tanto de la NASA y la ESA como soviéticas o japonesas. El próximo 16 de julio, sin ir más lejos, la nave espacial Dawn alcanzará a Vesta, el segundo cuerpo más grande del Cinturón de Asteroides, sobre el que se ejecutará la primera misión a largo plazo sobre un gran asteroide. Estos hitos de la astronáutica, su gran número y su alta tasa de éxito parecen confirmar la tesis de que la humanidad, o al menos muchas de sus naciones, está en condiciones no sólo de aproximarse a un cometa sino también —y aquí es donde la sonda Deep Impact trajo la novedad— de detonar un explosivo sobre él. Consiguiendo así su destrucción o, lo que es más posible, su cambio de trayectoria.

La pregunta, pues, es sencilla: ¿ya estamos a salvo?

No tan deprisa…

Seguro que están al corriente del Evento de Tunguska: un enorme cuerpo celeste, se estima que de 80 m. de diámetro, que en 1908 explotó violentamente en la atmósfera siberiana con una potencia de 30 megatones. Hoy se cree que el bólido era un fragmento del cometa Encke.

Menos prensa tiene el Evento del Mediterráneo Oriental; otro bólido que explotó en la atmósfera, en el año 2002 y sobre el Mediterráneo, entre Libia y Creta. Se estima que era de 10 m. de diámetro y que su detonación equivalió a 26 kilotones —la bombas atómicas liberadas sobre Hiroshima y Nagasaki, por ejemplo, registraron una potencia de 12 y 20 kilotones respectivamente—. Como tampoco del Evento de Vitim –también en Rusia, también en 2002 y también atribuido al núcleo de un cometa– o del Evento de Cando —en Galicia—, de 1994, suceso que tiene en la geológica su explicación más plausible pero sobre el que en absoluto se descarta la posible participación de un asteroide; el cráter producido por la explosión, para hacernos una idea, es de 25 m. de diámetro.

Parece bastante razonable que las autoridades científicas no advirtieran la colisión de un cuerpo celeste con la Tierra en 1908 pero, ¿y en 2002? En esa fecha ya habíamos llegado a Marte, por supuesto a la Luna y habíamos cumplido los principales hitos astronáuticos de nuestra era —las sondas en Venus y Júpiter o la puesta en órbita de la MIR, la ISS o del Telescopio Espacial Hubble, por ejemplo—. ¿Cómo es posible, entonces, que en 2002 pasara inadvertida la llegada de meteoritos de tamañas dimensiones? La respuesta es sencilla; una cosa es la astronáutica y otra bien distinta la observación. De hecho, la vigilancia de los PHOs —Objeto Potencialmente Peligroso o Potentially Hazardous Object y de los NEOs —Objeto Cercano a la Tierra o Near-Earth Object no es ni mucho menos una ciencia tan depurada como pudiera parecer.

Y el problema, muy en sintonía con los tiempos, es de dinero. Los programas dedicados a la detección de objetos potencialmente peligrosos —programas genéricamente denominados de Spaceguard Survey adolecen casi sistemáticamente de falta de fondos. Disponen de las herramientas necesarias para la detección de NEOs y PHOs y también de la matemática necesaria para, una vez detectados, calcular su trayectoria. De lo que muchas veces no disponen, paradójicamente, es de acceso a las instalaciones, de personal o de posibilidad de adquisición de herramientas lo suficientemente sofisticadas. Todo ello, claro está, debido a una deficiente dotación presupuestaria por parte tanto de la financiación pública como de la inversión privada. Y por si fuera poco, ocurre que las dos principales entidades mundiales al respecto —el Nearth-Earth Objetc Program de la NASA y la internacional Spaceguard Foundation no coordinan sus trabajos ni racionalizan sus esfuerzos, compitiendo entre sí más que colaborando y solapando constantemente sus trabajos de investigación.

Así ocurre que mientras nuestras sociedades no dediquen al Spaceguard Survey los mismos esfuerzos y recursos que con tanto denuedo dedica a su desarrollo armamentístico está claro que nuestro problema, no extenso de absurdo, persistirá; dispondremos de las armas para defendernos y de la tecnología necesaria para transportarlas a donde sea necesario, pero sencillamente seremos incapaces de detectar muchas de las amenazas hasta que sean inminentes o simplemente acontezcan. El 31 de marzo de 2007, por ejemplo, el asteroide VV2 2006 rozó la Tierra —pasó a 8,8 veces la distancia con la Luna, una nimiedad astronómica—, y su existencia fue advertida sólo unos días antes de que ocurriera. El VV2 2006 tiene un diámetro de 2 km. y su impacto en la tierra hubiera sido, según los cálculos, de más de 200 kilotones. Lo suficiente como para crear un cráter de decenas de kilómetros de diámetro, devastar por completo Europa y desencadenar un invierno nuclear de años.

Y es que aproximadamente el 25% de los PHOs y NEOs no han sido descubiertos hasta que ya se estaban alejando de la Tierra. También se calcula que de todos los NEOs de más de 1 km. de diámetro sólo conocemos la existencia del 50%. Así las cosas, la estadística sigue siendo nuestra más poderosa arma contra cometas y meteoritos.

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Árboles tumbados por la onda expansiva en Tunguska, 1908. Foto: Cordon.

¿Y podemos fiarnos de la estadística?

El mayor cráter de impacto de la Tierra se descubrió, sorprendentemente, en 2006. Está enterrado bajo kilómetros de hielo en la llamada Tierra de Wilkes, en la Antártida, y tiene más de 500 km. de diámetro. Lo produjo hace 250 millones de años el impacto de un objeto celeste de aproximadamente 50 km. de diámetro y explica la extinción masiva que puso fin al Pérmico e inauguró el Triásico y que fue con mucho la más devastadora de la historia biológica de la Tierra. Tras ella llegaron los dinosaurios, que a su vez se extinguieron por el impacto de otro meteorito de menor tamaño en Yucatán, México, a finales del Cretácico —hace 65 millones de años—. Esto puso fin a la era Mesozoica e inauguró la Terciaria o Cenozoica, de la que nosotros somos sus últimos representantes. El paleontólogo John Sepkoski Jr. emprendió en la década de los ochenta una compilación de fósiles representativos de los últimos 600 millones de años —desde que la vida pluricelular apareció en la Tierra—, descubriendo que en los últimos 250 millones las extinciones masivas responden a un patrón periódico. Ocurren cada, aproximadamente, 26 millones de años.

Poco después, el físico Richard Muller descubrió, a partir de los datos de Sepkoski, que las extinciones más devastadoras de entre todas ellas se inscribían a su vez en un ciclo regular de, aproximadamente, 62 millones de años. Sabemos que las dos últimas grandes colisiones meteóricas o cometarias —la del antártico Cráter de la Tierra de Wilkes y la del Cráter de Chicxulub mexicano— coinciden con las dos últimas extinciones masivas —la del Pérmico-Triásico y la del Cretácico—, y muy pocos son ya los que desvinculan el primer fenómeno del segundo.

Por el registro fósil sabemos que antes de las del Pérmico y la del Cretácico hubo otras grandes extinciones masivas y por la estratificación geológica del iridio —un metal muy escaso en la Tierra pero común en los cuerpos celestes—, que también hubo otros grandes impactos cometarios o meteóricos antes de los de México y la Antártica. Con independencia de si el impacto del asteroide resulta en todos los casos determinante en la extinción biológica –este es un extremo no consensuado por la comunidad científica–, parece estar claro que ambos fenómenos ocurren siguiendo un patrón periódico y que se repiten cada, aproximadamente, 62 millones de años —las extinciones— y 100 millones de años —los impactos—. ¿Coinciden siempre los impactos con las extinciones, o sólo en las dos últimas ocasiones? ¿Por qué estos grandes bólidos caen en la tierra periódicamente? ¿Son siempre puntuales? Nadie lo sabe a ciencia cierta.

Precisamente por esto es la duda, y no una u otra teoría, la que prevalece; ningún acontecimiento astronómico conocido tiene un ciclo coincidente con los 26 o los 62 millones de años. Aunque existen varias hipótesis y dos, en concreto, que suelen ser frecuentemente mentadas en esta discusión pese a no levantar, en ningún caso, grandes consensos. Son la Hipótesis de Némesis y la Hipótesis de Shiva y en ambas juegan un papel determinante los llamados objetos transneptunianos.

Las hipótesis de Némesis, la de Shiva y leyendas varias.

Los objetos transneptunianos son aquellos que, inscribiéndose dentro de nuestro Sistema Solar, se encuentran más allá de la órbita de Neptuno, el último planeta. Son, de más cercano a más lejano, los plutoides —planetas enanos rocosos, los principales son Plutón, Eris, Makemake y Haumea—, seguidos del Cinturón de Kuiper —un disco de grandes cometas que orbitan el Sol desde las 30 a las 100 Unidades Astronómicas, donde una UA equivale a la distancia de la Tierra al Sol— y, después, la Nube de Oort —una nube esférica de cometas que envuelve todo el Sistema Solar a un año luz de distancia, con miles de millones de cometas.

Animación del planetoide Sedna.

La Hipótesis de Némesis fue enunciada en 1984 por Richard A. Muller —que mencionábamos antes—, Piet Hut y Mark Davis y mantiene que nuestra estrella Sol forma parte en realidad de un sistema binario —como el 50% de las estrellas conocidas—. Su pareja sería una estrella virtualmente invisible, por tratarse de una enana marrón remotamente lejana que completaría un ciclo en torno al Sol cada 26 millones de años alterando en cada vuelta la Nube de Oort.

Esto provocaría un enorme desajuste en las órbitas cometarias y todo el Sistema Solar se vería bombardeado por cometas expulsados de su órbita por la estrella gemela —de hipotético nombre Némesis— precisamente cada 26 millones de años. La idea puede parecer peregrina, pero recordemos que todo conocimiento que tenemos del Cinturón de Kuiper o de la Nube de Oort es también meramente hipotético; nadie aún ha conseguido jamás observarlos directamente. Se replica, no obstante, que si bien la aparente invisibilidad de Némesis no implica descartar su existencia sí lo hace el hecho de que la presencia de una estrella tan cercana tendría un sinfín de otras implicaciones orbitales, especialmente en los planetas jovianos de nuestro sistema —los gigantes gaseosos: Jupiter, Saturno, Urano y Neptuno— que, por el contrario, no se presentan.

Hablando de ellos; sí ocurre que la órbita de Neptuno sufre unas misteriosas perturbaciones que nadie ha conseguido explicar si no es por la influencia de alguna otra gran masa. Muchos asimilan esta masa con un planeta hoy desconocido, remoto pero gigantesco, genéricamente denominado Planeta X –donde X representaría la incógnita, en ningún caso el número 10–. Aunque muchos lo han buscado —de hecho Plutón se descubrió buscándolo— nadie nunca lo ha encontrado y a fecha presente se descarta su existencia casi con total certeza. El Planeta X es una leyenda —científica, pero leyenda— que, no obstante, ha encontrado continuidad en varios relatos del milenarismo de escuela mística y en ocasiones ha sido relacionado con el planeta Hercólubus o Planeta Rojo —un fraude sobre un supuesto planeta que se aproximará hasta las 4 UA de la Tierra y desencadenará el apocalipsis.

La Hipótesis de Shiva —dios hindú de la destrucción— fue formulada por Michael Rampino y refiere a la posibilidad de que el Sistema Solar efectúe pasadas por el plano medio de la Galaxia en ciclos de entre 26 y 30 millones de años. Si la Vía Lactea fuera un disco de vinilo, nosotros estaríamos en uno de sus extremos. Sin embargo no estaríamos situados exactamente en el filo del disco, sino que nuestro sol fluctuaría en varios años luz por encima y por debajo de ese filo alternativamente. Cada vez que el sol pasara por la altura del filo atravesaría una zona más densamente poblada y las estrellas adyacentes alterarían las órbitas cometarias de la Nube de Oort; recordemos que si la nube está a un año luz del Sol la estrella más cercana a nosotros, Próxima Centauri, está a tan sólo cuatro años luz.

¿Entonces, qué? ¿Vendrá o no vendrá el meteorito?

El 8 de noviembre del pasado año un cuerpo de 400 m. de diámetro, el 2005 YU55, sobrevoló el norte de África a unos 200000 km. de altura. No obstante el mayor grado de peligrosidad en la escala de Turín lo tiene, con un cuatro, el asteroide Apofis; nos visitará en 2029 y, por si el susto no fuese suficiente, de nuevo en 2036. La idea, en todo caso, es que no impacte, pero de hacerlo desencadenaría una explosión equivalente a la de 40000 bombas atómicas. Un planazo, como ven, para una tarde cualquiera de domingo.

Aun así, el meteorito definitivo ni viene ni se le espera. Ninguno de los NEOs conocidos tiene una trayectoria de impacto con la Tierra en, al menos, un siglo. Eso dice la NASA y nosotros nos lo creemos. Le invitamos a que usted también lo haga porque, en todo caso, tampoco se trata de ser más listos que el médico, y además éste nos está prescribiendo cien años más de sedada tranquilidad.

Todo eso, claro está, si pasamos del lunes.

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9 Comentarios

  1. Pingback: Un gran meteorito ha rozado hoy la Tierra. ¿Estamos realmente a salvo?

  2. Muy bien el artículo ;)

    Y la última frase muy bien puesta, después de tranquilizarnos con lo de los 100 años de salud… :)

  3. Antonio Rodilla

    Ante esto, solo tengo que decir una cosa. Pero como ya se expresó con más elocuencia el exalcalde de Sevilla, dejo sus palabras: http://youtu.be/2tQzraSSFxo

    • Pues no tenía yo conocimiento de esta perla del librepensar, mire usted. La verdad que se me escapa mucho el contexto (me pregunto qué extraña metáfora lleva al alcalde de Sevilla a autodenominarse ‘astronauta’), aunque con la comparación eficiente entre astrónomos y astrólogos me doy por contento. Gracias por el aporte.

    • Una amiga mía cajera de banco me contó que tuvo la siguiente conversación con un individuo:

      – ¿Me dice su oficio por favor?
      – Yo soy astrónomo.
      – ¿¿Astrónomo??(el tipo iba con la camisa abierta y el palillo en la boca)
      – Si si, yo trabajo por mi cuenta.

  4. Me ha encantado. Y, como ya se ha comentado, el párrafo final me ha hecho sonreir, ese «tampoco se trata de ser más listos que el médico» me lo guardo como oro en paño.

  5. Siempre he pensado en el impacto del ingenio terráqueo al meteorito amenazante y que el fragmento más gordo adquiera mas velocidad y acelere directamente hacia la O.N.U. Por ejemplo…

  6. Pingback: Vulcano, Caduceo, Faetón y otras pifias planetarias

Responder a Rubén Díaz Caviedes Cancel

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