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El rey de tallarines

tallarines

Rey de tallarines
C/ San Bernardino 2, Madrid
Teléfono: 915 426 897

Nos han tachado de esnobs, de elitistas, de gafapastas gastronómicos e incluso algún amable lector, evitando rodeos, de imbéciles. Puesto que cualquier intento de rebatir este último adjetivo podría ser utilizado en nuestra contra, me paré a reflexionar cómo hacerlo con los primeros. Una ardua tarea a causa de nuestra condición intelectual tan certeramente expuesta, que al fin desembocó en lo más simple: me voy a comer a un chino. No a un sujeto de dicha nacionalidad, pues su reducido volumen podría dejarme con hambre y sus conocimientos de kung fu con serias secuelas, sino a un restaurante. Esta decisión levantó un alborozo en la redacción comparable al de la presencia de Gallardón en las listas al congreso en el entorno de Esperanza Aguirre, así que uno, ante la perspectiva, no planteó siquiera que el montante colara como dieta. Y más desde que parte del presupuesto se invierte en un equipo de seguridad compuesto por exlegionarios politoxicómanos pero aún operativos que nos protegen desde que un día tuvimos a bien mentar a los heavys en un tono no demasiado amable. Cuál es su función no lo sé, pues la más seria amenaza que la actual cultura heavy puede plantear consiste en que un día te asalte un grupo de melenudos rellenitos y arrojen a tus pies un dado de veinte caras al grito de “¡crítico con mi espada +3!”, para después huir despavoridos si ensayas cualquier gesto que no sea el de estupefacción. Pero supongo que todo lo que genere empleo es positivo.

Para no romper escandalosamente la línea editorial, reunidos de urgencia acordamos dos puntos para que la experiencia deviniera cultural: buscaríamos un restaurante chino de verdad, no una franquicia Gran Muralla de barrio, y llevaríamos bajo el brazo una antología poética de Li Po y Tu Fu, con la esperanza de olvidarlo en algún sitio y dejar de acumular trastos en casa.

De la amplia oferta gastronómica que ofrece Madrid en este tipo de cocina, elegimos uno de los más entrañables: El rey de tallarines.

Golpe en la peque%C3%B1a china
Equipo de Jot Down adentrándose en las profundidades del restaurante. La imagen puede no corresponderse del todo con la realidad.

Adentrarse en el establecimiento y caer sobre tu alma la revelación de que hasta ahora los chinos te han estafado con la imagen de sus restaurantes es todo uno. Aquí la decoración no abunda en rojos y dorados, farolillos con dragones, budas de cartón piedra y gatos que con la zarpa dan pescozones en un ir y venir infinito. Lo que encontramos son paredes de un gresite distribuido a la manera que hubiera ideado Gaudí de ser constructor de piscinas y adicto a la ketamina, mobiliario desparejado, una máquina tragaperras que irónicamente no sufre las acometidas de un ciudadano oriental y a varias familias comiendo y de aspecto, sí, chino. Esta es la piedra de toque de cualquier restaurante que asegure ofrecer cocina internacional: si acuden nativos, es que es auténtico. El hecho de que estos comensales arrojen miradas torvas hace además sospechar que bajo el local exista un entramado de túneles que dirijan a un templo subterráneo en donde el hechicero Lo Pan planea desposar por las bravas a una mujer de ojos verdes para recuperar su juventud, y por un segundo acariciamos la idea de acudir al rescate, pero el hambre nos frena. Además no queremos perdernos uno de los principales espectáculos que ofrece el restaurante: la elaboración de la masa para los tallarines. Un cocinero diminuto pero de músculos hinchados, vestido con chándal y camiseta sin mangas y con la colilla de un cigarro colgando del labio inferior amasa con fuerza el mejunje sobre un mostrador. Levanta, estira, hace cucamonas y florituras en el aire y remata los malabarismos con un fuerte golpe contra el mármol. Con regocijo tomamos asiento pensando que comeremos mientras observamos las evoluciones de un personaje desbloqueable del Tekken.

El diseño y redacción de la carta nos sume en una profunda depresión, y solo hallamos fuerzas para señalar las fotos de lo que deseamos a la camarera. Nos adentramos en la idiosincrasia china con unos dim sums y una ensalda de mango. Enfrentarse a un verdadero dim sum es un momento clave en la vida de un hombre occidental convencido de saber manejarse con los palillos. Uno se siente humillado por las miradas que volvemos a imaginar torvas del resto de comensales. Y digo imaginar porque no hay cristiano que desentrañe los hieráticos gestos orientales. No quiera nadie leer aquí un comentario prejuicioso hacia ciudadanos de una etnia concreta. China es una gran nación poseedora de una sabiduría milenaria que nos ha proporcionado multitud de regalos culturales: El arte de la guerra de Sun Tzu; el taoísmo; los guerreros de terracota de Xian; el flan; una especie de aparato cónico por el que mediante un sencillo mecanismo de rotación podemos homogeneizar los purés; la posibilidad de hincharte a donuts si te asalta la necesidad un domingo a horas intempestivas solo con bajar a uno de sus comercios a comprarlos; y, sobre todo, la introducción —tanto en la cultura como en la vagina de la mujer dispuesta— de las bolas ben wa, artefacto con el que dichas mujeres superan en varios puntos el índice medio de felicidad al llevarlo inserto y gracias al cual, tras la práctica de un regular ejercicio, consiguen expeler desde el citado órgano pelotas de golf a varios metros de distancia con precisión. O dim sums, si se prefiere.

Julie Ordon
«Desde que llevo estas bolas chinas la vida tiene un color más cálido y ha aumentado mi amor propio» parece pensar Julie Ordon en un arrebato de pasional autoestima.

Como no es momento ni lugar para acometer semejante experimento con ellos decidimos continuar porfiando con los palillos, y cuando al fin introduzco uno en mi boca antes de que caiga tengo el veredicto: mediocre, aunque satisfactorio pues cuento con la seguridad de que al menos no me cobrarán, como en Sudestada, un testículo por ello. Consecuente en el afán por salir del restaurante con la virilidad intacta, decido no probar la ensalada de mango. Ya sabemos cómo son estas cosas. Empiezas comiendo ensalada de mango y después no le pones pegas a llevar bolso o depilarte el vello pectoral, y un día terminas ejecutando complicadas y sudorosas coreografías carnales con otros seis individuos en el cuarto oscuro de un bar de ambiente. O incluso comprando un disco de los Smiths. Así que no puedo opinar sobre la ensalada de mango. Supongo que sabría a mango, sea cual sea el sabor de ese inquietante producto de la tierra. Consultad a Morrissey al respecto. Mientras trato de explicar mis razones, nos interrumpe un golpe estrepitoso. El cocinero sigue con la masa. Antes de que podamos decidir si el espectáculo comienza a resultar molesto nos traen nuevos platos. Es este un detalle que sí entronca con la larga tradición del chino de barrio: los camareros te agobian depositando comida antes de que puedas haber terciado siquiera la que ya tenías. Ahora nos encontramos frente a un pato laqueado que hubiera resultado excelente de no estar más duro que los pies de Cristo y de no haber incluido como guarnición un objeto de aspecto verde y sano que podría ser lechuga; y a una ternera con curry rojo francamente agresiva. Por entrenado que se encuentre un paladar frente al picante, la verdadera cocina oriental supone un desafío. Un desafío delicioso, a pesar del minuto de silencio que habremos de guardar por nuestra flora intestinal cuando esa sustancia irrumpa en su hábitat. Dispuesto a inmolarme en curry, devoro extasiado la ternera con lágrimas en los ojos, tanto por la fiesta ardiente en el paladar como por los tiernos sentimientos que despierta el imaginar a la mentada flora como las estatuas calcinadas de los habitantes de Pompeya tras el desastre.

Cualquier persona más o menos normal y educada por el amor de una familia hubiera parado aquí. Pero ni soy normal ni mi familia me quiere, como cualquiera que haya tenido la paciencia de leer hasta aquí habrá podido inferir, y en Jot Down entendemos la crónica, gastronómica o no, como un descenso al abismo de las últimas consecuencias: estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud por los lectores, e incluso a renovar el vestuario en la planta de Tallas Grandes. Por no decir que durante las primeras ingestas llegué a convicción de que en la cocina estaban dudando de nuestra capacidad en el arte de trasegar y a mí no me toman por el pito del sereno. Así llega el momento de solicitar la especialidad: tallarines. Dos platos. Y entonces la baraúnda que nuestro amigo de la masa está organizando se torna ya insoportable. Castiga la encimera una y otra vez. Y es en ese momento en el que atisbo la realidad de ese ritual: está marcando su territorio. No es posible un ejercicio de tal envergadura con el mero objeto de preparar unos tallarines. El chino está diciendo con su amasado “aquí estamos yo y mis cojones, y te voy a amargar la comida porque es mi restaurante y hago con él lo quiero”. Y qué puede hacer una persona ante este desafío, pregúntome a mí mismo ya que nadie me presta atención cuando lo hago en voz alta. Una persona no lo sé, pero un gorila macho de lomo plateado no se quedaría plantado en su mesa como una rata pusilánime. No resta otra línea de acción que recoger el guante, situarme frente a él y extraerme el pene de la bragueta con un rápido movimiento para atizar con una violencia superior su enharinada encimera.

David Foster Wallace
David Foster Wallace, la clase de persona que jamás habría rematado su intervención en un programa radiofónico preguntando al locutor que si puede saludar. Julie Ordon tampoco.

Lo que pudiera haber sido una batalla épica finalizó pronto, pues al primer golpe temblaron los cimientos, y en un momento de lucidez llegué a maliciar que ante un derrumbe en pleno centro de Madrid acudieran las cámaras de España Directo o programa similar. Y quizá un hombre puede enfrentarse a otro que sacude un pedazo de mármol con una amalgama de harina y agua usando como remedo la representación física de dicho concepto (hombre), pero no a sus más profundos terrores. No a sí mismo. A conocerse y descubrir al fin qué tipo de persona es. Porque gracias a las enrevesadas tramas morales llenas de matices en gris de hitos de la cultura y el pensamiento como son The Wire o Juego de tronos, hoy sabemos la dicotomía bien-mal no existe. Hay que buscar una nueva ética. Lo que divide en verdad a la raza humana es su actitud frente a una cámara de televisión que nos asalte por sorpresa o ante un locutor de radio al que hemos llamado para opinar sobre algo o recibir un cochambroso premio por acertar el nombre de la canción: están los que preguntan “¿puedo saludar?” y los que no. Siempre he pensado que la ausencia de ese rasgo en la personalidad nos sitúa en el campo de la gente sensanta, honesta, merecedora de respeto y quizá incluso aprecio o lo que surja, según el roce. Podemos destilar la esencia última de una persona imaginando si preguntaría «¿puedo saludar?» Sergio Ramos, los dos sujetos de Andy y Lucas sea quien sea uno u otro, Pepiño Blanco, Ana Botella, José Antonio Camacho… sin lugar a dudas están en ese ajo. Y no deseo saber si yo lo estoy.

Sumidos en esta trabajosa reflexión que sin duda en un futuro estudiarán en las facultades de psicología —pero no por la teoría, sino por el autor— ponemos el automático y devoramos los tallarines que se enfriaban en la mesa durante este interludio. Aquí sí, el restaurante cumple más que con creces. Una delicia que jamás hemos experimentado en ningún otro sitio, al menos en forma de largas tiras de pasta. Y como no queremos contaminar el recuerdo de tantas aventuras vividas, decidimos no amargarnos la vida solicitando alguno de los postres de aspecto inmundo que nos ofrece la tradición china. Aquí tenemos la cuenta: un montante equivalente al de cualquier restaurante chino falso. Hemos comido tallarines como reyes a un precio ridículo, y así os lo hemos contado. Satisfechos por la certeza de habernos desembarazado de la pátina de esnobismo que nos asfixiaba, y mucho más cómodos en esta de retrasados que después de esta aventura nos adorna de forma definitva, salimos en busca de un Starbucks en el que poder comprar un muffin u otro postre cristiano y de bien, decididos a llevar esta nueva línea de investigación cultural más allá y pensando en la próxima parada de nuestras crónicas: los más inquietantes bares del clásico polígono industrial.

 

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31 Comentarios

  1. La puta vida QUÉ RISA

  2. Totalmente de acuerdo con Dr Fibes. Y yo en la oficina, que tiene más mérito…

  3. Partido de risa me tenéis. Ni Hunter S. thompson se habría cascado una crónica culinaria tan buena y delirante :)

    Bravo

  4. No había oído hablar jamás de este restaurante, pero si alguna vez voy quiero ir con Ricardo.

    • Tenemos planeado acudir a comer callos a un tasca infecta cercana al Calderón y podríamos convocar a los lectores.

      • No hay huevos…

        • Os convocamos a todos en el Paseo de los Melancólicos, lindando con M 30, el próximo Día de la Victoria. Sobre las 20:30. Nos reconoceréis porque llevaremos un clavel en la solapa, y porque no iremos.

          Y porque en caso de ir nos largaremos sin pagar.

          Llevad sal de frutas.

  5. Lo leí ayer y todavia me dan ataques de risa cuando me acuerdo de lo de las bolas. Tenía que decirlo, por cierto ¿puedo saludar?

  6. Yolanda Gándara

    En la escala del glamour hay muchos escalones por bajar.

    ¡Podemos!

  7. Glorioso. Propongo relatar la experiencia de un bocata de calamares en Brillante a las 6 de la mañana.

    Aprovecho también para saludar a mi madre y a mi Puri, que me estará leyendo. (Paso de preguntar si puedo, con dos cojones)

  8. Enormérrimo, a ver si os prodigáis así!

  9. Deberíais intentar, y lo digo como sugerencia y desde el mas absoluto respeto, colocar algún tipo de advertencia en la cabecera de determinados artículos, tal que: NO LEER EN EL TRABAJO, o algo parecido, cabrones.

  10. Simplemente grandioso. No me importa nada de lo que estás contando, pero me encanta como está escrito, gracias por las risas.

  11. Fantástico. Y, como dicen por las redes sociales, lol.

  12. canyaman

    XDDDDDDD pero que es esto??

  13. Tronchante, la experiencia en un bar poligonero puede ser épica.

  14. Néstor Henríquez Gañán

    Llevo dos días enganchado al Tekken pero no logro desbloquear al «chino y sus cojones»…seguiré intentándolo, merece la pena.

  15. Agradecido y emocionado a todos.

    Néstor: para desbloquear al chino, debes jugar en modo on line, escoger al oso panda, y vencer con él utilizando solo el botón del triángulo y siempre con perfect cien combates seguidos contra niños de trece años que se pasan no menos de ocho diarias dándole a la consola. Además de todo esto, también es preciso que superes la tentación, al enfrentarte contra Ling Xiaoyu, de darle al pause cuando te atice una patada alta con la esperanza de verle las braguitas bajo la falda.

    Es posible que con todo esto tampoco logres desbloquear al chino, pero tendrás en tu historial una hazaña que contar a los nietos.

  16. Genial y divertidísimo relato, pero pero he estado varias veces en ese restaurante y nunca he visto todo eso. De todas formas os recomiendo el restaurante de los bajos de pza. de España. De los chinos de madrid es el mas representativo.

    • El espéctaculo de los malabares con la masa tiene horario de pases, como la casa del terror en el parque de atracciones. A la hora de comer, entre 13:00 y 14:00, creo.
      Por otra parte, conocemos el Submundo de Plaza de España, sí, pero por la estética del local y su ubicación uno se siente ahí como en uno de los puestos de Blade Runner, y cuando escribí esto todavía hacía demasiado calor como para ir con la gabardina de Deckard puesta.

  17. Tuve la fortuna de ser seleccionado en un curso de «Introducción al chino mandarín», de esos que amablemente nos pagan los Europeos con los fondos de nosequé.
    Además de aprender (algo) de chino, ver videos de dibujos animados que ni se veian ni se entendían, la profesora (nativa de alguna parte de la milenaria 中) tuvo la amabilidad de llevarnos a cenar el último día a un restaurante «donde van los chinosde verdad».

    Por supuesto, el restaurante estaba en Usera; amigos, la Little China de Madrid está en ese antaño tradicional barrio y, alguno de los platos que probé aquella noche, estoy convencido que dejaban mujer e hijos.

    Dejaros de tonterías alrededor de Plaza de España, lo interesante está en Usera

    • mmm interesante! :)
      no ví tu mensaje antes de mandar el mío, aún así deberías probar por donde digo, a mí me sorprendió muy mucho!

  18. Buena crónica, mala elección de ‘restaurante chino de verdad’. Eso sí, si queríais tallarines aceptables, habéis acertado (aún no se cómo lo habéis hecho… «¡es una bruja!»). Si queréis verdadera acción culinaria oriental, con su carta de 280000 platos con su casi corrosiva sopa de anguila, con sus visceras y animales mitológicos preparadas de 3 maneras diferentes, con sus auténticos ‘huevos de té’, y sus algas como postre… sólo hay que ir un poquito más allá: calle de Isabel La Católica, entre Leganitos y Gran Vía. Hay dos restaurantes de nombre **»$·%&%&!, yo sólo he probado uno… tres veces. :)
    El único sitio donde la camarera me ha dicho varias veces ‘eso no te va a gustar’, y los vecinos de mesa orientales nos han ofrecido probar lo que habían pedido. Creo que es también es el lugar en cuyas mazmorras se torturan doncellas.

    • Gracias por la recomendación, lo tendremos en cuenta. Aunque la crónica igual valdría para el que mencionas cambiando un par conceptos, pensándolo bien. Y si vamos sustituyendo tallarines por una serie de cosas, también podría servir para hablar de callos, gastrotapas, la expo de Edward Hopper o una despedida de soltera en el Valle de los Caídos.

  19. Qué divertido!!! Pero qué os fumasteis para escribir esto???

  20. dgpastor

    Hay un sitio mítico de lo que fue el polígono de Fuencarral: El Dolan (c/Llodio, 2). Se anuncian como de Barrio Chamartín pero vais y nos lo contais. Hubo una época en la que ese polígono era iluminado gracias a la generosidad de Movistar, que tenía oficinas con luminoso. Luego fue lo de Las Tablas y el éxodo y tengo verdadera curiosidad por saber qué fue del Dolan. (Nota: yo no habitual porque a aquellas oficinas iba de visita, pero no lo he olvidado). Eso sí, no os asusteis. Era un polígono de clase media “en Chamartín”. Lo que viene a ser el barrio de Begoña.

  21. ni soy normal ni mi familia me quiere xDDDD

  22. Pingback: Hoy es el futuro I: Los buffet libre chinos

  23. Una vez hago un pedido de comida china por teléfono cegado por el hambre, y a los diez minutos de reloj me aparece un chino escuálido de unos 50 años que hablaba como toro sentado, con un cubo de arroz tres delicias en una mano y una camisa blanca en una bolsa en la otra. Me dice que me coma rápido el arroz y que «ir a tlabajar», casi a empujones. Yo no tenía forma de comunicarme con él para que me explicara que era lo que quería.
    Imaginaros la situación, después de tener que deshacerme de él casi a hostia limpia y quedarme si cena, caigo en la cuenta de que en cierta ocasión, puede que dos años antes, llamé a ese mismo restaurante en respuesta a una demanda de camarero para trabajar en fin de semana. Por lo visto se le habían cruzado los datos no sé como y casualmente ese día estaría falto de personal.
    «Tú vago, tú no querer trabajar». Imaginaros el panorama.

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