Cine y TV

Gaspar Noé, la mordida del cascabel

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Cuando una pareja de serpientes se aparea, sus cuerpos se enredan en un baile infinito. Resulta un espectáculo hipnótico observar a dos cascabeles haciendo tintinear con fuerza sus colas que anteriormente han pasado por un lento proceso de crecimiento, esto es, tras cada muda de piel crece un nuevo segmento. Así hasta que el sonido se convierte en un desafío estremecedor, una suerte de belleza fatal pero también artística. Antes de consumar la penetración, el macho sujeta con sus pequeños dientes la cabeza de la hembra obligándola a presenciar todo el proceso sin capacidad de decisión. Nada que ver con el amante que acaricia el pelo en el atardecer mortecino.

El realizador que nos ocupa ha saltado a la palestra por la crudeza de sus relatos que, si bien es cierto que a veces vienen marcados por un mensaje excesivamente vacío y pueril, encierran en sí mismos una filosofía de la nada pretendidamente violenta, un estudio exhaustivo de la venganza aplicada a las relaciones humanas enfermizas.

Gaspar Noé no es un cineasta de términos medios. Él mismo es consciente de ello pero nunca le ha importado recoger los aspectos más desagradables de la sociedad y presentarlos bajo una realización técnica vanguardista e impecable que obliga al espectador a salir conmocionado de la sala. Conmocionado es decir poco, uno observa los créditos finales con la sensación de haber sido golpeado repetidas veces sin poder defenderse, sin poder apartar la vista, sin ser capaz de alejarse del aterrador sonido del cascabel.

La carrera de este argentino apadrinado por Francia empezó con el mediometraje Carne (1991). Philippe Nahon hacía las veces de un carnicero desesperado cuya vida toma un giro imprevisto que le obliga a reinventarse de nuevo. Sin embargo, mientras otro director propondría un viaje catártico que impulsase la redención del protagonista, Noé no deja lugar a la esperanza. La oscuridad es el leit motiv del realizador y nos guía a través de un camino que recorre lo más sórdido de la sociedad francesa. Así, la estremecedora voz en off sirve como desdichado monólogo interior y nos adentra en una de las constantes de su cine, a saber, los personajes no tienen salida posible, dependen de la casualidad y vienen marcados por un determinismo casi absoluto que nada tiene que ver con la religión ni ningún tipo de espiritualidad. Y es ahí donde el francés entronca con Haneke, otro de los directores más salvajes de la época. Un realizador capaz de ofrecernos un asesinato familiar a sangre fría y obligarnos a presenciarlo durante más de dos minutos para que simplemente seamos cómplices de la atrocidad que asola al universo. De nuevo la obligación de observar, aunque en el caso del austríaco invita a la reflexión mientras que el argentino tiene como único objetivo mostrarlo. O lo que es lo mismo, Noé resulta instintivo y animal, como la serpiente de cascabel, mientras que Haneke se ofrece como una vertiente serena que encuentra en la violencia una forma de expresar las contradicciones e incoherencias de la especie humana.

Carne fue la primera aproximación del argentino al festival de Cannes. Obtuvo el Premio Joven del festival, lo cual le permitió poner en marcha su segunda obra, que no es otra cosa que la secuela de su primer largometraje. Noé ya se había hecho un nombre en la escena francesa y eso le sirvió para que el Ministerio de Cultura le propusiese realizar un corto que tenía como tema las relaciones sexuales seguras. El resultado fue Sodomites (1998), una especie de orgía sadomasoquista que sorprende por su contenido explícito, casi rayano en lo pornográfico, y le valió una subvención con la que pudo llevar a cabo su segundo proyecto.

Solo contra todos (1998) supone un paso adelante en el estilo noeniano. Introduce una serie de carteles con mensajes relacionados con la muerte, la vida y sobretodo la moral que hacen al espectador partícipe de la experiencia. Aseveraciones como La muerte no abre ninguna puerta o Vivir es un acto egoísta se intercalan entre las vicisitudes del carnicero que en esta ocasión ha abandonado su nuevo hogar y tan solo cuenta con una pistola y tres balas en la recámara. Otro recurso estilístico muy particular es una especie de disparo acompañado de un movimiento brusco de cámara que enfatiza ciertos diálogos y despierta al asistente de su letargo. La moral, o la falta de ella, se postula como fin último del largometraje.

La temática en este caso destaca también por el racismo exacerbado del protagonista contra el mundo árabe. Noé trata de mostrarlo como un paradigma de la situación francesa, una crítica a la sociedad que explica de esta forma en una entrevista concedida en lajerga.com: “El hecho de estar en un país [Francia] que considera a los europeos como ciudadanos de primera clase y a los no-europeos como ciudadanos de segunda clase me ponía de mal humor. Es como si estuviesen humillando a tu familia. Así que te pones de mal humor, y la venganza es un derecho del hombre. Cuando un país se pone xenófobo tú también te pones xenófobo contra el país en el cual estás.”

Poco antes de los quince últimos minutos de la película, los más duros del metraje además de una escena relacionada con el embarazo (un tema recurrente en el cine del argentino que en todas sus obras utiliza el túnel como símbolo de la concepción), vuelve a avisar con un mensaje claro: “Tienes quince segundos para abandonar la proyección del film”. Y no sabes qué hacer. Quizá hayas visto suficiente, o quizá seas lo suficientemente morboso-curioso-indiscreto como para apartar los sentidos del estallido espeluznante del cascabel. Eso sí, no se puede decir que Noé no avise de que lo que se va a proyectar es arriesgado y explícito, sí, pero también una de las propuestas más valientes que han desfilado por las salas de cine en los últimos años.

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No obstante, es en Irreversible donde la carrera de Gaspar Noé alcanza su cima. Estrenada en Cannes, con un guión de solo tres páginas basado en una idea que el propio director y Vincent Cassel tuvieron una noche, un presupuesto ajustado y un tiempo de rodaje reducido, supone el ejercicio cinematográfico más transgresor de la última década. Y será recordada por la escena de la violación de Monica Bellucci a cámara fija o el asesinato macabro con un extintor como arma, pero encierra mucho más que eso. “El tiempo lo destruye todo”, asevera Philippe Nahon en los primeros minutos de metraje. Y de nuevo el azar y la imposibilidad de deshacer los actos se erigen como motivos principales del existencialismo absoluto que abraza el argentino en su obra. Es tan agradable como beberse un bidón de gasolina, pero es inolvidable. Los planos aberrantes y la música de discoteca presentes en la primera mitad de la película contrastan con el lirismo cotidiano de su desenlace. Fue un inesperado éxito comercial que permitió a su director situarse en la escena como el cineasta punk por excelencia, una suerte de estrella del rock que en sus apariciones ante la prensa se mostraba tranquilo pero confiado, escondido tras su largo bigote mexicano.

Siete años han tenido que pasar para poder ver su última obra. Entre medias, un par de cortos. Uno enmarcado en la lucha contra el SIDA, el otro una vez más de corte pornográfico. Nada comparado con la fascinante, incomprendida, tediosa en algunos tramos pero complejísima Enter the Void (2009). Empezó a escribir el guión quince años atrás, y siempre se ha topado con problemas de presupuesto. Es una historia sencilla, un traficante que muere pero quiere acompañar a su hermana, a la que le une un pacto de sangre. Inspirado por Tron, y con 2001: Odisea en el Espacio como aspiración inalcanzable, en este caso, la parte narrativa no tiene tanto peso como los aspectos técnicos, solventados de forma casi increíble.

Las drogas también juegan un papel destacado. El mismo Noé reconoce haber experimentado con diferentes sustancias durante su juventud y Enter the Void resulta, en sus propias palabras, “un viaje de ácido legal”. Las sensaciones están realmente logradas y aparecen cuestiones tan fundamentales como la vida tras la muerte y la reencarnación. El libro tibetano de los muertos se utiliza como manual para comenzar una travesía extracorporal que supone el largometraje más suave del realizador argentino, o lo que es lo mismo, la madurez plasmada en el celuloide. Él mismo lo reconoce en la revista Vice: “A ver, yo antes estaba bastante zumbado, pero luego reconsideré mis propios patrones. La verdad es que no puedes hacer en serio una película si vas totalmente drogado; necesitas estar concentrado al máximo. Si omitimos el alcohol, me he mantenido bastante limpio últimamente”.

Con todo, la película ha resultado ser un fracaso descomunal en taquilla. Costó unos 17 millones de euros y no ha llegado al millón recaudado. No hay duda de que ciertas escenas provocan que sea difícil de programar en las salas, y en algunos países va acompañada de una fuerte censura. En España no ha sido estrenada y no parece que haya planes de hacerlo. Partiendo de esa premisa, es difícil que un film de corte experimental consiga hacerse un hueco entre los estrenos más destacados. El descalabro de Noé nos hace preguntarnos si volverán a confiar en él para dirigir. Parece que su mayor problema nunca ha sido contentar a los productores, se ha conformado con actuar con libertad, tratando de desmenuzar sus obsesiones en cada película. Tiene ideas. No volveremos a ver al carnicero, es posible que ni la Bellucci ni su marido aparezcan de nuevo en ningún largo del argentino y la psicodelia del Void es excesivamente costosa como para continuar por esa línea. Su proyecto va encaminado al erotismo, el tiempo le ha ablandado el alma y tranquilizado la conciencia según comenta en Vice: “Tengo unas quince páginas de guión. Tal vez debería releerlas, porque la vida de uno cambia y nuevas ideas van surgiendo. Puede que con el tiempo me esté volviendo más sentimental. Va a ser una película erótica muy sentimental”. Lo cierto es que a pesar de todo nunca resulta sencillo deshacerse de la espeluznante mordida del cascabel.

 

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5 Comentarios

  1. No conozco cine más hueco que el de este señor o el de Haneke, unos personajes que sienten una fascinación enfermiza por la violencia. Ellos lo negarán claro, es lo que tiene ser de izquierdas, que puedes negar la evidencia y además llamar tonto o retrógrado o facha o lo que sea a quien te ponga delante de un espejo.

    Lo de las coartadas intelectuales se lo pueden ahorrar. ¿Alguien recuerda alguna escena del cine de estos señores que no tenga que ver con un arranque de violencia sádica? Y lo de que no encuentre financiación para sus películas no es porque sea un héroe perseguido por la censura. Es porque sus películas no le interesan a nadie.

    • vitusganz

      Sin acritud amigo, pero menuda tonteria.

      Lo primero de todo, ¿qué tendrá que ver que sean, o no, de izquierdas? Me parece que tu comentario viene infundido por un juicio, cuanto menos, enormemente subjetivo.

      Ya no hablo de Noe, porque puede ser debatible, pero considerar el cine de Haneke como hueco, me parece bastante absurdo, y cuanto menos un acto de ignorancia.

      Si eso, no habrá muchos cineastas que hagan películas de mayor complejidad implícita, de mayor análisis de la psique humana, como hace Haneke.

      Desgraciadamente, la violencia es parte de la vida, y como tal, estos dos cineastas la estudian y hacen uso de ella en sus peliculas. Y hacen uso de ella de dos formas radicalmente opuestas, estilísicamente y en cuanto a concepción fílmica.

      Que digas de Noe, lo puedo llegar a entender, pero ¿Haneke?. Si lo que menos interesa en sus películas es la violencia. ¿Cuántas escenas de violencia sádica recuerdas en sus films? Haneke estudia esa violencia, juega con ella, analiza el comportamiento humano (Funny Games), analiza las obsesiones enfermizas (Caché, La pianista), y en ningún momento muestra violencia gratuita.

      Me parece perfecto que el cine de Haneke no te guste, puedo entender que lo degrades por mil y una cosas, pero de hueco? Uno de los directores que hace un cine más complejo en Europa.

      • Quizás tienes razón en que lo he expresado mal. No sé si Noé o Haneke han declarado públicamente si son de izquierdas o de derechas. Imagino que renegarán de las etiquetas, como todo gran «autor», aunque se les ve el plumero a distancia. Quizá sea un acto reflejo, pero clasifico en la izquierda automáticamente a alguien que dice: “El hecho de estar en un país [Francia] que considera a los europeos como ciudadanos de primera clase y a los no-europeos como ciudadanos de segunda clase me ponía de mal humor. Es como si estuviesen humillando a tu familia. Así que te pones de mal humor, y la venganza es un derecho del hombre. Cuando un país se pone xenófobo tú también te pones xenófobo contra el país en el cual estás.”

        En cualquier caso, me da igual si son de izquierdas o derechas siempre que demuestren talento y/o inteligencia, pero creo que no es el caso. Hay muchos directores de izquierdas que me gustan, así que ese no es el problema.

        En lo que respecta a Haneke te digo porqué me parece un cineasta hueco, aunque reconozco que hace tiempo que vi sus películas y ya no las recuerdo excesivamente bien. Además no tengo la más mínima intención de volver a verlas.

        Para empezar creo que disfraza el vacío de su discurso con recursos estéticos que los progres asocian instintivamente con el cine de calidad, como puede ser el ritmo superlento y los planos secuencia (Caché) o copiando la estética de algún gran maestro como Bergman o Dreyer (La cinta blanca). De este modo consigue que sus películas «parezcan» buenas sin tener que justificar mucho más. Una vez que consigue dormir incluso a las vacas con su plomizo ritmo narrativo, de repente te mete una escena violenta y claro, flipas. Vamos, tan sútil como despertar a alguien de un tortazo.

        En cuanto a su discurso, como te digo, hace tiempo que vi sus películas (no todas), pero creo recordar lo siguiente:
        -En «Funny Games», ¿cuál era el mensaje? ¿que la violencia se banaliza si aparece constantemente en la cultura popular? Pues qué quieres que te diga, yo distingo la violencia real y la de ficción desde que tengo uso de razón. Y si haces una película gratuitamente violenta (ya sé, violencia psicológica, no explícita) no me cuentes que es para denunciar la propia violencia.
        -«La pianista» es la que peor recuerdo. ¿De qué iba? ¿De una profesora de música que está fatal de la cabeza? Y supongo que debo creer que todos los burgueses son igual de degenerados, ¿no?
        -Tampoco recuerdo bien la temática de «Caché». Era algo así como la burguesía tiene la culpa de que los inmigrantes lo pasen mal, ¿no? Lo que sí recuerdo son sus infinitos planos secuencia sin justificación alguna y la escena en la que el inmigrante se suicida, que por supuesto me hizo botar del sillón.
        -Por último «La cinta blanca». Esta se lleva la palma porque lleva al paroxismo su estilo. Aquí nos iba a explicar los orígenes del fascismo, según él mismo dijo. Luego resulta que nos cuenta la historia de un pequeño pueblo protestante en el que la mitad de sus habitantes están perturbados. ¿Esa es la explicación de la aparición del fascismo? ¿Que la gente es mala por naturaleza? Pues vale…

        Es mi opinión, por supuesto, pero creo que esta gente no aporta nada ni a la cultura ni a la sociedad, sino es para empobrecerla todavía más.

      • Felipe, el problema radica en que te quedas con lo explícito, no con lo implícito. Pensar que las películas de Haneke no hay nada más que una sucesión de hechos e imágenes es caer en un gran error.

        Si has visto Funny Games piensa en la secuencia del mando a distancia.

  2. «Enter the void» me pareció una maravilla cuando la vi en el festival de Sitges de hace un par de años… Especialmente la primera hora o así, antes de que se vaya demasiado por las ramas en lugar de terminar con la misma contundencia con que empieza.

    Ah, y «Sodomites» lo encontré especialmente gracioso, pero reconozco que tengo un sentido del humor un poco raro.

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