Cine y TV

Radiografía de un fotograma: las lágrimas de Charlton Heston

Charlton Heston y EG Robinson

Las calles están repletas de indigentes. Toda la ciudad está repleta de indigentes. El agente de policía Andy Rusch entra en el edificio, esquiva cuidadosamente a los desarrapados que duermen en las escaleras y entra en su apartamento, una modesta vivienda que comparte con el anciano Sol, un ingeniero jubilado que pasa todo su tiempo recordando con nostalgia épocas mejores. Rusch trae un paquete, lo coloca sobre la mesa, lo abre y despliega lo que contiene: diversos comestibles que son un lujo inalcanzable para la mayor parte de la población (mantequilla, café…) y que el policía ha conseguido de manera excepcional gracias a la investigación de un asesinato en el atrincherado barrio rico de la ciudad, a donde ha tenido acceso momentáneo sólo por su condición de agente de la ley. Sol contempla con asombro aquellos tesoros, delicias que probablemente no creía poder volver a probar nunca. Pero el agente guarda una sorpresa final: despliega un último papel y en su interior… hay carne. Un filete de verdad. Algo que Sol no había visto en muchísimos años. Abrumado por la emoción, el viejo se echa a llorar.

En 1966, el escritor norteamericano Harry Harrison publicó la novela Make room! Make room! (en España fue editada como ¡Hagan sitio! ¡hagan sitio!), en la que describía una Nueva York hacinada y tercermundista, producto del imparable proceso de superpoblación del planeta. El argumento policíaco de base, la resolución de un inexplicable crimen en casa de un potentado, era una simple excusa para mostrar un mundo sumido de lleno en una pesadilla malthusiana, donde la escasez de alimentos despierta los más bajos instintos entre los ciudadanos. Un estado policial se encarga de que haya suficiente comida y agua como para mantener a tan elevada población, pero no la suficiente como para evitar que la sociedad neoyorquina se convierta en una inmensa selva donde prima la ley del más fuerte. Harrison trazaba un crudo retrato de las desigualdades sociales que tenía lugar en un futuro ficticio (1999) pero que evidentemente podría aplicarse a muchos lugares del mundo actual, entonces y ahora.

Hollywood se fijó en el argumento, muy susceptible de ser adaptado a la pantalla con resultados impactantes, y la novela fue convertida en película por el director Richard Fleischer, a la mayor gloria del icono taquillero Charlton Heston. Aaunque el propio Harry Harrison no pudo intervenir en el guión y se mostró después algo descontento con el resultado —le pareció que sólo se reflejaba el espíritu de la novela a medias— el film, titulado Soylent Green, (en España fue estrenado como Cuando el destino nos alcance) tiene momentos interesantes e incluso algunas secuencias con una enorme fuerza.

Probablemente, la secuencia más inolvidable es aquella en que el anciano Sol, cansado de vivir en un mundo desgastado por la sobreexplotación de recursos y el hacinamiento de los maltratados ciudadanos, recurre a un servicio de eutanasia voluntaria. Se trata de una empresa que proporciona una “muerte dulce” a quienes desean terminar con su miserable existencia: el paciente se tiende en un diván, elige qué música desea escuchar y qué tipo de imágenes desea ver proyectadas ante él, y después se le suministran drogas que terminan tranquilamente con su vida, mientras se deleita con la experiencia audiovisual. La escena es de por sí muy poderosa —nadie que haya visto la película olvida nunca ese momento—, pero detrás de su rodaje hay una historia más emocionante si cabe, un secreto entre los dos actores protagonistas.

El personaje de Sol era interpretado por el legendario Edward G. Robinson, que por entonces contaba setenta y nueve años. El actor había ocultado a todo el equipo que padecía un cáncer terminal y que los médicos le habían dado semanas de vida. Durante toda la filmación hizo su trabajo con normalidad y nadie sospechó su condición; ni siquiera Charlton Heston, de quien era amigo personal desde hacía bastantes años. Pero la secuencia de la muerte de su personaje era, precisamente, una de las últimas que Robinson debía filmar. Antes de rodarla, el viejo actor apartó a Heston y mantuvo una conversación privada con él. Le anunció cuál era su condición, y que su muerte era inminente, con lo que el estado de ánimo de Heston se vino abajo al instante. Pero eso era precisamente lo que su anciano amigo deseaba: darle la oportunidad de ofrecer un momento único en la pantalla, y así sacar algo artísticamente aprovechable de su propia muerte. Robinson le pidió que mantuviese el secreto, y en esas condiciones se dirigieron a filmar la secuencia.

El equipo de rodaje quedó impactado por la extraña fuerza que ambos actores estaban desplegando en aquella escena. Edward G. Robinson parecía estar ya mirando al otro mundo, exactamente como el personaje que interpretaba. Pero todos le tenían por un gran actor, y nadie vio en ello más que el producto especialmente afortunado de su talento. Lo más llamativo para todos, en realidad, fue la inesperada facilidad con la que Heston, conocido por ser un icono de acción con más bien poca flexibilidad interpretativa, conseguía expresar la tristeza que requería el momento.

La escena tiene lugar en la estancia donde Sol se enfrenta a su eutanasia voluntaria. Mientras está preparándose para morir, habla con Rusch a través de un interfono: el policía no puede detener el proceso ni legal ni técnicamente y se ve obligado a seguir la muerte de su amigo a través de un cristal. Ambos contemplan las imágenes que se están proyectando, imágenes de cómo era la Tierra antes de que la codicia del ser humano destruyese el entorno. Un entorno que el policía no ha llegado a conocer, pero que el anciano sí recuerda haber visto en su juventud. Rusch, acostumbrado a la decadente decrepitud de la metrópoli donde siempre ha vivido, apenas puede creer lo que ven sus ojos. Ni siquiera tenía un concepto claro de lo que es un paisaje completamente natural. Algo que, hasta ese momento, le habían parecido exageraciones de su viejo amigo —apenas quedan registros documentales de ello— pero que ahora despliega toda su belleza ante él. Entonces tiene lugar un breve diálogo entre ambos. En un momento de ese diálogo, el anciano dice:

—“¿Puedes verlo?”
—“…sí”
— “¿No es hermoso?”
—“Oh, sí.”
—“¡Te lo dije!”
—“¿Cómo podía saberlo? ¿Como podría haberlo imaginado nunca?”

Para asombro de todo el equipo los ojos de Charlton Heston aparecieron repentinamente enrojecidos, bañados en lágrimas, y de repente su mirada parecía traslucir un dolor sorprendentemente verosímil. ¿Era aquél el mismo Charlton Heston de siempre? La toma fue buena, desde luego, y quedó registrada en la versión definitiva de la película.

Tan sólo doce días después de filmar ese momento, Edward G. Robinson fallecía. Así, cuando se estrenó la película, el público y la crítica pudieron apreciar en pantalla lo que ya había sorprendido al equipo de producción: las lágrimas del duro Charlton Heston… eran de verdad.

Soylent Green

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13 Comentarios

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  3. Desconocía esta impactante historia.
    Merece la pena volver a leerle, Sr De Gorgot.

    Gracias.

  4. Yo tampoco la conocía. Gracias, Emilio.
    Siempre he tenido sentimientos contradictorios con Heston. Se hace muy dificil admirar a alguien así, pero menuda filmografía…
    Lo que no me queda muy claro es si tu le admiras como actor y lo de «icono de acción con más bien poca flexibilidad interpretativa» lo mencionas como la opinión generalizada sobre el.
    Lo comento porque, si lo piensas, ese comentario podría aplicarse (y se ha aplicado, cada uno con matices), además de a Heston, a John Wayne, Robert Mitchum, Sterling Hayden, Steve Mcqueen, James Cagney…etc

  5. alronquintterl

    Enorme anécdota del mundo del cine… no la conocía y me ha sorprendido gratamente, y eso que adoro el cine clásico.

    Cosas como estas hacen del cine algo «especial». Gracias por la narración de la situación, es soberbia.

    Es otra oportunidad para recordar a Heston, el que era, el de verdad, no el que nos intentó vender el miserable manipulativo de Michael Moore. Aunque coincida intelectualmente más o menos con la ideología de este hombre, nunca podré perdonarle que dejara a las nuevas (ignorantes) generaciones una imagen de Heston como un fanático de las armas sin conciencia ni pensamiento, aprovechándose de que en ese momento el actor era un anciano que padecía un alzheimer muy avanzado que, probablemente, destruyó todo lo que algún día fue (quien haya convivido con esta horrible enfermedad sabrá de qué hablo). Heston fue de los primeros actores clásicos en posicionarse a favor de los negros y del movimiento de los derechos civiles en un Hollywood racista como él solo. Eso requiería muchos cojones y, sobre todo, mucha convicción (buscad info por internet si queréis saber más). La mentira de Moore no cuela.

    Debía ser un señor. De los de antes. De los que ya no quedan.

  6. Maravillosa historia que no conocía, de hecho ni siquiera he visto la peli, aunque a eso le puedo poner remedio enseguida. Y efectivamente, Heston como persona tendría claroscuros…, pero como presencia cinematográfica, a pesar de su hieratismo, ya quisieran muchos actores tener esa personalidad.

  7. El Vince Neil de Burjassot

    Gran escena y gran pelicula,de hecho no hace ni una semana que la vi.Lo que me parece curioso es que hoy en dia,con una situacion mil veces peor a nivel mundial que cuando se rodo esta pelicula,en Hollywood no haya nadie que se atreva a hacer una pelicula asi.Hoy mas que nunca el cine americano es basura.

  8. Recuerdo haber visto esta película de madrugada en la que entonces conocíamos como segunda cadena cuando era un crío, me parece que ni siquiera habían desembarcado las privadas por aquel entonces.

    En su día me impactó bastante cuando supe cual era el destino de la población y en que consistía ese nuevo alimento, es una de las imágenes que llevo grabadas desde la infancia en la cabeza.

    La anécdota me parece muy interesante y a Charlton Heston siempre le tuve respeto más allá de sus posiciones en la NRA, Michael Moore es un claro ejemplo de maniqueísmo y manipulación descarada a la hora de vender sus planteamientos, lo que creo que hace más mal que bien, nunca el fin justifica los medios.

  9. wow, una anectoda interesante, solo por ese hecho la pelicula es ya excelente, una prueba mas de que el cine es una vivencia en toda su extension.

  10. HECTOR AVILA

    Es de verdad impresionante como es que las nuevas generaciones desconocen o se mantienen desinteresadas de lo maravillosa que puede ser la vida en éste planeta, sin embargo éstos nuevos hijos de la sociedad, no son del todo culpables de tal desapego, pues nosotros como sus padres y predecesores, les hemos hecho ver que todo en éste mundo se consigue de manera muy fácil, que los bienes de consumo para satisfacer las necesidades más básicas del ser humano se encuentran y generan en la tienda o supermercado de la esquina, ojalá y que ésta película se pudiera volver a masificar para ver la realidad.

  11. Pingback: Jot Down Cultural Magazine – Soy leyenda: cómo maltratar una novela en el cine

  12. Magistral película, y su final muy impactante. La vi de chico y me impresionó. Y lo peor es que hoy día se ve tan posible.

  13. Pingback: Soylent Green, clásico da ciencia ficción, no Cineclube de Compostela

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