Entrevistas Sociedad

Rosa María Calaf: «En la televisión prima la apariencia sobre el talento»

Rosa María Calaf para Jot Down port

Rosa María Calaf (Barcelona, 1945) trabajó como corresponsal de TVE en Nueva York, Viena, Moscú, Buenos Aires, Roma y Pekín, ejerció como jefa de programación en los inicios de la televisión autonómica catalana y encarna un periodismo sobrio y fiable. Su jubilación es extremadamente activa: mantiene la pasión por los viajes (a la manera antigua, de caminata y tienda de campaña) y colabora con numerosas instituciones. Es de naturaleza diplomática, pero a estas alturas prefiere no callar nada de lo que piensa. La entrevista se realiza en el hotel Casa Fuster, Barcelona.

La televisión comercial y, en general, los medios de comunicación se decantan hacia el entretenimiento. El público quiere entretenerse y la prioridad es entretener.

Claro, por eso hemos llegado hasta aquí. Es verdad que es más fácil consumir cosas sencillas, no tener que pensar, un poco de «je, je, ji, ji», pero con esto, evidentemente, no se construye una sociedad. Hay ya dos generaciones a las que hemos conducido a pensar que consumir eso es estar informado. En la tele se maneja el concepto de ‘info-entretenimiento’, que no es información, sino un híbrido.

¿Qué ha cambiado para que eso ocurra ahora mucho más que antes?

Creo que han cambiado los medios de comunicación. Hablo desde el punto de vista de la televisión, que es lo que mejor conozco. Las grandes fuerzas capitalistas liberadas en las últimas décadas se dieron cuenta de la influencia que tenía la prensa y pensaron que se podían hacer negocios, que el objetivo no era informar sino hacer negocio; entonces se transformaron totalmente los parámetros de la prensa. «Oiga, usted, ¿quiere ganar dinero o quiere la excelencia informativa?» No es que antes los medios no ganaran dinero, pero no era ese el objetivo.

Es cierto, incluso los periódicos tradicionales que más dinero ganaban, como el ABC o La Vanguardia en sus buenos tiempos, tenían una rentabilidad relativamente modesta.

Claro, y lo mismo con las teles. Las televisiones privadas tenían como objetivo obtener ingresos mediante publicidad para garantizar una información de calidad, no ganar dinero porque sí. Ahora es más importante hacer caja, lo que supone renunciar a hacer información de calidad. Y luego está la forma en que se crean los grandes grupos. La prensa francesa, por ejemplo, está en manos de la industria armamentista. Se demuestra que esos grandes grupos no se crean con la voluntad de informar al público, sino para manipular la información. Hasta hace un tiempo tuve la impresión de que tenían algo más de pudor, de que disimulaban.

Sí, los medios buscaban más la influencia política que la rentabilidad directa.

Ahora se han alineado. Es decir, su objetivo es económico-político, porque creo que la política está cada vez más al servicio de la economía…

Completamente.

… Y que el cuerpo doctrinal en este momento es la economía y el brazo armado son los mercados; quiero decir que es otra forma de hacer la guerra, una guerra para la que no se precisan balas, como se está viendo. Entonces, ¿qué pasa? Que los medios de comunicación se han alineado con este pensamiento único que promueve un determinado modelo de sociedad. Los medios están en el origen de esta sociedad absolutamente consumista, que no piensa y se deja manipular… Y eso por un lado conviene, pero también tiene efectos nefastos, y uno es la actual crisis. Y creo, sinceramente, que los medios aprovechan la crisis para abundar en la tendencia a la precariedad que conduce a una peor calidad de la información, al simple entretenimiento, porque eso se traduce en dinero y el dinero en supervivencia.

Y es mucho más económico.

Es mucho más económico, por lo tanto todo se mezcla. Y claro, al final, ¿qué tenemos? Pues peor información y peor servicio al ciudadano, que, en definitiva, es para lo que están los medios de comunicación. Porque además hay otra cosa: siempre se ha dicho eso de que la televisión privada tiene que ser, por encima de todo, un negocio. ¡También han de serlo las sardinas en conserva, pero no al precio de añadir productos tóxicos! Tiene que haber algún control de calidad, ¿no?

Sí, pero eso es muy delicado.

Claro, cuando se toca eso en los medios, el problema es dónde está la raya y quién la marca. La libertad de expresión, en definitiva. Pero insisto, hay libertad de empresa para fabricar zapatos, pero no para fabricarlos con un producto que te haga polvo los pies… Decía esto de la televisión porque es cierto que la televisión privada es una empresa que ha de tener beneficios, pero no hasta el punto de ofrecer un producto antisocial.

Cada vez más espectáculo, y cada vez más grotesco.

Sí, porque lo que ha sucedido es que si a uno le daba por programar atrocidades, el otro programaba más atrocidades todavía. Lo grave es que cuando se otorgaron las licencias para las televisiones privadas, había una cláusula (me parece que estaba dentro de la ley) que decía que, aunque fueran privadas, no debían olvidar que eran de interés público.

Por eso se les conceden las frecuencias, una propiedad pública.

Oiga, que lo que usted hace es de interés público. Que no está usted fabricando cojines. No sé si ahora la han retirado, esta pequeña cláusula… Yo estaba en Estados Unidos cuando Ronald Reagan cargó contra la Federal Communications Commission, no sé si te acuerdas de aquello.

Sí.

Pues bien, la FCC funcionaba desde 1934 y se creó precisamente para controlar, o sea, para que las empresas que operasen en el sector de los medios de comunicación tuvieran en cuenta el interés público. Ése era el objetivo. Pues lo primero que hizo Reagan fue reducir a la mitad los comisarios, reducir los presupuestos, o sea, descafeinar la FCC. Recuerdo que, en una rueda de prensa, el presidente de la comisión, al que acababan de nombrar, habló de los recortes y dijo que no había por qué preocuparse; que, después de todo, la televisión era un electrodoméstico, no muy diferente de una tostadora. Entonces te preguntas, ‘si es verdad que es como una tostadora, ¿por qué suscita tantas preocupaciones?’ Hace ya dos o tres años, leí en el Herald Tribune una entrevista con un magnate que pretendía hacerse con la empresa que controla el Chicago Tribune, y que también tiene en su poder 27 estaciones de televisión, radios, empresas deportivas… El entrevistador le preguntaba: «¿De dónde viene ese interés por los medios de comunicación?» Y el tipo decía: «¿Interés? Ninguno en especial, a lo que voy es a ganar dinero».

Es que se ha ganado mucho dinero.

Claro, pero eso en otra época no se hubiera dicho tan claramente.

Es perceptible una crisis generalizada de lo público. Tú estuviste en la fundación de una televisión autonómica, TV3. ¿Qué balance haces de TV3 y del conjunto de las televisiones públicas?

Se trata de desacreditar todo lo que es público. Porque en este pensamiento único en el que lo único que cuenta es el beneficio económico y poseer bienes, y no si eres persona o haces cosas que están bien hechas, o si eres solidario (pero no solidario de manera anecdótica, como cuando hay un terremoto o sucede no sé qué; no, yo hablo de vivir solidariamente)… Todo eso, en fin, se considera una antigualla. Así que, hoy en día, se impone el descrédito de lo público. Porque si tu objetivo es que lo que molesta deje de molestar, sea cosa o persona, lo más fácil es desacreditarla.

En algunas televisiones autonómicas la sumisión al poder ha sido muy descarada.

Claro, lo que ha pasado es que al ser esto tan evidente, pierdes totalmente la credibilidad. Y cuando se pierde la credibilidad, lo que viene después es el descrédito. Y entonces, el espectador, que no reflexiona porque nadie le ha enseñado a reflexionar, se lo traga y piensa: «¿para qué necesitamos una televisión pública?»

«Es tirar el dinero».

Pues ya te la puedes cargar… Veo la situación muy mal. En estos momentos, el descrédito de las televisiones públicas es el preámbulo para ir cerrándolas o relegándolas hasta convertirlas en algo residual, porque lo que es evidente es que la televisión bien hecha cuesta dinero. Y lo que tendría que explicarse al ciudadano es que cualquier cosa pública de calidad se tiene que pagar, que es lo que no se explica. Y lo mismo ocurre con la sanidad, con la educación. Todo eso cuesta dinero, no puedes pretender que no se pague. Y, en el caso de la televisión, esto nunca se ha explicado. Como no se paga un canon televisivo, la gente se ha acostumbrado a eso, a que la tele sea gratis, pero lo normal no es eso. Cuando quieres un par de zapatos, los tienes que pagar, lo mismo que si quieres comer en un restaurante.

Sí, si quieres tener la BBC tienes que pagar.

Tienes que pagar. El canon o el impuesto, cada uno se lo monta de una forma, pero lo que es evidente es que no es gratuito. Y como esto a la gente no se le ha explicado, como todo el mundo tiene derecho a una televisión pública pero no ha de pagarla, ya que sale de los presupuestos generales, se dice que se está despilfarrando, y que eso está al servicio (en muchos casos, es así) de determinados poderes. Es muy perverso. La gente no se da cuenta de que se trata de una televisión pública y que debe ejercer como tal, es decir, prestar servicio al ciudadano, a la mayoría de los ciudadanos. Es dramático.

Tú has estado en TVE. ¿Ha sido útil al ciudadano en estos últimos años?

Estos últimos años, creo que sí. En Televisión Española, el gobierno de turno siempre ha tratado de apropiarse de los informativos, eso es cierto, pero esta última etapa ha sido, a mi juicio, la más independiente. Y me consta porque lo he vivido. El director de informativos, Fran Llorente, ha tenido broncas considerables y enfrentamientos importantes porque ha luchado por mantener su independencia. ¿Y ha servido para algo? Evidentemente, no.

Se acabó.

Por eso te digo. Es que no aprendemos nada, es terrible. Alguien que no recuerdo dijo que el mayor mal de España eran los retrocesos. Creo que es cierto, damos tres pasos adelante y dos atrás. No se acaba de consolidar nunca nada. Y pasa que ahora se cargan unos informativos que funcionaban bien. Ya no envían al motorista con la orden de cese, no, ahora basta con un correo electrónico. A mí esto me indigna y me da mucha pena, porque significa que no hemos aprendido nada. Y sí, creo que TVE en esta última etapa ha ofrecido un servicio. Y no hablamos solo de informativos; también ha habido vocación de servicio a la hora de hacer una programación algo más digna, con algún contenido cultural.

Una programación no tan insultante como otras.

Exacto, no tan grosera ni tan destructiva. En fin, la educación, los valores y todo eso. Aunque también se ha visto forzada a bajar un poco el nivel de los programas. TV3 también ha tratado de evitar estos programas de gritos… Porque es terrible el hecho de que este tipo de programas se estén emitiendo continuamente, que invadan toda la programación. ¿Sabes qué pasa entonces? Pues que este lenguaje tan ordinario, sin ningún tipo de respeto, se utiliza para argumentar, cuando solo son gritos, insultos y descalificaciones.

Es esto, el espectáculo.

Exactamente. ¿Y quién gana? El que grita más, el que descalifica más, el que insulta más. ¿Qué pasa entonces? Pues que se crea un modelo social. Y, claro, la sociedad que puede salir de ahí…

Estamos hablando de empresas y políticos, pero ¿y los periodistas? ¿No hemos contribuido también a esta crisis de la información?

Totalmente. Yo creo que la responsabilidad de todo esto no solo la tiene la empresa periodística. El periodismo es solo una parte de lo que le pasa a la sociedad. El periodismo, al fin y al cabo, sale de la sociedad, y la refleja. Y el tipo de sociedad que se está creando es una sociedad que no piensa, que no reflexiona, en la que se buscan consumidores antes que ciudadanos. El periodismo también sufre todo esto. Los periodistas tenemos responsabilidad, claro, porque entramos en esta corriente, también participamos de ella. Aunque algunos participan más que otros. A mí me parece que Ignacio Ramonet tiene mucha razón cuando habla de doctrina viscosa, de esa clase de adoctrinamiento que, sin darnos cuenta, penetra en los tejidos sociales. A veces te paras, piensas y dices; “Eh, ¿pero qué estoy haciendo?” Estamos atrapados por el entorno, bombardeados por todas partes. El nivel va bajando, va bajando, va bajando, y cosas que hace unos años no habríamos hecho, ahora las hacemos. Te lo digo porque en la televisión, cuando se empezaron a recortar los tiempos y a seleccionar más los temas, el gran problema fue éste. La gran pelea que hemos tenido los que llevamos más años, la gran discusión, ha sido la selección de temas, y yo a este respecto tengo que decir, porque otra cosa sería injusta, que TVE, al menos en internacional, que es lo que he vivido en primera persona, siempre ha mantenido una cierta dignidad. Pero hemos tenido que discutir de qué hablábamos. O sea, de la agenda, porque la agenda cada vez la hacemos menos nosotros. Y cada vez viene más hecha por esta estructura de agencias y grandes medios. Tú propones un tema y a veces te dicen: «Oye, de esto nadie habla”.

Sí, solo quieren aquello que ya ha salido en otros medios y pueda tener unas imágenes formidables.

Unas imágenes formidables que impactan pero que no importan. Llega un momento en que acabas hablando de cosas que no tienen importancia, y tú lo sabes, claro. Yo me he plantado como nos hemos plantado todos, seguro. Pero muchas menos veces de las que nos tendríamos que haber plantado.

Otra cosa que va a la baja es el espíritu crítico. En general, las informaciones o son amables o pretenden directamente cargarse a alguien.

Exactamente. Porque esto entra en este modelo de sociedad. Lo que se trata de evitar es que la sociedad tenga espíritu crítico, porque esto quiere decir que tiene voluntad para discutir y para decir: «Con esto no estoy de acuerdo», pero argumentando, no diciendo «éste es imbécil y yo soy el mejor», no, argumentando. El espíritu crítico es molesto para los poderes que quieren seguir una determinada línea.

Y ha desaparecido, la democracia está desapareciendo.

Y no pasa nada. Porque la gente se ha convencido, la han convencido, de que ser demócrata es votar cada cuatro años.

Y seguir lo que quieras por Internet y comprar lo que quieras…

Y no, ser demócrata es vivir como un demócrata, y esto quiere decir respetar al que piensa diferente, saber a quién votas, enterarte de lo que tienes alrededor, vigilar a las instituciones. Todo esto molesta mucho. Yo lo estoy haciendo con La Caixa desde hace dos años, porque creo que el espíritu crítico se tiene que empezar a inculcar a los pequeños, decir a los niños que no tienen que creérselo todo, que tienen que pensar para qué se dice lo que se dice. Con La Caixa estamos programando unas charlas en las escuelas, con los alumnos de ESO, que tienen entre 11 y 15 años, y en esas charlas lo que les intento explicar es que cuando reciben una información con imágenes tienen que preguntarse qué es lo que les están queriendo decir, y así actuar en consecuencia. Siempre hay un grupito que pone cara de «ostras, qué rollo». Y yo les digo: sé que algunos de vosotros estáis pensando «qué rollo»; bien, es parte de vuestra libertad. Pero al menos tenéis que saber que vuestra vida no la decidiréis vosotros, que habrá alguien que la decidirá por vosotros. Entonces se quedan muy impactados. Después los profesores me dicen que aquello tiene un efecto extraordinario. Y que se hacen preguntas, porque lo primero que les digo es que se hagan preguntas. El gran problema que tiene el mundo en este momento es que nadie se hace preguntas. Todo el mundo se traga aquello que le dicen y protesta porque le han dicho no sé qué, pero nadie se pregunta nada.

Rosa María Calaf para Jot Down 2

¿Cuál es el sentido de todo esto?

¿El sentido de hacerse preguntas? Tener un espíritu crítico.

Pero eso exige informarse, es decir, aburrirse.

Esto ya lo decían los griegos, me parece que Tucídides: «Se tiene que escoger entre ser libre o descansar». Ya sabían que la libertad no te la regalan. O sea, que si no haces nada, si sigues como un cordero y ya está, quizá te lleven a un lugar que te convenga, pero no lo habrás decidido tú. Se tiene que hacer un esfuerzo. Otra de las cosas que les digo a los niños, y también a los mayores, es que se pongan a dieta de medios. Igual que habéis aprendido a ir al supermercado, les digo, y habéis aprendido a leer las etiquetas. Una cosa es alimento para el cuerpo y la otra es el alimento mental. Tenemos que saber, y esto es difícil porque requiere un esfuerzo, que los medios de comunicación no son una cosa que se come sin más. Tú no coges un yogur que está en el suelo y te lo comes, porque temes que te haga daño. Esto te lo ha enseñado alguien, porque los pobres de Afganistán, cuando los estadounidenses les echaban de comer desde los aviones, no descartaban lo que caía en mal estado porque nadie les había explicado que aquello no se comía. Y cuando enviaban arroz a los africanos, que les destrozaba el estómago porque en la vida habían comido arroz, nadie les fue a decir que aquello no lo podían comer. Esta labor debe iniciarse en la escuela, es una responsabilidad de todos. Pero no sé si llegaremos a tiempo, porque llevamos unos años fatales.

Y se ha acentuado el elitismo. Hay muy buenos medios, como The Economist…

Ya me dirás quién lee eso. Y qué sociedad estamos construyendo: una sociedad con una franja de élite, bien informada, que va a una escuela privada carísima, con un nivel cultural aceptable. Y una masa absolutamente desinformada. De hecho, la masa siempre ha estado desinformada a lo largo de la historia de la humanidad. Porque no dejar saber es una forma de dominar.

La tendencia era democratizar el conocimiento.

Sí, aprovechar el progreso tecnológico, que podía aportar bienestar económico, que incorporaba mucha más gente a la posibilidad de formarse y todo esto, pero está claro que cuando los poderes de la élite, que son los que quieren permanecer en el poder, se dan cuenta de ello, se dicen: “¡ostras, tú, qué estamos haciendo!” Lo que conviene es gente formada técnicamente, pero no como personas ni como ciudadanos.

Ya que hablamos de formación, hablemos de tu formación.

Creo que tuve mucha suerte. Crecí en una familia que no tenía problemas económicos y pude ir a buenas escuelas. Mi abuelo materno fue a la India en 1902, después a Estados Unidos. Nació en una familia de labradores de las tierras del Ebro y fue una persona emprendedora. Tenía una muy buena relación conmigo, y me explicaba cuentos, pero con personas de verdad. Recuerdo que me hablaba de pueblos de la India, y que un amigo suyo montó un pueblo allí al que llamó Rocafort de Queralt… Cuando yo era pequeña tenía muy presente estos cuentos. Mi padre fue un gran lector y también viajó mucho. Yo tuve una suerte extraordinaria, porque el entorno me lo puso fácil de pequeña. Mi padre era un liberal, en el sentido de que a mí, que nací en 1945, siempre me dijo: ‘Tú tienes que hacer lo que quieras hacer, tu límite es no perjudicar a los demás, así que si quieres, estudia’. Me dio una libertad total. Y a los 13 me envió a estudiar un verano sola. La primera vez me envió a la Escuela Internacional de Vichy, algo muy atípico en aquel momento. Y a los 17 años me fui, haciendo autostop, a 400 kilómetros de Estocolmo. Los amigos de mis padres estaban espantados. «¡Cómo la dejáis ir!», les decían. En aquel momento, a principios de los setenta, no creo que ninguna niña de 17 años (a los 17 años éramos niñas, ahora no) viajara por Suecia haciendo autostop. Pocas habría. En la escuela francesa de Barcelona donde estudié, en Tuset con Diagonal,seríamos unos 20, o sea que era todo muy atípico. Si no lo hubiera aprovechado, habría sido para abofetearme.

Enseguida te interesó el periodismo.

No. Yo hice derecho, tenía clarísimo que tenía que hacer una cosa que fuera del interior al exterior, que me permitiera salir al extranjero, por las cosas que me explicaban mis padres y abuelos. Viajé con mis padres por España y Cataluña, porque mi padre siempre decía que primero se tenía que conocer lo propio y luego, el resto. Con 17 años me fui a Estados Unidos, a una casa en Vermont, algo muy extraño en aquella época… Y vi que el mundo de fuera no tenía nada que ver con el mundo de aquí, y las chicas que iba conociendo fuera hacían cosas que aquí no se hacían (bueno, yo sí las hacía, pero yo era un bicho raro). Decidí hacer la carrera diplomática, por eso estudié derecho. Cuando cursaba cuarto se abrió la Escuela de Periodismo, porque hasta entonces no había donde estudiarlo, y como a mí siempre me había gustado escribir y hablar, y en la escuela pronunciaba siempre los discursos de fin de curso… Unos cuantos de la Facultad de Derecho, entre ellos Magda Oranich y Marc Palmés, que murió, hicimos el examen de ingreso para entrar en periodismo. Y empecé a hacer periodismo, primero tres asignaturas al tiempo que hacía cuarto de derecho, y así fui tirando. Nos habían dado un programa en Radio Barcelona que se llamaba Antena Universitaria, sobre temas universitarios, pero en el que después entraba de todo. Yo hacía cosas de cine, que siempre me ha gustado mucho, y radiábamos tertulias…Te estoy hablando de 1965, de un periodo muy convulso. En 1968 nos fuimos disparados a París. A todo esto, yo había terminado derecho y quería hacer la carrera diplomática, así que me fui a Madrid, pero antes estuve en Estados Unidos para formarme en política internacional, haciendo cursos de extensión que serían lo que ahora son los másteres, y en los que daban clase personas como Nelson Rockefeller o Jimmy Carter, que preparaba su campaña presidencial. Aquello para una chica española era alucinante. Aparte del programa de Radio Barcelona, había empezado unas colaboraciones en Radio Peninsular, que era algo así como la rama comercial de Radio Nacional, y a la que llegué porque necesitaban una mujer que hiciera reportajes de calle. Fui la primera chica que trabajó con unidades móviles de calle, con Ricard Fernández Déu, que había sido alumno mío en derecho (porque cuando acabé derecho di clases). Pues bien, supe que buscaban a una chica para hacer unidades de calle, e hice una prueba con José Joaquín Marroquí. Hacíamos un programa de tarde, y recuerdo que, en la calle, para salir en antena, teníamos que situarnos en esquinas muy concretas, porque si no, no se enlazaba… Sólo podíamos enlazar desde determinados puntos, pero era muy divertido. Yo esto lo estaba medio haciendo, pero mi idea, ya digo, era entrar en la Escuela Diplomática. Y entonces me fui a Madrid e hice creo que tres meses de unos cursos que daban los propios diplomáticos en el Palacio de Santa Cruz, la sede de Exteriores. No sé si lo recuerdas, pero entonces cursar la carrera diplomática era muy complicado y muy clasista. Aún lo sigue siendo, pero no tanto. Total, que empecé a tomar clases, pero notaba que cada vez me gustaba más el periodismo, me daba cuenta de que podría hacer más en el exterior como periodista que como diplomático. Porque está claro que aquello era envarado, jerárquico…

Todavía lo es.

Todavía lo es. Era alucinante. Una vez hicimos un ejercicio para el que teníamos que traer unas fichas con citas de filósofos, de sociólogos, de artistas famosos, y entonces nos intercambiábamos los trabajos y estaba muy bien. Escribí sobre Oriente Medio y el comentario del profesor fue: “Tú, está muy bien, pero sólo has puesto una cita célebre, convendría que pusieras más”. Yo le dije: “Quizá sea más importante que desarrolle pensamientos y análisis sobre esto”. Y entonces pensé: «aquí no encajo mucho», y ya está, fue un clic.

¿Y el periodismo internacional?

Fue mucho después; 13 años después, exactamente. Fue en Nueva York, con casa puesta. Supongo que a ti también te pasa, que te vienen los estudiantes de tercero o cuarto y te dicen: “Yo quiero ser corresponsal, ¿qué se tiene que hacer?» Nadie nace corresponsal; a mí, serlo me costó una serie de años de los que estuve encantada, porque aprendí a hacer televisión desde abajo. Yo he hecho de todo; he hecho sociedad y prácticamente de todo, pero mi idea siempre fue la información internacional, que era lo que me interesaba. Me dediqué a la radio y a la tele y a prepararme para internacional, pero desde el periodismo, porque yo quería ser corresponsal. Y en aquella época, ya te digo, hacía de todo. Al principio, hacía local en Barcelona, con Alfredo Amestoy, a mediodía, y en los telediarios, y en un programa de tarde que hacía Raúl Matas. Cuando volví de Estados Unidos, de los cursos de que te hablaba antes, pensé que si quería hacer internacional tenía que trasladarme a Madrid porque en Barcelona no había posibilidades. Estuve haciendo programas en catalán, los primeros programas en catalán que se emitieron en TVE; en el Mare Nostrum, la reportera era yo, y después vino Giravolt.

Pasaste por todo.

Sí, está claro, ésa es la buena escuela. Y con grandes referentes, con gente de la que aprendías desde que te levantabas hasta que te ibas a dormir. Por ejemplo en Mare Nostrum y Giravolt trabajé mucho con Carlos Sentís. O con José Joaquín Marroquí, que desgraciadamente murió hace unos años y era una bestia televisiva y radiofónica, porque ya entonces tenía un concepto de la tele y de la radio muy anglosajón. Y estaba Joaquín Soler Serrano. Había gente de la cual podías aprender muchísimo. En Madrid, mi primer trabajo fue en aquel programa que se llamaba 300 Millones.

Un programa de divulgación hispano-americano.

De divulgación, porque en toda América era un experimento. Algunas veces cuando lo he explicado a colegas americanos o de la BBC se han quedado boquiabiertos de que en aquellos años fuéramos capaces de hacer un programa en directo, con la tecnología de entonces, semanal, con 14, 15 o 16 países conectados en directo. Un programa que recibió muchas críticas, aunque eso evidentemente aquí no lo supimos… Pero era una idea buenísima, un experimento fantástico. A mí se me permitió hacer la parte informativa y viajar por todo el mundo. Yo controlaba el guión, los reportajes, un poco todo.

Un paréntesis, dada tu condición de pionera: ¿Qué pasaba con las mujeres de la tele, de la prensa? Mi impresión es que no se ha conseguido ni de lejos una posición paritaria y que el papel de las mujeres se ha frivolizado.

Creo que ha habido un retroceso que forma parte de lo que decíamos antes sobre esta sociedad de la banalización, del entretenimiento. Es lo que dice Mario Vargas Llosa en su último libro: la sociedad del espectáculo es hacer espectáculo. Creo que habíamos luchado mucho y habíamos conseguido un cierto peso, no solo en el periodismo, sino en muchas esferas. ¿Cómo se frena esto? Pues frivolizando y desacreditando. Es decir, devolvemos la imagen al objeto, lo que supone un retroceso brutal, porque quiere decir que aquello que habíamos ganado, lo hemos perdido. Y esto se ve muchísimo en las series y en la información. Prima la apariencia sobre el talento, el espectáculo en lugar de la información. Aquí también entraría lo del «techo de cristal» y, además, el hecho de que en los medios de comunicación lo fácil es frivolizar, buscar esta pérdida de peso específico. Hay mujeres con talento a las que no se contrata por su talento, sino porque tienen una buena imagen; lo que se vende es la imagen, no el talento, y así se va llenando la pantalla de clones, porque todas son de un mismo estándar: mujeres que tienen que entrar en esta dinámica de ir vestidas como si fueran a la discoteca. Y en campos como el de la música ocurre lo mismo. ¿Qué tiene que ver cantar con llevar minifalda? ¿Qué tiene que ver cantar con el culto al cuerpo? Hay muchas chicas que pueden cantar muy bien sin tener un cuerpo espectacular. ¿Qué buscamos? ¿Chicas que cantan bien o tías buenas?

Aquí hay una cuestión interesante, que es la condición estelar. Cuando, por el hecho de salir en la tele, te conviertes en estrella, llega un momento en que no te dedicas más que a eso, a ser una estrella.

Ése es el gran riesgo. Porque todo se mezcla, y el receptor no sabe si esa persona está informando o hace otra cosa. Eso está muy bien en un programa de entretenimiento, porque ahí tú no engañas. Por ejemplo, cuando compras el Lecturas no esperas encontrarte con un ensayo de política internacional. Ahí no hay engaño.

Vas a lo que vas.

Vas a lo que vas, claro. Ahora bien, cuando estás en un informativo y entras en ese juego, es peligrosísimo, porque estás rompiendo una de las claves de la comprensión de la noticia, que es el género. Y en el momento en que mezclas géneros empiezas a desorientar a la persona que te está viendo, esa frivolidad te lleva a perder credibilidad.

Rosa María Calaf para Jot Down 3

Hace unos meses dijiste algo sobre Sara Carbonero.

¡La que se organizó! Lo gracioso consiste en que es un caso típico de lo que te estaba diciendo. Porque además yo no la cité, no tengo la costumbre de citar a gente como ejemplo. Yo estaba hablando de la banalización, del espectáculo, de cómo la mujer había ido perdiendo peso periodístico a base de frivolizar con su imagen, y entonces el periodista me pregunta: «¿Qué piensas del fenómeno Sara Carbonero?». Ésa fue la pregunta. Y yo le dije: «Pues que es un ejemplo de lo que digo». No es nada contra ella, que puede hacer lo que le dé la gana, pero sí creo que ella no es consciente de que está perjudicando al periodismo, de que haciendo lo que hace está perjudicando la imagen de la mujer, porque está mezclando los géneros y haciendo creer que hace periodismo, cuando realmente no es así. En este caso, además, se mezclan muchos intereses. ¡Es de locos! ¿Y qué es lo que fue Trending Topic en Twitter? Pues que yo criticaba a Sara Carbonero, cuando lo cierto es que ni yo ni ella importamos, ambas somos accesorias en esta historia. Lo que yo traté de plantear era si recibíamos el periodismo al que teníamos derecho o nos estaban dando espectáculo más un poco de información. Ése es el debate. Lo curioso es que en ciertos medios de comunicación hubo periodistas que no lo entendieron y se apuntaron a todo esto. Está claro que tiene mucho más eco el chismorreo que el análisis. Y entonces me empezaron a llamar las radios y yo dije «eh, que yo no entro en esta polémica porque no la he creado yo; digo lo que pienso y ya está». Y ya no tengo nada más que decir.

Es que el negocio se hace así.

Sí, y si entras en la polémica estás perdido. Te acuerdas de aquella vez que volvíamos de Santander…

¿Cuándo?

Estábamos en el aeropuerto. ¿Recuerdas que me llamó un amigo que acababa de leer por Internet que me incorporaba a la tertulia de Tele 5 con Federico Jiménez Losantos?

Sí, sí, lo recuerdo perfectamente.

Era mentira. Es verdad que me habían propuesto participar en la tertulia, yo no sabía con quién… Y les había dicho que no, que yo no era una persona idónea para este tipo de tertulia, porque hace muchos años que estoy fuera, porque no conozco a nadie, porque yo no soy de interrumpir ni de todas estas cosas. Dije que agradecía mucho que hubieran pensado en mí, pero no. ¿Recuerdas que entonces me dijiste: “Esto traerá cola, ya lo verás”? Pues la trajo, en efecto. Mi única declaración al respecto fue en Radio Barcelona, en un programa en que un grupo de estudiantes me preguntó por el tema. Y yo dije: «pues lo que ha pasado es esto, simplemente». Es un ejemplo más de que los que publican no preguntan. Cuando ocurrió esto llamé a Tele 5 para decir que estaba muy sorprendida de que hubiera salido la noticia, porque yo ya había rechazado la oferta. Y entonces me dicen: «Perdona, es que ha habido un malentendido”. El caso ilustra lo que decíamos: en lugar de hablar de lo esencial, se pierde el tiempo con lo accesorio y si de rebote provocas polémica, pues mucho mejor, porque da audiencia.

¿Cómo vives con la popularidad?

Intento no entrar en ese juego, porque a mí me sorprende mucho. Eso de que la gente empiece a llamarme y quiera entrevistarme, que me pare por la calle. Es cierto que en la tele, hagas lo que hagas, incluso la imbecilidad más grande…

Sales en la tele.

Sales en la tele y ya está. Al principio pensé: «pero, ¿qué está pasando?» Estoy muy agradecida, porque la gente de la calle conmigo es muy amable y agradabilísima, y el 98% de las veces que me paran para decirme algo, me hablan de mi trabajo. Esto es muy reconfortante. El rincón del ego está muy bien. Y piensas que quizás has conseguido un poco la diferencia, que es lo que todos queremos. Una mujer me paró y me dijo: «Gracias a usted he aprendido muchas cosas”. Y aún mejor, hay gente que me dice: “A usted la creo”. Está claro que para un periodista no hay nada mejor. Mi popularidad tiene una base, no se debe únicamente a que salga en la tele. Hay personas que han valorado lo que he hecho, y yo lo he hecho lo mejor que he podido. Está claro que he trabajado con una cierta idea de compromiso, como todos los que nos tomamos esta profesión en serio. Quiero decir que el periodismo no es un trabajo y ya está, sino que entraña una responsabilidad, e intentas hacerlo lo mejor que puedes y tratas de aprender constantemente. En general, trato de evitar situaciones polémicas.

Porque además se retroalimentan. La polémica quiere polémica.

Yo no hago lo que hago por este tipo de polémica. Este caso, el de la polémica con lo de Sara Carbonero, a mí no me molestó, me causó un poco de tristeza que perdiéramos el tiempo en lugar de reflexionar sobre algo importante. Pero sí, tienes que tener cuidado. Yo no voy casi nunca a tertulias, aunque algunas sean serias, porque no soy «todóloga», y en las tertulias se habla de todo, por lo que estaría usurpando el lugar de una persona que fuera capaz de hablar de cualquier tema.

Sí, está esta cosa de la todología.

Y, claro, digo que no. No quiero ir a las tertulias serias por eso, y al resto porque, sinceramente, prefiero no entrar en esa dinámica. Pagan bien, pero yo, por fortuna, ya tengo suficiente con lo que tengo. El dinero me interesa para hacer las cosas que quiero hacer, no por el dinero en sí mismo. Comprendo que haya gente que se ve obligada a hacer cosas que no querría hacer, porque no tiene más remedio, pero no es mi caso. Puedo permitirme el lujo de viajar.

¿Tu motivación para viajar es la de siempre?

Sí, me reservo tres meses al año para viajar. Colaboro con ONGs, universidades, casas de cultura o de cine, que me gusta mucho; y soy una habitual de los festivales cinematográficos. Pero tres meses son para viajar, que es lo que me gusta. Por ejemplo, el primer año tras mi regreso a España hice Australia y Tasmania; recorrí prácticamente 13.000 kilómetros por Australia. Hay quien me comenta: «debe de ser carísimo». ¿Carísimo? Duermo en tiendas de campaña. ¿Qué creen, que voy a hoteles de cinco estrellas?

Lo tuyo es viajar de mochila.

¡Eso es lo interesante! Vivo con la gente, porque ir a un hotel no tiene ninguna gracia. El segundo año hice el sur de Bolivia, porque no lo había hecho nunca, por la parte de Potosí y después el Salar de Uyuni. Después hice Chile de norte a sur y la parte norteña de Argentina. Este año pasado hice la costa Pacífico de México, y los estados de Arizona, Nuevo México y Utah… Claro, todo esto en coche y a pie. Caminatas brutales por lugares donde sólo puedes llegar a pie. Y después, en febrero, me fui al Pacífico, porque quería conocer una zona muy afectada por el cambio climático: Kiribati, Fiyi, Tonga, Tuvalu, y todo esto. Ahora, este año, he hecho el norte de Estados Unidos: Montana, Idaho, Seattle, y Columbia Británica, Alaska y Yukón.

Y todos esos viajes, ¿te los guardas para ti?

De momento, sí. Y eso que me han propuesto cosas. A veces parece que me hago de rogar. Por ejemplo, El Periódico me ha ofrecido de todo: dominical, columna, reportajes, serie, lo que quiera. Montse Domínguez, el otro día, para el Huffington, o Carlos Enrique Bayo, de Público… ¿Sabes qué pasa? Que si viajo pensando que tengo que escribir algo no viajo igual, porque me conozco. Si pienso que tengo que escribir, ya empiezo a ponerme nerviosa, porque tendría que ver esto o hablar con aquella persona… Y lo que quiero es aprovechar el privilegio de ir viendo, charlar, hablar, a mi ritmo… Tomo notas, claro, pero no quiero hacerlo con ‘idea de’. Ahora Carlos Enrique me está presionando un poco; como somos amigos, me llama y me dice: ‘Envíame incluso las charlas estas que das sobre temas diversos’. Yo doy charlas sobre mujer, igualdad, periodismo, tercera edad, que también me interesa mucho, he hecho muchas cosas con el Inserso sobre envejecimiento activo… o sea, uno se jubila y empieza otra vez, aquí no se acaba nada… y bien, un poco esta dinámica de la gente mayor y de la imagen de la gente mayor a los medios. Después están las cosas puntuales, a veces me llaman de bancos, de centros empresariales, que si la India, que si países emergentes… Me proponen escribir, pero yo no soy de prensa escrita. Si tú ahora me dices que haga un Informe Semanal sobre no sé qué, enseguida lo tengo clarísimo, pero…

¿Nunca has hecho prensa escrita?

No, he hecho cosas muy esporádicas, muy puntuales. Siempre he sido de audiovisual, que es lo que realmente me gusta. Y claro, cuando escribo algo empiezo a darle muchas vueltas, lo que a su vez me produce cierta angustia, porque empiezo a pensar: «No, no, esto no me gusta nada», y vuelvo a empezar, y vuelvo a no sé qué… Ahora quiero disfrutar de esta sensación de hacer lo que hago. No sufro ninguna presión y digo lo que pienso, honestamente. Me lo preparo muy bien, busco muchos datos y todo esto también sirve para enriquecerme en temas que no había tratado nunca. Ahora, por ejemplo, he hecho una cosa sobre la Unión Europea y su imagen exterior. Bien, este tipo de cosas. Eso sí, cuando empiezo, siempre les advierto: «Yo no vengo a dar ninguna lección de nada, vengo a expresar mi opinión», que es precisamente mi gran privilegio, ahora que tengo la perspectiva de los años, de la experiencia, de no competir con nadie, sin presión… En prensa, la cosa sería diferente.

A ti, que has trabajado toda la vida explicando lo que pasa fuera, ¿qué impresión te produce el descrédito de la Unión Europea?

Me entristece, porque siempre he sido muy europeísta, siempre he creído que Europa era una buena idea, siempre he pensado que se tenía que globalizar en el buen sentido. Es decir, si tú conoces lo de fuera, lo que es diferente, resulta más sencillo alcanzar la cohesión, ir hacia un mundo mejor. Quizás es un poco utópico e ingenuo, pero siempre he pensado que es lo que se tenía que hacer. Y la UE era una gran herramienta para eso. De ahí que me dé una gran tristeza porque creo que se pierde una gran oportunidad para mejorar no sólo Europa, sino también el mundo, y creo que volvemos a lo mismo: la idea de restarle peso a la Europa de los valores y de las libertades, que vaya más allá de los tipos de interés, no conviene a determinados estamentos, y por eso se desacredita. Y si no estamos unidos entre nosotros, ¿qué tipo de ejemplo queremos exportar? A mí, al hablar de Asia, me decían: «Esta gente no se occidentaliza». Y yo respondía: «¿Y por qué se tienen que occidentalizar?» En todo caso se tendrán que modernizar, tendrán que aprovechar aquellas cosas en las que quizá nosotros hemos avanzado más, pero ¿occidentalizarse? En Europa vamos hacia atrás, volvemos a la cultura de la confrontación y nos alejamos de la cultura de la cohesión. Porque si cuando hablamos damos más importancia a lo que nos separa, favorecemos el enfrentamiento. Si empezáramos a la inversa, esto es, por lo que nos une… Primero aquí, después en Europa, después el mundo… Pues buscaríamos los puntos de conexión y, claro, habría diferencias, pero si partimos de lo que nos une, seriamos mucho más capaces de resolver lo que nos separa. Si empezamos a la inversa no llegaremos nunca a nada.

Y ya te digo, a mí me da mucha pena, porque creo que, efectivamente, vamos atrás. Y también creo que hay una voluntad por parte de unos determinados poderes económicos para frenar el proceso, porque entra dentro de lo mismo que decíamos antes, de una sociedad que hace frente a los problemas, que no permite que pasen ciertas cosas. Es lo que decía Jacques Brel: “hacemos caridad porque no somos capaces de exigir justicia”. Yo hice un máster, cuando no se llamaban másters, sobre la Unión Europea, en el año 63 o 64, en la Universidad Libre de Bruselas.

Cuando la UE eran las «Comunidades».

Las «Comunidades Europeas», imagínate. Con una beca de verano de derecho, me fui a Bruselas y estuve dos meses. Lo hice porque creía en Europa.

Y ahora pinta mal.

Pinta mal.

Rosa María Calaf para Jot Down 4

 

Fotografía: Sergi Fuster — Agradecimientos: Hotel Casa Fuster

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39 Comentarios

  1. Pingback: Rosa María Calaf: “En la televisión prima la apariencia sobre el talento, el espectáculo sobre la información”

  2. Tuve el placer de acudir a una charla de esta mujer en Burgos. Un gozo escuchar a alguien que sabe de lo que habla, a una periodista de la que hay pocas (Ana Pastor, Julia Otero, Iñaki Gabilondo son de los pocos con los que se me ocurre compararla ahora mismo). Ojalá siguiera mostrándonos el mundo en la televisión pùblica.

    • Comparar a la gran Calaf con Ana Pastor me parece un crimen, chaval…

      • me chirría más Julia Otero.

      • A mi me parece un crimen y un acto de condescendencia absurda llamar a alguien «chaval» sin saber quien es y por otro lado estoy de acuerdo en poner a Ana Pastor entre ese grupo asi como en criticar, con moderación y sin ofender, esa pequeña fijación que tiene Rosa Mª Calaf con el periodismo «guapista» femenino…aunque lo explica, creo que habla demasiado de ello.

    • Hombre, compararla precisamente con estos periodistas me parece, como mínimo una gran injusticia hacia Calaf.

  3. Magnífica, Rosa María. Desde aquellos tiempos (Valldoreix, Fac. de Derecho) no has dejado de crecer, y te confieso que entonces no lo hubiese imaginado. Un beso fuerte desde el túnel del tiempo.

  4. Jo, qué gozada de entrevista.

    Da gusto leer lo que responde Rosa María Calaf, con la cantidad de mamarrachos y soplagaitas que desbordan en las televisiones (sobre todo en las privadas) y que cuando hablan sube el precio del pan, encontrarse semejante lucidez y precisión en el análisis de lo que le rodea es sencillamente magnífico.

    Me quedo con extracto en el que dice «…Porque no dejar saber es una forma de dominar…». Qué verdad más grande.

  5. La credibilidad como esencia del periodismo. Una afirmación que comparto totalmente, es realmente complejo de restaurar una credibilidad, más en los casos en los que no existió.
    No soy el único en estar de acuerdo con la señora Calaf en ciertas afirmaciones. El propio Paolo Vasile, un nombre inherente a la industria mediática, coincidía con la afirmación de la señora Calaf, la cual encabeza esta entrevista, en una entrevista que le realizaron a finales del pasado mes de julio.
    Como bien dice Calaf, la culpa no es solo del proveedor también el consumidor debe decidir. El problema surge cuando ese consumidor se ha acostumbrado, ha aprehendido del mínimo esfuerzo y teme la frustración del no entender o simplemente a esforzarse.
    Este momento requiere de rebajar las lecciones morales, de pensar menos con la billetera y de lanzarse a esa masa desinformada, ofrecerles una información más consumible y despertar el espíritu curioso que quedó dormido.
    J.David Pérez

  6. Paddy Leigh Fermor

    Amén.

  7. la televisión no se inventó para educar a los ciudadanos y no debería hacerlo

    • ¡Hala! Pues que los embrutezca. Vaya comentario tan simple sabiendo que esa mentalidad desemboca en un problema social.

    • por supuesto que la televisión educa, ahora es junto con internet, el principal factor educativo, ¿o piensas que a los niños los educan en el colegio?…

  8. Enrique Castro

    Muy buena entrevista donde Rosa María Calaf introduce toda una serie de reflexiones sobre el papel de la industria de la información en la conformación del poder en el S. XXI.

  9. Calaf, siempre dignificando su profesión y demostrando el enorme abismo que se abre entre el auténtico periodismo y el putrefacto sistema de información al que nos intentan someter actualmente.

    Calaf, vieja escuela. Credibilidad 100 %.

  10. EX-CE-LEN-TE

  11. Pingback: Con la venia » Archivo » “Sara Carbonero perjudica al periodismo”

  12. a lo largo del siglo XX se ha decantado el concepto de poder en las sociedades occidentalizadas… el poder es el poder económico, ante el cual, ninguna forma de poder democrático ha sido capaz de articularse… los medios escenifican la cara amable del sistema capitalista, en el que la publicidad sirve como canalizador de recursos… muy encomiable la labor de algunos periodistas como la señora Calaf, que se perciben conceptualmente independientes… pero no perdamos la perspectiva

  13. Muy interesante entrevista!
    Necesitamos mas gente como ella a niveles mas elevados. Es una desgracia para este país que gente tan preparada la jubilen tan pronto.

  14. Enhorabuena al periodista, al fotógrafo y, por supuesto, a la señora Calaf.

  15. Teresa Vázquez

    Me ha gustado mucho leer la entrevista de Calaf. Yo también me quedo con una frase «porque no dejar saber es una forma de dominar». Que cierto es. Dicen que en la ignorancia uno es más feliz y eso es una mentira. Con el desconocimiento te das contra las paredes y no sabés el motivo. Al menos con el conocimiento, el saber, puedes tener la oportunidad de patalear, de luchar contra algo concreto y no contra el vacío.

  16. @mikibucos

    Buena entrevista. Una persona muy sensata h ponderada.

    Ahora bien es sorprendente como nunca se culpa de la mala calidad de todas las TVs a los televidentes, los ciudadanos. Las TV privadas se guían por las audiencias y si los programas no se ven, rápidamente actúan. Este pensamiento paternalista que hay que educar a la gente diciendo implícitamente que no son maduros para elegir lo que les conviene me descoloca. Si el derecho al voto, elegir a nuestros gobernantes es universal, y siempre se aceptan los resultados como legítimos, ¿No es legitimo que «sálvame» tenga audiencia? Es lo que hay.

    En casa no tenemos TV, con el apagón analógico la suprimimos. Es un poco extremo pero para lo que hay que ver y con niños pequeños en casa me parece lo mejor. Este verano durante las olimpiadas y el verano, sí pudimos ver olimpiadas y también claro anuncios publicitarios. Poco acostumbrado a ver la TV el verla y poniéndome en los ojos de un niño la verdad que me impresiono. Qué cantidad de basura que se emite en toda clase de horario.

  17. El Vigía

    Magnífica entrevista. Grande el entrevistador; grandísima la entrevistada, magníficas fotos.
    Merece la pena tratar de hacer algo para salvar la televisión: recuperar la independencia de la pública y la dignidad de la privada. Tiene que ser un negocio, sí, pero no a costa de cualquier cosa.
    Como ya nos decía Lope, si al público le damos paja, come paja, pero si le damos grano, come grano. Aunque comer paja sea más cómodo.

  18. Muy Bien Calaf, aunque más que una entrevista me ha parecido un monólogo. El entrevistador parecía de vacaciones.

  19. Todo lo que se diga de Calaf se quedaría corto. Además de dignificar la profesión, es una persona honesta, que predica con el ejemplo. La admiraba en las distancias largas pero, en las cortas, me dejó la misma sensación. Una entrevista que estaba esperando. Gracias.

  20. Gracias por esta entrevista. Maravillosa. Muy cierto lo de la banalización de la sociedad; discrepo en cambio de su visión de la televisión pública. No existe la objetividad, la televisión pública siempre tenderá a ser instrumento del gobernante, para seguir en el poder.

  21. Pingback: O capitalismo come nenos, toma 1 | Recuncando

  22. Me ha confirmado mis sospechas, totalmente. El periodismo, el buen periodismo es una vocación, la señora Calaf es una excelente muestra, con humildad, agradeciendo las posibilidades que le brindaron desde casa, ese espíritu curioso, ese afán de enterarse de todo y contarlo, muy bien por ella. Ha marcado una gran diferencia, por concepto y por elegancia en sus planteamientos con otra entrevista a una conocida periodista.

  23. Gran entrevista. Solo cabe admirar a este tipo de periodistas y aprender de ellos; una especie en peligro de extinción en los medios de comunicación, especialmente públicos. Una lástima que la información mueva tanto poder e intereses y la calidad informativa se venda tan cara. Detenemos el progreso y, al final, todos salimos perdiendo.

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