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Pistons-Lakers 1988: el día en que un Isiah Thomas cojo casi tumba a Magic y Kareem

Pistons - Lakers 1988

Arqueología de los Bad Boys

Esa no debería haber sido la primera final de los Pistons. La primera final la deberían haber jugado el año anterior, también contra los Lakers, de no ser por aquel robo de Larry Bird que acabó en canasta de Dennis Johnson a pocos segundos del final del quinto partido de play-offs en Boston, con el viejo Garden al borde de la invasión como era costumbre en los orgullosos verdes, que se reían así de los arrogantes chicos de Detroit, los paletos de la Motown, con sus pintas de camioneros trabajadores de General Motors.

Era el inicio de la leyenda de los “Bad Boys”, aquel equipo en el que Isiah Thomas ponía la sonrisa y los codos, Adrian Dantley se encargaba de la anotación y Ricky Mahorn y Bill Laimbeer enseñaban a los rookies John Salley y Dennis Rodman cómo tratar al rival en defensa, cómo intimidarle, cómo golpearle a traición en cada bloqueo, en cada rebote… La derrota en aquel quinto partido, el incomprensible pase de Thomas a Laimbeer que fue interceptado por Bird milagrosamente cuando lo más a lo que aspiraba “El Pájaro” —así lo dijo después— era a hacer falta y que no corriera el tiempo, le costó al equipo la eliminatoria aunque aún forzó un séptimo partido que también lucharían hasta el último minuto (117-114).

Eso eran los Pistons: lucha y coraje. El siempre elegante Chuck Daly con su peine en el bolsillo guiaba a una panda de matones orgullosos de serlo. Tipos que no se rendían nunca y que contagiaban al público del Silverdome, la cancha más grande de la NBA, la que mayor asistencia por partido tenía en toda la liga. Ganar ahí era casi un milagro. El verano de 1987 fue el de consolidación de un proyecto: Rodman y Salley tendrían un año más, Joe Dumars se asentaría en la posición de escolta titular y a Dantley aún le quedaba energía para al menos una temporada, o eso pensaron los directivos.

En cualquier caso, aquel era el equipo de Thomas y Laimbeer y así seguiría siendo. Para lo bueno y para lo malo. Vinnie Johnson seguía siendo el “microondas” que se enfrentaba al mundo desde el banquillo, William Bedford no terminaba de explotar y el puzle se cerró en febrero con el fichaje de James “Buddha” Edwards, un veterano de 33 años proveniente de los Phoenix Suns, donde venía de promediar 15 puntos y ocho rebotes por partido y que encajaba perfectamente con la filosofía del juego interior de los Pistons: primero doy y luego pregunto.

El equipo acabó la liga regular con 54 victorias y 28 derrotas en la División Central, por entonces una de las más fuerte, si no la que más, de la NBA. Era el segundo año que pasaban de las 50 victorias pero no fue suficiente para tener el mejor registro del Este, que fue, una vez más, a manos de los Celtics. Después de una primera eliminatoria dura ante los Washington Bullets de Bernard King y Moses Malone, que llegó a los cinco partidos y solo se resolvió en el Silverdome gracias a una exhibición defensiva y la solidez habitual de Joe Dumars, con sus 20 puntos, Detroit se enfrentó en semifinales de conferencia a los Chicago Bulls de Michael Jordan, un equipo aún en construcción, en busca de la identidad que conseguirían años después con Phil Jackson en el banquillo.

Los Pistons ganaron el primer partido fácilmente y se encontraron con una gran sorpresa en el segundo: Michael Jordan acabó con 36 puntos y 11 rebotes, pero eso era normal en él. Lo que nadie esperaba era que Sam Vincent, un base-escolta que alternaba la titularidad con John Paxson se fuera a los 31 puntos y desnivelara la balanza para los de Chicago. Todo quedó en un susto: los Pistons ganaron los dos siguientes encuentros en el Chicago Stadium dejando a los Bulls en 78 puntos por partido y a su máxima estrella en 23,5 y remataron la faena de nuevo ante su afición, 102-95, con 25 puntos de Isiah Thomas y 19 puntos y 13 rebotes de Bill Laimbeer, que se las tenía tiesas con Charles Oakley.

Todo había sido un buen calentamiento para el momento decisivo de la temporada: la eliminatoria ante los Boston Celtics con el factor cancha en contra. El año anterior no habían sido capaces de ganar ni un solo partido en el Garden pero esta vez a la primera fue la vencida: 96-104. Era el inicio de una de las mejores series eliminatorias de la historia moderna de la NBA. Una serie en la que ninguno de los seis partidos se ganó por más de ocho puntos de diferencia y en la que nadie se dejó una gota de sudor en el cuerpo: tras la victoria de los Pistons en el primer partido, los Celtics respondieron ganando el segundo tras dos prórrogas. El tercero fue para Detroit por cuatro puntos de diferencia (98-94) pero en el cuarto, los Celtics callaron el Silverdome con una enorme remontada en el último cuarto basada en la defensa para imponerse 79-78, unos números bajísimos que ahora pueden resultar habituales pero que en 1988 eran impensables.

La serie volvió a decidirse en el quinto partido y el escenario, de nuevo, fue el Boston Garden. Los Celtics se adelantaron 54-40 al descanso y los fantasmas del pasado se volvieron a pasear por el vestuario de los Pistons mientras Auerbach apuraba otro cigarro. Sin embargo, los Pistons no habían llegado hasta ahí para rendirse. No entendían qué era eso de “rendirse” y a base de canastas de Isiah Thomas y una clara mejora en defensa consiguieron llevar el partido a la prórroga, donde esta vez no dejaron escapar su oportunidad y se llevaron el partido 96-102. El sexto de la serie, a jugar en Detroit, tampoco fue ningún paseo: el invitado de honor esta vez fue Vinnie Johnson, con 24 puntos, bien acompañado de Edwards, con 22. Larry Bird tuvo una de las peores noches de su carrera, con un lamentable 4/17 en tiros de campo para un total de 16 puntos, pero Kevin McHale volvió a burlar la defensa de Mahorn, Salley y Rodman con 33 puntos y 11 rebotes.

No fue suficiente. Los Pistons ganaron 95-90 y se clasificaron para la final. La primera final en la historia de la franquicia. Al final del partido, las cámaras enfocaban a Kevin McHale hablando con Isiah Thomas, como instruyendo a un niño pequeño mientras aún se oían los gritos de “Beat L.A.” desde las gradas. Cuando le preguntaron a Thomas qué le había dicho, contestó: “Que llegar a la final no sirve de nada si no la ganas”.

El “Grupo Salvaje” en el reino del glamour hortera

Pat Riley, el muy engominado entrenador de los Lakers, había cometido un error imperdonable apenas un año antes, cuando derrotaron a los Celtics en la final, y muy seguro de sí mismo y de su equipo prometió a la ciudad de Los Ángeles un nuevo anillo la temporada siguiente. No solo lo prometió, lo garantizó. El dominio del equipo púrpura-amarillo durante la década venía siendo tremendo. Desde la llegada de Magic Johnson como novato en 1979, los Lakers habían ganado cuatro veces la NBA: en 1980, 1982, 1985 y 1987. Nunca habían conseguido defender con éxito un campeonato y de hecho ningún equipo lo había logrado desde los Boston Celtics de 1968 y 1969, tiempos aún de Bill Russell, Sam Jones y John Havlicek.

La “maldición del bicampeonato” se extendía, pues, a lo largo de casi 20 temporadas y la profecía de Riley estuvo a punto de torcerse varias veces aquella temporada. Pese a conseguir un registro de 62 victorias y 20 derrotas durante la liga regular, de lejos el mejor de toda la competición, su camino por los play-offs había sido agónico. La primera eliminatoria, ante los San Antonio Spurs, resultó un trámite porque por entonces el Oeste era un páramo y un equipo con 31 victorias como aquel de Alvin Robertson y Walter Berry podía plantarse en las eliminatorias finales pese a las 51 derrotas restantes.

Los problemas empezaron con los Jazz de Utah, que se había quedado a las puertas de las 50 victorias y tenía ya el germen de lo que sería más de una década de competitividad extrema, es decir, Kart Malone, John Stockton y un grupo de acompañantes, en este caso encabezados por el gigante Mark Eaton y el típico escolta blanco tirador, Bobby Hansen, que luego sería campeón con los Bulls de Jordan y Phil Jackson a principios de los 90. Los Jazz llegaron a “robar” un partido en campo de los Lakers y se pusieron 2-1 por delante pero no consiguieron rematar la eliminatoria en Salt Lake City y todo acabó en siete partidos, lo mismo que sucedió en la final de conferencia contra los Dallas Mavericks.

Aquellos Mavs eran cosa seria y todo el mundo les veía como “la gran promesa”. Tenían a Roy Tarpley, llamado a ser un pívot dominador pero demasiado centrado en las drogas, lo que arruinó su carrera. Junto a él estaban cinco estrellas de primer nivel: Derek Harper, Mark Aguirre, Sam Perkins, James Donaldson y Rolando Blackman. Con un juego vistoso, agresivo, basado en correr mucho y anotar compulsivamente, los Mavericks consiguieron asegurar sus tres partidos en casa y plantarse en el Forum de Inglewood para jugar el séptimo de la eliminatoria frente a los Jack Nicholson, Chevy Chase y compañía. El partido no estuvo siquiera igualado: entre Worthy, Scott y Magic acabaron con un equipo que no levantaría cabeza hasta la llegada de Mark Cuban más de una década después.

Tras seis derrotas en dos eliminatorias, agotados y estresados, los Lakers estaban en la final y tenían el factor campo a favor. Enfrente, como ya sabemos, los Detroit Pistons.

Si el antagonismo Detroit-Boston ya era bastante evidente en lo social y lo deportivo —la ciudad industrial frente a la ciudad comercial, el “midwestern” obrero frente al burgués elegante, el trabajo duro frente al talento sin más—, ver a Laimbeer, Rodman, Mahorn, Edwards y demás miembros de la plantilla entrar en el Forum de Inglewood era una reedición de El Castañazo pero sin Paul Newman. Aquello era 1988, pleno apogeo de la cultura yupi, de la laca y el pelo cardado, las hombreras, los colores chillones, el aeróbic. Como decían los Monty Python: “Hollywood, el lugar donde los niños toman drogas mientras sus padres van en patines”.

El Forum era el epicentro de la hoguera de las vanidades, allá donde todos los famosos y los wannabes se juntaban para animar a un equipo sonriente, dinámico, lleno de buenas energías, un equipo New Age, en definitiva. ¿Cómo explicarle eso a John Salley, por ejemplo? Los Lakers eran todo lo que los Pistons odiaban, porque, sí, los Celtics eran unos señoritos, pero eran unos señoritos que te clavaban un codo en los riñones en cuanto podían. Irlandeses furiosos. Estos tíos, no. Estos iban de estrellas del cine y de la tele y del showtime, no se metían en el fango, no se mojaban el culo. El único al que podían respetar un poco era a Magic, oriundo de Michigan y amigo personal de Isiah Thomas, con quien se besaba en la mejilla al principio de cada partido. En lo demás, aquello era un Grupo Salvaje asaltando una mansión colonial, tirando la vajilla por todo el suelo. No se podían hacer prisioneros. Los Lakers estaban cansados, habían sufrido como perros para llegar allí y la oportunidad podía no repetirse. Era necesario atacar desde el principio.

Así lo hicieron los Pistons y así lo hizo, sobre todo, Adrian Dantley, un jugador que parecía que iba por solitario en aquella plantilla: pasada la treintena, siempre bordeando el estrellato sin acabar de explotar, el alero parecía saber que no vería pasar más trenes y que tenía que subirse a ese como fuera. La temporada siguiente sería traspasado a los Mavericks a cambio de Mark Aguirre, un jugador que encajaba más en el perfil pendenciero de Detroit. De Dantley no se volvió a saber nada.

Ahora bien, en aquel primer partido, Adrian estuvo imparable: 34 puntos con 14/16 en tiros de campo, una auténtica barbaridad. Junto a él destacaron Isiah Thomas, con 19 puntos y 12 asistencias y Vinnie Johnson, con 16 puntos desde el banquillo. Al descanso, los Pistons ya ganaban 40-57 tras dos triples en los últimos cuatro segundos de Laimbeer y Thomas, y el Forum se teñía de un silencio rosa fucsia mientras Paula Abdul intentaba que las cheer-leaders levantaran el ánimo de los aficionados. No pudo ser. La segunda parte fue un lento arrastrarse de un equipo muy tocado físicamente, con Jabbar ya en la cuarentena y notándolo. La ventaja campo había cambiado. Si los Lakers querían ganar, si querían que se cumpliera el pronóstico de Riley, tendrían que profanar el Silverdome. Solo Michael Jordan lo había hecho en todos los play-offs, así que no sería fácil.

Para los Lakers, lo que no podía suceder bajo ningún concepto era irse a Detroit con un 0-2. El formato de las finales desde 1985 era 2-3-2, es decir, el equipo con mejor balance en la liga regular jugaba en su cancha los dos primeros y los dos últimos partidos y los tres de en medio los jugaba en campo contrario. La ventaja era —y sigue siendo, porque no se ha cambiado— enorme: no solo juegas un partido más en tu pabellón sino que además el contrario se ve obligado a ganar tres partidos seguidos si quiere defender su campo. Para que se hagan una idea, en estos 27 años de formato, solo ocho equipos han ganado teniendo el factor campo en contra y de esos ocho solo dos han ganado los tres partidos intermedios en su campo (Detroit, precisamente contra los Lakers, en 2004, y Miami, contra Oklahoma, en 2012).

Con el aviso ya dejado, los Pistons recularon en el segundo partido y dieron vida a los Lakers, que por fin pudieron correr: 73 puntos entre Magic, Scott y Worthy dan fe de ello. Dantley siguió acertado, pero no fue suficiente. La serie viajaba empatada a la Ciudad del Motor.

La mística del Silverdome

El Silverdome de Pontiac, en Michigan, a escasos kilómetros de Detroit era —y sigue siendo, aunque remodelado— un pabellón multiusos que lo mismo valía para la NFL que para la NBA que para albergar la tercera edición de Wrestlemania. Aquello era un lugar enorme, abierto en su graderío como un estadio de fútbol, impresionante para el equipo rival, fuera quien fuera. El seis de diciembre de 1975 lo inauguraron los Who con un concierto exclusivo y el 31 de ese mismo mes, Elvis Presley dio su primer concierto de Nochevieja, ante más de 60.000 fans.

Para el tercer partido entre Pistons y Lakers se vendieron 39.188 localidades, un poco menos de las casi 50.000 que se habían ocupado durante el partido de liga regular contra Philadelphia y lejos del récord total de la NBA, fijado desde marzo de 1998 en 62.046 espectadores, cuando los Chicago Bulls de Michael Jordan, en la que se suponía su última visita a la ciudad, llenaron el Georgia Dome de Atlanta, otro pabellón multiusos que los Hawks utilizaban para las grandes ocasiones.

Así que ahí estaban los Lakers, vivos después de todo, sintiendo el odio de casi 40.000 locos de Michigan volcados con su equipo. Un ambiente más propio de una cancha griega que de un pabellón tipo de la NBA, con sus perritos calientes, sus palomitas y sus cheer-leaders. Pat Riley y sus chicos sabían que iban a la guerra y se prepararon para ello: una victoria, una sola victoria en los siguientes tres partidos y la serie volvería a casa, al calor del glamour, el lujo y el sol de Inglewood.

Era un encuentro para las estrellas, y los Lakers decidieron jugar con solo siete jugadores. No importaba el cansancio. Una victoria les daba dos partidos de margen y lo sabían. Magic salió a por todas, más pendiente de repartir juego que de buscar el aro contrario. Primer pase, siempre, a Worthy. Si la cosa se empantanaba, A.C. Green se abría y anotaba. Si hacía falta correr, Byron Scott tomaba el riesgo de acabar empotrado por Laimbeer contra cualquier grada supletoria. Los dos primeros cuartos fueron de tanteo, con Isiah Thomas manteniendo de nuevo a unos Pistons que echaban de menos la anotación de Dantley, lejos del brillo del primer partido en Detroit. Había un equipo campeón y un equipo aspirante y eso se notaba. Los grandes ambientes sacan lo mejor de los grandes jugadores y los nervios de los jugadores más jóvenes.

Algo así pasó en el tercer cuarto: los Lakers pudieron correr y el Silverdome se calló. Mate de Worthy, mate de Scott, pase tras pase de Magic. Entre los tres, de nuevo, 60 puntos, más los 21 de A.C. Green, por entonces un joven jugador que aún tendría tiempo de ganar otro anillo en 2000 junto a Kobe y Shaq, batiendo el récord de partidos consecutivos jugados en liga regular, más de 1000, en sus distintas etapas en Los Angeles, Phoenix, Dallas y Miami. El “célibe” Green —su compromiso con la virginidad iba más allá de lo comprensible— era lo más parecido a un “bad boy” que tenían en Los Angeles, junto a, quizá, Kurt Rambis, solo que Rambis apenas jugaba. Los Pistons lo pasaban muy mal con Green, que corría más que Mahorn, era mucho más rápido que Laimbeer… y a la vez tenía mejor físico por entonces que Dennis Rodman. Corría, reboteaba con ganas y tiraba aceptablemente de cinco metros.

Aquel día, A.C. acabó con un notable 9/11 en tiros de campo y añadió ocho rebotes. El tercer cuarto fue decisivo: un parcial de 18-31 dejaba a los Lakers con 14 puntos de ventaja y muy poco talento en los Pistons como para darle la vuelta al partido. Thomas lo intentó, aprovechándose de los evidentes problemas de Magic con la gripe, y acabó con 28 puntos, nueve asistencias y siete rebotes, pero sus compañeros no le acompañaron. Sobrepasados por la presión generada a su alrededor, entre Dumars, Johnson y Laimbeer se combinaron para meter 24 puntos con un horrible 12/33 en tiros de campo. Los Lakers habían ganado a base de defensa. Quemando más energía de la recomendable, de acuerdo, pero con un buen fin. El resultado final, 86-99, la anotación más baja de Detroit en la serie con mucha diferencia, les ponía con una ventaja de 2-1.

Una vez cumplido el objetivo, los Lakers se relajaron. Tenía sentido. Con esto no quiero decir que se dejaran ganar, pero la necesidad desapareció y el cansancio de las dos rondas previas a siete partidos se hizo palpable, sobre todo en defensa. Los Pistons ganaron el cuarto partido metiendo 111 puntos y el quinto con 104. Aquel quinto partido fue el único en el que los chicos de Riley al menos lo intentaron. El principio fue fulgurante: 0-12 para los visitantes y tiempo muerto de Chuck Daly. A partir de ahí, Laimbeer empezó a gritar como un loco, los 41.372 espectadores agitaban sus toallas blancas y el balón acababa siempre en las manos del renacido Dantley, que ya había anotado 27 puntos en el cuarto partido y que aportó otros 19 en la primera parte de este quinto partido para un total de 25. Vinnie Johnson colaboró con 12 puntos en esa primera parte, acabando con 16 y Joe Dumars por fin tuvo un gran partido, con 19 puntos sin apenas fallo.

Enfrente, los Lakers recuperaron al mejor Kareem. Si los Pistons tenían problemas con Green, Kareem los tenía con los Pistons. Laimbeer sabía anticiparse y le negaba el espacio necesario para ocupar la zona y lanzar su temido gancho. Le obligaba a suspensiones incómodas o movimientos hacia fuera. Era una roca de 2,13 y que abusaba del cuerpo ya castigado de la leyenda de 41 años, en la penúltima temporada de su carrera, pues ya había anunciado su retirada para verano de 1989, confiando en sumar un sexto e incluso un séptimo anillo, a sumar a los conseguidos junto a Oscar Robertson en Milwaukee y junto a Magic en los Lakers.

Aquel día, sin embargo, Kareem estaba imparable. Acabó con 26 puntos y 6 rebotes, consiguiendo por fin que el juego en ataque posicional pivotara en torno a él, como había sido siempre. Su energía no bastó. Los problemas de faltas de Green y Worthy lastraron a los Lakers, pese a que esta vez Magic sí pudo con Isiah Thomas, que se quedó con un 4/13 en tiros y siete pérdidas de balón. Los Lakers se acercaron como siempre en el tercer cuarto pero acabaron sucumbiendo ante la algarabía de Michigan: 104-94. Los Pistons se adelantaban 3-2 en el que sería su último partido en Pontiac, pues el año siguiente pasarían a jugar en el también multitudinario Palace de Auburn Hills.

Todos marcharon a Los Angeles contentos. Los Lakers, por seguir vivos. Los Pistons, porque estaban a una sola victoria de la gran machada final.

La exhibición del cojo Thomas

Llegamos pues al climax de este reportaje. Sexto partido de la final de la NBA. Temporada 1987/88. Los Pistons han empezado bien el primer cuarto, con una ligera ventaja, pero se han venido abajo en el segundo, encajando un parcial terrible de 33-20. No hay noticias de Dantley, no hay noticias de Laimbeer, el “microondas” de Vinnie Johnson está apagado. Rodman se mete en todas las peleas que encuentra por el camino pero no es suficiente: los Lakers corren y cuando los Lakers corren nadie puede hacer nada.

Todo cambiará en el mítico tercer cuarto, probablemente el mejor de la historia de las Finales NBA y con un nombre propio destacando por encima de todos: Isiah Thomas, el diablillo sonriente. En los primeros cuatro minutos y medio del cuarto, Isiah anota 14 de los 16 puntos de su equipo para colocarlo a dos puntos de los Lakers: 64-62. En la siguiente jugada, Magic Johnson intenta entrar a canasta pero recibe una falta criminal de Laimbeer. El público de Inglewood se levanta y abuchea. Bill mira a su alrededor, desafiante, Magic anota los dos tiros libres, no está para intimidaciones. La defensa de los campeones sube un peldaño. Los Pistons no encuentran tiros más allá de los que Thomas se busque y esa no es la idea: la idea es que Thomas busque tiros para los demás. Mychal Thompson, eterno aspirante a fichaje del Real Madrid, anota otros dos tiros libres y Thomas, defendido ahora por Michael Cooper, especialista defensivo de apariencia desgarbada e improbable, comete pasos antes de que James Worthy, el mejor jugador del partido por los locales, anote una nueva canasta.

Dantley anota, por fin. En la siguiente jugada, Thomas rebotea en defensa y sale corriendo como alma que lleva el diablo. Cede a su derecha a Dumars y frena la carrera poco a poco, con la mala suerte de pisar el pie de Cooper, que ni siquiera está atento a la jugada. Dumars anota para poner el partido en un pañuelo (70-66) pero Isiah se retuerce de dolor en el suelo. Cuando digo “se retuerce” no exagero. Todo el banquillo de los Pistons se levanta para ver cómo está. No puede ni siquiera ponerse en pie y cuando lo hace tiene que apoyarse en dos compañeros. El dolor es inmenso y se ve en su cara. El dolor y el miedo. Este es el final del sueño. Es el final de ocho meses de lucha casi diaria. Como en la NBA no se tira el balón fuera, Thompson aprovecha el contraataque para anotar. Daly pide tiempo muerto para darle oxígeno al tobillo de su estrella. No hay manera. Thomas no puede jugar. Le ponen hielo para calmar el dolor, pero se queda en el banquillo. Magic mira preocupado y aliviado a su vez a su amigo. Aquello tiene pinta de ser grave.

Quedan 4:40 para acabar el tercer cuarto y Vinnie Johnson está desoladoramente frío. Nadie toma responsabilidades, Salley comete una nueva falta sobre A.C. Green y este anota los tiros libres. 74-66. No han pasado ni 50 segundos cuando Isiah se levanta cojeando, avisa a Daly y el veterano entrenador de los Pistons pide el cambio. De perdidos al río. Thomas no es que cojee, es que parece llevar una muleta invisible. En su primera jugada, recibe algo escorado, remonta línea de fondo tras driblar a Worthy y anota en lo que ahora llamamos “bomba”, a una pierna —la mala, para más inri— sobre Green para poner el 74-68.

Worthy anota dos tiros libres —los árbitros están masacrando a Detroit con las faltas— y en el siguiente ataque el balón vuelve a llegar a Thomas, que encara a Cooper, amaga con el tiro, bota hacia su izquierda, nota una pequeña ventaja y la mano de Coop en el costado y exagera el empujón mientras lanza desequilibrado. El balón pega en la tabla y entra. Thomas sale disparado hacia un lateral lleno de fans de los Lakers sin llegar a caer pero cojeando de nuevo, pegando saltos a una sola pierna. El árbitro pita falta pero falla el tiro libre. Lleva ya 18 puntos en el cuarto, los Pistons están a seis.

Cuando tu líder muestra el camino hay que seguirle. Eso debieron pensar los Pistons en ese momento. Con Rodman y Salley en el campo, la intensidad defensiva sube. Si Thomas va a matarse jugando ese partido, más vale que se maten todos. Los Lakers empiezan a tener miedo. Anota Dantley, anota Rodman en el contraataque, tras otro tiro libre de A. C. Green, Thomas se para en la línea de tres y anota. 21 puntos. El partido está empate a 77 y los Lakers fallan de nuevo. El rebote largo va para Rodman, que encuentra a Thomas por el centro y anota una bandeja tras la cual vuelve a exagerar la caída, esta vez contra el fondo, y se levanta corriendo como puede a una pierna, consciente de que está haciendo historia, de que las cámaras le están enfocando y un niño de 11 años está preparando un artículo que escribirá 24 años después. Lleva 35 puntos, 23 en el tercer cuarto, nueve completamente cojo.

Green vuelve a matar a los Pistons con un tiro abierto y empata a 79 a falta de unos segundos. La última posesión es para Detroit: Vinnie Johnson, que está haciendo de base para que Thomas no tenga que asumir demasiado esfuerzo físico, soba la pelota esperando que el tiempo pase hasta que encuentra a Isiah en el lado izquierdo. El bloqueo no ha salido bien y tiene a Cooper justo en sus narices, presionándole. Pivota sobre sí mismo, se pone de espaldas, amaga postear desde seis metros y a falta de dos segundos gira en suspensión sobre sí mismo —un “fadeway jumper” de lo más improbable— para lanzar un balón bombeado, que supera las largas manos de Coop y acaba entrando sorprendentemente en la red. Es su vigésimoquinto punto del cuarto, 37 en el total del partido. Ha fijado un récord que aún nadie ha conseguido superar, ni siquiera el mítico Jordan. Los Pistons ganan por dos puntos de diferencia y están a un cuarto de llevarse el título a Michigan.

Cuenta la leyenda que la NBA ya había mandado el champán al vestuario de los Pistons y que su propietario estaba frente a una cámara de la NBC esperando a ser entrevistado como nuevo “Campeón del Mundo”. Pese al lógico enfriamiento de Thomas y el excelente partido de James Worthy (28 puntos, 9 rebotes, solo comparable con los 22 puntos y 19 asistencias de Magic Johnson), los Pistons siguen por delante a 1:03 del final. Dumars (18 puntos y 10 asistencias) anota dos tiros libres para poner el 99-102. En la siguiente posesión, Byron Scott, el siempre bajo sospecha Byron Scott, se crea su propio tiro, una suspensión en rectificado que deja el partido en un punto.

Los Pistons piden tiempo muerto. Quedan 45 segundos, así que el objetivo es tirar cuando queden más de 24 y así dejarse en cualquier caso la última posesión. La responsabilidad, cómo no, cae en Thomas, que ha llegado ya a los 43 puntos. No es un buen tiro. Falla. El rebote va para Lakers con 27 segundos por delante. Organizan un ataque “estándar”, que les dé tiempo a reaccionar en caso de fallo y encuentran a Kareem en el poste bajo. Jabbar recula un poco sobre Laimbeer y se gira para lanzar. Falla. Incomprensiblemente, se oye un silbato. El árbitro considera que el defensor ha tocado el codo del atacante al tirar. Las imágenes no lo dejan claro. Haya contacto o no, no parece suficiente para alterar el lanzamiento. Laimbeer se lleva las manos a la cabeza. Es su sexta falta personal y queda eliminado del partido con solo dos puntos en 39 minutos. Ni una sola canasta de campo.

Quedan 14 segundos para el final del sexto partido. Jabbar no lleva una gran serie en general y tampoco en lo que a tiros libres se refiere pero hoy está en 6/6 desde la línea de 4,70. En el resto del campo, 3/14. Tiene el peso de convertirse en héroe o villano y a la vez el comodín de saber que sería el villano más corto de la historia. Todo el mundo quiere a este tío aunque él mismo no se haga querer demasiado: reservado, alejado de los focos desde su conversión al Islam, paciente trabajador que no reparte gestos ni sonrisas ni nada que no sea estrictamente necesario. Con su extraña mecánica, la propia de un gigante con problemas para bombear el tiro, Jabbar anota el primero. Empate a 102. Luego anota el segundo. Los Lakers ganan por un punto, pero la bola es para los Pistons.

Ahora bien, los Pistons están de los nervios. Llevan de los nervios desde que el champán llegó al vestuario y la cosa no ha cambiado. Dumars asume la responsabilidad, una responsabilidad que aún no le corresponde y que compensará con creces al año siguiente, siendo el MVP de las finales, y falla una suspensión forzada a falta de 7 segundos. Se lucha por el rebote y lo coge Scott, que intenta salir corriendo hasta que Rodman lo pilla a media pista y lo manda al suelo. Byron se revuelve e intenta ir a por el “Bad Boy” por excelencia. Sus compañeros lo paran. Solo falta que un reparto de técnicas fastidie el asunto. Scott tiene dos tiros libres y quedan cinco segundos. Falla el primero. Él sí que sería un villano duradero así que más le vale ir con cuidado. Se prepara para el segundo tiro pero falla también. Detroit no tiene tiempos muertos así que tiene que buscar la jugada de campo a campo en cuatro segundos. No lo consigue. Los pases no son precisos, la histeria continúa y ni siquiera llegan a tirar a canasta. Thomas se desespera. El banquillo en pie de los Pistons, aquellos chándales blancos con líneas horizontales rojas y azules, se echa las manos a la cabeza.

Los Lakers celebran como si hubieran ganado el título. Aunque aún quede un partido.

Cómo perder un campeonato y ganar dos anillos

El séptimo partido. Por tercera vez en tres eliminatorias, el Forum se viste de gala para festejar el quinto título de los 80. Los obreros tuvieron su oportunidad en el sexto y la dejaron escapar, ahora es el momento de los artistas. Extraño optimismo para una franquicia que nunca ha ganado un séptimo partido en unas finales. Canciones de Queen. It´s a kind of magic. Freddy Mercury frente a Bruce Springsteen. David O´Selznick frente a Henry Ford. Los Oscars, ¿frente a qué? Frente a nada. Hay en los Pistons un pesimismo que solo se cura con arengas en los tiempos muertos y apelaciones a la unidad, al trabajo conjunto, a la defensa… Isiah Thomas sigue cojeando pero sigue jugando. No se rinde, y si el capitán no se rinde, ahí no se rinde nadie. Dumars está a su lado. Los pivots anulan por completo a Green y a Jabbar, aunque no tanto a Thompson. Al descanso, el milagro aún es posible, 47-52… pero ahí ocurre algo. Un viejo truco o una casualidad: el partido no termina de recomenzar. Pasa el tiempo y los jugadores no aparecen. No hay nada peor para un tobillo caliente que el paso del tiempo, el enfriamiento y la consiguiente hinchazón.

En el tercer cuarto, Thomas apenas juega, apenas corre, apenas puede disputar un par de minutos. Sin Isiah en la pista no hay ejemplo que seguir y James Worthy se los come a todos con patatas —35 puntos, 16 rebotes y 10 asistencias en el último partido, unos números que le valdrían el MVP de la final—. El parcial es de 36-21 en ese tercer cuarto, un nuevo desastroso tercer cuarto de los Pistons en esta final. Los Lakers ganan 83-73 y la racha no acabaría allí: tras Worthy llega Scott, con 21 puntos, y detrás de ellos, siempre, Magic, sacando un contraataque tras otro. Isiah vuelve a la cancha con una tirita en la cara, penúltima herida de guerra. A falta de 10:38, Cooper, en su mejor partido de lejos de la serie, anota un triple para poner el 88-73 y se enzarza en una pelea con Isiah Thomas y el banquillo de los Pistons.

Nunca despiertes a un león dormido.

Dumars y Rodman —tremendos partidos los suyos, con 25 y 15 puntos cada uno, más los 17 de John Salley— se turnan para defender a Magic, que empieza a notar cierto cansancio, cierta incomodidad. Los Lakers se pasan la bola sin saber si ampliar la distancia o dejar que el tiempo pase. Balones a Jabbar que acaba fallando una vez tras otra mientras ahora los que corren son los Pistons. A falta de cuatro minutos y medio, el partido está en 96-90, solo seis puntos de diferencia. Thomas mira desde el banquillo cómo Rodman sigue parando a Magic. A falta de tres minutos, 98-94 y bajando. Los Pistons no se rinden nunca. Nunca. Esa es su seña de identidad. Ya no suenan Huey Lewis and the News como si el partido estuviera sacado de un capítulo de American Psycho.

Tapón a Jabbar y contraataque de Rodman. 98-96. Anota Worthy, anota Vinnie Johnson. Dos minutos. Laimbeer vuelve a dejarle un recado a Magic, que anota los dos tiros libres. Dumars queda abierto a seis metros y anota. Queda un minuto y medio, algo menos, y el partido está en 102-100. Dennis Rodman presiona a Magic para que no reciba… pero hace una falta estúpida. No había ninguna necesidad de algo así, pero Rodman es casi un novato en la liga y ni siquiera en sus mejores días será uno de los tipos más sensatos del mundo. Magic anota solo uno y en el 1:14 que queda vemos un resumen de lo que ha sido la serie: los Pistons pueden matar pero no lo hacen. Las decisiones son pésimas: Laimbeer tira un triple frontal que se estrella contra el tablero, luego Rodman se tira una mandarina impresionante ante la desesperación de Daly. Cuando todo está perdido, cuando los Lakers van ganando 105-100 y quedan 20 segundos, la desesperación hace milagros: Michael Cooper falla dos tiros libres, fruto de la sobreexcitación, Joe Dumars coge un rebote en ataque y pone el partido en 105-102. A continuación, en medio de una algarabía impresionante, riff de Purple Haze incluido, Worthy falla un tiro libre y Isiah sale para hacer de El Cid. Worthy anota el segundo y Laimbeer anota un triple imposible a falta de seis segundos. 106-105, bola Lakers, El equipo se viene arriba, presión en todo el campo. El banquillo pide una falta inmediata pero en cuanto el balón le llega a Magic suelta un pase de béisbol al otro campo donde A.C. Green está completamente solo y machaca.

Al igual que en el sexto partido, los Pistons están sin tiempos muertos. Nadar para morir a la orilla. Quedan dos segundos y Laimbeer tiene que sacar entre la gente que se agolpa para saltar a la pista a celebrar. Su pase no va a ninguna parte. Los Lakers han ganado. Cinco anillos para Magic, para Cooper, para Kareem. La profecía de Pat Riley cumplida tras 24 partidos. Nadie había jugado tantos partidos para acabar campeón. Los Pistons se retiran compungidos pero altivos, con algo de Mac Arthur en su gesto. “Volveremos”, parecen decir, “y os patearemos el culo”.

Así fue. Al año siguiente, los dos equipos se volvieron a enfrentar en la final pero aquello no estuvo ni competido: 4-0 para unos Pistons imparables. Dantley se quedó sin su anillo pero era un sacrificio necesario. En 1990, los Pistons repetirían ante los Blazers, con Laimbeer de tirador puro. Fueron años de gloria para el baloncesto sucio, de alquitrán y grasa, el baloncesto de la intendencia. En 1991, todo cambió: después de cuatro años ganando a los Bulls camino de distintas finales, los Pistons cayeron estrepitosamente en la final de la Conferencia Este. Otro 4-0 inapelable.

Como epitafio de su dinastía eligieron la despedida que más les retrataba: Rodman tiró a Pippen contra las gradas y, con el cuarto partido ya sentenciado, los jugadores se retiraron del campo cuando aún quedaban cinco segundos por jugar, pasando por delante del banquillo de los Bulls, sin mirarles, un desprecio total. Ni felicitaciones ni buenos deseos. Un equipo que se construye en torno al odio acaba en el odio. No creo que ninguno se pregunte ahora si mereció la pena. Bastaba con ver sus caras celebrando anillo tras anillo, pelea tras pelea, codazo tras codazo, sonrisa de Isiah Thomas tras sonrisa de Isiah Thomas, tumbando gigantes uno a uno como si fueran molinos.

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29 Comentarios

  1. vamosalasal

    Y así seguimos mitificando equipos basados en el rencor ante quien simplemente juega mejor que ellos. Ya estaréis glosando las patadas de Arbeloa y Alonso, los pisotones e idas de olla de Pepe… Muy bien, mucho deporte por aquí.

    • Eso es parte del juego también. «Más bonito» no es «mejor». ¿O acaso la España subcampeona de Los Ángeles era un dechado de juego esteta y preciosista? Qué puñetas, Romay, López Iturriaga y compañía sacaban los codos cuando tenían que sacarlos. Y no merecen menos respeto por ello.

    • Los Bad boys eran muy duros. Pero jugaban muy bien a baloncesto. No tenían pivots muy estilistas, pero el cuarteto Mahorn, Rodman, Salley y Lambeer era defensivamente extraordinario. Ver a Rodman defender a pivots que le sacaban una cabeza o a aleros mucho más pequeños que él y hasta a bases como Magic , era espectacular. Reboteando, imponente.
      Pero además de la fortaleza defensiva tenían mucho talento. Thomas era un superclase y Dumars uno de los escoltas más elegantes que yo he visto. Y Dantley primero (¡cómo jugó el primer partido de la serie contra Lakers, qué tirador!) y Aguirre después, aleros de primerísimo nivel.
      Su dureza ha prevalecido en el recuerdo a su gran categoría. Pero yo los vi muchas veces y te aseguro que eran muy, muy buenos.

    • No has entendido nada y dudo que hayas visto jugar a esos Detroit.Orgullo, sacrificio,lucha,agresividad, amor propio, valentía y sus dosis de talento y clase.

  2. jorgespring

    Interesante artículo sobre la época dorada del basket, solo puntualizar que además de las series que indicas, en las finales de 2006, Miami ganó sus tres partidos en casa a Dallas para remontar la final que estaba 2-0 y sentenciar ganando el sexto de nuevo en Dallas

  3. Periodista ETT

    «Si los Lakers querían ganar, si querían que se cumpliera el pronóstico de Riley, tendrían que profanar el Silverdome. Solo Michael Jordan lo había hecho en todos los play-offs, así que no sería fácil.» Los Celtics ganaron también en el silverdome, no sólo Michael Jordan…

  4. Buen articulo pero concuerdo con el primer comentario, no se puede alabar todo lo que hacen los equipos. Por ejemplo en el texto se menciona «los árbitros están masacrando a Detroit con las faltas», ¿y que esperas si basas tu juego en el contacto fisico? A pesar de discrepar en esos puntos es un buen articulo sobre una serie historica

  5. granjefeindio

    Buen artículo, aunque excesivamente largo para lo que estás contando.

  6. Hombre, daban cera. De la buena. En una época donde se mezclaron los talentos de las viejas glorias de la liga con el asentamiento de las nuevas ( Dr.J, Moses Malone, Kareem, etc… con Jordan, Bird, Magic, Olajuwon, etc..), este equipo, despuntó porque se salía del guión «espectáculo». Pero sería injusto que tan sólo permaneciese en el recuerdo su juego sucio. Los Pistons consiguieron juntar un equipazo. De Thomas, poco que decir. Dumars, era elegante hasta hartar, Laimbeer, codazos al márgen, fue probablemente el creador del 5 del futuro, un tio grande, fuerte, duro, pero con una manita desde 7 metros que lo hacia tan peligroso por dentro como por fuera. Sally, Mahorn, Edwards, Laimbeer y Rodman….Probablemente sea difícil encontrar un equipo en la historia con mayor variedad de recursos en la zona como estos Pistons.

  7. al autor le mola este tipo de juego, un poco patético. y comparto lo que dice el primer comentario

    no sería raro que el mismo alabe la marrullería de los chicos del fascista de mou en unos años en un artículo calcado a este

    • No has visto jugar a «los Bad Boy» en tu vida,vuelve al futbol.

    • Lo que es patético es sacar el frúmbol aun sin venir a cuento. Cualquier idiota puede apreciar la belleza de un juego ofensivo lleno de filigranas, pero solo el verdadero amante del deporte entiende la calidad que hay en la defensa, el esfuerzo, el sacrificio y la épica.

  8. michelle

    Historia pura del basket.Cualquiera que ame este deporte honra a los BAD BOYS,orgullo y sacrificio a raudales.
    Ahora bien, los ignorantes que piensan que el basket consiste en que un tipo encesta una bola por un aro……

  9. Ver luchar a Rodman por un rebote ofensivo como si se acabara el mundo.

  10. Enrique Aguilar

    Buen artículo, los Pistons de los ochenta eran un equipazo, con una rotación mas amplia de las habituales en aquella epoca, rotación de ocho jugadores, que luego ser iría ampliando en el basket moderno.

    Equipo duro, el topico que les acompañara siempre, pero también talentoso. Thomas será siempre uno de los mejores bases de la historia de la NBA, puro talento, Dumars y Vinnie Johnson eran grandes anotadores, y Mark Aguirre era mas todo terreno que Dantley, pero también era talentoso. Luego rodeado de una guardia pretoriana de tipos duros, Laimbeer, Mahorn, el Buda Edwards, y gente atletica como Rodman y Salley. En fin una escuadra para la historia, muy compensada en todos los aspectos.

    Lo que no estoy de acuerdo es con los tópicos aplicados, sobre todo en relación con los celtics. Los «currantes» contra los «talentosos». Evidentemente los Celtics tenian mucho talento, pero igual trabajo que los de Detroit, hay muchisimos libros escritos sobre la ética de trabajo de Bird, o su dominio de todos los fundamentos del baloncesto a base de currarselo. O «los señoritos de Boston», bastase ver los videos del público del Garden de los ochenta para ver que no era asi. Ni mucho menos pudieramos catalogar a Bird, Mchale o Ainge de señoritos, sobre todo a éste ultimo que sabia dar cera como el que más.

    Tampoco estoy de acuerdo con lo de que la primera final la debieron haber jugado el año anterior, afirmacion que parece negar el mérito de finalista a los Celtics, que jugaron esos Playoffs con una rotación limitadisima, con Walton fuera de juego, y con Mchale lesionado de los tobillos, además de la ya eterna lesion de la espalda de Bird. Ese equipo sin lesiones, y con Len Bias, podría haber llegados a un par de finales mas, con lo que a lo mejor la historia podía haber cambiado. Los Pistons se merecieron llegar a su primera final cuando se lo merecieron, es decir en 1988.

  11. Mítico!! Esto hay que recordarlo con los ojos de esos aficionados trasnochados que nos quedábamos hasta las mil para ver estos partidos y disfrutábamos por ese tipo de juego, algo duro, mucho más ágil, rápido y agresivo que el basket al que estábamos acostumbrados en España. Con los ojos de esos que recordamos que ese mismo año fue cuando empezó a emitirse Cerca de las Estrellas.

  12. Hay gente que solo conoce a aquellos Pistons de leer tonterías en el periódico de la M grande. Aquellos Pistons jugaban MUY BIEN al baloncesto. ¿Eran duros? Sí. Pero eso no quita para que se niegue que sabían jugar muy bien. ¿Acaso Jordan no fue uno de los jugadores más sucios en el «trash talking» de la historia? Y no pasa nada. Dice en este artículo Antonio Rodríguez, que de esto sabe algo, que los Pistons del 89 es uno de los mejores equipos que ha visto nunca (http://www.sillonbol.com/entrevistas/antonio-rodriguez-despues-de-kobe-habra-vida-en-l.a.-y-eso-empieza-con-howard).

    Sobre los que sacan a colación del artículo el fútbol y el «madridbarcelonismo»….casi mejor ni mencionarlos; mejor que se vayan a otros foros y puntopelotas con su guerracivilismo constante, su «y tu más» y su nula pasión por el Deporte (con mayúscula)

  13. viejotrueno

    Está claro que aquellos Pistons han sido uno de los mejores equipos de la historia, por eso es discutible que el articulista comience con el tópico de los «bad boys»… que sí, que eran duros de cojones, pero es que en aquella NBA se repartían ostias como panes, obviamente unos más y otros menos, pero todo el mundo repartía cera que daba gusto. Y sí, L.A. incluídos.
    Claro, a día de hoy la cosa es más estricta y menos permisiva, pero es que esta discusión existe desde los tiempos de Naismith…

  14. Pingback: El día en que un Isiah Thomas cojo casi tumba a Magic y Kareem | manzanareSport

  15. Wil E. Coyote

    Leyendo los comentarios a este artículo sólo queda clara una cosa: cuánto daño ha hecho la cantinela de «els valors».

  16. Andrés Prieto

    Me he sentido bastante identificado con el artículo porque yo también tenía once años entonces y fueron las primeras finales que seguí (aún conservo las «Gigantes» dedicadas a ellas). Un par de comentarios: creo que se es un poco injusto con Adrian Dantley, un jugadorazo de una clase que se ha perdido: el tres que postea, sin ser un grandísimo tirador de larga distancia, una tradición fantástica de los ochenta con jugadores como Alex English, Adrian Dantley y el exuberante Worthy. La razón principal del intercambio por Aguirre («Aguayer» para los nostálgicos de las retransmisiones de la época), según los medios de entonces, fue su íntima amistad con Isiah Thomas.
    Las comparaciones con el Barça y el Madrid de fútbol me parecen absurdas y muestran una incultura impresionante. Los Bad Boys, que en su momento consideraba detestables, eran unos superclases: nueve jugadores de nivel altísimo (los Celtics de la época tenían medio reserva de calidad y los Lakers dos, como mucho, Mychal Thompson y el saltador de altura Michael Cooper).
    Otra apostilla: en las finales del año siguiente ganaron los Pistons de manera aplastante, y hablo de memoria, pero si no recuerdo mal, los Lakers tuvieron el mejor récord de la liga, hicieron unos playoffs impresionantes y en las finales de conferencia o las propias finales sufrieron una plaga de lesiones: Magic, Scott y alguien más… Me parece que hasta llegó a jugar bastante Tony Campbell. ¡Gracias por el artículo!

  17. Fat Lever

    El autor del primer comentario demuestra no tener ni idea de baloncesto, aparte de que se le ve el plumero bastante. Detroit fue un gran equipo, con mucho talento, con una defensa pocas veces vista, una plantilla interminable de nueve o diez jugadores útiles y con una ética de trabajo para enseñar en las escuelas.
    Muy buen artículo, aunque en la comparación Celtics/Pistons patina: Boston era trabajo, trabajo y trabajo, el show estaba en la otra punta el país.

  18. Que grandes recuerdos! tenia 8 años cuando esto pasaba y mis padres me lo contaban a la mañana siguiente antes de ir a la escuela. A veces incluso me dejaban ver unos minutos del partido que habian grabado en VHS antes de ir a la escuela! En el patio de la escuela todos querian ser Magic o Bird o Jordan. Yo era el unico que elegi Isiah, Dumars o Rodman! que grandes madre mia!!!

  19. Me reafirmo con lo que los recuerdos endulzan el pasado. Los Detroit Pistons eran leñeros como los italianos y los yugoslavos. Con ellos se acabó el baloncesto divertido, partidos de pocos puntos y juego espeso. Yo no era muy seguidor de los Lakers, pero siempre preferiría su juego a esa banda de matones. Jugaban bien, si no no hubiesen llegado a nada, pero no eran lo que se dice espectaculares y divertidos. Los comparo con los yugoslavos y los italianos porque era la misma filosofía, ganar de cualquier forma, la suerte que tienen en la NBA es que eso se acabó, al menos hasta que llegaron los primeros Spurs, pero aquí seguimos aguantando a entrenadores de la antigua yugoslavia e italianos que ven normal que un equipo de profesionales ganen partidos con 50 puntos en 40 minutos.

  20. A ver me decepciona enormemente algo en este extraordinario articulo tan bien redactado que no se resalte el importantisimo factor de las ausencias de Magic y Scott en los partidos 2,3,4 de aquella fatidica final del 89,a buen seguro que no hubieran sido barridos mis amados lakers que tanto me empaparon de alegrias con sus incontables campeonatos,he de resaltar que la DERROTA de Detroit de aquella irrepetible final del 88 fue netamente merecida y Detroit de todas formas tenia que perder esa final estuviese sano y no cojo Thomas o no,es mas sin esas ausencias los amarillos de Inglewood podrian haber ganado su 3er anillo consecutivo,si bien se dijo que aquellos badboys fueron un equipo construido con la soberbia y el rencor nubca pude odiar mas y desearle lo peor a una franquicia nba,ratifico laDERROTA de Detroit fue tan absolutamente merecida y forzada,Riley juró romper el maleficio de campeón nuevo todos los 70 y 80 y asi fue lo ROMPIÓ y esa histórica foto del abrazo de Pat a Magic de pelicula lo resumió todo la IMAGEN que se comió todas las palabras y habladurías

  21. Hay que reconocer que con un Thomas sano o no los lakers tenian que ganar forzosamente asi lo juró riley y del dicho al hecho y me decepciona enormemente que el autor de este articulo no reconozca que sin las ausencias de Magic y Scott por supuesto que no hubieran barrido los odiosos y odiados badboys a los amarillos de inglewood como ferviente lakeriano que soy en otras palabras la DERROTA del 88 de los potentes badboys era un hecho seguro y yo lo sabia y PUNTO duela a quien le duela

  22. Pingback: Anónimo

  23. Sampietro83

    Como cada articulo que leo en JOTdown, este ha sido genial en como esta redactado; es una redaccion que te ‘engancha’ y aunque sabes que te llevara un rato, sigues leyendo porque ‘atrapa’; si me gustaria corregir una apreciacion que se hace al comienzo del articulo: dice…’la primera final en la historia de la franquicia’ y no es asi: los pistons ya habian sido finalistas en la decada del ’50, solo que la sede en aquellos años era la cuidad de Fort Wayne (Indiana), cuidad donde nacio este equipo de la mano de Fred Zoellner, propietario de una empresa dedicada a la venta de repuestos automotrices, bajo el nombre de Ft.Wayne Zoellner’s…, denominacion a la que luego le agregaron el ‘pistons’, siendo ‘fort wayne zoellner’s pistons’ hasta el traslado a la cuidad de Detroit (por entonces, cuarta urbe del pais, con una industria automotriz que le daria fama a nivel mundial a la ciudad de la que hoy solo quedan las ruinas publicadas ya hasta el hartazgo) en 1957; hasta 1978 (periodo durante el cual ocurre la venta de Fred Zoellner a Bill Davidson, en 1974, que seria el dueño hasta su fallecimiento en 2009, por tanto fue el artifice de los unicos tres anillos de la franquicia y esos años dorados), los pistons permanecieron en la cuidad de Detroit ; luego al final de la temporada 1977/78 se mudan a pontiac, siendo locales en el siverdome (hoy otra mole «fantasma» que dan ganas de llorar) hasta 1988, cuando, como bien dice el texto, se mudan a Aurburn Hills, suburbio prospero del Condado de Oakland- en el top 5 de renta per capita en EEUU-, sede de la Chyrsler desde 1992. Conclusion: desde su creacion los Pistons han jugado 7 finales y han ganado 3 de ellas; las primera dos, antes de 1957 y las siguientes fueron a partir de 1987 (87/88, 88/89, 89/90, 2003/04, 2004/05) y ninguna de ellas fue teniendo sede a la cuidad de Detroit en si (dentro de sus limites urbanos) sino que dos fueron en Fort Wayne y las restantes en Pontiac y Auburn Hills, ambos suburbios de la gran urbe, hoy reducida a escombros, pobreza y bancarrota…

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