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El hombre con el que nadie contaba: cuando Caniggia y Maradona devolvieron a Brasil a la adolescencia

Maradona y Caniggia

Brasil ganó tres mundiales de cuatro posibles entre 1958 y 1970 y se hizo a la idea de que así sería siempre, que lo natural era la victoria y no la mediocridad. 20 años después, lo que quedaba de aquella ambición era el pánico. Equipo insulso en 1974 y 1978, glorioso pero perdedor en 1982 y una combinación de todo un poco en 1986, a la seleçao le pasó lo peor que le puede pasar a un niño alegre: se dispuso a madurar, como el músico que no ha conseguido repetir el éxito de su primer disco y se escuda en la incomprensión ajena.

La «madurez» de Brasil era un ajuste a los tiempos. A finales de los 80 convivían en Europa dos tendencias muy distintas pero hasta cierto punto exitosas. Holanda venía de ganar la Eurocopa de 1988 con un juego alegre, no diría espectacular, pero que se basaba en el talento. La propia Holanda tenía un punto esquizofrénico, porque no era lo mismo el último Ajax de Cruyff que ganó la Recopa en 1987, que el pétreo PSV Eindhoven de Hiddink que ganó la Copa de Europa de 1988. Aun así, convendrán en que mejor Cruyff y Hiddink que Trappatoni o todos los dobles y triples pivotes que asolarían los 90.

En cualquier caso, la referencia mundial no era Holanda o lo era solo en la medida en que colaboraba en el Milan de Arrigo Sacchi, un equipo mal entendido a menudo: irregular en su campeonato nacional, casi imbatible en Europa, sobre todo en 1989, el año del 5-0 al Madrid, Sacchi creía en el talento pero sobre todo creía en el trabajo y ese trabajo, sí, era táctico, como lo fue después el de Guardiola, pero también era físico. No «físico» como se entendió en el 98, es decir, una sucesión de tíos de dos metros de largo por dos metros de ancho barriendo todo lo que pasaba por la zona, sino «físico» en su pretensión de agotar al rival presionándole por todo el campo y reduciendo los espacios para que no pudiera respirar.

El fútbol en 1990 parecía una cosa enteramente europea, organizada, seria, concienzuda, casi científica —primeros psicólogos en los banquillos, nutricionistas, médicos extraños de dudosa procedencia— y lo único que se oponía a aquella marea de datos en ordenadores era la genialidad de Maradona y su grupo de pretorianos, los del «pisalo, pisalo», los de los barbitúricos en las botellas de agua que pasaban a los rivales cuando se morían de sed… En resumen, el fútbol estaba bien jodido, y se acercaba el peor Mundial de la historia, sin comparación posible.

Ante eso, Brasil tenía que elegir entre mantener su esencia del jogo bonito y lo que los expertos de hoy en día llaman «competir», es decir, aburrir a las ovejas. Eligieron lo segundo porque pensaron que era la mejor manera de acercarse a la esquiva victoria, al soñado «tetra», su primer título desde la retirada de Pelé de la selección. Los fracasos de los Zico, Sócrates, Eder, Falcao, Dirceu, Careca y compañía parecían exigir un cambio de rumbo… y de Telé Santana se pasó a Lazaroni con una facilidad asombrosa.

Lazaroni había llevado a Flamengo y Vasco da Gama a sendos campeonatos cariocas a una edad impropia, apenas 37 años. En su debut con la seleçao ganó la Copa América, un torneo que no suele interesar demasiado a los brasileños pero que vio el debut de futuras estrellas como Romario y Bebeto, que marcaron todos los goles de su equipo en la fase final, incluyendo el de la victoria decisiva ante Uruguay, obra del futuro jugador de Barcelona y Valencia. Aquella «final» —en realidad era una liguilla pero ambos equipos llegaban empatados, como sucediera en 1950— de Maracaná, ya dio señales de lo que estaba por venir: un 4-4-2 sin apenas magia, con Dunga alternando las posiciones de medio centro defensivo y líbero más Mazinho organizando al equipo dentro de sus limitaciones.

Acostumbrados a ver hasta a cinco media puntas en su equipo, los aficionados brasileños no se lo podían creer: ¿Dunga y Mazinho como referentes del medio del campo junto a los cumplidores Alemao, Silas y Valdo en la banda? Sí, la victoria había llegado por aplastamiento, que, si se fijan, será la táctica imperante en Brasil durante los siguientes 20 años, pero no por convencimiento. Era un equipo que apenas recibía goles, que se replegaba con orden y que contraatacaba de maravilla, con esas dos balas arriba que eran Romario y Bebeto, y con aportaciones puntuales de Baltazar o posteriormente Müller.

El futuro podía ser suyo. De hecho, al final, lo fue.

La alternativa argentina

¿Qué hay entonces de Argentina? Estamos hablando del campeón mundial vigente con el considerado mejor jugador de la década… Bien, su problema se llama «renovación». Sencillamente, ha habido la justa: Bilardo sigue en el banquillo, Maradona sigue en el campo… pero las lesiones le limitan mucho. Los años que han ido de 1986 a 1990 han sido de trabajo a la sombra, lo que complica los análisis. Como campeona del torneo anterior, no tiene por qué luchar para clasificarse, así que solo nos quedan los partidos amistosos y la citada Copa América de 1989, donde las cosas no van como Bilardo espera: la selección acaba tercera, detrás de Brasil y Uruguay y no se muestra competitiva en ningún momento. Ahí siguen Pumpido, Ruggieri, Cucciufo, Batista, Giusti, Burruchaga y por supuesto Maradona, que no encuentra acompañante en la delantera.

El tema del delantero, de hecho, está volviendo loco a los aficionados. Algunos piden confianza en Balbo, otros en el joven Batistuta, muy pocos defienden el trabajo de Calderón, titular indiscutible durante la cita brasileña… y la mayoría pide el regreso de Jorge Valdano, el complemento ideal de Maradona, íntimo amigo y que está luchando entrenamiento a entrenamiento por cumplir los plazos marcados por Bilardo para meterle en la lista que jugará en el Mundial de Italia. Valdano tiene 34 años y lleva dos sin jugar por una hepatitis que parecía haber acabado con su carrera. Se deja la vida por esta segunda oportunidad… pero la oportunidad no llega. Finalmente, Bilardo prefiere convocar algo de savia nueva y decide que los delanteros que acompañen a Diego en la gesta de defender campeonato sean Gustavo Dezzotti, Gabriel Calderón, Abel Balbo y Claudio Paul Caniggia.

Lo de Caniggia es una relativa sorpresa. Melena rubia recogida habitualmente con una cinta, se trata de un jugador muy rápido pero poco definidor: en sus años de adolescente con el River Plate apenas marcó ocho goles en 53 partidos. Desde 1988 vive recluido en el fútbol italiano, en equipos de segunda fila como el Verona o el Atalanta, lejos de los rumores de El Gráfico o Clarín. Tiene 23 años, uno menos que Romario y, aunque ha participado en la Copa América de 1987 y la de 1989, lo ha hecho como suplente sin apenas minutos. Su temporada en Bérgamo ha sido más que aceptable: 10 goles en 31 partidos. ¿Podrá tapar la ausencia de Valdano? A Maradona no le ha hecho ninguna gracia que Bilardo lo haya dejado fuera y no culpa a Caniggia precisamente, porque de hecho se entienden a la perfección: el nuevo Diego, el de los tobillos de cristal, necesita alguien a quien meter el balón en profundidad y que defina. Él ya no puede regatear a todo el equipo contrario y empujarla ante la salida desesperada del portero.

Así, entre dudas, llega Argentina al partido inaugural del campeonato, ante la débil Camerún de N´Kono, Omam-Biyik y Roger Milla. El titular elegido es Balbo, que pasa desapercibido en la primera parte. En un cambio más arriesgado de lo habitual, Bilardo decide meter a Caniggia por Ruggieri, un central a veces reconvertido a medio centro. No sirve de nada. Camerún se queda con diez hombres, pero aun así Argentina no crea peligro, al contrario, en el minuto 67 ve cómo el equipo africano se adelanta en el marcador tras un fallo garrafal de Pumpido. Es un desastre. Es una humillación. Vautrot expulsa a otro camerunés a ver si así… pero nada, 0-1. Primera derrota del campeón ante un equipo que dará mucho juego. Primera gran crisis en la selección argentina.

Camino a la colisión en octavos

Brasil no enamora pero al menos sí gana. Es lo que se dice siempre en estos casos: «¿Veis? Ahora ganamos». Sigue la senda de la Copa América 1989: pocos goles encajados, equipo que gira alrededor de Dunga y búsqueda rápida del juego vertical para que los puntas definan. El problema es que los puntas ya no son los de Maracaná, los que serían cuatro años después en Estados Unidos: Romario y Bebeto están tocados y apenas pueden participar en los partidos. Están ahí, en el banquillo, por si acaso, pero Lazaroni prefiere otro perfil, más tanque, más rematador, menos frágil. Los delanteros de Brasil son Müller y Careca, el eterno Careca, campeón de casi todo en el Nápoles de Maradona, uno de los jugadores más infravalorados de los 80.

Mozer le ha quitado el puesto a Mazinho y Alemao, otro «napolitano» es el encargado de cerrar la defensa siempre que la bola la saque jugada, como puede, Dunga, el gran señalado por la crítica brasileña, el símbolo de la «traición» de Lazaroni, el mismo que levantaría en 1994 la copa de campeón del mundo. El primer partido, contra Suecia acaba 2-1, con doblete de Careca. El segundo, ante Costa Rica, 1-0, gol de Müller. El último, sin apenas nada en juego, enfrenta a Brasil contra Escocia y acaba con 1-0, marcado también por Müller en los últimos minutos del encuentro. Ese partido supondrá la primera y única titularidad de Romario en el campeonato.

Tres victorias por un gol de diferencia, marca Lazaroni, reflejo de un Mundial insufrible, temeroso, donde el talento siempre está en duda… pero tres victorias que amansan a las fieras. No puede decir lo mismo Argentina.

Y es que tras la vergonzosa primera derrota —el tiempo la haría menos vergonzosa, pues a Camerún le sobró una prórroga para llegar a semifinales—, la albiceleste es un polvorín. Maradona está solo y está cojo. Se nota. Sus mejores años quedaron atrás. Viene de ganar el Scudetto por segunda vez, ayudando con 16 goles, pero algo falla en su físico… Juega los partidos infiltrado y sorprendentemente lento. Casi a las primeras de cambio, los argentinos se juegan su continuidad en el torneo: la segunda jornada les enfrenta a la URSS de Zavarov, Kuznetsov, Shalimov o Dobrovolsky. La subcampeona de Europa.

Los primeros minutos presagian la tragedia pero resultarán claves en el resto de la competición: intentando salir a un balón dividido, Pumpido, portero titular, choca con Olarticoechea y se rompe la tibia y el peroné. Como sustituto, sale Sergio Goycoechea, otro semidesconocido sin apenas experiencia internacional. A la salida de ese mismo córner, Kuznetsov remata a gol pero Maradona saca el balón bajo palos con la mano. Otra vez la mano. Maradona empieza el 90 donde terminó el 86. El árbitro está justo detrás de la portería, nada le estorba. Ha tenido que ver claramente cómo Diego salva el 0-1 pero prefiere no decir nada. Los soviéticos se lo comen, como es lógico. Es la jugada clave del torneo, pero eso lo sabremos un mes después. Con Caniggia ya como titular, la vigente campeona gana 2-0 y tiene la clasificación casi en el bolsillo. Su último rival es Rumanía. Una victoria le haría optar por el primer puesto y un buen cruce. Una derrota le puede dejar fuera. La cosa acaba en empate a uno.

Argentina queda tercera de su grupo, con 3 puntos, pero se clasifica. El único problema es que su rival en octavos será ni más ni menos que Brasil.

El hombre con el que nadie contaba: Claudio Paul Caniggia

Domingo 24 de junio de 1990. Estadio Delle Alpi de Turín. Solo en un estadio se odia más a Maradona que en Delle Alpi y ese estadio es San Siro. En realidad, la cosa está bastante igualada. Maradona es Nápoles y Nápoles es el sur y le ha declarado una guerra algo populista al norte de las fábricas y los Ferraris. Argentina, de alguna manera, juega fuera de casa y lo hace contra un equipo que, solo un año antes, le ha pasado por encima en la Copa América.

Las dos selecciones tienen algo en común: la prensa de sus respectivos países se ha cebado en críticas crueles y destructivas y los jugadores tienen ganas de reivindicarse. No es un enfrentamiento propio de unos octavos de final y ambas tienen derecho a sentirse desafortunadas pero hay una diferencia: Argentina estaba muerta y ahora vive. Brasil ha cumplido todos sus deberes y de repente se encuentra ante el abismo. Por lo demás, pocas novedades: Goycoechea en el arco y Caniggia acompañando a Maradona arriba por parte argentina; defensa de cinco en Brasil con Jorginho y Branco de carrileros, ese invento tan noventero, Ricardo Gomes y Alemao de centrales y Dunga de líbero.

Lazaroni quiso revolucionar el fútbol y volvió a la Alemania de 1974.

Los dos sueñan con hacer el mejor partido del Mundial pero solo uno lo consigue: Brasil. Su primera parte es magistral, un espectáculo como hacía tiempo que no veíamos ante un rival grogui y sin recursos: Careca se queda solo frente a Goycoechea, pero el suplente de lujo salva el gol; minutos después, Dunga manda un cabezazo a un punto indeterminado entre el palo izquierdo y el travesaño. Maradona hace lo que puede pero se lleva otra patada en el tobillo y cojea aún más. Bilardo le pregunta si puede seguir y Diego dice que sí, que ya se las arreglará, que de ahí no le saca nadie.

Llega el descanso y parece que va a ser un respiro pero no lo es: un mal centro de Branco golpea de nuevo el travesaño. El rechazo va para Alemao, que desde fuera del área tira un misil al palo derecho. Goycoechea no las está ni oliendo, Brasil llega por todos lados… pero el marcador sigue 0-0. El tiempo pasa y con el tiempo, los nervios. Todo son nervios porque esto es un Mundial y un gol te manda a casa, da igual que hayas sacado cinco veces más córners o que tu rival no pase del medio campo. Los jugadores se cansan en medio del calor italiano y es el momento de los bidones de agua preparados para dárselos a los rivales con una sonrisa, gesto de deportividad, calmantes disueltos dentro del líquido y jugadores brasileños viendo doble ante las risas de Maradona.

Maradona, por cierto, que recibe en el medio del campo. La jugada es parecida a la de Inglaterra de 1986, aquella del «barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?» pero ahora Diego no tiene la explosividad, solo la técnica: pisa el balón y avanza, dejando así a un jugador atrás, como si fuera un capítulo de Campeones. Alemao le intenta tumbar pero no puede, tampoco Dunga. Tiene delante de sí a cuatro jugadores brasileños pendientes por completo de él y solo un compañero, Caniggia, que siente que estorba y se echa a un lado, desmarcándose hacia la izquierda del campo mientras Maradona, acelerando como puede se va a la derecha, a la boca del lobo, al refugio de los cuatro brasileños que parecen frotarse las manos.

Y así podría haber terminado todo si Maradona fuera un tipo cualquiera, en una internada imposible que acabara en un corte fácil del balón. Pero no. Maradona ha visto el desmarque de Caniggia antes que cualquiera que sus rivales y, cuando está a punto de perder la pelota ante la presión de Ricardo Rocha, gira el tobillo derecho, el que le queda sano, y consigue pasar el cuero en una línea perfecta que divide en dos parejas de estatuas a los defensas brasileños y permite a Caniggia controlar, perfectamente habilitado, encarar a Taffarel sabedor de que toda Argentina mira y él no es el tipo más eficaz del mundo en esas lides, pero pese a todo, regatear hacia su izquierda y definir con la pierna mala sin contemplaciones.

Es el minuto 81. Taffarel queda de rodillas, vencido. Es la imagen de un Brasil que acabaría con diez, envuelto en la trampa de Bilardo. Lazaroni quiso jugar a la fuerza bruta y a la táctica y ahí su equipo llevaba años de retraso. Müller puede empatar en el 85, solo de nuevo ante Goycoechea, pero pifia el remate. Es el destino. «La injusticia, la injusticia» gritan en la cadena Globo brasileña como si le estuvieran dictando el guion a Cristiano Ronaldo. La injusticia o la magia del hombre que apareció diez segundos, los justos, y el oportunismo del delantero que salió del anonimato para consagrarse con una definición perfecta. Caniggia eliminando a Brasil, Goycoechea encargándose de mandar a casa en los penaltis a Yugoslavia y los dos juntos, Caniggia y Goycoechea, los hombres con los que nadie contaba, dos suplentes claros al inicio de la competición, cargándose a Italia en semifinales, la anfitriona, aquella máquina robótica liderada por Roberto Baggio y con el imprevisible «Totó» Schillacci como goleador irredento mientras Nápoles silbaba el himno argentino y Maradona murmuraba entre dientes «Hijos de puta, hijos de puta».

Un camino que acabaría, como saben, en la final ante Alemania Federal con un gol de penalti en el minuto 83 y dos expulsados argentinos. Caniggia en el banquillo, comiéndose las uñas, maldiciendo su ridícula acumulación de tarjetas que le impedía disputar el partido más importante de su vida en el mejor momento de su carrera. Después, copas, risas, excesos… coqueteos con la cocaína, retiradas y regresos: Roma, Benfica, Boca Juniors, Atalanta de nuevo, Dundee, Glasgow Rangers y la jubilación dorada en Catar, antes de volver, quién sabe por qué, a los 45 años, como semiprofesional en el Wembley FC de Ugo Ehiogu.

El Mundial del 94, con la tragedia rumana. El Mundial no jugado en el 98, cuando era estrella en Boca pero Passarella no quería peludos ni problemáticos en su equipo, y, por último, el Mundial de 2002, la gran catástrofe argentina de las últimas décadas, ese Mundial en el que Claudio tenía delante a Batistuta, Crespo, Ortega, el Piojo López, incluso Aimar… pero ninguno de ellos consiguió clasificar a Argentina a octavos. Caniggia tenía la rodilla izquierda hecha polvo, 35 años, pero cierta confianza de Marcelo Bielsa. No fue convocado en ninguno de los dos primeros partidos pero sí en el tercero. Le bastaron 45 minutos y dos de descuento de la primera parte para insultar al árbitro y que le expulsaran. La primera tarjeta roja a un jugador del banquillo en la historia de los Mundiales.

Por algo, pensaría Caniggia, hay que pasar a la historia… y no todo el mundo tiene el tobillo de Diego.

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33 Comentarios

  1. Fantástico. La narración de O Globo se puede encontrar en youtube y es de lo mejor que he visto (sobre todo la parte final en la que, desesperados, los locutores brasileños hablan de maradona -«fica quedo todo o jogo e agora…»- y de la falta de acierto de la canarinha). Un par de dudas: me parece que el himno argentino se pitó de forma masiva en Roma (no en Nápoles) y, no recuerdo como jugaba Mazinho en el 90, pero sí recuerdo como lo hacía en Balaidos y, teniendo esto en mente, puede parecer aventurado decir que tenía limitaciones. Muchas gracias en cualquier caso.

  2. Los silbidos al himno argentino con Maradona mascullando fueron en la final de Roma contra Alemania.

  3. Patxitron

    Lo recuerdo como un tostón de Mundial en el que el único equipo que demostró cierta categoría fué Alemania, salvo en la final. La mano oscura del árbitro dirigida por la FIFA tuvo demasiado protagonismo y así ha seguido siendo hasta ahora, llegando a la apoteosis en 2002.
    Argentina fué la viva imagen de ese Mundial, un equipo mediocre que no ganó por poco. En la final y en el penalty que transformó Brehme (excepcional durante el torneo) también tuvo mucho que ver el árbitro .

  4. Fulgencio Barrado

    Con estos relatos uno acaba entendiendo porque nos gusta tanto esa maravillosa estupidez que es futbol.

  5. recuerdo ver ese argentina brasil viniendo de la playa, con los pies llenos de arena y ser ya de argentina, de maradona, y de caniggia, para siempre.
    el éxtasis fue la semi con Italia. el no fútbol. una delicia. el fútbol sin deporte. espectacular.
    me he emocionado recordando ese gol de caniggia. tremendo.

  6. Pingback: El hombre con el que nadie contaba: cuando Caniggia y Maradona devolvieron a Brasil a la adolescencia

  7. Fernet Branco en Bidón

    El gol que más grité en mi vida. Más que el de Maradona a los ingleses (que más bien me dejó mudo, boquiabierto).

    Ahora bien, en aquel mundial del 90, el hombre que Argentina no esperaba en su plantel fue el arquero suplente, Sergio Goycoechea. Un jugador del que ni siquiera se suponía que pisara el campo de juego, y que resultó heroico en los penales (incluso haciéndonos olvidar, con sus atajadas, que Maradona falló uno en un partuido clave). Comparado con eso, la expectativa por Cannigia, por escasa que fuera, era mucho mayor.

    Gran artículo. Saludos.

  8. Pocas veces ha existido un abismo tan sideral como en Italia’90 entre las expectativas creadas y lo que dio de sí el campeonato, probablemente el peor de todas las Copas del Mundo, con una final lamentable y un penalty contra Argentina que no fue. Sólo dos partidos fueron grandes: el Alemania v. Holanda de octavos (con Klisman rompiendo a los lentísimos defensas holandeses a base de contínuos sprints de 30 metros) y el Alemania v. Inglaterra de semifinales. El resto una bazofia. Que Goicoechea, el arquero, fuera el jugador más destacado de Argentina dice mucho del pésimo juego exhibido por la albiceleste en ese campeonato. La sorpresa más bonita fue la de Camerún, con algún partido notable. Un Mundial para olvidar, donde ni siquiera el dúo Maradona-Caniggia se presta a la melancólica mitificación del artículo. Saludos

    • Efectivamente. Si repasamos los grandes nombres que compitieron en Italia y lo poco que dieron de sí, es imposible sentirse decepcionado.
      Incluso así, creo que mundial de Sudáfrica fue peor, tanto por la calidad de los jugadores como por el espectáculo que ofrecieron. Por ejemplo, el Brasil gris de Lazaroni tenía como delanteros suplentes a Bebeto y a Romário; el delantero centro titular de la eleção de Dunga en 2010 era Luís Fabiano. Si nos fijamos en la selección italiana del pasado mundial, ¿vemos algún Franco Baresi, algún Paolo Maldini, algún Donadoni o algún Roberto Baggio? En cuanto a nombres, no en el resultado obtenido, evidentemente, la selección holandesa de 1990 también me parece muy superior a la de 2010. En fin. supongo que será cuestión de gustos.
      De Italia 90 yo también salvaría el Inglaterra – Camerún de cuartos de final, que al menos fue un partido entretenido.

      • Estamos básicamente de acuerdo. El Inglaterra v Camerún fue más entretenido por las alternativas en el marcador (los pross tuvieron que remontar) que por el juego en sí, bastante caótico. En la comparación con Italia ’90, sin embargo, creo que el Mundial de Sudáfrica se salva, por la propia razón que apuntas: en Italia había unos jugadores inmensos (Maradona, Baresi, Maldini, Van Basten, Rijkaard, Gullit, Careca, Hierro, Gascoigne…) y una calidad en varios equipos (Holanda sobre todo, la gran decepción) que en Sudáfrica no existía, razón de más para que la decepción de aquel campeonato fuera tan profunda.

        • Me equivoqué. Al final del primer párrafo debería haber escrito “… es imposible NO sentirse decepcionado”. Por lo demás, y como te decía antes, estoy de acuerdo con tu comentario.

      • En el Mundial de Sudáfrica había figuras que también defraudaron: CR7, Rooney, Messi, Torres, etc. y selecciones que no ofrecieron un gran espectáculo como la Argentina dirigida por Maradona o el Brasil de Dunga, amén que el Campeón jugó por debajo del niel esperado, una Holanda que basó todo en partir al contrario y un Uruguay que sólo se basaba en Forlán y Suárez. Por contra, naide esperaba nada de Uruguay ni de Holanda, y de España todos dudaron luego de la dura derrota ante Suiza.

        En Italia 90 fracasaron de manera rotunda Holanda (no ganaron un sólo partido), la Unión Soviética (eliminados en primera ronda), la España de la «Quinta del Buitre» (ya se que ahora no se cree que fue para tanto, pero en aquella época ese equipo era de los más respetados en Europa), Uruguay (ni Francescolli salvó el fiasco que resultaron ser), Brasil (paradójico: En ninguno de sus tres partidos ganados hizo mucho más para ganar, y el único partido que merecieron llevárselo de calle, lo perdieron). Todas grandes selecciones con grandes jugadores que jugaron de manera paupérrima. De todas formas, las expectativas del Mundial del 90 eran mucho más elevadas que en el 2010.

        Por otro lado, desde el 90 todos los mundiales han sido un tanto penosos. Francia 98 «zafa» porque a pesar de su promedio de gol relativamente bajo, se vieron partidos emotivos y donde apremiaba mucho la táctica colectiva y los destellos individuales. Sólo en el Dinamarca Brasil de cuartos en el 98 se vio y vivió mucho más fútbol que en casi todos los partisod que hizo Brasil sólo cuatro años atrás.

  9. Guillermo, el sistema táctico de Brasil en la Copa América de 1989 era un 5-3-2, o si se prefiere un 3-5-2. Mauro Galvão ejercía de líbero y Ricardo Gomes y Aldaír de centrales; en 1990, Mozer o Ricardo Rocha acompañaban a Ricardo Gomes y a Galvão en el centro de la zaga. Mazinho no era centrocampista en esa selección; fue el lateral derecho titular en 1989, y en el mundial del 90 no jugó ni un minuto.
    Los “carrileros”, ¡qué nombre tan feo!, ya estaban inventados en los años ochenta… ¿No recuerdas a los setenteros y ochenteros Briegel, Manfred Kaltz, Antonio Cabrini, Gerets, Vercauteren o a Rafa Gordillo?
    Estoy especialmente de acuerdo contigo en tu comentario sobre Careca. Claro que fue uno de los jugadores más infravalorados de su época; y con Hugo Sánchez y Van Basten, posiblemente el mejor delantero centro de aquellos años. Müller fue otro jugador grandioso. No consiguió grandes triunfos en el Torino, pero con el São Paulo se cubrió de gloria. El regate que le hizo a Ferrer en la jugada del gol del empate en la Copa Intercontinental de 1992 fue una verdadera maravilla. Estaría bien que recordases en un próximo artículo a aquel equipazo de la primera mitad de los noventa.

  10. Dáltanos

    Simplemente fenomenal la narración, sinceras congratulaciones!

  11. Francisco

    Lo del Camerun Argentina fue un escandalo, recuerdo el revuelo que se monto a partir de ciertas imagenes de jugadores argentinos saliendo cojeando al retirarse del campo. Se recordo, y mucho, al infame Brasil Portugal donde los portugueses fueron a por Pele y lo cazaron a ojos vistas de todos. El resultado fue un mundial sin Pele y con Brasil fuera. Camerun fue uno de los equipos mas sucios del mundial 90, es raro ver que hoy todos los recuerden con cierta simpatia. Fue a partir de eso que se decidio proteger el talento con rojas directas a las faltas muy fuertes o innecesarias, se implanto en el 94 con esa expulsion aleccionadora al diablo Etcheverry de Bolivia contra Alemania (una exageradisima roja, a mi entender). Lo de Maradona se merece un 10 en toda regla porque jugo infiltrado todo el mundial, con el tobillo hecho un tomate. Y si, para mi peor que el mundial del 90 fue el de Sudafrica; que manera de aburrirse, mamma mia… es que no se salvo nadie.

    • Se recuerda a Camerún porque combinó esa excesiva dureza contra Argentina con momentos de notable calidad. Por eso estuvo con pie y medio en las semifinales.

      Parece que a algunos hay que explicárselo todo

  12. Para mi el equipo con el que nadie contaba, mas alla de ser el vigente campeon mundial, fue la Argentina. Recordemos que el mundial de Italia tiro las expectativas al aire pero en torno a las selecciones europeas, que venian con un cartel y un poderio inmenso tras de si. Recordemos que Rusia, Yugoslavia, Dinamarca, Suecia, Belgica y hasta, oh sorpresa, Irlanda pasaban presumian de calidad en sus plantillas, buen juego y resultados. No olvidemos que las potencias europeas venian hechas un tiro tambien. Ese mundial era para Italia o para un equipo europeo de cartel, estaba escrito a fuego; como negarlo.
    Tan solo Brasil parecia tener el salvoconducto especial que le acreditaba como triunfador invitado, fuera de eso nadie. Esto porque siempre aportaba calidad y salero a los mundiales, a no negar que derrochaba tambien simpatia. Y si, los hechos dictaban que no habia peligro alguno en el continente americano: Argentina o Uruguay clasificados mas por inercia futbolistica en una eliminatoria cantada, ojo que estamos hablando de los noventa. Asia era, y aun hoy lo es, un invitado que compite en nombre de la palabra mundo. Africa aportaba su dosis de calidad y potencia, pero en los ochenta nunca se la tomaba realmente en serio.
    Asi las cosas, era Europa o nada.
    En eso se viene esta Argentina de Bilardo, combinando esmoquin europeo con ojotas y pelo largo. Una mala mezcla de rigores europeos de manual, con calidad dispensada a goteo por una mega estrella en decadencia, vaya mal gusto. No solo tuvieron la mala nota de dejar atras a Brasil, es que se tuvieron que ensañar con la propia Italia a base de plantarle un catenaccio en su mismisima casa. Realmente un invitado de dudosa moral y baja cuna. Y llevaban de estandarte al canallita ese que se alio con la Italia morena, pobre y olvidada del sur, alejada de las marcas pais o de las consignas culturales de superioridad blanca… con esa chusma que no sabe lo que es vivir como la gente bonita. Ese barrilete cosmico que nada tiene que ver con muchas carismaticas estrellas brasileñas, mas amigas de la sonrisa encantadora y los poderes facticos. Ese malandro que, cuando abria la boca, repartia a mansalva, aparte de su ignorancia sangrante, verdades como puños. Ese invitado al que tuvieron que sacar a empujones, maldiciente y borracho de euforia, de la fiesta que la FIFA oficio en nombre de todos pero con pase VIP para unos cuantos. Vaya mal gusto.

    • Es el comentario más humano que he leído. Si Nápoles erigió a Maradona y recíprocamente fue porque la Ciudad y Maradona son de cuna humilde. Yo en lo personal he vivido la pena y el fatuo y les puedo asegurar que se es más feliz en la humildad. Maradona es un Dios para quienes venimos, orgullosamente, desde abajo.

  13. Francisco

    Me sumo al forero que pide un articulo de aquel fastuoso San Pablo de los noventas. Y es que hay tela: ese equipazo derroto al Ñuls de Bielsa, una pesadilla en la marca y recuperacion; derroto al Barza de Cruyff, vaya estilo; al Milan de Capello, invencibles o a la U Catolica de Ignacio Prieto. Lo dirigia un don nadie llamado Tele Santana que reivindico el jogo bonito en los terribles noventas, precisamente donde mas se defenestro este estilo y ante la plena emergencia de los superclubes financiados por millonarios.

    • Tele Santana se reinvindicó de buena manera con su Sao Paulo campeón de todo. La «isla» de «jogo bonito» en medio del infumable Catenaccio de Trappatoni y el «pisalo, pisalo» de Dr. Bidón, una dinastía que marcaría época en Brasil. Luego de eso, llegó el Boca de Bianchi, que fue la última gran dinastía en el fútbol sudamericano, pero muy alejado de la calidad del Sao Paulo, pese a contar con un talento bruto como Riquelme y las arremetidas de un juvenil Carlos Tévez.

  14. El Mundial del ’90 fue un bodrio pero anda que el de EEUU en el ’94 estuvo «precioso»: menudo coñazo la final, infumable…

  15. Inolvidable. Tenía 9/10 años y jamás voy a olvidar la corrida del Diego contra Brasil. Era un partido totalmente perdido de antemano.

    Sin duda, Maradona es el jugador con más épica de la historia del fútbol.

  16. en 1990, brasil jugo con tres centrales, no dos y un libre. rocha, gomes y galvao no salian de sus posiciones, para que los laterales subiesen. dunga era volante defensivo.
    http://pt.wikipedia.org/wiki/Mauro_Galvão

  17. Una aclaración que no se si te hicieron ya. En Nápoles obviamente nadie pitó a Argentina. Me atrevería a decir que ningún jugador fue tan idolatrado por ninguna afición como lo fue Maradona en Nápoles. Donde pitaron el himno argentino y Diego respondió con aquel «hijos de puta» fue en la final, ante Alemania, que no se disputó en Nápoles. Por lo demás, gracias por tus impresiones de aquel memorable encuentro.

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  19. Nombre los jugadores que tenian los ojos dando vueltas con el «bidon», si esta haciendo una cronica historica del clasico Argentina Brasil, exhiba un poco de respeto, vuelva a ver el partido, fijese quienes toman del bidon, y observelos en el campo, Branco faltando 3 minutos casi le arranca la cabeza de una patada a Maradona y si bien se trago su dosis de rohypnol, corria como un adolescente. En este pais se vive de las avivadas, pero tambien se las exageran para darse infulas de macho pendenciero.

  20. Es bueno que un valdanófilo impenitente como Guillermo Ortiz, obsesionado por el fútbol ofensivo y de toque (que a todos nos gusta) sea capaz de apreciar al gran Milan de Sacchi, que revolucionó el fútbol con su magnífica presión adelantada y su combinación de talento ofensivo y defensivo.

    El Mundial 90 no fue bueno, pero hubo partidos interesantes y emocionantes. A Vd sr Ortiz no le gusta tanto el fútbol como se cree. Pero ni de lejos. Su desprecio displicente a la defensa (que tb forma parte de este gran deporte, aunque Vd se empeñe en negarlo, como un Cappa cualquiera) lo evidencia.

  21. Encima dice que fue en la semifinal de Nápoles contra Italia donde se pitó el himno de Argentina, motivando que Maradona soltara ese célebre «hijos de puta». Fue en Roma, en la final contra la RFA.

    Escribe Vd bien, pese a que no es preciso que se extienda tantísimo. Pero tanto Vd como otros autores de jot down cometen errores clamorosos en cuanto a fechas, nombres, lugares, etc. Deberían ser más cuidadosos

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