Arquitectura Arte y Letras

Construir castillos con el aire: la Ciudad Instantánea de Ibiza

Instant city

Desconozco cuál será la imagen que tienen ustedes de la isla de Ibiza. La mía, desafortunadamente, es la de una especie de hipernodo del entretenimiento juvenil más descerebrado. Un macrocentro comercial muy comercial basado en la exportación de vaporosos vestidos blancos, la idolatría de la música remezclada en detrimento de sus compositores, y la promesa de una actitud sexual desprejuiciada que, al menos en mi caso, no pasó de promesa. En definitiva, en Ibiza opera un potentísimo aparato de mercadotecnia que te vende una experiencia única y fascinante, asentada sobre los rígidos hombros de discotecas galácticas autodenominadas «catedrales del sonido» (sic) y los pastores que ofician sus ritos: los DJ. Créanme, Ibiza ostenta el mayor número de DJ per cápita del planeta; hay DJ en discotecas (claro), pero también en bares, en restaurantes, en pizzerías, en el McDonald’s y hasta en los quioscos de prensa.

Sin embargo, hubo un tiempo en el que la isla pitiusa no era tal y como la conocemos hoy día. Los DJ aún no existían —ni allí ni en ninguna parte del mundo, los vestidos blancos eran rechazados por las dificultades en su lavado y los jóvenes que iban a Ibiza no escuchaban música house sino a Pink Floyd y a The Doors; y tampoco la visitaban por periodos vacacionales, sino que a menudo se establecían de manera más o menos permanente. Sí claro, eran hippies, y no solían tener prejuicios a la hora de ensayar con nuevas formas de alojamiento.

Uno de las experiencias habitacionales más interesantes de esa época sucedió durante un mes de 1971. Se le llamó Instant City, la ciudad instantánea.

El ICSID

Es 12 de septiembre de 1969, hace apenas un año de los acontecimientos de mayo del 68 en París y, en Londres, se acaba de clausurar el VI Congreso de la International Council of Societies of Industrial Design (ICSID). Ha sido el final de tres agotadoras jornadas en las que conferenciantes de más 20 países han llenado las salas del London Design Centre con ponencias, paneles, exposiciones y discursos de toda índole; que perfectamente se podrían haber impreso y repartido entre los asistentes para que los leyesen en su casa con tranquilidad. Vamos, que el VI Congreso ha sido un evento aburridísimo. O al menos eso es lo que opina uno de los ponentes, el diseñador barcelonés André Ricard que añade: «Sin embargo, en los encuentros, en los corrillos que se producían en las cafeterías, en los pasillos y en los autobuses la gente verdaderamente ha podido charlar entre ellos, compartir ideas y mezclar intereses».

Así pues, Ricard, como miembro de la Agrupació del Disseny Industrial del Foment de les Arts Decoratives (ADI/FAD), se plantea conservar ese espíritu del corrillo que, de alguna manera, tenía que ver con la conciencia asamblearia del 68 parisino, e implantarlo como leitmotiv operativo del próximo congreso. Dicho y hecho, Ricard habla con Daniel Giralt-Miracle, uno de los responsables de la ADI/FAD, y juntos proponen al ICSID la sede del siguiente congreso bianual: la isla de Ibiza.

Es febrero de 1971 y aún quedan tres años para la muerte de Franco. En España, pese a ciertos avances intelectuales del tardofranquismo, ser diseñador significa ser una rareza. En Cataluña, sin embargo, un grupo de hombres y mujeres preparan el exordio de algo que acabaría por servir de signo identitario tanto o más que la barretina o el minuto 17:14 en el Camp Nou: el disseny català. Los propios Ricard y Giralt-Miracle, pero también Joan Antoni Blanc o los arquitectos Enric Tous y Francesc Pernas se han encargado de organizar con sumo cuidado el congreso que tendrá lugar del 14 al 16 de octubre. Pretenden que sirva de escaparate mundial del diseño catalán y español, y de la capacidad de la ADI/FAD para organizar un evento de talla global.

Eso sí, como había concebido André Ricard, sería un evento distinto.

Para ello, y como dijimos antes, han elegido la isla de Ibiza, que, de algún modo, permanece al margen del clima de represión y censura de la España franquista, quizás por su situación geográfica, pero también por la tradición intelectual de la misma, que había acogido a pensadores y eruditos desde la década de los 30 (Walter Benjamin o el GATCPAC) y a hippies en los 60. Pero además han decidido que el congreso se va a celebrar en la cala Sant Miquel, lejos de las habituales sedes urbanas. En un par de hoteles y con el Mediterráneo bañando las playas cercanas, quieren que el acontecimiento discurra en un clima de relajación, participación y colaboración. Un congreso en vaqueros y bañador.

Lo tienen todo tan pensado y tan decidido que cuando Carlos Ferrater, entonces estudiante de arquitectura en Barcelona, les pide participar en la organización, le contestan que todo está ya dispuesto. Ferrater les pregunta entonces por los estudiantes. Si pretenden que el congreso sea global —y además, que se celebre en una playa de Ibiza, habrá que dar alojamiento y servicios a muchos estudiantes de diseño de todo el mundo. Desde la ADI/FAD le responden que solo cuentan con un terreno donde acampar. Ferrater, que acaba de formar el Grupo Abierto de Diseño Urquinaona, les dice que la propia acampada podría servir para mostrar el pujante diseño catalán a los conferenciantes de todo el planeta, y se ofrece para encargarse de ella. Le dicen que sí.

Lo que no sabía Ferrater es que la acampada se iba a convertir no solo en emblema del diseño catalán, sino en el símbolo del VII Congreso Internacional del ICSID. La imagen de una época nueva; una isla de pensamiento y de valerosa ingenuidad al final de la dictadura de Franco.

Pero para ello van a necesitar la ayuda de un arquitecto de Valladolid.

La ciudad con huellas de gaviota

Es junio de 1971. José Miguel de Prada Poole tiene 33 años y ejerce de profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Una tarde recibe una llamada telefónica en su estudio; al otro lado de la línea está Carlos Ferrater. Le propone encargarse de los «edificios» de la acampada. Le dice que han mandado 20.000 invitaciones a estudiantes de todo el mundo —escritas en papel de seda para minimizar el peso y el precio del envío, y que habría que alojar a esos 20.000 estudiantes en una playa, pero que, una vez terminado el congreso, el asentamiento no debería dejar rastro. Prada Poole inmediatamente imagina una ciudad que pudiese posarse y levantarse sin que se notase su paso por el lugar, una ciudad de puntillas, una ciudad con huellas de gaviota.

Sin embargo, ante las dimensiones previstas del campamento, Prada Poole le pregunta a Ferrater por el presupuesto del que se dispone. ¿Cuánto dinero tenemos para hacer esto?pregunta. —No tenemos nada contesta Ferrater. —Pues si no tenemos nada, ¿cómo pensáis que vamos a levantar un asentamiento de tal magnitud? Lo que me pedís es un sueño.

Un sueño, piensa. Un sueño. ¿Y de qué están construidos los sueños? Los sueños son algo que no se ve, que no pesa, que casi no existe. Los sueños son castillos en el aire. Los sueños están hechos de aire.

El PVC es cobertura y cerramiento. La estructura es el aire.
El PVC es cobertura y cerramiento. La estructura es el aire.

Exactamente.

Ferrater contacta con la empresa de plásticos Aiscondel, que hasta ese momento solo había usado su PVC en la fabricación de flotadores hinchables. Para persuadirles del patrocinio deben hacer una prueba de carga y demostrar la viabilidad del proyecto. Convencerles de que su plástico es capaz de aguantar una estructura aireportada capaz de albergar cientos, quizá miles de personas en su interior. Prada Poole, que ya ha experimentado con este tipo de construcciones neumáticas, les propone una junta con grapas que mejora las prestaciones del adhesivo a doble cara que usaba Aiscondel. El patrocinio se lleva a cabo. Hacer realidad el proyecto costaría exactamente cero pesetas (en realidad el presupuesto real era de 150.000 pesetas, pero casi todo iba destinado a sistemas eléctricos, ventiladores y motores).

Es 20 de septiembre de 1971 y junto a la cala Sant Miquel se han reunido unos cientos, quizá 1000 estudiantes de diseño de todo el mundo. También se acercan lugareños, que miran curiosos como se infla, literalmente, una ciudad.

Nótese la ausencia de vestidos blancos vaporosos en las ibicencas de verdad.
Nótese la ausencia de vestidos blancos vaporosos en las ibicencas de verdad.

Carlos Ferrater ha escrito el manifiesto de la acampada, en el cual se promueve la autoconstrucción colaborativa. Los habitantes de la ciudad deberían grapar las piezas y unirlas a la estructura general, que también habían levantado los propios estudiantes. Le llama Manifiesto de la Instant City, probablemente como homenaje al proyecto que el colectivo británico Archigram propuso en 1969, y que formulaba una ciudad de servicios efímera e itinerante, sostenida por un sistema de globos aerostáticos.

José Miguel de Prada Poole desarrolla los planos de la disposición global de la ciudad: una sala común, un centro sanitario, un recinto de asistencia al diseño y un sistema de control de basuras; así como una «calle» principal a la que se acoplarían otras calles secundarias y cada una de las habitaciones de los asistentes.

Instant city 3

A los estudiantes se les proporciona una grapadora, una cinta métrica, un rotulador y unas tiras de plástico de 1,20 metros de ancho y de longitud variable en función de si la habitación que van a construir albergará a dos, cuatro o seis personas. También se les entrega una «cartilla constructiva», en la que Prada Poole ha dibujado los detalles técnicos para unir las piezas entre ellas y a las «calles». De igual manera, diseña todas las juntas y las uniones entre los módulos, los accesos —un sistema de doble exclusa pensado para que no se escape el aire, a los que llama «esfínteres», e incluso un sistema de ventanas realizado con PVC transparente, para los casos de agorafobia, pues la luz en el interior es suficiente.

Este PVC transparente también se emplea para englobar un árbol preexistente en el lugar y que, de acuerdo con los preceptos de respeto, reciclaje y sostenibilidad del manifiesto, se mantiene y se incorpora a la Instant City.

Instant city 4

La ciudad se levanta en dos semanas y, durante otras dos, permanece en pie alimentada por una serie de ventiladores que proporcionan el caudal de aire constante necesario para sostener la estructura y refrigerar el interior. En esas dos semanas se organizan asambleas, reuniones, charlas y hasta conciertos improvisados. El éxito es tal que los conferenciantes del congreso, los hombres trajeados «de arriba», bajan a menudo a la Instant City para ser partícipes de las performances, los happenings, las comidas, las instalaciones artísticas y cualquiera de las otras actividades que, libres de ataduras, proponen «los de abajo».

Además, la ciudad crea un sistema organizativo adaptado y adaptable a las necesidades de su uso. A través de letreros realizados con rotulador, los habitantes improvisan una serie de reglas de convivencia: atravesar los «esfínteres» de uno en uno y agachados, descalzarse en el interior o no tocar música a partir de la medianoche, entre otras.

Instant city 5

Estas normas se respetan por todos los asistentes, hasta el punto de que algunos las consideran demasiado restrictivas y contrarias al espíritu de libertad y contracultura que, en principio, servía de base ideológica de la ciudad. Varios estudiantes, entre ellos el propio Carlos Ferrater, deciden abandonar la Instant City, agobiados por la rigidez que se había impuesto, y «construyen», con restos de plástico, ramas y palos, una Contra-Instant City en la falda de la montaña.

Sin embargo, ya es 20 de octubre de 1971 y todos bajan de nuevo a la playa para asistir al desmantelado de la ciudad instantánea. Se necesitan dos días para el total deshinchado de la estructura y el reciclaje de sus sistemas de construcción y uso.

Al final no queda nada. Tan solo un árbol y el recuerdo de una experiencia. Porque durante un mes de 1971, en Ibiza se vivió una experiencia única, fascinante y efímera, casi instantánea. Se construyó una ciudad soportada por un material que no se veía, que no pesaba y que apenas existía. Una ciudad que no dejó huella en el terreno, pero viviría para siempre en la memoria.

Como un sueño.

 

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17 Comentarios

  1. David Ventura

    En Ibiza nos encantan estas historias porque nos gusta presumir de vanguardistas y siempre recordamos que Walter Benjamin estuvo aquí en los años 30, y el arquitecto Josep Lluís Sert que encontró en las casas tradicionales la misma pureza y funcionalidad que preconizaban las Bauhaus y la Escuela Racionalista, etc, etc… Lo de la Instant City está muy bien pero así, en confianza, sin que nadie nos escuche, estos no dejaban de ser unos pijos que vinieron a Ibiza a hacer el indio. Que mucho happening, mucha vanguardia y mucho chau chau, pero luego estos arquitectos nos han llenado el país de adosados y de edificios repugnantes.

    • Bueno, es muy posible que fuesen unos pijos que fuesen allí a hacer el indio, pero coincidirá conmigo en que hicieron el indio de forma sobresaliente, ¿verdad?

      En cuanto a los edificios repugnantes, si comprueba usted la obra de José Miguel de Prada Poole, verá que no hay ningún adosado ni ninguna construcción de ese tipo.

      Un saludo.

  2. El campamento de Sintel también fue efímero. Y allí el alimento era la lucha obrera.

  3. El Rascador del Ojete de Lionel Richie

    Yo lo veo las fotos del interior y pienso instantáneamente en calorazo y olor a sobaco y a pies.

    • No crea, el sistema de ventilación mantenía el interior ventilado y refrigerado. Y con olor a marihuana, según testigos presenciales.

    • Tuista Poa

      Señor Well O’hettes, yo pienso en que Silvio o el Perillas aparecen tras tres días de acampada y sin ducharse. Oiga, haga sus prácticas y deje de copiar…Ese-ch-mídete es SCHMIDT

    • Tuista Poa

      Yo creo que usted rasca poco, algún ojal perilloso con patines y lapausa necesaria si acaso

  4. Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera… te das cuenta de que son una puta mierda cuando vas a Cerdeña. Tan cerca y sin embargo tan, tan lejos…

  5. Otra opción habría sido poner tiendas de campaña como en toda acampada, y habría habido menos lío. Si en cualquier festival hoy día se reúnen 60000 personas en tiendas de campaña, no veo la necesidad de que para que se junten 20000 haya que construir ninguna estructura ni hacerse los vanguardistas. Pero claro, de cara a la galería queda mucho mejor los tubos estos, en los que tiene pinta de oler no muy bien y hacer un calor increíble.

  6. El Rascador es un paquete de cuidado

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