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Preguntas ociosas para amantes de la cultura

Cráneo de Goya, de Diosniso Fierros
Cráneo de Goya, de Diosniso Fierros.

1. El pintor que no descansó bajo su cielo

¿Para qué sirve una cabeza? ¿Por qué motivo alguien tendría que molestarse en abrir una tumba, decapitar un esqueleto y llevarse un cráneo a su casa? ¿Para qué sirve la cabeza de Goya?

No lo sabemos. No lo sabemos ni tal vez lo sabremos nunca. Hay muchas teorías, especulaciones, posibilidades.

Lo único cierto son los hechos: Goya muere en Burdeos en 1828. De muerte natural a los 82 años, y es enterrado en el cementerio de esa ciudad. Él había pedido ser enterrado en España. Recordemos que Goya se había exiliado en Burdeos en 1824 después de la llegada a Madrid de las tropas francesas que la Santa Alianza mandaba a España para restaurar el absolutismo de Fernando VII. Son los llamados «Cien mil hijos de San Luis», un ejercito organizado por el escritor y ministro Chateubriand que, al mando del duque de Angulema y sin casi resistencia, acaban con el gobierno liberal y provocan una desbandada general de intelectuales ilustrados temerosos de las ansias de venganza de Fernando VII. Entre los que huyen está Goya y también su amigo el escritor Leandro Fernández de Moratín, quien comparte exilio en Burdeos y que dirá de él: «Goya está más arrogante que nunca, pinta que se las pela y no retoca nada». Y ahí tenemos a un anciano Goya anticipando el impresionismo. Un Goya osado y cabezón hasta el final. Un Goya que desde la cima del éxito (pintor de cámara, pintor real, pintor de la alta nobleza) ha descendido a los infiernos de la soledad y la locura. Un Goya que antes de exiliarse a Francia ya se ha autoexiliado en su Finca del Sordo y que pinta para él y para nadie más, que se preocupa solo de seguir su propio camino y curiosamente, al adentrase en terrenos inexplorados, va avanzando todo el arte del siglo XX: el expresionismo, el simbolismo, el surrealismo, el impresionismo… Todos los grandes movimientos posteriores del arte ya son «intuidos» por él. Porque Goya no es un teórico. Goya es un artista que pinta y no se lo piensa dos veces. Que se deja llevar de un modo irracional, arrebatado, por su terrible necesidad creadora, esa necesidad que tantos disgustos y tanta incomprensión le ha costado en el pasado.

Uno de los postulados del impresionismo es la pincelada suelta. Pero esta pincelada suelta ya está presente en el último Goya (La lechera de Burdeos, por ejemplo) y también antes, en Velázquez, de quien el mismo Goya dice que además de la naturaleza ha sido su único maestro. Cuando el cuerpo de Goya va a ser por fin desenterrado y llevado de regreso a su país de origen, el impresionismo está, por fin, después de unos inicios muy poco prometedores, triunfando en Francia. De allí se extenderá al resto de Europa. Para entonces (estamos en 1899) Goya ya ha perdido su cabeza. Si la aceptación por parte del público y de la crítica del impresionismo no ha sido fácil, si se ha tenido que recorrer un largo camino para que las risas se conviertan en elogios y la incomprensión pase a ser admiración, la fama de Goya en cambio no ha dejado de crecer desde su muerte. En 1891 el pintor Raimundo de Madrazo se había ofrecido a pagar los gastos del traslado de los restos de Goya. Algunos años antes, en 1880, Joaquín Pereyra, cónsul español en Burdeos, ya había iniciado los trámites para trasladar el cuerpo de Goya a España. Es él, Pereyra, quien consigue permiso oficial para abrir la tumba en 1888 y quien descubre que a Goya le falta la cabeza.

La lechera de Burdeos, de Goya
La lechera de Burdeos, de Francisco de Goya.

¿Cuándo la perdió? Esa es la primera pregunta que debemos hacernos. La primera teoría dice que en el preciso instante de su muerte. Según esta teoría el mismo pintor habría dado su consentimiento a un médico, el doctor Lafargue, para que se apropiara de su cabeza y realizara con ella diversos estudios. Esto nos puede parecer extraño pero hay que tener en cuenta que en esa época existía una ciencia (o mejor una pseudociencia) llamada frenología, que afirmaba que era posible conocer el carácter y los rasgos de la personalidad de un individuo estudiando las características físicas de su anatomía, y en concreto estudiando la forma del cráneo, cabeza y facciones. Así, según estos autores, era posible descubrir a un criminal por su aspecto físico, y del mismo modo un genio o una persona de gran inteligencia también tendría un aspecto y unas características físicas determinadas. Resumiendo: se trataba de estudiar el cráneo de Goya desde un punto de vista supuestamente científico. Algo que descarta otra posibilidad, que ya apuntó el mismo cónsul Pereyra cuando escribe en su informe que el robo de la cabeza del pintor tal vez se deba a la acción de «un amador furibundo de notabilidades».

¿Y quién podría ser ese ávido admirador, ese coleccionista sin escrúpulos, ese profanador de tumbas tan devoto del arte? Pues un pintor, cómo no pensarlo…

¿Bonito titular, verdad? «Pintor roba la cabeza a otro pintor». Pues tal vez fue eso lo que sucedió. Al menos esto nos indican los seguidores de la segunda teoría. La teoría que postula que el robo de la cabeza de Goya se produjo después de ser enterrado el pintor, con nocturnidad y alevosía, con un interés que desde luego no tenía nada que ver con la ciencia, sino simplemente con la ambición personal de poseer ya no una reliquia o un autógrafo de este pintor admirado, sino su propia cabeza. Algunos fans pueden llegar a una adoración macabra…

Pero pongamos nombre al supuesto criminal… Dionisio Fierros, un pintor asturiano que vivió entre 1827 y 1894 y que según propia confesión habría poseído la cabeza del pintor. Poseer no es robar. Que uno posea un cráneo no quiere decir que tenga que haber sido necesariamente el autor del expolio. Nadie podrá demostrar nunca que fuera él quien abrió la tumba de Goya, si es eso lo que realmente sucedió. Pero hay una cosa cierta: en 1849, cuando Dionisio Fierros es un joven pintor de 22 años, pinta un cuadro en cuyo reverso escribe: «cráneo de Goya pintado por Fierros». Este cuadro, desgraciadamente hoy perdido, salió a la luz en 1928 y las palabras escritas por el pintor se vieron en su momento confirmadas por su viuda y por el nieto del pintor. Por lo visto el cráneo de Goya (siempre suponiendo que este fuera realmente su cráneo) estuvo varios años en el estudio del pintor hasta que fue destruido accidentalmente por uno de sus hijos, estudiante de medicina. ¿Fue ese el triste fin de tan ilustre calavera?

Ninguna teoría tiene suficiente peso como para poder convertirse en una hipótesis convincente. Cuando el cónsul Pereyra abrió la tumba en 1888, dejó escrito que «No habiéndose encontrado en la caja de madera traza alguna de que hubiere sido abierta ni la mandíbula inferior ni diente alguno, todo induce a creer que a Goya lo enterrarían decapitado». Eso nos llevaría a la primera teoría, la de una acción post-mortem del doctor Lafargue, amigo de Goya. Pero Pereyra, pese a no encontrar su cabeza, sí encontró restos de una tela que coincide con el sombrero de seda con el que según un cronista del momento, el pintor Brugada, afirma que fue enterrado el pintor. Brugada pintó a Goya en su lecho de muerte y la crónica que realiza de los momentos posteriores a su muerte no menciona en ningún momento que su cuerpo fuera decapitado. De manera que estamos como al principio. ¿Para qué enterrar a alguien con un gorro o sombrero pero sin cabeza? ¿Si el doctor Lafrague no le cortó la cabeza cuando pudo hacerlo, por qué tendría que haberlo hecho después, teniendo ya que profanar la tumba? ¿Si no fue el doctor, quién fue? ¿Y por qué motivo? ¿Por tener un souvenir? ¿Es la devota admiración de un joven pintor asturiano el motivo del robo? ¿O Compró Dionisio Fierros la cabeza a un personaje anónimo, un ladronzuelo, un vendedor ambulante, alguien que habría decapitado un esqueleto solo para poder comerciar con su calavera? Todas las conjeturas son posibles.

Y a muchas posibilidades buena literatura.

Para acabar recomiendo dos libros. Uno para adultos y otro para adolescentes.

El primero es El cráneo de Goya, de Vicente Muñoz Puelles. El segundo La cabeza de Goya, de Luisa Villar Liébana. Siéntense y lean.

(¿Epílogo?: Después de varias polémicas, el cuerpo del pintor, sin su cabeza, yace hoy bajo el presbiterio de la ermita de San Antonio de La Florida, a pocos metros de la bóveda donde Goya pintara El milagro de San Antonio de Padua. Los que vayan a contemplar ese cielo diáfano y sereno que se eleva sobre los personajes, que piensen en su autor por un segundo. Que dejen volar su imaginación y se pregunten lo que yo me pregunto cada vez que veo esa pintura: ¿Descansará en paz? ¿O, como en las viejas historias de fantasmas, su cabeza vagará en la noche buscando su cuerpo? Tal vez estemos ante otra buena historia…)

2. Por arte de magia o por la magia del arte: Maurice Utrillo, un final inesperado

Buey desollado, de  Chaim Soutine
Buey desollado, de Chaim Soutine.

A Maurice Utrillo se le podía ver siempre de parranda con sus amigos Modigliani y Chaim Soutine. De hecho, en una de esas noches locas, acabaron robando un buey de un matadero de París, pero no para comérselo: para pintarlo. De ahí salió el cuadro titulado precisamente así, Buey desollado, y que no es otra cosa que un plagio-homenaje al cuadro que Rembrandt pintara en su día. Se podría decir que su primera pasión no fue la pintura, sino el alcohol. Con solo 18 años fue internado por primera vez en una clínica para realizar un tratamiento de desintoxicación. Por eso su madre, que era modelo y pintora (luego hablaremos de ella) pensó que la pintura le serviría de terapia. Y acertó. Las madres suelen tener un buen sexto sentido…

Con esto la madre pudo respirar tranquila por un tiempo, pero como ella misma decía: «Solo un milagro podrá salvarlo cuando yo muera». Y el milagro se produjo. Maurice se casó con una viuda americana, muy rica y aún joven, que había ido a Francia para ser pintora, y que se había dejado guiar por las palabras de una echadora de cartas, como muy bien contó Manuel Vicent en su artículo sobre la milagrosa boda del pintor (Babelia, 11 de diciembre de 2010). Pero en realidad el milagro había empezado mucho antes, cuando un escritor y crítico de moda llamado Octave Mirbeau vio uno de sus trabajos y contó a los amigos: «He descubierto a un desecho humano, borracho epiléptico, que es un verdadero genio. Daos prisa a comprar porque no le queda mucho tiempo». Sus amigos compraron. Sin embargo Maurice no quiso complacerlos. Tal vez estaba destinado a morir pronto y no dejar un bonito cadáver, pero Maurice le hizo un buen regate al destino y se permitió el lujo de morir de viejo en 1955, cuando tenía la respetable edad de 72 años. Con la mala vida que había llevado no está nada mal.

Pero en la vida de Maurice Utrillo hay muchas sorpresas y muchos misterios. Otros pintores malditos no tuvieron tanta suerte. Su gran amigo Modigliani, sin ir más lejos. Maurice y Modigliani tenían un carácter y unas aficiones muy parecidas. Maurice sabía lo que era ir de puta en puta y de celda en celda. Pero por alguna extraña razón les caía lo suficientemente simpático a las putas y a los policías para que tanto los unos como las otras le pidieran un cuadro suyo como pago por sus favores. Y si la historia ya es extraña de por sí misma, más extraño resulta imaginar a las putas de París aceptando cuadros a cambio de sexo y a los policías de París aceptando cuadros a cambio de liberar al detenido. Pero lo cierto es que, pese a todo, Maurice Utrillo tenía suerte. Y eso que él siempre se sintió mal consigo mismo. «Mi madre es una santa y yo soy un borracho miserable», solía repetir.

Todo arranca de no saber quién era su verdadero padre. Porque sí, su madre sería una santa (eso no lo duda nadie), pero lo cierto es que, como modelo, había posado para pintores tan importantes como Renoir y como Degas y había mantenido relaciones sexuales con ambos, además de otros pintores de segunda o tercera fila como Boissy, que por cierto era alcohólico crónico. Y todo esto en el momento en que fue engendrado Maurice. (Un apunte más: tanto Renoir como Degas ya se molestaron en su momento en negar la paternidad, tal vez porque estaban hartos de las habladurías). Naturalmente esto no debería tener mucha importancia, sobre todo porque poco después Miguel Utrillo, un ingeniero español que se había convertido en escritor y crítico de arte, accedió a darle su apellido. Pero el asunto de la paternidad Maurice Utrillo lo llevó siempre muy mal. Y esa fue una de las causas de su temprana afición por la bebida. Y con esto ya tenemos los ingredientes del drama: hijo sin padre de hermosa pintora (Suzanne Valadon, ya es hora de ponerle nombre), atormentado y enfermo (además de alcohólico tuvo frecuentes episodios de esquizofrenia, que lo obligaron a ser internado varias veces en un manicomio), desconocido como pintor, pobre y medio vagabundo, acaba convertido en uno de los pintores más famosos de Francia, se casa con rica viuda y se convierte en apacible anciano. Y todo por arte de…

¿Qué ponemos, qué podemos poner? Este final parece un final de película cursi. Casi de telenovela. Pero es que, a veces, a la vida le gusta saltarse su propio guión…

3. La extraña muerte de Luis Martín-Santos

Luis Martín-Santos
Luis Martín-Santos.

Benjamín Prado no cree en la teoría conspirativa. «Simplemente, Martín-Santos había dormido poco y había bebido mucho la noche anterior, y aunque resulta obvio que estaba deprimido y que en él había una cierta tendencia a la autodestrucción, también queda claro que no fue un suicida, solo un imprudente». Para él, en este caso, la realidad es más pobre que la ficción. Pese a todo, y en parte porque sigue al pie de la letra la tesis de su biógrafo, José Lázaro, y en parte porque no puede dejar de hacerlo, también nos dice algo inquietante: «unos dijeron que se había matado intencionadamente, porque cuando su coche se estrelló contra un camión, en Vitoria, su mujer acababa de morir también, en circunstancias tan extrañas que nunca se supo si se trató de un suicidio o de un accidente; otros creyeron que se trató de un crimen, y que los servicios secretos del franquismo lo habían eliminado por su militancia en el PSOE…». Pese a todo, olvida o no menciona un hecho: el propio autor decía que querían matarlo. ¿Pero es el propio autor un personaje de fiar? ¿No hemos quedado en que «resulta obvio que estaba deprimido y que en él había una cierta tendencia a la autodestrucción»? ¿No hemos quedado en que «su mujer acababa de morir también, en circunstancias tan extrañas que nunca se supo si se trató de un suicidio o de un accidente»? ¿Entonces? ¿Creemos a su biógrafo? ¿Damos carpetazo al asunto? ¿O mantenemos el caso abierto?

Investiguemos un poco en la vida del escritor. Para empezar leamos el artículo de Benjamín Prado. Es una reseña del libro Vidas y muertes de Luis Martín-Santos, la primera y única biografía hasta el momento del autor de una novela fundamental: Tiempo de silencio. ¿Y de qué más? Pues lo siento. Pero de nada más. Benjamín Prado, en su crítica para El País (28 de febrero del 2009) nos habla de una segunda novela: Tiempo de destrucción, pero no nos aclara qué pasó con ella. Sí nos da otro dato, que más bien es una afirmación: «Por ejemplo, tras leer las diferentes descripciones de su accidente queda claro que no pudo ser más que eso, un accidente: nadie se suicida con su padre y un amigo dentro del coche». ¿Pero por qué querría suicidarse alguien que tenía un buen trabajo, con tres hijos, que había alcanzado el éxito con su primera novela, que estaba comprometido con la militancia política clandestina (y de un modo mucho más intenso a lo que se venía pensando, tal como demuestra la citada biografía de José Lázaro, donde se insinúa, a partir de diversos testimonios, que podría haber llegado a secretario general el PSOE), que estaba trabajando en su segunda novela? Para contestar esto hay que remontarse un año antes, a la muerte de su mujer. Respecto a esta la opinión de José lázaro, el biógrafo, es contundente: no fue un accidente, fue un suicidio. Así que de una pregunta pasamos a otra: ¿Y qué explica el suicido de su mujer? Rocío Laffón tenía tres hijos y un marido que, además de novelista de éxito, dirigía el sanatorio psiquiátrico de San Sebastián. Si su muerte fue un accidente deliberado (tesis que eacepta José Lázaro y de la que se hace eco Benjamín Prado), ¿qué motivos le llevaron a hacerlo? ¿Y hasta qué punto esa muerte no puedo haber incitado a su marido a hacer lo mismo un año después?

«Resolver el pasado es un empeño idiota. ¿No es mejor que los muertos se acostumbren a estar muertos?», esta frase, tomada de la que iba a ser la segunda novela del escritor, le sirve a Benjamín Prado para encabezar su artículo. Es una frase que resulta muy curiosa si se tiene en cuenta que proviene de un escritor y militante político al que le han censurado su novela, al que le han detenido varias veces, al que vigila continuamente la policía, que trabaja como director de un manicomio, que se hizo médico para, como él mismo cuenta, curar a su madre, que no puede olvidar a su esposa muerta y probablemente suicida… En fin, que tal vez nunca sabremos lo que le pasó por la cabeza aquel día, o qué pasó en aquel coche en los segundos previos al accidente, pero a mí me surge, pese a todo, otra pregunta: ¿Si había bebido tanto y dormido tan poco, por qué le dejaron conducir? Si cogemos a alguien que ha bebido mucho y dormido poco, que está deprimido y tiene tendencias destructivas, que está acosado por la policía franquista, ¿cuál es la probabilidad de que el viaje acabe mal?

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9 Comentarios

  1. No sé por qué el texto parece escrito más por alguien «de ciencias» que por alguien «de letras». Y sin embargo contiene ‘belleza’ en sus líneas.

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  3. Interesante y ameno. Se lee muy bien.

  4. Me parece muy interesante, me encanto y es muy fácil de interpretar.

  5. El articulo que citas del Babelia no lo he encontrado. por casualidad ví este otro de Manuel Vicet sobre Suzanne Valadon.

    http://elpais.com/diario/2010/10/02/babelia/1285978383_850215.html

    • alfonso vila

      Gracias.

      Lo leí en la versión impresa, no sé si está en la web, pero no recuerdo el título exacto, aunque tengo el suplemento guardado por alguna parte (o lo tenía hasta hace poco). Si lo encuentro te lo diré.

  6. el cuadro de Dionisio Fierros del que habla no está «desgraciadamente hoy perdido» sino que se puede contemplar en el Museo de Bellas Artes de Zaragoza. Hace algún tiempo leí en libro, editado en Latinoamérica, un interesante relato titulado «La calavera de Goya» de un tal Luis Pita donde levantaba una curiosa teoría sobre este asunto.

  7. No todas las mujeres son felices pariendo tres hijos y mediante el éxito de sus maridos ex-alcohólicos

  8. Un error, gordo: los maestros de Goya, según dijo él, no sólo fueron Velázquez y la Naturaleza. Tambié lo fue Rembrandt. Otro error, al menos para mí, y sólo achacable a Goya y no al redactor: Goya es el gran maestro, los demás, todos, de cualquier época, aprendices.

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