Política y Economía

La extrema derecha y el sindicalista despistado

Timo Soini, líder del Partido de los Verdaderos Finlandeses
Timo Soini, líder del Partido de los Verdaderos Finlandeses.

El otro día estuve charlando con un amigo que trabaja en una organización sindical internacional y me comentó que estaba escandalizado. Acababa de regresar de  un encuentro con sindicalistas del norte de Europa y le había preocupado la naturalidad con la que sus colegas se referían a los Verdaderos Fineses, partido de extrema derecha que sacó casi un 20% en las pasadas legislativas. Por lo visto alguno de sus compañeros le había comentado que el discurso de este partido no chocaba frontalmente con los postulados del sindicato ni con sus bases. Para mi amigo esta idea resultaba inconcebible: «¿Cómo alguien de izquierdas podía tener cualquier tipo de relación con aquella gente que no fuera una lucha frontal?». Sus colegas griegos o húngaros, según me contó, sí que estaban preocupados y eran mucho más activos frente a Amanecer Dorado y Jobbik. Y no es para menos, porque aquellos partidos ultraderechistas no solo cuentan con representación parlamentaria, es que tienen hasta sus propias milicias armadas.

La verdad es que esta conversación me dejó pensativo. ¿Cómo es posible que hubiera esta diferencia de pareceres? No sería extraño que se tratase de un problema de comunicación. Siempre hay dificultades a la hora de moverse en el mundo de las etiquetas ideológicas, las cuales no viajan fácilmente entre países. Aunque tenemos algunas herramientas para intentar orientarnos (por ejemplo, mirar a sus programas), siempre es un tema controvertido y matizable. ¿Está más a la derecha la UMP francesa que la CDU alemana? ¿Es más de izquierdas SYRIZA o Izquierda Unida? ¿Son iguales los liberales ingleses que los daneses? Quizá simplemente hablaban de cosas distintas. Quizá simplemente el Partido del Progreso noruego, que será clave para gobernar el país, es algo relativamente distinto a lo que asimilamos aquí como extrema derecha. Pero entonces ¿Qué es un partido de extrema derecha?

Los que más han estudiado el tema recomiendan distinguir entre dos grandes familias. Por una parte estarían los partidos neofascistas, que equivaldría a nostálgicos de regímenes pasados y que son unos partidos bastante viejos pero no muy importantes. En España, por ejemplo, la familia de las Falanges se ajusta bien al patrón. Por otra parte estarían los partidos populistas de extrema derecha, esos que cada vez que hay elecciones en un país de nuestro entorno hace saltar las alarmas. Y es que mientras que los neofascistas son estables en el tiempo en términos de apoyos electorales (incluso ligeramente a la baja), los populistas han crecido muchísimo desde los años 80. Sin embargo, esta definición no permite identificarlos por su sustancia ideológica, un elemento fundamental para comprender por qué han tomado posiciones en muchos parlamentos. Además, no creo que fuera tan extraño ver que un partido neofascista se «recicla» para mejorar sus perspectivas electorales. Vale seguir la biografía de este señor  para comprender a qué me refiero.

Si nos vamos a una definición más ideológica, básicamente podemos trazar tres características muy generales. El primero es que un eje ideológico que va entre libertarismo-universalismo vs. tradicionalismo-comunitarismo estos partidos se alinean claramente con los últimos. Es decir, una línea conservadora que los coloca en las antípodas de partidos poscomunistas o de «nueva izquierda». El segundo es un claro discurso populista anti-establishment, en el cual se acusa a la clase política existente (aunque se sea parte) de ser origen de todos los males del país. Y por último, una estructura jerárquica interna fuertemente cohesionada y articulada alrededor de un líder caudillista.  Si echamos un vistazo a vuelo de pájaro por Europa podemos identificar un buen número de candidatos a caer en esta clasificación. Tenemos la lista de Pim Fortuyn (asesinado en 2002), que combinaba una crítica dura contra el multiculturalismo con valores liberales en familia o sexualidad —él mismo era homosexual—. Tenemos los Verdaderos Fineses o el Partido del Progreso, partidos con retórica claramente antiinmigración. Pero quizá el Frente Nacional Francés sea el partido que mejor encaja, con su chauvinismo nacional y los LePen como dinastía al cargo.

En el centro, Nikolaos  Michaloliakos, líder de Amanecer Dorado.
En el centro, Nikolaos Michaloliakos, líder de Amanecer Dorado.

Es posible que no todos los partidos que uno consideraría como de extrema derecha puedan amoldarse a esta definición de mínimos; hay variaciones de contexto que necesariamente se escapan. Por ejemplo, para la Liga Norte el nacionalismo «padano» es un puntal clave que combina con su tradicionalismo, mientras que Plataforma per Catalunya se mueve con disimulo cuando se habla del tema Cataluña-España. Además, también es cierto que vivimos momentos en los que ser anti-establishment es una regularidad a ambos lados del espectro político. Aún más, el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo señala a las claras que el líder fuerte es un formato que vuelve a estar de moda. Por lo tanto, tomemos esta definición con pinzas y restrinjamos la categoría de extrema derecha a los partidos que cumplen al menos los tres requisitos ¿Por qué un sindicalista finés mantendría una posición tibia con los VF? Quizá si se mira un poco a las bases electorales de esos partidos podamos saber qué puede estar detrás de estas medias tintas.

Una de las principales hipótesis sobre el éxito de los partidos de extrema derecha se relaciona con el haberse convertido en la plataforma electoral preferente para los «perdedores de la modernización». Según esta idea, tras la ruptura del pacto keynesiano de pleno empleo en los años 80, la clase trabajadora tradicional habría pasado a competir con una clase de trabajadores nuevos: los inmigrantes. Se argumenta que habría calado entre el electorado clásico de la izquierda tradicional —los obreros— que los inmigrantes reducen sus salarios, aumentan su probabilidad de desempleo y compiten por las mismas prestaciones públicas. Así, un empeoramiento de la economía durante la crisis del petróleo con un aumento de los flujos migratorios en paralelo habría ofrecido a la extrema derecha un nicho para crecer en detrimento de los partidos de izquierda clásicos. Menos recursos y más a repartir habrían hecho germinar el chauvinismo del Estado de Bienestar, patrimonio del ultraderechismo. Y de hecho, aunque las condiciones materiales objetivas no sean tales, lo cierto es que esos partidos son efectivos articulando un discurso que los votantes creen.

Una segunda hipótesis sobre las fuentes de votos de los partidos de extrema derecha está en la explotación de la dimensión identitaria. Según este argumento, el electorado no se sentiría atraído tanto por que haya una lucha por recursos como por la creencia de que el multiculturalismo puede erosionar la identidad nacional. La islamofobia, que ha permeado a Europa Occidental en las últimas décadas y especialmente desde el 11S, se habría convertido en un suelo fértil sobre el que estos partidos estarían echando raíces. Vale con mirar este spot electoral para ilustrar lo que digo (sí, lo hace de manera ridícula pero tremendamente directa). La solución para este potencial conflicto, por supuesto, siempre es de un cariz expeditivo. Expulsión de inmigración, requisitos severos de entrada o asimilacionismo cultural. Estas propuestas servirían para atraer a un votante nacionalista o más a la derecha, el cual no tiene por qué coincidir necesariamente con el perfil obrerista anterior. Y eso la derecha de algunos países lo sabe y reacciona mimetizándose.

Por último, una parte de las bases electorales de estos partidos llegan movidas por el discurso anti-establishment o populista en sus diferentes variantes. No es nada nuevo decir que cada vez hay más descontento con la política y los partidos. Esta tendencia, que se sostiene en toda Europa Occidental, parece especialmente acusada en los países periféricos —donde además se solapa con un cuadro de desafección crónica—. Dado que en muchos casos estamos ante partidos nuevos (aunque en algunos casos los líderes son viejos), a la extrema derecha le es más sencillo plantear un discurso rupturista. No tienen la cortapisa de la gestión y puede criticar sin miedo los privilegios de «la casta». Esto le podría permitir atraer, en potencia, a dos perfiles de votantes. Por un lado, el desconectado de la vida política, el que vota furioso y descontento de manera ocasional. Por el otro, el voto joven, los más perjudicados por un situación de desempleo galopante y que ven truncadas sus expectativas a raíz de la crisis económica. El éxito del Frente Nacional entre los menores de 24 años podría ir por aquí.

Creo que este cuadro deja algo muy presente. Para el partido de extrema derecha lo relevante es quién es parte de la comunidad política (los de aquí), cómo hay que preservarla (contra los de fuera) y cómo se la gobierna (los de abajo, a través del líder, contra los de arriba). Si el sindicalista finés no veía en este partido una amenaza quizá se relacione con que se trata un «punto ciego» de su ideología, una dimensión que, de acuerdo a un sistema de valores, no se problematiza. Por ejemplo, para determinadas concepciones del liberalismo la desigualdad socioeconómica es un punto ciego. Por contra, para determinada izquierda clásica la desigualdad económica es central, pero otras desigualdades (las minorías, por ejemplo), siempre quedan supeditadas o camufladas tras la primera. Quizá por eso a la hora de definir la comunidad política, quiénes tienen que ser los iguales, hay parte de la izquierda que no puede ser rotunda. La respuesta no es unívoca. Quizá por eso para aquel sindicalista la extrema derecha no fuera un enemigo a batir. Simplemente porque aunque no se esté de acuerdo con su ideología conservadora, siguen siendo un partido que se ajusta a la defensa de la comunidad de solidaridad básica para él.

Esta idea, la de restringir la comunidad, no es algo que sea complicado de hacer viajar entre países. Sin embargo, siendo así, ¿por qué no tenemos extrema derecha con marca propia en España? La verdad es que como no hay tal partido en el Congreso de los Diputados o en asambleas autonómicas a veces nos despistamos. No solo Plataforma, también España 2000 ha conseguido colarse en algunos ayuntamientos. Normalmente se dice que el sistema electoral es un elemento de cierre que desincentiva que un «emprendedor» político logre fundar con éxito un partido de estas características. Dado que el nivel local y el autonómico son menos restrictivos, allí lo tendría más fácil para penetrar en las instituciones. Pero la presencia de Plataforma en Cataluña ha sido con diferencia la señal de alarma más comentada y estudiada. ¿Por qué en Cataluña y no en otros lugares? Quizá se pueda explicar en parte por la importante presencia de inmigración magrebí o subsahariana, lo que permite que el discurso del rechazo cale más. En todo caso el perfil de su votante se ajusta bastante a lo que uno esperaría encontrar en un partido de este tipo, gente más a la derecha y con menos estudios que el promedio.

Yo creo que la crisis económica y política que tenemos en España, paradójicamente, se ha convertido en un mecanismo que podría alejar la amenaza de un partido de extrema derecha fuerte. Si se repasan las condiciones anteriores, tanto IU como UPyD manejan el discurso anti-establishment, pudiendo capitalizar parte de los potenciales votantes desafectos. Además, la cuestión de la inmigración no ha llegado a politizarse de manera frontal en España. Quizá las propias tensiones territoriales dentro de España han hecho de placebo. Sin embargo,  no deberíamos dejar de lado la patología que revela la eclosión de partidos de extrema derecha en Europa. Nos estamos volviendo más pequeños, más temerosos y más desiguales. Y ya que la crisis ha venido para estar un tiempo con nosotros, es inevitable que exista la tentación de tomar el camino de las soluciones sencillas.  Por eso creo que ante el enorme desasosiego que nos genera tener que cambiar un modelo de bienestar, debemos afrontar de cara la (re)definición de nuestros lazos de solidaridad. El estado-nación no da de sí y nos corresponde tener presente que cuando hablamos de igualdad también hay que pensar entre quiénes y cómo conseguirla.

No sea que al final terminemos dándonos de bruces con la extrema derecha que no quisimos ver venir. Y con algún sindicalista despistado al que no le parezca para tanto.

Miembros de amanecer dorado

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21 Comentarios

  1. Pingback: Bitacoras.com

  2. La Historia es cíclica a la hora de asumir las fronteras ideológicas.

    Quizá seamos indulgentes a la hora de sacudirnos los restos de la tiranía que gobernó algunas naciones europeas, porque desde el punto de vista confortable que tenemos en democracia, la vida contemplativa nos parece más viable que la protesta.

    No imagino el ardor de los balcánicos en España frente a la injusticia que están sufriendo, aunque quizá sea necesario mojarse desde más cerca que el sofá de nuestros hogares.

    Por otra parte, el «divide y vencerás» del poder, corrompe a muchos sectores privilegiados y ciegos ante las penas del resto de la población.

    Bien lo sabemos aquí (más en Grecia), porque la calle sólo se ha incendiado cuando aquellos que lo tenían «fijo, de por vida y con hipoteca avalada ante cualquier banco», han sufrido los recortes.

  3. Buenísimo

  4. En España la extrema derecha nunca se ha ido, se metieron en el PP y ahí los tienes, con la bandera del pollo, el brazo en alto y el caralsol.

  5. Es decir, UPD sería una partido fascista…

  6. Benno Von Archimboldi

    La izquierda europea o más bien apuntemos directamente a la socialdemocracia tiene un severo problema con la autocrítica. Es algo que artículos de este pelo no hacen más que evidenciar.

    Pero por no perderme en bosques y centrándome en el tema que el autor pretende tratar con profundidad, el problema no es tan difícil de identificar: La socialdemocracia ha ido cambiando su base electoral sustituyendo las clases trabajadoras con conciencia de clase por lumpen. Y tal como Marx dejó claro hace muchos años, al lumpen le trae sin cuidado todo salvo su plato de lentejas. Cuando las lentejas escasean, es fácil que los cautiven otros cantos de sirena.

  7. Si hablamos de partidos identitarios, quizá podamos encontrar alguno más de extrema derecha en Cataluña, aunque tenga la esquerda en el nombre.

  8. Toda la argumentación está viciada por un defecto de inicio: el dar por hecho que hay gente «de izquierdas». Esa gente nunca ha existido realmente, solo seres que necesitan vivir creyendo que son mejores de lo que son, porque no podrían resistir enfrentados a la imagen que su auténtico YO proyectaría. Para ello solo hace falta presionar a las personas lo suficiente. Todos tenemos un límite y unos aguantarían más que otros, pero al final, esas utopías idealistas se vendrían abajo para intentar sobrevivir como ratas en un barco que se hunde

  9. Nicolás

    Pero por Dios, ¿cuándo nos vamos a dar cuenta de que los extremos se tocan, y de que esos sindicalistas comunistoides y corruptos se parecen más a Hitler que a Rubalcaba? ¿Y cuándo nos daremos cuenta de que esos falangistas rancios que atacaron a los independentistas hace unos días tienen más en común con Stalin que con Rajoy?

    A los antidemocráticos y a los totalitarios, sean de izquierda o de derecha, no les doy ni agua.

  10. Micamicalet

    «Quizá las propias tensiones territoriales dentro de España han hecho de placebo.»

    Quizá estamos dejando fuera a UPyD por no trasladar el sentimiento de rechazo al extranjero con el pánico y desprecio existente por esta fuerza centrípeta hacia las derivas periféricas en el conjunto del Estado.

    El discurso magenta, DNI en mano con el lema «lo que nos une», en algunos lectores no despierta una alerta identiraria con o sin el «esquerra» en sus siglas.

    Por último, recordar el origen del término «antisistema», que definió perfectamente Fernández Buey en uno de sus últimos escritos antes de fallecer (¿Es tan malo ser antisistema?). Antisistema, en su origen, se refiere a alguien contrario al régimen constitucional, contrario al sistema democrático.

    Y parece que tanto algún partido pretende confundir, como algún votante parece aceptar, la asimilación entre antisistema y anticapitalista. Y por ahí, nos estamos equivocando.

    Curioso que no comparemos, a propósito de la temática tratada (el ejemplo de los sindicatos del norte de Europa) a los derroteros seguidos por José María Fidalgo.

  11. Pingback: La extrema derecha y el sindicalista despistado | Cienfuegos Hoy

  12. Es sencillo, la extrema derecha en Europa siempre ha sido socialista y defensora del Estado del Bienestar. Por eso tiene tanta predica en asalariados (lo de obreros ya ha quedado desfasado) y parados. Le ponen el acento naconalista, y voilà nacional-socialismo al canto.

    En Europa realmente hay muy poca derecha «radical» en el sentido estadounidense del Tea Party o los libertarios. Sí, también son muy nacionalistas, pero no quieren saber nada del Estado del Bienestar.

    En España la mayoría de la población es socialista, incluido hasta la derecha moderada. Por eso no hay extrema derecha casi. En realidad en España un izquierdista «progre» está más cerca de la concepción del estado que tenía Franco, que de la que tiene el Tea Party por ejemplo.

    • Jesús Couto Fandiño

      En España el Tea Party Style nos lo ponen desde el PP, eso si, como quieren, la parte que quieren. Como el PP es la gran casa de la derecha pues cabe de todo, desde nostalgicos de la bandera del pollo a grandes paladines del neoliberalismo entendido como «y ahora privatizamos los hospitales y casualmente va todo a las empresas de los amigos».

  13. Fernando

    Tal y como yo lo veo parte del error viene de mantener la idea de izquierda/derecha desde una óptica española. Si miramos al parlamento español hay, básicamente, dos grandes ideologías, una de origen integrista cristiano y nacionalista a la derecha (el PP, PNV, CiU…) y otra a la izquierda de origen marxista y socialdemócrata (PSOE, IU, ERC, Bildu, BNG…). Aparentemente extremos opuestos. ¿Seguro? Los dos bloques son colectivistas. No son una linea recta de extremos opuestos, son puntos opuestos de un mismo plano de un cubo. Cuanto más a la derecha vas acabas acercándote al mismo punto que si vas al extremo izquierdo.

    Si yo me voy por la izquierda hacia el marxismo más radical, rozando el estalinismo, acabo en un modelo similar al del fascismo más radical. Sindicatos únicos, democracias orgánicas de partido único, estatalizaciones de sectores estratégicos, derechos individuales sometidos al bien colectivo, paternalismo, etc. Por supuesto son extremos, poco usuales en la España de hoy. Pero a mí no me extraña que coincidan en ciertos puntos un extremista de derecha y uno de izquierda, cambiarán algunas cosas y hasta las verán distinto, pero otras muchas… Si uno llega al extremo izquierdo por la izquierda culpará al capital…y si lo hace por la derecha a los judíos. Y es probable que ambos coincidan en que los judíos controlan el capital. Si voy por la derecha al extremo, el individuo tendrá que renunciar a parte de sus derechos individuales en favor del pueblo o la nación…y si voy por la izquierda será en favor del proletariado o el pueblo. Pero en ambos casos el individuo acaba parecido.

    A lo mejor para entender la política hace falta verla como algo tridimensional, no solamente como una linea izquierda/derecha. Y si en ese cubo las ideas colectivistas ocupan un mismo plano en el que se puede estar más a la izquierda o a la derecha, el otro plano sería el del individualismo/colectivismo. En el que uno se puede mover también de un extremo al otro del cubo. Ahí estarían los liberales conservadores, los liberales progresistas y hasta los anarquistas. Curiosamente un ultraliberal de derechas llega a un punto en el que se parece sorprendentemente a un anarquista. De hecho existe el concepto de anarcoliberal, liberales que llevan su individualismo al punto de desear la erradicación del estado, y llegan por la derecha, igual que los anarquistas lo harían por la izquierda.

    Planteando la política en esos dos planos diferentes, cúbicos, tridimensionales. El del nivel de individualismo/colectivismo y a la vez el de progresismo/conservadurismo los resultados se comprenden bastante mejor. Un liberal conservador puede acabar en el extremo opuesto a un fascista, aunque a ambos se les considere genéricamente de derechas. Mientras que un comunista stalinista puede acabar pegadito a un falangista de la primera hora, aunque en inicio los veamos en extremos opuestos con un marco derecha/izquierda que excluya la visión individualista/colectivista de la ecuación. Y a mí me parece esencial.

    En España el liberalismo está muerto desde hace décadas, desde antes de la guerra. A menudo hasta pienso que si la guerra fue posible se debió a su muerte. En el parlamento actual no hay demasiado liberalismo. Parcialmente Unió, la mitad de CiU, algunos personajes del PP dentro de un liberalismo conservador, UPyD con fragmentos de liberalismo progresista extraídos del PSOE, que también tiene dentro liberales progresistas, incluso tras la absorción hacia UPyD de buena parte de los que había. Y eso es todo, partidos plenamente liberales no hay. Al menos por ahora. Quizá donde más base liberal hay sea en UPyD y muchas veces detecto que cuando no saben si situarles a la derecha o a la izquierda y les tachan de ambiguos, es porque no se tiene en cuenta esa división que menciono, cosa normal en este país, donde lleva desaparecida del todo décadas, y no saben si colocarles en un lado o en otro porque parte de sus propuestas son tradicionalmente de la izquierda, otras de la derecha y otras de ninguna de ambas, pero con el segundo eje que menciono esa ambigüedad desaparece y el partido encuentra un buen encaje.

    Por lo demás si en España no hay un partido de extrema derecha es porque el PP los aglutinó y solamente quedaron fuera los residuos más ultras, entre proxenetas, el niño pijo que empezó a meterse y fue medio sacado de la familia bien y porteros de discoteca, tienen bastante. Además de 40 años de ordeno y mando reciente. Solamente su torpeza explica que en pleno desastre nacional y ante la dejación absoluta de la izquierda tradicional (especialmente sindicatos…) no hayan ocupado un espacio mayor en los barrios obreros en los que el personal no tiene empleo ni esperanza de tenerlo y hay competidores por el escaso empleo fácilmente culpabilizables, los extranjeros.

    Invitaría al autor, Pablo Simón, a intentar el ejercicio de visualizar la organización política con esos dos planos que menciono para un futuro artículo relacionado con la temática de este, porque creo que obtendría algún grado más de luz y sería muy interesante leerlo, como lo ha sido leer este. Saludos.

    • Un buen análisis, la verdad. Yo siempre lo he visto desde esa óptica. Y toda la razón, en españa hay pocos liberales en sentido estricto porque hay poca cultura liberal en general. Y donde más se nota es en la empresa privada. Yo, estando en el plano liberalismo/colectivismo en el lado opuesto a un liberal clásico, sin embargo pienso que en éste país nos habría venido bien una dercha liberal con más presencia en contraposición con lo que es el PP.

  14. Darío Acebales

    Amanecer de resaca

    En absoluto sorprende la caída del telón de fondo que esta semana ha dejado al descubierto la maquinaria intestina de la ultraderecha griega, la tramoya de una representación cuya parte visible ya resultaba de por sí sobradamente repugnante. Se trata —¿qué duda cabe?— de un ingenioso ardid escénico, el último de una tragedia interactiva que ha hecho de todo el país balcánico su teatro y que, durante los últimos dos años, les ha permitido a los griegos ir configurando una trama truculenta en función de su necesidad catártica de experimentar compasión y miedo. Este desmantelamiento final era conocido de antemano por todos, pero el juego del terror domesticado impone una regla innegociable: el fingimiento de ignorar no ya los previsibles pormenores del espectáculo, sino, sobre todo, su naturaleza virtual. Como los crímenes de los asesinos cinematográficos, el auge de Amanecer Dorado es logos puro, un gesto sin praxis o una amenaza hueca, por más que se profiera a voz en cuello. Otra cosa es que los fines del ritual requirieran del público un simulacro de convencimiento.

    Las víctimas, por el contrario, han sido perfectamente reales, como también la náusea generalizada. No hay aquí paradoja: para esa arcada precisamente se los elevó a la palestra pública, para que ejecutaran un show purificador que exige, para su eficacia, un cierto grado de verosimilitud. La nación reclamaba emociones fuertes. Y he ahí un reto, porque la apariencia de autenticidad es un rasgo que de un tiempo a esta parte escasea incluso en la realidad misma, tanto que apenas si se la encuentra en cantidades homeopáticas, casi inexistentes. El sistema democrático se presenta al caso como una oportunidad para la magia simpática: faculta ensayar el ademán en sustitución del hecho consumado, lo que se traduce en la degustación de una modesta ración de fascismo justamente para ahorrarnos el advenimiento del Reich. Asomarse al precipicio para figurarse el improbable salto o practicar nudos corredizos con la soga que luego se relegará al trastero quizá constituyan variedades menos sociales del mismo deporte.

    Está fuera de cuestión que los griegos sean tan necios o tan perversos como para desear de veras el ascenso al poder de los Camisas Negras, aunque una dosis de ambas condiciones haya sido imprescindible para llegar hasta donde se ha llegado. Todos los pueblos tienen sus idiotas. Más razonable resulta suponer que cuantos han participado en el coqueteo neonazi eran conscientes, de una u otra forma, de concurrir en un juego manifiestamente inmoral, pero no gratuito. Hasta esta semana, la manga ancha del ejecutivo los refrendaba, añadiendo razones para el escándalo y la indignación de todos, y colaborando a su manera en el efectismo del happening. El asesinato del rapero Pavlos Fyssas ha sido, finalmente, la señal esperada para abrir el último acto.

    No cabe ahora levantarse de la butaca y aplaudir el fin de la representación: aunque abocada desde el comienzo al desenlace de que somos testigos estos días, ha dejado en el auditorio una incontestable resaca, entre avergonzada y culpable. No sin causa: a la tesis de este artículo podemos contraponer la que postulaba Roland Barthes en Operación Astra, donde el semiólogo constataba que, con frecuencia, el mal se inocula primero disfrazado de vacuna, de modo a persuadirnos, una vez exhibidos todos sus «inconvenientes», de que tal es el precio a pagar por nuestra salvación ante otros peligros mucho más severos que nos acechan. O dicho de otro modo: no faltará quien se haya convencido de que, con la que está cayendo, las tropelías de Amanecer Dorado no son más que una broma en comparación con lo que nos espera si no hacemos algo pronto.

  15. Más que fijarse en los méritos de la ultraderecha, quizá habría que mirar los deméritos de la izquierda. Luchando por los derechos de los más desfavorecidos, en concreto de los inmigrantes, han acabado favoreciendo a las ideologías más ultraconservadores en lo social y en lo político… Un ejemplo, un poco maniqueo, es cierto, pero para ilustrar lo que digo: Por defender el «derecho» a la propia «identidad», el respeto a las «costumbres», etc. han acabado por conseguir que formas de pensar medievales, la interpretación más rigorista del Islam o incluso el burka se instalen en el corazón de muchas ciudades de Europa, creando el caldo de cultivo ideal para el renacimiento de ideas chovinistas o ultraderechistas. Tanto buenismo no es bueno.

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