Arte y Letras Historia

Los faisanes de Majdanek

06Las aves son extraordinariamente generosas en la dialéctica que establecen con el hombre: al interpelarlas siempre añaden, siempre suman, siempre dan o devuelven algo bueno a cambio, con la ventaja añadida de la facilidad de su seguimiento y la austeridad de los medios necesarios: poco más que unos prismáticos, una guía y una libreta. El resto se lleva puesto o se prepara por la mañana entre pan y pan. A todos sus seguidores, los pajareros, les regala invariablemente una gratuita y saludable terapia natural, capaz de dejar en suspenso las inquinas y maldades cotidianas. Las aves son bellas y diversas, son diurnas, cantan admirablemente, se dejan atraer mediante comederos o bebederos, y se pueden contemplar. Invitan a un viaje de regreso del hombre al Kosmos. Por ello, no es extraño que sean el grupo taxonómico mejor conocido y que la práctica de su estudio y seguimiento reúna a millones de personas en todo el mundo —algunos de ellos con un entusiasmo que roza lo patológico, como veremos—. Y esto es así porque apelan al mismo tiempo a la razón y a la emoción, dejando sin espacio mental al resto de actividades o pensamientos.

Majdanek  —la pequeña Madjanes el nombre de un campo de concentración situado en Polonia, a las afueras de la ciudad de Lublin, a tiro de piedra de las barriadas más exteriores de una ciudad que, como toda Polonia, crece y se desarrolla con rapidez, al ritmo militar de los fondos comunitarios de la UE. Algunas barriadas y casas de la ciudad invasora tienen vistas sobre las ondulantes extensiones de hierba verde de la pradera central, rodeada de casitas y torres de madera, cercada por una valla de estacas y una reja metálica que utilizan los alcaudones dorsirrojos para posarse y empalar en las púas de sus despensas a ratones y lagartijas. Las palomas torcaces cruzan Majdanek en bandos densos, poderosos, sobre la pradera húmeda, repletos los buches de bellotas de los robledales de las cercanías, mientras las currucas mirlonas y los papamoscas papirrojos, espléndidos en verano, cantan todavía mientras alimentan a su primera pollada. El calor es asfixiante en agosto, y la humedad, como en el resto de Polonia, era casi acuática aquel verano en el que decidimos visitar el campo, sorprendentemente vacío de paseantes, locales o foráneos.

Distrae la vista de las aves la presencia de un par de edificios con aspecto de platillo volante o base lunar: en uno de ellos destaca la palabra museo escrita en polaco; el segundo almacena una especie de fino mantillo de color arena, sucio de colillas, papeles y restos diversos de diversos tamaños, grosores y longitudes. Una pequeña chimenea corona una de las barracas.

A lo largo del campo verdeante y en pendiente se sitúan perfectamente ordenadas una serie de casas de madera de forma alargada, de las cuales apenas alguna puede visitarse. Su mantenimiento corre a expensas de fondos de cooperación alemanes, coordinados por su consulado en Lublin, orgullosamente situado en la plaza central de la ciudad antigua. Casi nadie entra en los barracones, y los que lo hacen parecen salir de allí de forma apresurada.

Los pájaros más sorprendentes de Majdanek son sus bellos faisanes comunes, fácilmente detectables por sus chirriantes reclamos, un ronco gorjeo, parecido al de los velociraptores de Parque jurásico, que no cesa en todo el día. Diríase que en unas cuantas hectáreas habitan centenares de animales, una auténtica granja cinegética; el faisán común es una codiciada pieza de caza, un manjar clásico en la cocina europea desde época romana. Nadie obliga a los faisanes a permanecer allí; sin embargo, es casi imposible avistar alguno fuera de la alambrada de púas. Permanecen allí buscando refugio: la caza está prohibida en el campo; las escopetas de los cazadores parecen respetar la zona protegida, un oasis para los faisanes, resplandecientes los machos, sus ornados plumajes, sus bellísimas colas. Animales que se refugian de los hombres usando lo que queda del campo de exterminio de la Segunda Guerra Mundial mejor conservado junto con Auschwitz, en una suerte de macabro cambio de roles: repleto hace tan poco —apenas 70 años— de hombres reducidos a la nada, ansiosos por volar, hoy está lleno de faisanes que, pudiendo escapar,  procuran quedarse dentro.

Majdanek fue un campo de exterminio sin registro, lo que abre el abanico del número  de víctimas en un arco tétrico que va de las 300.000 a los dos millones de personas. En los escasos cuatro años en los que permaneció operativo, y a la vista de toda la ciudadanía de Lublin, utilizó cámaras de gas cebadas con Cyclon B y hornos crematorios, de los que aún se conserva la maquinaria y la chimenea. Las barracas del campo se calentaban usando el calor generado en los hornos, calor humano; entre las toneladas de cenizas procedentes de los hornos y acumuladas hoy en el túmulo elipsoidal que las alberga es fácil hallar todavía restos óseos, fragmentos de parietales, falanges, tal vez un hueso largo. En las barracas de los prisioneros, transformadas en museo, se acumulan montañas de zapatos, de cabellos, de carteras, de maletas, hebillas, sombreros. Tantas veces dicho, tantas veces narrado, tantas veces visto. Es igual: cuando descubrí un pequeño zapato rojo y unos metros más allá su par, no pude soportarlo más y salí a tomar un aire que me faltaba.

05

Allí fuera seguían atronando los faisanes. Con ellos regresó a mi memoria el testimonio de Abraham Lewent. Era niño cuando a él y a su padre —ambos judíos— les confinaron en Majdanek. Nada más llegar les sometieron a trabajos forzosos, estación de tránsito para los prisioneros en mejor estado físico, previa a la cámara de gas. Uno de ellos, polaco, pasó a su lado y, sin mediar palabra, lanzó una piedra a la pareja que impactó en la pierna del padre. Algo se quebró, de tal manera que por la noche el padre Lewent no podía caminar. El niño, angustiado por el estado de su padre, hizo caso a un compañero de barracón y llamó a un «sanitario», sellando así, de forma definitiva, el destino de su progenitor. Aunque el hombre que se lo llevó le confió que le devolvería a su padre al día siguiente, nunca más volvió a verlo con vida. El mal, como un juego de azar; la piedra voló, no hubo nada que variara su ruta. Llegó a destino, como una bala en la ruleta rusa. Abraham Lewent lleva toda su vida intentando desviar la piedra que mató a su padre. Su testimonio está grabado en el Holocaust Memorial Museum, tal vez con la esperanza de que, aun cuando ya es tarde para la que propició la muerte del padre, pueda desviar futuras piedras.

Una hembra de faisán esquiva a varios machos que la acosan, a la sombra de una de las torres de vigilancia, sin miedo a la valla electrificada. Hoy en día Polonia se nutre de la savia económica alemana en las dos direcciones: dos de los delanteros de la selección alemana de fussball son de origen polaco mientras sus famosos fontaneros trabajan a miles en la pujante industria del gigante económico alemán; camiones y camioneros alemanes inundan, como si de una nueva blitzkrieg se tratara, la precaria red de carreteras polaca. ¿Qué cuentan los archivos de Majdanek y sus lobos? Los comandantes del campo fueron los SS Karl Otto Koch, Max Koegel, Hermann Florstedt, Martin Weiss y Arthur Liebehenschel. Su destino es revelador: Otto Koch fue fusilado en Buchenwald por sus propios compañeros SS, acusado de malversación y corrupción masiva. Su mujer, Ilse, conocida como «la Perra de Buchenwald», se dedicaba a la fabricación de pantallas para lámparas de mesa, elaboradas con la piel de prisioneros ejecutados. Koegel fue el responsable de la instalación de las cámaras de gas en Majdanek; se suicidó un día después de su captura. Florstedt siguió el mismo camino que Koch, y por los mismos motivos, con la acusación adicional de haber tenido un affaire amoroso con «la Perra». Weiss —conocido como «Blanco, el negro»— fue condenado en 1950 a cadena perpetua. Finalmente, Arthur Liebehenschel, a pesar de haber suspendido los castigos corporales en el campo, no se libró de la horca en Cracovia, pocos años después, cuando, fijado a una cierta distancia crítica, el ojo más experto del Tribunal Supremo del Pueblo fue incapaz de reconocer en él rasgos identificativos específicamente humanos. Fue el único de los comandantes que pagó sus cargos verdaderamente frente a un tribunal, habida cuenta de que Weiss fue liberado apenas ocho años después. En Polonia da la sensación de que pocos recuerdan a Lewent y otros cuantos millones de su mismo credo. Un país más pendiente históricamente del alzamiento de Varsovia que del alzamiento del Guetto, de la ocupación soviética y los años de feroz represión comunista —con Katyn como principal icono—, o de mantener encendido y vigente un culto y práctica católica nada heterodoxa, que de explicar y respetar la memoria de los millones de asesinados en la operación Reinhard, el exterminio de la población judeopolaca del territorio conocido como el Gobierno General de Polonia, culminado pocos años después del inicio de la guerra con notable éxito, y del que Alemania fue directo responsable.

04

La literatura del Holocausto es extensísima y ha incorporado recientemente algunos pájaros entre sus protagonistas. Acaba de publicarse en el Reino Unido un relato novelado de la historia en cautiverio de cuatro prisioneros de guerra británicos en la prisión de Warburg, The Caged Birds por Derek Niemann. La historia es real y apasionante: cuenta la formación de una sociedad clandestina de ornitólogos en la prisión. Poco después de su llegada al campo de prisioneros de Warburg, el oficial del ejército británico John Buxton encontró un medio inesperado de escapar del tedio y dureza del internamiento: «En el verano de 1940 y mientras tomaba el sol, descubrí a una familia de colirrojos ajenos a los asuntos de nuestra hermandad esquelética, haciendo camino entre cerezos y castaños».

Comenzó a utilizar sus paseos matutinos pajareando clandestinamente, sin darse cuenta de que él también estaba siendo vigilado. Peter Conder, otro dedicado ornitólogo, había notado que Buxton, a diferencia de las miradas al suelo que dirigían el resto de los presos, solía mirar hacia el cielo. Se le acercó, y junto a otros dos prisioneros, Barret y Waterston, fundaron una sociedad secreta para la observación de aves a la que convocaron a participar a otros presos, incluso a carceleros alemanes.

El autor de The Caged Birds, se ha apoyado en los diarios originales, las cartas y los dibujos realizados en el cautiverio, para narrar cómo Conder, Barrett, Waterston y Buxton fueron forjándose por su experiencia durante la guerra como gigantes de la conservación de la fauna de posguerra.

Asimismo, se ha traducido al español hace pocos meses la novela de Arno Surminski Los pájaros de Auschwitz, basada en el ensayo Observaciones sobre la fauna ornitológica de Auschwitz que escribió y publicó en una revista científica el teniente de las SS residente y ornitólogo Günther Niethammer, personaje real convertido en la novela de Surminski en Hans Grote, guarda del campo. La novela cuenta la relación que estableció este guarda con un preso polaco estudiante de arte y al que utilizó como ilustrador de aves. El gran Jacinto Antón entrevistó a Surminski a principios de este año; descubrió que el personaje del ayudante es auténtico: fue un preso polaco de Auschwitz, Jan Grebackis. Pero, sin duda, el personaje de mayor interés es el propio Obersturmführer Gunter Niethammer.

07

Niethammer sobrevivió a la guerra y se convirtió ni más ni menos que en presidente de la Deutschen Ornithologen-Gesellschaft, el grupo ornitológico más importante de Alemania. Antes de la guerra ya era un reputadísimo ornitólogo en Alemania: formado en las universidades de Leipzig y Tübingen, en 1932, con su tesis doctoral Morfología y fisiología de la puesta en aves ya terminada, se convierte en el ayudante principal de Erwin Stresemann, la probablemente máxima autoridad en la ornitología alemana en los años de entreguerras, en el departamento de ornitología del Museo de Zoología de Berlín. Niethammer publica obras de extraordinaria calidad, siendo la más famosa el Handbuch der deutschen Vogelkunde, en tres volúmenes, que hasta los años 70 fue considerada uno de los manuales de ornitología más importantes en toda Europa. Viaja con solo 18 años al SW africano, a Afganistán, Sudamérica, Nueva Zelanda… Y la obra que sucede al Handbuch alemán es ni más ni menos que el Handbuch der Vögel Mitteleuropas iniciado por Niethammer, editado en sus dos primeros volúmenes por él mismo.

En 1937 ingresa en el partido nazi, y se muda a Bonn, al Museo Alexander Koenig donde trabajó desde entonces; se acabó convirtiendo en el conservador del departamento de aves en 1949. Fue sin duda uno de los principales ornitólogos alemanes del siglo XX, interesado por la biogeografía de todas las aves, incluyendo las que sobrevolaban o residían en Auschwitz, y a las que sin duda dedicó lo mejor de su tiempo, sus cuidados y capacidades en el campo. Su obituario, publicado en el número 117 de la revista británica Ibis de 1975, pocos meses después de su muerte, y firmado por otro eminente ornitólogo alemán, K. Immelmann, es un documento revelador. Con su muerte la DOG ha perdido a «un presidente muy popular» y la ciencia alemana a uno de sus «promotores más activos». Hasta aquí nada que objetar. Sin embargo, llama mucho la atención el cuidado exquisito de Immelmann a la hora de tratar el periodo de la Segunda Guerra Mundial: la única referencia es que su trabajo en Bonn se vio interrumpido por el suceso bélico. Muy al contrario, en Niethammer destacaba, «para todos los que lo conocieron su personalidad cautivadora, motivo de admiración… su gran hospitalidad… su enorme energía e implicación personal en toda tarea que afrontara. Será recordado con afecto por los muchos ornitólogos de todo el mundo que se beneficiaron de su consejo y ayuda, aportados siempre con la mayor generosidad». Ni una referencia a la pertenencia de Niethammer a las SS, ni una referencia a Auschwitz, ni una referencia al artículo y su dedicatoria del mismo a nada menos que Rudolph Höss, el comandante del campo que le autorizó personalmente sus trabajos ornitológicos periféricos. Tampoco se cita su posterior trabajo en el Centro de Enseñanza e Investigación para Asia Central y en las expediciones  programadas con el fin de encontrar la evidencia científica para la teoría racial nazi en las que participó. Su destacado papel como científico nazi en Auschwitz mereció una condena después de la guerra a ocho años de prisión por un tribunal polaco. Tras solo tres, fue liberado y restituido inmediatamente a su puesto en el Museo Koenig de Bonn. Estos son los «golpes del destino» que tuvo que afrontar, en palabras de Immelmann. Qué capacidad de limpieza y blanqueo histórico tienen algunos pueblos sobre su pasado y sus protagonistas.

Es posible encontrar el ensayo de Niethammer en internet Beobachtungen über die Vogelwelt von Auschwitz en: Annalen des Naturhistorischen Museums in Wien, Band 52, 1941, S. 164-199.

Vale la pena transcribir el inicio del artículo:

En el período de octubre de 1940 a agosto de 1941 tuve la oportunidad de conocer la zona de Auschwitz, y dedicar sobre todo mi atención al mundo de las aves. En los meses de otoño e invierno, y también a principios de primavera mi servicio en las Waffen-SS me dejó poco tiempo para la observación de aves. Sin embargo, tuve la oportunidad de dedicarme en profundidad en las últimas semanas de junio y julio, por lo que en este momento es posible tener una imagen bastante completa de la ornitología de la zona.

03

Decían que las aves no volaban sobre Auschwitz, como metáfora del horror vivido en aquel lugar; la frase no deja de ser una proyección. Ajenas a ese horror inefable, a las pasiones humanas y a las razones y sinrazones que nos agitan y desvelan, sus alas extendidas sobrevuelan el mundo antes y desde entonces, aportándonos sombra que nos protege y luz que nos revela, a partes iguales.

Fotografía: José Amengual

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3 Comentarios

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  3. Francisca

    Jorge Semprún dice en «La escritura o la vida», en una de las primeras páginas: «Se acabaron los pájaros -digo, siguiendo mi idea. El humo del crematorio los ha ahuyentado, eso dicen. Nunca hay pájaros en este bosque…
    Escuchan, atentos, tratando de comprender.
    – ¡El olor de carne quemada, eso es!
    Se sobresaltan, se miran unos a otros. Con un malestar casi palpable. Una especie de hípido, de nausea.»

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