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Malcolm X (y III): Revelación y muerte

Malcolm X en el último año de su vida (Foto: Corbis)
Malcolm X en el último año de su vida (Foto: Corbis)

Durante el periodo álgido de su papel como portavoz en la Nación del Islam, Malcolm X ofreció numerosos discursos y conferencias en instituciones de todo tipo. Era, por ejemplo, uno de los oradores más solicitados por las universidades estadounidenses. En una ocasión, después de hablar para los estudiantes de una universidad en Nueva Inglaterra, se le acercó una chica joven a la que más tarde describiría como una «pequeña universitaria rubia». Se mostraba conmovida por el discurso y Malcolm X estaba muy sorprendido: «Nunca antes había visto a alguien tan afectado por mis palabras». Tiempo después, volvería a verla. Mientras tomaba en una cafetería de Nueva York, vio con asombro cómo la misma chica entraba por la puerta y se dirigía hacia su mesa. La joven se había tomado la molestia de viajar desde el sur del país para encontrarse con él. Parecía provenir de una clase acomodada («Su forma de vestir, de hablar, de estar en pie… todo daba indicaciones de una chica crecida en un adinerado entorno sureño») y afirmaba estar dispuesta a convertirse en una conversa de su causa. Una causa en la que, como Malcolm X había dejado siempre bien claro, no había sitio para los blancos. Pero ella parecía decidida a demostrar que no todos los blancos eran diablos y que de verdad se había sentido impelida a colaborar en la tarea de combatir el racismo: «¿No cree usted que existen buenas personas blancas?», le preguntó la chica. «Creo en los actos, señorita, no en las palabras», respondió él. La chica replicó: «Entonces, dígame, ¿qué puedo hacer para demostrarlo?». Malcolm X, con frialdad, sentenció: «Nada». La chica lo miró en silencio durante un instante y, de repente, se echó a llorar; a continuación, salió corriendo hacia la calle. En el futuro, este pequeño incidente, que en apariencia no va más allá de ser una anécdota sin importancia, regresaría una y otra vez para causarle sentimientos de culpa. De hecho, hizo varias menciones al suceso en su autobiografía, señal de que, para él, tenía una gran importancia simbólica. De alguna manera, aquella chica enfocaba los remordimientos que sentía por haber malgastado buena parte de su vida defendiendo un mensaje fanático: «Supongo que un hombre está en su derecho de volverse estúpido si está dispuesto a pagar el coste. A mí me costó doce años de mi vida».

Revelación en La Meca

Tras abandonar la Nación en 1964, no perdió sus convicciones religiosas islámicas, o mejor dicho, las modificó. Abandonó el islamismo sui generis de la Nación y se convirtió al sunismo, la forma de Islam predominante en el mundo. Se dispuso a cumplir el Hajj, la peregrinación a La Meca que todo musulmán debe efectuar al menos una vez en la vida, salvo eximentes económicos o de salud. Aunque tenía varias hijas que alimentar y no disponía de medios económicos para el viaje, su hermanastra le prestó el dinero. Malcolm X subió a un avión con destino a Arabia. El inicio de la peregrinación no resultó fácil. Tras aterrizar en Arabia, y pese a su fama internacional, fue retenido en la ciudad de Jedda, donde las autoridades locales querían impedir que continuase viajando hacia a La Meca. Su condición de estadounidense y el hecho de no saber hablar árabe hacían que dudasen de su fe musulmana, así que el primer contacto de Malcolm X con el mundo islámico extranjero fue bastante incómodo. Sin embargo, la intervención directa de la familia real saudí permitió levantar la prohibición y, por fin, pudo peregrinar a La Meca.

Aquel fue un momento de revelación. La peregrinación y los posteriores meses de viajes por África y Europa propiciarían un cambio profundo en su interior, como él mismo admitiría ante la prensa nada más regresar a los Estados Unidos. Malcolm X se había pasado la vida en la cárcel o en los barrios negros de grandes ciudades estadounidenses. Había visto poco mundo. Durante el Hajj, descubrió que en su religión había facetas cuya existencia nunca antes había contemplado.

Para empezar, le impresionó el ambiente de hermandad, hospitalidad y camaradería que reinaba entre los peregrinos musulmanes. Todos debían vestir un ropaje humilde para que no fuese posible distinguir a los ricos de los pobres. Para que la nacionalidad o cultura careciese de importancia y nadie fuese tratado de manera diferente debido a su condición. Además, se mezcló con musulmanes que procedían de todos los lugares del mundo y aquella experiencia le hizo abrir los ojos: «Aunque no te lo creas» —le escribió a su mujer durante su peregrinación— «estoy compartiendo agua y comida con musulmanes de piel clara, cabello rubio y ojos azules». Esto le resultó chocante y revelador. En la Nación del Islam, como recordaría él, se le había enseñado que era «física y divinamente imposible» que un blanco acudiese a La Meca para pisar los recintos sagrados. La realidad era bien distinta. El Islam no era una religión racial, como enseñaba Elijah Muhammad. Por primera vez en su vida,Malcom X experimentó la hermandad entre individuos de distintos colores de piel.

Tras el Hajj, fue invitado por gobiernos e instituciones de diversos países africanos y recorrió medio continente, donde continuaba viendo cosas que rompían sus esquemas, en las que nunca habría reparado cuando estaba inmerso en el ambiente social y político tan combativo de los Estados Unidos. Vio, por ejemplo, a estudiantes blancos que intentaban ayudar a la población negra con un desinterés en el que, en última instancia, no había distinciones por el color de piel. También en Europa se le rasgó el velo. Pasó por algunos países como Francia o el Reino Unido, donde su fama había provocado mucha curiosidad y ansia por escucharlo hablar. En las islas británicas, sobre todo, causó una honda impresión. Primero participó en un debate universitario en Oxford que fue retransmitido por la BBC, una muestra del interés que despertaba su figura. Después se hizo notar cuando defendió a los negros de Birmingham de una campaña propagandística —no oficial, cabe aclarar— organizada por simpatizantes de la derecha británica, que utilizaba el desafortunado lema «si quieres un negrata en tu barrio, vota a los laboristas». Malcolm X se refirió al eslogan con su característica acidez, calificando a los conservadores que usaban esas expresiones como «hitlerianos» y advirtiendo con sorna: «Yo de vosotros no esperaría hasta que esta gente se decida a construir hornos crematorios». Con todo, Malcolm X comprobó el genuino interés de muchos jóvenes blancos europeos por su mensaje y aquello le trajo de nuevo a la mente la «pequeña chica rubia» de Nueva Inglaterra. Cada vez que atravesaba una nueva frontera, sus antiguos prejuicios iban resquebrajándose. Cuando regresó a los Estados Unidos, la prensa estaba esperándole ya en el mismo aeropuerto, excitada por las habladurías de que Malcolm X había sufrido una transformación durante su etapa como peregrino y sus meses visitando África y Europa.

—¿Usará ahora el apellido Shabazz y dejará la X?
—Probablemente, seguiré utilizando el nombre Malcolm X mientras la situación que lo ha producido continúe.
—No siente que Shabazz pueda ocupar el lugar de la X.
—El que yo haya ido a La Meca, el que haya conocido el mundo musulmán y el mundo africano, el que allí me hayan reconocido como musulmán y como hermano… eso es algo que puede haber resuelto el problema para mí, personalmente. Pero pienso que, en realidad, mi problema personal no estará resuelto mientras no se resuelva también para toda nuestra gente aquí, en este país. Así que seguiré llamándome Malcolm X, en tanto exista la necesidad de protestar, de luchar, de pelear las injusticias cometidas contra nuestra gente en nuestra tierra.

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Durante aquellos viajes, por cierto, tuvo un inesperado encuentro cuando dio la casualidad de que el campeón mundial de boxeo y su antiguo amigo, Muhammad Ali, se alojaba en su mismo hotel. Ambos se vieron en el hall y mantuvieron una breve conversación, en tono cortés, pero con la incomodidad que era de esperar entre dos antiguos amigos que habían sido enfrentados por la supuesta traición de Malcolm X hacia la Nación del Islam, organización a la que Muhammad Ali rendía ahora pleitesía, y para la que Malcolm X se había convertido en el enemigo número uno.

Por lo demás, sus viajes marcaron no solamente el inicio de un cambio ideológico —que no terminaría de completarse, dado que iba a ser asesinado en apenas unos meses—, sino también que se sintiera reforzado por el hecho de que tanto en África como en Europa lo hubiesen tratado como a un líder respetable por sí mismo, ya no por ser portavoz de nadie, cuyas ideas debían escucharse con atención, más allá de que sus interlocutores estuviesen de acuerdo o no con ellas. En el extranjero era respetado como ideólogo y orador, y eso ayudó a que se reafirmase frente a los tiempos en que, como él mismo decía, había sido un «títere» de Elijah Muhammad. De todos modos, su cambio ideológico empezó siendo progresivo. Aún tuvo tiempo de pronunciar un famoso discurso (The ballot or the bullet, «La urna o las balas») en el que instaba a los negros a intentar pelear sus derechos mediante el voto, aunque advertía que, si la sociedad blanca continuaba impidiendo el progreso de sus derechos por demasiado tiempo, podía llegar a resultar necesaria una revuelta armada. No obstante, por primera vez se mostraba proclive a tender una mano «a cualquiera» que estuviese dispuesto a colaborar en la consecución de sus objetivos. Y este «cualquiera» incluía tanto a blancos como a figuras a las que hasta entonces había denostado en público, como Martin Luther King.

Sabemos por él mismo que su peregrinación y posteriores viajes fueron cruciales para que sometiese sus planteamientos a una nueva autocrítica, pero el giro había comenzado a producirse antes. Malcolm X viajó a La Meca durante abril de 1964, pero antes de eso, en marzo, fue cuando se produjo el breve encuentro con Martin Luther King, sucedido tras una rueda de prensa que este había ofrecido en el Capitolio. El encuentro, decíamos, fue tan fugaz como inesperado. Los fotógrafos captaron la imagen de ambos líderes juntos. Una imagen que, por sí misma, parecía constituir el signo visible del inicio de una nueva era en la lucha por los derechos civiles. Una era que no tuvo tiempo de materializarse, desde luego, pero se hacía patente que Malcolm X parecía haber dejado de considerar al reverendo King un mero perrito faldero de los blancos. Esa impresión se redobló cuando regresó de sus viajes sosteniendo posiciones más abiertas y flexibles. Un buen ejemplo, al fundar su nueva mezquita, llamada Muslim Mosque Inc, creó también una organización paralela —y secular— en la que podría participar cualquier persona que lo deseara, con independencia de su color de piel, de sus creencias religiosas o de la carencia total de las mismas. Algo que, un tiempo antes, cuando le dio un desaire a la pequeña chica rubia de Nueva Inglaterra, había parecido impensable. Eso sí, la lucha interna de Malcolm X por liberarse de sus demonios ideológicos no iba a ser nada en comparación con la lucha externa que mantendría con la Nación del Islam durante sus últimos meses de vida.

«Probablemente ya soy hombre muerto»

Tienen que matarme. No pueden permitirse el que yo quede con vida. Sé dónde tienen enterrados los cadáveres. Y si me presionan, desenterraré unos cuantos (Entrevista en la revista Ebony, 10 de marzo de 1964).

—¿No se siente quizá preocupado por lo que pueda ocurrirle a usted a raíz de haber hecho estas revelaciones sobre Elijah Muhammad?
—[Sonriendo] Oh, sí. Probablemente ya soy hombre muerto. (Durante una entrevista televisiva, 8 de junio de 1964).

Imagen del único encuentro entre Malcolm X y Martin Luther King. (Foto: DP)
Imagen del único encuentro entre Malcolm X y Martin Luther King. (Foto: DP)

La relación entre Malcolm X y sus antiguos correligionarios de la Nación del Islam se convirtió en un asunto de vida o muerte, y convirtió su último año de vida en una pesadilla. Para empezar, la Nación exigió que Malcolm X y su familia desalojasen la vivienda que se les había asignado años atrás, comenzando un proceso legal de desahucio que se prolongó durante varios meses. El juicio se celebró a principios de verano y, para entonces, Malcolm X llevaba tiempo recibiendo constantes amenazas de muerte por vía telefónica y correo postal. No le cabía ninguna duda sobre la autoría de esas amenazas y tenía incluso constancia directa de que la Nación del Islam había puesto precio a su cabeza.

En febrero de 1964, su antiguo ayudante en la Mezquita de Harlem fue a visitarlo a su casa. Le confesó que había recibido órdenes directas de la Nación para poner una bomba en su automóvil, pero que al final se había sentido incapaz de hacerlo. Sin embargo, pese a que en el día del juicio por desahucio había presentes unos quince miembros de la Nación del Islam y Malcolm X ni siquiera había pedido medidas especiales de protección policial, la vista tuvo lugar sin incidentes. No se abstuvo de responder a las amenazas, de todos modos. Sobre todo a través de la prensa, donde habló sin tapujos sobre el hecho de que su vida estaba en peligro. Aunque decía, y era cierto, que no tomaba medidas especiales de seguridad, sí dejó claro que estaba dispuesto a cualquier cosa para defender a su familia: «Tengo un rifle, y estoy dispuesto a usarlo si alguien viene a mi casa con malas intenciones». En marzo, de hecho, la revista Life había publicado una de sus fotografías más famosas: Malcolm X aparecía junto a una ventana, observando el exterior mientras sostenía un rifle automático. Era la demostración gráfica de que sabía que iban a por él, con la que lanzaba un mensaje a sus enemigos: no pensaba permanecer de brazos cruzados. Centraba su atención en la cúpula de la Nación. Los seguidores de base, decía él, «sinceramente creen que están haciendo la voluntad de Alá cuando defienden a un hombre, Elijah Muhammad, del que yo mismo les dije que era divino».

En julio, poco después del juicio, puso una denuncia por lo que consideraba un atentado frustrado contra su vida; cuando volvía a su casa alrededor de la medianoche, dos hombres le estaban esperando. Los evitó y no sucedió nada más, pero era una señal de alarma. Durante toda la jornada siguiente, la policía hizo guardia frente a la casa. Las amenazas fueron haciéndose más y más graves. Además, algunos sucesos le hicieron sospechar que no solamente la Nación del Islam (y, como es obvio, grupos racistas como el Ku Klux Klan) estaban interesados en hacerlo caer. La primera semana de febrero de 1965, viajó a Francia para dar una conferencia en París, donde ya había hablado con mucho éxito durante sus anteriores viajes. Sin embargo, el Gobierno francés le denegó la entrada en la misma frontera. Aquello le hizo pensar que quizá podía haber otros poderes involucrados en lo que podría ser una conspiración en marcha, ya que no le encontraba sentido a que, tras una primera visita que había transcurrido sin problemas, ahora el Gobierno de París lo tratase como a un delincuente. Se preguntaba si, quizá, las autoridades estadounidenses estaban intentando ponerle las cosas difíciles. Conocemos estas sospechas porque habló de ellas por teléfono con el escritor Alex Haley, su amigo y biógrafo (y autor de la celebérrima novela Raíces). Nunca sabremos con seguridad hasta qué punto tenían base esas intuiciones. Como mínimo, hay un dato que hoy conocemos: entre los dirigentes de la Nación del Islam había algún agente policial infiltrado, así que el FBI debía de estar bien informado sobre cuáles eran las verdaderas intenciones de la organización hacia Malcolm X. No hicieron nada por evitarlo. Pero es todo especulación.

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Menos de una semana después de que se le denegase la entrada en Francia y cuando aún estaba rumiando aquellas sospechas, ocurrió el suceso más grave. La noche de San Valentín, a pocos días de la fecha fijada para el desahucio de su vivienda familiar, la casa fue atacada durante la madrugada con bombas incendiarias. Una de las bombas rebotó en la ventana de la habitación donde dormían sus hijas pequeñas y el que, por puro milagro, no rompiese el cristal evitó que las niñas pereciesen entre las llamas y sirvió además para alertar a la familia. Todos los miembros de la familia escaparon ilesos del incendio. Aquella, como sabemos, no era una escena nueva para Malcolm X. Siendo niño había visto dos veces cómo su hogar familiar era pasto de las llamas y ahora, muchos años después, volvía a asistir a tan terrible espectáculo… con la diferencia de que ahora él era el cabeza de familia y quienes estaban en peligro eran su mujer y sus hijas. Como de costumbre no se anduvo por las ramas. Acusó públicamente a la Nación del Islam como autores del atentado y dijo ante las cámaras que, si alguna de sus hijas hubiese sufrido daños a raíz del incendio, él mismo hubiese tomado un rifle para encargarse de los responsables. El 15 de febrero, el día siguiente al ataque, afirmó que Elijah Muhammad «podría parar todo esto con solo levantar una mano», pero que no deseaba hacerlo. Le acusó de ordenar varios asesinatos y afirmó que se había vuelto loco, destapando la caja de Pandora: «Un hombre no puede tener setenta años, rodearse de chicas de dieciséis, diecisiete o dieciocho años de edad, y mantener la cabeza en su sitio». Malcolm X puso todas las cartas sobre la mesa, revelando por fin ante la prensa una de las principales razones de su ruptura con la Nación del Islam: la vida sexual de Elijah Muhammad. Aquello ponía en marcha la cuenta atrás para su eliminación definitiva. Le quedaba menos de una semana de vida.

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El día 18, a primera hora de la mañana, el duro litigio legal entre Malcolm X y la Nación del Islam llegaba a su fin con la ejecución del desahucio de la familia, que tuvo que trasladarse a otra vivienda. Aquello no interrumpió el nivel de actividad pública de Malcolm X, una actividad que estaba volviendo a ser frenética. No se ocultaba, pese a que estaba convencido de que un nuevo atentado contra su vida era cuestión de tiempo; de hecho, ya se había podido descubrir a miembros de la Nación del Islam entre los asistentes a alguno de sus actos públicos, lo cual constituía una señal más que inquietante. Malcolm X era tan consciente del peligro que no quería dormir en viviendas ajenas. El día 20, tras una larga e intensa jornada, un amigo le invitó a pasar la noche en su casa para no tener que desplazarse y poder descansar antes del discurso que debía pronunciar al día siguiente, pero Malcolm X rechazó la invitación: «Tú tienes una familia y yo no quiero que nadie salga herido por mi causa». Palabras premonitorias. En menos de veinticuatro horas sería asesinado.

Al día siguiente, sin embargo, parecía sentirse más confiado, como demuestra el hecho de que, pese a sus reticencias iniciales, permitiese que su mujer y dos de sus hijas acudieran a verlo pronunciar su discurso. Es muy posible que pensara que el auditorio Audubon, asociado a su nueva organización, era un lugar seguro. Allí estaba jugando en casa. Se equivocó. Como ya narramos en la primera parte, apenas había comenzado a hablar cuando estalló una trifulca entre dos hombres del público, una maniobra de distracción para atraer a los encargados de la seguridad. Mientras, tres hombres se aproximaron al escenario y tirotearon a Malcolm X hasta la muerte, todo ante la horrorizada mirada de su mujer y sus dos niñas presentes. Malcolm X tenía treinta y ocho años. Dejaba detrás de sí cuatro hijas pequeñas y una mujer embarazada que alumbraría gemelas en el mes de septiembre. En noviembre de ese mismo año, se publicaba su autobiografía. En ella, Malcolm X había dejado escrito estas palabras: «No espero vivir lo suficiente para ver publicado este libro en su forma final».

Epílogo

Aunque no siempre estuvimos de acuerdo sobre los métodos para solucionar el problema racial, siempre albergué un profundo respeto por Malcolm y sentí que tenía una gran habilidad para poner el dedo sobre la llaga en cuanto a la existencia y la raíz de este problema. (telegrama de Martin Luther King a Berry Shabazz, enviado justo tras el asesinato de Malcolm X).

El pésame de Martin Luther King a la viuda de Malcom X tuvo un tono más diplomático que cercano. Un tono característico de King, es cierto, pero quizá también el producto de la distancia ideológica que siempre había existido entre los dos líderes más relevantes de la causa negra en los Estados Unidos. Aquel telegrama, sin embargo, contenía también un trasunto que casi nadie podía captar por entonces. Porque King llevaba tiempo recibiendo también amenazas de muerte, aunque en su caso provenían de supremacistas blancos y —cosa que ni siquiera él sospechaba— de la infame Cointelpro, sección de operaciones encubiertas del FBI. Al contrario que Malcolm X, de carácter mucho más guerrero, Martin Luther King nunca hizo públicas esas amenazas y solo las dejó entrever en alguno de sus últimos discursos, en los que también anunciaba su propia muerte, aunque con palabras más crípticas. Sin duda, el asesinato de Malcolm X le hizo sentir que la posibilidad de un atentado contra él mismo se tornaba todavía más palpable. No se equivocaba porque, como sabemos, fue asesinado tres años después. Había transcurrido menos de un año desde la peregrinación de Malcolm X, tiempo en el que su ideología empezó a cambiar hacia posiciones más flexibles incluso en mitad del tormentoso e irrespirable ambiente de amenazas y violencia que rodeó sus últimos meses de vida. Solamente podemos teorizar sobre el papel que Malcolm X hubiese podido desempeñar una vez que su discurso empezó a ser de verdad un discurso propio y no una mera repetición automática de las enseñanzas fanáticas de Elijah Muhammad. Lo que sabemos con seguridad es que su carisma y capacidad de oratoria eran únicas y que, sin duda, hubiese continuado siendo un líder social. Todavía más relevante. No llegó a suceder. Tampoco King pudo disponer de mucho más tiempo. Ambos fueron mártires en la lucha por los derechos civiles (aunque a Malcolm X no le gustaba llamarlos así e insistía en hablar de «derechos humanos»).

Los asesinos de Malcolm X fueron detenidos y juzgados; los tres eran miembros de la Nación del Islam, demostrando que las continuas advertencias públicas de Malcolm X sobre las intenciones de la Nación habían tenido una sólida base. No obstante, Elijah Muhammad afirmó sentirse «impactado y sorprendido» por la muerte de su antigua mano derecha, negando toda implicación de la organización y presentando el atentado como la acción independiente de fanáticos incontrolados. En 1975, Muhammad murió por causas naturales y fue sucedido por Louis Farrakhan, el antiguo protegido de Malcolm X y el mismo que había conspirado contra él dentro de la cúpula de la Nación. La actitud de Farrakhan respecto al asesinato ha sido, como poco, sospechosa. Negó durante muchos años cualquier conexión entre la cúpula de la Nación y el crimen, mantuvo su visión de Malcolm X como de un «hipócrita» —esto es, un traidor— y continuaría atacándolo con tono encendido incluso décadas después de muerto, como si fuese un fantasma con el que tenía que pelear. Pero en 1993, quizá a su pesar, se dejó llevar y se excedió en sus palabras. Dio a entender, o eso parecía, que ellos lo habían asesinado. Dijo: «Malcolm X era un traidor, y si la Nación se ocupó de él como hace siempre con los traidores, ¿por qué se meten los demás en nuestros asuntos?». Cuando esta parte del discurso le fue mostrada a la viuda de Malcolm X, Betty Shabazz, ella afirmó en televisión estar convencida de que Louis Farrakhan había ordenado el asesinato de su marido.

Qubilah Shabazz, segunda hija de Malcolm X y una de las dos que vieron con sus propios ojos su asesinato, fue arrestada en 1995 bajo la acusación de conspirar para asesinar a Louis Farrakhan, a quien consideraba responsable directo de la muerte de su padre. Según la acusación, habría contratado a un sicario para eliminar a Farrakhan, aunque ella lo negó. Para sorpresa de muchos, Farrakhan dijo en público que creía en la inocencia de Qubilah; es más, organizó un evento para recaudar dinero destinado a su defensa legal. Todavía más sorprendente fue que Betty Shabazz asistiese al evento, lo que muchos interpretaron como una señal de reconciliación con Louis Farrakhan, a quien había señalado no mucho antes como instigador de la muerte de Malcolm X. A nadie le quedó muy claro si Betty Shabazz había perdonado a Farrakhan, o si solo estaba allí para que su hija tuviese un buen abogado. Sea como fuere, Qubilah evitó la posible condena de cárcel mediante un acuerdo extrajudicial.

Poco después, en 1997, Betty Shabazz murió como consecuencia de las graves quemaduras sufridas durante el incendio de su hogar, lo cual impidió resolver el enigma de qué era lo que pensaba sobre Farrakhan a aquellas alturas. El fuego, por cierto, fue provocado por su nieto de diez años e hijo de Qubilah, Malcolm Shabazz. El niño no murió en el incendio; al contrario, fue encontrado vivo en la calle, con muestras evidentes de haber estado manipulando gasolina. Fue diagnosticado de esquizofrenia; aquel incendio era el último de diversos incidentes producto de su personalidad antisocial e incontrolable. Incluidas agresiones físicas a su propia madre, quien había pedido a las autoridades, sin éxit,— que lo ingresaran en un sanatorio. Por aquel motivo, el niño estaba viviendo con su abuela cuando provocó el incendio que la mató. La accidentada biografía de Malcolm Shabazz daría para un artículo propio: tras una breve vida de actos delictivos, murió a los veintiocho años, apaleado en México por dos camareros de un bar en el que, al parecer, estaba montando una trifulca.

En el año 2000, Louis Farrakhan, después de muchos años de hacer como que el asesinato de Malcolm X no había tenido nada que ver con la Nación del Islam —salvo aquel desliz de 1993—, llegó a reconocer que, en la época en que Malcolm X fue asesinado, la virulencia verbal de los dirigentes de la Nación y muy en especial la suya propia podía haber sembrado el terreno para el asesinato. Aseguraba que lamentaba que sus palabras pudiesen haber tenido semejante efecto. Esta especie de arrepentimiento se produjo en el famoso programa televisivo 60 Minutes, pero no convenció a casi nadie. Incluida Quibilah Shabazz. La hija de Malcolm, durante un tenso cara a cara con el propio Farrakhan, afirmó que, pese a las habladurías sobre la complicidad del FBI en la muerte de su padre, habladurías no del todo descabelladas, ella seguía teniendo claro que la Nación del Islam había sido la principal responsable del asesinato su padre (pueden ver sus palabras en el último minuto de vídeo). Hasta el día de hoy, no existen motivos para pensar lo contrario.

Cuando esté muerto —y digo esto porque, por las cosas que sé, no espero vivir lo suficiente para ver este libro publicado en su forma final—, quiero que observéis y me digáis si acaso no tengo razón en lo que voy a decir: que el hombre blanco, en su prensa, va a identificarme con el odio. Hará uso de mí cuando muerto, como lo ha hecho cuando estuve vivo, como un conveniente símbolo del odio, y eso le ayudará a evitar enfrentarse a la verdad de que todo lo que he estado haciendo ha sido sostener un espejo para reflejar, para mostrar, la historia de los inefables crímenes que su raza ha cometido contra la mía.

Foto: Corbis
Foto: Corbis

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15 Comentarios

  1. Pingback: Malcolm X (II): la estrella mediática

  2. Bravo. Que artículos tan intensos

  3. Me han fascinado los tres. Como dicen por aquí arriba.. ¡Bravo!

  4. Muy buen cierre para la serie de Malcolm X. Artículos con gran carisma como el mismo personaje
    ¡Bravo!

  5. Felicidades por los 3 artículos, sin haber profundizado antes en la figura de Malcom, me parecía precisamente un símbolo de odio.
    Que lástima que su vida haya sido cortada por fanáticos.
    La perspectiva que ha arrojado esta información, me provoca revalorar a este hombre.

  6. Muy buena serie los tres artículos. Enhorabuena

  7. Pingback: Cajón semanal de enlaces nº30 | Periferia Digital

  8. Roi RIbera

    Gran serie !

  9. Gracias

  10. Me gustó mucho los tres artículos. seria bueno hacer una película con este material

  11. Me encanto. Muchas gracias

  12. Pingback: Cajón semanal de enlaces nº30 - Marc Martí | Observaciones, reflexiones y dudas sobre la digitalización. Sobre todo dudas

  13. John Alí, secretario nacional de la Nación del Islam, y una de las personas que más hicieron por apartar a Malcolm X de la Nación del Islam, fue identificado en los años 70 como un agente encubierto del FBI. Y en la noche anterior al asesinato se reunió con Talmadge Hayer, uno de los asesinos condenados por el crimen. Que por cierto cumplió 44 años de cárcel y fue liberado en 2010. Varios libros han tratado el tema de su asesinato, como el de Manning Marable, que afirma que el verdadero asesino está libre y nunca fue acusado, o John Henrik Clarke, que escribió uno de los libros más completos, Malcolm X: the man and his times.

  14. Genial artículo, muy bien documentado e interesante de leer. La verdad es que Malcolm X tuvo una vida muy dinámica, siendo un supremacista negro y separatista racial pero que al mismo tiempo articulaba muy bien sus ideas.

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