American Portraits Arquitectura Arte y Letras

El arquitecto indestructible

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Seagram’s Gin presenta American Portraits

Seagram´s Gin te invita a conocer el proyecto American Portraits, donde se repasará la vida y la obra de algunas de las personalidades más influyentes de la América de los años cincuenta. Al conocer de cerca la vida de estos hombres y mujeres es inevitable replantearse nuestra manera de ver el mundo, nos ayuda a entender mejor por qué el diseño de los objetos que nos rodean tienen las formas que tienen, o por qué los edificios y las ciudades que habitamos son como son.

La vigencia de su legado es inmensa e incalculable. Los años cincuenta fueron años de crisis y postcrisis. Hoy, al igual que entonces, estamos viviendo un proceso de redefinición constante en muchos ámbitos de la sociedad y necesitamos mirar atrás para buscar fuentes de inspiración. Con esta iniciativa, Seagram’s Gin quiere reivindicar aquellas figuras que, por su originalidad y su capacidad visionaria, nos pueden servir de modelo y guía para reinventarnos. El proyecto American Portraits está compuesto por una serie de proyecciones de documentales biográficos que se pueden disfrutar de forma gratuita en la plataforma digital Filmin.es, junto con una serie de artículos publicados en revistas de referencia y el ciclo que se proyectó el pasado mes de septiembre y que se podrá volver a disfrutar en el mes de noviembre en la Cineteca de Matadero en Madrid.

Frank Lloyd Wright se convirtió en un arquitecto estrella cuando faltaba casi un siglo para que existiera esa figura. No era porque el estadounidense persiguiera un estatus determinado, ni siquiera por su persistencia a la hora de aplicar una filosofía arquitectónica que hasta aquel entonces era solo una idea sin cuajar; el gran secreto de Lloyd Wright era su testarudez, su obsesión por materializar sus sueños en forma de casas repartidas por medio mundo —casas que vivían y respiraban en un universo propio alejado de cerrojos y patrones temporales, basadas en las relaciones con la naturaleza y con una mirada fija en el entorno—, alejado de estilos (de moda o no) y sujeto tan solo a sus propias reglas. El arquitecto fue la encarnación del American Portraits, un espíritu irrefrenable capaz de no dejar piedra sobre piedra hasta encontrar la identidad perdida.

El arquitecto nació el 8 de junio de 1867 (aunque él, un hombre coqueto, insistía en que su fecha de nacimiento era 1869) en Richland center, una localidad de Wisconsin. Los que estén familiarizados con el estado recordaran sus inmensas llanuras y el abrumador predominio del verde en unos espacios aparentemente infinitos. Allí creció un niño amante de la naturaleza y acostumbrado a correr por los prados y a subirse a los árboles. Tal como él mismo diría: «Sigo sintiéndome parte de ese paisaje, como los árboles, los pájaros y las abejas, y como los graneros rojos».

En cierto modo, esa alma bucólica, como salida de un poema de Walt Whitman, le acompañó toda su vida y marcó fuertemente su visión del arte y —por supuesto— de la arquitectura.

Frank Lloyd Wright, 1954. Fotografía Al Ravenna - Library of Congress
Frank Lloyd Wright, 1954. Fotografía Al Ravenna – Library of Congress (DP)

Lloyd Wright arrancó su carrera profesional en 1888, después de enamorarse de la arquitectura trabajando para el legendario Joseph Silsbee. La razón primigenia de su empeño por empezar lo más rápido posible en el mundo laboral respondía a las estrecheces que el de Wisconsin, recién casado, se veía obligado a transitar. Pronto, el sueldo y las ambiciones del arquitecto dejarían paso a otra necesidad: la del aprendizaje.

Aquel cúmulo de factores llevo a Lloyd Wright a dejar la universidad para entrar como aprendiz en Adler y Sullivan, una compañía de Chicago, cuya cabeza pensante, Louis Sullivan, había hecho fama y fortuna creando rascacielos por Estados Unidos.

Sullivan se convirtió en el maestro de Lloyd Wright (le consideró su mentor hasta el final de sus días) y con él empezó a desarrollar los fundamentos de lo que daría en llamarse «arquitectura orgánica». Lo hizo por un préstamo con el que se hizo con su primera casa, en la que se reflejaba el coraje y —por qué no decirlo— la ingenuidad de aquel hombre agarrado a sus sueños: los experimentos con las formas, las texturas y determinadas obsesiones cromáticas guiaron la mano de aquel artista (en la más amplia acepción del término) y pusieron las bases de su futuro.

La arquitectura orgánica , que redefinió el s. XXI y que a día de hoy sigue siendo una poderosa aliada de las ciudades ayudando a definirlas y a crecer de forma racional, más allá de los estilos de arquitectura tradicional que imperaban a principios del s. XX, era la creencia de que cada casa, cada edificio, cada apartamento, debía ser pensado en virtud de su función, su entorno y los materiales que serían usados en su construcción.

Para Lloyd Wright no había dos edificios iguales, de la misma forma que no había dos edificios en la misma ubicación. El estadounidense creía que cada proyecto arquitectónico debía ser creado de forma única y singular, sin seguir protocolos predeterminados. Quizás recordando su infancia, donde las reglas establecidas se esfumaban en las colinas de su hogar, la arquitectura de Lloyd Wright empezaba de cero y moraba en cada centímetro de sus dibujos.

Considerada desde el inicio como una auténtica revolución, la arquitectura orgánica empezó pronto a desordenar el panorama urbano; como un niño que corría de aquí para allá blandiendo una tiza, el genio se permitió desafiar a los grandes monstruos de la época con una arquitectura cuyas estructuras y mecanismos se rendían a la personalidad de lo que se estaba creando, en lugar de tratar de encajar su trabajo en una corriente u otra.

Por supuesto, el arquitecto no podía saber el cambio que estaba fraguando a lomos de un idealismo voraz que le generó no pocos enemigos, enfrentados a una realidad que no huía de la complejidad y que les desconcertaba.

Fallingwater, una casa diseñada por Frank Lloyd Wright en 1935. Fotografía: Sxenko (CC).
Fallingwater, una casa diseñada por Frank Lloyd Wright en 1935. Fotografía: Sxenko (CC).

En 1904, Frank Lloyd Wright diseñaba el edificio Larkin, el primer complejo de oficinas (recordemos, hablamos de 1904) en el que se instaló aire acondicionado, ventanas dobles para huir del ruido, muebles mayormente metálicos y puertas de cristal, creando así un entorno radicalmente alejado de lo que era el denominador común en esos momentos. Ese mismo año, Lloyd Wright mostraba al mundo una de sus primeras prairie-houses (las casas de la pradera) donde el joven arquitecto era capaz de volcar toda la influencia de su estado natal, alejado del neoclasicismo imperante, las casas de Wisconsin, maravillas que parecían surgir de los terrenos colindantes a Chicago, y que destacaban por sus grandes ventanas horizontales y sus muros de ladrillo, siendo —probablemente— uno de los precedentes más claros de la futura arquitectura residencial.

En 1893 ya había abierto su propio estudio y trabajado para diversas compañías (en muchos casos para proyectos de raíz industrial que acababan sufriendo un proceso acelerado de humanización) y cuando rondaba 1909, justo cuando acabó la Robie House de Chicago, otra de sus prairie houses, todas las firmas arquitectónicas del país le miraban con una mezcla de admiración y recelo. Seguramente por ello, a finales de ese año y hasta bien entrado 1910, decidió vivir en Europa, un lugar en el que se sentía amado y protegido.

Lloyd Wright, un hombre que presumía de no querer estar mucho tiempo en el mismo sitio y de no recrear dos veces el mismo diseño, aceptó en 1921 uno de los retos más grandes de su carrera y construyó en Tokio el Hotel Imperial, que en su momento fue un mayúsculo reto de ingeniería, pensado exclusivamente para resistir un terremoto gracias a sus cimientos flotantes. En 1923 un terremoto de 7’8 en la escala de Richter destruyó diversas prefecturas japonesas, Tokio entre ellas, causando más de ciento cuarenta mil víctimas: el edificio diseñado por Lloyd Wright fue uno de los pocos en la isla que no sufrió desperfectos.

Después de aquello, y ya considerado uno de los mejores arquitectos de la historia, el arquitecto se estableció en Taliesin, en Wisconsin.

Lloyd Wright había vuelto a casa y se había instalado en unas tierras que habían pertenecido a sus padres. Allí creó algunas de sus obras más recordadas: la Millard House de Pasadena; el Price Tower de Bartlesville y —naturalmente— el Museo Solomon Guggenheim de Nueva York, uno de los edificios más famosos del mundo que en 1959 hizo que el universo de la arquitectura se abrazara a aquel hombre de familia humilde como quien da la bienvenida a casa al hijo pródigo.

Como si supiera que había engendrado por fin a la criatura perfecta, el arquitecto murió el 9 de abril de aquel mismo año 1959. Su legado, indestructible (literalmente), se contempla desde entonces como la obra de un pionero sin rival y uno de los hombres que (re)definió la faz de América sin renunciar jamás a sus raíces. Como si el niño que corría por los campos de Wisconsin no hubiera dejado jamás de correr, en busca de una hierba aún más verde.

Interior del Museo Solomon Guggenheim de Nueva York. Fotografía Rosino CC
Interior del Museo Solomon Guggenheim de Nueva York. Fotografía: Rosino (CC).

Podrás disfrutar del Ciclo American Portraits presentado por Seagram ́s Gin gratuitamente en la plataforma digital Filmin.es. El ciclo incluye la proyección de los documentales: Frank Lloyd Wright; Eames: The Architect & The Painter; Diane Vreeland: La mirada educada. Si quieres saber más infórmate en http://www.seagramsgin.es/ap o en www.filmin.es/ap

En los meses de noviembre y diciembre el ciclo se proyectará en la sala Borau de Cineteca:

Noviembre Sala Borau,
Jueves 20:  Eames. H 20:00
Viernes 21:  Diana Vreeland .H 20:30
Sábado 22:  Frank Lloyd Wright. H 20:00
Domingo 23: Raymond Loewy. H 20:00

Diciembre Sala Borau
Jueves 18:  Eames H 20:00
Viernes 19:  Diana Vreeland H 20:30
Sábado 20:  Frank Lloyd Wright H 20:00
Domingo 21: Raymond Loewy H 20:30

 

 

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11 Comentarios

  1. Pingback: El arquitecto indestructible

  2. Creo que lo de «pionero sin rival» y «redefinió la faz de america » es más un decir que otra cosa.

    Sin negar el interés y fascinación que surgió por la obra de Wright durante la primera mitad del siglo pasado se puede comprobar que en términos generales no tuvo el alcance suficiente ni supuso un punto de inflexión como si lo fue la llegada de Mies a EU (Y parece ser que con excepciones como Aalto o Mendelsohn , Mies fue al único que admiró y mantuvo un respeto y aprecio conocido para el público).

    Dicho esto y después de haber vivido/convivido en obras de Mies, estoy todavía un poco extrañado… como gramática del espacio, sublime ,como espacio vivible tengo la impresión de que prefiero la gruta y el fuego, prefiero, Wright.

  3. Maestro Ciruela

    Hay que desconfíar del ego en general, incluyendo el de grandes profesionales como Frank Lloyd Wright. Aunque por suerte, en esa ocasión, el cliente añadió por su cuenta más acero a la ecuación del «genio», salvando así, de una tacada, la propia integridad y también la cara de su contratado. Por lo demás, muy interesante artículo que me ha sabido a poco, lo hubiera querido más largo.

  4. Pingback: Frank Lloyd Wright | Combatiendo la Entropía

  5. Telaclava

    El ego del arquitecto no tiene rival en ninguna de las otras ramas de la creación.

    • Freddie Pompetter

      Ya somos capaces de medirlo:

      La unidad de medida del ego del arquitecto es 1 Corbu, que equivale al nivel de dureza del rostro después de diseñar un esqueleto de dinosaurio con un museo dentro.

      1 Corbu = 12,34 Garzonios = 2cm de cuello vuelto por cada Δ de unidad

  6. Pepe Isbert

    Pues la casa será muy bonita pero estar tan, tan rodeado de altísimos árboles y tan, tan cerca, qué queréis que os diga… algo lúgubre y opresivo me parece a ml. Con las montañas pasa lo mismo. Si las ves de lejos, pues qué bien, qué bonicas, pero vive tú en el fondo de un pequeño valle rodeado de montes a menos de 200 metros y ya me dirás, majo…

  7. Pepe Isbert, que comentario tan profundo y lleno de fundamento, esta noche reflexionare sobre esas cuestiones…

  8. Heissenberg

    Ciertamente fue un genio como arquitecto, pero fue nefasto como profesor y a caso persona. No genero más que personas totalmente cautivas de su estilo y forma de vida, haciéndoles renunciar a la condición más básica del ser humano, ser libre pensadores y en ocasiones convirtiéndoles en pseudoesclavos.

    No hay más que darse una vuelta por Taliesin (WI) y Taliesin West (AZ) y haber vivido con los miembros de la fundación y ver que son totalmente cautivas de todos sus maniqueísmos. Quizás sea normal con personas de tal magnetismo, pero para mí fue un fraude, que pregonaba fuera de casa lo que no se aplicaban a sí mismo. Era una autentico tirano en lo personal y en ningún caso puede considerarse un ejemplo a seguir salvo en el resultado de su obra, que son planos distintos claro.

  9. La casa de Frank Lloyd Wright se construiría justo encima de las cataratas. El mismo dijo…»no basta con mirar las cataratas, hay que convivir con ellas».

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