Ciencias

Los niños invisibles: sol de noche

Corre el año 1940. En la ciudad de Valencia el hambre de la posguerra arrecia y las cartillas de racionamiento actúan con rigor. María José tiene siete años, su hermana Carmina tres. Y aún falta un año para que nazca Ana, la hermana pequeña.

Su madre les ha puesto a las niñas una rebanada de pan para comer con una mezcla invisible dentro. María José, la mayor, ve el pan y le dice:

—Mamá ¿Puedes darme un poco más de pan? es que siempre me quedo con hambre.
—Vale hija. Te doy tu ración de pan de todo el día y nos acostamos a dormir ¿quieres?
—¡Sí mamá, vale!

Al acostarse, la niña ve un sol radiante por la ventana y le dice a su madre:

—Pero mamá ¡si aún hay sol!
—Sí, hija, pero es sol de noche.

El intento de convencer a alguien, en especial a los niños, de que lo que se percibe no es la realidad, ha sido un recurso permanente y útil para la búsqueda de la docilidad. Aunque sea con buena intención, como en el caso de esta historia, se trata del rapto de la propia percepción que cede ante la prevalencia de las fuentes exteriores siempre más acreditadas.

Cualquiera podemos recordar la escena en la que un niño expone su pensamiento ante un adulto y este le pregunta: «¿Y eso se te ha ocurrido a ti solito?». La mera pregunta desliza la sospecha de que si esa idea es de su propia cosecha, no es muy valiosa. Lo más imponente será siempre la versión oficial.

Las raíces de este mecanismo, profundas y arcaicas se pueden apreciar desde la aparición de las religiones monoteístas.

El viejo panteísmo depositaba la divinidad en toda persona y forma de vida, era partidario de las múltiples manifestaciones de la naturaleza.

El monoteísmo supuso una operación política de magnitudes colosales. Consistió en externalizar los dioses despojando a las personas de su parte divina y unificándolas en una deidad exterior. Redujo las múltiples versiones de la realidad a una sola y con ello se aumentó la capacidad de conseguir mayor gobernabilidad social.

La atención realiza permanentemente una travesía que se mueve hacia el exterior para buscar las evidencias del mundo en forma de imágenes, sonidos y sensaciones. Y después hacia el interior para contrastar lo percibido con las referencias previas que tenemos del mundo. Este contraste fluido entre atención exteroceptiva y propioceptiva es lo que fragua el aprendizaje.

Lo dicho describe la pugna entre objetividad (exterior) y subjetividad (interior). Mientras lo subjetivo es cambiante e impredecible, lo objetivo tiende a la normatividad. Cuando el individuo cede su conciencia interna al exterior pierde su centro y los discursos homologados cobran fuerza. Históricamente,  esto ha dado paso a los grandes procesos de normalización. Esto es, abandonar lo instintivo para satisfacer a lo normativo.

Las necesidades del ámbito sistémico tienden a parametrar las múltiples subjetividades. Las campañas contra la sexualidad libre, por ejemplo, coincidieron con la exigencia de homologar las costumbres de la población para que acudieran a trabajar en la producción seriada de las fábricas. El objetivo era que madrugaran y acudieran a los puestos de trabajo en horarios regulares y adecuados para las necesidades del maquinismo, en lugar de permitirles que se dedicasen a una vida diletante y gozosa centrada en los placeres (1).

Actualmente asistimos a un fuerte predominio de la atención externa, incluso a una sustitución de la experiencia interna por la avasallante versión exterior de la realidad. El ser humano ha sido desalojado de sí mismo, ha perdido la costumbre de estar en contacto con su propia percepción, llegando al extremo de experimentar su propio deseo como el enemigo. De este modo, instala el miedo como la emoción esencial de su existencia.

Y eso sucede cuando la persona desconfía de sí misma, niega lo que siente y espera que algún mensajero o autoridad externa le diga lo que debe hacer y le saque de su desconcierto.

En consecuencia, más importante que la libertad de expresión es la libertad de pensamiento. Es evidente que si la libertad de expresión se promueve en un caldo de pensamiento único, solo lograremos la multiplicación de opiniones superficiales, casi siempre enfrentadas, poco críticas y homologadas.

El ser humano construye el estrés cuando frente al infortunio reacciona desde fuera de sí mismo, desamparado de sus propios recursos. Cuando cede el centro de su ser ante una pretendida objetividad normativa. El peor efecto de la adversidad estriba en vivirla con miedo.

Sin embargo, la vía para la construcción del problema es la misma que la de la solución.

El arte tiene esa función para nuestro sistema perceptivo. Admiramos las obras artísticas porque nos muestran otra percepción de la realidad, otro modo de ver, escuchar o sentir el mundo. Una vía que, paradójicamente, conecta con algo genuino en nosotros mismos.

La contemplación de pinturas, la audición de música, la admiración de la danza nos fascina porque nos capacita para percibir el exterior desde otra terraza existencial que nos ayuda a imaginar otro mundo más tolerable y satisfactorio. Pero sobre todo, la satisfacción reside en que la propuesta del artista conecta con nuestra intuición más propia acerca de cómo debe ser la vida. Por eso, en ocasiones escuchamos canciones que nos agradan tanto que nos inducen a pensar que es como si las hubiéramos compuesto nosotros mismos. Se trata de una implicación operativa del concepto del inconsciente colectivo.

En síntesis, cuando se trata de procesos de ayuda a las personas, los  orientadores (como la atención psicoterapéutica, la asistencia educativa, el asesoramiento filosófico, el coaching y todo tipo de consultoría personal), más que atender a la objetividad habrían de ayudar al sujeto a expresar y experimentar una versión de la realidad propia que le dé más vitalidad. Más que educar o adiestrar es mejor ayudarle a encontrar su punto fuerte y apoyarle para que siga su propia deriva personal (2).

La mente fabula

hace de las horas

sustancia elástica

Cuando la realidad

tozuda

cede a la fábula,

duerme la angustia.

soldenoche
Cualquier día (Nocturno). Trinidad Ballester

 

Notas.-

(1)  Michel Foucault. (1984): Historia de la sexualidad. Madrid: Siglo XXI.

(2) La Deriva Personal. Concepto de Arno Stern. Publicado en su libro Educación Creadora.

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3 Comentarios

  1. Pingback: Los niños invisibles: sol de noche

  2. En suma, se deposita el «saber» en el otro, que no es yo. Sino otro.
    El principio neurótico.
    En el mejor de los casos.

  3. castro ardura

    Me parece muy flojito el artículo. Este mismo tema está tratado por Erich Fromm en algunoslibros de mucho mayor calado intelectual, filosófico e histórico. Cierto que Fromm piensa mejor del monoteismo con algunas cosas criticables, pero pensar que las sociedades regidas por un dios en forma de serpiente emplumada o por adivinos que usan vísceras de prisioneros estaban menos neuróticas o eran más libres y humanas es de risa.

    Las religiones responden al terror, todas, y usan otros terrores.¿ Qué piensan, que con otro tipo de religiones más animistas no hay sacerdotes y castas dominantes?

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