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El insomnio me mata

Foto: Daniel Cluracan (CC)
Foto: Daniel Cluracan (CC)

El insomnio se acerca lentamente y te acorrala. Cada vez te cubre más arriba, como el agua que poco a poco inunda una habitación. En el primer momento aún avivas la esperanza del sueño. Después de todo ha sido un día duro, notas cierto cansancio, acabas de hacer el amor y has puesto sábanas limpias. Quizá por una vez el telón caiga de repente. De hecho, el insomnio avanza tan despacio y lacónico, que parece que se aleja. Hay un ingenuo minuto en cada noche, parecido a un efecto óptico, en el que crees que dormirás. Pero entonces descubres que el insomnio te respira en la nuca, y te absorbe, como a Travis Bickle en Taxi driver. Ojalá también tú tuvieses un taxi para recorrer las calles mientras la ciudad sueña.

El insomnio te arroja a un desierto frío, en el que puedes escuchar los pasos de la temperatura descendiendo. En realidad, no resulta sencillo explicar el insomnio. «Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales», decía Borges. Su fuerza te condena a una lucidez total. Mientras la noche se achica, y avanza a pequeños pasos, tú solo eres capaz de pensar. Se trata de un movimiento rechinante y perpetuo. Te abordan ideas y más ideas. Las desgranas, las estudias, las reconstruyes. Nadie está libre de una madrugada incesante. Ni la persona más pura y derrengada. Ni siquiera el pato Donald. Recuerdo dos cortometrajes de Disney. En uno, Donald no pega ojo porque el colchón es incómodo; en el otro, porque hay un grifo que no cesa de gotear. Cuando los insomnios se encadenan, aprendes a formarte una imagen de su presencia desde mucho antes de que llegue. Tal vez sus pisadas retumben a lo lejos, pero tú consigues advertir a tu lado incluso los insomnios futuros. Es como si ya los hubieses vivido. Esta clase de imposibilidades lógicas, por otra parte viables, quedan bien explicadas en El perseguidor, de Julio Cortázar, cuando Johnny Carter, en mitad de una grabación comienza a golpearse la frente y a repetir desesperadamente, a semejanza de un niño que acaba de ver un fantasma: «Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana».

La ausencia de sueño te hace retroceder hasta la pared, y ahí te rindes. En Ahora me acuesto, el famoso relato sobre el insomnio de Ernest Hemingway, el protagonista aprende a ocupar el tiempo para estar despierto, pues vive bajo el convencimiento de que si alguna vez cierra los ojos en la oscuridad, y se deja ir, el alma abandonará su cuerpo. Piensa en un río truchero al que iba a pescar cuando era un muchacho. O reza por todas las personas que ha conocido. Si reza un avemaría y un padrenuestro por cada una, tardaba muchísimo tiempo y por fin será de día, y entonces sí podrá dormirse sin riesgo para su alma.

El insomnio representa un tipo de desahucio. Entra en tu cabeza y te desarregla. En cierto modo, te arrebata el control. Tu control. Hay cerebros que nunca salen derrotados, no se apagan con la oscuridad. A lo más, algunas noches se sienten abatidos, pero esa sensación remite a la tristeza y no tanto a la extenuación. La noche les proporciona superioridad, pero al mismo tiempo acaba con ellos. La victoria del insomnio impone este desolador efecto. Cae el sol, cae la madrugada, cae el silencio del edificio, pero la cabeza ruge y da vueltas.

El verdadero insomnio es diario, y equivale al horror. García Márquez detalla un instante feroz en Cien años de soledad, cuando Visitación, en mitad de la noche, oye un extraño ruido intermitente, y al incorporarse ve a la pequeña Rebeca en el mecedor, «chupándose el dedo y con los ojos alumbrados como los de un gato en la oscuridad». Aterrorizada, la mujer reconoce en esos ojos la «peste del insomnio» que desoló Macondo.

A menudo parece que todo esté explicado en relación al insomnio. Pero nada está dicho. Todos los insomnios son el primer insomnio de la historia. Nadie entiende tus desolaciones enteramente. Y menos que nadie otro insomne. Scott Fitzgerald lo reconoce en Crack up, donde admite que el día que leyó Ahora me acuesto pensó que no había nada más que alegar sobre el insomnio. «Hoy veo que eso era porque nunca lo había sufrido mucho; se diría que el insomnio de cada uno es tan distintos del de su vecino como las esperanzas y aspiraciones diurnas».

El sueño decae por un millón de motivos. Ni siquiera preocupantes. A veces decae sin motivos. Te remueves bajo las mantas, y la persona que está a tu lado te pregunta «¿No puedes dormir?». «No», respondes. «¿Qué te pasa?», insiste. «No lo sé. No puedo dormir», afirmas. Y no puedes decir más porque no sabes. «¿Te encuentras bien?», pregunta otra vez. «Claro. Me encuentro bien. Es solo que no puedo dormir». Casi siempre el insomnio es eso, una ausencia de problemas. Estás bien. Perfecto. Es solo que no puedes dormir. No faltan las ocasiones, lógicamente, en que no duermes porque un problema te acecha. Algo muy grande. Enorme. Gravísimo. O algo infinitesimal y ridículo. Fitzgerald aseguraba que en su caso todo empezó por un mísero mosquito, que apareció de golpe en el piso veintiuno de un hotel de Nueva York, «tan fuera de lugar como un armadillo», pero cuya presencia en la oscuridad cobró una cualidad odiosa y siniestra de lucha a muerte. Ahí empezó su insomnio, y ya nunca se fue.

En vela, puedes notar la pegajosa densidad de cada segundo, de ahí que quieras ocupar el tiempo en leer, escribir, ver series, masturbarte, fumar marihuana, telefonear a algún amigo dormido. La maldición del insomnio es algo que casi se toca. El pensamiento también puede resultar un factor de desesperación. Existen personas condenadas a moldear sus ideas noche y día. Eso las hace superiores, pero a la vez las vuelve locas. Conozco a gente que siempre está despierta a las cinco de la mañana. Y me causan miedo. No tanto porque sean personas peligrosas, sino porque a la mañana, cuando te levantas, te duchas, desayunas, adviertes las primeras ideas, te llevan varias horas de ventaja. Ellas ya han tenido tus ideas muchas horas antes. Y las han desechado. En cierto sentido el insomnio es fructífero. Te indica que estás vivo. Pero a la vez te señala la muerte. Te aboca a una lucha implacable contra ese tipo despreciable que eres tú mismo. Es la enfermedad y el remedio. Es la oscuridad y la luz. Es la razón y el delirio. Y no tiene solución posible. Aunque Man Ray aseguraba que sí. Lo contó Juan Forn en el diario Página 12. Eran los años treinta, y el fotógrafo tocaba la gloria con los dedos. Sin embargo, eso no bastaba para conciliar el sueño por las noches. Madrugada tras madrugada permanecía en vilo. Hasta que un día conoció al escritor William Seabrook, quien le aseguró que si se acostaba con arma cargada bajo la almohada al fin conseguiría dormir. «No hay nada que no pueda solucionarse con una pistola», dijo.

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15 Comentarios

  1. casi me hace llorar, La alegria de «no eres el único»

  2. Sobrellevo el insomnio mientras leo esto.

  3. Tallón, sigo lo que escribes y soy la primera en admitir que tienes artículos geniales, pero este parece que se ha quedado en una mera muestra de tu erudición literaria hacia un público que (bajo mi punto de vista) se está acostumbrando a aplaudir todo lo que escribes.

  4. Jaume Ribell

    Das mucho en el clavo. Pero ya no es ningún secreto; de hecho, hay argumentación posible: hay estudios que demuestran que hay gente diurna y nocturna. Aplicando las mismas tareas a diferentes horas del día, está demostrado que los diurnos, por poco que curren, por la noche no existen. Mientras que los nocturnos, con las mismas tareas impuestas, no rinden de día y sí de noche. Todo basado en el estudio de impulsos neuronales.

    La hipótesis más seguida por los científicos es que ese hecho (real, observable), se puede deber al inicio del ciclo vital. Es decir, a la hora del nacimiento, que marca un ciclo natural de despertar y vigilia que nada tiene que ver con el antinatural ciclo impuesto de día-noche, trabajar-dormir.

    Este esquema tendría sentido durante milenios por el hecho que sin luz solar, no se podía trabajar. La luz eléctrica solucionó ese enigma. Y artículos como este ayudan a que se entienda.

  5. Jose Serralvo

    Transmites exactamente mi estado de ánimo cuando tengo/tenía insomnio (por suerte ocurre poco, o nada, últimamente). Pero por dejar una nota algo más positiva, comparto un artículo de Muñoz Molina sobre el tema. Creo que desde que lo leí hace un año y medio no he vuelto a tener insomnio, o el insomnio, sin yo entenderlo, ha dejado de ser insomnio:

    http://cultura.elpais.com/cultura/2013/06/05/actualidad/1370431967_657609.html

    «El purgatorio del no dormir se transmuta sin esfuerzo en un paraíso de lectura».

  6. Naturelle

    Gracias

  7. Siete vacas

    Precioso artículo. Las investigaciones que se han llevado a cabo sugieren que el sistema endocanabinoide de nuestro cuerpo, desempeña un papel importante en la regulación del sueño (el sistema que interactúa con el TCH, el CDB y otros cannabinoides).

  8. Dejando de lado lo poético del tema: habéis contactado con algún profesional del tema? A mí las benzodiacepinas me van de perlas…

  9. No se habla de Cioran. Documentadísimo.

  10. hemingway sé copio de freddi kuguer

  11. Juan, no es insomnio: es el efecto de la resaca.

  12. jesus iribarren moreno

    En la noche oscura del alma siempre son las 3 de la mañana. Scott Fitzgerald. He notado que en el mío duermo 8 horas , no importa que las empiece a las 8 am o alas 10 pm. las películas de la tele en la madrugada son deliciosas.

  13. Mario Amadas

    Pronto suenan las trompetas de la noche insomne – Kafka, en sus diarios.

  14. Lucia martin

    me encanto!!! Yo desde siempre he tenido insomnio… y hay meses en el año que se vuelve muy continuo, este artículo me ha encantado por verlo desde otro aspecto, he descubierto esta revista buscando sobre cosas del insomnio, y entre varios resultados como este de alimentos: https://violetacostas.com/alimentos-dormir-mejor/

    Lo que más me ha hecho pensar es la frase El sueño decae por un millón de motivos. sin duda muy cierta, un saludo

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