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Clara Usón: «Hay quien cree en Dios, yo creo en Chéjov»

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Primera mujer en cincuenta y dos años (¡!) en recibir el Premio de la Crítica por su novela La hija del Este, un relato basado en hechos reales sobre el suicido de la hija de Ratko Mladic, el responsable de los crímenes de Srebrenica en las guerras de desintegración de Yugoslavia. Clara Usón (Barcelona, 1961), fascinada sobre todo por los escritores rusos, suele tratar en sus obras tragedias familiares en contextos tan diferentes como la España de los años ochenta o los convulsos Balcanes de los noventa. Su estilo, sin embargo, es directo y contundente, dice que los hechos que describe son tan duros que no necesitan muchos adjetivos. Además, pertenece a la vieja escuela de escritores que se comprometen personalmente con su relato. Dejemos que nos cuente cuánto y cómo.

¿Cuáles son tus orígenes?

Soy de una familia de clase media catalana, de Barcelona, pero mi padre no es catalán. Somos lo que se dice «charnegos». En mi casa siempre se hablaba en castellano, aunque yo fui a un colegio catalán para aprenderlo y luego estudié Derecho por estudiar algo, porque mi padre es abogado. Pertenezco a esa generación que fue niña en el tardofranquismo y luego pasó por la borrachera de libertad que vino tras la muerte de Franco, la llegada de la democracia y la famosa Movida; los locos años ochenta que yo disfruté a tope como muchos de mi generación.

¿Cómo era aquella Barcelona mítica tras la muerte de Franco?

Pues veníamos de un país muy cerrado, muy cutre, y estábamos como muy ensimismados. Además, teníamos la impresión de que llevábamos veinte años de retraso con respecto al resto de Europa y sobre todo con el mundo anglosajón, Reino Unido y Estados Unidos. De modo que teníamos una prisa enorme por vivirlo todo. A nuestros padres les llamábamos «viejos» porque pertenecían a ese mundo que queríamos dejar atrás. Pero en realidad, la época hippie aquí no se vivió apenas y luego cuando llegaron las drogas, como no teníamos ninguna generación anterior que pudiera explicarnos nada, nos lanzamos a ellas con un entusiasmo digno de mejor causa. Nos metimos todo lo que hubiera que meterse.

Queríamos ser modernos, imitábamos la forma de vestir de los grupos de música y solo nos interesaban las referencias culturales anglosajonas. Lo nuestro no nos importaba. Nuestra tradición, nuestra cultura, la identificábamos con el franquismo, con algo rancio. Queríamos ser europeos. Pero al final somos una generación que ha tenido pocos cronistas, en gran parte porque muchos cayeron en el campo de batalla. Fue la época en la que emerge la figura del yonqui. Cada familia que se preciara tenía su yonqui. Murieron muchos, yo tengo varios amigos fallecidos por las drogas.

¿Por qué empezaste escribir?

Entonces estaba tan ocupada divirtiéndome y siendo moderna que me decidí estudiar algo que me permitiera seguir llevando ese estilo de vida. Así que me apunté a Derecho porque la facultad estaba al lado de mi casa y porque mi padre era abogado, como he dicho, y pensé que podría ayudarme. Ni siquiera iba a clase, yo esperaba que me pasase algo para no tener que seguir por ese camino, que era el de mis padres. Pero acabé la carrera y no me había tocado la lotería, también sabía que no me quería morir de hambre, así que me puse a ejercer. La verdad es que nunca he vuelto a ganar tanto dinero. Con veintinueve años era mucho más rica que ahora. Pero no era lo que quería.

Lo comparo con casarse con un marido mayor y acomodado, que te ofrece seguridad y estabilidad, una buena vida, pero sin pasión, y lo vas llevando hasta que te enamoras de otro. A mí lo que me pasó fue que leía mucho, he sido una lectora compulsiva desde que aprendí a leer. Incluso en la época de las fiestas y las drogas nunca abandoné el hábito. Durante la carrera, como no iba a clase, leí todos los clásicos, la literatura grecolatina, los clásicos españoles, los rusos… todo para desesperación de mi madre que no entendía que me quedara en casa leyendo novelas. Y también escribía. Hice una novela malísima que se llamaba La noche de San Juan y había escrito otras antes que enviaba a las editoriales con mucha ingenuidad. Nunca me respondieron, pero yo seguía escribiendo y en una de estas, mi hermana me presentó al premio Lumen y para mi sorpresa, que todavía no me he recuperado de esa sorpresa, me lo dieron. Algo que sigo sin entender porque a mí no me conocía nadie, pero parece ser que las otras novelas eran incluso peores.

Eso fue un espaldarazo. No sé si me lo merecí, pero a partir de ahí seguí escribiendo, compaginé las dos profesiones hasta que no pude más porque las dos requieren mucho tiempo. Cuando me recuperé de la alegría del premio me di cuenta de que no sabía escribir y que tenía que aprender. A eso me aplico desde entonces.

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Tu última novela, La hija del Este, por la que has recibido mayor reconocimiento, es sobre el caso real del suicidio de la hija del general serbobosnio Ratko Mladic. ¿Por qué te fijaste en esa historia?

Fue la lectura. También soy lectora compulsiva de prensa; de la prensa extranjera sobre todo, en especial la anglosajona. Todavía me queda esa fijación por Inglaterra. Londres me encanta, cuando podía vivir mejor que ahora me pasaba allí largas temporadas. Entonces un día, leyendo The Times, me topé con un artículo en el que se hablaba de Ana Mladic. Yo no sabía quién era, ni siquiera sabía bien quién era su padre, Ratko Mladic. Tenía una idea muy confusa de lo que habían sido aquellas guerras, toda esa época tan larga en los Balcanes, pero me llamó la atención esa historia porque era como una tragedia griega.

La hija perfecta, la guapa, simpática, popular, la mejor estudiante en la facultad de Medicina, a punto de ponerse a ejercer como médica porque sueña con ir al frente a atender a los soldados serbios, pero de repente se va de viaje a Moscú, en marzo de 1994, y vuelve cambiada, triste, taciturna, deprimida, dice que no puede centrarse en los exámenes hasta que un día coge una pistola, esa pistola tan especial que le había regalado su padre para dispararla el día que le diera su primer nieto, y se suicida con ella. Tenía muchas armas, un verdadero arsenal en casa, pero eligió esa pistola para matarse, la que para su padre simbolizaba la continuidad de su linaje. Fue como un mensaje «papá, me mato por ti». A Mladic le habían regalado esa pistola sus compañeros de la academia militar cuando se graduó como mejor cadete. De hecho, precisamente porque usó esa pistola, Mladic ha negado repetidamente que su hija se suicidara, porque dice que ella sabía lo que esa pistola significaba para él.

¿Pero qué le pasó a Ana Mladic en Moscú?

La noticia que yo leí contaba que probablemente en ese viaje a Rusia se produjeron discusiones con sus amigos sobre el papel de su padre en la guerra. Para ella, lo mismo que para todos los ultranacionalistas serbios, era un héroe; el héroe que estaba salvando a Serbia del peligro musulmán y de las conspiraciones americanas u occidentales. Pero parece que quizá alguien en ese viaje le hizo ver lo contrario, ese lado oscuro, que no era un héroe, que en realidad no era más que un criminal. No pudo soportar la verdad y se quitó la vida. Esa era la explicación.

Y decidiste escribir un libro recreando toda esa historia.

Es que es algo que te llama la atención. Una persona joven, que tiene un gran futuro por delante… Sentí la necesidad de buscar una explicación a lo que había ocurrido. Si lo hizo para decirle a su padre: me avergüenzo de ti. Si enloqueció… ¡Menuda historia! Yo no distinguía un serbio de un bosnio o de un croata, y ni mucho menos sabía lo que era un serbobosnio o un serbocroata, para mí era un lío tremendo, pero cuando terminé mi libro Corazón de napalm pensé que nadie había aprovechado esta historia y sentí que estaba ahí esperándome.

¿Cuánto te llevó enterarte de la realidad local, saber quién era quién en los Balcanes?

Pues al principio pensé que con tres meses de investigación más o menos lo tendría y al final fueron tres años; tres años dedicados solamente a eso, a viajar por allí, conocer a la gente, leer, traducir libros y artículos. Porque lo que quise fue averiguar qué se decía allí, en Serbia, Bosnia y Croacia, de todo esto, no solo las versiones occidentales, para poder hacerme una correcta composición de lugar. Y luego conforme empecé a investigar me quedé fascinada con cómo se produjo la implosión de Yugoslavia con todos esos personajes, Milosevic, Karadzic, Mladic, Tudjman, Izetbegovic… Porque para contar la tragedia personal y familiar de Ana Mladic tenía que contar también cómo se produjo la desintegración del país, el papel de su padre en ella, el conflicto colectivo.

¿Qué sensación te dejaron los viajes a los Balcanes?

Estuve en Serbia, Croacia y Bosnia y lo que descubrí es que la gente es encantadora. Parece increíble, pero es que en las guerras te mienten. Disfruté mucho con los paisajes, con los bosques, los ríos, es todo precioso. Tenía una amiga que murió, Isabel Núñez, que había escrito un libro Si un árbol cae de conversaciones con intelectuales serbios, croatas, bosnios, eslovenos, montenegrinos y albanokosovares unos años después de la guerra. Ella misma me puso en contacto con todos estos intelectuales y con una traductora.

Lo más relevante fue conseguir un artículo que publicó el semanario serbio NIN, donde se calificaba a Mladic de asesino, que se supone que fue el desencadenante del suicidio de Ana según el círculo cercano del general. Ese artículo me lo consiguió un insumiso serbio que se había fugado a Londres y que también me contó que para no ir a la guerra, en Belgrado, la gente cambiaba los nombres de las calles para despistar a los reclutadores. Al autor del artículo le amenazaron por considerarle responsable del suicido de Ana. A mí me ofrecieron ponerme en contacto con gente de ese círculo y lo rechacé. Cuando yo investigaba, Ratko Mladic era un individuo muy peligroso y no quise que nadie supiera lo que estaba haciendo. Ellos tenían la teoría de que en Moscú le habían inyectado un veneno y que por eso se había suicidado.

Los datos sobre Mladic los saqué de dos biografías que me tradujeron. Ahí es donde averigüé muchos detalles sobre su vida. Y a medida que iba investigando, fui dando con episodios como cuando Mladic se llevaba a su hija al frente a disparar al enemigo. También di con un documental que hizo un polaco en el 92 sobre Karadzic. Este periodista les engañó, les dijo que iba a ser muy elogioso, y le dejaron filmarlo todo, hasta las reuniones del Estado Mayor. Viéndolo aprendí mucho.

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De ahí has sacado muchas conversaciones.

Son reales. En esos vídeos los ves hablando con esa frivolidad sobre un mapa diciendo «vamos a cortar por aquí, no por allá». Sale el famoso Limonov disparando con una ametralladora. Es un gran documental, hasta aparece Karazdic tocando la gusla, recitando poemas al lado de los cañones, pero no es fácil conseguirlo. Cuando apareció les molestó muchísimo, como es normal, y desapareció. Pedí cita en la BBC para verlo y me lo enseñaron, pero no vi a Ana en él.

Sin embargo, poco después encontré una entrevista en la que Mladic confirmaba que Ana y su mujer fueron a visitarle al frente por sorpresa en helicóptero el día del cumpleaños de su hija, en 1993, y le ayudaron a disparar morteros sobre Sarajevo. Eso me cambió todo, porque entonces ella dejó de parecerme tan inocente. Los que estaban en las colinas sabían muy bien lo que estaban haciendo, disparar sobre población civil indefensa. En mi novela puse que eso a ella le causó remordimientos. Aunque entiendo que en las guerras, cuando te meten en la cabeza que el enemigo son los malos, matar no es tan difícil. Es más, leí por esas fechas la necrológica de la hija de Churchill y vi que ella tenía unos recuerdos entrañables de cuando su padre se la llevó al frente en la II Guerra Mundial a disparar cañonazos a los malos. Y como ganaron la guerra a nadie le pareció mal.

Cuando extraditaron a Mladic solo pidió ir antes al cementerio a despedirse de su hija. Y dijo: y si no me lo permiten, que me traigan el ataúd a la cárcel. Le dejaron ir al final y puso allí unas flores. Creo que la relación entre ellos era muy fuerte. Por eso me tomé la licencia de escribir que él le decía a ella que nunca encontraría a un hombre con el que casarse, porque a todos los compararía con él y todos te parecerían poco. Esa escena, ese diálogo, lo vi plausible. Y luego queda la duda de si lo de Srebrenica tiene que ver con que él le echase la culpa a los bosnios musulmanes de lo que había hecho su hija, si quería vengarse, porque si no es difícil entender esa masacre sin sentido.

Describes también una transformación de Ana. La de una chica yugoslava, en un país donde el nacionalismo estaba prohibido, que creía en Tito y su lema de hermandad entre los pueblos, pero que luego se convierte en una nacionalista radical.

Me contaron, y lo entendí perfectamente, que durante la época de Tito, para empezar, si tú querías progresar, tenías que ser ateo o parecerlo. Y segundo, pertenecer al Partido Comunista y proclamar la hermandad y la unidad de los pueblos. De hecho, hay una arenga de Mladic a sus soldados, muy al principio de la guerra, demandándoles el lema yugoslavista de hermandad y unidad. Pero todo cambió en los años ochenta, a la vez en Serbia y en Croacia, tras la muerte del dictador.

Mientras lo estudiaba me impactó mucho descubrir un paralelismo entre España y Yugoslavia. Porque somos dos países en la periferia de Europa que, si nos portamos bien, nos llaman europeos, y si no, los Balcanes no son Europa y África empieza en los Pirineos. Nuestra historia tiene su origen en la guerra contra el musulmán, allí era el Imperio otomano, aquí los bereberes y demás. Somos baluartes de la cristiandad, o nos preciamos de eso. Luego en España la unidad ha sido más larga, en Yugoslavia quizá estaba cogida con alfileres, pero los dos países tienen más sentimientos nacionales dentro. En el siglo XX tuvimos casi a la vez monarquías con dictadores, Alfonso XIII aquí y el rey Alexandar en la primera Yugoslavia. A continuación, vino la Guerra Civil Española y durante la II Guerra Mundial en Yugoslavia hubo también, además de la lucha contra los invasores nazis, guerras civiles. Los fascistas croatas contra los chetniks monárquicos serbios, y ambos contra los partisanos de toda la región. Al terminar, en España se instauró una dictadura fascista y allí una comunista, pero ambas decían: tenemos que vivir todos juntos, olvidemos el pasado, las fosas comunes no se abren y los nacionalismos van a estar prohibidos. Y de remate, ambos dictadores murieron en la cama, Tito y Franco. Cuando esto sucedió, toda Europa se preguntaba qué iba a pasar y daba la sensación de que sería España lo que iba a explotar porque Yugoslavia tenía esa fama de comunismo de rostro amable, cosmopolita, donde los ciudadanos podían viajar al exterior, pero la guerra donde estalló fue en los Balcanes. Aquí tras la muerte de Franco lo que reivindicamos fue lo que estaba prohibido, el laicismo y el nacionalismo, y allí, por el contrario, las religiones y también el nacionalismo. La conclusión es que al final no hay nada peor que enterrar el pasado. Allí surgió el rencor de los serbios contra los croatas y viceversa; Tudjman, el presidente croata, diciendo que el campo de concentración de Jasenovac [donde fueron asesinados seiscientos mil serbios, judíos y gitanos; NdR] en realidad no era para tanto, que era una anécdota. Y a todo esto le añades una pequeña ayudita de Alemania y se lío. El hecho de que Tito decidiera tapar el pasado para mantener unido aquel Estado un poco artificial favoreció todos estos nacionalismos posteriores.

En una entrevista en El País dijiste que afortunadamente en la Transición española no hubo personajes como Tudjman o Milosevic.

Sinceramente así lo creo. Eso no quita que aquí no hayamos tenido unos sinvergüenzas tremendos, no nos vamos a engañar, y seguimos teniéndolos, pero en aquel momento no. El señor Pujol, como lo que quería era hacer negocios, pues no se comportó así (risas). En la antigua Yugoslavia las culpas se las echan unos a otros. En Serbia escuché que el factor clave fue Alemania al apresurarse a reconocer la independencia de Croacia. Sí que creo que hubo una gran torpeza por parte de Europa cuando trataron la guerra como una catástrofe natural y se pusieron en plan de tirar comida desde aviones. No era eso.

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¿Europa podría haber hecho más para evitar la guerra?

La podría haber parado. Y haberla impedido. Y lo más vergonzoso que he visto es cuando le dieron a la Unión Europea el premio Nobel de la Paz por llevar no sé cuántos años sin guerras y te dices ¿y los Balcanes? ¿Eso no es Europa, no cuenta? Me indignó mucho. Y me inquieta, porque es un hecho que cuando los Balcanes tiemblan Europa debería preocuparse. Allí empezó la Gran Guerra, la II Guerra Mundial pegó fuerte, tras la Guerra Fría vinieron los nacionalismos y ahora está la crisis económica de Grecia.

También quise leer a escritores de allí y me impactó mucho Danilo Kis. Magnífico escritor, que decía que el nacionalismo es una paranoia y que además siempre se desarrolla contra el hermano. Claro, es muy difícil que aquí, por ejemplo, se desarrolle el nacionalismo catalán contra los coreanos (risas). Esto va así, a la guerra no quiere ir nadie, tiene que llegar el Gobierno a convencerte de que hay un enemigo que quiere acabar contigo, que busca liquidarte y que para defenderse hay que atacar antes y de paso llevarse por delante al que no está de acuerdo. Así funciona el nacionalismo, siempre con un enemigo que es culpable de todo.

Creo que aquí también ocurre. En Cataluña pensamos que la culpa de todo lo que nos pasa la tiene Madrid. Nosotros somos estupendos y maravillosos y la gente se lo cree porque es simple, y mágico, si nos deshacemos de ellos que nos hacen la vida imposible luego todo será maravilloso y viviremos en el paraíso.

Pero siempre es recíproco, ¿no? En el caso yugoslavo, cuando el país se empobreció los serbios culparon a los croatas, los croatas a los serbios, los eslovenos a los del sur, parece que cuando la economía se deprime surge siempre esa necesidad de buscar culpables.

Siempre hay un trasfondo económico. Cuando las cosas van bien no hay problemas, pero cuando hay crisis económica siempre hay que buscar al culpable. Por lo que pude leer de Yugoslavia, la muerte de Tito precisamente coincidió con una crisis tremenda del sistema económico que él había creado.

¿Qué papel jugaron los medios de comunicación en el inicio de la guerras yugoslavas?

Allí pregunté cómo fue posible que personas que habían sido comunistas y ateos, de pronto se volvieran religiosos y nacionalistas. Y lo que me explicaron fue que el comunismo es un dogma, un sistema que lo tiene todo muy controlado. En todo momento tenían una explicación para todo y sabías muy bien lo que había que hacer y cuáles eran las normas. Entonces, cuando el régimen se hundió, se produjo un vacío que hubo que rellenar de alguna manera. Es ahí donde Milosevic empleó los medios de comunicación porque el sistema estatal heredado del comunismo le permitía controlarlos casi todos. Y los utilizó para ponerlos a su servicio y llenar ese vacío. Solo dejó un par de periódicos independientes para disimular. La manipulación llegó a tal punto que a la RTS, la televisión pública, la llamaban Slobovisión [por Slobodan, nombre de Milosevic; NdR].

Ahí empezaron a emitir documentales sobre lo que había pasado en la II Guerra Mundial, en el campo de concentración de Jasenovac; y en Croacia, al mismo tiempo, a decir que los serbios eran unos inútiles, etcétera. Sin embargo ahora, cuando los exyugoslavos coinciden fuera, se pueden juntar serbios, bosnios y croatas y recuerdan todo esto amargamente, hay mucha yugonostalgia.

¿Cómo has decidido qué fuentes de tu investigación te aportaban información neutral y no mera propaganda?

Primero compré todos los libros que pude sobre el tema, reuní más de cien. Me tradujeron muchísimos artículos y hablé con gente de allí. Me sorprendieron muchas cosas. Por ejemplo, que se habla de que casi un 90 % de jóvenes de Belgrado no querían ir a la guerra y no fueron, escaparon. Por eso en mi novela introduje el personaje de Danilo Papo, un medio serbio medio judío, que tiene mucho de esa generación de yugoslavos cosmopolitas, urbanitas, intelectuales que yo conocí allí que no eran nacionalistas. Por eso tuvieron que enviar a la guerra a tanto delincuente y paramilitares, como los famosos Tigres de Arkán. Realmente les faltaba gente y tuvieron que hacer un ejército con lo peor, con los más bestias. También me sorprendió la complejidad humana en una tragedia así. Mladic, un hombre espantoso, luego era un buen marido, un buen padre y no robó nunca.

Realmente, no sabemos nunca lo que somos, ni quiénes somos, ni lo que somos capaces de hacer hasta que las circunstancias no nos ponen a prueba. Si no hubiera habido esa guerra civil, Ratko Mladic habría muerto como un comandante querido y respetado, un poco temido por sus soldados, que era el alma de todas las fiestas, he visto los vídeos y lo era. También un gran abuelo y un gran padre. Pero en un momento dado le dieron ese cargo, se le subió a la cabeza y armó la que armó.

Cuando entregaron a Mladic me fui a La Haya a verle. Porque ya llegó un momento en el que sabía más de él que de mi padre. Cuando le detuvieron y vi las imágenes me llevé un shock, igual que cuando vi a su mujer, Bosa. Es como si les conociera mucho, como si tuviera una relación muy estrecha con ellos. En La Haya él iba bien vestido, parecía un gentleman, no un hombre del bosque, por decirlo así. Me acerqué a la primera fila y él prestaba más atención a unas chicas jóvenes que había a mi lado. A mí ni me miraba. Y yo pensaba: ay, si supieras quién soy y lo que he escrito…

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Señalas en el libro que Mladic quería tanto a su hija que la llamaba «hijo», lo cual es un fenómeno normal en la región.

Sí, es una sociedad muy patriarcal. La forma de demostrar que de verdad se quiere a una hija es subirla de categoría y llamarla hijo. Cuando me llegó ese fenómeno en un texto le dije a la traductora que se había equivocado y me explicó que es una forma cariñosa de tratar a las hijas. Hace no mucho estuve allí en un festival de poesía y me encontré a una pareja de artistas jóvenes, que eran encantadores, pero él no la dejaba a ella bailar sola y si querían hacerle una foto tenían que pedirle permiso. Aluciné. Jóvenes encantadores pero con un machismo…

¿Recibiste presiones por publicar el libro?

En Italia el hijo de Mladic —que por cierto no fue a la guerra y aún no sé por qué— intentó pararlo. Me asusté porque pensé que los editores se echarían para atrás, pero consultaron con sus abogados y decidieron seguir adelante. El libro al final ha funcionado mejor en Italia que aquí. En Serbia evidentemente no he podido publicarlo. Al editor que se atreviera le pondrían pleitos, cosa que no interesa. Ni siquiera a mí. Creo que en Serbia todavía hay una gran parte de la población para la que Karadzic, Mladic y Milosevic son héroes. Al menos aún no es el momento. Lo que me llamó la atención es que en Croacia me hicieron una entrevista en un periódico y un día en Sarajevo me dijeron que se lo habían leído, es decir, que de algún modo todavía existe ese espacio yugoslavo, al menos en lo cultural.

Los sarajevitas suelen decir que tenían la sensación de que una guerra era imposible, que hasta el último momento no se lo creían.

Tengo un buen amigo, Boban Minic, autor del libro Bienvenidos a Sarajevo, que cuenta que estaban tan mezclados que creían que sería imposible ir a la guerra. No era nada raro que uno tuviera el padre croata, la madre serbia y una abuela musulmana. Pero pasó. En el caso de Boban su padre era musulmán y su madre serbia, o montenegrina, no recuerdo ahora, y se pasó la guerra dentro del cerco de Sarajevo. Como era periodista, iba todos los días a la radio a informar de dónde se podía coger agua, desde dónde estaban disparando los francotiradores. Lo hacía a temperaturas de menos veinte grados en invierno y cuarenta en verano de modo que se quedó sin voz. Tuvo un hijo durante el asedio a la ciudad. Un día oyeron un ruido en casa, su mujer fue a ver si el bebé estaba bien, no parecía que hubiera pasado nada, le arropó y al mover las sábanas vio que había un impacto de bala a un palmo de la cabeza del niño. Le dijo que ya estaba bien, que no aguantaba más, cogió a los hijos y escaparon de la ciudad y terminó aquí, en Cataluña. Cuando él perdió completamente la voz y ya no podía trabajar, escapó también y se reunió con ellos.

Pones en boca de tus personajes una descripción de aquel Sarajevo cosmopolita. Dice uno: «Yo crecí en Sarajevo sin distinguir entre musulmanes, croatas o serbios. Ni siquiera sabía que los croatas católicos se santiguan de izquierda a derecha y los serbios ortodoxos al revés. Porque en el Sarajevo de mi niñez nadie se santiguaba y mis amigos musulmanes jamás habían pisado una mezquita, bebían alcohol, comían cerdo y sabían tanto del Corán como yo».

Estas descripciones me las han hecho tanto serbios como musulmanes bosnios. También conocí a una pintora en Belgrado que era de madre serbia y padre montenegrino musulmán. Me contó que ella siempre pensó que todos eran iguales, hasta que un día en el colegio la profesora se puso a pasar la lista de apellidos de los alumnos, se paró en el suyo y le dijo delante de toda la clase: «tú eres musulmana». Se fue a su casa y le preguntó a su madre qué eran ellos, y su madre le explicó: «Yo soy serbia y tú eres musulmana». Luego se enteró de que en un tren habían detenido a todos los que tenían apellido musulmán. En mi libro no hay barbaridades inventadas. Todas vienen de historias reales que me han contado.

Acabas de mencionar que encuentras semejanzas entre la historia de Yugoslavia y la de España. ¿Cómo ves la situación ahora mismo?

No soy nacionalista ni española ni catalana, de hecho sueño con que desaparezca el Estado nación, que es la principal causa y excusa de todas las guerras. Lo que me sorprende es que todo lo que he investigado en los Balcanes estoy viendo cómo se reproduce aquí, especialmente por toda esa gente que conoces que de repente, de un día para otro, se convierten en nacionalistas. Surge un espíritu gregario y mucha gente empieza a pensar igual cuando hace unos meses no era así. No hay nada peor que cuando el individuo se convierte en masa, cuando se convierte en pueblo. Está ocurriendo exactamente igual. En los medios de comunicación se difunde la misma idea, se machaca el pasado, te hacen sentir víctima y te señalan a los enemigos. No me gustan los que ahora hablan de pueblo, yo soy más de individuos.

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Otro libro tuyo es Corazón de napalm, también es bastante duro.

La época que retrato, los ochenta en España, la viví. Ahí no tuve que documentarme, lo conocía de primera mano. Yo nunca fui yonqui, me tomé todas las drogas en los ochenta y ahí las dejé, pero estuve rodeada de ellos. Creo que fueron unos tiempos de fiestas y tragedias de la que se ha escrito poco. La droga la trajeron los hippies que viajaban, que en esa época eran todos gente bien. Entró por las familias de alta burguesía barcelonesa y luego pasó a los suburbios, es ahí cuando empezó a verse en la calle. Como fui abogada de oficio en aquella época, te puedo decir que prácticamente todos mis defendidos eran yonquis y seropositivos.

¿De ahí salen las escalofriantes historias que surgen en este libro?

De ahí, de amigos míos que eran niños bien, se volvieron yonquis y de repente se dedicaban a pegar palos. Hubo muchos así. Primero robaban a la familia y luego atracaban comercios. También vi muchos casos de parejas como la de mi libro en las que uno venía de la burguesía y la otra no. Entonces, cuando la familia acudía al rescate los separaba porque consideraba que ella era la mala influencia y solo le ayudaban a él.

Hay un personaje que viola a un gato.

Eso ya es imaginación mía calenturienta (risas).

Un personaje se excita con su madrastra, le roba las bragas incluso. Luego se mete en la cama con su propia madre…

Sí, ese tiene un Edipo muy claro (risas). Me salió así el niño. Lo diseñé así porque creo que esas madres desapegadas de sus hijos son las que hacen que estos se obsesionen con ellas, ¿no? Una madre que te quiere a ratos.

El hijo intenta ser como su marido y, cuando ella se está desenganchando de la droga, como la ve mal, va a comprarle heroína con toda su inocencia y vuelve a engancharla.

El personaje es un niño y quiere ayudar a su madre a toda costa. Con toda su buena voluntad. Luego él rechaza a su padre, que ya va engominado por la vida porque su familia bien le ha sacado de la droga, y a su nueva mujer. Porque el crío se aferra a sus recuerdos de la infancia, cuando sus padres eran hippies, algo totalmente contrario a esa familia que va a misa. Todo esto también viene de unos amigos que vivían en Ibiza en una comuna hippie. Eran muy felices pero se engancharon todos a la heroína y el grupo se disolvió. Al final se marcharon todos menos una mujer con sida que se quedó allí con su hijo adolescente, que no se separó de ella hasta que la pobre se murió.

En tus libros siempre se repiten las familias disfuncionales.

Los conflictos familiares aparecen en todos mis libros, pero no solo en mi obra, yo creo que en casi todas las novelas. Porque las familias son un semillero y lo mejor y lo peor de la naturaleza humana está ahí. La familia ideal no existe, solo en las fotos. Hoy día muchas son disfuncionales, hay mucha gente que le echa la culpa de sus problemas a sus padres. Crecemos y evolucionamos a menudo en contra de nuestro padre o de nuestra madre. La mía, por ejemplo, no quería que yo fuese abogada. Nos determina muchísimo la familia. Ana Mladic se hizo cirujana para curar a su papá… Pero esto no es nada original. Las tragedias griegas al final terminan siendo todas historias familiares. La gran novela decimonónica, también: Madame Bovary es una historia familiar. Ana Karénina

También el suicidio es recurrente en tus libros.

Me tiene obsesionada. Siempre aparecen en mis novelas. Es lo más radical que existe, como un desafío a Dios.

En otra novela, El viaje de las palabras, ¿de dónde surge la idea de esa mujer que se abstrae de la realidad y decide vivir mentalmente en otro siglo anterior?

De mi devoción por Chéjov. Hay quien cree en Dios, yo creo en Chéjov. Si hubiera un personaje de toda la historia al que me gustaría conocer, ese es Chéjov. Y de esas ganas de conocerle nace mi libro. La protagonista es mi álter ego. Le leo constantemente. Me fascina la literatura rusa del XIX. Y la del XX también. Pushkin, Bunin, Bulgákov, Gógol, que es divertidísimo, Lérmontov, Turguéniev, Tolstói y quizá el que menos me atraiga sea Dostoievski, porque a Chéjov no le gustaban sus novelas, decía que todos los personajes acababan pareciéndose y eran demasiado histriónicos. Pero estoy enamorada de la literatura rusa. Mladic también, por cierto, cuando estuvo detenido en La Haya pidió que le llevaran Gógol, Tolstói y Dostoievski.

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En El primer vuelo aparece la eterna comparación de los españoles con Francia.

Lo que conté está basado en una experiencia que tuve. Cuando tenía doce años me mandaron a una casa en Córcega con una familia, fue la primera vez que salía de casa. Dejé la España franquista y me metieron en un pueblucho en una casa donde solo me hablaban en francés, con una familia que era rica pero eran unos miserables. Yo le mandaba cartas a mi madre diciendo que estaba pasando hambre. Tenía que robar galletas, una vez me la liaron porque me cogieron robando un melocotón. Igual los ricos no comen. ¡Y no me dejaban ducharme! Eran unos guarros, les parecía una exageración ducharse cada día. Sentí la necesidad de reflejar toda esta experiencia en un libro. Es muy autobiográfico.

Pero mi influencia cultural es más anglófila que francesa. Durante el franquismo sí que hubo una época en que mirábamos mucho a Francia, pero ahora creo que nos la saltamos y echamos la vista más allá. Y las nuevas generaciones miran solo a Estados Unidos, lo demás directamente ni les interesa. Lo de las influencias es muy curioso. Se supone que en España el gran escritor de referencia es Galdós, pero yo conozco pocos escritores de aquí para los que haya sido tan determinante. Mira mi caso, yo empecé a leer literatura en español con el boom de los latinoamericanos. Esos sí que son mis grandes referencias para escribir en mi lengua.

¿Crees que hay machismo en el mundo editorial español?

No es una cuestión de convicciones, sino de evidencias. Está ahí. En España es así por dos razones. Una, que igual no es deliberada, pero es esa idea de que la basura comercial la hacen las mujeres y la literatura auténtica es cosa de hombres. No hay más que atenerse a las estadísticas. A los hechos. En Estados Unidos hace ya años que ganan más Pulitzer las mujeres que los hombres. En el New York Times, en las diez mejores novelas del año, nueve eran de mujeres y una de un hombre, que por cierto creo que era Javier Marías. No solo hay igualdad, sino supremacía. Mientras que en España, en el público lector hay más mujeres, pero los críticos suelen ser hombres que leen a otros hombres. Pasa en todos los ámbitos, también con los jueces. Vas a las audiencias y son todo tíos. Hay más ginecólogas que ginecólogos pero no hay una sola catedrática de ginecología. España es un país muy machista. También lo ves en las fotos. Se reúnen los empresarios y todo tíos. Solo de vez en cuando sale alguna mujer.

No nos podemos comparar ni con Francia ni con Inglaterra ni con nada, no nos engañemos, los españoles seguimos siendo muy provincianos y muy machistas. Es una cuestión de varias generaciones. Encima, entre los escritores jóvenes, si destacan a una escritora en una entrevista es siempre una extranjera, y si es española es una amiga suya, parece que las de aquí no valen la pena. Yo fui la primera mujer en cincuenta y dos años en recibir el Premio de la Crítica. Se conoce que eran más feministas en los cincuenta, que se lo dieron a dos mujeres en tres años. Después a ninguna más y no es porque no lo hayan merecido. Estoy orgullosa por haberlo recibido, pero entristecida en cierto sentido. Encima los hombres no son conscientes de esto, dicen que no es verdad. Y lo peor es que ahora, cuando le dan reconocimiento a una nueva escritora joven ¡casualmente siempre es guapa! Parece que las feas no saben escribir. Pero como los que hacen la crítica son los tíos, a las feas ni las leen. Sin embargo, yo a un calvo gordo nunca dejaría de leerle.

¿Y el mundo editorial español en general cómo lo ves?

Pues cómo lo voy a ver. Mal. Las ventas han bajado un cincuenta por ciento en menos de diez años. Estamos a niveles de los años sesenta o setenta con mucha más población. Y la política cultural es absolutamente inexistente. Si el Ministerio de Cultura se denominase «para la Incultura y la Mala Educación» entonces estaría cumpliendo su cometido. Lo veo todo muy mal. Con mucho pesimismo. Me preocupa que los jóvenes no lean y con este Gobierno no puede ser, lo que nos han hecho con el IVA… Como son tan católicos está claro que han emprendido una cruzada contra la cultura. Al presidente del Gobierno, el señor Rajoy, jamás se le ha visto en un acto relacionado con la cultura, su máxima expresión cultural ha sido llevar el Marca debajo del brazo. Eso te lo dice todo. El fútbol, los toros y el porno tienen el IVA reducido. Es demencial. Peor imposible.

Clara Usón para Jot Down 8

Fotografía: Alberto Gamazo

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33 Comentarios

  1. martillo de mediocres

    Gran entrevista. Enhorabuena.

  2. antonino pio

    La entrevista es interesante, pero el final tiene narices. Nos quejamos ( muchas veces con razón, no siempre ) de que el mundo editorial español es machista pero su modelo ideal es uno en el que de las 10 mejores novelas, 9 están escritas por mujeres. Si fueran 9 escritas por hombres, resultaría que es algo horroroso…

    • ed-in-burgh

      Esto es una malinterpretación de sus palabras. Lo que Usón ilustra es el no-machismo en el mundo estadounidense. Prima la calidad de la obra, no quién la haya escrito. Es más, señala que el único hombre no es ni siquiera del país.

  3. Pues para haberse leído todos los libros que dice haber consultado, creo que su información sobre Srebrenica deja bastante que desear. «Matanza sin sentido». Evidentemente, todas las matanzas no tienen ningún tipo de sentido ni justificación. Pero esconde las matanzas de la población bosnia de Srebrenica a poblaciones cercanas serbias anteriores a julio de 1995, así como la ofensiva croata en la Krajina meses antes.

    • Lo suyo, justificando asesinatos en masa tampoco está mal.

      Respecto a crímenes de guerra, los cometieron todos los bandos en ese conflicto. Pero no está de más reconocer que a) el ejército bosnio fue el que menos los cometió con muchísima diferencia y b) fue el único que mantuvo un componente multiétnico durante toda la guerra.

      • Que un machista declarado se atreva a aparecer por aquí a comentar esta entrevista tiene bemoles!!! te felicito por el ejercicio de cinismo. Que el ejercito bosnio cometió pocos crimenes? el ejercito bosnio no tenía capacidad ni para sobrevivir lumbrera. A lo mejor si te decidieses a salir de casa y viajar abrías un puntito esa mentalidad.

  4. Una parte del documental que menciona se encuentra en youtube. Es la parte en las colinas de Sarajevo donde sale Karadzic con Limonov y este último se apunta a lo de disparar contra civiles.
    https://www.youtube.com/watch?v=tH_v6aL1D84

  5. «En el New York Times, en las diez mejores novelas del año, nueve eran de mujeres y una de un hombre, que por cierto creo que era Javier Marías. No solo hay igualdad, sino supremacía.»

    O sea que si hay «supremacía» femenina es algo estupendo y se debe al mérito de ellas, si la hay masculina es machismo y no se debe al talento de quienes logren esa posición.

    Cansa ese discurso y ya no cuela.

  6. GONDISALVO

    Buena entrevista e interesante mujer y escritora. Soy hombre, y si, estoy de acuerdo que España es muy machista, inculta y vulgar (ella no lo dice, pero se le supone). tengo un par de años mas y los años ochenta teniendo su punto divertido, tuvieron el muy negativo del excesivo desmadre de las drogas. La entrada de las drogas, masivamente, en España, Europa, Occidente, fue causada por la mafia siciliana a mediados de los 70…sobre todo el caballo.. Salud

  7. Buena entrevista, aunque la entrevistada (que no dudo que escriba bien) responde con demasiados tópicos.

    Lo que me hace más gracia, y no defiendo a este gobierno que nunca voté, es que diga: «Como son tan católicos está claro que han emprendido una cruzada contra la cultura.» (¡¿?!) Que yo sepa, nuestra herencia cultural, más allá de nuestras creencias, es católica. Aunque sea para denigrarla. Literatura, Pintura, Arquitectura, Pintura, Universides… deben ser cruzadas contra la cultura igual.

    En fin, como decía Chesterton: «»Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que ya no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en todo»… Chéjov incluido supongo.

  8. Disfruté profundamente con la lectura de «Hija del este» escribí un reseña que adjunto para motivar a quien quiera saber algo más de su belleza.

    http://andrabaltza.blogspot.com.es/2013/02/la-hija-del-este-de-clara-uson-una.html

    Un saludo.

  9. Ivstinianvs

    Es sintomático que la autora se fijara en esta istoria inducida por la prensa anglosajona, desde inicios del conflicto en la ex-Yugoslavia obsesionada con los serbios (como lo es ahora con los rusos). Cualquiera— y probablemente ella misma— hubiera mantenido cierta reserva hacia la información proporcionada por los medios anglosajones «oficialistas» como The Times o la BBC sobre cualquier otra parte del mundo, pero —por alguna extraña razón— esta reserva no existe tratándose de los Balcanes. Lo mismo le ocurre a intelectuales como Slavoj Zizek, capaz de afirmar en el citado libro de Isabel Núñez que en el conflicto yugoslavo «Europa no ayudó. Estados Unidos, sí. Tarde y mal, pero ayudó.» Dicha «ayuda» hubiera sido implacablemente deconstruida con el «psicoanálisis lacaniano» si su objeto fuera cualquier otra parte del mundo (Oriente Medio, América Latina, África…), pero— curiosamente— los Balcanes no. Es revelador saber que—por primera vez—no les hubiera movido el interés, sino los principios (la segunda será probablemente su «ayuda» actual a Ucrania).
    Por mucho afán expresado de entender el conflicto desde primera mano parece que las conclusiones de Clara Usón no son más que una nueva «versión occidental» sobre el mismo, igual de simplista («en las guerras matan a inocentes»; «convencen de que hay que matar al otro»), personalista (no existen pueblos como sujetos, sólo gobernantes malos), y superficial (no se entiende de dónde surge el conflicto si todo fue tan idílico y nadie se daba cuenta de las diferencias) que aquella a la que nos acostumbraron los medios de comunicación en los noventa, y en la que ya no creen ni algunos de sus más acérrimos propagandistas.

    • De acuerdo en lo que expones, pero el análisis de ZIZEK es de un a cordura absoluta. Por muy interesada que fuese la intervención yankee nos volvió a dejar en vergüenza a los europeos. No existe comparación entre el papel que jugó la cobarde y miope UE y el que jugaron los USA.

      • Ivstinianvs

        Zizek podría aplicar la misma cordura en cualquier otro conflicto mundial donde haya intervenido EEUU, pero no lo hace; en este punto, su incoherencia es manifiesta. Su discurso sobre el conflicto en la exYugoslavia es más propio de un naconalista esloveno de los años ochenta que de intelectual izquierdista y antiimperialista que pretende ser. ¿Cuándo nos sorprenderá con una distancia crítica hacia sus propios atavismos?
        La intervención norteamericana en Bosnia fue decisiva, tanto para la paz al final como para la guerra al principio (fue a instigación directa del embajador estadounidense Zimmermann que los musulmanes bosnios rechazaron el único plan de paz anterior a la guerra, el de Carrington-Cutileiro, promovido por la UE); el criterio moral ayuda poco a entenderla (como, por otra parte, a la propia guerra de Bosnia), o ¿es que hay guerras «bien hechas» en las que no se producen barbaridades, padecen inocentes y personas no se convierten en monstruos? Eso no es nada nuevo y recordarlo no ayuda a cerrar las heridas, más bien al contrario: el recuento de víctimas, la demonización de unos y otros sólo representa la continuación de la guerra por otros medios. Si de verdad hubiera querido darnos pistas de cómo salir de ese círculo vicioso, la autora podría haber buscado inspiración en otro continente y otro país: Sudáfrica, por ejemplo. Quizá la próxima vez.

  10. El fútbol, los toros y el porno no tienen IVA reducido. Ni viven de las subvenciones.

  11. liberty valance

    Si quieren saber algo de los Balcanes lean a Dubravka Ugresic

  12. Pingback: Clara Usón: «Hay quien cree en Dios, yo creo en Chéjov»

  13. La idea ha sido otras veces expresada. Dijo Trueba: «Me gustaría creer en Dios para poder agradecérselo, pero yo sólo creo en Billy Wilder. Así que gracias, Señor Wilder».
    Bueno, yo creo que quien en una rosa no vea a Dios, y vea a Darwin,ó a la casualidad, está ciego aunque tenga ojos y aunque crea que ve.

    • Tú no estás ciego, sino que ves lo que quieres ver, que es peor. Ver una rosa y contemplar su belleza y admirar con asombro los procesos evolutivos que ha tenido que pasar para llegar a ser una rosa, eso es infinitamente más grande que creer en un ser todopoderoso que ha chasqueado los dedos y ha puesto ahí esa rosa.

    • Esta usted enfermo aunque crea estar sano

    • Federico Martínez

      Oye, Manuel, yo no veo en una rosa más que una rosa. No veo a Dios, no veo a Darwin, ni siquiera veo la casualidad (que, sinceramente, no sé qué aspecto tiene y no podría reconocerla; y no me digas que tampoco sé como es Dios, porque
      sé que es mayor y tiene barba canosa). Y me alegro mucho, porque ir por ahí viendo a Dios en todo, o a Darwin en todos los seres vivos (o la casualidad, ya puestos), debe de ser agotador. Pero reconozco que la frase «no creo en Dios, creo en Chéjov» es muy petulante. Es lo que tienen algunos escritores, que se creen en la obligación de decir siempre algo ingenioso.

    • ¿Qué es «Dios», Manuel, una nueva marca de yogur?

  14. A mí me han dicho que magá. Y luego que jeisp y ausupú.

  15. Curioso que una «lectora compulsiva de prensa; de la prensa extranjera sobre todo» no supiese quién era Mladic.

  16. YO CREO EN NEL!

    I WANT TO BELIEVE

    «Lehre vom Sein, die Ontologie, auf ein neues Fundament zu stellen. Hierzu vereint er zunächst unterschiedliche methodische Strömungen seiner Zeit, um dann mit ihnen sukzessive die traditionellen philosophischen Auffassungen als verfehlt zu erweisen (zu „destruieren“). Die philosophischen Vorurteile prägen nach Heidegger nicht nur die gesamte abendländische Geistesgeschichte, sondern bestimmen auch das alltägliche Selbst- und Weltverständnis.»

  17. Bien por esta inteligente mujer.

  18. Antonio Molina

    Cree en Chéjov, pero no escribe cuentos ni teatro. OK.

  19. Pingback: Clara Usón: «Hay quien cree en Dios, yo creo en Chéjov» (Jot Down) | Libréame

  20. Pingback: Connecta't a la lectura » La hija del este

  21. He descubierto tarde esta entrevista, pero no importa. Siempre es importante leer sobre las guerras de Yugoslavia e intentar buscar explicaciones a tanta barbarie. Clara Usón habla de Boban Minic, locutor de radio en el Sarajevo asediado, y sobre él hay un documental muy interesante llamado Good Night Sarajevo, hecho por dos periodistas españoles. Aquí dejo el enlace: http://www.goodnightsarajevo.com/

  22. Pingback: “¿Qué sentido tiene estarse jugando la vida en Sarajevo si después tu periódico no dispone de espacio” | ¡Zas! Madrid Publicación de Periodismo Social y Cultural

  23. Pingback: Jugoslavija, moja dežela – Damnatio Memoriae

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