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Gato Pérez, músico único que solo pudo darse en una Barcelona que ya no existe

Gato Pérez. Foto: cortesía de Picab.
Gato Pérez. Foto: cortesía de Picab.

La rumba catalana es la música propia, característica y original de la Barcelona urbana. Ha nacido de una comunidad marginada pero netamente barcelonesa y muy arraigada y posee un sello atractivísimo, entre gitano, flamenco y centroamericano, que no se puede comparar con nada conocido. (Gato Pérez).

Sóc un argentí, sóc un fill de puta. (Gato Pérez).

Dijo Picasso aquello de que los grandes artistas copian, pero los genios directamente roban. El Gato Pérez se situó en una categoría intermedia. Él, con mucho respeto y educación, pidió prestado. Y los gitanos catalanes, con gentileza, correspondieron. Así fue el primer acercamiento del hombre blanco a la música más genuina de Cataluña: la rumba. Detrás de él vinieron muchos, pero el Gran Gato fue el pionero en introducirse en un mundo que por cuestiones raciales le era ajeno. Sin embargo, aunque ha recibido sus justos homenajes y reconocimientos, nunca ha sido Xavier Patricio Pérez Álvarez un músico muy recordado o, mejor dicho, porque muchos nunca le olvidan, alguien cuyo testigo haya pasado a las nuevas generaciones.

Pero la cuestión es preguntarse qué llevó a este hombre menudo llegado de Buenos Aires, de cara redondita y por ello apodado «El Gato», a investigar la música local barcelonesa. Si seguimos la biografía que de él escribió Marcos Ordóñez y la película que sobre su leyenda filmó Ventura Pons, encontramos varias pistas.

En primer lugar, suponemos que pesarían sus dificultades para pertenecer a alguna parte. Sus abuelos paternos eran de Asturias y La Rioja; los maternos, de León y Burgos, pero él estaba en Argentina. Le pasó como a muchas familias en aquellos años tremendos. Su padre era el hijo del propietario de una flotilla de taxis que alquilaba en Madrid al cuerpo diplomático. Empezada la guerra, tuvo que huir a Barcelona, donde trabajó en una fábrica aeronáutica dirigida por rusos y de ahí pasó a los campos de refugiados del sur de Francia, donde cogió tuberculosis y regresó de milagro, reclamado por la familia, de derechas de toda la vida. Aunque en 1948, recuperado, cogió los bártulos y, el que sería el padre del Gato, partió a Buenos Aires. Allí este hombre conoció a la que sería madre del artista, una pianista que tuvo que abandonar su carrera por las deudas familiares.

El niño llegó prematuro y por cesárea, de modo que fue un hijo único mimado y sobreprotegido. Creció en un barrio de clase media en la capital argentina. Entonces casi un paraíso. Como en aquellos años, los sesenta y principios de los setenta, los argentinos no han vuelto a vivir jamás. El caso es que al Gato, por si acaso no albergase pocas dudas sobre su identidad, le llevaron al colegio inglés y en el libro de Ordóñez dejó claro que aquello no le gustó, demostrando prematuramente que lo suyo era la bohemia.

El horror. Un mundo rígido, cerrado, clasista, una fábrica de futuros dirigentes y empresarios. Muchos de mis compañeros de entonces son hoy presidentes de compañías o han hecho carrera política: gente importante que ya desde pequeños no había quien aguantase. Siempre hablando del dinero de sus padres, del último modelo de coche que acababan de comprarse. Fui un pésimo alumno: no me gustaba el ambiente ni los profesores ni los chicos.

Por eso se dedicó a hacer novillos y a buscar algo que conocemos bien los que hemos vivido cerca de colegios religiosos:

… tontear con las chicas de la Iglesia Evangélica, que a la salida de los servicios religiosos, libres de la estricta moral que allí imperaba, se convertían en verdaderas fieras, capaces de comernos vivos, peores que nosotros.

Sus primeros contactos con la música le llegaron junto a su abuelo. Juntos escuchaban en la radio. Pero fue un radioteatro, La familia Rampullet, lo que más les unía por la risa, afinando su sentido del humor del que carecía su padre, hombre rígido. Curiosamente, el personaje protagonista de este serial era un catalán, Jaime Rampullet.

Y por ese mismo aparato brotó poco después una especie de epifanía generacional, el «Rock around the clock» de Bill Haley y sus Comets. Xavier Patricio, fascinado por ese nuevo sonido, tocó en la fiesta de final de curso de su colegio «Claudette» y «Wake up little Susie» de los muy queridos en esta casa Everly Brothers.

De aquella educación temprana en el rock and roll, Gato Pérez obtuvo valiosas lecciones. Sobre todo cuando comparaba con España, un país al que todas las tendencias que menearon la segunda mitad del siglo XX en todo el mundo llegaron tarde hasta más o menos finales de los setenta.

La llegada del rock a la Argentina generó una serie de cosas que luego eché terriblemente de menos en España, algo muy parecido a leer los clásicos a su debido tiempo y en su versión original, en vez de acceder a ellos con retraso, a través de malas traducciones o copias abaratadas. Los músicos argentinos aprendieron a tocar mucho antes, quemaron etapas, los mimetismos acabaron a su debido tiempo, e incluso resultaron positivos y estimulantes personajes como Johnny Tedesco, un cruce porteño entre Elvis y Phil Everly.

Aunque el Gato, antes de partir para Barcelona obligado por la decisión de su padre —se escondió en el WC y dijo que no saldría nunca cuando se lo dijeron—, ya había integrado en Buenos Aires un grupo de música pampera tradicional, Los Baguales, cuando llegó a España siguió con el rock de Los Salvajes y Los Cheyennes. Una especie de Stones y Beatles locales que le animaron a meterse entre pecho y espalda muchas horas de encierro practicando con el instrumento, porque como a todos los recién llegados, le costó hacer amigos.

Cuando ya comenzó a integrarse eran los años de la Barcelona mod. Con un amplio circuito de salas de conciertos que se vino abajo cuando alguien, cuenta Marcos Ordóñez, debió considerar que la música en vivo hacía peligrar el orden público. El primer grupo del Gato del que se tiene noticia por aquellos años de invasión soul en la Ciudad Condal fue Revelación Mesmérica, con Rafael Zaragoza, que luego se llamó Nosaltres y finalmente Pérez y Zaragoza, a lo Simon & Garfunkel, aunque más bien parecían una pareja de la Guardia Civil con ese apelativo. El éxito fue equivalente.

No le quedó otra que encontrar curro. Se inició en el oficio de mayordomo, nada menos. No por sus modales ni belleza, sino por tener un inglés perfecto. Sacando a pasear el perro del señor, vio llegar los años de la oleada progresiva. Con Máquina en Barcelona, Cerebrum en Madrid y Smash en Sevilla, o los Canarios del célebre Teddy Bautista, aún en plena transición del soul a las canciones no precisamente breves. Sin embargo, el asesinato de Melitón Manzanas evaporó todo atisbo de resurgir cultural en la ciudad y la policía volvió por sus fueros. Según Ordóñez, tras esta embestida del régimen, muchos decidieron cortarse el pelo y hacerse oficinistas. El Gato no, él continuó.

Su siguiente proyecto fue Sloblo, un intento de emular a los Flying Burrito Brothers, el nuevo camino emprendido por Dylan y the next big thing, el nuevo country rock americano de grupos como Riders of the Purple Sage o Area Code 615. Tras un par de formaciones disueltas y un intento de alcanzar el éxito con una propuesta netamente comercial, a la escena progresiva que se había gestado en la sala Zeleste el Gato aportó su combo Secta Sónica. Un proyecto que puso en marcha más que nada para entretenerse, pues ahora su trabajo en el sello Zeleste/Edigsa le tenía confinado en los despachos.

Tenía muy claro, eso sí, que lo de cantar en inglés era una majadería y que no tenía ningún sentido contar historias de surfers o de chicos que esperan el sonido de la campana de la clase para correr a reunirse con su chica, así que Secta Sónica se convirtió en un compás de espera para no perder comba.

No fue nada muy exportable lo registrado en los dos discos que grabaron Secta Sónica, un poco más de «música para músicos» como lo llama, con indulgencia, el autor de la biografía. Hasta que un día el Gato se dejó caer por las Fiestas de Gracia, el barrio de los gitanos de Barcelona por antonomasia, y la escena le dejó pasmado. La calle cortada, dos guitarras, un grupo de palmeros que no dejaba de crecer en número, las mujeres y las niñas bailando y una fiesta que empezó a las diez de la noche pero que nadie recuerda cuándo acabó. Se hizo la luz. El Gato abrió los ojos, o las orejas mejor dicho.

Si los yanquis tienen el rock y los negros el blues, si los andaluces tienen el flamenco y los jamaicanos el reggae, si los cubanos tienen el son y los colombianos la cumbia, el ritmo por excelencia de Barcelona es la rumba.

El capítulo IV de la biografía del Gato de Marcos Ordóñez es el más interesante. Explica, con profusión de citas, de dónde y cómo pudo llegar la rumba a Barcelona. Música originaria de la población negra y humilde de Cuba, puede que con algún «injerto de savia andaluza» en su origen, creció con el florecimiento de las orquestas habaneras de los años treinta, que tenían en la Barcelona de antes de la guerra una parada habitual en sus giras. ¿Y quién no se perdía esos conciertos? Los gitanos.

Foto: Cortesía de Picap.
Foto: Cortesía de Picap.

La conexión de los músicos cubanos con los gitanos, y los mencionados de Barcelona eran de nivel aristocrático y adinerado, no hubo que forzarla. Después de los conciertos, se iban de juerga a sus casas y así se fecundó el barrio. En 1956, el Tío Polla inventó «el ventilador o batidora» para tocar la guitarra, un raspado alternado con percusión sobre la caja del instrumento. L´onclu González, o Tío Polla, era el padre de Antonio «el Pescaílla». Juntos, padre e hijo explotaron este estilo en fiestas y saraos en los que tenían que tocar hasta que les temblaban las canillas de agotamiento y alguna que otra cosa más. Dicen que si la rumba catalana no explotó en ese momento fue porque el Pescaílla se casó con Lola Flores y supo, muy discretamente, permanecer a la sombra de la carrera de su esposa. Solo cuando Peret llevó el género a los medios comerciales el estilo salió del gueto y pudo ser situado en el mapa.

La rumba es música de gueto, cierto, y sus fiestas se organizan de puertas adentro, pero el tan cacareado racismo contra los payos es un cuento chino. Ellos valoran el sentido del ritmo por encima de cualquier otra cosa: si el payo no es «gallego», es decir, si tiene compás, de algún modo está hablando su misma lengua. Y es aceptado. El problema se plantea a la inversa: pocos payos pueden seguir la marcha gitana, y yo mismo he tenido que dejar de frecuentarles por motivos de salud.

De esta manera, en la crisis que sufren los que se aproximan a la treintena, casado y con dos hijas, con todo lo que había sido la sala Zeleste destruido a martillazos por las criaturas moldeadas por la cosecha del 77, el Gato vendió su bajo, se compró una guitarra y se puso a tocar rumba encerrado en casa como un poseso. Según declaró, cantar en inglés nunca lo iba a hacer. Y el español carece de tantos monosílabos como tiene el inglés. Siempre tenía que subdividir el ritmo, decía. Hasta que con la rumba por fin pudo endosar alejandrinos y contar, con ellos, todo lo que tenía alrededor. Algo que, con toda humildad, es un detalle exigirle a la música popular: que el solista no renuncie a comunicarse con su público. El Gato, en este sentido, solo quería contar en tres minutos las cosas que le pasaban. Tanto y tan poco.

Carabruta es el primer LP que facturó por fin como Gato Pérez. Grabado en poco más de una semana entre nubes de hachís. El nombre es el adjetivo que hace referencia a la tez que se les pone a los músicos cuando tocan puestos hasta las cartolas. Cuando terminó de grabarlo, el Gato pensaba que había perpetrado una boutade de padre y muy señor mío. Cuenta que estuvo encerrado en casa varias semanas sin querer ver a nadie, pero en un principio solo un diario andaluz puso el grito en el cielo.

La rumba flamenca es oriunda de Andalucía, y todo lo que se quiera hacer tratando de adaptarla a otras latitudes resulta verdaderamente grotesco. Y esto es lo que ha sucedido con Carabruta, disco interpretado por un artista hispanoamericano que se hace llamar Gato Pérez. Que hagan cosas de este tipo los catalanes, pase, pero que los extranjeros vengan a hacerse los graciosos a costa de nuestra idiosincrasia no se debe permitir.

El disco, sin embargo, por el boca a oreja, fue dejándose querer. La ciudad, por otro lado, no era la misma. Fueron los años mitificados de la Barcelona anárquica de finales de los setenta. El Gato ya andaba de retirada, se había hecho con un negocio de vender paellas a los domingueros en Sant Juliá de Villatorta, pero oliendo a grasilla tuvo que bajarse de nuevo a la noche en la gran ciudad creyendo que las masas le reclamaban.

En principio, la cosa quedó en tablas. Hubo un gran cartel junto a los Amaya y Peret en el recital «Llegó la rumba», pero los modernos no estaban para esos líos y los gitanos no se lo terminaban de creer, de modo que, en conclusión: no fue ni el Tato al concierto. Fracaso. Una apendicitis hizo el resto y Xavier Patricio volvió a recluirse, pero con las canciones para un extraordinario segundo disco en la buchaca: Romesco.

En ese plástico estaba el éxito que más lejos llegó de toda su carrera, hasta el punto de aborrecerlo, «El ventilador», pero el LP era una colección de hits hasta el final, donde concluye con una de las canciones gatunas que a mí particularmente más me gustan: «Tiene sabor».

Entre medias estaban joyitas como «El sabio», una versión de Tito Rodríguez en la que se desahogaba con su gran rival entonces, Tito Puente, al que satirizaba. Una canción que luego ha cantado mucho Héctor Lavoe, porque es una letra escandalosamente buena incluso fuera del contexto de la competencia a cara de perro entre los puertorriqueños del Palladium Ballroom de Nueva York.

Déjate de tanto alarde
y vive la realidad
ay pues por más que tú trates
el mundo no cambiará.
Yo sé que te dicen sabio
Sabio, sabio tú serás
pero con tanta sabiduría
y tú no tienes felicidad.
Tú, tú, tú, si no tienes felicidad
De sabio no tienes ná.

Bombazo seguido justo después por «Los reyes de la fiesta», que como apunta lafonoteca.net es un homenaje a todos aquellos a «los que la sapiencia les llega a través de la humildad».

Los conversadores, los reyes de la fiesta,
los de la charla amena, interesante y cordial
departen los domingos discutiendo la semana
en un derroche ingente de saber y de humildad
Son la gente sabia, todo el mundo les escucha
y entresacan experiencias de su conversación
explicando mil historias ingeniosas y ocurrentes
abordan cualquier tema con total autoridad
Los conversadores en su vida han leído un libro
y todo lo que saben, lo saben enseñar
su cálida palabra millonaria en aventuras
luce y vivifica y qué agradable es de escuchar
Los buenos bebedores, la juerga permanente
afinados con el cosmos, siempre saben dónde están
ponlos en la medida de acabarse las botellas
qué guapos que se ponen cuando se ponen a hablar
Y dicen que tal cosa y dicen que tal otra
y demuestran con testigos que todo ello es verdad
han vivido lo que cuentan y disfrutan reviviendo
con anécdotas sin luz tras su universo en libertad
Los buenos bebedores, la gente más serena
celebran que están vivos por la mañana al despertar
en equilibrios tales se resbalan todo el día
esas dosis de alegría nunca pueden hacer mal

El disco fue un disparo, consiguió por fin buenas críticas y llegó a ser nombrado Disco Español del Año 1979. El Gato pudo firmar un contrato con EMI, la multinacional, para cinco años y cuando todo parecía que no podía marchar mejor, llegaron dos desgracias: el público catalán dijo que se había vendido, por un lado, y Barcelona se apagó y todos los medios centraron su atención en la incipiente Movida madrileña. La innombrable, como dicen algunos. Si Morfi Grei dijo aquí que los ochenta se le atragantaron a la Banda Trapera por ser «demasiado heavy para los punks, y demasiado punk para los heavys», Ordóñez tiene otra de estas para el Gato en esa época: «demasiado triste para ser bailable y demasiado bailable para ser moderno».

Pese a la adversidad, y tras ser telonero de Bob Marley, el disco Atalaya, en 1981, logró altos niveles de ventas, y no inmerecidos, porque se abría con otro trallazo como «Gitanitos y morenos», en la que el Gato viene a pedir perdón por atreverse un «blanquito» como él a ejecutar música mestiza. También destacables son «Ebrios de soledad» sobre Carles Flavià, un Enrique de Castro catalán, dedicado a proteger y reconducir a adolescentes marginados, y la mítica, y desgraciadamente premonitoria, «Se fuerza la máquina», donde alertaba de las consecuencias de la vida nocturna. Otra letra memorable.

Este género divino, esta música excelente,
que es la música del pueblo con la que baila la gente,
tiene un gran problema, amigos, tiene un serio inconveniente
exige tantas energías que la salud se nos resiente.

Es la rumba y es el tango, son el jazz y el rock’n’roll:
un volcán de sentimientos por donde habla el corazón;
así se gasta adrenalina y se bebe mucho alcohol
para afinar las emociones y acordarse del dolor.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida.

Si el cantante va cargado casi expresa lo que siente,
si va fresco canta triste y no conecta con la gente
melodías eternas encadenan la armonía
cuando el músico es sincero y toca trozos de su vida.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida.

Cuando el público se vuelca y se prende a las canciones
una magia misteriosa se apodera del ambiente
música, música, música, música y palabras
que se combinan en un diálogo inédito y profundo.

Se fuerza la máquina, de noche y de día
y el cantante con los músicos se juegan la vida…

Según el Gato, la producción de Ricardo Miralles, arreglista de Serrat, lastró el disco, pues «en lugar de acentuar los componentes pop y las bases rítmicas, las mezclas primaron las melodías, y los arreglos dulcifican cada canción hasta rozar lo empalagoso». En EMI, no obstante, le dijeron que el disco era de aprobado raspado. Entonces se remezclaron las aludidas «Se fuerza la máquina» y «Gitanitos y morenos», que se convirtió en otro hit y logró que el disco vendiera veinticinco mil copias.

Pero habíamos dicho que «Se fuerza la máquina» era premonitoria y lo fue en forma de «cuadro de infarto», con el Gato apunto de morir; «tenía las arterias rellenas», dicen en el documental de Ventura Pons. Su mujer se lo encontró tirado en casa con un pie en el otro barrio. Desde ese día, se acabó el beber y el fumar y, en consecuencia, el ritmo frenético de conciertos. Tras el jamacuco, corrió el rumor de que había muerto. De ahí el nombre de su siguiente LP, Prohibido maltratar a los gatos, donde baja el pie del acelerador y se vuelve, tal vez por esos problemas de salud, un tanto más melancólico.

Y así, pocho y con el mercado empezando a jugar a la contra, el Gato no tuvo mejor idea que sacar un disco íntegro en catalán, Flaires de Barcelunya. Algo que hoy nos parecería de lo más normal, entonces todavía entrañaba ciertos riesgos. Así lo explicó él mismo:

… lanzar un disco en catalán en 1982 equivalía a quedar atrapado en una curiosa paradoja: De cara a la parroquia moderna, inmediatamente eras asimilado al mundo rancio y lloroso de la cançó… mientras que los presuntos consumidores de registros en catalán, en su mayor parte integrados en la cosa nacionalista, no cogían ni con pinzas un disco como Flaires de Barcelunya, que no solo no transmitía consignas, sino que, además, estaba hecho por un declarado colaboracionista.

Fotografía de Gato Pérez en la pared del bar Resolis, Plaça del Raspall, barrio de Gracia. Foto: Carles A. Foguet.
Fotografía de Gato Pérez en la pared del bar Resolis, Plaça del Raspall, barrio de Gracia. Foto: Carles A. Foguet.

Pero no hay que buscarle tres pies al ídem. Como queda claro en la película, el Gato se sentía de Barcelona y catalán, para más señas. Hasta el punto de que se consideraba local importándole bastante poco que alguien pudiera decirle lo contrario. Su amigo Marcelo Covián recuerda: «no era ni un catalán profesional ni un argentino profesional. No hablaba en términos nacionales. Estábamos aquí, nos sentíamos parte, si nos consideraban aparte nos traía sin cuidado». Simple. Además, el propio Ventura Pons quiso dar valor al rango original de forastero del Gato, cuando declaró en La Vanguardia al presentar su cinta: «Ocaña [famoso travesti de Barcelona] era sevillano; Gato era argentino: son dos personajes que nos hicieron entender mejor Barcelona y, curiosamente, ambos eran de fuera». Sus dos hijas, por otro lado, hablan las dos en catalán y recuerdan que su padre lo único que les pidió en la vida no tenía nada que ver con batallitas identitarias, sino que les rogó que por favor que «no fueran pijas». Nada más. Jessica, la mayor, es la que se ha encargado de las reediciones y remasterizaciones que han ido saliendo. Muchas de ellas canciones de gran nivel que nadie quiso comprarle al cantante en los años de decadencia.

En todo caso, el Gato ya había dado sobradas muestras de su interés por cantar en catalán. En todos sus discos caía alguna rumba en ese idioma. «La rumba que neix al carrer, filla de Cuba i d’un gitanet», dejó dicho en «La rumba de Barcelona»; una rumba, por otra parte, que siempre quiso separar de la de Los Chichos o Los Chunguitos, que convertían en tragedias algo que siempre había venido en cofre de alegría.

En el disco en catalán había letras para los trabajadores africanos del Maresme, «Els morenus d´en Martínez», con un «negrero» que existía realmente. Por lo visto, luego estos trabajadores inmigrantes se llevaban todos un disco del Gato debajo del brazo a sus países de origen, así que nadie se asuste si le suena rumba en catalán en un bar de Gambia o Sierra Leona. El protagonista de «L´hereu de Can Bruguera», por otro lado, también existía, y en su caso había dilapidado el patrimonio familiar de jarana en jarana. Escenas costumbristas catalanas, ambas. El LP en cualquier caso no tuvo distribución por parte de EMI, que lo sacó porque estaba obligada por contrato, y el Gato siguió hundiéndose en las listas de ventas, aunque dijo que Flaires de Barcelunya es de sus discos favoritos por la libertad con la que pudo trabajárselo.

Y el catalán todavía tenía que darle una desgracia más. Cuando intentó dar el salto al mercado latino de Estados Unidos, le pidió a EMI, cachondeándose abiertamente, ir a grabar al otro lado del charco: «Papo Luca, piano. Jeff Lorber, on keyboards. Marcus Miller, bajo. Steve Gadd, batería. Guitarras, Mark Knofler y Paco de Lucía. Gato Barbieri al saxo. Ray Barretto al frente de la percusión Sección de viento: Willie Colón, Perico Ortiz, Mario Rivera y Reynaldo Jorge». Y al entregar la nota vino lo más gracioso: le dijeron que sí. Pero cuando ya tenía los billetes de avión comprados:

Imagino que los jerarcas madrileños contemplarían aquella rodaja de plástico negro como el incomprensible producto de un habitante de la más remota galaxia del imperio. Hicieron sus cálculos y decidieron, supongo, que la decisión era demasiado arriesgada.

Resultado de tan tremendo gatillazo fue el disco Música. El Gato perdió la fe en lo que estaba haciendo y en el mercado discográfico, como les ocurre a tantos artistas, que le estaba hundiendo en la miseria. En los conciertos se despedía con un sarcasmo hiriente: «Ahora iros a comprar los discos de U2 y Sting», decía. De todos modos, en este álbum, de la lista de artistas que pidió, sí que le proporcionaron al quizá más interesante, Paco de Lucía. Pero ya en su último disco con EMI, Ke imbenten ellos, directamente se pasó al funk y los sintetizadores poniendo él mismo los clavos de su ataúd artístico.

Agarré el techno por la cola, cuando ya se batía en retirada y los pastizales estaban quemados (…) yo no sabía que en el año 84, los sonidos de un Korf o un Rhodes ya les sonaban a sintonía de telediario al ochenta por ciento de los jovencitos y jovencitas.

Tras firmar la banda sonora de La rubia del bar, de Ventura Pons, por supuesto, y protagonizada por el ínclito Ramoncín, el Gato fichó por un sello independiente donde trató de volver a los caminos que nunca debió abandonar. En los momentos más oscuros de su carrera, Pascual Maragall le encargó una rumba, «Barcelona», para un vídeo de promoción de la candidatura de los Juegos Olímpicos, pero el público realmente no respondía, lo que se traducía a su vez en unas canciones cada vez más oscuras y nostálgicas. Cuando finalmente murió en 1990, Ramón de España se hacía eco precisamente de eso, de que sus discos eran realmente el espejo de su alma:

Las canciones de «Gato» eran trozos de su vida. Cuando escribía «Se fuerza la máquina» estaba explicando los riesgos de la vida de músico, vida de excesos nocturnos para la que hace falta mucho aguante. «Gato» tenía bastante, pero a pesar de eso los médicos le retiraron del alcohol, cosa que, por otra parte, no afectó demasiado a su obra. Sin whisky y con agua mineral, «Gato» seguía siendo el fino narrador de la cotidianeidad que siempre había sido. (La Vanguardia)

Como muchas otras cosas, también había profetizado que no pasaría de los cuarenta y otra vez acertó de lleno, murió con treinta y nueve y medio. Pero a los músicos que quieren serlo sin trampa ni cartón hay que recordarlos siempre.

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29 Comentarios

  1. Pingback: Gato Pérez, músico único que solo pudo darse en una Barcelona que ya no existe

  2. Tremntermpaito

    Pues musiclamente sí es una pena. Aunque eso de la » Barcelona que ya no existe » suena a mensaje de catalanófobo inadaptado que vive en Catalunya en plan colono erspañol quer no soporta nada de lo catalán.

    Porque no es por nada, pero en esa Barcelona vivían 700.000 personas en barracas.

    ¿ Lo vamos captando ?

    • «mensaje de catalanófobo inadaptado que vive en Catalunya en plan colono erspañol quer no soporta nada de lo catalán»

      Vaya ojo que tienes, tío. Ni es catalanófobo ni está inadaptado ni vive en Cataluña.

    • Las barracas las debieron traer de Madrit, seguro.

    • Si en esa Bcn vivían 700.000 personas en barracas y ya no, entonces el titular es correcto: Era «una Barcelona que ya no existe». A lo que le suene, eso ya se lo pone usted al autor de su propia cosecha.

    • Joer, que susceptible. Se puede ser nostálgico de aquella Barcelona sin ser catalanófobo. No todo el mundo gira en pos de lo catalán, ni de tv3.

  3. Siempre recordaré al Gato en un local cerrado con una docena y media de personas conversando y tocando con Diego Cortés hasta las 8 de la mañana.Pura magia.Gran humanidad la del Gato.Ahí va mi homenaje.

  4. Malayerba

    Al del primer comentari, disparar » catalanòfob!!» cada cop que algú expressa qualsevol cosa que no sigui una entusiàstica adhesió al catalanisme com a pensament únic denota certa mania persecutòria. Perquè l’article parla de tantes i tantes coses que em resulta difícil entendre la teva rèplica ni tan sols assumint que «la Barcelona que ya no existe» s’hagi dit en el mateix to que Vargas Llosa. Barcelona ja no existeix, és cert: s’ha convertit en un Saloufest desproporcionat, i l’efervescència cultural d’aleshores ara és impensable.

  5. Viví en esa «Barcelona que ya no existe» a finales de los años 70. Recuerdo unas jornadas de «El Viejo Topo» en el Montjuic, la genuina efervescencia cultural, los tugurios del Gótic, la multiculturalidad, la atmósfera increíble que se desvaneció en los 80′ con la llegada de los «normalitzadores llínguístics». Soy sudamericano, y fui a la Generalitat a proponer una iniciativa cultural. El Conseller me dijo que si no era en catalá , res. Consecuentemente me largué de allí, en buena hora.

    • A esto se refería Tremntermpaito en su primer mensaje, aunque yo también creo que se equivoca en este caso. Al igual que la mitificada movida madrileña hay un discurso monotemático sobre lo vibrante, moderna y multicultural quer era la Barcelona de los años 70 y cómo se convirtió en una ciudad provinciana y aburrida en los ochenta mientras Madrid despegaba.
      Resulta sorprendente que la Barcelona de los 70, habitada casi exclusivamente por españoles, donde menos de la mitad tenía estudios primarios y más de medio millón de personas vivían en chabolas fuese «moderna, multicultural y culturalmente vibrante» y que la Barcelona moderna, con el triple de inmigrantes de todas partes del mundo y un nivel de estudios, espectáculos y acontecimientos sea mucho más provinciana. Y cuando arañas un poco bajo la superficie del escritor queda claro que lo que quiere decir es cuando Barcelona era una ciudad netamente castellanoparlante era la hostia, y en cuanto el catalán volvió a oírse en público toda esa caterva de escritores de la gauche divine, de Arcadi Espada a Félix de Azúa, salieron cagando hostias para Madrid. Porque claro, para que una ciudad sea cosmopolita y multicultural, los inmigrantes que llegan deben hablar una lengua de prestigio, como el castellano. Ceuta y Melilla se parecen mucho a la Barcelona de los setenta, pero no oirás decir a nadie que son modernas y cosmopolitas. Los inmigrantes árabes no cotizan lo mismo que los inmigrantes andaluces.
      La multiculturalidad de aquella Barcelona, entendida como que todo el mundo habla en castellano, al menos en público, murió en los 70 y mucha gente como usted, que residía en un país extranjero quién sabe cuántos años sin haberse molestado lo más mínimo en hablar el idioma local, se largaron. Por desgracia, no se llevaron al resto que tenía la misma actitud pero se quedó allí igualmente, ni a los miles que han seguido llegando después.

      • gatoflauta

        Hay una diferencia obvia entre aquella Barcelona y la que vino después (y hasta hoy). En la primera, a nadie se le pedía un certificado de catalanidad (ni de españolidad, por cierto). En la posterior, sin eso no se va a ningún sitio (a ningún sitio al que valga la pena ir, porque al insulto y la descalificación personales sí, y muy fácilmente). Claro que hay quien está del «buen lado», y de lo otro no se entera, o no quiere enterarse. Pero eso no hace que no exista.

        • Joder si se pedía un certificado de españolidad. La Guardia Civil te lo pedía a hostias, el certificado de castellanidad. Claro que hay quien estaba del «buen lado» y de lo otro no se enteraba, o no quería enterarse. Pero eso no hace que no existiera.
          Y en Valencia se sigue en esa misma situación, supongo que por eso muchos españoles la prefieren a Cataluña.

          • Tirant Lo Blanch

            Dice usted que en Valencia se sigue la misma situación.

            Con todos los respetos, yo soy de Alicante y usted no tiene idea ni de lo que habla. Para trabajar en la administración, educación, etc. se pide el certificado que acredite el dominio del valenciano (catalán o como usted quiera llamarlo). Otra cosa es que halla pueblos donde no se habla ni por espejeras. Y eso es así, guste a quien guste.

            La zona de la Vega Baja, la zona que linda con Albacete, parte de Alicante capital, son castellano parlantes «en la calle» aunque en la escuela se estudie el programa en la línea en valenciano.

            Eso es así, sin ninguna imposición desde hace ya más de 30 años. No me venga ya con relatos del abuelo cebolleta, que Paquito esta enterrado y bien enterrado, y mal que pese a los payasos que gobernaban hasta la semana pasada la comunidad, el valenciano está ya bien instaurado en la educación y las instituciones. Con todos respetos, llevamos ya más de un cuarto de siglo de normalización lingüística.

            Otra cosa es que aqui hay zonas en las que pasa como pasaba con en latín y las lenguas romances. En el gobierno se trata de mantener el valenciano, en la calle la gente habla castellano.

            Tampoco digo que toda Alicante sea castellano parlante, ojo. Pero hay zonas que lo son netamente.

            Personalmente mi nadie me obligó ni hablar castellano ni valenciano. Mi lengua materna es la de mi entorno familiar y mi lengua vehicular la de mi entorno social, y en ambas es el castellano. En la Comunidad Valenciana.Y le hablo de muchos pueblos con más de 80.000 habitantes. Y se sigue estudiando el valenciano.

            Eso de los Països Catalans es una quimera, baja al Sur y te dirán «lo cualo», ;)

            Enga saludos Valhue y relájese.

            • Con ninguno de los respetos, yo soy valenciano (de ahí lo de Valhue: soy VALenciano pero vivo actualmente en HUEsca) y se perfectamente de lo que hablo.
              Para la administración pública se pedía el valenciano por aquello de que fíjese usted, si yo voy a la administración y hablo en mi lengua, que es oficial, lo mínimo es que me entiendan. Ahora mismo, para muchos puestos de la administración pública el valenciano «da puntos», pero no es obligatorio. O sea, que puedo acudir a ella hablando en valenciano y que no me entiendan – me ha pasado personalmente, me atendió una chica de aspecto latinoamericano.
              Paquito está enterrado y bien enterrado y sus leyes y disposiciones vigentes y bien vigentes, que para algo dejó al enemigo «cautivo y desarmado». ¿30 años sin imposiciones, dice? ¿O sea, que desde hace 30 años ya no es obligatorio el conocimiento del castellano, como dice la Constitución del 78? ¿La lengua castellana no es contenido obligatorio en todos los programas educativos? Anonadado me hallo, caballero. Si digo que en Valencia se sigue en la misma situación que en la Barcelona de los 70 es porque fue en Valencia, en 2002, cuando un agricultor valencianoparlante acudió a presentar una denuncia a la guardia civil y acabó muerto en las dependencias policiales. Porque tengo amigos y conocidos que han tenido choques con la policia (por sus pintas de perroflauta, fundamentalmente) y en todos los casos hablar en valenciano se considera un agravante que te acredita para un par de hostias «bien dás», como al seguidor del Barça al que apaleó la policia en Mestalla al grito de «¡te vas a enterar por catalán de mierda!». Y «catalán» y «valencianoparlante» son sinónimos no solo en Valencia. Algún problema he tenido yo hablando en valenciano por las españas por ese motivo – incluyendo mi propio tropezón con la guardia civil, y eso que me dirigí en castellano a ellos en todo momento.
              En los 30 años de «normalización lingüística» que llevamos yo no pude estudiar en valenciano ni en el colegio, ni en el instituto ni en la universidad, más allá de las dos horas semanales de valenciano – las mismas que de inglés y con idénticos resultados: los castellanoparlantes tienen un nivel de valenciano parecido al del inglés, o sea, son completamente incapaces de comunicarse en ese idioma. Por lo que de «comunidad bilingüe», nada de nada. En la Comunidad Valenciana hay un subconjunto de la población que somos bilingües y otro que solo sabe hablar en castellano. Por lo que evidentemente, a esa gente no queda más remedio que hablarle en castellano. Por lo que evidentemente, en cualquier pueblo donde haya más de un 10% de castellanoparlantes el valenciano ya no se oye en la calle. Si se reunen quince valencianoparlantes y un castellanoparlante, se hablará en castellano. Poco sorprendentemente, en ese cuarto de siglo de «normalización lingüística» el valenciano ha retrocedido entre un 10 y un 15% de uso social.
              Como los castellanoparlantes ya son mayoría abrumadora ya se están empezando a quitar la careta. Basta de fingir conceptos como «tolerancia» y «bilingüismo». Ahora lo que se oye es «modernidad», como en la frase «el castellano es un idioma moderno», así como diciendo sin decrilo que el valenciano no lo es, o comparándolo como el latín. El valenciano, pobrecito, está condenado a extinguirse… por alguna especie de tara que no se sabe muy bien cuál es pero que no tiene nada que ver con que los castellanoparlantes no tengan por qué molestarse en hablarlo y los valencianoparlantes sí tengan que hablar el castellano. ¡Qué va, qué va, qué cosas dice usted!
              Y si el 99,92% de las emisiones de televisión, el 100% de la radio, el 100% de la prensa escrita o el 98,5% de los libros están en castellano no es porque los valencianos estén obligados a saberlo y por tanto, para qué molestarse en traducir, nooooo. Lo que ocurre es las cosas es castellano suenan más bonitas y por eso la gente las prefiere a las hechas en su propia lengua. ¿Qué por qué no pasa eso en Finlandia, por ejemplo? Pues oiga, porque los del norte son gente muy rara.
              La estrategia es la misma para toda España. No se prohiben las otras lenguas, no, que igual se rebotaría la gente. En lugar de eso se ponen todas las condiciones necesarias para que la presión del castellano las ahogue, y se aborta mediante leyes y decretos cualquier medida que pretenda paliar o ¡Dios mío!, contrarrestar ese hecho, como la inmersión lingüística catalana. Porque claro, el hecho de que cuando uno se va a vivir a un sitio tenga que aprender y usar la lengua de allí está muy bien para obligar a los moros o los rumanos a aprender castellano, pero si yo me mudo a Euskadi en Galicia yo hablo en castellano y más les vale que me hablen a mí en cristiano o haré valer mis derechos ante los tribunales. Que me darán la razón, no lo dude. La ley Wert obliga a la Generalitat catalana a escolarizar en castellano si lo piden los padres. Cuando un padre valenciano pidió acogerse a la ley Wert para que la Generalitat valenciana le pagase los estudios privados en valenciano para sus hijos se le dijo que esa ley solo era para castellanoparlantes en Cataluña. Tal cual. Y sin ponerse colorados ni nada. Haber nacido de la raza superior, se siente.

              • Tirant Lo Blanch

                Se entiende y respeta su discurso, que pese a los datos objetivos que aporta, no deja de ser fruto de sus experiencias y vivencias.

                Yo personalmente, como bien ha dicho, veo éste fenómeno equiparable al latín. Si es cierto que los que tienen el poder dominan medios culturales y de comunicación.

                Por juventud no viví la dictadura, y siento que siga habiendo individuos retrógrados que sigan pidiendo que «les hablen en cristiano» o que se sientan superiores de «ser españoles». Pero no me siento culpable de hablar mi lengua materna y si esta por proceso natural, mire lo que está pasando en algunas zonas de USA (no es equiparable, lo sé) se merienda a otra lengua en cuestión de uso, pues es lo que hay. Que yo mantenga conversaciones en castellano con amigos catalanes mientras ellos hablen catalán, me parece estupendo si cada uno se siente mejor y más cómodo en su lengua. Que he de hablar con un agricultor valenciano que sólo entiende el valenciano, pues no tengo problema en cambiar de registro. También mis amigos catalanes entienden que aquel que viene de la Mancha, etc. de primeras no va a entender y también cambian de registro.

                Yo no veo tanto drama. Si fuera al revés y la lengua dominante no fuera el castellano, pues estaría al final bien cómodo hablando en catalán porque lo usaría más. Decirle que teniendo mis raíces no me siento nacionalista de ningún tipo, sino ciudadano del mundo que nació donde le tocó.

                Espero que no se le agríe el día, veo su encendida respuesta y esto es sólo un debate. Le deseo buenos días y le doy gracias por responderme. Ruego me perdone si mi tono fue un poco airado en la anterior misiva, pero vi que entraba al tema «un poco a saco».

                P.D: Por aspecto yo también parezco un «perroflauta», pero veo mis encontronazos con la policía más un síntoma clasista y de prejuicios, que atisbos puramente ideológicos franquistas.

  6. Buen articulo pero te dejas parte de su carrera, la posterior al libro de Ordóñez, discos como Gato x Gato, Ten o Fenica o la producción del disco de Estrella de Gracia, Sangre. Una iniciativa seria recopilar todas las letras en un libro.

    • Eso que Ud. dice lo voy constatando, pues ahora vivo en Alicante. Mi hijastro, dominicano, no ha tenido que empollar valenciano, pues estuvo en una Escuela de Adultos. Mi hija, que está en la Universidad, tampoco ha tenido problemas.
      La gente alicantina que conozco es castellanoparlante y no se siente en absoluto «valenciana».
      Aquí no siento esa odiosa imposición lingüística de los catalanes.
      A Valhue le pregunto: ¿Dónde están esos grandes autores catalanes literarios?
      Me quedo con Vila Matas, Marsé, Barral…y sí, con la «gauche divina».
      Hasta Loquillo se largó de» Polonia».

      • Supongo entonces que desconoce autores como Josep Pla,Merçe
        Rodoreda o Joan Perucho,valorados no solo en «Polonia»,también
        allende las fronteras del estado vecino donde usted vive.
        Y por supuesto que en Alicante no siente esa»odiosa imposición
        linguistica»;eso es Valencia,y exceptuando cuatro colgados que aún dan la brasa con el tema dels Paissos Catalans,aqui poco interés sentimos en lo que hagan ahí abajo.
        Respecto Loquillo lastima que no se largara antes para rodar anuncios de bancos y cerveza mala.

  7. Soy de Madrid y creo que la canción del Gato «Tiene sabor», refleja muchísimo mejor que cualquier canción de la movida madrileña, lo que sucedió al final de la transición.
    Debería ser una canción obligatoria para explicar la historia de España de aquellos años.

  8. Alejandro Cerrato

    Sólo un pero; Ordoñez recoge en su libro la génesis de la rumba que le han contado a Gato Pérez y sin mala intención por parte de este, repite los cuentos chinos que le cuentan algunos gitanos que quieren, o bien apropiarse de la rumba «peretiana» o bien minusvalorar los logros de esta (y de Peret) arguyendo que se trata de algo que siempre ha estado ahí.

    El primer músico que registra en un disco la técnica del ventilador es Peret, que no es, ni de lejos, el primero que graba de los tres (El tío Polla, Pescaílla y el propio Peret). Y a partir de esta primigenia grabación empieza a aparecer esa técnica en otros discos que no son de Peret.
    Cuando se escribió el libro del Gato, Peret andaba perdido en el «culto» (evangelico) y no pudo defenderse o quizá ni se entero en su momento. En su biografía sobre Peret, Juan Puchades explica esto de manera mucho mejor y más extensa en uno de sus primeros capítulos. El libro anda semi descatalogado por problemas financieros de la editorial pero se puede encontrar copias en tiendas especializadas (lo compré en Lenoir, sin ir más lejos).
    Peret ha despertado ciertas antipatías por parte de los flamencos defensores de la pureza y de los gitanos flamencos del sur del país (que son el alfa y el omega de todo y si algo sucede sin su intervención lo menosprecian). Encima el tío va y dice que lo suyo no es flamenco, que viene de Perez Prado y de Elvis Presley.

    Al César lo que es del César.

  9. El libro de Puchades sobre Peret es muy bueno, tiene un montón de información.

    Sobre el titular del artículos, creo que la frase : «Puse el oído sobre el asfalto y te conocí» de la canción rumba cali, del disco Ten lo explica. Hay que contar lo que pasa en el momento ahora quizá pasan otras cosas pero siempre pasan cosas y siempre hay personas que lo saben contar.

    Santiago Rusiñol decía que las ramblas de su juventud eran las buenas. Todo cambia y todo se vuelve a contar.

  10. Alejandro Cerrato

    De nada, hombre. A ver si te marcas uno sobre Pescaílla. Sus escasas pero seminales grabaciones como cantante son igual de importantes o más que lo del tal Robert Johnson. Ahí en Spotify un doble con todas esas grabaciones (incluyendo alguna pieza instrumental y un par acompañando a Lola). Es más completo que las antologias que hay en Cd o vinilo que no son tan completas. A ver si alguna compañia se anima a sacarlo.

  11. El artículo es muy bueno. Gracias. ¿Para cuándo uno tan bueno sobre Iceberg? Eran la leche, ¿no? Algún día habría que rendirles un homenaje. Un grupo tan genial no debería caer en el olvido de esta forma tan triste, sin darles nuestro agradecimiento. Max Sunyer (guitarras), Josep Mas «Kitflus» (teclados), Primitivo Sánchez (bajo) y Jordi Colomer (percusión). Impresionantes. Con la cantidad de tuercebotas que se llevan el reconocimiento de la gente y el público…, parece imposible que un grupo tan grande no esté en lo más alto. ¡Mira que somos paletos! A lo mejor voy a decir una barbaridad, pero para mí, Max Sunyer está a la altura de Paco de Lucía; tocando la eléctrica, eso sí. Creo que no le desmerece en absoluto. He escuchado prácticamente todo lo que ha hecho, con sus distintos grupos y en solitario, y pienso que su obra es colosal. Algún día tendríamos que reconocérselo, ¿no? Saludos a todos.

  12. Max Sunyer acaba de sacar disco. Me parece muy buen guitarra pero Paco de Lucía ha hecho evolucionar una música, creo que su aportación es mayor. Otro muy bueno es Toti Soler.

  13. Sí, por eso decía que a lo mejor era una barbaridad lo que iba a decir al comparar el nivel de Max y de Paco de Lucía. Creo que Max Sunyer ha sido un guitarrista con un técnica muy personal, muy particular. A veces, tienes la impresión de que no deja aire para respirar, una especie de «horror vacui». Pero al final, se impone la composición, las piezas son emocionantes, y suben por encima de la técnica. Creo que es uno de los músicos más completos que yo haya podido escuchar. Muchas de sus composiciones, como La Flamenca Eléctrica, Preludi i Record, A Valencia, Joguines, Alegrías del Mediterráneo… -compuestas muchas de ellas en compañía de Kitflus (otro grande)-, tienen una carga emocional que me pone los pelos de punta. Han pasado ya más de treinta años, y aún sigo emocionándome cuando las escucho. Gracias, maestro.

  14. Respecto al debate sobre la Barcelona de los 70, que yo viví siendo niño, creo que probablemente se tiende a mitificar pero todo y así pienso que la política de normalización lingüistica y las subvenciones que otorgaba la Gene con CIU en el gobierno mataron todo aquello que no encajaba o era crítico hacia el sistema. Fué así con los músicos que se expresaban en castellano y también con aquellos que hacian música instrumental. Solo hay que escuchar la calidad y el alto nivel creativo de muchos de aquellos grupos de los 70 y compararlo con lo que no mucho más tarde se llamaría rock català, apoyado por la Gene y de un nivel musical francamente pobre. Ya no hablemos de la Barcelona actual completamente LLoretizada.

  15. Pingback: El resucitador de fotografías - El Periodico

  16. Alicia montanos martin

    Y Compañía eléctrica dharma

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