Deportes

Los elefantes blancos de Brasil

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La policía protege el estadio Mané Garrincha de Brasilia frente a los manifestantes en junio de 2013. Fotografía: Ninja Midia (CC).

Hoy hace un año se abrían los fastos del Mundial 2014, el que más beneficios le ha dejado a su organizadora, la FIFA, y el que sin embargo ha tenido más contestación social en la calle. Con la perspectiva de doce meses, ambos extremos han cobrado un mayor sentido: la entidad sin ánimo de lucro más grande del mundo sigue guardando sus millones en Zurich, pero hoy tiene a una decena de gerifaltes acorralados por la justicia y a otro puñado aún más poderoso dando vueltas por despachos con las piernas temblorosas. Mientras, aquellos manifestantes tachados en su día de radicales y apocalípticos parecen tener razón en sus denuncias contra el despilfarro de dinero público. Esos que llegaron a ser millones en las calles, para luego irse diluyendo, acusaban a la clase política de vender su alma al diablo al dejar a Brasil en manos de la FIFA durante un mes con el fin de mostrar una imagen oropelada y falsa del país, y luego quedarse sin dinero, sin legado, sin vergüenza.

Hoy hace un año empezaba el Mundial y en Brasil hay una sensación de profecía desgraciadamente cumplida, de «te lo dije», de que todo el mundo sabía pero solo algunos lo decían. En breve: el Mundial costó un perú a las arcas de un país que entraba en declive –más de 8.000 millones de euros, 2500 de ellos dedicados a estadios– pero nunca recuperó lo esperado, ni por asomo. Y aún encima han quedado casi la mitad de las obras prometidas sin terminar –o sin empezar, en algunos casos–, mientras los faraónicos campos de fútbol, convertidos en elefantes blancos, se debaten entre una existencia surrealista y una muerte lenta.

Varios factores han confluido para el desastre generalizado. Por un lado, el pésimo plan de dotar a ciudades sin tradición futbolística de estadios cinco estrellas. Por otro, el brusco descenso de la actividad económica en el país, adobado con el mayor escándalo de corrupción investigado nunca en Brasil: el caso Petrobras arrastró –arrastra– al vertedero a las mayores constructoras del país por corrupción rampante. Nada nuevo, pero más descarado que nunca: un grupo de veintitrés empresas son acusadas de formar un cártel en el que se repartían los contratos multimillonarios de una de las mayores petroleras del mundo a cambio de untar con billete fresco a los responsables de las contrataciones dentro de Petrobras. Además, para tenerlo todo atado y bien atado forraban de reales, disfrazados de donaciones, a partidos políticos, que luego facilitaban más firmas suculentas y tratos de favor del poder. El caso dibuja un esquema de dinero contante y sonante que aumenta la indignación porque Petrobras, como la organización del Mundial, es pública. Y para rematar, el lío de la Fifa, que en realidad, y hasta el momento, cubre solo el escándalo del fútbol de América, pues todos los detenidos son americanos, del norte, del centro y del sur, y las investigaciones se dirigen en su mayoría a la financiación y organización de eventos desarrollados en ese continente. Y eso sin meterle cuchillo aún al Mundial 2014. Todo eso, bien enredado, ha ido formando una pira que deja más que en evidencia el modelo mundialista y alerta de lo que puede ocurrir en eventos venideros.

Para organizar el Mundial, la FIFA obligó a las sedes y sus diferentes administraciones a firmar una matriz de responsabilidad en la que se comprometían a construir infraestructuras de movilidad para llegar a los estadios y de paso se  reorganizaban las ciudades a través de planes urbanísticos cuando menos discutibles. Todo eso se rubricó, pero nunca llegó a término. En concreto, según el diario Folha de Sao Paulo, un año después hay 35 obras sobre 80 que aún no han sido concluidas, especialmente las referidas al transporte urbano y los aeropuertos. Atrasadas, paradas o sin comenzar, con la sombra de la corrupción encima y unas deudas mastodónticas, a medida de las obras. Repasar la lista de fechas previstas y dinero invertido es una invitación a la depresión. Y una constatación de que no iban desencaminados los que llenaban las calles gritando contra la FIFA y la entrega del país a un modelo de Mundial «elitista y privatizador». Ya no solo por esos criterios, subjetivos en todo caso, sino por los sobreprecios en las facturas, o simplemente por los gastos millonarios en obras que quedaron sin terminar, el Mundial al final ha resultado ser un negocio ruinoso para el ciudadano, que es el que paga.

Para los inversores privados, sin embargo, la carta a priori era suculenta. De los doce estadios, tres son privados y los nueve restantes siguen un modelo de sociedad público-privada (PPP). Se trata de acuerdos entre Estados (equivalentes a las comunidades autónomas) y empresas concesionarias que ganan un concurso para su gestión y explotación. En realidad, eso solo es la guinda del pastel, porque esas empresas suelen ser las propias constructoras de los estadios, con el consiguiente cambalache: un guateque de flechas, vectores y símbolos de dólar que termina donde estamos hoy, metidos en problemas graves, al mismo tiempo que en los estadios aparecen el óxido, los desconchados, los cortes de energía y los fallos estructurales. Y esto solo al cabo de un año. En realidad no es nada nuevo si nos fijamos en los precedentes. Para los Juegos Panamericanos de 2007, celebrados en Río, se construyó un estadio, el Engenhao, que se hubo de clausurar seis años después por deficiencias estructurales en su cubierta. Peligro de derrumbe. Hoy, ese mismo estadio ha sido reabierto, aunque solo parcialmente, y ahora lucha contra el reloj para llegar a tiempo de convertirse en el estadio de atletismo de los Juegos Olímpicos de 2016. Las fanfarrias suenan de fondo con melodía conocida.

Por eso los brasileños, aburridos pero no resignados, reclaman lo básico: que no les intenten vender más crecepelo, que bastante le colaron ya en el Mundial, y este que sigue es el resultado en algunos de los estadios. Los cinco ejemplos que vienen a continuación resumen el Mundial con más elocuencia que la célebre derrota por 7-1 frente a Alemania, la que dejó a Brasil fuera de su fiesta. Porque aquello era solo fútbol. Y las fiestas, al final, se pagan.

1. Estadio Mané Garrincha, Brasilia (500 millones de euros)

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El Mané Garrincha en 2013. Fotografía: Copagov (CC).

El antes llamado Estadio Nacional es un precioso recinto circular con una columnata por fachada a modo de peristilo. Y también es una ruina de lujo. Fue el estadio más caro de la Copa del Mundo en términos absolutos, y no era nuevo, sino una reforma. Un año después encabeza esta antología del disparate. Para empezar, porque Brasilia no tiene equipos en la elite ni tradición futbolística. Ni historia, vaya, porque la capital de Brasil se fundó en 1960, cuando Pelé ya era campeón del mundo. Para seguir, porque su gestión no la lleva la Secretaría de Deportes del Distrito Federal de Brasilia, sino la de Turismo, quizás oliéndose la tostada. Desde el final del Mundial ha acogido 51 eventos, incluyendo los siete partidos del mundial, ahí sí, a aforo completo de 69.000 espectadores. En 2015, sin embargo, solo se han jugado cuatro partidos de fútbol, pero todos los aficionados sumados en esos cuatro choques no llenarían el estadio. Al último partido, que jugaron dos equipos de Río de Janeiro, el Botafogo y el Macaé, de segunda división, acudieron 7.822 espectadores. René Simoes, técnico del histórico club botafoguense, dijo después del partido que «lamentaba como contribuyente» el «horroroso» estado del césped, los vestuarios y las instalaciones de un estadio «tan costoso para todos». Levir Culpi, entrenador de Atlético Mineiro, actual campeón de América, que también jugó un partido allí, ante 9.000 espectadores, se quejó de que el agua de las duchas salía fría. Como en otros campos mundialistas, la idea es ofrecer partidos de liga a equipos grandes de ciudades a miles de kilómetros porque piensan que llenarán el estadio. Luego se estrellan, salvo excepciones, en las cifras de taquilla. ¿Y por qué no juegan los equipos locales, aunque sean de quinta división C, para amortizar las instalaciones? Porque el alquiler diario cuesta 20.000 euros. A otra cosa, entonces.

Ante tal tesitura, son los organizadores de otros eventos los que usan el Mané Garrincha. En este año ha habido karts, zumba-fitness y funambulismo –no es un chiste fácil–, e incluso ha sido escenario de bodas colectivas, con más novios que hinchas de fútbol en un partido. Ha habido también carreras de cross, que incluían tramos de las escaleras de las gradas, las rampas y el propio césped en su itinerario. Pero sin embargo no ha sido el propio estadio, sino su aparcamiento, el que ha tenido más éxito y proyección internacional. Desde hace meses funciona como cochera para una empresa de autobuses de la capital del país, y allí están, alineados todos como si estuvieran escuchando un himno en la previa de un partido. Y en ese mismo lugar, el aparcamiento, no el estadio, dio un concierto multitudinario el grupo norteamericano Kiss a finales de abril. Gene Simmons, Paul Stanley y sus muchachos maquillados nunca hicieron garage rock, pero en Brasilia no les quedó más remedio.

A alguna mente privilegiada se le ocurrió entonces que, ante el nulo uso del templo con el nombre del futbolista más genial y díscolo de la historia de Brasil, se podrían usar sus enormes dependencias para albergar oficinas del gobierno del Distrito Federal. La idea no es mala: en la ciudad con más funcionarios por metro cuadrado del hemisferio sur solo faltaba un estadio para albergarlos. No son pocos, cuatrocientos, pertenecientes a varias secretarías del Estado. Y además, por una vez, les sale gratis, si soslayamos los 500 millones del Mundial, claro. Si hubiesen aplicado la lógica del ahorro hace un año se habrían evitado ver cómo un hermoso estadio permanece vacío los fines de semana y de lunes a viernes es usado por cientos de humanos vestidos de traje que en su hora libre se asoman a las gradas rojas del estadio bautizado en honor al futbolista que apodaban «la alegría del pueblo». Si el pobre Garrincha levantase la cabeza se tomaba un trago más y volvía a dormir.

2. Arena das Dunas, Natal (130 millones de euros)

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El estadio Arena das Dunas en 2012. Fotografía: Copagov (CC).

El futurista Arena das Dunas daba aún mejor en cámara durante el Mundial que la cresta de Neymar. Allí, bajo el refulgente sol de Natal reflejado en el aluminio convexo de su cubierta jugaron Italia, México, Uruguay, Estados Unidos, entre otros, en los cuatro partidos para los que se construyó el estadio. Felicidad y armonía. Luego se apagaron las luces y vino el vacío, con el relleno de partidos de divisiones variopintas y la Copa de Brasil. Y enseguida llegó el verdadero cobro, el de las facturas. Desarrollado bajo el modelo PPP, este mismo mes el Tribunal de Cuentas del Estado de Río Grande constató una sobrefacturación de 800.000 euros en varias consultorías iniciadas en 2010. El método, infalible hasta que se encuentra a alguien con calculadora para dividir: según el contrato fraudulento, once personas trabajarían 77 horas por día en la construcción del estadio. El informe del Tribunal es demoledor por mortadelístico: «Teniendo en cuenta que el día solo tiene 24 horas, hemos identificado pruebas de sobrefacturación». Ahora bien, 800.000 euros, ¿qué es eso más que una gota en el mar de Natal? Dicho de otro modo, es calderilla en el bolsillo de la empresa que se hizo con la concesión en la sociedad con el estado de Río Grande. Su nombre es OAS y pertenece al selecto grupo que presuntamente se repartían el botín contractual con Petrobras. Hoy, tras la investigación a sus directivos, le han cortado las líneas de crédito, los clientes han dejado de pagar y las agencias de rating rebajaron su nota a basura. Acuciada por las deudas derivadas de la suspensión de contratos y acorralada por el fisco y la policía federal, ha puesto a la venta el Arena das Dunas, siempre que le deje el Estado, que alega que en realidad el dueño es él, otro dislate sin arreglo. En cualquier caso, interesados, razón aquí.

3. Arena Amazonia, Manaos (230 millones de euros)

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El Arena Amazonia en 2014. Fotografía: Portal da Copa (CC).

Hay cuatro categorías de fútbol profesional y semiprofesional en Brasil, ochenta equipos en total. Pues bien, Manaus no tiene ni medio, apenas ha tenido últimamente al sin par club llamado Princesa do Solimoes, y en la serie D. Pero, eso sí, tiene un estadio mundialista. Hay más de 30 grados todo el año con humedades gigantes y una estación lluviosa que dura seis meses. Y tan anchos con su Arena. Por eso, y por mucho más, es el estadio donde menos se ha jugado al fútbol en 2015 de todos los paquidermos mundialistas: solo cinco partidos. Ante la tentación de coger la calculadora y ver cuánto cuesta el minuto de fútbol, mejor seguir. Y pensar en que solo alguna vez juega, de vez en cuando, un equipo de una categoría equivalente a la preferente. Lo bien que lo debe pasar es inimaginable. Por eso se ha rellenado con eventos como un concierto gospel evangélico o una misa a la que acudieron 20.000 personas, la religión salvando los muebles de un templo suntuoso. Claro que el delirio de grandeza de Manaos no es nuevo. Ha tenido épocas doradas, –la del caucho, especialmente– para luego caer en una decadencia interminable. De las vacas gordas quedan legados como el teatro municipal. Y referencias excelsas como el cinematográfico Fitzcarraldo de Werner Herzog. Y ahora, y mientras no se lo coma la selva, también tiene el Arena Amazonia. Consolarse es gratis. Desde aquí proponemos que de algún modo se pueda disputar allí el Peladao, un surrealista torneo amateur de fútbol en el que se entrecruzan mil equipos de aficionados a la vez que se disputa un multitudinario concurso de belleza femenina. Algo así capitalizaría, siquiera simbólicamente, la gigantesca obra. Al menos le queda una bola extra: aquí se jugarán varios partidos de fútbol de los Juegos Olímpicos de Río. A 3.000 kilómetros, pero como si fuera el mismísimo Maracaná.

4. Arena Pantanal, Cuiabá (180 millones de euros)

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El Arena Pantanal en 2014. Fotografía: Copagov (CC).

Como Manaos, el estadio de Cuiabá ya apuntaba maneras antes del propio Mundial. Sin equipos en la elite, sin clubes profesionales al ciento por ciento y en una ciudad y un estado, Mato Grosso, apartados de los grandes centros del país, meterle una porrada de millones de euros a un estadio para cuatro partidos se acercaba más al gasto que a la inversión, más a la frivolidad del nuevo rico que a la realidad. No se tardó en comprobar, ya no por la falta de partidos –se disputaron quince choques de las cuatro divisiones durante meses– sino porque en enero de este año, seis meses después del mundial, el estadio quedaba clausurado por «irregularidades» y problemas estructurales: goteras, drenaje defectuoso, inundaciones y deficiencias eléctricas, que fueron carne de telediario cuando una yegua de la policía montada se electrocutó tras un partido. Consiguieron maquillarlo después para disputar partidos del actual liga brasileña de fútbol, pero solo a mitad de aforo y con las eternas goteras. Y a partir de ahí, o mientras tanto, el abandono. Las imágenes de los exteriores del estadio dan, más que pena, rabia. A cuántos hospitales, escuelas y servicios públicos se podría haber destinado el dinero de un lugar como este es la pregunta que más se hacían los vecinos en un reportaje televisivo reciente sobre el estadio. Usado por cientos de personas para hacer deporte, la explanada exterior hoy es una gran superficie con el suelo levantado, los cristales de la pasarela que lleva al estadio estallados o rotos, con una gran piscina de agua llena de basura, ideal para formar un criadero de mosquitos del dengue, dolencia frecuente en Mato Grosso, el estado donde se ubica Cuiabá. A la hora de reclamar se ha ido a hablar con el constructor, porque todavía no ha entregado al estadio más de un año después de inaugurado y de haber hecho goles James Rodríguez o Alexis Sánchez, porque no está terminado y falta dinero por cobrar. Del Estado, o sea, del contribuyente, en una sangría sin fin. Los poderes públicos afirman que el estadio es viable con eventos extrafutbolísticos, pero (o por) eso está previsto que se entregue en concesión a manos privadas. Pero como sucede en otras muchas ciudades, el mayor problema no es el estadio, sino las obras de infraestructura. El VLT, que viene a ser un metro ligero,  nunca se llegó a concluir, pese a las partidas de 700 millones de euros, que empezaron siendo menos de la mitad. Cuarenta trenes se encargaron y cuarenta se pagaron. Pero están paraditos sin salir, porque no tienen por donde ir. Ahora, los antiguos administradores del estado –hubo elecciones en octubre– están siendo investigados para depurar responsabilidades. Parecen frases hechas que se repiten ciudad tras ciudad, evento tras evento, pero aún hay más.

5. Maracaná, Río de Janeiro (400 millones de euros)

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El Maracaná en 2013. Fotografía: Copagov (CC).

A Maracaná le sucede algo muy diferente al resto: es un símbolo futbolístico mundial, no una mole construida en medio de la nada y que sirve para que pasten las ovejas. Al contrario de eso, se construyó para el mundial de 1950 en tiempo récord –aunque también escondiendo montañas de cemento sin mezclar, claro que no había cámaras entonces– pero desde entonces ha protagonizado la peculiar historia del estadio menguante: en 1950 tenía una foro de 200.000 personas, 180.000 en los 80, 120.000 con la llegada del siglo XXI, 90.000 en 2007 y 78.000 para el Mundial de 2014. Y ahora, a calzón quitado, solo pueden entrar 55.000 personas: la policía no permite más por «incapacidad para garantizar la seguridad». A cada obra, una disminución. Pero si el problema era que estaban vacíos, ¿qué mas da si se achican? He ahí el error de simpleza: están vacíos, sobre todo, por el precio de las entradas. Cuanto mayor el precio, menos gente en las gradas, que de por sí han ido cambiando su fisonomía. Se elitiza el fútbol, lo que en Brasil significa, y así se dice, que se vuelve más y más blanco. El fútbol ya no es el pueblo y por lo tanto qué mas da 70 que 50 que 30. Y eso es lo que está ocurriendo, cada cuatro días, en Maracaná, casa de los grandes clubes de Río que no consiguen llevar, más que en partidos muy importantes, a más que unos pocos miles de personas. La sobrecarga de fútbol y los precios de las entradas han hecho que el hincha termine viendo los partidos en el sofá de su casa. Y olvidarse de estar en Maracaná, donde podría parecer que se han hecho las cosas como se deben con la remodelación del Mundial, pero fijémonos bien, porque en la letra pequeña está la trampa. Si Maracaná solo tiene 55.000 espectadores de aforo, y en las obras deportivas se comprueba la carga económica en el precio invertido por asiento, ahí lo tenemos. Cerrando el círculo, Maracaná, símbolo del Mundial y del fútbol brasileño, está de récord: es el estadio más caro del mundo. Por todo ello y por el año cumplido, felicidades, Brasil.

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9 Comentarios

  1. Politicas keynesianas, creo que lo llaman.

    • Si alguien lo llama así, es que jamás ha leído a Keynes ( ni a Samuelson, ni a Galbraith, ni…).

  2. Pingback: Los elefantes blancos de Brasil

  3. Manaos es el «Detroit» do Brasil ll ll! !!

  4. Pingback: Lecturas de Domingo (72) | Ciencias y cosas

  5. Foolish Fyodorov

    Tampoco es tan diferente a lo que se está haciendo en Europa. Lo que pasa es que en Europa, quiero pensar que los estándares de calidad son mucho más altos. Pero lo de meter porrones de dinero público ya lo están haciendo en Rusia para el mundial de 2018. El nuevo estadio de San Petersburgo es igual de espectacular que absurdamente caro. Gazprom (que está fuertemente participada por el gobierno) ha metido millones a paladas. Lo mismo con el Luzhniki de Moscú. Al menos esos estadios los aprovecharán, pero los otros que han construido en Kazan, Krasnodar, etc… veremos a ver si recuperan aunque sea un nímio porcentaje de la inversion. No creo que la liga rusa tenga tanto tirón de público o TV. En España tampoco es que nos quedemos cortos con inversión pública en estadios, veáse el caso de San Mamés o la Peineta.

    Respecto a los estadios brasileños, os habeís dejado la única reforma que junto con la de Maracaná ha merecido la pena: la de Mineirao (para mi el estadio mas impresionante de Brasil ahora mismo).

  6. Pingback: Los elefantes blancos de Brasil – Jot Down Cultural Magazine | spottnews

  7. Se veía venir. Lula y Rouseff se merecen un aplauso… en la cara. Pero no, esto es negocio, no populismo.

    Más miseria sobre el mundial y la FIFA, aquí resumida:

    https://alabinbonban.wordpress.com/2014/06/11/el-11-del-mundial/

    https://alabinbonban.wordpress.com/2014/07/14/mundial-la-contracronica/

  8. Pingback: Elefantes blancos del deporte: el legado de los mega eventos deportivos - IEXE - Licenciatura en Línea

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