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Ceguera, Dickens y ratas

Laura Bridgman  (1829-1889). Fotografía: Cordon Press.
Laura Bridgman (1829-1889). Fotografía: Cordon Press.

Nadie recuerda hoy a Laura Bridgman, pero fue en su día la mujer más famosa del mundo después de la reina Victoria. Nacida en Hanover, New Hampshire, de bebé tuvo una salud muy frágil, era raquítica y tuvo convulsiones hasta los dieciocho meses y al cumplir los dos años la situación empeoró; la familia sufrió un brote de escarlatina del que murieron sus dos hermanas mayores y ella quedó ciega y sordomuda, perdiendo también los sentidos del olfato y el gusto. Un año después había olvidado las pocas palabras que sabía antes de su enfermedad, aunque durante meses la pequeña niña repetía «oscuro, oscuro», asombrada y asustada de su ceguera adquirida.

De acuerdo con los usos de la época, el padre era severo con ella intentando inculcarle unos modales apropiados mientras que su madre la trataba con cariño. Pero fue un empleado de la granja de la familia, un discapacitado mental llamado Asa Tenney, el que hizo, en palabras de Laura, que su infancia fuese feliz. Tenney tenía también algún trastorno del lenguaje y enseñó a Laura unas señas con las manos, un código que empleaban los guerreros indios abenaki para comunicarse entre ellos.

En 1837, el caso de Laura llegó a oídos de Reuben Mussey, el director del departamento de Medicina del Dartmouth College, quien visitó a los Bridgman y vio que la niña era cariñosa e inteligente y que a pesar de sus graves discapacidades había aprendido a hacer tareas básicas como coser o poner la mesa. A sugerencia de Mussey buscaron un centro apropiado y Laura fue enviada con siete años al Asilo de Ciegos de Nueva Inglaterra, que se llamaría después Escuela Perkins para ciegos. Al principio lo pasó muy mal, asustada y extrañando su casa, pero luego fue acogida con cariño por la gobernanta del centro que se convirtió también en su primera profesora.

El director del centro, Samuel Howe ha sido descrito como arrogante, vacuo, orgulloso, competitivo, malhumorado, autoritario, hambriento de gloria y, en general, insoportable. Su propia mujer decía que era «incapaz de soportar una crítica o de beneficiarse de ella» y que actuaba «guiado por los halagos». A pesar de ese perfil, Howe era inteligente, comprometido y tenía auténtica empatía por los discapacitados. Basándose en una teoría que había leído del filósofo francés Denis Diderot, que pensaba que el sentido del tacto podía desarrollar su «propio medio de lenguaje simbólico», diseñó para ella un código táctil de signos y un sistema para su aprendizaje.  Al principio usaron letras en relieve pegadas a objetos familiares como un tenedor o un vaso. Después consiguieron que dándole esas mismas etiquetas sueltas Laura localizara esos objetos. A continuación Howe recortó las letras de esos objetos y enseñó a Laura a juntarlos para volver a formar esas palabras y a reordenarlas para formar otras diferentes, que luego deletreaba sobre su mano. Al parecer fue en ese momento cuando Laura comprendió el concepto de lenguaje y todo un mundo se abrió para ella. A partir de ahí, entendió que las cosas tenían nombres y reclamaba con ansia que le enseñaran el nombre de todos los objetos y personas con las que se encontraba. El siguiente año lo dedicaron a aumentar su vocabulario y a ampliar su capacidad de comunicación y a partir de ahí se incorporó a un currículum normal, asistiendo a clases de lectura, escritura, geografía, aritmética, álgebra, geometría, filosofía e historia. Laura Bridgman fue la primera persona ciega que recibió una educación digna de tal nombre.

El nombre de Laura Bridgman y las sorprendentes habilidades que había conseguido empezaron a llamar la atención de la sociedad. Los informes anuales de la Perkins, donde Howe detallaba los agudos comentarios de Laura a sus profesores, su meticulosidad, su ansia de afecto y aprobación, circulaban por los Estados Unidos y por Europa. Distintos periódicos empezaron a publicar artículos sobre la muchacha ciega y Howe decidió, con una mentalidad muy americana, que aquella publicidad era buena para el futuro de su escuela. Utilizó su habilidad para contar historias detallando las admirables cualidades de Laura: pureza, sinceridad, paciencia y determinación; ganándose el corazón de cada vez más personas.

Ningún escritor ha descrito ese mundo de los orfanatos, los asilos, los directores coléricos y los niños desamparados, víctimas de un sistema fundado en teoría para protegerlos, como Charles Dickens (1812-1870). Dickens fue un formidable creador de personajes y se le considera el mejor novelista de la época victoriana. Dicen que todo escritor habla en mayor o menor medida de sí mismo y él vivió en primera persona aquel mundo que describió en Oliver Twist. Cuando su padre fue encarcelado por deudas, Charles tuvo que dejar la escuela y entrar a trabajar en una fábrica de betún plagada de ratas, donde trabajaba diez horas diarias junto a otros niños. La fábrica se trasladó y en el nuevo taller pusieron un escaparate para que los curiosos pudieran ver a los niños trabajando, algo que sumaba humillación a su miseria. Meses después, la abuela paterna falleció, el padre heredó, pagó sus deudas y salió de la cárcel, pero la madre del pequeño Charles decidió que siguiera en la fábrica, algo que él jamás le perdonó: «nunca olvidé después, nunca olvidaré, nunca puedo olvidar que a mi madre le pareciera bien que me volvieran a mandar allí de vuelta».

Tampoco olvidó jamás de dónde venía. Decía que «nadie es inútil en este mundo mientras pueda aliviar un poco la carga a sus semejantes» y fue un auténtico filántropo, fundando un centro para la educación y rehabilitación de prostitutas y recaudando fondos para salvar el hospital de Great Ormond Street. Escribió miles de cartas haciendo campaña por los derechos de los niños, por la educación, defendiendo la necesidad de emprender verdaderas reformas sociales. Sus obras han sido criticadas por la ausencia de profundidad psicológica en sus personajes y cierto sentimentalismo edulcorado, pero las clases populares se metían en sus tramas como en las telenovelas actuales, les gustaba su escritura directa y esos malvados que hacían que sus propias desgracias parecieran llevaderas. Se dice que los pobres juntaban sus pocas monedas para comprar el fascículo de cada mes y que alguien se lo leyera, convirtiendo en lectores a los que no lo habían sido nunca.

Primera edición de Oliver Twist, de Chares Dickens con ilustración y diseño de George Cruikshank. Imagen: DP
Primera edición de Oliver Twist, de Chares Dickens con ilustración y diseño de George Cruikshank. Imagen: DP

En 1842, Dickens hizo un tour por los Estados Unidos, visitó centros para discapacitados y se quedó sorprendido de su buen nivel:

Sinceramente creo que las instituciones públicas y los centros caritativos de Massachusetts son casi tan perfectos como solo la humanidad, la benevolencia y la sabiduría más considerada puede hacerlos. Nada me ha afectado tanto en mi vida como la contemplación de la felicidad, bajo circunstancias de privación y pérdida, que vi en mis visitas a estos establecimientos.

Entonces decidió ir a conocer a Laura Bridgman, pues también él había leído los famosos informes de la Perkins School. A su vuelta escribió un libro sobre el viaje titulado American Notes for General Circulation, donde condenaba la esclavitud, defendía los derechos de autor internacionales —sus libros eran pirateados inmisericordemente en los Estados Unidos sin pagarle un dólar— y contaba su encuentro con la niña de doce años en unas líneas cargadas de sentimiento, resaltando su inocencia y su belleza infantil y comparándola con un prisionero que hubiera sido liberado de una celda de aislamiento.  Aquello convirtió a Laura en una celebridad internacional.

A la Perkins iban cientos de personas cada día deseando conocer a la famosa Laura Bridgman. Un solo día, el 6 de julio de 1844, mil cien personas se reunieron allí para verla escribir cartas, leer libros con la letra en relieve, enhebrar agujas con la lengua y deletrear frases en la mano de su profesor. Aquellos curiosos luchaban por llevarse su autógrafo, algún papel con algo escrito por ella, uno de sus bordados o un mechón de su cabello. Por toda América, las niñas sacaban los ojos a sus muñecas, cubrían las cuencas vacías con una cinta y las cambiaban el nombre por el de «Laura».

Laura Bridgman se transformó en un personaje, quizá en lo que todos querían creer: un símbolo de cómo el sufrimiento es vencido por la bondad y el trabajo duro, del poder del ser humano para superar la adversidad. Fue una época en la que nacieron para el gran público dos sectores que llegan hasta nuestros días: las celebrities, los famosos, y los freaks que sorprendían por su aspecto, por sus habilidades extraordinarias, por su singularidad. Laura Bridgman pertenecía un poco a ambos mundos. Y sin embargo, no correspondía a esa imagen que el público tenía de ella. Era mucho más interesante porque era normal, engañaba a sus profesores, robaba comida a sus compañeros, podía ser irritable y egoísta, tenía rabietas y sufrió de anorexia durante un tiempo. No era una santa, sino una adolescente más. Howe, del que Dickens dijo que era «un tipo despiadado» fue, con todos  sus defectos, el responsable de llevarla de vuelta al mundo, le dio el lenguaje, se preocupó de que tuviera unos medios materiales mínimos, organizó su tiempo y le dio un hogar. En su testamento le dejó un pequeño legado mientras que el propio padre de Laura no le dejó nada.

El resto de su vida es vulgar y triste. Cuando tenía veinte años la enviaron de vuelta con su familia, que no había conseguido en esos años aprender el lenguaje de signos. Ocupados intensamente con las tareas de la granja, sus padres y hermanos no tenían tiempo para ella y su salud se empezó a deteriorarse. Howe decidió que era mejor que volviera al Perkins y consiguió una pequeña dote para garantizar su sustento. Tras difuminarse aquella época de fama, allí pasó el resto de su vida, cosiendo y bordando y leyendo libros con letras en relieve, en particular la Biblia. Murió a los cincuenta y nueve años.

Tras la muerte de Laura, Henry Herbert Donaldson, un profesor de la Clark University, recibió el encargo del rector de estudiar el cerebro de Laura Dewey Bridgman. Se dice que fue «probablemente el estudio más detallado de un único cerebro humano jamás realizado». En su autobiografía, Donaldson escribió

Las principales modificaciones encontradas en ese cerebro fueron causadas por una detención del crecimiento debido a la destrucción de los órganos de los sentidos. Era deseable conocer el estado del desarrollo cerebral en el momento de la enfermedad destructiva (dos años). Esa información no existía en la literatura. Con la esperanza de contribuir a rellenar este hueco, organicé un programa para el estudio del cerebro (sistema nervioso) del nacimiento a la madurez. Para llevar a cabo este plan se usaron métodos cuantitativos y se recogieron con gran atención los datos sobre el tamaño y peso de las distintas partes así como el número de células en cada una de ellas.

Esto le llevó a un estudio cuantitativo del desarrollo del sistema nervioso que se convertiría en su línea de trabajo para el resto de su vida. Publicó dos largos artículos sobre el cerebro de Laura Bridgman en 1891 y 1892 y, tres años más tarde, un libro titulado El crecimiento del cerebro: un estudio del sistema nervioso en relación con la educación (Scribner, 1895). Del cerebro de Laura se hizo un molde del que se sacaron nueve copias en escayola para que se pudieran ver en distintas universidades. Para poder estudiar más rápido el desarrollo del cerebro, Donaldson decidió que la rata era el animal ideal. El problema es que eran muy diferentes entre sí y a la misma edad las variaciones podían ser enormes, así que desarrolló una variedad estándar de rata albina, la cepa Wistar, que ha sido uno de los animales de investigación claves durante el siglo XX. Un roedor mucho más dócil y útil que las ratas que se paseaban entre los pies de Charles Dickens y los otros niños mientras etiquetaban botes de betún.

Para leer más:

Conklin E. G. (1938) Biographical memoir of Henry Herbert Donaldson 1857-1938. National Academy of Sciences, reunión de Otoño. PDF

Gitter E. (2001) The Imprisoned Guest. Samuel Howe and Laura Bridgman, the Original Deaf-Blind Girl. Farrar, Straus and Giroux, Nueva York.

Mahoney R. (2014) «The Education of Laura Bridgman». Slate. Enlace

McGinnity B. L., Seymour-Ford J., Andries K. J. (2004) Laura Bridgman. Perkins History Museum, Perkins School for the Blind, Watertown, MA. Enlace

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16 Comentarios

  1. Pingback: Ceguera, Dickens y ratas

  2. ¡Qué pasada de artículo! Un caso relativamente parecido al de Hellen Keller, aunque ésta llegó mucho más lejos.

    Echaré un vistazo a la bibliografía que aconsejan. Pese a que el artículo es extraordinario, me he quedado con ganas de más.

    Felicidades por el texto. Es buenísimo.

    Un saludo.

    • Mil gracias, Ana. Helen Keller, como muy bien dices, llegó más allá pero es muy posterior a Laura Bridgman. De hecho, se piensa que Keller pudo alcanzar todas sus metas porque antes había existido Bridgman que rompió tantos techos de cristal. Mil gracias por tu amable comentario. Es una gozada que te guste y que lo dejes caer aquí.

  3. Creo que la frase «Por toda América, las niñas sacaban los ojos a sus muñecas, cubrían las cuencas vacías con una cinta y las cambiaban el nombre por el de «Laura»» es la cosa mas creepy que he leido nunca en jotdown.

  4. Muy atinado el comentario sobre las carencias de Dickens («escasa profundidad de sus personajes y cierto sentimentalismo edulcorado»), que hacen que sea un escritor menor comparado con sus contemporáneos novelistas franceses y rusos. Eso sí, era tremendamente popular en su época y lo sigue siendo después. La aplastante hegemonía cultural anglosajona ha hecho olvidar a otros escritores de mucho más calado literario que los autores victorianos.

    • El autor del artículo dice que Dickens fue «un formidable creador de personajes». Es cierto que más adelante señala que sus obras han sido criticadas por «la ausencia de profundidad psicológica en sus personajes». De todas formas, me resulta llamativo que se considere a Dickens un novelista menor comparado con sus contemporáneos franceses y rusos. ¿Ha leído el autor del comentario «Casa desolada», «Nuestro común amigo», «Grandes esperanzas» o «David Copperfield»?

      • Hombre, es «menor» comparado con Flaubert, Zola, Dostoievski o Tolstoi. «Mayor» en comparación con otros muchos novelistas de su época. Solo pretendía resaltar que la aplastante hegemonía cultural anglosajona llega a ser asfixiante. El mundo es muy amplio y hay literaturas de más empaque y enjundia que la victoriana, que considero sobrevalorada y en exceso publicitada por cine y TV, en detrimento de otras.

  5. Excelente artículo, pero me ha dado la impresión de que en él se trata de mostrar que el estudio del crecimiento del sistema nervioso es fruto de lo que le sucede a Laura y no sé hasta qué punto esto será así (o quizá lo estoy malinterpretando). El germen que motiva plantearse el estudio de la embriología y la ontogenia del encéfalo será otro quizás, aunque yo no lo conozco.

    • Por primera vez se plantean si el desarrollo del cerebro puede estar afectado por una pérdida sensorial. Ahora hablaríamos de plasticidad neuronal. Son estudios muy descriptivos pero donde por primera vez probablemente se detalla que las entradas sensoriales son necesarias para el desarrollo normal del cerebro. Es decir, el crecimiento del cerebro no «es fruto de lo que nos sucede» pero sí está afectado por ello. En el último siglo hemos aprendido un montón de cómo se aprovechan las regiones corticales vacantes por la pérdida de un sentido. Espero haber ayudado a dejarlo un poco más claro. ¡Buen verano!

  6. Pingback: Ceguera, Dickens y ratas (Jot Down) | Libréame

  7. Si repetía «oscuro, oscuro» no podía ser muda y por tanto tampoco sordomuda. Seguramente has querido decir «sorda profunda».

    • Parece que tenía un desarrollo normal y había empezado a decir las primeras palabras cuando enfermó de escarlatina. Ahí perdió el oído, adquiriendo como dices una sordera profunda y como consecuencia de ello fue olvidando las pocas palabras que sabía hasta caer en un mutismo total. Confío que ahora quede más claro. Gracias por la precisión.

  8. ¡Que historia más bonita…y más terrible…!

    En esa época era muy difícil la vida de los niños trabajadores, y mucho peor la de niños minusválidos; afortunadamente hubo personas que se las ingeniaron para ayudarlos de algún modo, con los pocos recursos de que disponían.

    Excelente relato, me agradó leerlo.

  9. Un artículo super trabajado y una historia increíble. Da gusto cuando lees algo de calidad.
    Enhorabuena.

  10. Pingback: 'Heidi': llorad, llorad, malditos - Jot Down Cultural Magazine

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