Ciencias

El Doctor Incubadora

Employees stand before the Infant Incubators building at the 1901 Pan-American Exposition in Buffalo, New York. (Library of Congress)
Edificio de las incubadoras en la Exposición Panamericana de 1901 en Buffalo, New York. Fotografía: Library of Congress (CC)

A comienzos del siglo XX los niños prematuros tenían pocas posibilidades de sobrevivir. No había equipos para mantenerlos calientes ni forma de alimentarlos, no había salas preparadas para ellos, ni profesionales especializados en el cuidado neonatal. La mayoría morían pocas horas después de nacer.

Martin Arthur Couney (1870-1950), un médico nacido en Alsacia que realizó la carrera en Berlín, se formó con el francés Pierre-Constant Budin, un profesor que empezó a explorar el mundo de las incubadoras a finales del siglo XIX. La idea de Budin era poner a los bebés prematuros en cajas especiales que les protegieran hasta que ganaran suficiente peso y fuerza para regresar con sus madres. Su idea se basó en las incubadoras que había diseñado la industria avícola para criar pollos, de tal forma que  la idea de la cámara cerrada calentada con agua pasó del mundo de los huevos de gallina al de los bebés humanos.

El comienzo del siglo XX era una época con una mortandad infantil rampante y donde se asumía sin alboroto la pérdida de un número importante de bebés en el primer año de vida por distintos problemas y enfermedades. El resultado fue que los hospitales no mostraron ningún interés en aquella idea que, según algunos médicos, atentaba contra la maternidad natural. Budin envió entonces a su alumno Couney a la Gran Exposición Industrial de Berlín de 1896 para que montara una demostración comercial, un stand con aquellas primitivas incubadoras que denominaron Kinderbrutanstalt, algo así como el «criadero de niños». Años más tarde, Couney se referiría a aquellos primeros aparatos como «tostadoras de cacahuetes».

Couney era un auténtico showman y consiguió que un hospital municipal le «prestara» seis bebés prematuros cuyo destino era la muerte. Con aquellos aparatos primitivos, logró salvar a los seis y los visitantes de la Exposición mostraban su asombro y pagaban su entrada para ver a aquellos bebés diminutos que apenas respiraban dentro de aquellas cajas de metal y cristal. Con el dinero que ganó en Berlín, Couney dio un salto importante en su vida: cruzó el Atlántico. En los Estados Unidos rápidamente empezó a explorar el circuito de exposiciones, ferias de muestras, incluso parques de atracciones, encontrando una diana principal: la Exposición Panamericana que tendría lugar en Buffalo, en el estado de Nueva York, en 1901. Las cataratas de Niágara, muy cerca,  y los diminutos bebés de Couney se convirtieron en los dos éxitos de la exposición, aunque lo más memorable fue el asesinato, mientras visitaba la feria, del presidente de los Estados Unidos William McKinley, que sería sucedido por el vicepresidente Theodore Roosevelt.

Arthur Brisbane, un joven periodista que se convertiría en uno de los columnistas más famosos del siglo XX, escribió para Cosmopolitan:

Dos cosas de la exposición merecen la pena verse y pensar sobre ellas. Dos vastos extremos. La manifestación más débil y la más poderosa del poder de la naturaleza. Las cataratas de Niágara, con su gran sistema de lagos y ríos detrás de ellas. El bebé diminuto en su cámara de aire caliente, sin vista, sordo, frágil, pero con la gran raza humana, el gran océano de pensamiento organizado, detrás de él. […] La diferencia entre la fuerza de río Niágara y la del recién nacido es esta:

Uno, el río, representa la fuerza material, la mera fuerza de la gravedad. El cerebro del niño representa la fuerza espiritual, el poder de la organización y el pensamiento. El poder enviado aquí en frágiles formas humanas para gobernar las cataratas y otras manifestaciones de la fuerza bruta, para regular la naturaleza y hacer el trabajo de embellecer y cultivar el globo.

En 1903, tras el éxito en la Exposición Panamericana, Couney montó un show estable en Coney Island, la península cerca de Brooklyn famosa por sus diversiones veraniegas y sus espectáculos. La primera exposición de bebés la instaló en Luna Park, el principal parque de atracciones, y poco después montó una segunda en Dreamland, otro parque de la península. Los bebés prematuros compartían espacio con la noria, el algodón de azúcar, la montaña rusa o los coches de choque. En la caseta, bajo un cartel que rezaba «Todo el mundo ama a los bebés» Couney exhibía a un grupo de niños prematuros metidos en incubadoras donde respiraban aire filtrado dentro de una cámara calefactada.

Verano tras verano durante cuarenta años, Couney montaba su espectáculo, contrataba amas secas para dar de mamar a los lactantes y conseguía dinero para construir más incubadoras y salvar más vidas. También cuidaba la parte de atracción de sus instalaciones. Durante un tiempo, tuvo a un tipo guapo llamado Archibald Leach gritando a los curiosos: «No pase de largo a los bebés, no se los pierda». Aquel hombre luego iría a Hollywood y se cambiaría el nombre a Cary Grant. Según los niños iban creciendo, las enfermeras tenían instrucciones de ponerles ropas más grandes para que impresionara más a los visitantes lo pequeños que eran. Madame Recht, una enfermera entrenada por el propio Budin que ayudaba a Couney como su asistente, llevaba un anillo de diamantes de un tamaño absurdamente grande. La razón es que delante de los curiosos pasaba las manos de los bebés por el interior del anillo para que se asombraran de nuevo de lo pequeño que era todo en aquellos cuerpecitos.

Incubadora de bebés en Coney Island. Fotografía: New-York Historical Society (CC)
Incubadora de bebés en Coney Island. Fotografía: New-York Historical Society (DP)

El plan funcionó, los visitantes pagaban de diez a veinticinco céntimos por observar a esos bebés diminutos a través de una ventana de cristal. Los familiares de los niños no tenían que sufragar ningún gasto pero debían aceptar que fueran expuestos y primero decenas, luego cientos y al final miles de niños tuvieron una oportunidad y salieron adelante. Se calcula que unos ocho mil niños pasaron por las instalaciones de Coney Island hasta su cierre en la década de 1940, de los que se salvaron unos seis mil quinientos.

En la actualidad, por primera vez en la historia de la humanidad, la principal causa de la mortandad de niños ya no son las enfermedades infecciosas como el sarampión, la malaria o la diarrea sino las complicaciones en los nacimientos prematuros, un problema que comparten países desarrollados y en desarrollo. El año 2013 murieron en el mundo 6,3 millones de niños menores de cinco años, 3,6 millones menos que en el año 2000. Los países con mayor mortandad fueron India, Nigeria, Pakistán, República Democrática del Congo y China. El nacimiento prematuro se convirtió en la principal causa de mortalidad y 1,1 millones de niños fallecieron a causa de complicaciones asociadas a su nacimiento antes de tiempo, un número superior al de los que murieron por culpa de cualquiera de las enfermedades infecciosas. A nivel mundial se calcula que un 10% de las muertes de bebés son debidas a su nacimiento prematuro, pero en los países más avanzados, donde la investigación y la inversión ha permitido disponer de vacunas, fármacos y buenos hospitales, el porcentaje de fallecimientos debido a nacimientos pretérmino alcanza el 25%. La estrategia en los países en desarrollo va dirigida a mejorar el cuidado de los bebés prematuros pues normalmente mueren de frío, por ser incapaces de mamar o por una alimentación inadecuada, problemas que no requieren instalaciones complejas ni cuidados intensivos. En los países desarrollados, en cambio, el esfuerzo es fundamentalmente preventivo y se dirige a evitar los partos prematuros cuyas causas principales son la edad avanzada de las madres, la obesidad, la hipertensión, el tabaquismo y las cesáreas electivas que pueden dar lugar a nacimientos antes de tiempo si hay dudas sobre la fecha de concepción. Una vez nacidos, los principales cuidados con los bebés prematuros son mantenerlos calientes, apoyar la lactancia, evitar las infecciones y ayudarles con la respiración. Las unidades modernas de cuidados neonatales tienen sistemas sofisticados que controlan la temperatura, la función pulmonar, la función cardíaca, el nivel de oxígeno y la actividad cerebral. En Estados Unidos, un país que cuantifica todo y en especial los gastos sanitarios tras la reforma impulsada por el presidente Obama, se calcula que el coste asociado a un nacimiento de un bebé de más de tres kilos está en torno a los mil dólares y el de uno de entre quinientos y setecientos gramos, en torno a los doscientos veinticuatro mil.

Es maravilloso lo que se consigue en la actualidad con los bebés prematuros, salvando a muchos que hasta hace poco no habrían tenido una oportunidad. Aun así, el factor definitorio es la duración del embarazo en el momento del parto y las posibilidades de supervivencia de un bebé de menos de veintitrés semanas son prácticamente nulas: de veintitrés semanas son de un 15%, de veinticuatro semanas un 55% y de veinticinco semanas un 80%. Los más pequeños pueden tener serios problemas y algunos de los déficits pueden ser de por vida. El cerebro sigue su desarrollo después de nacer con lo que en teoría no debería pasar nada, pero en los más pequeñines los pulmones no funcionan bien pues son los órganos que maduran más tarde en el útero, con lo que puede haber daños causados por la apnea tales como la encefalopatía hipóxica-isquémica o lesiones en la retina. Aun así, muchos —lógicamente más cuanto más tarde nacieron— se desarrollan bien y no tienen secuelas.

Una mujer, Lucille Horn, nació prematura en 1920 y recuerda que su padre le decía que era tan pequeñita que cabía en su mano. Su madre había dado a luz a gemelos pero su hermano, tan pequeño como ella, murió a los pocos minutos. En el hospital les dijeron que no podían hacer nada por ella, que no la podían ayudar. El padre no se rindió, arropó a la pequeña niña que según ella recuerda debía pesar algo menos de un kilo en una manta, se subió a un taxi y fueron a toda velocidad a Coney Island, donde el doctor Couney tenía su show de bebés diminutos. Lucille pasó allí seis meses hasta que pudo ser dada de alta. Años después volvió a Coney Island, ahora como visitante, se encontró allí al doctor Couney y se presentó ella misma. Couney se acercó a un hombre que estaba delante de las incubadoras mirando con preocupación a un bebé, le dio una palmada en la espalda y le dijo: «Mire a esta joven. Es uno de nuestros bebés. Y así es como va a crecer el suyo». Lo contaba en una entrevista en julio de 2015, a los noventa y cinco años.

Couney murió en 1950 a los ochenta años, arruinado y olvidado. Para algunos fue un héroe, el «Doctor Incubadora», para otros un explotador indecoroso, jugando con las vidas ajenas, aunque nadie discute que entre aquellas barracas de feria los niños tuvieron más posibilidades que en un hospital. El final de la II Guerra Mundial dejó sin demanda a las industrias que habían elaborado equipos bélicos y muchas se reciclaron a la fabricación de electrodomésticos. La nueva prosperidad generó la cultura de que todos los hogares debían tener frigoríficos, lavadoras, aspiradoras, exprimidores, tostadoras… El mismo desarrollo económico y tecnológico de la época hizo que todos los hospitales montaran salas de incubadoras y los espectáculos de bebés de Luna Park echaron el cierre. Los prematuros de Coney Island; al igual que Violeta, la asombrosa mujer sin brazos ni piernas; Ajax, el tragasables; el Hombre de goma y la princesa WeeWee, «la mujer perfecta más pequeña del mundo», quedaron en el olvido.

Baby Incubator exhibit interior, Alaska-Yukon-Pacific-Exposition, Seattle, Washington, 1909.
Interior del edificio de incubadoras en la Exposición Alaska-Yukon-Pacific en 1909 en Seattle, Washington. Fotografía: jmabel (CC)

Para leer más:

Brick M (2005) «And Next to the Bearded Lady, Premature Babies». The New York Times, 12 de junio. Enlace

Field C (2014) «Boardwalk Babes: The Strange Story of the Incubator». The Blaze 19 de noviembre. Enlace

Liu L, Oza S, Hogan D, Perin J, Rudan I, Lawn JE, Cousens S, Mathers C, Black RE (2015) «Global, regional, and national causes of child mortality in 2000-13, with projections to inform post-2015 priorities: an updated systematic analysis». Lancet 385(9966): 430-440. Enlace

Morris J, NPR Staff (2015) «Babies On Display: When A Hospital Couldn’t Save Them, A Sideshow Did» NPR: National Public Radio Enlace

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6 Comentarios

  1. Yo entonces le debo la vida de mis gemelos. Mis hijos nacieron con 30 semanas y tuvieron que estar un par de semanas en la incubadora y gracias a ella, son dos chavales sanos de 6 años.

    • Y yo de los míos, que nacieron con 32 semanas, alrededor de 2 kilos y estuvieron un mes en incubadora. Hace 11 años ya. Cuando alguien les pregunte en qué época les habría gustado vivir, sin duda en esta, ningún tiempo pasado fue mejor.

      • Totalmente de acuerdo, Álex. Siempre comento eso precisamente, que esta época es la mejor de la historia por esa razón suficiente, porque -al menos en los países desarrollados- ya no se mueren los niños. Con permiso de los antivacunas

    • Es llamativo ¿verdad? No hace tanto tiempo y para algunos, como bien dices, ha sido la diferencia entre la vida y la muerte. Un saludo cordial

  2. Extraordinario artículo. Mi hijo peso 1.4 kg. y ahora está sano y feliz gracias a 21 días de incubadora.
    Estoy esperando gemelos y saber que existe la incubadora me tranquiliza mucho.
    Muy bien trabajo de investigación.
    Felicitaciones.

    • ¡Enhorabuena! y gracias por tus amables palabras. La verdad es que sí, no nos damos cuenta de cómo ha cambiado la vida en pocos años, algo que antes era una puerta a la tragedia, ahora lo afrontamos, como bien dices, con bastante tranquilidad.
      Que vaya muy bien esa familia numerosa.

Responder a José Ramón Cancel

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