Arte y Letras Sociedad

Horror bello: nos fascinan los muertos

La carta «Querido jefe» supuestamente del Destripador (se cree que la pudo escribir un periodista para dar más bombo a la noticia del asesino). (DP)
La carta «Querido jefe» supuestamente de Jack el Destripador (se cree que la pudo escribir un periodista para dar más bombo a la noticia del asesino). (DP)

Y cuanto más claramente vemos el terror, tanto menos impacto nos produce el arte. (Don DeLillo, Mao II).

Comencemos con un escudo moral en forma de frase común: el tema es muy delicado. Vamos a hablar de la atracción que provoca el terror, la sangre, el dolor y el drama. La fascinación por el mal. La estética del asesinato. El amor por la tragedia. El erotismo de la crueldad. La violencia como antítesis del aburrimiento. La glorificación de las bajas pasiones. Delicado, sí. Hay quien sostiene que algunos asesinatos, en cierto sentido, son obras de arte. Que hay belleza en el horror. Que sentimos placer al contemplarlo. Recordamos a De Quincey, pero son muchos más. Y en los últimos años —porque cualquier horror es susceptible de convertirse en mercado— el llamado «turismo negro», el morbo del malestar: hospedarse en antiguas cárceles o desayunar donde se torturó a cientos de personas. Por no mencionar las portadas de periódicos con titulares, a cuatro columnas, del tipo «El selfie del asesino con la víctima». Más imágenes en el interior. Se vendieron como rosquillas.

La fascinación que suscita la sangre es evidente. Sexo y muerte encabezan la lista de las noticias más leídas en cualquier formato. El cóctel infalible: sexo y muerte juntos, top de tops. Es palpable —y rentable (para algunos)— la crueldad cotidiana de las noticias en televisión. Aderezada con algún detalle siniestro: un hacha, una radial, un cuchillo jamonero. Hijos que matan a sus padres, padres que matan a sus hijos, bebés mutilados, exparejas sádicas, violadores despechados, pederastas al acecho, periodistas asesinadas en directo… Y somos muchos los que escuchamos/leemos/vemos el análisis de los detalles truculentos o del perfil del asesino realizado por los considerados expertos de turno. Vomitivo, sí, pero número uno en audiencia. ¿Por qué? Porque emociona, nos llega adentro, a las tripas, a nuestro lado oscuro.

Ya en los preámbulos de la Revolución francesa, grupos enormes de personas se echaban a la calle, emocionados, para contemplar (de cerca) cómo degollaban a algún traidor. Eran finales del siglo XVIII, momento histórico que elige el escritor Servando Rocha (Santa Cruz de la Palma, 1974) para adentrarse en las profundas aguas de la belleza del crimen con su inquietante libro La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado (La Felguera Editores, 2012). La obra comienza con los pasos de un joven de veintidós años que sale a la calle, desde su casa, y es inmediatamente absorbido por una turba enloquecida de maleantes que iba a asaltar una prisión. Se une a ellos. El caos y el horror están por todas partes. El joven es el poeta William Blake, la ciudad es Londres y el año, 1780. En los conocidos como «disturbios de Gordon» —los mayores en la historia de Inglaterra— «se destruyeron más de un centenar de viviendas pertenecientes a la aristocracia y la Iglesia, además de media docena de prisiones, que ardieron por completo siendo sus presos liberados». Después de varios saltos temporales, llegamos a la toma de la Bastilla, ahora en Francia, como inauguración del estilo del Terror. La muchedumbre había asesinado a Launay, gobernador de la fortaleza. Su forma de morir y la celebración de cada detalle (su cabeza clavada en la punta de una lanza, por ejemplo) serían la première, en 1792, de la ritualización del horror durante la Revolución francesa.

Con un estilo directo y poco pretencioso, Rocha recoge en un total de quinientas dieciséis páginas acontecimientos en los que el individuo se siente atraído/atrapado por un morbo inexplicable hacia el dolor, la crueldad y la muerte. Los datos históricos y las referencias políticas ubican al lector en casi cada párrafo. Y de esto va este artículo: de la historia del terror recogida por un escritor fascinado —como muchos— por los muertos. El título hace referencia a la etapa del supuesto canibalismo de los jacobinos. El mítico Robespierre es caricaturizado como antropófago (decían que se comía a sus víctimas). Los periodistas ya entonces habían encontrado un filón, buscaban a la facción caníbal. Comienza el espectáculo.

En capítulos sucesivos, el escritor canario recuerda la ejecución del respetado doctor Jekyll o dedica páginas a los asesinos más atractivos de la historia. Analiza los movimientos artísticos y musicales con raíces destructivas como el punk o las vanguardias de principios del siglo XX, cuyos lazos con el asesinato —en ocasiones con el fascismo— quedaron probados en sus propias publicaciones en defensa de la violencia.

Uno de los temas espinosos es la relación de la belleza con el terrorismo. La nota preliminar del libro, «Estética del asesinato», recoge cómo el compositor Karlheinz Stockhausen, frente a un grupo de periodistas, declaraba una semana después del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York (tres mil setecientos muertos): «Lo que ocurrió allí fue la mayor obra de arte que jamás haya existido. Que unos espíritus hayan conseguido realizar, en un solo acto, algo con lo que en la música ni siquiera podemos soñar; que unas personas ensayen como locos durante diez años, totalmente fanatizados, para dar un solo concierto y morir luego, es la mayor obra de arte del universo». Las reacciones no se hicieron esperar. La indignación fue tremenda, los familiares de las víctimas le repudiaron. Pero ahí estaba (de nuevo) una realidad raramente verbalizada: el mal como obra de arte.

14 May 2012, Poland --- ITAR-TASS: OSWIECIM, POLAND. APRIL, 2012. Visitors touring the museum of the Auschwitz I-Birkenau Concentration Camp and looking at prosthetic limbs of the disabled victims of the Nazi. (Photo ITAR-TASS/ Mitya Aleshkovsky) --- Image by © Aleshkovsky Mitya/ITAR-TASS Photo/Corbis
Visitantes en el Museo de Auschwitz I-Birkenau Fotografía: Corbis

Esta inclinación ¿inevitable? hacia la visualización de la tragedia no es evidentemente nueva. Toda nuestra historia es una historia de violencia. Y así lo refleja la literatura, la ópera, el cine, el teatro. Ya en la Antigüedad se cocinaba con las vísceras de los enemigos; la mitología griega está plagada de venganzas; a Jesús de Nazaret, en su camino a la cruz, mientras se arrastra por la calle atado y bañado en sangre, le persiguen decenas de curiosos y exaltados; las continuas invasiones entre los poderosos imperios pasaban a cuchillo a poblaciones completas; y bueno, la brujería de la Edad Media, el salvajismo de la Inquisición, la barbarie de los colonizadores en América, las guerras mundiales, el Holocausto… Parémonos en esto último. Si uno viaja al campo de concentración de Auschwitz, por ejemplo, puede observar cómo muchos visitantes se detienen varios minutos delante de un cristal enorme en el que se ven millones de pelos de las víctimas a las que los nazis afeitaban antes de pasar a la cámara de gas… Rubios, morenos, largos, cortos, rizados, lisos… ¿Qué tiene de atractivo el cabello de miles de muertos? Nada, pero sobrecoge. La emoción es la clave, responde el libro de Rocha. Sentir.

La violencia nos fascina. «Y toda fascinación conlleva necesariamente una parte de deleite», afirma el autor. Está claro que, en general, nos sentimos atraídos hacia cosas extrañas, las que no alcanzamos a entender, a veces las que nos provocan repulsión. A lo mejor puede ser esta una de las causas por las que cada vez aparecen más imágenes violentas por todas partes. Porque el público las consume. Incluso los delincuentes pos-posmodernos, los del mundo hiperconectado e hipervisualizado, el nuestro, graban sus hazañas y las suben a internet (véase el caso de los periodistas asesinados recientemente en Virginia, EE. UU.). Pero volvamos al 11 de septiembre de 2001. Cuenta Rocha que grupos de arquitectos, boquiabiertos, se mostraban maravillados mientras veían las imágenes del derrumbe de las Torres Gemelas en sus televisores. El terror lograba, recalca el escritor, el «efecto»/la emoción tan ansiada por todas las artes. Y lo consigue en un solo segundo. Inmediato. El sociólogo y filósofo francés, Jean Baudrillard, declaró al respecto: «Se piense lo que se piense de su cualidad estética, las Torres Gemelas fueron una performance absoluta, y su destrucción fue también una performance absoluta».

En el capítulo «La horrible vista agrada» se recoge una cita del crítico cultural Ángel Ferrero, de su obra Terror/ismo: «¿Estuvimos pegados al televisor porque queríamos ver un hecho histórico o porque nos fascinaban la imágenes de los atentados? Más bien lo segundo. ¿Por qué hasta Susan Sontag reconoció (en su última obra, Ante el dolor de los demás) que las ruinas del World Trade Center eran de algún modo bellas? ¿Simplemente por la definición de Edmund Burke de lo sublime, esto es, lo oscuro, lo terrible, los que nos sobrepasa y despierta nuestros sentimientos y nuestras emociones?».

Del cine, recuerda el escritor canario cómo Hitchcock fue el primero en hacer del asesino un artista. Si pensamos un segundo, el catálogo sería interminable, con Lynch y Kubrick encabezando quizá la lista de genios de lo extraño, lo incomprensible, de lo oscuro. O, con otra estética, Tarantino. Recordemos cómo la impactante película Seven, de David Fincher, causó estragos en 1995 con su representación de los siete pecados capitales o la cabeza de la esposa del protagonistas en una caja. En 2009, los abusos sexuales de La cinta blanca (Das weiße Band), de Michael Haneke, o, el mismo año, el turbador e incestuoso filme griego, Canino (Kynodontas), de Yorgos Lanthimos. (Anécdota: En una sala de cine de Sevilla permitieron asistir gratuitamente al estreno de Canino. «Eso no hay quien lo aguante», aseguraban en la taquilla, «demasiadas barbaridades juntas». En una escena, una adolescente intenta sin éxito partirse los dientes dándose golpes con una piedra en la boca, frente al espejo. Y también se mostraban relaciones sexuales obligadas —muy desagradables— rodeadas de un silencio insoportable. Pero nadie abandonó la sala. Todos contemplaban boquiabiertos el horror, la iniquidad, el maltrato. Y encima, gratis).

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La cinta blanca (2009). Imagen: Golem Distribución

También podría decirse que el mejor cine de los últimos años, las series de televisión/internet/soportes varios, llevan la venganza, el crimen o el asesinato como eje principal. Antes algunos nos preguntábamos, noche tras noche, ¿quién mató a Laura Palmer? (Twin Peaks) y después llegó la explosión de decenas y decenas de grandes seriales sanguinarios. Citemos tres clásicos contemporáneos: The Sopranos (1999-2007), The Wire (2002-2008) o Game of Thrones (2011-…).

Fue el filósofo irlandés Edmund Burke, allá por 1757, quien con mayor amplitud y brillantez trató lo relativo al terror a partir de su concepto de «lo sublime», señala Rocha. Burke no dudó en tildar a los jacobinos de «terror/istas» (artistas del terror), poniendo de moda aquella palabra. Desde entonces, decir jacobinos equivaldría a decir portadores del terror y realizadores magistrales de lo maravilloso. En su obra Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello aparecen por primera vez elementos sublimes, entonces del todo extraños, como la oscuridad, el temor, los gritos de los animales, la vastedad o la brusquedad. Es, en cierta forma, un decálogo de hechos perturbadores y aterradores, que serían utilizados para reconocer fenómenos políticos, movimientos artísticos, creaciones de diverso tipo o corrientes literarias. Por vez primera aparecía algo oscuro, siniestro y terrorífico íntimamente asociado a lo maravilloso (Kant lo criticaría mucho, cabe señalar).

Lo sublime, para él, era cualidad u objeto estético apropiado para excitar las ideas de dolor y peligro. La maravilla tendría que ver con la intensidad, con la fuerza de la emoción. Pero la visión del horror bello exige la suspensión de la conciencia y del juicio moral. Se precisa la ausencia de Dios, recalca. Lo bello, añade Rocha, habría entrado en el campo del terror. Por eso, escribe en su libro, podemos entender a Dostoievski cuando, en Los hermanos Karamazov, se pregunta, no sin razón: «¿Hay belleza en Sodoma? Creedme, muchos son los hombres que encuentran belleza en Sodoma».

El grado de intensidad, se podría resumir, es el medidor: si el peligro o el dolor son muy fuertes y acosan demasiado, no producen deleite «y son sencillamente terribles», pero, por el contrario, proclama Burke, «a una cierta distancia y con ligeras modificaciones, pueden ser y son deliciosos». Y plantea una situación hipotética —para convencernos—: «Escójase un día para representar la tragedia más sublime y conmovedora que conozcamos; nombremos los actores favoritos; no ahorremos nada para los escenarios y decorados, y concentremos los mayores esfuerzos de la poesía, pintura y música; y cuando se haya reunido a los espectadores, justo en el momento en que sus mentes se encuentren predispuestas a la expectación, anunciémosles que un delincuente estatal, de altos vuelos, va a ser ejecutado en la plaza de al lado, en un momento. El vacío del teatro demostraría la comparativa de la debilidad de las artes imitativas».

Miami Beach, Florida, USA --- Man Standing on Edge of Roof --- Image by © Angelo Cavalli/Corbis
La satisfacción del vértigo. Fotografía: Corbis

También la vertiginosa altura, el engañoso miedo a caer por un precipicio, por ejemplo, producirían satisfacción. Rocha menciona la percepción de vértigo en las cataratas del Niágara o la subida a los Alpes como ejemplos comunes. ¿De dónde procede este raro bienestar? Se cita a Burke para contestar: De un delight, un placer negativo, que procede de la suspensión del juicio moral. Aquello que Kant llamaría negative lust.

Aunque sorprenda, Burke y Kant sí coincidieron en algo: ambos consideraron básico el hecho de atribuir a las cosas grandes la cualidad de lo sublime y a las pequeñas tan solo la de bellas. En ambos aparecía también la referencia a la noche como lugar ideal para lo siniestro o lo terrorífico.

Y las páginas de La facción caníbal se adentran en la atracción por lo endemoniado y la maldad placentera del Marqués de Sade, entre otras lindezas. Y también la lucha interna, permanente, entre la atracción y el rechazo que sentimos hacia las grandes privaciones. Así lo explica el filósofo y profesor de Estética, Fernando Castro Flórez, en Las sombras de lo sublime: «Lo peor es fascinante. Somos los herederos de Leoncio, aquel sujeto del que habla Platón en La República, que finalmente se rindió al deseo de ver los cadáveres de los ajusticiados. Del Satanás de Milton al Libro de Job, ejemplos apreciados por Burke, de las ruinas de las Torres Gemelas a las matanzas actuales en Kenia, encontramos que lo peor es fascinante. «Todas las privaciones generales —leemos— son grandes, porque todas son terribles; la vacuidad, la oscuridad, la soledad, el silencio». El paradójico horror delicioso puede surgir de la contemplación de una pared desnuda o de un ruido atronador, de la carroña baudelairiana o del terrorismo, que es un virus contemporáneo».

Al sumergirnos en sus páginas, el lector se mueve, como puede, entre conceptos freudianos: compulsión de repetición, la transferencia del dolor, la pulsión de muerte… La irrupción de la experiencia estética en el interior de la filosofía del crimen se trasladaría a la prensa muy pronto, recuerda Rocha, como entrada en la modernidad. Uno de los más conocidos ejemplos fue el mítico Jack el Destripador. La diferencia entre sus crímenes perfectos y otros comunes residía en su dimensión estética y en su grado de perfección o sofisticación. El libro incluye una foto de las notas, escritas a mano por el Destripador, en las que avisaba a Scotland Yard de su próximo crimen/performance.

El dolor-espectáculo, según el libro de La facción caníbal, se produce paralelamente al desarrollo de las ciudades: «El asesinato como crimen se remontaba a los orígenes de la humanidad, incluso en su dimensión religiosa, pero con el crecimiento de las ciudades y el aumento de su población se vivió una auténtica fascinación por el crimen y, en concreto, por el asesinato como crimen supremo».

La nobleza de la destrucción

Con Jack el Destripador se inauguraría la serie del aristócrata como delincuente, el dandy asesino. Con Sherlock Holmes, comenzaría el desprecio de los grandes detectives por los policías comunes, que quedan retratados como personas torpes, poco intuitivas y muy descuidadas.

Y posteriormente, las vanguardias, en su autodestrucción voluntaria, mostraban un genuino interés por la violencia. El Manifiesto caníbal de Dadá, publicado en 1920, defendía que «la única fuerza noble es la destrucción». Rocha relaciona metafóricamente capitalismo y canibalismo, habla de la iconofagia, del canibalismo cultural (Chapman devora a John Lennon). Hay que consumir, si no, serás consumido. Con Desolation Row, de Bob Dylan, como música de fondo, recuerda el caso de Robert Desnos, antiguo miembro del grupo surrealista, quien en enero de 1928 fue publicando regularmente en el periódico Paris Matinal una serie de artículos, más o menos periodísticos, sobre los asesinatos de Jack el Destripador. Desnos había recibido el encargo de escribir varias piezas sobre crímenes sádicos, y, por esta razón, conectó la figura del asesino de Whitechapel, en Londres, con la de Joseph Vacher, conocido como «el Destripador Francés». Vacher descuartizó —devorando incluso sus órganos— a mujeres, niños y ancianos. Rocha diferencia entre personajes atractivos inventados, como Frankenstein o el Conde Drácula, y personajes atractivos reales, personas que existieron realmente, como el Destripador, «el hombre del hacha de Nueva Orleans» o «el vampiro de Düsseldorf». No es necesario contar aquí sus truculentas hazañas. Si cerramos los ojos un momento, nos vendrán a la mente otros muchos criminales que ocupan su espacio en nuestros recuerdos como, a lo mejor, el secuestrador de Natascha Kampusch o «el monstruo de Amstetten». O en nuestro país, desde las niñas de Alcàsser (inauguración del morbo televisivo prime time), Santiago del Valle, que asesinó a la niña Mari Luz Cortés, Miguel Carcaño, autor confeso de la muerte (y desaparición) de Marta del Castillo, el padre de los niños asesinados en Córdoba, el caso de la pequeña Asunta en Galicia, etc., etc., etc.

La mirada del asesino

England, UK --- Original caption: CHESTER, ENGLAND-05/06/66-: Ian Brady (left) and his blonde mistress, Myra Hindley, were found guilty May 6 here of murder, in the sensational "Bodies of the Moor" trial. Both were sentenced to life imprisonment. --- Image by © Bettmann/CORBIS
Ian Brady (izquierda) y Myra Hindley (derecha) asesinaron a cinco niños . Fotofrafía: Corbis

Pero volvamos al libro de Rocha. A las vanguardias. El 22 de enero de 1923 la anarquista de veinte años Germaine Berton asesinó al dirigente de la ultraderechista Action Française, Marius Plateau. El surrealismo estaba metido de lleno en sus debates internos sobre si era necesaria o no la violencia para alcanzar sus fines cuando alguien, de repente, moría por una causa, alguien se había adelantado a sus discusiones. Los surrealistas, en lugar de denunciar, enviaron flores a su heroína, con una nota que decía: «Para Germaine Berton, quien hizo aquello que nosotros no supimos hacer».

Entre 1963 y 1968, Ian Brady y Myra Hindley asesinaron a cinco niños de entre diez y diecisiete años a las afueras de Mánchester, Inglaterra. Al menos cuatro de ellos sufrieron abusos sexuales. Moor Murders, se les llamó. Sorprendido quizá por la expectación que despertaba, Brady se paró y preguntó a los periodistas en la entrada del tribunal: «¿Por qué tenéis vosotros, el público, esa fascinación increíble por los asesinos en serie?». Los ojos de su compañera, Mira Hindley, parecen retar al lector desde la portada de La facción caníbal. Es la foto de su ficha policial y parece, más bien, sacada de una revista underground. Original, inteligente, fuerte y, sobre todo, malvada. La mirada de una asesina. ¿Por qué nos atrae? Porque nos sobrecoge. El caso es sentir… aunque sea sentir/se mal.

Y en el plano político-estético, las bellezas terribles contemporáneas. La más lograda: la imagen de Bin Laden. Su dirty look, con barba, en el desierto, con el brillo de lo espiritual, de la lucha armada, se considera sugerente: «El arte es capaz de estetizar el terror, pero hoy el terror está estetizado: el fantasmal y ya fallecido Bin Laden, con sus regulares y ciertamente terroríficas apariciones provisto de su reconocible atrezo (descendiendo de las montañas como único escenario posible, al mismo tiempo que sostiene un ejemplar del Corán y una ametralladora), ha sido el más famoso videoartista de los últimos tiempos».

Hasta la moda sucumbe ante el terror, consciente de su potencial como producto de mercado. Un anuncio de Dolce & Gabbana muestra a un grupo de modelos simulando ser una banda mafiosa o terrorista. Otra campaña de la misma marca, inspirada directamente en los jacobinos, retrata una escena de venganza y crimen. La estética es perfecta. Atrae. Y las ventas funcionan. ¿No es eso el capitalismo?

Servando Rocha concluye su obra con una última reflexión personal sobre la realidad cotidiana: «Quise trazar un mapa, una cartografía del horror contemporáneo que pudiera ayudar a entender el mundo actual. Al final bastaba con hojear el periódico de hoy […]. La facción caníbal regresaba».

NOTA: Obsérvese que en este artículo no se menciona, intencionadamente, la enfermedad o el trastorno mental a la hora de hablar de criminales. Es evidente que a veces existe relación entre ambos factores pero es igual de evidente recordar que, en muchos otros casos, no la hay. La doctora en psiquiatría, Lola Morón Nozaleda, en un artículo publicado en agosto por el diario El País, invitaba a no buscar delirios y enfermedad mental en cada crimen: «Hay casos en los que [los psiquiatras] no podemos intervenir: en la capacidad de hacer daño, que existe, que no podemos negar, que todos llevamos dentro en mayor o menor medida, que nace de lo más hondo de las tripas, eso que llamamos mal».

Cartel del Man Ray con los surrealistas y la asesina. Cita de Baudelaire. (DP)
Cartel del Man Ray con los surrealistas y Germaine Berton. Cita de Baudelaire. (DP)

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8 Comentarios

  1. La foto de los infanticidas es genial. Me ha recordado al juego de diferenciar a un asesino en serie de un hipster: http://noussommesbobbywatson.fr/serialkillerorhipster/

    no es spam ni mierdas de esa :)

    • John Surena

      Ese juego es una genialidad. Joder.

      Por lo demás todo esto, la atracción a veces hasta sexual por los asesinos en serie, la fascinación por los supervillanos y cuestiones parecidas no deja de ser una aplicación a pequeña escala que el ser humano siente por las batallas por ejemplo. La belleza de la supuesta épica de una carga de caballería y esas cosas que también han tenido honda plasmación en el cine, la literatura y el arte pero que en el fondo no dejan de ser escabechinas.

      El ser humano es en esencia un animal dotado de moral, algo necesario para vivir en sociedad. No obstante creo que echamos de menos algo de la parte puramente instintiva y animal que hemos perdido al civilizarnos. Tendencia que se manifiesta sobre todo en las ocasionales relaciones de nuestro subconsciente con la violencia y el sexo.

  2. El que en muchos casos no se den diagnósticos no significa que los asesinos no hayan sufrido cierta enfermedad mental al momento de cometer el crimen. La teoría freudiana deja clara las bases sobre el funcionar de la psiquis y la misma sostiene que toda la diferencia entre una mente «sana» y una enferma es cuestión de intensidad. Por lo que alguien puede ser un tipo normal y de repente verse arrebatado por un episodio psicótico si algún tipo de trauma le sucede.

    Por ninguna parte encuentro belleza en el terrorismo, ni el cualquier tipo de violencia que no sea la consensuada (la relación sexual, el deporte, si se quieren los duelos de antes). Tanto y más sublime es encontrarse bajo un cielo de estrellas o maravillarse frente a las pirámides. Hablar de la belleza en el terrorismo no es sino revelar la fealdad de una especie reacia al saber y a crecer. Pero bueno, tal vez revisando la historia entendemos que la violencia y la destrucción es inherente en el ser humano. Ahí sí, tal vez, pudiera haber poesía.

  3. Y no son las pirámides un momento a la muerte?

  4. Recomiendo la lectura de «Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos» de Elisabeth Roudinesco. Libro en el que se repasan las modalidades de perversión a lo largo de la Historia, las razones de aceptar un hecho como perverso según la cultura en la que se enmarque, así como la belleza de lo abyecto. Una autora que además, tampoco entra a hablar de las enfermedades mentales.

  5. No adivino en Myra Hindley, algo extraordinariamente fuera de lo normal, podría ser la foto de cualquiera, de una adolescente rebelde de cualquier época. Lo que cambia es el referente, si se informa que fue una asesina en serie entonces mi perspectiva se trastoca. Lo mismo que su acompañante.

    Los crímenes de la secta de los Manson siguen dando mucho de que hablar, porque se recicla constantemente esa fascinacion por el asesinato. Y por supuesto, en cada país hay una réplica.

  6. En la línea de lo que comenta John Surena… El hombre como animal dotado de moral… Creo que en cierto modo nos atrae la estética de lo prohibido. Algo que sabemos que somos capaces de hacer pero no hacemos porque nos inhibimos de hacerlo, porque carecemos de motivación para ello.
    Todos estamos «capacitados» para hacer el mal. Sólo hay que colocarnos en la situación adecuada.

  7. Pingback: GUATEVER | MUCAMA TENANGO

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