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Cómo pensaban sobrevivir a la guerra nuclear

Foto: DP.
Foto: DP.

Apenas cuatro años después de que el Proyecto Manhattan engendrara la bomba atómica, la Unión Soviética se hizo con la suya. Con asombrosa rapidez ambos contendientes acumularon un arsenal suficiente para aniquilar por completo al enemigo en una estrategia de disuasión mutua. ¿Y si un ataque sorpresa destruía ese armamento dejándolo a uno sin posibilidad de represalia? Entonces había que incrementar el arsenal para destruir diez veces al otro país, cien veces, para que por eficaz que resultara un golpe inicial siempre nos quedase margen de respuesta. «Overkill», lo llamaban. ¿Y si por muchas armas que uno tuviera no se atreviera a apretar el botón consciente de la desmesura de lo que provocaría? Entonces entraba en juego lo que el estratega militar Herman Kahn —el doctor Strangelove en su parodia cinematográfica— definió como «Maquina del Juicio Final» y posteriormente Nixon en una variante bautizaría como «Teoría del Loco»: había que convencer al adversario de que cualquier agresión grande o pequeña tendría respuesta brutal sin importar lo que eso implicase, bien porque en cierta forma se desencadena un proceso automático imposible de detener o porque uno es tan temerario e inconsciente que no calcula las consecuencias de lo que haga como le provoquen.

Así que, en un mundo tan sobrecargado de bombas repartidas entre dos rivales tan suspicaces, es difícil determinar cuánto había de ingenuidad y cuánto de cálculo en las masivas campañas de defensa civil del comienzo de la guerra fría con las que se preparaba a la población para la guerra nuclear. Como si existiera alguna opción de ganar, como si hubiera realmente posibilidades de sobrevivir, como si uno estuviera de verdad dispuesto a entrar en esa pelea creyendo que saldría más o menos airoso. O no lo creían, pero querían hacer creer al otro que lo creían. Es decir, que la propaganda doméstica servía también para convencer al enemigo de que uno iba en serio. De tal manera que se hacían ensayos en las escuelas enseñando cómo reaccionar en tal situación, se daban consejos a las familias sobre cómo construir un refugio en el sótano de sus casas contra la contaminación radiactiva, y en radio y televisión, para mantener un clima de alerta constante, se repetían una serie de consignas en anuncios a cargo de celebridades como Johnny Cash, Boris Karloff, Groucho Marx, Tony Bennett y otros. Mientras que el en su tiempo célebre presentador de la CBS Douglas Edwards mostraba en su programa Retrospect —que a los lectores les sonará por La Hora Chanante— cómo construir tu propio refugio antinuclear (a partir del 4:16):

Si bien tanto la Unión Soviética como Estados Unidos adiestraron a sus respectivos ciudadanos en torno a cómo podían incrementar sus opciones de sobrevivir a un ataque nuclear, es interesante observar las diferencias en función de la historia y los valores de cada sociedad. Stalin no consideraba una verdadera amenaza la guerra nuclear, así que solo tras su muerte en 1953 la sociedad rusa comenzó a prepararse para esta eventualidad. Solamente un año después ya aparecieron manuales de protección civil frente a la guerra nuclear, y ya en 1956 millones de rusos fueron instruidos en un cursillo de doce horas en la materia, a la que pasó a darse una notable importancia por la experiencia histórica reciente de la invasión alemana. Especulaban con un posible ataque que tendría lugar tras una escalada de tensión, lo que permitiría previamente cierta organización y construcción de refugios (colectivos, por supuesto) y, una vez caídas las bombas, confiaban en que se mantendría el aparato estatal y el orden social, por lo que sus manuales enfatizaban el hecho de que se siguieran las directrices que dictase la agencia MPVO una vez la gente saliera de nuevo de sus refugios a un mundo algo más contaminado y repleto de ruinas, pero aún civilizado. El programa de adiestramiento a gran escala continuó hasta bien entrados los años setenta, cuando en Estados Unidos ya eran historia, y el manual más popular, editado por primera vez en 1962, fue Cómo protegerse frente a las armas de destrucción masiva, que pueden ver con todas sus ilustraciones aquí.

En lo que respecta al país norteamericano hay mucha más información disponible (en inglés, al menos) sobre cómo afrontaron la amenaza de un holocausto atómico. El hecho de que ninguna de las dos guerras mundiales se hubieran desarrollado en suelo estadounidense conllevaba que su experiencia en materia de protección civil en situaciones bélicas fuera limitada. Aunque, eso sí, a diferencia de los soviéticos temían que un ataque nuclear resultara inesperado y con muy escaso margen de maniobra, pues su referente más aproximado era Pearl Harbor. También resulta significativo que en su propaganda, al menos durante los primeros años y hasta entrados los sesenta, la responsabilidad de salvarse se la atribuyeran al propio ciudadano, que no podía esperar de las autoridades mucho más que una serie de consejos, en ocasiones de una ingenuidad desconcertante.

Apenas un año después de que la URSS ensayara su primer artefacto de fisión, se editó la guía Survival Under Atomic Attack, que pueden descargar aquí. Su tono era inequívocamente optimista: «debido a que el poder de las bombas es limitado, tus posibilidades de sobrevivir a un ataque atómico son mucho mayores de las que puedas pensar». Claro que tales afirmaciones se fundamentaban en lo observado en Hiroshima y Nagasaki… el problema es que durante los años inmediatamente posteriores se desarrollarían bombas cientos de veces más potentes, entrarían en escena los misiles balísticos intercontinentales dotados de cabezas múltiples y, además, el escenario de una guerra sería un ataque contra todo un país e incluso contra todo el planeta, no sobre una sola ciudad. Así que mejor era no tomárselo al pie de la letra. Continuaba señalando que lo único que diferenciaba a esta clase de bombas de las convencionales era la radiactividad, que además no era nada nuevo o misterioso, decía, y la equiparaba a la luz del sol, rematándolo con un tranquilizador epígrafe titulado «La enfermedad por radiación no siempre es fatal». Hay, sin embargo, dos consejos directamente insuperables sobre cómo comportarse en un escenario posnuclear: el primero era la recomendación de que no se bebiera agua del grifo hasta recibir la notificación oficial de que el sistema de la ciudad era seguro y el segundo era que solo se utilizase el teléfono para verdaderas emergencias. De este manual también se rodó una versión que pueden ver en este enlace, al tiempo que casi simultáneamente se difundió otro cortometraje de título entusiasta You Can Beat the Atomic Bomb. Pero fue en 1951 cuando comenzó a emitirse una película educativa que con el paso de los años llegaría a convertirse en un pequeño mito de la cultura popular, Duck and Cover. En ella vemos cómo la simpática tortuga Bert se protege del peligro metiéndose en su caparazón, un ejemplo que los niños debían seguir frente un apocalipsis nuclear:

Según nos muestra el vídeo, en cuanto sonara la alarma o se produjera un brillo cegador en el cielo debían apartarse de las ventanas, proteger sus rostros y esconderse debajo del pupitre o tras cualquier pared para no quemarse con la radiación ni recibir el impacto de cualquier objeto impulsado por la onda expansiva. En las escuelas era un ejercicio a realizar en cualquier momento durante las clases por orden del profesor, e incluso en Nueva York más de dos millones de niños tuvieron que llevar un collar de identificación similar al de los soldados (como podemos ver en esta imagen) con el fin de identificar sus restos entre las ruinas.

El problema añadido de las explosiones nucleares, además de la enorme bola de fuego que generan, está en que levantan una gran cantidad de polvo y fragmentos volátiles que quedan impregnados de radiación. Fallout, además de ser el nombre de la célebre saga de videojuegos, es el término con que se define ese venenoso polvo radiactivo que se extiende muchos kilómetros a la redonda volviendo inhabitable esa zona. Esto es algo de lo que a lo largo de los años cincuenta se fue tomando conciencia poco a poco, de manera que los siguientes manuales, cuñas radiofónicas y films que se publicarían pasarían a dedicar más atención a este aspecto. Así que en 1955 se edita Facts About Fallout (el manual pueden descargarlo aquí y el vídeo —con cierto estilo de serie B de terror— pueden verlo aquí), en el que se explica brevemente la forma de defenderse de esta amenaza invisible, preparando para ello diversos tipos de refugio con reservas de comida y agua para al menos dos semanas. Bastante más detallado y digno de Bricomanía es el posterior The Family Fallout Shelter, que pueden descargar aquí.

¿Cómo obtener posteriormente suministros en un mundo desolado en el que las reservas de alimentos estuvieran contaminadas y el posible invierno nuclear producto de miles de explosiones impidiera cosechas durante un largo periodo de tiempo? Bien, ese es un pequeño detalle en el que ya no entran. El mencionado Herman Kahn admitió que en realidad la efectividad de estas medidas era extremadamente limitada. Pero al menos sirvió para mantener alarmada a la población y distraída de otros asuntos, pues en una encuesta realizada por Gallup en 1959, el 64% de los estadounidenses consideraba la guerra nuclear como el problema mas acuciante que sufría el país. Dos años después, en 1961, llegaría Fallout Protectionun manual más extenso y con nociones de primeros auxilios del que se distribuyeron veinticinco millones de copias, al que se le reprochó que pareciera estar destinado a salvar vidas de republicanos y sacrificar demócratas. Al fin y al cabo, podía deducirse del panfleto, a quien no tuviera una casa unifamiliar en propiedad en la que instalar el refugio no le dejaban más opción que quedarse silbando mientras la radiación le calaba hasta los huesos.

La administración Johnson tomaría nota de la crítica y en 1966 publicó Personal and Family Survival, más centrado en refugios comunitarios. De esas fechas es también el film Radioactive Fallout and Shelter, con una estética digna de Iniciativa Dharma. Pero las situaciones de alarma no pueden mantenerse indefinidamente, la gente perdió el interés por estas cuestiones e incluso comenzó a tomárselas con humor, y la atención pública pasó a centrarse en el movimiento hippie y la guerra de Vietnam. No obstante, durante los años setenta, tal como señalábamos antes, en la Unión Soviética continuaron con tales ejercicios, y en menor medida en Gran Bretaña, tal como vemos en esta serie de anuncios televisivos. Luego llegaron los ochenta y la Administración Reagan y con ella la guerra fría recobraría un formidable protagonismo, pero eso ya es otra historia.

Exposición de un refugio antinuclear. Foto: DP.
Exposición de un refugio antinuclear. Foto: DP.

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6 Comentarios

  1. Un país que ha llevado aún más lejos la preparación ante un conflicto nuclear es Suiza. Claro que con su riqueza y lo reducido de su territorio, bien se puede… http://www.swissinfo.ch/spa/a-cada-uno-su-propio-b%C3%BAnker/7411304

  2. Los manuales tendrán su punto de propaganda, pero están bien redactados y correctamente informados. El primer manual que has puesto ya hace referencia a las bombas de hidrógeno, o sea que no es que lo escribiesen pensando en las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
    Lo cierto es que se puede sobrevivir a una epxlosión atómica como a cualquier otro tipo de explosión – no son bombas mágicas, solo extraordinariamente potentes.
    La bomba de Hiroshima se detonó a unos 600 metros de altura, liberando entre 8 y 12 kilotones de energía y provocando una sobrepresión estimada de entre 7 y 9 psi. Suficiente para destruir cualquier casa de madera o ladrillo en un kilómetro a la redonda. Con una bomba termonuclear de megatón y medio lo que se hace es detonarla a más de un kilómetro de altura, con lo que se barre un área mucho mayor pero la sobrepresión recibida es equivalente. En otras palabras, las bombas más potentes se usan para aumentar su radio efectivo de destrucción pero la hostia a nivel del suelo viene a ser equivalente por eso mismo.
    En cuanto a los efectos de la radiación, son despreciables. Alguien que hubiese recibido bastante radiación como para matarlo ya estaría muerto por la onda calórica o la onda expansiva. Aunque las radiaciones ionizantes – sobre todo gamma y neutrónica – volverían parcialmente radiactivos todos los materiales de la zona a cualquiera que sobreviva a la explosión le basta con taparse la boca y nariz con un pañuelo para evitar inhalar el polvo (y no tanto por radiactivo como por tóxico, y sobre todo para evitar ahogarse con el polvo y el humo). Eso sí, nada de quedarse en la zona y menos aún beber o comer algo de allí. Te alejas un buen cacho antes de hacer nada de eso.
    Las imágenes del holocausto nuclear siempre nos muestran imágenes de una Tierra arrasada y estéril. Bueno, son películas, como siempre. Lo cierto es que no hay bombas suficientes ni para apuntar a todos los pueblos y aldeas del mundo, mucho menos para cubrir cada centímetro cuadrado del planeta con radiación. Las bombas son caras y se apuntan a lugares estratégicos: infraestructuras (sobre todo militares) y grandes ciudades. Nadie va a lanzar una bomba sobre Pozal de Gallinas. Ni siquiera sobre Medina del Campo.
    En cuanto a los efectos permanentes de la radiación, es cuestión de publicidad mal entendida, como las espinacas. Todos hemos oído que las espinacas tienen mucho hierro y que la radiación provoca cáncer. Ambas cosas son ciertas, pero con un pero. Las espinacas tienen mucho hierro… para ser una verdura, que toleran fatal los metales pesados. 100 gramos de hígado contienen tanto hierro como un kilo de espinacas. Con la radiación ocurre lo mismo; es cancerígena, sí, pero menos que los fritos o las grasas trans – y ya veis lo mucho que nos ha preocupado el anuncio de la OMS sobre las carnes procesadas y los embutidos. Todo lo que no sea una dosis letal recibida en milisegundos te puede provocar un cáncer de aquí a unos años… o no. Mirad Chernóbil, el lugar más contaminado por radiación de la Tierra y un vergel natural que ni la Amazonia del siglo XIV.
    Lo único irreal de esos manuales es esperar que el estado siga funcionando después de un ataque a gran escala, pero como consejos de supervivencia a nivel individual no están desencaminados.

  3. Bueno Chernobil es un vergel radioactivo. Las compañías pronucleares han llevado allí animales de otro sitio, haciendo creer que la radiación no les ha afectado, pero lo único claro es que allí jamás se podrá volver a vivir, al igual que en toda la zona centro de Japón, incluída Tokio aunque allí vivan millones de personas como si no hubiear pasado nada. http://www.ippnw.org/pdf/chernobyl-health-effects-2011-english.pdf http://www.ippnw.de/commonFiles/pdfs/Atomenergie/FukushimaBackgroundPaper.pdf

    • Si, hombre sí. Japón es un vertedero nuclear que ríete tú de New Vegas. Fallout 4 no es un videojuego, en realidad es un documental rodado allí. Aquí lo intentan disfrazar como videojuego las mismas compañías pronucleares que se dedican a trasportar ciervos entre semana.

  4. Pingback: ‘El último imperio’ – Después del hipopótamo

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